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Carpe diem por RLangdon

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Apoyado de espaldas contra la cabecera de la cama, Will Graham se dedicó a observar cada recoveco del espacio destinado a los pacientes de la clínica. Sus ojos viajaron desde las bases de los sueros, hasta las camillas y cortinas en derredor, cuya función era la de separar y dar un leve e ilusorio vestigio de privacidad. 
 
Privacidad. Aquel derecho no lo poseía en su totalidad.
 
Con sigilo, apartó la mirada de las manecillas del reloj de pared y la posó por breves instantes en la puerta lateral. Will sabía que del otro lado aguardaban un par de agentes del FBI dispuestos a interrogarlo para obtener cualquier indicio de información sobre el paradero de Hannibal. 
 
El tiempo y las oportunidades de atrapar al Dragón rojo se diluian cuál partículas dentro de un reloj de arena, cayendo continuas y sin pausa del otro lado del artilugio. 
 
Minutos antes había escuchado la voz de Alana dirigiéndose a uno de los policías, intercediendo por él para que le dejarán descansar un poco antes de dar inicio al informal interrogatorio. 
 
Estaba atrapado. Aquella situación no era tan diferente a cuando estuvo en prisión, o en el centro de psiquiatría. Era exactamente lo mismo, variando únicamente el escenario en cuestión.
 
Will sentía impotencia, desasosiego y tristeza. Todas esas emociones agitándose y revolviendo su interior en la perpetua lucha interna de quién se sabe perdido y solo. Lo que sea que Hannibal le hiciera a su mente, él debía revertirlo y pronto, pero para ello tenía que estar despejado, liberado de los grilletes de la incertidumbre que tan bien se encargó de implantar su némesis dentro de sus difusos recuerdos.
 
Del otro extremo de la habitación había una mesa blanca de caoba con el libro de registro de las visitas y horarios abierto por la mitad con un bolígrafo, junto al cual se encontraba una humeante taza de café y un juego de llaves. Detrás del improvisado escritorio, la enfermera encargada de los pases había empezado a bostezar. Will no la había perdido de vista desde su ingreso. Y cuando, minutos más tarde, finalmente la vio apoyar la cabeza sobre sus brazos para ceder al sueño, supo que su plan había tenido éxito. 
 
Despacio, se levantó de la camilla para tomar la muda de ropa que Jack se había encargado de proporcionarle horas atrás. Fue deprisa hasta el sanitario para vestirse, sorteando el escaso tiempo que tenía por delante. 
 
Antes de ingresarlo a la sección de pacientes, le habían proporcionado unas píldoras de clonazepam para mantenerlo tranquilo. Will las había mantenido ocultas, simulando ingerirlas junto al vaso con agua que le habían entregado. No pensaba tomarlas porque por nada del mundo podía descansar hasta que no encontrara a Walter. Cuando vio a la enfermera custodiando la salida, hiló su escape. Se había acercado a ella para pedirle agua y, en el descuido de la fémina, se había encargado de verter las pastillas trituradas en el café. 
 
Disponía de poco tiempo antes de que la policía ingresara, así que se apresuró a salir. Se encontraba en el cuarto piso del edificio. Ya había estado previamente allí, cuando Abigail había desaparecido y todas las pruebas le incriminaban, dándose a conocer su avanzada  encefalitis, y todo porque Hannibal así lo había querido. 
 
Will conocía las instalaciones, había ideado un mapa mental. Primero se aseguró de que no hubiera nadie en el pasillo antes de hacerse con las llaves y salir. Caminó un par de metros por el corredor antes de girar en la primer arista. Cuando el ruido de voces llegó a sus oídos, se vio forzado a retroceder y entrar a una de las habitaciones que supuso destinadas al área de desinfectantes. Cerró la puerta con cuidado y aguardó a que los pasos del exterior se volvieran lejanos. Si conseguía llegar al final del pasillo, dispondría de dos opciones: la escalera de emergencias, o el elevador. A todas luces resultaba más lógico decantarse por la escalera, puesto que las probabilidades de toparse con personal de la clínica eran casi nulas, no obstante, Will no pretendía bajar, sino subir. Al descender tomaría un mayor riesgo al llegar a la entrada custodiada. Asimismo, había cámaras que detectarían la minima anomalía. En cambio, si iba a la azotea, podría despistar al personal al dar por sentada su huida. Entonces si podría irse sin mayores contratiempos. 
 
Antes de abrir la puerta, Will contó mentalmente las habitaciones antes de llegar al área de abastecimiento de las medicinas. Se encontraba en el ala izquierda. Había cinco habitaciones por pasillo. Hurgó presuroso en el bolsillo para extraer el juego de llaves. Dentro de nada empezarían a buscarlo, por lo tanto debía moverse rápido.
 
Abandonó el cuarto cuando lo consideró prudente, entonces corrió hasta el siguiente pasillo para dar con el sector de abastecimiento. Probó con tres llaves diferentes. Sus manos temblaban presas de la adrenalina y el nerviosismo a ser descubierto. Su mente seguía inmersa en una profunda y densa bruma que quería revertir a cualquier costo. 
 
La quinta llave coincidió con el mecanismo de la cerradura. Will la giró velozmente y bajó el picaporte. La puerta cedió al firme empuje y, en cuestión de segundos, se halló dentro del iluminado cuarto. La potente luz le lastimó la retina, pero también fue el desencadenante de un recuerdo vago de Hannibal en la cabaña. De pie ante él, sosteniendo una pequeña linterna frente a sus ojos, susurrando frases incomprensibles. 
 
Tenía que salir de ese trance. Rápidamente Will buscó en las repisas algún botiquín para las alergias. Removió cajas de píldoras acomodadas alfabéticamente hasta dar con el autoinyector de epinefrina. Después retiró el tapón de seguridad, inhalando profundamente por la boca. Se apoyó en el estante y los músculos de su cuello se tensaron cuando hundió a toda prisa la aguja en su muslo derecho, traspasando la mezclilla del pantalón y presionando firmemente para que la sustancia fluyera por su torrente sanguíneo. 
 
Una descarga de imágenes se abrieron paso de manera atropellada en su psique al tiempo que su ritmo cardíaco de aceleraba progresivamente. La adrenalina le ayudaría no solamente a mantenerlo despierto, sino que también le haría espabilar por completo, a salir de la falsa quimera que Hannibal interpuso a modo de bloqueo mental. 
 
Por un breve lapso de tiempo, Will sintió que se ahogaba, que el aire le era insuficiente. Sin embargo, no cedió a los efectos secundarios de aquella dosis. Aguardó a que su respiración se normalizara y, conforme lo hacía, las imágenes mentales seguían reproduciendose sin parar, manteniéndolo en un pasmo absoluto. 
 
Recordaba el cuadernillo que Hannibal le había entregado. Recordó sus labios colisionando con los suyos, haciéndole participe de tan caprichoso arrebato, socavando en sus más hondas debilidades para definirlo a su antojo. Un beso donde ambos habían saboreado el veneno del contrario. Un elixir de naturaleza corrupta aflorando en simple pero apasionado ósculo. 
 
Hannibal le había dado la respuesta a su inacabable infortunio, y en consecuente, Will había cedido, bajando la guardia y aceptando ciegamente la ayuda que se le brindaba, sin importarle que dicha solución le fuera ofrecida por el causante de sus desdichas pasadas. Había accedido deliberadamente a ser inducido en una suerte de hipnosis de luces, acompañada de unas píldoras extrañas. Cápsulas de gel de índole desconocida. 
 
En medio del miedo, la angustia y la debilidad por ver perdido a Willy, se entregó por completo a un plan que no le pertenecía y del cual actualmente dudaba de su garantía y éxito. 
 
Hannibal sabía los matices que adquiriría su propio plan y, por ende, lo había cegado temporalmente, poniéndolo en la mira pública, convirtiéndolo a él en el cebo cuando Will había pretendido hacer lo mismo pero a la inversa. Habían llegado a la misma resolución, no obstante, los móviles y la carnada figuraban como el contrario. 
 
Los dos habían señalado al otro para que el dragón rojo los encontrara...
 
Pero solo un señalamiento era el decisivo. Y desafortunadamente para Will, no era el suyo. 
 
Hannibal le había ayudado, pero no por la obtención de su anhelo, sino porque quería ver lo que ocurriría después. Su mórbida curiosidad había hecho gala de su escasa humanidad para colocarlo en la mirilla.
 
Si escapaba, estaría condenando a Walter. 
 
Ofuscado, salió de la habitación para aproximarse a uno de los ventanales del extremo opuesto al pasillo. Decenas de lucesillas parpadeaban sin cesar afuera de la clínica. Will no necesitó esforzarse para reconocer a la prensa. Seguramente entre los periodistas, situada en primera fila, estaría Freddie Lounds. 
 
El plan de Hannibal consistía en revelar su ubicación públicamente para que el dragón lo cazara. Pero...
 
¿Podría hacerlo allí dentro? ¿Sería el asesino capaz de burlar la seguridad y exponerse al riesgo de ser atrapado para ver cumplidos sus fines? 
 
Pensó en aquel librillo, las impresiones dentales, las fotografías de los homicidios, las cintas caseras. No había podido anticipar al criminal porque nunca pudo intuir las razones que lo motivaban, porque lo que el dragón rojo perseguía, era una simple utopía. Transformación. Creía que, transformando a las personas, estaría un paso más cerca de la propia metamorfosis. 
 
Will retrocedió de inmediato para mirar en dirección opuesta al pasillo. Debía tomar una desicion terminante en ese momento. Si usaba las escaleras, se estaría apegando al plan de Hannibal, convirtiéndose una vez más en el cebo, pero si tomaba el ascensor, tenía la oportunidad de escapar y seguir su propia estrategia a como diera lugar.
 
 

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