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DRAGONES por yukihime200

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39. Portal


Peleas, rugidos, llantos, fuego, el viento caliente azotando sus cuerpos, e incluso las armaduras ensangrentadas, eran lo que cada día podían sentir desde hace mucho. No hay sensación de victoria, solo una interminable angustia y desolación.


¿Cuándo acabaría todo? Han pasado días, semanas, meses, o eso creía, ya no estaba seguro de nada, excepto de una sola cosa. La guerra era interminable. Jamás pensó que las cosas serían así, malamente pensó que la batalla a lo sumo duraría máximo poco más de un mes, como lo sucedido en Lirian. Pero sus cálculos fueron errados en su totalidad.


Miró a sus compañeros a un lado, no tenía idea de cuándo fue que se sumaron tantas personas a su trío, pero todo era bienvenido en esas circunstancias. Fabián se había estabilizado gracias a todos los esfuerzos que habían hecho en base a muchas infusiones de hierbas curativas que Fallon obligó a su desdichado cuerpo inconsciente a beber, pero a pesar de eso no había abierto los ojos ¿Cuánto ya hace de eso? Ah, sí, poco más de medio año, y hace un año ya que llegó a ese lugar. Río muchas veces se preguntaba cómo era posible que ese muchacho siguiera con vida, que tal vez ya era solo un cascarón vacío, pero no se atrevía nunca a externar sus inquietudes por miedo a lastimar a su otro compañero. No era tan cruel como para quitarle la esperanza a otra persona de que su pareja pudiera estar viva.


 


Los campamentos que montaban antes en las noches comenzaron a volverse cada vez más pobres, hasta el punto en que simplemente dejaron de levantar carpas y se resignaron a dormir en la intemperie, solo quedaba una siempre en medio de todos, para el príncipe y el dormido muchacho. No existía comunicación con otras tropas, por lo que nadie sabía si ellos eran los últimos en pie, o eran los únicos que en esos momentos se estaban tomando un descanso.


— No decaigamos ahora muchachos, solo quedan cerca de 200 millas para llegar a la capital real.


— Genial. Solo quedan 200 millas para que nos maten a todos.


— ¿Cuál es tu maldito problema? Sólo trato de levantar la moral de nuestro equipo.


— Míranos bien, idiota. ¿Crees que decirnos cuántos metros nos quedan para otra batalla nos levantará la moral así como estamos?


— Al menos trato de hacer algo.


— ¿Cómo? ¿Poniendo más presión sobre nosotros?


— Es suficiente.


— No vengas a darme órdenes maldito extranjero.


Río estaba tan harto de la situación como todos, por esa razón había tratado de detener la discusión que ambos soldados habían empezado entre palabras bajas para luego acabar gritando y lanzándose el mapa que los guiaba entre sus cabezas. Sí, estaba tan harto como todos, es por eso que cuando el hada de cabello dorado le dijo que no se entrometiera sus ansias asesinas se externaron como una avalancha de feromonas furiosas. Las hadas no podían sentirlas como tal, solo la presión furiosa que le ordenaba a sus cuerpos temerle con toda su alma.


— Repite eso, infeliz —sus ojos fríos atravesaban al otro como dagas, y por unos segundos se le ocurrió incluso tomar su arma y aplacar al rebelde de inmediato.


— Basta. Lo peor que podemos hacer ahora es discutir entre nosotros. Río, cálmate.


Fallon había salido de su tienda debido a todo el ruido que se estaba formando y perturbaba la calma del bosque, colocando una mano en el hombro del dragón y observando a todo el batallón desafiándolos a desobedecer sus órdenes. El pelirrojo se sacudió con brusquedad y se alejó del lugar un par de pasos, para luego darles la espalda y acomodarse en el suelo con la ayuda de un árbol y cerrar los ojos.


Podía escuchar todo. Desde hace algunas noches conciliar el sueño se había convertido en casi toda una hazaña y solo podía relajarse cuando el cansancio terminaba por superarlo, por lo general siempre una hora antes de partir.


Desde su distancia, las palabras de Fallon agregaron un poco más de esperanza a todo lo que hacía.


— Llegar a Dhoromitz es completamente distinto. Una vez estemos ahí solo tenemos que usurpar el trono del rey.


— Pero mi señor, si eso fuera tan fácil entonces la reina podría haberlo tomado en cualquier momento.


— No es ningún ser vivo quien determina al rey, es el mismo trono quien lo hace. A lo largo de la historia, solo aquellos quienes han servido fielmente a nuestra raza y viven por ellos pueden tomar el lugar. La reina jamás podrá tomar el trono.


El príncipe había dado su discurso con total confianza, lo que había ayudado bastante a que sus hombres se relajaran y las emociones de discordia se calmaran. Pero Río, alejado y a la sombra de todo el mundo, abrió sus ojos de manera tranquila e inspiró hondo al entender las palabras ocultas que el gran príncipe no le había dicho a nadie. "El trono es quien determina al rey", entonces, ¿Cómo estaba tan seguro de que él si podría tomar el lugar?


Sin querer perturbar la paz naciente se calló sus palabras, y las guardó en un rincón de su mente, esperando el momento en que ese sujeto estuviese solo para encararlo, y luego golpearlo muy fuerte por las ilusiones que había plantado en su alma.


La noche ni siquiera pudo terminar, y la hora de partir no le había dado ni siquiera la oportunidad de cansar su mente. Emprendiendo el camino en silencio siguió a todos, paso a paso, minuto a minuto, contando los kilómetros de distancia que cada vez se iban acortando y los sonidos de guerra que a sus oídos iban llegando. Podía escucharlo todo, igual que antes; gritos, llantos, rugidos; incluso lamentos, arrepentimientos.


A medida que la tropa exhausta se acercaba a los límites de la ciudad lo que él pensaba sería una vista mágica fue todo lo contrario, cortando de manera cruel sus pocos pensamientos mágicos infantiles que habían quedado de su infancia. Era bueno que el inocente Fabián no pudiera ver el triste panorama.


Árboles secos continuaron de inmediato indicando que se encontraban dentro del territorio, la vista descolorida hacía pensar que todo se hubiese prendido en fuego alguna vez, aunque las cenizas jamás cayeron sobre sus cabezas. Lo que él supuso antaño fuera un hermoso reino con estructuras elegantes de roca se encontraba destruido, y en el centro de todo, en un diminuto lago que ya no lucía cristalino, una delicada hada de largo cabello tan negro como la tinta se hundía poco a poco en sus aguas. El monstruo que se cernía sobre ella tenía un rostro de piel oscura, casi morada, y su cabello castaño que se veía tan seco como la paja sostenía sobre su cabeza una corona de oro que había perdido todo su brillo. Era peor que una malvada bruja de cuentos.


— ¡Trixtielle!


El primer hada que ellos se habían encontrado en su camino al regresar a ese mundo se lanzó sin miramientos hacia delante, cortando con su espada todo lo que se atravesara en su camino y le impidiera llegar a rescatar a la princesa.


— ¡Xerion, detente! Mierda.


Fallon lo pensó unos segundos antes de entregarle a Río a su compañero inconsciente y seguir al otro muchacho. Quería detenerlo. Pero su reacción tardía no fue suficiente, y ambos fueron expulsados por una gran fuerza que impedía cualquier avance hacia ese sector. Por eso nadie hacía el pobre intento de acercarse.


— Padre nunca le dijo —se decía confundido Fallon —. Ese manantial es sagrado.


— No entiendo ni una mierda lo que estás diciendo, Fallon. Explícate.


— Ella quiere fundirse con mi hermana. Somos de la familia real. Cree que solo uno de nosotros puede heredar el trono, y si yo no estaba presente...


Río y Xerion miraron espantados al general de sus tropas, horrorizados cuando comprendieron lo que les estaban diciendo. Esa cosa pensaba unirse al cuerpo de esa pobre muchacha para intentar hacerse con el trono.


Tomando con furia entre sus manos la espada caída, Xerion la prendió en fuego, utilizando la esencia mágica que solo se supone debían utilizar para el bien, siendo seguido no solo por Fallon, sino por todos los demás.


El dragón los sintió pasar uno a uno a su lado, como una mala película de tercera dimensión, y apretó entre sus brazos el frágil cuerpo que le habían encargado. "Solo aquellos que han servido fielmente a nuestra raza y viven por ellos pueden tomar el lugar".


— Y alguien que muera por ustedes también puede hacerlo.


Los ojos dorados quemaron con determinación, y encaramándose de un salto al lomo de su amigo felino emprendió lo que él pensaba podía ser la última carrera de su vida.


— Corre, amigo. ¡Corre!


La bestia corrió con todas sus fuerzas esquivando a sus enemigos y saltando obstáculos como si entendiera que la vida podría írsele en eso. Su compañero de extraño olor agradable no le había dado indicaciones, pero corrió a un determinado lugar, como si supiera dentro de sí que era lo que el otro quería. Las almohadillas de sus patas se cortaron en el proceso, e incluso algunas cosas se enterraron en ellas, pero nada lo detuvo. Hasta que ingresó por las puertas de un palacio de cristal oscuro haciéndolo añicos y arrojó a su jinete al suelo.


Río vio al animal jadeante, y colocando su cabeza junto a la otra depositó un beso sobre el pelaje de su frente, agradeciendo todo el esfuerzo que había hecho por él y prometiéndole que regresaría a su lado. El animal gruño despacio con gusto, alentándolo a seguir mientras se entregaba al cansancio.


En la caída el joven omega se había lastimado una pierna, sin embargo, sus brazos se negaron a soltar al joven y continuó su camino desesperado. Era una suerte que nadie protegiera el trono, porque nadie más creía que podría usurparlo.


Llegó casi arrastrándose, rogando a todos los dioses en los que no creía que su idea funcionara.


Y con especial cuidado depositó al desnutrido muchacho en el asiento de roca casi destruido, esperando que algo mágico sucediera, cualquier cosa. Pero los minutos pasaban y sus esperanzas se iban perdiendo junto con ellos.


— Lo siento, Fabián. Lo siento. Nunca debiste pasar por esto.


Sus lágrimas cayeron con tristeza. Ni siquiera recordaba bien cuándo fue la última vez que había llorado de esa forma.


Se acomodó en el despedazado suelo, justo a los pies del hombre sentado en el caído trono, y descansó su cabeza en las delgadas piernas mientras seguía rogando perdón. Podía escuchar todo el desastre que había afuera, pero ya nada importaba, para él todo había perdido propósito, nada de lo que hiciera ahora tenía sentido.


Hasta que sintió la delicada caricia en su cabello.


— Todo estará bien ahora, Río.


La suave sonrisa de un rostro nuevamente carnoso se presentó ante él como una ilusión. Fabián lo miraba agradecido, mientras bajo su cuerpo y todo lo cercano a él iba retomando su color.


Las hojas y tallos que creían como enredaderas espinosas por doquier volvieron a ser verdes, y las flores que crecían sobre ellas como capullos secos se abrieron como si le dieran la bienvenida otra vez a la vida.


El muchacho se puso de pie con una nueva actitud que el pelirrojo jamás le habría visto tener, y sus pies descalzos avanzaban con seguridad llevándose consigo la oscuridad.


El omega lo siguió como una polilla hacia la luz, como una abeja que había encontrado el polen más maravilloso. Avanzó tras él mientras lo veía tocar las cosas a su paso y transformarlas, espantando a las bestias enemigas y atrayendo a las amigas. Un cuento de hadas se quedaba corto ante tanta belleza.


La batalla se detuvo cuando alcanzaron el centro de la plaza, ahí donde el manantial seguía turbio. La reina giró su cabeza de manera terrorífica, mirando al humano que había conseguido lo que ella jamás pudo pese a sentarme miles de veces en el maravilloso asiento que tanto quería, y con su rostro deformado por el odio y los gritos se lanzó con sus manos abiertas dispuesta a tomar lo que pensaba era suyo.


La reacción de todos fue lenta. Ni siquiera les había sido posible sorprenderse por ello, aún procesaban la aparición de su nuevo rey. Pero Fabián no esperaba que nadie lo defendiera, la naturaleza misma le dijo como defenderse. Colocando una mano sobre el pecho del ente que lo sujetó por su cuello esperó que la magia hiciera el resto.


Poco a poco, un trozo del cuerpo de la antigua reina iba desapareciendo lentamente provocándole dolor, devolviéndole todo lo que le había hecho a su pueblo.


El resto de lo que sucedió, se convirtió en una historia que Río se prometió contarle algún día a su familia.


***


— ¿Estás listo?


Fallon y Fabián se pararon detrás de Río, respirando calmados por el ambiente relajado que los rodeaba desde que el nuevo rey se había sentado en el trono.


Su estómago se apretó en una emoción que hace mucho tiempo no sentía. Habían pasado tres años, ¿Cómo reaccionarían todos cuando lo vieran aparecer otra vez por las puertas de su hogar? De solo pensarlo una sonrisa trataba de formarse a la fuerza en sus labios.


— Río —llamó por atención con seriedad Fallon —. Dijiste que la primera vez que llegaste a este mundo habías muerto en el tuyo. ¿Cómo cruzaste otra vez cuándo nos encontramos?


— También tuvimos una batalla, creí que ya te había dicho eso.


— Así que moriste —dijo seguro mientras dirigía su mirada hacia Fabián.


— Río, toma esto.


— Y cuando veas a tu esposo entiérrala en su corazón.


Los ojos dorados se abrieron espantados, ¿Cómo pedían que le hiciera daño al amor de su vida?


La punta de lanza brillaba en su mano con un aura mágica, pero a pesar de lo hermosa que se veía quiso rechazarla de inmediato.


— No pienses mal de nosotros, Río. Las involuciones, como las llaman en tu pueblo, no son realmente tal cosa.


— ¿Y eso que tiene que ver con que entierre esto en el corazón de mi alfa?


— Lo entenderás cuando lo veas.


— Ahora es tiempo de que partas.


Ni aún con las caras extrañas con las que le dijeron todo la mente de Río pudo entender lo que quisieron decirle. Las ansias del reencuentro eran más fuerte que cualquier otra cosa. El gran arco de piedra de tallados delicados y extraños le invitaba a pasar por él, llamándolo hasta su hogar.


Levantando una mano al aire Fabián envió una pequeña cantidad de energía, y lo que antes era una pared llena de enredaderas florecientes dejó ver el paisaje de las afueras de un bosque soleado.


— Espero que nos invites a tu boda algún día —le dijo amable el rey —. Ahora vuelve a casa, amigo. Tus penurias aún no terminan.


Su mente se obligó a no darle un sentido a esa frase, y evitando una despedida muy emotiva solo realizó una reverencia hacia ellos para luego darles la espalda y comenzar a cruzar el portal.


— Recuerda esa punta de lanza, Río —fue lo último que alcanzó a escuchar antes de que el portal se cerrara y se encontrara en las cercanías de lo que al parecer lucía como un pueblo en reparación.


Loton le dio la bienvenida con más tragedia a su vida.


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