—O sea, que volveis a estar juntos—sentenció Ron.
—Sí—sonrió Harry.
—¿Y confías plenamente en él?—Hermione solía ser la voz de la razón, y la vocecilla de su conciencia.
—Lo voy a hacer.
—No soy fan del hurón—dijo Ron llevándose una mala mirada de Harry—. Perdón, es la costumbre. Pero no me hubiera gustado verme en su situación.
—A mí tampoco.
—Lo sé.—Harry suspiró, esa espinita estaba allí, y creía que iba a tener que saber vivir con ella, porque sin Draco se le hacía demasiado cuesta arriba.
—¿Qué vais a hacer cuando acabe el curso?—Hermione había planteado algo que él ya había pensado, Narcisa Malfoy vivía en Grimmauld Place y la invitación estaba extendida para Draco también, Harry no iba a volver a Privet Drive, no con ellos allí.
Lo había hablado con Dumbledore, y él había puesto una condición, seguía siendo el guardían secreto de Grimmauld Place, y Harry su dueño, pero quería a un buen número de miembros de la Orden con Harry día y noche.
A Harry le parecía bien, mientras más, mejor.
Grimmauld Place era un lugar oscuro, pero enorme y Harry se alegraba de tener algo que ofrecer aunque fuera a costa de la muerte de Sirius, seguro que él hubiera querido que Harry saliera de casa de sus tíos.
A tres semanas de que el curso acabara, Harry se lo dijo a Draco.
—¿Todos juntos?—preguntó el rubio.
—Sí.
—¿Realmente estaremos seguros allí?
—Esa es la idea.
—¿Estaréis seguros con nosotros allí?—Aquella pregunta no era Draco el único que se la hacía. Dudaba que Voldemort, que no brillaba por su misericordia, no quisiera cobrar una cruel venganza con los Malfoy.
El número elevado de la orden no solo era por Harry.
Algo que no podría decirle a Draco, es que tenían otro lugar si las cosas se complicaban.
Y Harry se temía que iban a complicarse muchísimo.
Pero ahora solo quería imaginar qué sería tener a Draco bajo el mismo techo, en la habitación de al lado, incluso en la suya.
Eso daba muchas opciones que quería vivir.
Y quería ampliar el jardín trasero para que Draco pudiera volar, se lo había visto hacer una vez a Remus para que todos jugaran al Quiddicth cuando el año anterior todos los Weasley y Harry pasaron la Navidad allí.
Quería volar con él, quería dormir con él, quería despertar con él. Lo quería todo, porque ya que uno se mete hasta el fondo con un veela, ¿cómo no lo va a querer todo con él?
Su veela le dio un beso para sacarlo de sus propias ensoñaciones donde le besaba muchísimo.
—¿Dónde estabas?—preguntó Draco volviéndole a besar.
—Ningún año había querido tanto que acabara el curso.—Draco le miró sorprendido, él no podía entenderlo, pero tendría tiempo para explicárselo, para contarle todo—Es porque este verano voy a estar contigo todos los días.
¿Harry había dicho cuánto le gustaba que Draco se sonrojara?
Muchísimo, todo, infinito.
Una ronda de besos que les hacían olvidar que no estaban solos, ambos dejaron la Biblioteca bajo la mirada turbia de la señora Pince. Y varios estudiantes que les habían imitado demasiado efusivamente.
A veces Draco no era capaz de controlar lo que un veela enamorado provocaba en los demás.
Aunque Hogwarts no había vuelto a ser el hervidero alocado, sí se notaba mucho más alegre desde que ellos dos habían vuelto a retomar su relación.
Desde que Harry acompañaba todas las mañanas a Draco a su mesa de Slytherin en el comedor y le daba un beso que hacía suspirar a medio colegio.
Ambos habían, sin querer, dado un paso que hizo que todas las casas comenzaran a eliminar ciertas barreras.
Viejas y absurdas rivalidades heredadas, generación tras generación.
Un pequeño cambio que supondría una gran ventaja a lo que estaba por venir.
Harry no olvidaba lo que le tocaría hacer, pero no ese día, ni probablemente los siguientes.
Y aunque el destino no perdonaba, sentía que ya no estaría a oscuras, porque Draco brillaba para él.