Narcisa y Lucius estaban en la cama, con aquella tranquilidad que daban tantos años de matrimonio. Ella leía con una pequeñas gafas que solo usaba para aquellas ocasiones, y que ni admitiría necesitar delante de nadie más.
Lucius consultaba El Profeta desgranando cada noticia. No iba a mentir diciendo que a esas alturas no se alegraba de estar lejos del demente resucitado con cara de lagarto.
Esa cosa ya no estaba bien de la cabeza al final de la guerra, y él se había alegrado como nadie cuando Harry Potter, un bebé, se lo cargó.
Ahora estaba completamente trastornado, con esa serpiente suya siempre enroscada a sus piernas. Le olía un poco a zoofilia, sinceramente.
Pero allí estaba sin poder colaborar mucho, así que leía las noticias esperando captar algo que les pudiera dar alguna información útil.
—Mañana voy a ir a ver a mi hermana—anunció ella—¿Quieres venir, querido?
Quizás pudiera irle bien salir de aquella casa, también hablar con otras personas. Asintió sin darle más importancia, y Narcisa apagó la luz de su mesilla.
Él estuvo leyendo un poco más, pero no era capaz de concentrarse. Remus llevaba días desaparecido. A él le daba igual, claro. Pero le resultaba raro.
Muy raro, se giró en la cama. La facilidad de esa mujer para dormirse era asombrosa.
Después de batallar con aquella almohada decidió que se levantaba. Tomó una bata y se enfundó en ella, aquellos elfos domésticos eran toda una ventaja. No podían traer grandes cosas de la mansión, pero les habían provisto a los tres Malfoy al menos de ropa suficiente para no andar vistiendo con los colores chillones que les querían ceder los Weasley.
Podría estar muy en el fango pero jamás vestiría unos pantalones rojos y naranjas, prefería ir desnudo.
Cuando llegó a la cocina por el consabido vaso de leche caliente bueno para dormir, le vio. Al parecer en esa casa había tráfico de leche nocturno.
—Buenas noches—dijo a modo de saludo, pero no le sorprendió como esperaba.
Remus solo se giró y le miró lleno de una intención desconocida.
—¿Leche caliente?—preguntó, Lucius asintió.
El hombre lobo maniobró un par de minutos y le tendió una taza horrorosa.
Pero Lucius se abstuvo de decir nada, solo la tomó y asintió con la cabeza.
Remus apoyó su cadera contra la encimera y se llevó la taza a los labios. Y Lucius no supo si quedarse o marcharse con su taza.
—¿Qué es lo que no te deja dormir a ti?—preguntó Remus.
Ante la pregunta lo tomó como una invitación para quedarse y se sentó en una silla cruzando elegantemente sus piernas.
—Cómo va a acabar todo esto, ellos van a atacar.
Esa era una verdad a media, era algo que sí le quitaba el sueño muchas veces, salvo que no aquella, aquella se lo había quitado él. Pero contestar "tú" no era razonable.
Remus le miró, bebiendo y asintiendo para sí mismo, decirle a Lucius que hacía noches que no dormía porque no paraba de pensar en él, no era una opción.
Sin embargo, se sentó en la mesa junto a él y comenzaron a poner sobre la mesa el tema de un posible enfrentamiento, de aliados y enemigos. De estrategia. De Harry y de Draco; de sus padres; de sus recuerdos de la infancia y acabaron riendo recordando una espantosa clase con Slughorn donde el hombre había perdido todo el pelo de su cabeza al acercarse demasiado distraídamente al caldero de Frank Longbottom.
Habían acabado cada vez más cerca, en una charla más íntima, sus tazas habían dejado de contener leche para pasar a un whisky añejo.
Narcisa los encontró en la cocina al despuntar el alba, la sonrisa de su marido era sincera, los ojos brillantes de Remus estaban cargados de sentimientos. Pero eso hubiera dado igual, sino hubiera sido por el brillo claro y hermoso que desprendía su marido y del que ninguno de los dos parecía haberse dado cuenta.
El mismo que tenía Draco cuando estaba con Harry, el brillo de un veela enamorado frente a su pareja destinada.
Narcisa nunca llegó a entrar a la cocina para interrumpir ese momento; tampoco le recordó a su marido aquella tarde ir a visitar a su hermana.