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Vomitando flores sobre tu piel [Reed900] por Angelkitx

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Para Gavin Reed, el admitir que estaba perdiendo la cabeza por un androide, no le resulto para nada fácil. Se porfiaba de lo pasajero, como aquellos lejanos amores livianos como plumas que se marchaban de su vida con la mínima brisa del tiempo. El viejo Gavin se había acostumbrado a aquella rutina del desapego, de querer vagamente un día, sin la necesidad de caer en las ataduras sentimentales. Y es que él no podía concebir la idea del compromiso. Los roces tiernos y los suspiros jamás entraron en su diccionario de su forma de expresar el sentimiento. 


En el pasado, nunca se interesó lo suficiente en compartir momentos con alguien más, con un límite de una noche o, con suerte, dos. Solo por el simple hecho de que era una buena forma de pasar aquel insomnio debajo de su piel y reemplazar, con un poco de calor, el vacío en su pecho.


Él único que superó el récord de veinticuatro horas con el detective, fue el Capitán Allen. Funcionaron bien en la cama o en un café, más la relación simplemente se desvaneció. Y no era nada nuevo en la vida de Reed, porque él era consciente que el hecho de que no podía entregarse completamente a la relación era algo que sumaría para su separación con quienes estuviese y el Capitán no iba a ser una excepción.


Diferente, por supuesto, a su actualidad.


Cuando comenzó a cuestionar lo que sentía por el androide, se encontró pensándolo todos los días, a cada hora, en cada soplo. Se encontró amándolo. Espontáneamente y acorde con las nuevas emociones que le provocaba Nines, su relación comenzó a avanzar. RK900 permanecía a su lado y Gavin no podía creer lo que sus ojos veían: alguien que lo tratara de esa forma, a alguien tan mierda como él. RK900 podía ser un maldito arrogante, con complejo de superioridad artificial y con un ego casi tan grande como el de los humanos; pero a su vez, era el sinónimo perfecto de las estrellas que perduran en la mañana. Su piel artificial era casi tan blanca como la nieve y todos los matices en él, resaltaban. Las gotas en sus ojos, eran hipnotizantes mirar, al igual que su caminar tan exacto y su voz tan hechizante.


Y, de a poco, el anhelo de estar con él fue algo imposible de controlar. 


No era particularmente tímido con las relaciones, si le gustaba alguien lo decía y ya. Sin vueltas. Pero con Nines, el hecho de admitir su amor por él, era darle, al androide, la victoria a la apuesta sin sentido que se propuso. Así que iba a esperar a que RK900 demostrara, de igual forma, interés hacía él. De esta manera, estaría seguro de que no era el único en sentir aquella semilla dormida dentro de él.


Se desvelo días enteros buscando algún indicio de que él también lo amara, pero no lo encontraba. No tenía ni siquiera la certeza de que, si el androide sintiera, tanto como él, ese choque de miradas. Porque más allá de su funcionamiento y característica normal en un RK, Gavin no sabía mucho de como sentía un androide. O si quiera si lo hacía. Mas no perdió el deseo, investigo y consulto con su único amigo mecánico sobre el cómo manifestaba sus emociones. Porque el buscar: "¿Como hacer sentir a un androide?" solo lo llevaba a paginas algo raras y extrañamente interesantes dentro del Internet sobre "juegos de cables"


Y allí, con su opuesto, obtuvo la respuesta que perseguía.


«— Nuestra piel artificial se contrae ante el contacto de la persona que amamos» explico Simón, juntando sus manos con la de Markus.


Escuchando esas palabras intentó recordar si eso ocurría cuando él estaba a su lado, pero no logró traer al presente algún recuerdo parecido. Y si no encontraba, lo iba crear. Entonces, aprovechando la oportunidad de que ambos solían entrenar juntos, se decidió a comprobar su hipótesis: en aquella tarde del convocar las flores en Gavin, con la orden y obstinación de atar sus cordones, el humano, entre caídas de lucha, cayó sobre sus labios. 


El tacto brusco se rompió en un instante, cuando Reed se alejó rápidamente al notar que la piel original de Nines se negaba a mostrarse para él. Y aunque directamente el androide no lo haya rechazado, sintió la punzada dentro de él. Más aun cuando, entre sus disculpas, RK900 lo interrumpió con frialdad: «— Deja de disculparte, fue un accidente sin importancia Gav. No tengo el concepto de primer beso marcado como tú especie, no me causa lo que tu piensas.»


Solo eso, un simple choque sin valor. 


Así describió Nines aquel momento. Mientras que, para Gavin, eso no era algo sin importancia, era algo que había estado esperando hace mucho tiempo, algo que su alma deseaba en cada pasar de una estrella fugaz. Y RK900 tenía jodidamente en claro que, en la cultura del humano, ese tacto no era algo simple. Era causante de varías poesías e inspiración primaverales. Por eso, el hecho de que etiquetara esa aproximación como algo insignificante, provoco que el detective se enredara entre las raíces sofocantes del no ser correspondido.


El corazón del humano se exprimió y dejo caer las gotas que dieron vida a las flores dentro de él. 


Al no ser la primera vez que se enfrentaba a un desamor, planeo ignorarlo y solo continuar. Pensó que Nines sería solo un recuerdo amargo en un sorbo de alcohol. Su orgullo, tan obstinadamente ciego como siempre, le brindo una falsa sensación de alivio ante el nuevo apretón en su respiración en cada encuentro con el androide. Pero por más que cubriera sus ojos con su ego, el dolor se agudizo cada vez más sin que pudiera detenerlo. Y entonces, aquellas plantas que tanto amaba Nines, comenzaron a crecer en pequeños capullos en los pulmones del humano. Resplandecientes en tonos azules. 


Y aún dormidas, dejaban ir fragmentos fuera de Gavin.


El primer pétalo, Reed pensó que estaba muy, pero ¡Muy ebrio! y que solo era una alucinación. Con el segundo, su pierna troto más de lo normal en el exhalar del humo abrazador, replanteándose si era real o un sueño aquello que le sucedía. Y con el tercer pétalo, acompañado de algo de sangre, se le ocurrió finalmente dejar de ignorar lo que le sucedía y buscar información. En... internet.  Si, internet ¡Porque el hospital no entraba en su razonamiento para nada!


Y tal loco, al enterarse de que aquello que le sucedía era algo real, la risa de la miseria resonó por todo su departamento. En su máximo esplendor su egocentrismo, seguro de sí, decía que él no podría tener lo llamado: "Hanahaki Disease". Eso solo debía ser un invento disparatado y enfermizo. Porque él, entre todas las personas, no podría estar así por alguien, y ¡Menos!; ¡Menos por un androide!


— ¿Y.… qué tal si, sí? — vacilo el efecto del alcohol en una de tantas noches. 


Y esa seguridad de sostenerse del que Nines era un androide, se desvaneció en su duda. Porque con la llegada y aumento de la frecuencia de la aparición de los pétalos, comenzó a replantearse de mala gana en el inicio de un trago, si realmente era inmune a esa enfermedad como él pensaba. Si realmente era la excepción de cupido.


Tenía bien en claro que, además de odiarlo, lo amaba. Porque detestaba la idea de dedicarle su latir y, a su vez, le gustaba hacerlo. Y en burla, la ironía se cruzó de piernas al frente de él en el bar, sonriendo triunfante ante la contradicción de toda idealización del detective. La ingenuidad y el no creer, se derramaban en su garganta con el sabor del tequila.


Tomaba para evitar ver la realidad de que sus putos pulmones creaban confesiones azules para la inteligencia artificial. Fumaba la búsqueda de una forma de detenerlas y bebía en tres sorbos, las únicas opciones a su disposición.


La muerte, una de ellas. La más lógica para él, ya que siempre la intento entre acciones destructivas de sí mismo, con el fin de abandonar su forma física para sentir un dolor más fuerte en el derramar sangre que el que sentía en su alma cada vez que su padre intentaba atarlo a ser algo que no quería.


La cirugía, otra posibilidad. Pero Gavin estaba seguro de que, hasta que pudiera siquiera conseguir reunir algo del dinero para pagarla, las ramas le saldrían por la nariz y se convertiría en un puto árbol.


Y confesarse... pero esta no era opción. ¡No para Gavin! Quien, con el avance de la enfermedad, encadeno a su alma una absurda determinación de no decir nada. Por lo tanto, abandonando el sincerarse, creo una nueva y propia elección: el disfrutar el tiempo restante y callar el sonido de su alma. Porque si bien moriría, no iba a aceptar su derrota. No iba a admitirle al androide que lo amaba, porque eso solo iba a darle la victoria a Nines y, el humano detestaba perder.


Con aquel deseo de besarlo cumplido, Gavin ceso la ilusión de que el androide pudiera sentir lo mismo. Después de todo, esa caricia entre sus labios había sido una estrella más en la noche estrellada de Detroit ante los ojos de RK900. Y no necesitaba pensarlo mucho para darse cuenta si él, el detective que siempre lo aparto, insulto y trato como una máquina sin sentimientos, le confesara que en realidad lo amaba tanto como al café a todas horas; este simplemente lo humillaría con cinismo y le arrebataría su respirar sin dudarlo. Y en consecuencia ante esa errónea concepción del otro y la falta de comunicación entre ambos, Gavin coloco sin permiso una cortina de odio sin razón entre los dos.  Esperando con sus puños cerrados y flores a su alrededor, que el brillo cada vez más fuerte de su sentir no trasluciera su verdad del otro lado del miedo.


...


Las hojas amarillentas de las plantas dentro del pequeño departamento de Nines, se soltaban y, suavemente, se recostaban sobre las baldosas de marfil claro. El androide estaba sentado sobre el sillón con su postura recta, extraviado en alguna memoria de Gavin. El rojo lo acompaño de camino de regreso a su casa, con Connor a su lado pidiéndole que compartiera con él aquello que lo estaba sofocando. Sin embargo, RK900 quería estar solo. Le gustaba el silencio que ofrecía las enredaras en su ventana, aunque claro, prefería escuchar el gruñir de su humano.


Y como pasajes al tren del ayer, los colores del detective continuaban resaltando entre sus cosas: una chaqueta, el café instantáneo en la alacena y un paquete de cigarrillos que el androide le había confiscado al detective. Bajo su mirada hacía aquella flor azul sobre sus manos. Ahora, ese nuevo boleto que había olvidado Gavin sobre la cama de Jericó, se sumaba a los tanto que provocaban el pensarlo.


Cerró sus parpados artificiales.


Debía entrar a su palacio mental y desenredar aquellos cables sueltos dentro de sí. Organizar sus sentires por su compañero de trabajo y controlar la inestabilidad que se empeñaba en permanecer en su programa. Ignoro el tiempo y, en un instante, la sala se desvaneció en un bosque infinito iluminado por las luciérnagas. El otoño de afuera, parecía afectar a la gran cantidad de árboles, guiando el rumbo de su verde con la brisa simulada, revoloteando los pastizales oscuros en conjunto de las mariposas. 


En realidad, su software solo recreaba predeterminadamente un lago y un puente rodeado de plantas, pero aquel bosque era el resultado de dedicar su programación al detective. Y aquello fue el retrato perfecto de su combinación. 


El humano no estaba allí, en aquel precioso paisaje, tan solo se mostraba en una forma vaga. En destellos momentáneos reflejados contra el agua cristalina de la cascada a pasos de donde estaba, detrás de las pantallas flotantes. La atmósfera roció esferas brillantes y círculos fulgentes de luz en auroras. Verdes, como el brillo de Gavin y, celestes, como el iris de RK900. 


Se disperso en su andar sin final, hasta llegar al agua falsa de su programa, cerrando todas las pestañas de imágenes. Preguntándose qué era lo que Gavin estaba buscando haciendo todo eso. ¿Por qué todo seguía igual?, ¿En que había fallado Nines?


Y esos centímetros de encontrarse, parecían años luz de distancia en la despedida repentina que le dedico el humano. ¿Que debía hacer?, si siempre daba todo de él para amarlo. Y continuar ocultando su sentir era un camino muy fácil, pero a pesar de serlo, no quería hacerlo. 


¡No había obtenido su libertad solo para ignorarla!


Él quería que Gavin lo dejase amarlo. 


¿Pero que cómo podría demostrarle a Gavin que él realmente, realmente quería dedicarle su eternidad?, ¿Cómo podría expresar las tantas emociones que pueden fluir dentro del paisaje nocturno del bosque? 


Al lado suyo el capullo de su planta favorita salió de la tierra con delicadeza. RK900 parpadeo sin entender, él no estaba creándolas. Agacho su rostro y acerco su mano hacía la flor hermosa.  Y apenas sus dedos rozaron contra un pétalo, esta despertó y, a su alrededor, varías hicieron lo mismo. La inestabilidad se manifestó a su lado, recreando la silueta del humano. Apretó sus labios, congelándose ante la repentina figura de su amado.  Extendió su mano a la del contrario, pero cuando se tocaron, la imagen de Reed se deshizo en flores y su programa lo hizo volver a la realidad de golpe. Abriendo sus ojos, regresando a su solitario departamento sin Gavin. 


Su visión tardo más de lo normal en adaptarse de nuevo en su sala de estar, irritándolo. Entendió entonces, el por qué el humano detestaba que lo despertara a la mañana cuando dormía. Aún era temprano para ir a trabajar y reencontrarse con Gavin, pero su HUD creaba caminos, misiones y posibilidades para ver al humano. Pero él las pospuso a todas. 


Primero, quería calmarse, encontrarse tal vez entre el enredo de sus pensamientos. Para que al tener al detective al frente de él, poder hablar sin apartar su mirada y saber que decir. Porque, además, quería respetar la decisión del detective sin dejar de apreciarlo. Él no podía obligarlo y dejarse controlar por sus sentimientos de esa forma tan carente de razón. No, no podía. 


Mas quería hacerlo, porque amaba perderse en la atracción de Reed.


Su LED bailo en amarillo hasta alcanzar el azul. Si el humano ya sabía lo que él sentía, no había razón para ocultarlo. Y aunque cualquier ser racional diera a su relación como una causa perdida, RK900 iba a intentarlo. Una y otra vez. Porque sabía que nadie más que Nines podría llegar a amarlo con todo su software como él. Así que, aunque la lógica le decía que de nada servía seguir al detective en su estasis, si este ya lo había rechazado, él decidió encontrar la forma la forma de llegar a Reed. Comprender sus palabras vacilantes y entender sus explosiones. Mientras, en el proceso, continuaría amándolo dentro de un archivo secreto, como siempre lo hizo. Porque no podía evitar el sentimiento eterno de los miles emociones que se colaban en sus procesadores con cada roce sin intención con el humano.  


Y aunque la ilusión se etiquetase como algo "exclusivo del humano", en el color esperanza de su LED, el androide derrumbo la fragilidad de los arquetipos. Apoyo la flor sobre la mesa con delicadeza y con su amor vigente, se levantó del sillón para esperar, ansiosamente, el verlo, para estar siempre con él. 


¿Y qué si debía volver a donde alguna vez inicio?


El tiempo que le tomase, no le importaba. Empezaría de cero y permanecería a su lado en cada anochecer de su existir, esperando que, en algún momento, su mensaje fuera respondido con otro "te amo” de Gavin...


...


Convenció a Tina que se vaya luego de visitar la tumba de Roselin Reed. Ya que quería recurrir a la acogedora soledad para acomodar su mierda. No lo dijo con esas palabras, pero de alguna forma, la influyo para que regresara a su casa con su pareja, con una mentira creíble en un: "Nos vemos mañana, Tina" y un apretón fuerte de despedida. 


Las pastillas para dormir se disolvieron dentro del té de manzanilla, mientras él se lamentaba no poder quedarse. Y lo que prometió algún tiempo atrás, neutralizo el efecto de todo lo que intentara hacerlo dormitar. Ni siquiera el aroma a lavanda en su mesa de luz lo ayudo a provocar, en él, la tan esperada visita del sueño.


Y como no tenía nada mejor que hacer, gasto la noche en frustrarse viendo los testimonios de las personas que habían sufrido su misma enfermedad y decidieron operarse. El final del lapicero sobre el escritorio estaba mordisqueado ante la idea fugaz de realizarse la cirugía. No obstante, aunque lo pensase, no era el camino que él quería tomar. No quería renunciar a sus emociones, cerrándose en la realidad física y eliminar toda emoción, irónicamente como un robot. Exhalo el humo del cigarrillo en espirales y busco dentro del cajón del mueble, un bloc de notas, un sobre y, luego, se encamino al sofá, para comenzar a escribir aquello que guardaba hace tiempo.


El sol calentaba cada vez menos. Las plantas teñidas de anaranjado se infiltraban por la ventana del comedor del departamento de Gavin y crujientes danzaban por la sala. Suaves despedidas se escuchaban en el viento entre las conversaciones de las hojas: Adiós al verano, a los colores dorados, adiós al cielo resplandeciente... adiós a Nines.


Detuvo la lapicera sobre el papel, remarcando las palabras sin mirar bien lo que estaba escribiendo. Solo garabateaba oraciones inconclusas. Porque aquellos sentimientos que no podía transmitir en voz alta, tampoco lograba plasmarlos en el papiro. Alrededor de él, los bollos se sumaban acompañados de resoplos y gritos ahogados de frustración. La tinta trazaba leves palpitares y él las arrancaba del cuaderno con brusquedad, sin sentirse satisfecho de aquello que trataba de describir.


Lanzó el bolígrafo contra la pared ante el sexto escrito, apagando el cigarrillo contra el cenicero lleno, para luego dejar caer su cabeza hacía atrás del sofá de cuero. Sus compañeros de vida lo observaban sin comprenderlo. Gavin se ahogaba entre el azul de su escrito pensando a Nines. Miro el techo con detenimiento, pidiéndole a la musa dormida en cada segundo que lo ayudara a llevar su corazón al papel. El café se mecía con el viento que entraba por la ventana, enfriándose cada vez más. Y aunque esa era su tercera dosis de cafeína del día, al no ser el café que preparaba RK900, su paladar se negaba a sentirse a gusto, porque su cuerpo era igual de caprichoso cuando de Nines se trataba.


La muerte burlona pasaba por allí en varias ocasiones, amagando a acercarse a sus labios con la llegada de nuevas flores, pero siempre se detenía a fragmentos de sus labios y no le permitía al detective acompañarla a esa tan esperada caminata eterna por su jardín. Y él la esperaba con impaciencia, quizás tanto como alguna vez lo deseo cuando era joven, porque de igual forma le rogaba entre bufidos de impaciencia que no lo hiciera esperar más y que simplemente le tomara de la mano.


—...puto infierno –— insultó por lo bajo, apoyando su brazo sobre su rostro. Bruto se acercó a él, con el pelaje desordenado y la lapicera entre sus colmillos —. Oh, gracias pequeño... — tomo el bolígrafo con su mano y el felino entre un maullido se acurrucó a su lado junto con los otros dos. 


Reed no estaba solo. Sus fieles felinos continuaban a su par, sin renunciar a la idea que el torpe de su querido humano, dejara de buscar la muerte. Siete vidas cada uno y decidieron pasar todas ellas al lado de Gavin. Acompañándolo en aquella soledad, relajándolo con ronroneos de afecto.


— «Jodido Nines:» ¿Qué tal si empiezo así? — miro a los gatos, estos negaron con la cabeza y sisearon — ¡Solo decía! — chilló arrugando el papel —. Y que tal: «¿Querido Nines alias pinchazo de plástico?» — gruñeron, mostrándole sus garras — ¡Mierda, ya entendí! No- ¡No me arañen bastardos! — le devolvió la tinta a su bolígrafo con la luz de su alma y empezó a rayar el comienzo de una carta, mientras el otoño lo rodeaba de inspiración.


No era bueno escribiendo, había sido tan solo un hobby vago de secundaría, ya que había pertenecido a una banda como guitarrista y vocalista compositor en algunas ocasiones. Por lo que el crear frases sobre el mundo y sus mierdas jamás había sido un problema. Pero ahora al frente del papel, comprendió que escribir sobre el sentimiento del amor sin caer en el tinte de la obsesión y dependencia, era... bastante difícil. Más cuando su enfermedad se trataba específicamente de eso. Su puta vida dependía de lo que Nines sintiera. Y Gavin por más que lo amase y no se arrepintiera de hacerlo, despreciaba lo retorcido de la situación a la que estaba atado, que indirectamente, arrastraba a RK900 de por medio. Y aunque fuera correspondido, Reed no estaba preparado para estar en una relación, no después de tanta mierda. 


No sabía si estaba listo para ser acompañado en su soledad. 


Giro la lapicera entre sus dedos y se le cayó al suelo. Cerró sus ojos con fuerza ante el fracaso del intentar y se levantó. 


Se decidió a calentarse el café, esperando que eso le sirva de ayuda para centrarse, porque ni siquiera tenía las bellas fotografías que se había tomado con el androide para despertar a la dulzura dentro de él y derramar miel sobre su carta.


Todo se perdió en aquella tarjeta de memoria. Porque, además, no se acordaba de su contraseña de Drive para buscarlas de allí. Ya había probado con: "Putos androides", "Hank se la come", "Connor es un perro faldero"; "Gatitos". Pero ninguna era la correcta. Y no es como si pudiera llamar a RK900 para pedirle amablemente que su menta helada iluminara de ideas cristalinas su bolígrafo.


Y entre pensar, metió la taza dentro del microondas y espero unos minutos, con sus manos metidas en su campera, que el líquido se calentara. Esa seguramente iba a ser su nueva rutina de vida cercana a la muerte: encerrarse en su casa, con sus gatos, preso de una enfermedad. Oh, eso ya lo había vivido hace tiempo. 


Arrugo la nariz ante el recuerdo reflejo del año dos mil veinte.


La cerámica giraba tanto como la mente del humano, en ondas agobiantes. Y en un pitido molesto, advirtió que ya había cumplido su misión. Abrió la puerta del aparato y tomó la taza con sus manos sin esperar a que se enfrié, quemándose en el acto. Suspiro frustrado y espero unos segundos, con el rojo en sus dedos, para volver a intentar agarrarla. 


¡Con cuidado esta vez!


Recordó entonces, las veces que no supo tratar con el androide y lo hirió con sus palabras, por no saber cómo disculparse. Las ramas dejaron nuevos tallos dentro de él, apretando su pecho en el acto. Reed bebió un sorbo del café y retomo su camino al sillón con tristeza. El dolor en su tórax hizo que su visión se desenfocara y no pudiera notar el mueble delante de él, chocando contra esta y derramando la bebida en el suelo junto con nuevas flores. Pegó su cabeza al suelo sintiéndose idiota, enrojeciendo su frente. Los gatos se acercaron a él y lamieron su rostro para que se levantase. Los miro y sopló el mechón rebelde que caía sobre sus ojos y entre el resoplo de la rabia, se reincorporo. Resonó su lengua en su paladar al ver el desastre. Su taza continuaba con intacta, pero su ropa y suelo estaban empapados.


Limpio con enojo el piso y se quitó la remera, camino hasta su habitación tirando en el camino la prenda sobre el lavamanos del baño y entro a su cuarto. Busco entre su placar la playera que el androide le había regalado para su cumpleaños pasado. Era una de sus prendas favoritas, además de su chaqueta, por supuesto. 


Sobre la tela negra, tenía estampado la imagen de un gato sosteniendo un café y la frase: "Bring me a coffee, dipshit"


No solía usarla más allá de su departamento porque no quería arruinarla. Así que la usaba en secreto en sus noches de soledad, imaginándose al androide. Porque su fragancia a eucalipto continuaba en esta y Gavin nunca dejaba de sentirse cómodo al usarla.


Observo su reflejo en el espejo y giro suavemente su cabeza para aquella marca corrida en su cuello. Dibujo una mueca, pensando que tal vez el moverse cuando se la estaban colocando no había sido una buena idea. Respiro con aprieto y regreso con pasos livianos al sofá, sosteniendo la carta en sus manos.


El papel se traslucía al elevarlo sobre el hilo de sol que entraba por la ventana ante la ausencia momentánea de las nubes grises. Era lo último que debía hacer, escribirle un adiós a Nines. Ya había cumplido -a su manera- aquello que se había propuesto la mañana después de que la primera flor se deslizara de sus labios.


Quito de su lista de cosas antes de partir las conversaciones con las personas que tuvo pendiente por tantos años, el encontrar un nuevo hogar para sus gatos y el despedirse, indirectamente, de su hermano y, joder, mejor amiga. Con la promesa vacía de verla vestida de blanco frente al altar. Pero aún quedaban cosas por aclarar, sentimientos por el androide que nunca supo expresar o decir, ahora los plasmaba sobre el papel. Sonreía y su lagrimal contenía las lágrimas. Las letras se corrían ante las pequeñas gotas, el papel se arrugaba con las crecientes punzadas que le producía el pesar del punto. 


Cada nuevo pensamiento era trazado en un adiós y Gavin los recitaba en voz alta, en una que otra ocasión para asegurarse de que sintiera aquello que escribía. Se avergonzó al saber que todo eso no era más que un reflejo de su corazón de piedra y se detuvo unos segundos a tontear sobre qué diría aquel detective del pasado si se viera allí, solo como siempre y más enamorado que nunca. Se reiría y en un fruncir de ceño le recalcaría lo miserable que había resultado.


Y es que el alejar a Nines nunca le funciono, porque regresaba a él. Pero por más la borra del café que le preparaba RK le demostrara que su futuro era a su lado, él la ignoraba, porque la inseguridad le susurraba al oído a la par, que aquella dependencia iba a matarlo y qué el androide no podría amarlo jamás. Que nadie podría hacerlo y que al final del camino, el amor lo abandonaría luego de derrumbarlo por completo.


Él no podía creer la idea de ser amado ni la de amar, porque esa era su percepción del mundo, de sí mismo. Y como si de un mantra oscuro se tratase, el: "me lo merezco" contamino toda su alma. Apretando su cuello para que se ahogase en las palabras guardadas. Su corazón vibro profundamente y su respiración se entrecorto mientras se acercaba al final de la carta. Sus manos temblaron sobre el papel, las luces pedían salir y la sangre se derramo sobre el papel. Las ramas avanzaron más, amenazantes contra sus vías respiratorias.


Y él lo intento...


Intento retomar el control sobre su cuerpo, pero no pudo. Hiperventilaba esbozando las palabras restantes. La imagen frente a sus ojos comenzaba a hacerse impreciso y el bolígrafo se volvió a caer sobre el suelo. Pero, aunque estuviera asfixiándose, la levanto y con su pulso tambaleante se dedicó a terminar la carta.


Las flores caían de él como siempre lo hicieron, dejando ecos titubeantes. Tras de trazar el "te amo" de despedida, Gavin dibujo punto final. Y dejándose llevar casi por completo en los recuerdos de las pupilas de RK900, cayó sin delicadeza sobre el tapiz. Arrastrando las letras y corriendo la tinta en el proceso del caer.


No podía respirar bien, parpadeaba cada vez más lentamente sintiendo su pecho hundirse en contracciones, ocultando el verde de su mirada detrás de sus parpados. 


Miro fugazmente a su lado la carta terminada y no pudo evitar que la curva de sus labios embozó una sonrisa débil ante la nostalgia. Y, perdiendo la percepción de su alrededor por completo, susurró el nombre de Nines en lo que parecía el último suspiro de su corazón...


...


 


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