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Percepción por rmone77

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Notas del capitulo:

—Empty house—

El tiempo, en ocasiones, transcurre como pestañeos y otras veces eterniza ciertas circunstancias. Do nunca sintió la relatividad del tiempo y las ansias que podía guardar nunca se relacionaron con éste, hasta que conoció a Kim JongIn. Un hombre que había cambiado sus manecillas del reloj, alterando el orden que le correspondían.


La debilidad de su cuerpo y mente fue tal que inició la suspensión del año académico y no obtuvo mayores problemas debido a que el profesor Guk estaba al tanto de su condición. No tuvo que justificar la hospitalización, ya que existía un diagnóstico previo de su condición mental, lo cual le liberó de muchas cargas extras. Probablemente no podría conseguir las becas si la institución tuviera los antecedentes: internado por sobredosis de drogas.


En casa o más bien, en el amplio y silencioso departamento de Kim, el tiempo transcurría lentísimo, casi caprichoso y no le ayudaba su inexistente interés en realizar alguna tarea.


Los primeros días pasó del amanecer al anochecer en cama, siendo consentido absurdamente, sintiéndose un niño y no un hombre. Los días siguientes recibió durante mediodía la visita de diferentes mujeres, en sus cuarenta algunas, otras más jóvenes o viejas, que se encargaban de asear y cocinar, siguiendo al pie de la letra el plan nutricional que les había entregado la enfermera. Hubo un solo día en que Do no probó alimento, no se le antojaba y le ganaron las náuseas odiosas que no dejaron su garganta en paz. Se sintió deprimido y al estar solo no manejó adecuadamente la situación. Kim no apareció durante la noche y su cuerpo se arrastró al día siguiente, con la misma ropa, saco y corbata en mano, y unas horribles ojeras que no empañaron las facciones hermosas de su rostro. Do dormía profundamente, derrotado por la fatiga. Kim se sentó a su lado, le acarició el cabello deshecho, el rostro demacrado y alisó la expresión preocupada que en sueños formaba. Durante esos días el descanso del chico podía ser interrumpido por el susurro de un insecto y despertó un tanto alterado, hasta que descubrió que las manos eran completamente conocidas.


— No has comido.


Antes de explicar que no fue su antojo, sino más bien, lo mal que se encontraba su cuerpo, se perdió en la expresión horriblemente preocupada en el rostro de Kim. Se le encogió el corazón y quiso llorar por él. Se tragó las excusas y apoyó la mejilla contra su palma, avergonzado, pidiendo disculpas silenciosas.


 


Sabía que no era culpa de ninguno, pero la prisión en esas cuatro paredes lo desalentaba. Peor era no poder ver a Kim debido a su trabajo. Do no tenía idea de que la razón detrás de los días interminables y extenuantes de trabajo eran culpa de él. Debido a todas las ausencias y faltas que cometió Kim, tuvo que bajar la cabeza y acatar todo lo que los superiores u otros encargados de departamentos solicitaban. Se sentía tranquilo con el chico en casa, por lo que se desvivió lo más pronto posible a las preocupaciones de su rubro.


Do veía el esfuerzo y, con lo poco que se veían o hablaban, era suficiente para querer hacer algo por él también.


Inició con metas pequeñas, como ayudar en los quehaceres o cocinar platos fáciles del plan. Seguía siendo distante ante las empleadas y lo que ellas interpretaban como frivolidad, sólo era respeto que el muchacho mostraba por su trabajo. Sabía que lo cuidaban, pero debido a su incapacidad de agradecerles, era completamente malentendido. No pasó mucho antes de que se generara un degenerado rumor ante la presencia de Do en ese espacio que antes sólo ocuparon mujeres. Las empleadas del edificio en donde vivía Kim habían trabajado durante años, las más antiguas, y era ávidas conocedoras de la vida privada de cada inquilino. Algunas le envidian, pensándolo como un muchacho libertino, que no hacía más que entregarse a sus pasiones, sin tener la más mínima idea de las penumbras que ocultaba, que había experimentado.


Por orden de Kim, el muchacho no podía recibir ninguna visita. No era una orden impuesta por él mismo, sino que fue Do quien se lo había pedido como un favor. Sus padres tenían dinero suficiente como para encontrarlo aún bajo las piedras. Lo sabía y sabía también que lo único que los mantuvo alejados fue su voluntad férrea. Pero eso había cambiado, se sentía débil, incapaz de repeler a ese tipo de personas.


En los rumores la orden fue carbón para avivar el fuego de los chismes, idealizándolo como un joven peligroso para el mundo o el juego nocturno de Kim, un guapo y adinerado soltero.


Kim quería alejarlo de eso. No tenía que escucharlos para saber que las malas intenciones seguían a Do. Llamaba la atención. De alguna forma extraña su mirada penetrante, sus pupilas fijas y la honestidad pura detrás de su corazón afectaba a las personas, a la mayoría, acostumbrada a lo fingido. Esperaba que pronto se recuperase y pudiesen mudar a un lugar más apartado, algo como el piso de Do, distante, acogedor, sólo de ellos. Algún lugar cercano al hospital que brindaba cuidados a su abuelo, con un amplio jardín trasero que le permitiera dar paseos a ambos. Un lugar que, en ausencia de él mismo, brindara calidez al muchacho. Deseaba hacerlo sentir parte de algo.


Do, sin quererlo, por su falta de energía y fuerza que determinaba su torpeza, derramó un poco de descafeinado en lo que parecía una lujosa mesa de noche, pero al ir por algo para limpiar escuchó frases sin sentido para su cabeza, las voces femeninas le atravesaron los oídos como espinas envenenadas.


— Quiero verlo al menos, saber lo que oculta el señor Kim en su departamento.


— No, ¡no sabemos si se pueda molestar!, podría delatarnos y perderíamos nuestro trabajo. No sabemos cómo es él. ¡Podría ser un delincuente!


— A mí me parece más que es un pervertido. ¿No piensan lo mismo? Te apuesto a que es un niño malcriado que se vende por tener esta vida lujosa.


Do se acercó para verles las caras, porque su sentido común inexistente no podía aconsejarle que era mejor estar oculto. Las mujeres parecieron ver un demonio y se deshicieron en disculpas y despedidas, chocándose las unas a las otras al intentar salir todas juntas por la puerta. No fue capaz de decir nada y sólo vio sus espaldas y rostros desaparecer fugazmente. El estómago se le volvió amargo y pesado, y lo único que hizo después de eso fue sentarse en el sofá, con el café aun estilando hacia la alfombra, enfriándose rápidamente.


Cuando Kim cruzó el umbral del departamento, Do aún seguía allí, sentado con las piernas adormecidas, el cuerpo frío y los labios secos. Sus ojos muy abiertos mostraban cuán rápido trabajaba su mente, aunque se le veía abstraído. Kim no tuvo que preguntar por el café derramado, era una preocupación insignificante frente al muchacho. Se sentó a su lado y besó su hombro, percibiéndolo tembloroso. Las noches no eran lo suficientemente calurosas para estar sólo con una capa de ropa y la calefacción, tanto como las luces, seguían sin encender. Algo había sucedido, pero no preguntó, le pareció que no era buena opción indagar en la mente dispersa.


El muchacho sintió que el tiempo volvió a afectarle ante el contacto cariñoso y notó tardíamente que había pasado todo el día sentado, sólo pensando y recordando. Vio lo mismo de cada día: un rostro cansado y hombros derrotados. Volvió a sentir el estómago pesado y la amargura se trasladó hasta su boca.


— Estoy enfermo. Mi mente no está sana, es por eso por lo que no puedo entender a las personas. Mi abuelo siempre me cuidó, él me enseñó muchas cosas, aprendí a decir palabras que no entendía porque eso hacía que los demás se sintieran bien, él me enseñó eso también. Hizo que las personas a mi alrededor no me vieran con ojos extraños. Cuando él se fue, nunca veía a mis padres y no conocía a nadie de los que estaban conmigo. Uno de ellos me obligó a hacer muchas cosas, cosas que mi abuelo siempre dijo que estaban mal. Pero él decía que debía hacerlas, que era normal, que mejoraría con eso. Me golpeaba si no obedecía, porque era mi culpa, pero eso estaba bien, me hacía sentir mejor. No sé por qué lo hizo, no sé por qué las personas me golpeaban. Mucha gente lo hizo, personas que decían quererme, luego me golpeaban. Pero estaba bien, lo merecía, porque yo también les hacía cosas malas, quizá yo también era malo, pero no sé qué estaba mal, ellos sólo decían que a mí no me importaba nada. Y quizá tenían razón. Pero cuando te conocí me sentí tranquilo con sólo verte, era tan raro no hacerlo, no podía concentrarme en mi rutina. Y no quería que fueses como los demás, no quería que tú me golpearas y me escondí, pero no me sentí bien. Y no quiero ser una carga para ti, no quiero que me odies también. No quiero hacerte cosas malas, pero no sé cómo ser normal para ti.


La repentina confesión fue un golpe sucesivo de información, de sentimientos, de miedos y emociones intensas arraigadas en la piel del muchacho. Jamás había hablado sobre sí mismo, jamás había explotado de esta forma y nunca pareció ser de los que sucumbían a los demonios internos. Por fuera, KyungSoo se veía como una brisa ligera, atemporal, completamente alejada de la realidad. Y por primera vez JongIn podía sentir su lado humano, lo frágil que realmente era, lo puro de sus tartamudeos nerviosos, de las palabras atascadas en sus partes más infantiles.


El chico centelleaba imperceptiblemente, era un torbellino de emociones contenido y Kim tenía miedo de desatar emociones aún más profundas y lastimar su presente. Tragó saliva en seco e intentó respirar con calma. Pasó las manos por los costados delgados del cuerpo joven y se cernió en un abrazo pausado, tímido. Lo apretó al punto que fue doloroso para Do, pero lo hizo salir de su trance y tomar un poco de conciencia en la noche. Suspiraron a destiempo, pero Kim se mantuvo firme sosteniendo un cuerpo lábil, desgastado. El muchacho se rindió ante sí y sollozó dulcemente. El llanto era tan calmo que se asemejaba a un lamento avergonzado, fatigado. Pero aun así se prolongó el desahogo, largos minutos que transcurrieron entre los quejidos de Do haciendo eco en toda la habitación.


El inicio fue desgarrador para Kim. Cuando se percató de la aflicción del otro, sucumbió internamente a su tristeza. Le consumía el alma pensar en el desamparo de tantos años. Tanto tiempo solo, sin ningún apoyo, sin nadie que le aconsejara, que le brindara ayuda. Recordó las manchas violáceas repartidas en su piel, lo imaginó encorvado, con sus manos pequeñas protegiéndose, mordiéndose los labios y aguantando las lágrimas mientras alguien más arremetía contra su cuerpo. Lo pensó cuestionándose todo, sintiéndose culpable de hechos que no le correspondían, tachándose de un hombre cruel que sólo daña a los demás. Lo visualizó tierno, entregándose a amores que sólo lo corromperían.


Afianzó los brazos en torno a su figura, percibiéndolo cálido. El desconsuelo se le antojó delicado, ingenuo y las pupilas se le inundaron de morbo sobre el rostro apenado. Quiso mirarlo bien y limpiarle las mejillas a besos igual de suaves que sus lloriqueos. Le ofreció una sonrisa que Do no puedo ver y besó también las pestañas humedecidas. Qué importaba más que tenerlo ahora entre sus brazos, consolándolo, siendo el único capaz de ver este lado oculto de él. El primero en notar sus colores, el primero al que se entregaba de verdad, sin querer aceptar la realidad vivida hasta el momento, anhelando ser amado de la misma forma en que amaba. Lo recordó sentado con el suéter negro, el rostro apacible y la mirada perdida, la postura correcta y recordó también sus propias ganas de tocarlo cuando lo vio por vez primera.


¿Debía sentirse tan dichoso cómo lo estaba en ese instante? Las lágrimas de KyungSoo bañándole las palmas y él sólo pensando en que era completamente suyo. Porque darse cuenta de la desesperación del chico por permanecer en su vida, por aferrarse a él, le llenó el corazón de un ambiguo sentimiento, de amor y posesión al mismo tiempo, de satisfacción, de felicidad inmensa. De placer.


— Hey...


Sorbía y mantenía la expresión afligida, con las mejillas teñidas de un rosa tornasol al igual que la punta de la nariz. Kim siguió con los murmullos.


— Hey, KyungSoo.


Levantó la vista e intentó sacarse los caminillos húmedos de las mejillas, probando la salinidad de sus lágrimas, sin poder responder de ninguna forma.


— Estoy aquí, contigo, no iré a ningún lado.


Kim disfrutó la forma en que los ojos de Do se profundizaron, bañándose nuevamente en llanto. Saboreó las emociones tan palpables y robó un dulce beso de sus labios salados.


— Te adoro, ¿lo sabes? Estoy enamorado de ti.


Repitió los besos, transformando los murmullos en susurros, que se pegaban en sus comisuras. Pronunció halagos y palabras empalagosas, y besó con un poco más de intensidad cada vez.


— No me dejes, KyungSoo, no puedo vivir sin ti.


El chico sucumbió a cada una de sus frases, a los sentimientos que parecían inocentes, pero que escondían una ambición interminable en su dueño.


Se le dificultó respirar en el beso que se volvía más hambriento, en el que Kim mostraba su real pretensión de poseerlo, de confinarlo a ese espacio y atarlo de manos y pies a su mundo. Lo que KyungSoo sentía cálido y absorbente, JongIn lo percibía desesperante y provocativo.


Entre el llanto que no cesaba, devoró su boca, sus lágrimas, sus miedos, su pequeña figura enflaquecida y todo lo que pudo tomar de él. 


 


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