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Carpe diem por RLangdon

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Hannibal yacía sentado en el diván de cuero negro del sótano, con su pierna derecha cruzada sobre la izquierda, repasando una y otra vez bajo la inestable luz de la bombilla aquella hipérbole enunciada en el diario matutino. El Tattler Crime había comenzado a ganar renombre desde que Freddie Lounds se volvió más osada y carente de frenos morales. 
 
Y no obstante, su atención no había sido irremediablemente atraída por el encabezado o las crónicas que él personalmente tildaba de ridículas y predecibles. Lo que había acaparado por completo su interés se encontraba en uno de los avisos de ocasión. 
 
"Perro de caza extraviado. Beagle inglés pelaje tricolor. Visto por última vez en..."
 
Llegado a este punto, los labios de Hannibal se blandieron en un bosquejo de sonrisa indolente. Debajo de la breve descripción había un número telefónico que no era tal, sino una revoltura de dígitos al azar. La dirección, sin embargo, estaba cifrada. 
 
Calle: Urdid prak llih 5809.
 
Tras unos minutos meditando en solemne silencio y con su apática mirada inmersa en el diario, Hannibal lo dedujo. La dirección proporcionada era un anagrama. 
 
—Druid Hill Park— recitó monocorde. Él mejor que nadie sabía de qué sitio se trataba. Había abandonado a Will en el desvío próximo a dicha carretera. 
 
Desde el inicio había dado por sentado que el emisor del anuncio no era otro que Will, lo que Hannibal no esperaba era que el receptor sería él. Aún en ese momento Will seguía figurando como un enigma que él ansiaba desentrañar. No importaba cuánto predispusiera las fichas y los escenarios, Graham siempre era difícil de anticipar en sus jugadas. Pese a ello, sabía de sobra que el ex catedrático y agente era capaz de apostar su propia vida por sus seres queridos. 
 
"Comunicarse al número telefónico con Vladis Grutas" 
 
Su expresión, antaño imperturbable, sufrió un ligero cambio. Ya había adivinado por el anagrama que la misiva iba dirigida expresamente a él, y no al dragón rojo como había esperado, sin embargo, el nombre que empleó Will terminó por corroborarselo. 
 
¿Cómo dudar ante el nombre del líder de los asesinos que arrebataron la vida a Mischa?
 
Will sabía jugar sucio también. 
 
El recuerdo de su hermana removió sentimientos que creía en el olvido. La etapa más cruda de su vida la había padecido junto a ella. Siempre era a ella a quien Hannibal recriminaba por haberle hecho mantener su verdadera faceta oculta durante años. Mischa se había llevado consigo una parte considerable de su candorosa juventud, y sin embargo, cuando estuvo con vida, su presencia le restringió desbordar su inherente naturaleza humana, impidiéndole mostrar la oscuridad que actualmente secundaba cada uno de sus pasos. La muerte de Mischa lo había marcado de por vida, pero él la había perdonado.
 
Bastó un quiebre de idiosincrasia emocional para que Hannibal pudiera liberarse de los molestos grilletes morales y se replanteara el verdadero motivo de su existencia. 
 
Observó de vuelta el apartado del periódico que había llamado su atención. A pesar de que ninguna emoción surcó su impertérrito semblante, había un cúmulo de sensaciones aflorando en su garganta, y otras más en la boca del estómago.
 
No podía odiar a Will porque sería odiarse a sí mismo. Así de condenados estaban el uno por el otro. Tal poder ejercían en el contrario que incluso sus acciones empezaban a igualarse. Su vínculo era tan fuerte que, pese a las circunstancias que les rodeaban, siempre terminaban buscándose, envueltos en un anhelo oculto pero palpable. 
 
Desde que se conocieron, Hannibal había podido notarlo. Tenían una conexión especial e inquebrantable. Will Graham poseía una habilidad innata, lo comprendía. Podía, a través de un detenido análisis en la escena del crimen, perfilarle y dar de lleno con sus motivaciones, con lo que él deseaba transmitir. 
 
Fue por tal causa que Hannibal lo había escogido, no solo le otorgó el obsequio más valioso de todos, no solo confió ciegamente en Will, sino que además, había pretendido formar una familia a su lado. Quería darle a Abigail Hobbs para iniciar una nueva vida en Florencia. Porque separados eran poderosos, pero juntos...juntos eran indestructibles. Formaban una alianza inigualable, y ansiaba demostrárselo a Will. 
 
Fueron varias las traiciones, pero la taza siempre podía volver a unirse mientras las piezas se hallarán todas dispuestas.
 
Con la misiva del Tattler, Will no solamente buscaba arrojarle un descarado desafío, sino recordarle su primer acto de deslealtad, pues Hannibal le había revelado sutilmente el secreto de su familia al hacerle mención de su palacio de la memoria, al cual había acudido Will meses más tarde con la finalidad de recabar información y dar con su paradero en Italia.
 
Al final nunca importaba cuánto daño  hicieran al contrario, seguían anhelandose, deseándose tan ardorosamente que todo lo demás salía sobrando y perdiendo relevancia. 
 
Lentamente y con movimientos impecables, Hannibal abandonó el diván para ir la puerta lateral del sótano que conducía a otra antecamara. Su actual refugio distaba mucho de semejarse a un hogar. Años atrás había usado al Alcaudón de Minessota como señuelo, pero había más, había que ser realistas y anticiparse varios pasos a la policía. Cuando Will había encaminado las sospechas en su dirección, Hannibal había hecho lo propio y entretanto, se aseguró de acondicionar un posible escondite, pero entonces sus planes cambiaron. Porque creyó hallar en Will la pieza faltante en su vida. Pensó que podría integrarlo en su estrategia para huir y que, eventualmente, estarían juntos. Claramente nada había resultado según lo esperado. Su error fue esperar que Will se diera cuenta de sus propios sentimientos y lo antepusiera a él con respecto a su amistad y deber hacia Jack Crawford. 
 
Con porte y altivez, vio a Bedelia sentada a la mesa junto al niño, tratando en vano de hacerle probar un bocado del guisado que había preparado con mucha antelación. 
 
—Walter—Hannibal lo llamó al notar el ensimismamiento del menor. Sus palabras surtieron el efecto esperado, pues enseguida el susodicho bajó de un salto de la silla y corrió hacia él con su semblante iluminado por aquel sentimiento utópico que Hannibal había implantado durante semanas en su psique. 
 
—¿Cuando veré a papá? 
 
Hannibal esbozó una de las mejores sonrisas de su repertorio mientras su mirada se encontraba con la de Bedelia. 
 
—Muy pronto, Walter— anunció, rememorando el aviso de ocasión de esa mañana. —Quiza en un par de días estaremos todos juntos— aquello fue suficiente para animar al menor. 
 
 

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