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Percepción por rmone77

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Notas del capitulo:

—As you are—

El calor del agua extendía una picazón deliciosa a lo largo de sus brazos y piernas, y lograba relajar por completo el dolor muscular acumulado en sus hombros y espalda baja. Ya estaba limpio, pero continuaba bajo el grifo, intentando lavar también sus emociones. Pensaba, repensaba lo anterior e intentaba hilar todo a través del calor de la ducha. Se visualizaba a través de los azulejos anaranjados y no llegaba a ninguna respuesta clara.

¿Por qué era así? ¿Por qué adoptaba siempre esa postura distante y cortaba los lazos, con cada uno, tortuosamente para ellos y con tanta tranquilidad para sí mismo?

Las venas de sus brazos se ingurgitaron, diciéndole cuan sofocado estaba y, también, cuan inútiles eran sus intentos de quemar la preocupación.

En un intento por encontrar las respuestas a sus propias preguntas, se recordó a sí mismo en ese mundo tan cotidiano en donde se desenvolvió, independiente a la fuerza, solitario como parte de sus costumbres familiares. Recordó a su padre diciéndole “KyungSoo, no debes dar problemas a tus mayores”, y a su madre recalcando “si te quedas tranquilo como un buen chico, recibirás un premio”. Por supuesto que nunca dio ningún problema y se mantuvo en silencio siempre, hasta guardó sus opiniones o sentimientos como un tabú familiar: nadie tenía la responsabilidad de escucharlo, debía ser un buen chico.

Pero Do llevó esas palabras al extremo: dejó de tomarle importancia a sus propios sentimientos y escondió, de sí mismo, sus preocupaciones. Se volvió un chiquillo tranquilo y de apariencia común que escondía miles de laberintos desconocidos hasta para él.

De forma grotesca aprendió que se pueden obtener beneficios de los demás en la medida en que menos involucramiento existiese entre las dos partes y que las sonrisas simples dejaban tranquilos los corazones de quienes intentaban acercarse a él. Así fue como se transformó en un estudiante modelo que jamás despertó sospechas en su perfecto comportamiento, un hijo ejemplar y autosuficiente, un jovencito digno de admiración por sus pares.

Y lo que en un inicio fue forzado y fingido, se transformó en su modo usual de darse a conocer. Siguió siendo un buen chico al crecer, abandonando a personas en el camino con la misma idea en mente: nadie tenía el deber de inmiscuirse en sus asuntos y, así mismo, no debía preocuparse de los demás.

Sus padres, creyendo entregar la crianza ideal a su hijo único, no comprendieron cuando Do decidió que ya no los necesitaba y que, de la misma forma en que ellos lo trataron, él cortó las relaciones para buscar su propia comodidad y tranquilidad. Y le fue tan natural después de haberlo sufrido silenciosamente durante toda su infancia. Lo que en un inicio fue doloroso, se transformó en el camino más fácil de transitar para él, el cual le aportaba la mayor comodidad.

Y en cada paso que daba se encontraba en la búsqueda inconsciente de un espacio propio en el que, a espaldas del mundo, pudiese guardar los pecados e ilusiones que sólo lo sobrecargaban, entorpeciendo su “vida”. Pero no una vida vibrante y altruista sino, más bien, respirar y avanzar.  

El primer hecho que rompió la suave curva por la que caminó sin mirar atrás fue reconocer su homosexualidad como un problema importante al que enfrentarse.

Cuando decidió participar en el estudio experimental como un estudiante de psicología no creyó que el desenlace sería él frente a una puerta tan desconocida, algo que seguramente descubrió en su pubertad y que no se dio el tiempo de explorar. Debía ser algo que mantener en secreto de su padre y amigos, de la engañosa benevolencia de su madre y de su propia conciencia. Empero, Do, no dedicó más de una semana en reconocer esa particular característica como un objeto intangible para obtener más beneficios. Concretó esa idea en el sofá del mismo hombre que deseó durante el experimento, el que lo adoró como si fuese una criatura tan afable e inocente, conociendo de la peor forma el carácter desinteresado de Do.

“Fuiste tú, pero pudo ser cualquier otro. En realidad, estaría bien con cualquiera, incluso con él”.

Recordaba bien las palabras que había pronunciado, dentro de las cuales se encontraba Kim JongIn. Un enorme muro que no tenía intención de derribar ni de traspasar. No se dejaría aplastar, ni alzar. No habría ningún tipo de correlación entre ambos. Se suponía que debía ser así. Y mientras secaba su piel con la tela áspera recordaba la mirada inquisidora de Kim JongIn en el despacho de su profesor. Y, también, la mirada de sorpresa cuando Do lo mencionó como un posible candidato de interés, como una probabilidad no comprobada, algo que podía ser o no, palabras al aire que no debían tener ningún significado.

“Pero quiero que te quedes.”

El recuerdo del abrazo, impreso sobre su cuerpo, estremeció su figura desnuda y sus propios brazos, simulando el acto, contuvieron la emoción.

¿Qué beneficio obtenía al pasar la noche con un desconocido que acababa de conocer? Ese mismo desconocido de la mirada inquisidora, el de la actitud sensata con tintes de un nerviosismo infantil. Al que no le negó el gesto de amantes y, aun con miedo incipiente, siguió por segunda vez. El desconocido que dormía plácidamente, mostrándole su espalda preciosa, desnudo bajo la blancura de las sábanas. Ese desconocido llamado Kim JongIn que provocaba que su vientre bajo ardiera y que sus pulmones se ancharan bajo el limitado torso marcado por besos y caricias. El calor le subía por el abdomen y le cerraba la garganta, mientras seguía pensando: ¿cuál era el beneficio de todo esto?

Dejando un caminillo de gotas frías y pies marcados sobre la alfombra raída, se acercó a ese desconocido. No era un compañero, ni un amigo, ni un familiar y a Do nunca le interesó darle una etiqueta, porque no había forma de que fuese necesario. Se sentó a horcajadas sobre el cuerpo volteado, empapando el almohadón con su cabello destilando. Besó la nunca caliente y se dijo a sí mismo que ese era el beneficio, el placer físico. Porque, aunque su experiencia fuera limitada si de hombres se trataba, había establecido una pequeña comparación en la cual Kim destacaba. Y cuando el placer no fuese suficiente, entonces, dejaría de verle, dejaría de aceptar sus gestos amorosos.  

La figura fornida bajo él se despertó, se acomodó y, con esos mismos ojos sorprendidos, pero afables, lo enfrentó. Le abrazó el cuerpo frío y húmedo, notando la erección presionándole el abdomen sobre la tela. Do languidecía excitado y confundido en su mente, con los pómulos encendidos y una expresión incierta de deseo, deseo por el contacto tibio, con el estómago apretado y algo parecido a la ansiedad ahorcándolo suavemente. Aun así, estaba claro en sus actos y deseaba ser tomado una vez más, si no, ¿para qué quedarse?

La contraposición de lo que KyungSoo era, de lo que hacía en contra de lo que ocultaba, de lo simple e ingenuo que parecía, versus lo tremendamente atractivo y lujurioso que se mostraba, era el inicio del abismo para Kim.

Le besó la frente, las mejillas pálidas y el cuello, aumentando, sin saber, la presión alrededor éste. Sólo eso y se descompuso rápidamente, esperando ser penetrado fuertemente, pero Kim insistía en los besos, en los mimos dulzones que no eran necesarios, pero que, sin embargo, erizaban su piel y lo hacían temblar. El abdomen le dolía fuertemente y la parsimonia dominando los movimientos de la lengua que recorría su mandíbula lo ahogaba cada vez más. Do intentó quitarle las manos, apartarle la boca e ir directo a su objetivo, empero Kim frenó las ansias del muchacho al tomarlo de su cintura; no dijo nada, pero el acto generó expectación. Entonces se detuvo, pero estaba excitado, no esperaría demasiado, no aguantaría. Y no tuvo que hacerlo. Kim se introdujo de nuevo en él, pero no con salvajismo ni prisas como la vez anterior, las penetraciones iniciales fueron extremadamente lentas, bastando sólo una completa y profunda para que Do se deshiciera en las palmas grandes, apenas pudiendo mantener la compostura al estar sobre él. Cuando Kim salió del interior por mero capricho, él quiso volver a sentirlo e insistió, pero las manos alrededor de su abdomen lo detuvieron. Entendió que había cedido el control en el momento en que puso de manifiesto su curiosidad. Y qué más daba, si eso era lo que había buscado desde un inicio.

Demostró una actitud obediente, mas no sumisa. Pendiente de la fracción más leve en la acción contraria y, a la vez, despreocupado de todas esas cuestiones que lo asaltaron momentos antes. Sí, qué más daba. Kim era bueno en lo que hacía, era bueno en la cama y estaba seguro de que también lo sería en la ducha, en la cocina o en cualquier sitio. Así que siguió esperando a pesar de que, en la realidad, no pasaran más que sólo segundos entre una caricia y otra.

Sus rodillas apenas rozaban las sábanas, eran los dedos presionando su abdomen delgado quienes lo mantenían casi flotando. O quizá era el momento, o el placer, pero sin duda su cuerpo experimentaba una serie de sensaciones completamente nuevas, desconocidas, tal cual el hombre que las detonaba.

Subía y bajaba con tanta calma, como el oleaje sereno del mar, resoplando de la misma forma, transformando su voz en una brisa caliente para Kim. Llovía en sus cuerpos, gotas de agua caliente resbalaban por las formas contorneadas, limpiando la espalda perfectamente pulida de KyungSoo. Y su inexperiencia le impedía saber inequívocamente si la corriente ardiente entre sus piernas era a causa de ser su primera vez experimentando tanta embriaguez.

Do KyungSoo, un joven en sus veinte, inteligente y audaz se diluía en la imagen de una figura acompasando las penetraciones, meneando sus caderas en una danza erótica y paciente. Tanta compatibilidad en sus cuerpos, en la perversión que los unía. Sin duda asfixiante y tremendamente excitante.


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