Remus llegó al terreno que ocupaba su manada, jamás lo hubiera encontrado si no hubiera sido miembro. Cosas de lobos.
De lobos paranoides. Aunque no le extrañaba, vivían tan al límite que, aunque no lo apoyara, casi entendía a Fenrir y su unión al bando de Voldemort.
El Ministerio los tenía clasificados como criaturas, obviando su fuerte parte humana.
Cuando Remus se quedó completamente solo, cuando creyó que Sirius había traicionado a sus amigos, James, Lily y Peter habían muerto y a él le habían negado la custodia de Harry, se perdió. Se perdió a sí mismo, y fue recogido por la última persona que él hubiera imaginado.
Fenrir Greyback, la bestia que le había destrozado la vida al morderlo a los cuatro años, le recogió al borde de la desesperación. Quizás no hubiera muerto, eso nunca lo sabrían. Pero no hacía falta estar muerto para sentirse de ese modo.
Entró en su manada, una a la que ni siquiera era consciente que perteneciera. Allí había más niños que mujeres, y Remus solo los contemplaba a todos sin tener fuerzas para nada más.
Fue alimentado, el aseo parecía ser más secundario para esa gente, pero a Remus le costó muchas semanas recuperarse como para pedir un baño en condiciones.
También le costó meses sentirse bien entre ellos, o más bien superar el sentimiento de culpa por estar bien, por no sufrir todos los días por lo que había perdido.
Remus no dejó la manada en años, y a pesar de todo, fue la única vez que se sintió completo. Salir a correr como lobo con sus hermanos era una experiencia liberadora. Fue Fenrir el que le obligó a afrontar la realidad.
—Esta es tu casa, pero tú tienes la suerte de ser miembro de la sociedad mágica, tienes que salir—dijo mirando a los más pequeños de la manada.
Pero Remus no quería hacerlo, no quería afrontar su otra realidad, quería quedarse allí y solo ser un lobo más.
Aunque hizo lo que tuvo que hacer, suministraba cosas que Fenrir, como ex mortífago no podía, Remus a pesar de ser un hombre lobo contaba con el beneplácito de uno de los hombres más importantes del mundo mágico, y lo aprovechó.
Volver al mundo de los hombres, de los magos, fue más duro de lo que él quería asumir.
Pero cuando llevaba lo que en su manada necesitaban, volvía a sentirse bien.
Cuando la noticia de que Harry Potter había vuelto a Hogwarts, el agujero negro se volvió a abrir para Remus, pero lo que le hizo moverse fue la noticia de la fuga de Sirius.
Había cometido un error hacía años, era el momento de enmendarlo. O eso pensó.
Había pensado tantas veces que las cosas eran de un modo y resultaron ser de otro, que intentaba mantenerse abierto algo más en el presente.
Tener a los Malfoy en la casa de Sirius, ahora de Harry, era algo contra lo que tenía que luchar. Si Albus y Harry los habían aceptado, él tenía que apoyarlos.
Sus pensamientos fueron derribados por dos pequeños lobos que se lanzaron contra él para lamerle la cara, Sam y Lucas eran gemelos y tenían una energía arrolladora. Eran lobos nacidos, no convertidos, y tenían a la manada siempre pendientes de ellos.
Cuando sacó dos varitas igual de gemelas, los lobos se transformaron volviendo a sus formas humanas, con los ojos abiertos como platos. Una varita nunca podía ser robada, podía ser ganada o comprada. Por eso, Remus le había pedido a Ollivander aquel encargo especial.
Sintió la mirada agradecida del resto de miembros, sus sonrisas y sus manos en sus hombros.
Por fin estaba en casa, aunque solo fuera por unas horas.