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Percepción por rmone77

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Notas del capitulo:

—Tenebrae—

 


Un ramo de crisantemos frescos, aún con sus pétalos húmedos en manos del muchacho. Un abrigo gris lo abraza por la espalda y apenas se veían sus manos sujetando el ramo. Se inclinó y arregló la pequeña maceta, dejando sólo una de las flores reposar dentro de esta. No dijo una palabra. Todo se quedó en sus pensamientos. No había forma de pedir perdón por la falta de determinación ante sus padres, por el deseo que siempre tuvo de sacarlo del hospital y tenerlo a su lado. La incapacidad de superar sus miedos y anteponerse por la primera persona que le había importado verdaderamente en su vida.


Mantuvo el semblante serio, con las pestañas cortas apuntando hacia abajo, cubriendo parte de sus pupilas. JongIn sabía que estaba triste. No tenía que decir nada. Cada visita al cementerio siempre creaba un aura de tristeza alrededor de los hombros de KyungSoo, como si en ese único día pudiese liberar emociones reprimidas hasta para él mismo.


Acarició su cabello como si acariciara a un pequeño animalillo, robándole el frío de sus mejillas. JongIn tenía sus propios arrepentimientos que día a día intentaba perdonarse. Por eso entendía el estado de ánimo del chico, más turbulento e introvertido.


Al conducir de vuelta a su nuevo hogar, una pequeña cabaña situada cerca de la costa de una playa rocosa, el silencio envolvió a ambos y disfrutaron del paisaje antes de llegar. Había pasado dos años desde que vivían allí y, a pesar de ello, aún estaban en proceso de reconstruir la idea de tener un “hogar”. Era una cabaña simple, de madera muy clara, sólo con un par de ventanales que daban hacia el mar. KyungSoo se sentaba horas y más horas en la pequeña terraza que habían agregado a la construcción inicial y miraba detenidamente el oleaje oscuro del océano que se extendía infinito frente a ellos. De tanto en tanto suspiraba y volvía a su lectura, componiendo uno de los paisajes favoritos de JongIn. Amaba de una forma desesperante la manera en que la calma se asomaba en cada nueva página que los dedos tocaban y en la manera en que su cuerpo se comprimía por la brisa fría. Amaba profundamente el brillo de emociones que aparecían en sus ojos y, en ocasiones, el par de lágrimas que rodaban por sus mejillas, así como las sonrisas inadvertidas e inconscientes, seguramente cuando algo lo enternecía o le parecía gracioso de sus libros. Lo admiraba como una preciosa pintura viva, un cuadro al óleo, con bordes bien definidos, pero con emociones dispersas.


Revolvía una taza de té con miel. KyungSoo había cogido un resfriado, pero aun así le gustaba pasar el tiempo leyendo frente al mar. Sin darse cuenta se quemó el borde de su dedo índice con pequeñas gotas que querían escapar del borde y el dolor más intenso de lo que esperó trajo al presente una memoria que deseaba con todas sus fuerzas olvidar.


Hace poco más de dos años, cuando KyungSoo había sido secuestrado y JongIn pudo dar con su paradero, no había sido la primera persona en llegar allí. Y no fue a KyungSoo lo primero que vio. Al llegar al sitio, le llamó la atención que en la tierra a sus pies había signos de lucha. El suelo estaba revuelto y marcas largas se extendían hacia un costado, a lo que era un riachuelo oculto por el alto follaje. JongIn temió lo peor en ese momento, porque a un par de metros podía ver un hombre sentado en el suelo, encorvado, fumando, y a un costado de éste un cuerpo boca abajo, con una chaqueta marrón revuelta en el barro, con manchas que se mezclaban en el propio color de la prenda. La cabeza estaba casi por completo enterrada en el suelo. JongIn no escondió su presencia en el lugar, fue feroz y dio largas zancadas hacia su objetivo, con las palmas hirviendo al igual que su rostro, con todas sus emociones bullendo en su interior, poco a poco, a punto de explotar. El hombre allí sentado ladeó el rostro para verlo y esa mirada detuvo a JongIn. Sus ojos se encontraron, tal como había ocurrido meses antes, sin decirse nada, sólo escudriñando uno en el otro, sin poder ver verdaderamente nada. La diferencia en ese momento fue que aquel hombre, al que él conoció una única vez, tenía una apariencia completamente diferente.


No era el primer cigarrillo que fumaba y eso lo podía saber por las decenas de colillas tiradas a su alrededor. Tenía el semblante blanco, casi grisáceo y los ojos hundidos. Los labios rozaban los tonos violáceos y tenía una mejilla magullada. Había otra chaqueta en el suelo, sobre la que estaba sentado, con la camisa arremangada por los brazos. No evidenciaba un gran físico ni tampoco altura, más bien aparentaba lo que era, un hombre de mediana edad, más precisamente un hombre de oficina que no tenía nada que ver con el panorama en el que se encontraban.


Por más que intentó buscar las palabras en su interior, su lengua no se movía, JongIn no pudo formular nada. Estaba estupefacto, puesto que jamás pensó en encontrar al padre de KyungSoo en ese lugar ni en aquella situación.


— Está adentro.


Echó la última calada al cigarrillo que tenía en la boca y no tardó más que un par de segundos en encender otro. JongIn sabía que se refería a KyungSoo. Era el mensaje implícito que su lenguaje corporal le daba, porque a pesar de su espalda encorvada y del humo saliendo por un costado de su rostro, su mirada se había desviado un par de instantes hacia la cabaña. Tenía ojos tristes, se podía decir que casi tenía la vista aguada, porque brillaba intensamente en la fría oscuridad, empañándose con cada calada que le daba al cigarrillo.


JongIn se quedó de una pieza por segundos que pasaron rápido, mientras sus manos y labios se congelaban por la baja temperatura nocturna, costándole dar el primer paso, sintiendo toneladas de peso presionándole desde los hombros. Finalmente avanzó, lento, cansado, escapándosele el aliento a medida que empezaba a correr desesperado hacia el cuartillo.


Allí lo encontró tendido sobre una cama metálica, cubierto casi por entero por una sábana impoluta, muy delgada y sedosa, definiendo tiernamente las prominencias de su cuerpo. Se dejó caer a su lado con la piel temblorosa y ridículamente empezó a temblar aún más cuando lo vio y escuchó respirar. No fue como la vez pasada, no estaba luchando por su vida, todo lo contrario, parecía que cada respiración era su último aliento. Inhalaba suave y exhalaba con más calma, formándose una pequeña nube sobre su rostro al condensarse el aire caliente.


Cuando tocó su cuerpo estaba tibio, pero en la parte alta de sus pómulos se podía sentir el frío avanzar lentamente por su rostro, habiendo cubierto ya su corto cabello.


Lo abrazó por la cintura, envolviendo el cuerpecillo con la seda, apretándolo hasta que KyungSoo soltó un quejido como un niño pequeño que no quiere despertar, mientras que a él se le deshacían las pupilas en gruesas lágrimas que con dificultad intentaba ocultar. KyungSoo levantó sus tiernos párpados y miles de sonidos le invadieron los oídos al mismo tiempo. JongIn lloraba abrazándolo y sonreía, pero no era felicidad, sino una amarga sensación que le atravesó el corazón al muchacho. Luego todo ocurrió demasiado rápido y un par de paramédicos apartaron a JongIn para darle la atención necesaria. Él se paró a un costado de la puerta, con las luces rojas tras él, definiendo el grosor de su espalda mientras era esposado.


Cuando JongIn salió de la cabaña, se percató que no había nada más que el cuerpo de JuWon tirado boca abajo aún, y sólo las miles de colillas que un fantasma había consumido. Cuando fue interrogado jamás habló de aquello y no hubo manera de que lo inculparan, ya que por la humedad de aquella noche sus huellas habían revelado que jamás se había desviado de su camino y que simplemente se había dirigido directamente hacia KyungSoo. Además, se encontraron rastros de otra persona y cuando fue interrogado por ello, simplemente lo negó.


— Dígame oficial, ¿es casado? ¿tiene alguien a quien ama? ¿qué habría hecho usted si secuestran a su amante y cuando lo encuentra hay alguien más allí? ¿cree que no lo hubiera enfrentado? De haber visto alguien más esa noche, lo habría ahorcado con mis propias manos. Lástima que no fuese yo quien lo mató.


Repitió el mismo discurso una y otra vez. El padre de KyungSoo no era de su agrado, desde el primer momento nunca lo fue, más aún, fue el culpable de casi todos los traumas del chico y hasta en los últimos momentos sólo veló por su bien propio. Era un hombre increíblemente despreciable y en ese rostro deteriorado por los años, no podía ver ni una pizca de KyungSoo en él, no había nada en lo que se parecieran, sólo los unía la sangre. Sin embargo, con todo ello no podía más que protegerlo. El sólo hecho de que fue quien protegió a KyungSoo, aunque fuese una única vez, aunque él mismo fuese el culpable de esa situación, pesaba mucho más para JongIn que todo lo demás. Ese día en la noche cuando se encontraron en sus miradas se había establecido una especie de código en el que sus cuentas quedaban por completo saldadas. No se debían nada más el uno al otro y por esa misma razón no había nada por lo que hablar y delatarlo. Simplemente guardaría silencio.


Gran parte del dinero de su herencia fue entregado de forma anónima al proyecto de SooJung. Era una idea que alguna vez compartieron de manera fortuita como un ideal muy lejano de ella. El deseo de brindar ayuda a las familias que no tenían los recursos necesarios para ayudar a sus hijos con distintos tipos de trastornos. Y no sólo eso, sino que ser una guía en la crianza para cada familia, independiente del dinero, sino más bien por la inexperiencia y la exigencia constante del sistema de educación que sólo sabía ver los aspectos necesarios para el campo laboral futuro y no precisamente la felicidad de aquellos niños. Ella misma había tenido una experiencia similar en el seno de su familia, lo cual la había marcado y también habría encausado la elección de su rama profesional. En el interior de KyungSoo y en el mismo hueco de su corazón en donde faltaba la empatía, deseaba haber tenido algún tipo de ayuda al ser niño. Y no haberse enfrentado a toda la cantidad de violencia que terminó forjando su vida.


Meses más tarde y con la puesta en marcha del primer centro de ayuda, siendo ya un profesional, dedicó gran parte de su tiempo en su tesis doctoral a investigar sobre las primeras conductas que demostraban los bebés y niños que poseían distintos trastornos y cómo esto se manifestaba en las distintas áreas. Así mismo, trabajaron juntos en la creación de una escuela dirigida a padres o tutores para hacer frente esta problemática.


Debido a la magnitud del proyecto en el que ambos se encontraban insertos, KyungSoo ocupaba todo el día en el escritorio, leyendo, redactando, tabulando datos y bebiendo café. No despegaba sus ojos de la pantalla, lo que le ocasionaba dolores de cabeza constantes y ojeras bajo sus abultados ojos. Al caer la noche JongIn siempre apoyaba las palmas en sus hombros y le obligaba a salir de allí. No era difícil tarea, ya que KyungSoo se rendía fácilmente ante las sonrisas preocupadas de él. Aún le dolía el pecho cuando veía el semblante afligido, rememorando constantemente el recuerdo de él sonriéndole con tanta tristeza justo antes de ser esposado. KyungSoo apretaba esa memoria junto con la cintura de JongIn, deseando borrar por completo de sus mentes aquellos tiempos en que todo significó sufrimiento y desconsuelo. Se le comprimía la garganta con todos los detalles que ahora conocía, al analizar las situaciones desde la adultez y madurez que le había dado el pasar de los años.


— ¿Pasa algo?


La voz grave y casi berrinchuda de JongIn le seguía pareciendo atrapante y dulce. Era una pregunta que había escuchado muchas veces y ante la cual su respuesta seguía siendo la misma. Negaba y en su interior rogaba que nunca más pasara nada malo entre ambos, porque quizá alguno de los dos no lo podría soportar esta vez. Porque, aunque no lo quisieran, existían cicatrices que nunca podrían ser borradas y todo el dolor que habían guardado sus corazones no desaparecía jamás.


 


A pesar de eso, KyungSoo siempre intentaba parecer tranquilo, sin denotar sus preocupaciones o miedos, ahogando sus más temibles pesadillas en las caricias y besos que continuaban compartiendo con la misma intensidad que tuvieron desde el primer momento en que cruzaron sus caminos. Y esos pensamientos no eran en vano, porque el corazón de JongIn vivía en un constante tormento. Siendo experto en ocultar sus pensamientos y emociones, jamás dejó entre ver los tormentosos recuerdos ante el rostro de su amante. 


Aunque en ocasiones, cuando sus cuerpos se entrelazaban y percibía con las yemas de sus dedos la vulnerabilidad que le mostraba KyungSoo, se aferraba a él de manera enfermiza, con una necesidad insana de protegerlo y tenerlo junto a él siempre, con el constante temor de que en cualquier momento le iba a ser arrebatado de nuevo. Porque sin que KyungSoo lo notara o sospechara siquiera, JongIn había aprendido a conocerlo mejor que a sí mismo, siendo capaz de percibir incluso lo que el muchacho sentía, adivinando sus pensamientos y temores, manipulando sus sentimientos y acciones para tenerlo siempre junto a él. Con un amor inexperto, dulce y envenenado. Para que nunca nadie los apartara de nuevo.


 


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