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DRAGONES por yukihime200

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29. Marca


— ¿Debo estar asustado? —dijo Líam de repente. Todos se encontraban sentados en la larga mesa del comedor mientras en un silencio aterrador miraban a Río, quien no había soltado ni una palabra desde que llegaron y se sentó ahí, con su mentón apoyado en sus manos entrelazadas mirando al infinito. Los padres de Ian se habían marchado hace mucho tiempo, sin recibir nada más que un cordial saludo por parte de todos.


— ¿Por qué lo dices? —preguntó devuelta sin mirarlo directamente.


— Estás muy callado —comenzó a explicarse incómodo mientras se frotaba la nunca nervioso—. No es normal en ti. Pensé que estarías más enojado.


— Oh, no me malinterpreten, estoy realmente furioso —la voz gélida con la que dijo esa última frase caló en las espinas de todos los presentes, arraigando un extraño terror en lo profundo de sus cerebros que no podían explicar—. Pero no puedo perder la calma —. Retomó luego de unos segundos—, eso haría que mis pensamientos fueran un caos y nos pondría a todos en aprietos.


Mihail, quien estaba sentado en silencio a la cabeza del lugar, cerró sus ojos e hizo un imperceptible movimiento afirmativo alabando el gran juicio y temple de su nuevo hijo.


— ¿Qué piensas hacer ahora?  —dijo el patriarca llamando la atención de todos.


— Partiré mañana a primera hora —respondió escueto—. Este mes de batallas han sido terribles para nosotros—. Paseó su vista por sus hombres al comenzar su discurso—, algunos de ustedes terminaron muy lastimados, otros incluso perdieron su vida—. Muchos desviaron su mirada al piso al recordar a sus compañeros caídos mencionados, algunos ni siquiera habían podido llorar sus muertes desde que todo ocurrió—,  es por eso que esta noche quiero que descansen, y que me acompañe el que lo desee. Incluso si nadie viene iré solo. No abandonaré a Leon, así lo traiga vivo o muerto—. Nunca pensó que decir la última palabra le costaría tanto que pasara por su garganta.


Sin decir nada más se levantó con cuidado de su asiento y comenzó a caminar hacia su habitación bajo la mirada de todo el mundo.


El pasillo del ala que daba a sus aposentos se le hizo extrañamente largo, eterno, y en un intento por calmarse apoyó su mano en la pared, rasgando con sus uñas todo a su paso. El sonido producido era molesto, y un minuto después sus dedos comenzaron a doler, pero no era tanto como la sensación angustiante de su pecho.


— Liv —soltó tan pronto entró a su habitación y la puerta se cerró tras su espalda. La majestuosa ave revoloteó por la habitación sin emitir sonido para luego posarse en el brazo que Río había alzado para él. Era impresionante ver como ese polluelo que luchaba contra la muerte ahora había crecido muy rápido de manera anormal. Su plumaje naranja brillaba como el atardecer y sus tres resquicios de cola ahora medían casi un metro—. Te necesitaré como nunca, amigo. Espero que no te molestes conmigo.


El pelirrojo inclinó su cabeza, casi reverenciando al ave, quien contrario a lo que él esperaba replicó su acción, graznando por lo bajo y apoyando su pequeño cráneo en la frente de su dueño.


Río soltó un suspiro agradecido, luego acarició de manera delicada su hermoso cuerpo y bajó su brazo esperando que su amigo emprendiera el vuelo.


Se tendió en la cama, esa que nunca le había parecido tan amplia, y tomando la almohada que Leon solía utilizar la abrazó hundiendo su nariz en ella, soltando un par de lágrimas que se encargó de borrar de inmediato.


Siempre que se disponía a dejar de pensar y los engranajes en su cabeza dejaban de trabajar el sueño lo azotaba, pero cada vez que cerraba los ojos imágenes perturbadoras de lo que podría encontrarse le quitaban las ganas de dormir.


 


El tiempo se le pasó así, sin reponer su energía en realidad pero sin frustrarse por ello, y a las cinco de la mañana siguiente ya se encontraba de pie enfundándose otra vez en su armadura, repasando cada detalle para luego recoger a Liv y ponerlo en su hombro.


Salió con cuidado, procurando que el cierre de la puerta no resonara en la mansión y se dirigió a la cocina a paso lento mientras las colas del fénix golpeaban de manera suave tras sus piernas.


Dentro se dedicó a servirse una taza de café, siendo un intento desastroso mientras veía como sus manos temblaban y le dificultaban la diminuta misión manchando todo a su alrededor.


Tomó un poco de pan al que le dedicó un par de mordiscos y pasó a la fuerza con el líquido oscuro. La taza terminó sin lavar en el lavabo y con un paño se dedicó a limpiar las manchas que perturbaban el perfecto blanco de ese santuario culinario. El trapo terminó colgado de manera desordenada en la manija que abría el horno.


Casi en automático se giró para emprender el viaje a la nevera, ahí donde la jugosa carne fresca le esperaba para ser devorada por su compañero, ese que se veía muy feliz de recibir su desayuno. 


Ya estando todo listo marchó por el corredor hacia la entrada, sus puños se había apretado hasta quedar sus nudillos más blancos de lo que ya eran, y luego se relajaron dejando al fin de temblar. Sus pasos de volvieron cada vez más decididos y la mirada en sus ojos dorados tan fría como el oro.


Estaba sorprendido. La verdad era que no esperaba tal cantidad de gente aguardando por él en la entrada. No eran todos sus hombres, pero comprendía a aquellos que habían salido más dañados y que ya no tenían fuerzas para una lucha más.


— No nos mires así, Río —dijo Líam con sus brazos cruzados sobre su pecho


—. ¿Pensaste que no vendríamos a acompañarte? ¿A traer a nuestro señor devuelta?


— No, solo no esperaba a tantos —soltó burlón—. Andando —dijo sin más.


— ¿No me pedirás que me quede esta vez? —preguntó desconcertado viendo a su amigo caminar pasando frente él y dándole la espalda con su mascota al hombro.


— ¿Me obedecerías?


— Para nada —exclamó sonriendo y siguiendo su paso.


 


Los caballos fueron ensillados y cada uno montó en el correspondiente. Ambos amigos dirigieron su vista hacia las ventanas, viendo como desde allí Lía y su padre observaban al equipo listos para marcharse.  


Río dio la orden, y golpeando los flancos de sus caballos emprendieron la carrera.


 


El viaje a Lirian no fue frenético, al contrario, fue tranquilo, pero no tanto como para decir que se lo tomaban con calma. Avanzaban a galope seguro, deteniéndose lo necesario para descansar y alimentarse. En las noches antes de dormir el pelirrojo repasaba un plan, pero este siempre terminaba cambiando puesto que no sabían que los esperaba en la ciudad.


Al final, Río solo ordenó que tan pronto llegaran eliminaran todo lo que se interpusiera en su camino.


***


— ¿Estás bien? —el omega pegó un brinco cuando la mano de su amigo cayó sobre su hombro se manera sorpresiva.


— ¿Por qué preguntas?


— Bueno, ya es la quinta vez que frotas tu cuello, en específico, donde está la marca de Leon.


El joven lo miró intranquilo, casi desesperado, sin saber explicar el extraño sentimiento que le apretaba el pecho.


— A veces no puedo sentirlo —su cara angustiada inquietó a su amigo.


— ¿Qué dijiste?


— Demonios, Liam —exclamó exasperado—. Digo que a veces no puedo sentir a Leon.


— ¡¿Y te atreves a decirlo ahora?! —preguntó furioso zamarreando su cuerpo con brusquedad —. Nuestro jefe está muerto ¡¿Y lo vienes a decir ahora?! —. El griterío había llamado la atención de los soldados y todos comenzaban a reunirse en un círculo como espectadores.


— ¡No está muerto, imbécil! No te atrevas a insinuar eso —Río se soltó de un manotazo del fuerte agarre contrario. Algunos hombres comenzaron a sujetar a cada uno y separarlos, dado que ya veían venir la pelea a golpes entre esos dos.


— ¡Dijiste que no podías sentirlo!


— Dije que a veces no podía decirlo, ¿Siquiera escuchas la mierda que digo?


La tensión y la pelea verbal les había quitado el aliento, y respirando profundo entre jadeos comenzaron a relajarse.


En silencio retomaron la marcha sobre el lomo de los caballos, al trote ligero para que Río pudiera explicarles.


Todo era muy extraño, a veces el calor constante de la presencia del dragón quemaba como si estuviera a su lado, y otras tantas se hacía inexistente, algunos días incluso se iba, para luego quemar otra vez con más fuerza.


Solo pudieron llegar a una conclusión entre todos. O su vida estaba en peligro, o lo estaban torturando, con posibilidad la primera a causa de la segunda, y de solo pensar en eso la furia del grupo aumentó diez veces más.


 


El resto del camino se volvió en una carrera errática. Los caballos jadeaban cansados y a algunos ya les rugía el estómago por las horas sin comer. Pero no se detuvieron, y tan pronto vieron el asomo de la entrada a Lirian jalaron las riendas con fuerza causando el relincho de los caballos que de detuvieron de manera abrupta.


Río levantó una mano, callando cualquier intento de diálogo y dirigiéndolos a todos entre señas bien practicadas durante todo el mes en lucha.


Se adentraron al bosque a un lado del camino, dejando a los animales amarrados entre los árboles para que no huyeran, o al menos no todos.


Emprendieron el resto del camino a pie, solo quinientos metros los separaban de la ciudad.


Desenfundando sus armas tensaron sus cuerpos en la espera de algún ataque furtivo, y así, después de unos minutos marchando con su guardia en alto, pisaron la primera calle de Lirian.


 


El extraño silencio les dio mala espina, recordaban que su jefe había sido enviado a una ciudad infestada de bestias, que ninguna rondara por el lugar solo auguraba algo malo.


La pequeña roca que llegó rodando de improviso activó sus alarmas, tan rápido que deshacerse del felino que se lanzó contra ellos se les hizo una hazaña muy fácil.


El gruñido que soltó cuando una espada atravesó su costado fue tan fuerte que todos estaban seguros de que serían atacados por un grupo en cualquier momento. No se equivocaron.


La lucha se desató, ninguno se separó del grupo, cada uno cuidando la espalda del otro.


El tiempo les comenzaba a parecer eterno. La pelea se extendió bastante, sin tregua, como si al eliminar a una diez más surgieran de quién sabe dónde.


— ¡No paren! —Río se congeló un segundo, porque la voz que se dejó oír con fuerza no le pertenecía a ninguno de sus hombres. Girando su cabeza y sus ojos con rapidez por todo el lugar logró dar con un lobo -a los que por cierto comenzó a aborrecer desde lo ocurrido en la Ciudad de Bestias-. La sonrisa siniestra que surcó sus labios no fue vista por nadie, y sin aviso se lanzó contra el peludo ser que no vio su tortura venir.


Capturarlo no le costó mucho, a decir verdad el mayor problema eran las bestias sin raciocinio, los que aún mantenían su cordura seguían pensando como humanos, y no eran muy inteligentes en realidad.


La ridícula que su enemigo daba comenzó a irritarlo, y sin pensarlo mucho soltó un potente rugido que salió desde lo más profundo de su alma. Las pocas aves en las cercanías salieron volando, incluso Liv llegó a asustarse, revoloteando inquieta sobre su cabeza.


Las bestias cercanas se quedaron quietas, y sin que nadie lo esperara salieron arrancando despavoridas hasta desaparecer del radar de todos.


— Ahora, amigo, vas a decirme todo lo que quiero —muchos de los hombres le dieron vuelta la espalda a la escena que tuvieron frente a ellos, pensando que guardarle un secreto a su líder alguna vez sería bastante malo para sus existencias.


Toda la bravura que había presentado antes el lobo se fue como el viento llegando a cero, y utilizándolo como perro rastreador recorrieron la ciudad siguiendo el aroma a omega de Cassandra que era más fácil de seguir que el resto.


Tan pronto como llegaron a la entrada de una amplia casa Río no pensó ni un instante en dejar con vida a su contrincante, y rompiendo su cuello causando un ruido estremecedor dejó caer el cuerpo al piso pasando al frente de todo el mundo.


La marca en su cuello comenzó a picar de manera dulce. Leon estaba cerca, muy cerca, y no importándole quién se cruzara en su camino se abrió paso corriendo con su equipo detrás. Una batalla por aquí y por allá no detuvieron su avance, hasta que llegó frente a una puerta. La abrió de una patada quedando perplejo ante la situación que veía


— No te atrevas a morder ese cuello, Leon Nova.


— Río.


— Me alegro haber llegado a tiempo. Ahora, si me disculpas, tengo que encargarme de esta mujer.


Jalarla de los cabellos para luego arrojarla al suelo fue algo que lo llenó de una extraña euforia. Hace bastante tiempo que quería hacer algo como eso, y si algo había aprendido de vivir durante años con un par de mujeres era que la cabeza era un buen punto débil.


Leon lo siguió a un extraño paso tambaleante que lo preocupó. De una sola y rápida mirada pudo decir que no lo habían estado alimentando bien, sus grandiosos músculos habían perdido tamaño y la piel de sus pómulos había adelgazado.


— ¿Dónde están tus hombres? —preguntó posando una mano en el hombro de su alfa.


— En el calabozo.


— Quédate atrás hasta que te encuentres mejor —sin esperar a que su alfa le contestara lo empujó devuelta a la habitación cerrando la puerta para impedir que el otro saliera, y se inclinó hasta quedar frente a frente con la omega—. Te diría que no te lo tomes personal ni nada, pero no es así, esto es muy personal.


— ¿No tienes vergüenza al enfrentarte a una persona que se encuentra en celo? — preguntó desesperada.


— No —respondió a secas—. Te atreviste a poner tus manos sobre mi alfa, y he querido arrancarte la garganta hace mucho en verdad. Podrías ser inválida y aún así obtendrías la misma respuesta de mi—. Cassandra lo miró asustada e impotente, su estado no le permitía defenderse de nada en esos momentos.


— Se supone que mi hermano debería haberte mordido.


— ¿Tu hermano? —preguntó observando con detenimiento a la chica hasta que su cerebro hizo la conexión por las similitudes físicas— ¿Hablas de Logan? —soltó riendo—. Ese tipo está muerto hace mucho tiempo ya.


Cassandra movió la cabeza aterrada de un lado a otro, comenzando a retroceder asustada mientras trataba de manera torpe de ponerse de pie para correr. Río la siguió a paso calmo detrás, mientras silbaba una canción que recordaba de su mundo en las películas de terror.


Una vez detuvo el escape de su presa al pisarla su rostro se enserió.


— Debo decir que esto no me apena para nada, Cassandra. Espero que te encuentres con tu hermano en el infierno.


Las pupilas de Río se rasgaron, logrando que el precioso iris dorado de sus ojos lograra verse casi en su totalidad. Volvió a jalarla de su cabello mientras soltaba alguna que otra carcajada divertida, y luego, observando maravillado como sus garras de la mano derecha crecían con esfuerzo atravesó su espalda logrando que el último gran grito de su vida saliera de los bonitos labios.


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