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Carpe diem por RLangdon

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Jack Crawford depositó lentamente la grabadora sobre la mesa, ante la mirada atenta de los ahí presentes. Cuatro miembros del departamento de documentación se encontraban a la expectativa junto a Will Graham, quién, consternado, se vio obligado a escuchar la voz lastimera del doctor Frederick Chilton durante los siguientes tres agonizantes minutos. 
 
Se trataba de un aviso hacia su persona. No, era más bien una amenaza en toda regla. Los gritos desgarradores de Chilton daban cuenta de ello. 
 
Sientiendose mareado, Will se puso de pie. 
 
El asesino lo tenía en la mira y ahora se hacía llamar a sí mismo "El dragón rojo" 
 
"Por haberme obligado a mentir, será más misericordioso conmigo que contigo" 
 
Le rompería la zona del hueso ilíaco por la mitad. Pero aquello no era lo peor del asunto. A Will raramente podría afectarle una advertencia tan fútil que implicara solamente agresión física o incluso la muerte. Lo que verdaderamente lo atormentaba era el saberse responsable, culpable directo del secuestro de Frederick. 
 
¿Pues quién, sino él, lo había utilizado para dicho fin?
 
¿No fue, en esencia, un acto deliberado de su parte el haber colocado amistosamente su mano sobre el hombro del psiquiatra?
 
Eran sus ofensas lo que tanto habían calado en el asesino, y ahora, tres personas tenían que lidiar por las consecuencias de sus impulsivos actos. 
 
Molly había muerto, Willy estaba cautivo, y Chilton estaba siendo torturado. 
 
—Will, espera.
 
De un momento a otro, Jack había ido en su dirección para evitar que se marchara. 
 
—¿Hay una manera de manipular a Lecter para que nos diga quién es?
 
Era un hecho. Hannibal sabía de quien se trataba. Sabía la identidad o al menos tenía una idea de ello. Si se reservaba la información, era simplemente por gusto. Le fascinaba verles acorralados, y especialmente a él. 
 
Se estaba vengando por las traiciones pasadas. No cabía la menor duda de ello.
 
Lentamente, Jack negó con la cabeza.
 
—Existen procedimientos para recopilar información, Will. Si lo grabamos sin su consentimiento, sería considerado como un acto fraudulento— explicó con calma. —Si lo atrapamos, al momento de presentar los informes, el juez lo notara. Será tomada como prueba mediante fines ilícitos y será invalidada. Además, si hay duda razonada el juez podría dictar sentencia y dar su fallo en favor del imputado.
 
Will lo pensó. No había forma de que Hannibal accediera a darles información de ningún tipo que les fuera de ayuda. Todo era un juego, y ellos eran las fichas. Si no seguían sus reglas, Hannibal se rehusaría a hacer su siguiente jugada. 
 
—¿Qué podemos hacer?- cuestionó, abatido. Y entonces, al mirar de nuevo a Jack, supo la respuesta.
 
Tenía que pensar como Hannibal. Tenía que introducirse en la piel del ciervo una vez más. 
 
Fuera o no lo correcto. Y Will estaba dispuesto a lo que fuera con tal de no perder.
 
**
 
Cansado, colocó la cinta casera en el proyector y aguardó a que la película iniciara de nuevo. Las imágenes se reanudaron con los niños correteando por el jardín mientras el señor Leeds ajustaba la toma de la lente para, posteriormente, volverla hacia él y saludar sonriente. 
 
Lo más doloroso al tratar de analizar cada una de las tomas, era el hecho de ver a los niños de la familia jugando. Aquello sin duda removía sentimientos encontrados en Will Graham. Ya fuese por los recuerdos todavía nítidos que almacenaba del hijo de Molly, o quizá debido a la situación en la que se veía actualmente envuelto. 
 
Era como alumbrar la boca de un túnel con una linterna, sin saber a ciencia cierta en qué momento la batería terminaría, dejándole a él a merced de las penumbras. 
 
¿Cuál era pues, la pista más concreta que podía seguir? 
 
¿Cuál era el hilo correcto que debía tirar?
 
Resultaba el doble de complejo hallar respuestas a sabiendas de que si cometía un solo error, no solo otra familia se vería afectada por ello. La vida de Walter estaba de por medio. Por consiguiente, no podía solamente guiarse por sus instintos o alguna corazonada. Debía hacerlo bien. 
 
Siguió viendo la cinta, rebobinandola vez tras vez hasta la llegada del alba. Sin embargo, no encontró absolutamente nada. Y ello se debía a que no se estaba concentrando.
 
Presto a darse un baño y tomar un rápido desayuno, Will pensó que lo más apropiado era cimentar un plan propio, ya que si seguía adaptándose al de Jack, cabía la posibilidad de que Willy no sobreviviera. 
 
El no se lo perdonaría. Ni siquiera había asistido al funeral de Molly para poder hacerse cargo del caso. No estaría tranquilo hasta ver al dragón rojo tras las rejas.
 
"Dragón rojo"
 
El caudal de sus pensamientos se vertió entonces en otra dirección. Will había leído algo sobre aquello en algún periódico cuando daba seguimiento a las premisas del Tattler. 
 
Presuroso, fue hasta el comedor y buscó entre las gavetas. Generalmente, solía deshacerse de los diarios para evitar que se fueran acumulando. No obstante, con el ajetreo actual, se había olvidado de organizarlos. 
 
Y allí estaban. Los diarios de los últimos días. El New York Times, El Tattler Crime, Washington Post, Chicago Tribune, Los Ángeles Times. 
 
Los dispuso sobre la mesa y comenzó a buscar en los clasificados y en los avisos de ocasión, hasta reparar en la vaga noticia de un museo. Habría una exposición de arte en Chicago donde se exhibirían piezas invaluables de arte, y entre ellas, una famosa pintura titulada "El gran dragón rojo y la mujer revestida en el sol", dicha obra pertenencía a un pintor inglés llamado William Blake. 
 
Era una obra apocalíptica, figuraba en la Biblia como tal. 
 
¿Cuál era la conexión que tenía el asesino con ella?
 
Frustrado, se dejó caer en la silla. De nuevo llegaba a un callejón sin salida. Lo único de relevancia resultaba en una posible, sino que probable visita del Dragón rojo a dicho museo.
 
Con esa pista, se agotaban las opciones. Y es que en esta ocasión, Will sentía que perfilar al asesino o recrear las escenas de los crímenes en cuestión, no lo conducían a ningún lado. 
 
Excepto, quizá, a Hannibal Lecter.
 
**
 
No apartó en ningún momento su vista del vitral. La celda se notaba incluso más vacía desde la última visita que Will había hecho. No había escritorio ni libros. Hannibal estaba sentado en la cama, observándole a través de su gélida faz que no dejaba entrever nada más allá del aburrimiento.
 
—¿Algún progreso?
 
Will separó despacio los labios, pero se contuvo, anticipando que si era grosero o le ofendía de alguna manera, Hannibal se comportaría tajante como las veces pasadas. 
 
—Debe echar de menos sus libros— comentó, recordando el mensaje que le había enviado al asesino con su dirección en California. 
 
El único móvil que unía a Hannibal con el dragón rojo era la correspondencia. Pero no eran misivas como tal. Se habían válido de los avisos de ocasión del Tattler, y empleado referencias basándose en párrafos de determinados libros. 
 
—Debes echar de menos a tu hijo— repuso Hannibal a su vez, inexpresivo y monocorde como antaño. 
 
Will pasó del agravio que pretendía causarle quien fuera una vez su psiquiatra. Caminó por el corredor para ver los escasos objetos que se encontraban dentro de la celda. El teléfono era uno de ellos. 
 
No había forma de que el asesino le llamara, puesto que todas las llamadas tenían que pasar primero por el conmutador del hospital. Además, resultaba un medio arriesgado. Tenía que ser de nuevo por el apartado de los avisos del Tattler.
 
—Doctor Lecter, quiero hacer un intercambio de información.
 
El susodicho se levantó de la cama, fue hacia el cristal y prestó atención al semblante sereno de Graham. 
 
—No posees ningún tipo de información que me sea de interés.
 
La mano de Will se posó sobre el vitral mientras exhalaba un suspiro. Estaba determinado a llegar al fondo del caso, aún si tenía que rebajarse al nivel de un asesino o valerse de artífices para ello.
 
—Y si le dijera...— retiró lentamente la mano al percatarse de su propia vacilación. —Que sé sobre el paradero de uno de los asesinos de Mischa.
 
Aunque casi imperceptible, la expresión de Hannibal sufrió un cambio.
 

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