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DRAGONES por yukihime200

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Extra 1: Triste Infancia


Hacía frío, mucho frío. Demasiado como para que en pleno invierno su pequeño cuerpo soportara temperaturas de cero grados con sus pies descalzos y ropa vieja en extremo delgada. Sus diminutos dedos y sus labios ya comenzaban a ponerse azules y su cuerpo tiritaba en un acto autónomo para producir calor. Pero ahí estaba, prefería morir de frío y hambre en las calles que en aquél orfanato donde recibía maltrato constante de todo el mundo. Hambre. Su estómago rugió con solo pensar en esa palabra, y en su infantil mente las consecuencias de sus futuros actos pasaban a segundo plano mientras el instinto básico de supervivencia se hacía presente.


El pequeño niño de no más de ocho años caminó por las calles grises y frías debido al deprimente clima invernal, mientras veía como la gente corría de un lado a otro con sus cálidos abrigos tratando de llegar a casa para entrar en comodidad. Su estómago rugió otra vez. Un delicioso olor que llegó a sus fosas nasales hizo que sus glándulas salivales comenzaran a trabajar en exceso, y limpiando la baba con el dorso de su mano emprendió el camino cada vez más rápido a la panadería de la esquina que había llamado su atención. Desde fuera de la tienda, en el gran ventanal, podía ver su reflejo mientras adentro las personas se movían apresuradas. Su cabello negro estaba muy largo, casi llegando a sus hombros, manchas de suciedad lo cubrían por todos lados, y mientras con vergüenza trataba de limpiarse pudo notar lo enfermizo de su aspecto. Las ojeras en su blanca piel resaltaban en un perturbador color morado ya casi negro, y su cráneo llegaba a verse extraño debido a la notoriedad de sus pómulos y el como la carne se pegaba a ellos de manera extrema.


Solo un pan. Nadie lo notaría. Con cautela y escondiéndose entre las piernas de los compradores estiró la mano para alcanzar uno de los largos panes que se encontraban a disposición del público. Pero el jefe del local lo había notado, y emprendieron una persecución hasta el callejón más cercano dónde uno de sus pies colapsó y le hizo tropezar. Puñetazos y patadas llovieron sobre él pero no soltó el pan, y entre lágrima y lágrima le daba mordiscos hasta que el abusador se cansó y regresó. El karma hizo que no solo le faltara el pan que el chico había tomado para saciar su hambre, su caja con dinero también se encontraba perdida.


Tal vez esa por fin sería su última noche, que triste pensamiento surcaba su mente todos los días. Pero nunca lo era, su cuerpo aguantaba y aguantaba como si algún ser divino lo mantuviera con vida para poder disfrutar de su desgracia.


Arrastrando su cuerpo cerca de un contenedor de basura con bolsas a su alrededor se acurrucó ahí, esperando que el plástico que envolvía los desperdicios inmundos le proporcionara el mínimo de calor para no continuar esa tortura. Pero esa noche tuvo suerte. Una chica se acercó caminando para dejar su saco de basura y lo notó ahí, apretado contra el contenedor y la pared igual que un felino asustado y en peligro. De manera muy lenta, como si tuviera todo el tiempo del mundo para perder, se arrodilló frente a él en el húmedo suelo y le extendió su mano, esperando a que el infante la tomara en algún momento. El jovencito la miró, por mucho tiempo, tal vez por más de media hora, esperando que esa extraña se cansara de esperarlo y le diera la espalda o tratara de agredirlo de alguna forma. Ningún golpe cayó sobre él, y la señorita no se marchaba, que extraña era. Poniendo su última gota de esperanza en la vida el chico tomó su mano, y se marcharon de ahí mientras veía como la desconocida sonreía.


No fue mucho el trayecto recorrido, solo una cuadra, e ingresaron a una pieza entre tanta casa que tenía todo junto, la cama de una plaza con sábanas delgadas, la cocinilla de un plato sobre un diminuto mueble a punto de caerse, y un baño que conectaba con todo porque no tenía puerta.


— Lo sé. Se ve horrible, pero no es tan malo como piensas.


— Es mejor que dormir detrás de un basurero.


— Tienes razón, supongo que cualquier cosa es mejor que dormir detrás de un basurero —la mujer lo dejó en medio de la habitación y se acercó al mueble de la cocina donde había una olla muy oxidada— ¿Tienes hambre? Solo tengo sopa de pollo, pero es algo —. No esperó en realidad la respuesta de su invitado y le sirvió la sopa en el único tazón que había en el lugar.


El pequeño recibió el cuenco con sus dos manos y comenzó a beber directamente de él saboreando cada trago. Las lágrimas que había acumulado durante su corta existencia comenzaron a caer gota tras gota para no detenerse y hacerle soltar todo su dolor. La hermosa chica de rostro fino y cabello rubio lo dejó descargarse todo el tiempo que quiso consolándolo mientras le mostraba una dulce sonrisa, y cuando llegó la hora de dormir se aferraron el uno al otro en esa cama que tenía por colchón una dura tabla, esperando que el amanecer trajera consigo nuevas emociones menos tristes.


Cuando el nuevo día llegó la mujer ya no se encontraba a su lado. Desesperado y con su respiración errática buscó por el cuarto rastros de su existencia, esperando que aquella amabilidad que había sentido por primera vez no fuera algo creado por su imaginación. Los segundos comenzaron a pasar y al no encontrarla las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero antes de que estas empezaran a caer la puerta se abrió, y experimentó el primer “¡Buenos días!” de toda su vida.


— Conseguí más pollo —la rubia le sonrió mientras con su mano levantaba la pieza de carne blanca conseguida—. Con esto tendremos para 3 días más si lo ponemos a hervir en mucha agua. Venga, desayunemos —. La sopa de pollo de ayer estaba tan fría que a la cocina eléctrica vieja le tomó un tiempo calentarla, pero eso no importaba, esta también sería la primera vez que recibiría un desayuno. La chica le sirvió primero a él y esperó el tiempo necesario hasta que terminara de comer para luego hacerlo ella, y entre sorbo y sorbo la conversación surgió—. Dime, pequeño ¿Tienes nombre? —. No se sorprendió cuando el menor sacudió su cabeza con energía de un lado a otro para negarle— ¿Te gustaría tener uno? No puedo llamarte ‘Tú’ todo el tiempo —. Observó paciente la carita desnutrida, y ocultó una sonrisa cuando vio los ojos brillantes y anhelantes frente a ella. No era necesario que le contestaran de manera verbal—. Entonces te llamaré Río. Es el nombre de una ciudad que me gustaría visitar algún día. ¿Qué tal? ¿Te gusta?


Río asintió de manera efusiva mientras por fin revelaba una sonrisa— ¿Y tú cómo te llamas?


— Soy Marie. Es un placer conocerte, Río.


Río se sintió extraño, tal vez la sopa de pollo le había sentado mal, o tal vez el haber comido dos veces seguidas hizo que su sistema excretor al fin se pusiera en marcha como correspondía, porque ahora sentía algo extraño en su estómago que le hacía sentirse tímido frente a Marie.


***


Desde que la conoció Río quedó bajo su cuidado. Ninguno comía mucho así que solo debían ponerle más agua al pollo y ambos podían pasar sus días sin morir de hambre. El pelinegro, ahora que tenía diez años y entendía un poco mejor sobre el trabajo y el dinero, se preguntaba de dónde lo obtendría Marie, porque él también quería ayudarla. Fue entonces que un día decidió seguirla para decirle que él podía hacer lo mismo que ella y así ambos tendrían dinero para comer más pollo.


Caminó y caminó detrás de ella sin ser notado hasta que llegaron a un sector de la ciudad muy mal iluminado. Un extraño hombre de aspecto rudo la tomó del brazo y comenzó a arrastrarla sin que Marie ofreciera resistencia, pero Río no lo veía así. Un malvado sujeto se llevaba a su amable señorita.


— ¡Déjala! ¡Déjala! —trataba de empujar con todas sus fuerza a aquél hombre que lo miraba como a un insecto, y estuvo a punto de recibir un golpe si la chica no lo hubiera impedido.


— ¡Espera! Es mi hijo. Por favor, no le hagas nada. Río, por favor ve a casa.


— ¡No! ¡No! —se llevaría a su Marie así tuviera que recibir muchos puñetazos otra vez.


— Río. Todo está bien, cariño. Vuelve a casa. Yo iré en un par de horas —. Río se calmó en contra de su voluntad, pero si Marie decía que todo estaba bien entonces era así, Marie no le mentiría. Asintiendo soltó su falda larga de color blanco y comenzó a regresar por el camino que había seguido.


Marie retornó a las pocas horas con un par de moretones en el cuerpo, pero cuando lo vio pareciera que todo el cansancio se había esfumado y la hermosa sonrisa que tanto le gustaba se plantó como siempre en su rostro. A los pocos meses se enteraron que Luna estaba en camino, y el dinero comenzó a faltar otra vez.


Cuando su vientre creció los ingresos se detuvieron por completo, y Río decidió que esta vez era su hora de hacer algo.


Lustrar zapatos fue una gran opción, se sentaba con una escobilla y un pañuelo en la calle, afirmando un letrero que Marie había escrito con él después de muchas discusiones.


Un señor de mirada fría lo miró desde su gran altura, con su traje que lucía muy caro y zapatos que brillaban como una piedra preciosa.


— Limpia —le ordenó poniendo su pie delante de su cara—. Si lo haces con la lengua te daré dos billetes.


Y Río no lo pensó mucho. Eran dos billetes solo por lamer un zapato, él podría lamer todos lo que ese hombre quisiera si le daba dos billetes por cada uno.


— Eres divertido, mocoso —exclamó el hombre—. Me agradan los jóvenes que hacen lo que sea por dinero. Dime ¿No estás interesado en otro trabajo?


El pelinegro miró a ese hombre con esperanza. Sus días limpiando zapatos solo fueron tres, no se arrepentía, porque desde entonces había aprendido a hacer muchas otras cosas por dinero…como asesinar gente.


***


— ¿Estás bien, Río? —preguntó Leon desde su lado de la cama abrazándolo.


— Lo estoy. Solo recordaba.


— ¿Qué cosa?


— El invierno en que conocí a mi madre. Fue lo mejor de esa estación.


— ¿Qué fue lo peor?


— ¿Lo peor? Nada. Porque todo eso me ayudó a llegar hasta ti.


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