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Emboscada triunfal por 1827kratSN

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Lo abrazó por horas, le habló por un rato más, le preguntó decenas de veces lo mismo, se le escaparon las lágrimas al ver tanta dulzura en esos ojos de cielo que siempre caracterizaron a su hermanito, y dijo decenas de promesas que tal vez le costaría cumplir.

No quiso irse… Pero Canadá le dio plena confianza para hacerlo.

Su hermano le dijo que cumpliera sus sueños y escapara del claustro dado desde su nacimiento.

Y aunque el corazón se le estrujara.

Con las cosas listas, USA partió.

No miró atrás.

Canadá admiró cada paso de su hermano, escuchó el galope del caballo, detalló la capa que ocultaba la imponente existencia de su inspiración humanizada, y agitó su mano mientras le deseaba buena fortuna y una vida plena.

Se sintió tan solo poco después.

Pero también estaba feliz.

Porque al menos uno de ellos era autónomo.

—Ame siempre quiso ser libre y ahora lo es.

Canadá sonrió antes de dejar sus manos caer a cada lado de su cuerpo. Le llegó el cansancio.

—También lo eres.

La voz grave a su lado no le sorprendió.

—Claro que no... —miró a URSS—. Usted ahora me tiene bajo su protección y eso solo es una bonita forma de decir que no puedo salir de aquí sin arriesgarme a que mi padre reclame por mí.

—Entiendes todo a la perfección.

—Solo hay una cosa que no tengo claro.

—¿Qué es? —bajó un poco la mirada para captar la azulada ajena.

—¿Por qué usted quiere mantenerme aquí?

—Supuse que era obvio.

—No para mí.

—Dejaré que lo descubras solo, Canadá.

Le acarició la mejilla, le brindó una sutil sonrisa, y se alejó.

Le dio el espacio que necesitaba para que procesara los hechos actuales y se mostrara sin tapujos.

De lejos, el rey URSS, solía admirar los pasos calmados de quien rondaba por los jardines, los pasillos, las ventanas. Captaba cada sutil sonrisa que era dedicada a la servidumbre, cada gesto amable con las cocineras y soldados, captó la esencia de un ángel aprisionado que quería para él.

—Papá no me dejaba ir a su biblioteca, decía que no debería saber tanto.

—Me parece absurdo.

URSS miró a Canadá con pena, porque en esos días se dio cuenta de lo limitado que estaba aquel muchacho. Sentía que las alas de aquel ángel le habían sido arrancadas para beneficio, y se dio entonces el tiempo para poco a poco acercarse.

Empezaría a buscar su triunfo.

—Pero cuando era más pequeño mi padre Francia solía llevarme a la biblioteca para leerme cuentos y enseñarme a leer en secreto —sonrió con nostalgia—. Ame lo disfrutaba mucho también.

—No creí que Francia fuera así, y por el contrario, creí que UK era el que les inculcó tanta inteligencia.

—UK decía que saber demasiado te hacía odiar todo, supongo que por eso no quería enseñarnos cosas —tomó uno de los libros que le pareció bonito—. No lo culpo.

—Me parece que querías más a Francia.

—No... Mi padre Francia se fue cuando más lo necesitábamos, y con cobardía solo se despidió diciendo que era mejor que él luchara solo… No lo quiero…

Apretó el libro contra su pecho y sin miedo se sinceró.

—No quiero a Francia, y tampoco quiero a UK… Al único que quiero es a Ame.

—Lo que te hicieron fue cruel —con su meñique repasó la mejilla del pelirrojo.

—No lo sé... Pero tal vez UK fue más cruel como para querer solucionar todo al ceder a sus hijos como premio.

—A veces se hace cosas por desesperación.

—O por inteligencia, pues UK evitaba guerras y Francia... pues... creo que las buscaba y después se arrepentía.

Canadá suspiró sin ganas de topar el tema por más tiempo.

URSS no insistió, y por el contrario, se tomó su tiempo libre para evaluar cuán bien podía leer Canadá, y al darse cuenta que se le dificultaba debido a que desde hace muchos años no tomaba libros en sus manos, se sentó junto a él y poco a poco le recordaba los conocimientos básicos.

Le cedió acceso a su biblioteca, recomendando que leyera primero la poesía, los libros de cuentos y fantasía. Lo orientó a alejarse de los libros más complicados, pero nunca le negó acceder a estos si después quería hacerlo.

Le dio un refugio entre páginas marchitas para que dejara la pena de haber perdido a toda su familia. Y aprovechó también para volverse cercano, enseñarle cosas, compartir su tiempo libre, platicar de todo y nada, conocerlo más. Solo para terminar cada vez más fascinado por aquella existencia inocente que a la vez parecía tan ambiciosa y explosiva.

—Como compensación por el tiempo que me cedió, le traje un obsequio.

URSS sonrió ante la muestra afectiva de aquel príncipe.

—Lo apreciaré, conservaré y cuidaré infinitamente.

—No creo que quiera conservar esto —soltó una risita suave, oculta por los dedos de su izquierda.

—¿Por qué no querría?

—Porque la comida se echará a perder.

—Oh, ¿has cocinado para mí?

—Sí —depositó el platillo oculto por la plata fina de aquella vajilla.

Sin tanto misterio, Canadá fue quien destapó su regalo, y con una sonrisa orgullosa lo ensalzó.

—Huele dulce.

—¿No le gusta el dulce?

—Sí —URSS mintió—, mucho más si lo has hecho tú —admiró los detalles de aquel platillo—. Nunca he visto algo así.

—Mi hermano los llamó: panecitos de miel.

Con su diestra derramó el líquido para completar la presentación.

Eran panecitos planos, redondeados, amarillados por el tiempo exacto en el fuego, suaves y casi sin sabor. La miel y la fruta adjunta compensaban el sabor, y cuando URSS lo probó sintió una caricia en su sentido del gusto.

Era dulce, pero le recordaba a la sonrisa de aquel príncipe.

Degustó con gusto el platillo, disfrutando de la emocionada expresión del muchacho.

Y desde entonces, cada cierto tiempo, Canadá preparaba aquella exquisites por pedido del propio rey, y juntos disfrutaban de una agradable plática privada en el comedor del castillo.  


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