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Percepción por rmone77

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Notas del capitulo:

—Oblivion—

La sencilla sonrisa sobrepuesta en un paisaje bucólico se difuminaba lentamente al paso de las horas; en cada golpe del minutero se desprendían pequeños cuadradillos que componían el rostro de Do. La imagen tan vívida de su recuerdo era cada vez menos nítida y Kim intentaba no dejar ganar a la ansiedad por verlo. Un reencuentro cargado de emociones que terminó volatilizándose por escasez de tiempo. Le faltó tanto por decir creyendo que el control por fin pasaba a sus manos. Se tomó el privilegio de creer y esperar al momento más oportuno. Pero cómo saber, exactamente, ¿cuál sería el momento oportuno?


Posó la palma sobre el café caliente, percibiendo de inmediato la humedad quemante que se estrellaba en su piel. Se quemó la punta de la lengua, pero siguió bebiendo de todas formas. Arregló sus hebras castañas, que estaban más largas de lo usual, y liberó su cuello del asfixiante abrazo de la corbata. Tenía aún tanto por hacer y, aunque llevaba más de una semana metido en diferentes asuntos, parecía que todo se acumulaba en una esquina de su escritorio.


Se detuvo justo antes de volver a tocar el teclado, desparramando su cuerpo cansado sobre el respaldar de la silla. Una queja perezosa se le escapó, llamando la atención de una jovencita perfectamente vestida.


—   Debería tomarse un descanso.


La voz dulce tenía tanta razón, él incluso lo pensaba también, pero eran mucho más devastadoras las ganas de ver a su chiquillo.


“Esto es el amor”, pensó internamente, diciendo a la muchacha, a través de una simple mirada, que la necesitaba.


—   ¿Hay una razón por la cual está siendo tan terco esta vez?


La secretaria apoyó sus delicadas, pero fuertes manos, sobre los hombros de Kim. En la primera caricia provocó que su jefe soltara un quejido aún más sonoro, ante lo que ella sonrió disimuladamente.


Se dejó estar al menos diez minutos en esa situación antes de sentir que podía mover sus brazos de nuevo. La muchacha, que no pasaba los veinticinco, le ordenó la camisa y se llevó la taza vacía de café, volviendo rápidamente con una nueva taza humeante. Le alegró ver a su jefe de nuevo de lleno en el trabajo y se retiró a su asiento sin decir una sola palabra, hasta que él la volviese a necesitar.


Pasó la hora del almuerzo y la fatiga, junto a la falta de comida decente, hicieron decaer nuevamente su concentración. Se quitó los lentes y frotó el puente de su nariz, levantando la mirada ante el brillo en la pantalla de su móvil. Ella le ofreció amablemente ir por almuerzo, a lo que JongIn aceptó y, antes de levantarse y estirar un poco las piernas, revisó las notificaciones de su teléfono. Había un mensaje nuevo.


>>Ha ido todo bien, pero queda mucho aún.


Esa simple frase y nada más. Kim tomó su saco y salió en compañía de la fémina. Ambos sostenían una conversación superflua sobre lo desorganizado que se encontraba el departamento y la falta de personal competente, empero el inconsciente de Kim procesaba otro tipo de cuestiones.  


A sus treinta y tantos años sentía mucha inseguridad sobre la situación actual con Do.


Luego de que ambos visitaran al abuelo de éste, compartieron una cena tranquila antes de que Kim fuese solicitado desde su trabajo para cubrir a un compañero enfermo. La despedida fue tierna y distinta porque ambos prometieron volver a verse cuanto antes. Se besaron con infinita dulzura y se despidieron en reiteradas ocasiones antes de que Do desapareciera del espejo retrovisor. Kim condujo de vuelta a su apartamento y al cerrar los ojos se rindió al sueño.


De eso ya había transcurrido dos semanas y dos días, y ninguno de los dos logró encontrar un mínimo espacio en sus renovadas y ajetreadas vidas para compartir con el otro. Y el problema principal no era ese precisamente, sino, la desconfianza que aún navegaba en el corazón de Kim. Se confesaron sus emociones con el cuerpo, pero más allá de eso no se dijo nada. Había muchos asuntos aún sobre los que conversar y, aunque no quisiera, Kim recordaba claramente todo lo que le generaba una abismante curiosidad. Como esas manchas violáceas en el cuerpo débil, sus verdaderos sentimientos, o las relaciones familiares que sostenía con sus inexistentes padres.


—   Jefe, no ha tocado su comida.


—   Te he dicho que no me digas “jefe”.


La mujer hizo una mueca por la forma en que Kim desviaba el tema, pero su mirada insistente ganó sobre la testaruda actitud del publicista y empezó a comer, aunque sin ganas.


 


Como si no fuese suficiente con hacerse cargo de tareas administrativas que no le competían, Kim se uniría (obligado) al comité de organización de un importante congreso que estaba a cargo de su empresa. Cuando vislumbró una pequeña posibilidad de cenar cada día con Do, fue saturado de trabajo a niveles que rozaban la esclavitud.


>>No podré este jueves, han surgido más cosas. Te extraño mucho. Come adecuadamente y descansa también.


Cada vez que presionaba el botón “enviar”, se preguntaba si es que no era demasiado cariñoso en comparación con los escuetos mensajes de Do. Y quizá, con sus empalagosas ganas de verlo e inútiles esfuerzos de ocultar esas mismas emociones, terminaba poniendo demasiada presión en los hombros del muchacho. Pero Kim no sabía que los ojos del estudiante brillaban al leer esos sentimientos plasmados en palabras tan transparentes.


Do había tomado un par de recesos universitarios con anterioridad y algunas asignaturas obligatorias se había acumulado en su currículo incumplido. No eran importantes, pero dado su carácter “obligatorio”, eran determinantes en su avance académico. Un par eran de formación general y otro tanto de cursos relacionados con su disciplina. Pero al ser tantos, colapsaban todo su horario. Si deseaba terminar en un trimestre, tendría que poner todo de su parte para conseguir aprobar todas las asignaturas. Y si fuese sólo eso probablemente conseguiría hacerlo sin problemas, pero las condiciones de su cuerpo no le permitían estar despierto más del tiempo necesario. En casa, sucumbía fácilmente a la fatiga y al estrés universitario. Aunque había un ritual que llevaba a cabo cada día. Justo antes de dormir recordaba las palabras: “come adecuadamente”, “duerme también” y “te extraño mucho”.


Te extraño mucho”.


Y repitiendo esa simple frase terminaba su día. Pero el descubrimiento de sus emociones no acababa ahí. Al día siguiente, Do siempre repasaba los escasos mensajes que compartían, aunque esa mañana encontró algo que no recordó leer el día anterior.


>>Tenemos que conversar. No ignores mi mensaje, por favor. Prometo que será la última vez.


El remitente no era Kim y el móvil tampoco indicaba algún nombre, era un número desconocido, incluso para Do. Podía sospechar de un par de personas, aunque se inclinaba por una en particular. Y si era así, sentía algo de ansiedad por esa petición, pero también satisfacción de terminar algo que no hizo antes. Conocer a Kim le había hecho entender un par de cosas y en el presente se sentía capaz de cerrar los infinitos ciclos que siempre abandonó.


>>El sábado a las 8, en el restaurante de siempre.


Respondió cuando comenzó su primera clase del viernes, de esa forma estaría concentrado y pendiente de otros asuntos y no del tiempo, o de lo que debería decir. Estaba seguro de que los días pasarían muy rápido y ante ese pensamiento se sintió con infinitos deseos de ver el rostro de Kim.


>>Tendré libre la tarde del lunes, ¿puedes?


>>Puedo. Quiero comer algo picante para la cena.


Do respondió rápidamente y se concentró en sus estudios. Kim sonrió al leer el mensaje y se llenó de energías, preparándose para recibir a los expositores e invitados.


A punto de acabar el viernes de la semana, Kim sosegaba sus dudas y los primeros indicios de confianza en la conducta estable de Do salían a la luz. A pesar de ello, la promesa entre ambos no fue suficiente para tranquilizarlo del todo, manteniéndose en sus pensamientos gran parte de los días. Eso lo llevó a cometer un par de errores en su trabajo, nada grave, pero no eran faltas comunes en él y no hablaba bien de su desempeño. Sabía que aquello traería consecuencias en su trabajo, lo cual era un ámbito importantísimo en su vida desde siempre y, aun así, todo pasaba a segundo plano cuando imaginaba el tiempo pasar de forma fugaz ante las miles de conferencias que debía presenciar.


El lunes, a primera hora, tuvo una pequeña reunión con uno de los gerentes. Más que reunión, fue una masacre a la actitud “poco profesional” de Kim JongIn. Guardó silencio durante todo el tiempo que fue amonestado. Y a pesar de estar consciente de su desempeño deficiente, no era un hombre que se dejase amedrentar. La única causa detrás de su silencio era la incomunicación de Do. Posterior a la última noche en que acordaron verse, Do no respondió ninguno de sus llamados o nuevos mensajes. Y llegado a un punto, las llamadas entraban al buzón. Fue ese hecho lo que encendió sus emociones. Dados los antecedentes, lo único que pensaba Kim era que el chico nuevamente había huido. Lo estaba evitando claramente. Y si el congreso no hubiese sido fuera de la ciudad, no habría dudado un segundo en ir a su encuentro.


Mientras el enfado del gerente se transformaba en duras palabras que intentaban ser apaciguadas por otros de los presentes, Kim sólo pensaba en salir de ahí e ir en busca de Do.


Nunca fue un hombre obsesivo, así que no entendía su avallasador interés en el muchacho, por lo tanto, tampoco sabía cómo manejarlo. Y a su mente no venían más que imágenes que empeoraban la situación. Y se arrepentía de no haber hecho todas las preguntas, de no haberle pedido explicaciones sobre todo lo que no coincidía en su vida, o la alocada forma de enfrentar los problemas.


Creyó que debió ser más precavido, no confiar, no caer en sus dulces gestos, sus repentinos actos de preocupación o ternura. No debió enamorarse tan rápido, no de alguien como él, que no parecía prestar el más mínimo interés por ninguna cosa.


El interior del vehículo se impregnó del olor a cigarrillo. Había perdido la cuenta de cuántos había consumido en el trayecto, en un intento desesperado de hacer desaparecer la ansiedad. El corazón le iba a mil y sabía que la desagradable sensación en su estómago se traducía como “celos”.


Golpeó el volante un par de veces y se sintió estúpido. Siguió marcando el número de Do y siguió siendo desviado al buzón de llamadas. Y, aunque fuera inútil intentar localizarle, no dejaba de presionar el número, no dejaba de querer escuchar su voz.  


Terminaría todo el asunto relacionado con él. Lo encontraría y le diría lo despreciable que era, lo calculador y frívolo que había llegado a ser. Borraría cada pequeño detalle que le hiciera recordarlo. Huiría él también cuando quisiera contactarlo. Se desquitaría por toda la rabia que estaba sintiendo.


Al reaccionar de nuevo, con los ojos inyectados de ira y la mandíbula tan firme que tensaba al límite los músculos de su rostro, golpeó la puerta del automóvil al bajarse. Caminó sobre la tierra húmeda por la brisa nocturna y se maldijo al recordar los momentos vividos en ese lugar.


No hizo ningún amago de ocultar sus emociones febriles, teniendo en mente la única idea de encontrar a Do.


Al avanzar por las estrellas callejuelas y vislumbrar la casa a punto de desmoronarse, el pecho le dolió de sobre manera. Brillaba una tenue luz en el segundo piso y la decepción no demoró en atravesarle la cara. Estuvo a punto de devolverse sobre sus pasos, de cambiar su rumbo e irse en silencio, enterrando todo de manera sigilosa. Temió ver muchas cosas al traspasar la puerta roída y se sintió como un adolescente vivenciando su primer desamor. Contuvo la respiración al escuchar un leve susurro provenir del interior. Tensó aún más su mandíbula y empujó levemente la puerta, deteniéndose todo en su cuerpo al ver la escena que se desarrollaba al interior.


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