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Carpe diem por RLangdon

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Tras contemplar el último tren de la tarde desplazarse sobre los rieles bajo el manto oscuro del crepusculo, ganando velocidad con espasmodicos resoplidos para luego perderse entre la vereda a la lejanía, Will Graham consultó por cuarta ocasión la hora en su reloj de pulsera. Después exhaló profundamente, notando el frío traspasar su respiración mediante finas e irregulares volutas de vapor que se esparcieron y mezclaron con el aire fresco de la inmediación a las orillas del bosque. 
 
En lo alto del horizonte, rodeado de la bruma difuminada de las nubes, se dejaba entrever de a poco, la silueta del circunferico astro lunar. 
 
Dentro de tres cuartos de hora acontecería aquello que le había costado múltiples desvelos e imparables dolores de cabeza. Las ansias, no obstante, seguían dominandole, aguijoneando bajo su piel con la misma presteza del avance de las manecillas. 
 
Fue por ello que Will había decidido, luego de disponerlo todo, salir a tomar un poco de aire. Necesitaba disipar todo rastro de vulnerabilidad que pudiera descubrirle y exponerle a su vez. Debía sellar hasta la última grieta de debilidad para evitar ser blanco de un mal mayor que podría costarle la vida. 
 
Tan resuelto fue en su caminata, como sereno se mostró al dar cuenta en su regreso del intruso que ya le aguardaba en el interior de la cabaña. 
 
La puerta entreabierta, y dejada asi intencionalmente, debía servirle de incentivo para disipar toda posible alarma de saberse tomado con la guardia baja. Will solo conocía a alguien lo suficientemente calculador y refinado como para tomarse esa clase de medida, previniendole de la sorpresa que ya no figuraba como tal por el simple capricho de su actual huesped.
 
—Will. 
 
—Hannibal— saludó a su vez, cubriendo toda tentativa de impulso a tráves de una tenue sonrisa de camaradería. 
 
Hannibal no solamente se había acicalado, perfumado y engalanado en uno de sus mejores fracs, sino que lucía la misma mirada segura que delataba su autoconfianza, teñida ahora de una superioridad mayor a la que antaño denotara. 
 
—Espero no te incomode que me tomara la osadía de pasar— argumentó, rodeando el sofá para reunirse con el récien llegado. 
 
A sabiendas de que la hipocresía de su interlocutor no tenía límite, Will se guardó muy bien de imitarle, cediendo en el mutuo juego de máscaras para ir a la cocina a servir de anfitrión. Pidió a Hannibal tomar asiento en la robusta silla de arce y tomó la botella sellada de la encimera junto al sacacorchos. 
 
—Un anagrama. Muy digno de ti, Will.— murmuró Hannibal, alzando la ceja lo suficiente para delatar la amena sorpresa que le había dominado ante la elaborada misiva.
 
—Debo admitir que dudé acerca de si se presentaría— siguió Will la conversación, vertiendo cuidadosamente la misma porción de vino en dos copas, dejando ambas a merced del otro para que tomara la que quisiera—. ¿Significa que aún confías en mi?— su tono medió entre la formalidad y la familiaridad, nervioso y sin decidirse a escoger ninguna en particular. 
 
Como si Hannibal adivinara el motivo de su indirecto titubeo, sonrió ampliamente en un gesto de evidente regocijo. Alzó la copa hasta la altura de su nariz, deleitandose con el suave y embriagador aroma de la conocida cava, en tanto agitaba con mesura el líquido adulterado. 
 
Will contuvo entonces la respiración al no obtener respuesta inmediata, intuyendo un posible e irremediable yerro en su proceder. Tomó a su vez la copa que le ofreció Hannibal y bebió su contenido de una sola vez. 
 
La mirada que obtuvo de Hannibal fue de entero reproche. 
 
—¿Cómo?, ¿No lo saboreas?
 
Will se reservó la respuesta cuando vio a Hannibal bebiendo despacio de su copa. 
 
—Le sugiero reservar su apetito para más tarde— se atrevió a decir, alentado por el vino que había apurado, aun cuando se había propuesto mantenerse sobrio en todo momento—. La cena esta en el horno, pero le prometo que valdrá la espera. 
 
Como si esperara dicho comentario, Hannibal acertó a hacer los cubiertos a un lado. Su mirada se tornó incisiva al reparar en la de Will. 
 
—Me preguntaste si confiaba en ti. 
 
Sorprendido por la respuesta tardía, Will asintió, y al hacerlo, miró discretamente su muñeca izquierda, sintiendo sus propios latidos acompasandose al ritmo del reloj. 
 
—Mi respuesta es la misma que me otorgarías si la hiciera yo en tu lugar. Asi que dime, ¿Cuál es tu respuesta, Will?, ¿Confías en mi?...¿Lo hiciste cuando te entregué el regalo más grande que podía hacerle a alguien? 
 
Carraspeando, Will procuró modular su voz a una más pausada y confiada. 
 
—Le traicioné a medias. No lo olvide— remarcó al recordar la advertencia que le había hecho a Hannibal para que pudiera escapar en aquella ocasión. —Pude haberle entregado, pero no lo hice. 
 
El reflejo de la luna contra la ventana atrajo repentinamente su atención. Apenas vaciló cuando Hannibal se levantó para rellenar ambas copas. 
 
—¿Alguna vez piensas en nosotros?— preguntó monocorde y con la mirada fija en la copa—. ¿En lo que pudimos tener junto a Abigail? 
 
Tras una firme inhalación, el semblante de Will se suavizó. Relajó poco a poco los hombros y se inclinó hacia el frente.
 
—A menudo lo he pensado— reconoció—. Lo pensaba cuando contraje matrimonio con Molly, y lo pensaba cuando veía a...
 
Perdiendo el dominio, tanto de su voz, como de su temple, Will se atragantó con su propia respuesta a medias.
 
—Es un buen regalo para un niño —dijo Hannibal de repente, exhibiendo entre sus dedos el conocido dije que oscilaba ante la mirada, ahora atónita de Will—. Los recuerdos son más valiosos que una joya. ¿No es asi, Will? 
 
—Lo son, si—contestó el susodicho recuperando lentamente la compostura y meneando la cabeza—.
Aparentemente lo suficiente para hacer una jugada tan riesgosa como la suya— aventuró, dejando traslucir su conocimiento sobre el secuestro de su hijo—. Al comienzo del caso había varias irregularidades. Confieso que me confundió bastante, Doctor Lecter. No atinaba a unir las piezas de un estricto patrón que consecuentemente dejó de serlo al hallarse mi familia envuelta. 
 
Hannibal no ocultó su disgusto al saberse descubierto a destiempo. Torció levemente los labios y le alentó a continuar al colocar el dije junto a la copa de su acompañante. Al cabo de unos segundos, y tras dar otro fugaz vistazo al reloj, Will retomó la palabra.
 
—Los espejos no fueron rotos en su totalidad. Aquello me llevó a pensar que El dragón rojo se vio interrumpido en su labor— haciendo acopio de su voluntad, adoptó un tono más frío e impersonal que el que cabría esperar de alguien en su posición—. El cuerpo de Molly no debía estar sobre la cama, sino frente a esta, puesto que el asesino pretendía dar a entender lo que sus propios ojos veían. 
 
Hannibal dio un aplauso seco en son de mofa. Sus ojos brillaban con la elocuencia de quien recibe un grato e inesperado detalle, y a su parecer lo era, porque no había intuido que su antiguo rival llegara tan lejos. 
 
—Puso al Dragón rojo sobre la pista de mi familia al enviar aquel mensaje encriptado en los avisos de ocasión— anunció Graham, terminante. —Pero se llevó a Walter consigo. Fue por eso que El dragón salió de improviso sin modificar la escena del crimen como las veces pasadas. No vio a Walter y se dio cuenta de que usted lo traicionó. Como hace con todos los que dejan de serle útiles— enfatizó, levantandose para encarar a su adversario. 
 
Frente a frente, sus miradas se encontraron. Reluciente la determinación en uno, palpable el deseo en el otro. 
 
Will tomó el dije y lo apretó con fuerza para canalizar las emociones que ya no podía contener. 
 
Miedo. Ira. Confusión. Añoranza. 
 
—Nunca quisiste tener una familia, Hannibal —le susurró al acercarse—. Tu mundo ideal se reduce a nosotros dos solos. Y sin embargo, no te importa tener que pasar por encima de todos para conseguirlo. 
 
Por un instante tuvo el desatino de retroceder, pero Hannibal lo retuvo a su costado, inmovilizandole de la muñeca para mantenerle en su sitio. Manso como cordero, fiel como un perro. Era lo que Hannibal Lecter siempre había querido que fuera para él. Su cervatillo. 
 
Se estuvo quieto cuando Hannibal inhaló descaradamente el costado de su cuello para apropiarse del aroma de su colonia. 
 
Tenía tantas cosas que decirle, tantos pensamientos íntimos, pasados y futuros, que casi no podía esperar. No obstante, tan pronto sus labios empezaban a proferir sendas ideas, Hannibal lo silenció con su propia boca. Adueñandose de todo aquello que consideraba de su pertenencia. 
 
Desde que había puesto sus ojos en Will la primera vez, había quedado deslumbrado. Y ahora, en ese  momento, seguía sintiendose del mismo modo. 
 
Fuera quizá Will Graham el único individuo con vida que había logrado prendarle de forma permanente. Había tanto de él en si mismo, como a la inversa. Dos mitades en una dualidad psicologica y emocional. 
 
No hubo resistencia cuando finalizó el sólido contacto labial, y antes bien, fue Will quien tuvo la iniciativa de incitar un segundo roce más intenso y prolongado que cualquiera que ninguno de los dos tuviera hasta entonces. 
 
Las heridas internas parecían cicatrizar en medio de la perdición que representaban el uno por el otro. 
 
En un momento dado, Will se hizo a un lado, permitiendo que la ventana a su espalda se abriera de par en par. 
 
—Su compasión por mi, sigue siendo inconveniente—sentenció mirando a Hannibal a los ojos. 
 
En cuestión de segundos, una fuerza intempestiva había derribado toda la cristalería de la encimera para llegar a su objetivo. 
 
Francis Dollarhyde logró hacerse con el cuchillo para carne y afirmó el filo en la yugular de uno de sus nemesis, gozando de absoluta ventaja al conocer la rivalidad y actual abismo que les distanciaba. 
 
—No me gusta que me engañen— farfulló mirando alternativamente a Will y Hannibal. Siendo el segundo quien aparentaba incredulidad bajo su perenne fachada de neutralidad, aún sabiendose sometido, amenazado y tomado con la guardia baja. 
 
—Will...— fue a replicar, pero se calló un momento y le miró como si fuera la primera vez que le veía.
 
Will dudó en moverse, notando a su vez la vacilación del dragón por terminar su propia encomienda. 
 
—Ha de recordar que no es el único que lee el diario, Doctor Lecter— buscó el objeto guardado en uno de los cajones bajo la alacena y lo sostuvo en una de las primeras páginas para que Hannibal pudiera enfocar una misiva encriptada, similar a la que hubo dirigido exclusivamente para él, con la salvedad de que el anagrama en cuestión yacía semioculto en un artículo extraído y publicado en el Tattler de uno de los libros de Frederick Chilton. 
 
Era tal la animadversión que este despertaba en Hannibal, que Will había sopesado previamente la nula probabilidad de saberse descubierto en su jugada doble. 
 
Les había citado con solo media hora de diferencia para asegurarse de que el encuentro fuera inevitable. 
 
La policía no tardaría en llegar. Entonces todo terminaría. 
 
—¿Papá?... ¡Papá! 
 
Will parpadeó y se dio media vuelta en dirección al resquicio de madera que conectaba la cocina y el comedor con el resto de la estancia. 
 
Su corazón dio un vuelco, su rostro palideció y su cuerpo se congeló por entero.
 
Bedelia permanecía detrás del niño, sujetandolo del cuello con el brazo mientras sostenía un bisturí cerca de su traquea. 
 
—Te lo dije, Will— gruñó Hannibal en el extremo opuesto del comedor. —Tu respuesta siempre será igual que la mía.
 
"¿Confías en mi?" 
 
Will adelantó un paso hacia el niño. Luego otro y otro más. 
 
Varios objetos cayeron en el comedor, pero Will hizo oídos sordos a todo, menos a la respuesta que, dolorosamente, se abría paso en su psique. 
 
"No".
 

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