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Percepción por rmone77

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Notas del capitulo:

—Like you do—

El frescor alimonado que le inundó la nariz tan repentinamente lo despertó. Sentía adoloridas hasta las pestañas y, mientras intentaba luchar con el sueño, recordaba vagamente el momento previo antes de dormirse. Manos firmes justo sobre sus caderas, conteniéndose para no apretarle la carne con furia; susurros difuminados por la lascivia y la incertidumbre creciendo alrededor de su garganta, como una serpiente que lo asfixiaba para devorarlo.


El aroma se intensificó al mismo tiempo que un toque real se esparció por sus hombros descubiertos. Respiró profundo un par de veces, queriendo percibir más del limón mentolado que lo había despertado. Hurgó entonces en las manos que acariciaron su rostro, intensificándose la sensación. Empero, no se conformó y avanzó hasta las hebras negras, humedecidas y aromatizadas. Cuando se saturó del olor, Do, intentó otras formas de seguir complaciéndose con ese frescor a través del sabor y, esperando obtener una sensación fría, se sorprendió con algo igual de fresco, pero caliente. Kim tuvo que apartarlo del beso, porque parecía que tenía pensado dejarle sin respiración.


—   Qué manera de recibir tus buenos días.


Y con esa simple frase la confusión le golpeó tan fuerte que disipó sus cavilaciones matutinas. Era la primera vez que pasaba tanto tiempo con alguien luego de tener sexo. Sin embargo, no fue eso lo que alteró su compostura sino, más bien, la cercanía impresa en esas palabras. El candor le afloró por todos lados y se quedó mudo, sin ser capaz de hallar la reacción adecuada. Miró de nuevo a Kim, quien no entendía el repentino ambiente y quedó aún más perdido por la distancia que puso Do. Volvía a los gestos desinteresados, a pesar de haberse comportado como un animalillo dócil sólo segundos atrás.


Era temprano aún, no pasaba más de las nueve y Do no tenía ningún tipo de compromiso, pero la desesperación por irse no se dejó esperar. Además, sentía vergüenza por su actitud despreocupada, por haberse permitido sucumbir a una petición que, en tiempo atrás o con otras personas, habría rechazado sin cavilar. Pero era mejor dejar de pensar en ello, atribuir todo a una simple debilidad y no aportar algún tipo de significado al hecho de que fuese con él con quien se permitió debilitarse.


—   Debería irme.


—   ¿Tienes algo que hacer?


—   No.


—   Yo tampoco.


Esperaba responder ese “no” con su habitual indiferencia, dándole a entender que, aunque tuviera tiempo, de todas formas, se iría. Pero a penas sus labios pronunciaron ese “no”, se mantuvo expectante por la respuesta de su contraparte. La contradicción volvía a crear una batalla al interior de sí, haciendo que se preguntara por qué no tenía interés en pararse de la cama, a pesar de la pitón invisible alrededor de su cuello, presionando lentamente.


—   ¿Te quedarás?


Kim empezaba a entender cómo funcionaba su mente y prefirió preguntar antes de asumir respuestas erróneas. Ese gesto se antojó “lindo” para Do, aunque lo clasificó como “lindo sexualmente”, puesto que se sintió deseado. ¿Para qué más se quedaría? Do ya había escogido su respuesta: sexo y más sexo. Esa conclusión sencilla apaciguó las ganas que tenía la serpiente de ahogarlo y disipó también las dudas sobre sus decisiones nocturnas.


No tenía demasiada experiencia en felaciones, sin embargo, quería probar si ahí abajo también olería a limón y menta como la piel de Kim. Y no, aunque de todas formas continuó.


 


Justo cuando la seguidilla de encuentros alcanzó su estado cúlmine, con visitas muy necesarias casi de forma diaria, con ansias cubriéndolos como su verdadera piel, con miradas brillantes y respiraciones contenidas, Do desapareció del planeta. A Kim le fue imposible lograr contactarle, ni siquiera por medio de su querida SooJung.


—   Le he preguntado al profesor, sólo por ti y ni él sabe en dónde está.


Coincidió que, con la repentina desaparición, tal cual fuese un secuestro, se avecinó el receso universitario, por lo que no habría contacto de ningún tipo con los estudiantes, así que la solución de ir a pararse fuera de la facultad de ciencias de la salud quedó fuera de órbita.


Entonces, se preguntó: ¿qué tan desesperado estaba por encontrarlo? Siquiera verle de lejos, aunque, no, Kim sabía que verlo desde lejos echaría a andar la maquinaria de sus piernas y brazos y que en pocos segundos lo arrebataría de la realidad que componía.


Suspiró mil veces y se embriagó con sus propias preocupaciones, hundiendo las pestañas en otro pequeño mundo, su trabajo, el único que no le abandonaba y que, por el contrario, seguía acumulado en su escritorio, tachando con rojo fechas y plazos que debieron cumplirse días atrás, algunos incluso semanas. Y fue la llamada de atención y la conversación de una hora en el despacho del director ejecutivo lo que le restó importancia a la desaparición y golpeó una de sus mejillas, devolviéndole la racionalidad que perdió la primera vez que lo vio.


La primera semana fue fácilmente abordada, pero fue la segunda la que, insufriblemente, le recordó cada noche pasada con él. Ya en la tercera volvió al trampolín que lo llevó a las nubes de su lógica inquebrantable, posicionándolo nuevamente en su escritorio, en su pequeño espacio que todos señalaban como la meca de publicidad dentro de la empresa: el mejor, siempre, Kim JongIn. No había desafío que él no tomase y explotara en creatividad. Todos lo sabían, él era el mejor en su rubro. Y aunque mantenía realizando llamadas inadvertidas y mensajes que nunca llegaban, su mente ahora no lograba desenfocarse más que segundos en el muchachito que conoció. Y la copa, llena de preocupaciones, ahora se llenaba de vino tinto que le bañaba la boca, amargo, pero gustoso.


Pero la vida completa era una ironía y mientras rellenaban su copa por tercera vez, en su punto ciego, tuvo una corazonada. Tenía el cabello más corto, lo cual le daba un aspecto muchísimo más juvenil del que ya cargaba, rozando la adolescencia. Las mejillas rojísimas por el alcohol y debía de haber bebido mucho, porque Kim sabía muy bien cuánto podía tolerar ese cuerpo. Empero, a sus costados prevalecían torres de personas, porque cualquiera se apreciaba más grande y fuerte que él. Estaba tan delgado o era el espejismo de la ropa enorme que traía. Un estilo nuevo, quizá, o ropa prestada de algunos de sus acompañantes.


Los primeros minutos transcurridos después de reconocerle fueron llevaderos y no generaron ningún impacto en Kim. Y no notó su nerviosismo hasta que le tocó servir el vaso de alguien más. Su mirada estaba más pendiente del balanceo etílico de Do que del licor que servía.


Se veían bien, todos, era un grupo que celebraba, beber simplemente o algún acontecimiento universitario: la integración a las actividades, la finalización del proyecto de tesis, el último año que serían compañeros; cualquiera de las opciones daba cabida a muchas más probabilidades en la mente del publicista, que usaba su usual creatividad para dar rienda suelta a pensamientos más oscuros y celópatas sobre lo que realmente estarían festejando. Porque había estado preocupado, realmente había despellejado sus nervios al pensarle e invocarle, deseando que sólo hubiese sido una huida cobarde y no algo más grave o que implicara su salud. Porque cuando Do le dijo “me muero por verte”, a Kim se le estremecieron las emociones, tanto como el cuerpo y, cuando al día siguiente desapareció, él pensó lo peor.


Pero allí estaba, con la vida agarrotada en alcohol, en sociedad, tan comunicativo cuando pareció ser siempre de los que escuchaban y callaban.


Qué decepcionado se sentía, lastimoso y traicionado por un pacto que nunca se concretó entre los dos, pero que Kim dio por hecho debido a la intensidad que los forzaba a estar juntos, como fuerzas totalmente opuestas que, en contra de las voluntades de ambos, les atraían, descubriendo nuevas uniones que siempre estuvieron ahí y que no habrían notado si es que hubiesen tomado otros caminos.


Pasados los minutos, que pretendieron ser horas, una llamada resplandeció la pantalla del móvil de Do. Fue ignorado, no porque él quisiera ignorarle, sino porque el ruido que predominaba en aquel sitio podía silenciar cualquier otro sonido que no estuviese en armonía con el bullicio.


En su propia mesa y en su propia celebración, Kim se volvió callado, tan silencioso como un depredador en el juego de caza, con los ojos fijos en la pantalla que cada tanto se encendía, pero que seguía siendo ignorada.


A las horas, tanto sus colegas como los compañeros de él se dispersaron en la noche y, faltando poco para el cierre del lugar, las conversaciones de todos los presentes se habían reducido a murmullos que se difuminaban entre los espacios que quedaban. Todos podían oír las conversaciones, aunque nadie lograba descifrar lo que allí se hablaba. Cada grupo ganó tranquilidad y, también, intimidad. Y no fue antes que Kim se percató de un barullo tímido que salía de los labios esponjosos, que conservaban su carnosidad a pesar de la fina figura de su dueño. Y él conocía mejor que nadie esas reacciones: éxtasis.


En la inconciencia que le otorgaba la desconfianza, continuó presionando incansablemente la llamada, verificando de inmediato la reacción de Do cuando, por fin, se percató de su propio móvil. Sus reacciones, entonces, se acrecentaron y cuando se dispuso a responderle luego de semanas de no hablarle, el aparato le fue quitado de las manos por ese compañero que mantenía una cercanía desquiciante con el chico. Y no pasaron más que segundos desde que el teléfono le fue arrebatado a Do, para que Kim tomara el brazo ajeno y devolviera el aparato a su dueño. Reclamos incansables salieron de la boca del universitario, pero el parcillo le restaba toda la importancia que tenía, no sólo a él, sino a cualquiera a sus alrededores.


Fue Do el que, a duras penas, salió del sitio y a Kim no le importó disimular que lo seguía. Fue más de uno el que se quedó con las dudas sobre lo que acababa de suceder y un par de miradas se intercambiaron de una mesa a otra, los involucrados ya no se encontraban y un aura de vergüenza surgió por el comportamiento de ambos.


Pasos más allá se detuvieron y no parecía que Do quisiera realmente huir de él. Todo lo contrario. Se mostraba ansioso, con las manos apretadas sobre su abdomen y los hombros altos, con todos sus pensamientos atropellándose y atropellándolo también. Una ola de frío desquiciado le abrazó bruscamente por su espalda y se encogió, cediendo su cuerpo sobre sí mismo. Acuclillado, con los grados en la cabeza, mareándolo y atosigándolo, fue así como Kim lo sostuvo, cargándolo en brazos de vuelta al estacionamiento. Las manos de Kim se apretaron en la carne y comprobó con el propio tacto que los muslos pulposos y el abdomen ligeramente abultado había desaparecido por completo.


—   ¿Dónde te tocó?


La voz preocupada, emoción enmascarada por la rabia e impaciencia, exigía a Do dar detalles sobre un tema incómodo que creyó pasó desapercibido. De alguna forma estaba ebrio hasta más no poder y, si su cuerpo no reaccionaba como quería, su mente se mantuvo lúcida en todo momento. Porque, a pesar de que se negó constantemente, su compañero de facultad insistió con las manos por sobre y debajo de su pantalón y, en su condición, le fue imposible poner un ápice de resistencia, no sólo por la ebriedad sino, también, por la nula energía que tenía en los minúsculos músculos.


Le respondió con gestos, con un remolino en la garganta y el mundo girando por completo a través de sus retinas. Kim le bajó la cremallera justo cuando Do inició un sollozo tan inusual en su rostro confiado. Pegó la nariz en cuello pálido, cerrando sus ojos, percibiendo las vibraciones del llanto calmo, cayendo un par de lágrimas foráneas en sus propias mejillas. Y mientras Kim le “limpiaba” del toque ajeno, era seducido por los quejidos y lamentos que su chico entonaba.


Le hizo venirse rápidamente, limpiando el semen de su mano antes de acunarle el cuerpo adolorido. Lo sentó en sus piernas y quedaron realmente apretados en el asiento del conductor, pero la estrechez sólo los reconfortó. Desde el momento en que Kim vio a Do, le perdonó el abandono y nacieron en él ganas inconmensurables por protegerlo. Y ahora que lo tenía en sus brazos y volvía a ser su chico puro, los demás acontecimientos eran detalles nimios que descartaría del presente.


Do, en cambio, se encontraba en un limbo de indecisión y excitación. Los múltiples enfoques de sus emociones habían desatado el llanto que había acabado en el mismo momento en que se electrificó con el orgasmo apresurado. No se sentía atrapado, más bien, salvado. Y una cuota de ingratitud le abrazó la calma repentina que se asomaba.


En realidad, estaría bien con cualquiera”.


Kim JongIn en realidad quedaba fuera de esa ecuación.


Cuando se dio cuenta de que estaba desarrollando una dependencia que iba más allá del plano físico con ese hombre, con Kim JongIn, supo que la situación se iba a escapar de sus manos y que no podía compararle con otros, porque él había obtenido un poder especial en su vida, que le otorgó en cada beso y palabra sucia que se dedicaban. Y que, siendo sincero, no le daba igual si era otro. En la planicie que siempre fue su vida, Kim llegó para destacar sobre los demás, haciéndole conocer lo que era sentirse privilegiado.


Fue el desplante de este tipo de pensamientos lo que también generó un profundo miedo en el corazón de Do, creando pánico también en los logaritmos que componían su inteligencia. E hizo lo que mejor sabía hacer: huir. Aunque veces anteriores no era una huida como tal, él simplemente caminaba lejos, sin despedirse. Ahora, en cambio, aunque no hubiese salido herido, habría corrido de todas formas, lejos, a refugiarse hasta encontrar un lugar que le impidiera verlo. Porque no sólo huía de su presencia, sino también de los impulsos propios, de las ganas de contestarle las llamadas, de responderle los mensajes, de ir en su encuentro, de contarle que era muy cierto cuando le dijo que se moría por verlo.


Pero ahora, de nuevo en la prisión que Kim cernía alrededor de él, se rendía a las confusiones, llegando a la conclusión de que no era el momento ni el lugar para intentar responder al miedo que le apresaba constantemente. Y que no importaba que otros lo hayan tocado en los mismos lugares, porque no era lo mismo, no bastaban todos, cualquiera o ninguno para Do. Y el sólo reconocerlo en los recónditos lugares de su razón, le abochornó la cara, le apretó el abdomen y endureció su miembro, de nuevo.


La urgencia no primó esta vez, pero ambos, por separado y juntos acordaron, sin decir una palabra, que se necesitaban en ese lugar, en ese tiempo, faltando poco para las tres de la madrugada. Y Kim se apenó por desearle, aún en ese cuerpo flacucho y debilitado, aún con los rastros de las lágrimas en sus pómulos, así, oliendo a alcoholes mezclados y con aromas de otros hombres. Lo asfixió entre sus brazos que fácilmente doblaban el tamaño de los opuestos y, entre mordidas, le devoró el cuello, haciendo brotar más lágrimas que inundaron las pestañas oscuras.


Una penetración lenta recogía los cuerpos de ambos antes de volverlos a unir. Los muslos flacos, uno desnudo, el otro a medio vestir, se encajaban perfectamente; y las manos, ásperas por el trabajo, incesantes trazaban líneas nuevas en la espina sobresaliente, diseñando cosquillas nuevas en las costillas palpables. Y Do también lo apresaba, fuerte contra su pecho aún cubierto por el holgado suéter, que se levantaba sólo cuando Kim se antojaba de saborearle.


—   Creo que me estoy enamorando de ti.


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