Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Emboscada triunfal por 1827kratSN

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 

El claustro que alguna vez cursó en su propio hogar fue infinito, cada día le costaba levantarse y enfrentar sus actividades, muchas veces quiso huir de eso porque era una tortura que parecía no acabar. Las noches llegaban apenas y no duraban casi nada. Deseó dejar de despertar cada mañana. Incluso llegó pensar en terminar con su estadía en tierras humanas por mano propia.

Pero en el reino ajeno no fue lo mismo.

Despertaba animado, no como desearía, pero al menos no sentía esa horrenda carga que conllevaba un compromiso que prontamente se concretaría. En el reino de tierras frías no le pertenecía a una alianza, por eso sonreía cada mañana al darse cuenta que no había horarios de visitas indeseadas, ni estrictas salidas que hacer. En sus mañanas solo estaban los pasillos vacíos que recorría en libertad hasta que la servidumbre lo convocara al comedor.

No era libre, lo sabía, pero tenía esa sensación.

URSS le brindó esa sensación.

Porque ya no se sentía esclavo del tiempo, del reino, de su padre. Ahora respiraba profundamente y planeaba su propia rutina en la que URSS era bienvenido cuando le era posible. Mostraba gratitud hacia ese monarca con diversas actividades para acompañarlo o ayudarlo en lo que pudiese. Y entonces el cansancio ya no era una cruz del mismo peso que un caballo, sino que se asemejaba más a un manto pesado que lo obligaba a hundirse entre sus cobijas y disfrutar cada minuto de sueño.

No sintió el paso de los meses.

—Me encanta la nieve.

Canadá sonrió ampliamente mientras daba pasos tranquilos y apreciaba sus pies hundirse bajo el manto blanco que acunaba los jardines de ese castillo.

—En este reino la nieve es como nuestra madre —seguía encantado al príncipe—. Estricta, pero también amable.

—Sus palabras siempre son como un poema, URSS.

—Espero que logren encantarte en algún punto —sonrió sutilmente.

—Me gustan —afirmó con sinceridad—, tanto como las flores de su invernadero, los caballos de su establo, los libros, el piano, sus jardines y demás.

—Hemos progresado.

URSS se mostraba satisfecho con tan poco, y Canadá solo brindaba risitas gentiles.

—Su hogar se ha vuelto mi hogar.

—Y puede serlo por siempre si así lo quieres.

Entonces los pasos sobre la nieve se detenían y el pelirrojo giraba para mirar con curiosidad al líder de esas tierras.

—¿Otra vez me hablará de eso?

—Las veces necesarias hasta que creas en mis palabras.

—Usted no me ama, URSS... Solo le parezco un reto a alcanzar.

Ya había escuchado frases cariñosas, confesiones serias, apreciaba esa mirada retadora que tomaba un toque gentil cuando lo miraba. Muchas otras veces se había avergonzado cuando las palabras del monarca se daban a la par que sus manos eran acariciadas con amabilidad.

Pero no le creía.

Nunca lo hacía.

Porque ya le habían hecho declaraciones así en el pasado, que al inicio sonaron sinceras y le dieron esperanzas, pero que terminaron por ser mentiras que solo le presentaron tragedias, dolor y odio. No confiaba en eso que denominaban amor, porque aprendió a usar su cabeza e ignorar a su corazón.

—Quédate a mi lado como mi compañero y mi amado.

Canadá observó de nuevo aquella voz resonante en la privacidad del balcón que otorgaba la mejor vista del reino al atardecer. Nuevamente aquellos dedos que buscaron gentilmente los suyos para unirlos amablemente. Otra vez esa mirada cariñosa que escondía la ambición de un monarca que no le temía a la expansión y el triunfo.

Ya era tiempo de decirle la verdad.

Porque le había ofrecido una vida tranquila y en correspondencia, al fin le daría una respuesta a esa rutinaria declaración.

—No puedo y tal vez nunca pueda, URSS.

—No veo o entiendo el por qué —lo miró a los ojos—. Solo decide quedarte conmigo.

—He pasado más de un año bajo su protección, mucho más que un solo año, y creo que es tiempo de ser sincero.

—¿Me dirás por qué tu rechazo es inquebrantable?

Canadá deslizó sus manos para alejarlas de las ajenas, las escondió debajo del abrigo que usaba, desvió su mirada al suelo un momento. Su expresión serena se perdió y una pena que ocultaba siempre le superó.

Elevó su mirada decidida.

—Porque un rey no puede desposar a alguien que no tiene pureza.

URSS lo miró fijamente, sin decir nada, apreciando la posición tensa de aquel príncipe.

Procesó aquellas palabras con detenimiento, en silencio, ahogando unas ganas inmensas de exigir que lo dicho fuera mentira.

Porque no podía creerlo.

No de aquella figura tan perfecta, de esa mirada que brillaba llena de esperanzas.

—Justo ahora debe sentir asco por mí —le sonrió falsamente, solo curvando sus labios.

—No es así... —URSS suavizó su voz—. Solo estoy sorprendido... Porque no adivino quién pudo ser tan afortunado de tenerte por primera vez.

—No fue consentido, si a eso se refiere —apretó sus puños.

—Ahora... —el azabache se mordió el interior de la mejilla para ahogar su rabia—. Necesito saber… Quién fue capaz de…

—Me deshonraron hace mucho tiempo —Canadá soltó un suspiro—. De qué serviría contarle más que solo lo importante.

—¿Quién? —presionó.

En ese instante, tras esa confesión tan seca que ocultaba el dolor de un alma gentil, URSS sintió arderle las entrañas por la rabia. Le embargó el deseo descabellado de encontrar a tal escoria y torturarlo hasta la muerte. Porque solo un demonio podría haberle hecho tal horror a aquella criatura tan… armoniosa.

Vio esa mirada llenarse de dolor, esos labios temblar, pero no flaquear.

—Quien quiso vengarse de mi padre Francia... —Canadá apretó los labios—. Y usó a un niño para eso.

—Dame un nombre y yo mismo... —elevó su voz por la furia.

—México siempre tuvo conflictos con mis padres...

Canadá se irguió un poquito más, mostrando que el dolor no lo doblegaba y que de cierto modo sintió placer al rebelar el nombre de su agresor a aquella imponente presencia. Porque en el fondo tuvo esperanza de que URSS hiciera algo para que su dolor menguara y su ira se viera complacida.

Aunque las posibilidades fueran pocas.

Lo dijo con placer.

—Cuando todo pasó un límite, buscó a un niño indefenso e ingenuo al que lastimó vilmente para hacer sufrir al monarca enemigo —Canadá miró al cielo mientras sonreía con falsedad—. No pude defenderme... Y al final ni siquiera pude protestar...

Los ojos azules se vieron plasmados en furia y satisfacción. Porque le acababa de rebelar a aquella bestia, que siempre estuvo tratando con un demonio disfrazado de un gran amigo.

—URSS... —sonrió— ¿qué hará ahora?

No había dicho palabra alguna desde que escuchó el nombre México. Y aun no estaba seguro de lo que sintió en ese instante.

—No lo sé —al fin habló.

—Al menos lo está pensando —se relamió los labios.

Las esperanzas porque URSS tomara venganza por mano propia, se fue. Se sintió idiota por haber siquiera pensado que aquel monarca lo ayudaría… Era por eso que nunca le rebeló su secreto a nadie.

—Pero por qué... —el eslavo carraspeó para retomar compostura—. ¿Por qué te comprometieron...?

—Mi padre Francia no pudo con la rabia, pero a nadie le beneficiaba una nueva guerra... Y fue así que para limpiar mi honra manchada y terminar con la guerra cruel... Me cedieron como premio a mi enemigo, para que este callara y se calmara... —lo dijo con tanta rabia, que dio un fuerte pisotón—. Pero decidieron que la boda se aplazaría hasta que yo sanara mis heridas y fuera apto para ser desposado... ¡Que amables fueron!

No pudo con la furia guardada por años y golpeó la pared con fuerza.

—Canadá...

—Y ahora ¿qué hará URSS? —respiró profundo para retomar el control—... Ya sabe por qué odio a México con toda mi alma, y entiende por qué casi no dudé en quedarme aquí con tal de huir a ese matrimonio horrible... ¿Qué hará ahora con su amigo? ¿Y que hará conmigo? —lo miró conteniendo las lágrimas—. Ya le conté el secreto que ni mi hermano sabe… ¿Qué hará ahora?

URSS se quedó callado.

Canadá soltó el aire y dio el primer paso para alejarse.

Siempre supo que no podía contar con nadie.

Estaba solo.

Siempre estuvo solo.

Se retiró con prisa, pasos pesados, respiración agitada, las lágrimas escapándose porque no podía menguar la rabia de saber que aquel monarca que le profesaba amor sincero se vio intimidado por la cruda realidad.

Los odiaba a todos.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).