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Paramo Malefico por Tsumuru

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CAPITULO XXI –  BESO DE AMOR VERDADERO

Si recordaba bien, desde el granero, desde aquella puerta que estaba bien colocada y camuflada detrás de los costales de semillas y el alimento de los animales, se podía entrar a la casa.

Una vez familiarizado con la casa, era fácil encontrar esa puerta que te llevaba al interior de la cabaña.

Él había estado muchas veces en el granero y sabía cómo encontrarla.

Había estado ahí en forma de cuervo mientras jugaba con un pequeño Haruki de unos cinco años, y también había estado en su estancia en esa casa al cuidado de Allen después de ser herido por esos cazadores.

Cuando finalmente pudo levantarse de la cama improvisada, pero cómoda y acogedora, que Allen le había hecho en la sala junto a la chimenea, Diaval comenzó a acompañar al rubio en sus actividades diarias, como cuidar del pequeño huerto que los alimentaba y daba dinero al vender parte de lo cultivado, o bien, el cuidado de los animales, que dicho por el propio Allen, era lo que más le gustaba.

Diaval, que apenas si tenía la fuerza para caminar un poco, se tenía que limitar a ver como Allen trabajaba.

—<<Quédate sentado ahí, y mejor cuéntame una de esas maravillosas historias de tus viajes>>— El rubio siempre le decía cada vez que se levantaba con la intención de ayudarle un poco.

Al parecer Haruki no era el único aficionado a sus historias, y sentía un gran gozo cada vez que obtenía la atención de Allen con una de ellas.

<<Sobre las montañas de un país del Norte, existe una aldea que se dice, siglos atrás, fueron domadores de dragones. Según las leyendas, los hombres eran grandes cazadores de dragones y cada vez que atrapaban uno, lo registraban en grandes y gruesos libros. Cada detalle por mínimo que fuera, estaba anotado. Cada escama, el número de dientes, su largo y su ancho; todo estaba en esos libros. Más que curioso por saber si lo que se decía de esa aldea era cierto, viajé hasta ese lugar…>>

De esa manera, Diaval comenzó la historia de ese día, que al igual que muchas otras, captó la atención de Allen.

En varias ocasiones, Diaval se veía obligado a omitir algunos detalles de sus historias, no porque creyera que Allen divulgaría a los cuatro vientos aquellos secretos que hasta el momento habían estado ocultos para casi todo el mundo, sino porque dudaba que Allen se lo creyera. Ya era difícil hablarle de dragones sin que lo viera extrañado y poco crédulo.

No debía de olvidar que para los humanos, al menos en esa época, los dragones eran seres ficticios creados y usados por los libros que habían sido escritos por mentes alocadas y disparatadas.

Si de repente comenzaba a decirle que había conocido y hasta tocado a aun dragón, lo tomaría por un loco, aunque en el fondo sabía que Allen no creía al 100% sus historias, pero eso no impedía que entre ellos se iniciara una amistad.

Con los días, Allen se mostraba más amable y hablaba con mucha más confianza, y hasta en algunas ocasiones, podía asegurar que lo veía mientras dormía, o mientras fingía dormir. No sabía si sólo lo hacía por desconfianza, porque aunque no le gustara admitirlo, seguían siendo dos perfectos extraños que compartían historias de vez en cuando. Aun así, Diaval prefería pensar que Allen lo observaba porque en el fondo le gustaba un poquito.

Ser herido por esos cazadores le había dado la oportunidad de acercarse al rubio, y como buen conquistador que era, no lo desaprovecharía.

Por eso un día, y aprovechándose de que Allen le cambiaba los vendajes, Diaval se atrevió a besarlo.

Por la posición en la que se encontraba, sus labios únicamente se rozaron por algunos segundos antes de que Allen se apartara sorprendido y con un tremendo sonrojo en el rostro.

— ¿P-Porque hiciste eso…?—Allen preguntó terriblemente sonrojado, sin saber a dónde mirar o cómo reaccionar.

—Porque me gustas, creí que era obvio. —Dijo de manera natural y sin perder detalle de las reacciones del otro que jugaba nervioso con sus manos. —Se que me ves mientras duermo y creí que te gustaba un poco.

—N-No, eso yo puedo explicarlo… Sólo fue…—Tartamudeaba nervioso sin saber a donde mirar.

Para fortuna de Allen, ese día Haruki llegó a la casa un poco más temprano de lo normal, dándole  a su padre la excusa perfecta para alejarse del pelinegro y esa incómoda situación.

Después de eso, ninguno volvió a tocar el tema.

Los dos actuaban de manera normal como si Diaval nunca hubiera hecho o dicho nada, y eso Allen lo agradecía enormemente, pues en su cabeza había un remolino de ideas que lo atormentaba y lo hacían sentir muy confundido.

Allen aún se sentía un hombre casado pese a la muerte de su esposo, y la sola idea de que le gustara otro hombre, lo hacía sentir culpable e infiel.

El remordimiento se hacía más palpable cada vez que su mente lo traicionaba y le hacía imaginar durante las noches, que Diaval le hacia el amor de forma tan apasionada que su ropa de dormir terminaba completamente empapada.

Como era de esperarse, el día en que Diaval debió marcharse, llegó.

Aun no estaba recuperado al cien, y de haber sido por el hombre-cuervo, se habría quedado el resto del invierno y un poco de la primavera. Pero debía volver a El Páramo quisiera o no.

— ¿En verdad debes marcharte? ¿Por qué no te quedas unos días más? Tus heridas aún no sanan del todo y podrían abrirse con cualquier cosa. —Allen dijo en un intento para que el pelinegro se quedara.

—Ya te he molestado por muchos días y he consumido parte de tus reservas para el invierno. Me sentiría terrible si por mi culpa te quedas sin comida. —Diaval se justificó, aunque esto no era mentira.

En invierno, una tercera boca que alimentar podía ser mucha responsabilidad, mas con las fuertes nevadas que complicaban la ida al pueblo para ir por vivieres.

—Hay comida de sobra para todos. Si es por eso que te vas, en verdad no tienes de que preocuparte… En el bosque puede pasarte cualquier cosa…

—Pareciera que estas preocupado por mí. —Dijo con una media sonrisa mientras se apartaba un mechón de cabello de la cara.

— ¿Y si así fuera….?—Dijo en un tono bajo y desviando la mirada.

Allen sólo había dicho: << ¿Y si así fuera?>>, pero para Diaval fue suficiente como para que sus esperanzas, apagadas por la forma en que el rubio había reaccionado con el beso que le robara, se volvieran a encender.

Arriesgándose a un nuevo rechazo, Diaval tomó el rostro de Allen entre sus manos y lo acercó al suyo.

Allen era alto, pero el más de 1.88 de estatura del de cabellos negros, lo hacía parecer pequeño y obligaban al hombre-cuervo a inclinarse un poco para poder tomar aquellos labios carnosos que el otro poseía, en un beso.

Esta vez no se trataba de un simple rose.

Diaval se encargó de que sus labios quedaran bien pegados, y su júbilo no pudo ser más grande, cuando sintió como Allen correspondía de una manera tímida pero simplemente encantadora.

—Con un par de besos más y quizás me convenzas de quedarme…—Dijo con sus labios aún muy cerca de los de Allen.

— ¿En serio? —La voz de Allen sonaba bajita y el color rojo de nuevo había cubierto sus mejillas.

A Diaval le habría encantado responder de manera afirmativa a esa pregunta y robar un par de besos más.

Había robado ese par de besos pero al final había regresado a El Páramo, prometiendo antes de irse, que regresaría a visitarlo.

Y había cumplido su promesa aunque no de la forma y circunstancia en las que le habría gustado, pero aun así, estaba ahí, en ese granero que conocía tan bien y a muy poco de que esa maldición que acechaba a Haruki, se cumpliera.

Debía darse prisa.

*

Allen había visto como alguien entraba al granero e iba directamente detrás de los costales de semillas en donde estaba la entra a la casa.

Preocupado, se ocultó tras las herramientas y con sigilo, y tomando una de las palas, intentó ver el rostro de aquel intruso que hasta ahora se mantenía de espaldas.

— ¿Diaval? —Dijo un poco incrédulo cuando la poca luz que entraba al granero, iluminó el rostro del pelinegro. — ¿Qué haces aquí? —Preguntó saliendo de su escondite y dejando la pala con la que pensaba defenderse.

—Allen, no hay tiempo para explicaciones. —Le había sorprendido escuchar de repente la voz de Allen, pero al girarse para quedar frente al otro, no daba signos más que de preocupación por el tiempo que se le agotaba. —Necesito saber dónde está Haruki.

— ¿Haruki? ¿Para qué lo…?

— ¡No hay tiempo, Allen! —Interrumpió desesperado. — ¡El atardecer no tarda en ponerse y Haruki debe estar con Hayato! —Dijo viendo por el rabillo del ojo que la luz del sol que entraba al granero era cada vez más naranja. —La maldición tal vez no se cumpla si hacemos eso…

— ¿Cómo es que sabes…?

Toda esa información le llegó como bomba.

Se suponía que todo eso solo lo sabían Stefan y él.

¿Cómo diablos es que Diaval conocía sobre la maldición?

—Tú y ese monstruo que maldijo a mi Haruki, se conoce, ¿no es así? —Dijo con cierto temblor en su voz.

No había otra forma de que Diaval supiera todo.

Diaval era amigo, quizás hasta cómplice, de esa hada.

— ¡Stef…!—Gritó el nombre del castaño en busca de ayuda.

Diaval ya no era de su confianza y temía por la seguridad de su hijo que dormía en el piso de arriba.

Sin embargo el hombre-cuervo fue más rápido y silencio a Allen antes de que terminara su grito, colocando su mano en la boca del otro.

—No llames a esa rata traidora. —Le dijo al oído.

Su cuerpo se pegaba al de Allen, que nervioso por la cercanía, se movía intentando quitarse la mano que tapaba su boca.

—Seguramente ya te contó la historia de una manera que resultara a su favor, ¿verdad? — Le cabreaba que Stefan engañara a medio mundo con la facilidad con la que se aplastaba una mosca.

¿Es que acaso nadie se deba cuenta de la clase de hombre que era?

— Apuesto a que no te contó como enamoró a Hayato para después darle una puñalada por la espalda. Estoy seguro que te dijo que él era la pobre víctima de todo y que sin razón alguna hechizó a su hijo.

— ¿D-De que hablas…?—Logró preguntar al deshacerse de la mano que cubría su boca. Cada palabra que Diaval le decía, lo dejaba más confuso. —Stefan me dijo que ese tal Hayato se obsesionó con él y…

— ¡Esa rata no sabe más que mentir! —Gruño enfadado. — ¡Te engaño y se hizo la victima! ¡Stefan…

— ¡Basta! —Gritó arto de escuchar tantas cosas.

Un poco enojado, se alejó del cuerpo de Diaval.

— No me importa quién le hizo que a quien, nada justifica lo que le hicieron a Haruki.  

Allen sabía bien que Stefan no era la perita en dulce que quería aparentar.

Aun cuando solo era el niño de 12 años que llevaba pocos días en la granja, en la que solían vivir, pudo darse cuenta de la clase de joven que era y las ambiciones que este tenía.

No decía que el deseo de Stefan por superarse fuera malo, pero a veces sentía que era capaz de hacer cosas inimaginables para conseguirlo, y al parecer, no estaba tan equivocado.

— Haruki era el más inocente en todo ese lio y no voy a permitir que…— Sus palabras se vieron interrumpidas por los gritos que venían de fueran.

— ¡Diaval! ¡Diaval! —La voz de Hayato diciendo el nombre del hombre-cuervo en ese tono insistente y preocupado, los alertó.

Intercambiando miradas por unos segundos, Diaval y Allen salieron con prisa del granero.

— ¿Qué sucede? —Diaval, que se había adelantado un poco, preguntó.

— ¡Busca a Haruki, no hay tiempo! ¡Se ha ido hacia esa dirección! —Hayato dijo con desesperación.

— ¿¡Como que se ha ido!? —Allen le dijo con cierto reproche al hado.

Eso se debía de tratar de una broma.

Su Haruki estaba en su habitación durmiendo, pero la mirada que Stefan le lanzara, le confirmaba que nada de eso se trataba de una broma.

—Maldición…—Gruñó el hombre-cuervo para sí, al ver la posición del sol y lo cerca que estaba el atardecer.

Hayato ya había dado media vuelta y comenzaba a caminar de manera apresura hacia el interior del bosque por donde Haruki se había marchado.

Diaval no podía perder más tiempo ahí parado sin hacer nada, así que sin pensarlo más, se transformó en cuervo.

Para Stefan no sería raro verlo de esa forma.

Años atrás se había transformado varias veces frente al muchacho. Y como era de esperarse, Stefan le dio poca importancia y corrió en busca de su hijo.

Pero era la primera vez que Allen lo veía hacer eso y la sorpresa no se hizo esperar en su rostro al verlo transformarse en cuervo.

Como estaba la situación, Diaval no tenía el tiempo para explicarle a Allen lo que era y la peculiaridad que tenía para transformarse en animales.

—No, no, no, no… ¡No puede pasar esto ahora! — Diaval se quejó pateando con fuerza la nieve con la punta de su bota.

Estaba tan cansado y escaso de energía, que  a los pocos segundos volvió a su forma humana.

Lo intento un par de veces más pero su cuerpo estaba agotado tras esa última transformación.

Era completamente inútil.

Su cuerpo no cambiaba.

 

**

Su largo bastón se hundía en la nieve que le dificultaba aún más su andar.

Hayato caminaba lo más rápido que le permitía su cuerpo, siguiendo aquel camino de pisadas que Haruki dejara en su huida.

<<Debo encontrarlo… Debo encontrarlo…>>, no dejaba de repetirse.

Haruki había estado tan cerca de él, a sólo unos metros.

Si no se hubiera entretenido con Stefan, en estos momentos <La Bestia> estaría a salvo a su lado.

Pero de nada serviría lamentarse, eso no haría que Haruki apareciera mágicamente en sus brazos.

Debía darse prisa y encontrarlo antes de que el sol…

Y entonces lo sintió…

Un escalofrió le recorrió toda la espalda y sintió como su mágica fluía de manera fría por su cuerpo cuando el atardecer cubrió la montañas.

Aquella era una señal de que su magia había cumplido su cometido.

Lo había sentido ciento de veces, cuando en su juventud, lanzara grandes hechizos y estos se realizaban.

Entonces eso que había sentido se debía a que…

No, se negaba a creerlo.

<La Bestia> no podía estar…

Pero la maldición se había cumplido….

Sobre la nieve, ahí estaba el cuerpo de Haruki.

Parecía que muchacho únicamente estaba dormido, descansando en el suelo.

Su rostro se veía tranquilo, sin ninguna expresión de dolor o incomodidad.

Incluso dormido, Haruki deslumbraba su belleza. Su largo cabello rubio caía sobre la nieve y una de sus manos, se encontraba junto a su rostro, dándole el toque que haría pensar a cualquiera que lo viera, que simplemente se encontraba tomando una pequeña siesta.

Aquella imagen dejaron al hado débil, con el cuerpo tembloroso y la boca tan seca que no se creía capaz de pronunciar alguna palabra con claridad por más que lo deseara.

Aun así se obligó a mover sus pies, caminando hasta el rubio y arrodillándose junto a este al llegar.

—Perdóname…—Dijo con una voz apenas audible.

Sus manos temblorosas, cargaron el cuerpo del joven con suavidad y tomó una de sus manos, que aún se mantenía tibia.

—Perdóname…  

¿Cuándo había sido la última vez que sintiera tanto dolor?

Un dolor que le perforaba el pecho y parecía que le llegaba hasta el alma…

Lo recordaba.

Había sido aquel día en que Stefan se llevara algo más que sus alas con su traición…

Se había llevado su corazón.

El dolor de la piel quemada de su espalda, y lo roto de su corazón, fueron sensaciones que en la vida quería volver a experimentar, pero que en esos momentos estaba más que dispuesto a volver a vivirlos si con eso Haruki despertaba.

<La Bestia> se había robado lo que quedaba de su corazón, aquel que no creía capaz de volver a amar jamás.

Ahora que su vista se había aclarado de todo ese odio y rencor que sentía, es que se daba cuenta de lo valioso que era Haruki, de lo mucho que lo amaba…

Pero Haruki se había ido para siempre…

—Perdóname… Perdóname, mi dulce sol… Te juro que mientras tenga vida, no descansare hasta encontrar la forma de despertarte…— Muy lentamente, Hayato se inclinó y besó la frente de Haruki.

Fue un beso pequeño, delicado y suave, pero lleno  de amor.

—Mmhmg…—Un quejadito salió de los labios de Haruki.

— ¿H-Haruki…?— Hayato pronuncio nervioso, incrédulo, de ver como el cuerpo de <La Bestia> se movía poco a poco.

¿Acaso todo era producto de su imaginación?

¿Eran las ganas que sentía de que Haruki despertara, que lo hacía ver como el muchacho se movía?

El hado no tenía cabeza para nada más.

Ni siquiera se había percatado que Diaval, junto con Allen, habían llegado hasta ellos y presenciaron el momento en que arrepentido, le daba aquel beso a Haruki.

— ¿Príncipe…?— Haruki dijo con los ojos aun medio cerrados.

Los parpados los sentía tan pesados que tuvo que hacer un gran esfuerzo para abrirlos, encontrándose al hacerlo con el rostro del <príncipe> que lo veía entre preocupado y feliz.

Sintiendo el cuerpo pesado, como aquella vez en que el polvillo de las hadas de la nieve le cayera, se obligó a incorporarse un poco, fijándose que estaba en medio del bosque.

¿Qué hacía ahí a esa hora?

Su mente estaba completamente en blanco y no recordaba más que el momento en que se pinchara el dedo con la aguja de ese objeto, y la sensación de gran alivio que lo invadió segundos después.

— ¡Haruki, cariño! ¡¿Estas bien!? —Alarmado, Allen se acercó de inmediato a su hijo, revisándolo en busca de alguna herida.

Si el atardecer del decimosexto cumpleaños del muchacho había pasado y con ello la maldición, ¿cómo es que su Haruki estaba despierto, aparentemente en buenas condiciones y diciéndole con una sonrisa que se encontraba bien?

—Amor de verdad…—La voz de Diaval, quien también se había acercado, se escuchó; llamando la atención de los dos rubios, y de Hayato, que voltearon a verlo. — Sólo un beso de amor de verdad podía romper el hechizo, esas fueron tus palabras. —Dijo viendo a Hayato, que al igual que Allen, se preguntaba qué había pasado. — Has roto el hechizo con ese beso…

— ¿La maldición…?—Haruki murmuró aun sin entender. — Entonces cuando toqué la aguja de esa cosa rara, ¿la maldición se cumplió? —Poco a poco todas las imágenes de lo que había pasado antes de pincharse el dedo, acudieron a su cabeza.

Alzando su mano izquierda, observo su dedo índice que solo tenía un pequeño puntito rojo como prueba de lo que había ocurrido.

Parecía que sólo había sido un simple sueño, pero aun recordaba a la perfección el dolor punzante que aquejara su dedo y como al tocar la punta de la aguja, este se desvaneció junto con la pena y tristeza que sentía por haber visto al <príncipe> besar a su “padre”.

Mentiría si dijera que el recuerdo ya no le molestaba.

Por supuesto que le dolía la imagen del hado besando a alguien más, hasta sentía ganas de llorar de nuevo pero en cuanto esos sentimientos pesimistas lo invadían, una especie de oleada cálida en su cuerpo, los desvanecía al instante y lo hacían pensar de una forma positiva.

Si <el príncipe> no lo quisiera, no habría ido a buscarlo y tampoco le habría dado ese beso, que por desgracia no recordaba, pero que como Diaval lo dijera, debía de estar lleno de amor.

—Príncipe…—Debía decirle lo que realmente sentía por él, debía decirle lo mucho que lo amaba y lo especial que era en su vida.

—Vaya, vaya… Que bella escena.

La voz de Stefan interrumpió las palabras del joven.

—Es una imagen tan familiar que casi me da pena interponerme. Pero no se intimiden por mi culpa, por favor continúen. No quiero ser un intruso. —Dijo con notorio enojo y sarcasmo en sus palabras.

De nuevo se veía excluido, de nuevo era un vil intruso que no encajaba en la vida de su hijo.

— ¡Stefan, no te imaginas que acaba de suceder! —Allen, aun con la dicha de que su hijo se encontraba a salvo, se incorporó y dio algunos pasos hacia el castaño. — ¡La maldición que amenazaba a Haruki, se ha ido! ¡Se ha ido para siempre! —El entusiasmo con el que Allen hablaba, se apagó al escuchar el fuerte gruñido que Stefan lanzara junto con una mirada poco agradable. — ¿Qué suced…?

— ¡Perfecto! —Interrumpiendo al otro. —Haz hecho tu trabajo perfectamente, Allen. Ya no me eres de utilidad pero te recompensare como te lo prometí por haber cuidado de Haruki todos estos años. —Dijo sonriendo hipócritamente. — ¡Haruki, es hora de irnos! — Ordenó a su hijo que aún seguía en el suelo y en brazos del hado de grandes cuernos.

— ¡Haruki no ira a ningún lado conti…!—Diaval, quien se disponía a encarar a Stefan, cayó al suelo al recibir una flecha en el pecho que el mismo Stefan lanzara con una ballesta que hasta ahora nadie había visto.

— ¡Diaval! —Gritaron al unísono Haruki y Allen.

— ¿¡Qué diablos te pasa!? ¿¡Porque hiciste eso!? —Allen quiso saber.

Sin pensarlo, había corrido hasta el hombre-cuervo que se quejaba en el suelo y mostraba una expresión de dolor cada vez que intentaba tocar la flecha para sacarla.

—Siempre me cayó mal esa ave entrometida. —Dijo con el ceño fruncido y sin arrepentimiento en su voz mientras colocaba otra flecha en la ballesta.

Stefan lucia su armadura de hierro sin prenda o capa que la cubriera.

Esa armadura era un trabajo que había llevado a los herreros más de seis meses en hacer, al igual que la espada que reposaba en uno de sus costados.

— ¡Haruki, ven a mi lado ahora mismo! —Gruñó al ver que su hijo seguía junto a Hayato.

— ¡No iré  ningún lado contigo! —Dijo temeroso y refugiándose en los brazos de su príncipe.

Terriblemente furioso por la desobediencia de Haruki, Stefan apuntó la ballesta hacia Hayato, y lanzo una flecha sin titubear.

Si Haruki no iba con él por las buenas, lo haría por las malas.

Gracias a sus sentidos mucho más desarrollados que los de un humano, Hayato reaccionó a tiempo antes de que esa flecha llegara a su blanco.

De dos agiles movimientos, apartó a Haruki de su cuerpo y tomó con su mano aquella flecha que sin duda iba a atravesarle el pecho.

Tan rápido como tomara la flecha, Hayato la soltó al sentir como esta le quemaba la mano. La maldita flecha estaba hecha de hierro y de haberlo atravesado, estaría quemándole el interior.

— ¡Príncipe! —Haruki gritó preocupado al ver como humo salía de la mano del hado y la expresión de dolor que este hacía. — ¡Basta! ¿¡Porque haces esto!? —Exclamó con lágrimas en los ojos. Se sentía aterrado al ver como ese hombre hería a sus seres queridos.

—Lo hago por ti, hijo… Por nosotros… Para que podamos ser una familia de nuevo…—El tono voz  de Stefan cambio radicalmente al dirigirse a Haruki, incluso sus facciones se suavizaron y bajó la ballesta, que ya estaba cargada de nuevo, por breves segundos.

— ¡Tú no eres mi padre, eres un monstruo!

—Bien. — De nuevo sus facciones se endurecieron. —Lo haremos a tu manera. Vendrás conmigo cuando no tengas nada porque quedarte en este lugar. ¡Ahora! —Gritó sin apartar la vista de su hijo.

Del bosque salieron los 30 hombres que lo acompañaban, empuñando lanzas y espadas hechas con hierro, y luciendo armaduras del mismo material, y muy parecidas, a la que Stefan usaba.

Las fuertes pisadas de los soldados sonaron cuando se abalanzaron contra Hayato que sin más remedio, tomó su largo bastón para defenderse.

Esquivó varios golpes y detuvo otros cuantos con la fuerte y resistente madera de su bastón, dando un par de golpes a cada soldado que lo atacaba. Sin embargo 30 hombres, todos con armas y armaduras, eran demasiado para él y no pudo defenderse de todos.

Las filosas puntas de las lanzas y espadas le herían manos, brazos, piernas y pecho, quemándole la piel.

Hayato estaba débil por el hechizo de teletransportación pero aún se creía capaz de lanzar algún hechizo que aturdiera a esos hombres. El problema era que para hacerlo, necesitaba al menos unos segundos libres para realizarlo, y con tantos hombres atacándolo sin tregua por todos lados, era imposible.

— ¡Deténganse! ¡No lo lastimen! —Haruki gritó con desesperación.

Al ver como atacaban a <su príncipe>, el muchacho corrió hacia él, empujando a los guardias que tenía a su paso. Pero Haruki era sólo un jovencito de 16 años y su fuerza no se comparaba con la de los soldados, quienes al verlo, dos de ellos lo apartaron tomándolo de ambos brazos y arrastrándolo lejos.

Tenían órdenes estrictas de no lastimar al hijo del rey.

— ¡Suéltenme! ¡No, príncipe! ¡No le hagan daño! —Haruki luchaba por liberarse de esas manos que lo sostenían. Daba patadas y se removía con todas sus fuerzas para soltarse.

—H-Hayato…—Diaval, a unos metros, se esforzó por levantarse.

Apenas si pudo levantar la cabeza pero con eso fue más que suficiente para ver como esos soldados lo atacaban con esas armas que le quemaban la piel al más pequeño roce.

No podía quedarse ahí tirado y ver como Hayato sucumbía a esas armas. Debía hacer algo para ayudarlo. Pero su cuerpo no le respondía y por más que se lo ordenara, no se movía.

Allen veía con espanto lo que ocurría a su alrededor.

Había visto muchas cosas horribles en su vida, pero nada como eso.

Podía oler la carne quemada de ese pobre hombre que se defendía pese a sus heridas, pero que con cada segundo que pasaba, sucumbía bajo los ataques de los soldados que lo superaban en número.

No importaba que el hado ya estuviera en el suelo casi rendido, seguían atacándolo.

Los sollozos de Haruki eran audibles aun por encima del ruido que las armaduras de los soldados hacían. Al parecer Stefan no le importaba ver a su hijo llorar, pues no hacía nada para detener el ataque que el mismo castaño había empezado. Se veía en su rostro que disfrutaba ver a la criatura de grandes cuernos sometida y en el suelo, y no se detendría hasta quedar satisfecho.

Allen no podía permitir que eso continuara, no podía dejar que mataran a ese pobre hombre desarmado.

Si iban a luchar, que fuera en una pelea justa de uno contra uno. 

Sin embargo, antes de que se levantara y pudiera hacer algo, fue el mismo Stefan quien ordenara a sus hombres detenerse.

Con una sonrisa de satisfacción, se acercó a Hayato que lucía cortes profundos por el rostro y todo el cuerpo. Algunos de esos cortes se encontraban en carne viva y sangraban escandalosamente, empapando de carmín la blanca nieve a su alrededor.

Jadeante y adolorido, el hado logró incorporarse un poco.

Sus ojos vieron con coraje a Stefan que se regodeaba de lo que había hecho.

El Stefan del que se había enamorado ya no existía.

Ya no quedaba nada de aquel muchachito que conociera en el <Río de las Joyas Brillantes>.

Sin sentir remordimiento por lo que haría, Hayato movió sus labios.

Sólo eran simples susurros pero era lo único que se necesitaba para realizar un hechizo.

Un momento después, se escuchó una explosión que detono frente a Stefan y los soldados que estaban a su alrededor.

Si bien la explosión no los lesiono, si los aturdió lo suficiente como para darle al hado el tiempo suficiente para tomar su bastón, incorporarse y alejarse lo más posible de Haruki y los otros.

Su caminar era torpe y apenas si daba algunos pasos firmes antes de tropezarse por la prisa que llevaba, y las heridas que le escocían no ayudaban mucho.

—No tienes a donde escapar, Hayato. — La voz de Stefan se escuchó detrás de él.

En su intento de escape, Hayato había llegado hasta <El acantilado de los Lobos>. Como su nombre lo indicaba, era un acantilado bastante peligroso, sobretodo en invierno cuando el suelo era más inestable por la nieve, y su nombre se debía a que años atrás, una mana de fieros lobos vivía a los alrededores, y atormentaba a los viajeros que se acercaban al lugar.

Los lobos se habían ido pero el nombre se conservaba.

Stefan había tardado unos minutos en recuperarse de esa explosión que le había dejado un zumbido en los oídos.  

Pero un zumbido no detendría sus planes, así que soltando la ballesta, desenvainó su espada y siguió el rastro de sangre que Hayato había dejado.

Hayato estaba acorralado.

Enfrente tenía a Stefan con espada en mano, y atrás, estaba el borde del acantilado. Si caía, tendría una muerte segura.

Sin energía para usar magia, caería por metros, golpeándose con las rocas hasta caer al río que había debajo.

Si la caída no lo mataba, la corriente del río lo haría.

—Únete a mí y te perdonare la vida. —La mirada que Stefan le dedicaba a Hayato era fría y la sonrisa en sus labios era burlona, de completo gozo al ver la clara ventaja que tenía.

— ¡¿Y convertirme en un monstruo como tú!? ¡No gracias! —Dijo soltando una risita.

¿En verdad Stefan creía que aceptaría su oferta?

El entrecejo de Stefan se arrugo con notoriedad al recibir una respuesta negativa, y más que furioso, atacó a Hayato.

En esos 16 años, Stefan se había dedicado a aprender y perfeccionar el manejo de la espada y otras armas, así como la lucha cuerpo a cuerpo.

La espada del Rey Consorte impactó con fuerza en el bastón de Hayato, que milagrosamente aún estaba entero y lo defendía de los fieros ataques.

— ¡Basta, Stefan! ¡¿Qué sentido tiene esta pelea?! —Intentó razonar con el otro, pero Stefan no escuchaba razones y seguía con sus ataques, acercándose peligrosamente al borde del acantilado con cada uno de ellos.

Decidido a acabar con eso de una vez por todas, Stefan alzó su espada y lanzó un gritó al abalanzarse contra el hado con toda su fuerza.

La espada chocó contra el bastón de Hayato, que irremediablemente, terminó por romperse a la mitad.

Sin el bastón que lo protegiera y lo ayudara a mantener el equilibrio, que sus alas antes le brindaran, Hayato se tambaleó hacia atrás, pisando el borde del acantilado y cayendo al vacío sin remedio, pero llevándose el cuerpo de Stefan en un último de reflejo por buscar algo de lo que agarrarse.

Ambos cuerpos cayeron, pegándose con las rocas en estrepitosos golpes que les sacaban quejidos de dolor a cada uno.

Haciendo uso de las últimas fuerzas que le quedaban, Hayato logró sujetarse de uno de los bordes salidos de las rocas, sintiendo un tirón espantoso en el brazo cuando se sostuviera y su cuerpo se balanceara.

Un grito ronco quedó ahogado en sus labios al momento en que Stefan, desesperado, se sostuvo de su cuerpo, quemándolo con su armadura.

—D-Dame la mano…—Pese a todo, Hayato no deseaba la muerte de Stefan, y aunque su cuerpo ardía como los mil infiernos por el contacto con el hierro de la armadura con su piel, ofreció su mano para que el castaño subiera y se sujetara igual que él, al borde sobresalido del acantilado. —R-Rápido…—Podía sentir como el cuerpo del otro iba resbalando poco a poco, y si no hacían algo pronto, ambos caerían. —Stefan… Caeremos los dos si no me das la mano…

—Caeremos lo dos de igual manera… Ese borde no nos sostendrá a ambos…—Dijo algo jadeante y sosteniendo con más fuerza al cuerpo del hado.

El vértigo que sentía por estar a esa altura y sin posibilidades de sostenerse a algo más sólido, lo aterraba.

—Solo dame la maldita mano…

—Moriremos los dos si hago eso…—Elevando el rostro, Stefan siguió hablando. —Hayato… Cuida de mi Haruki… Él es lo único bueno que he hecho en la vida… Cuídalo, por favor…—Pasó un poco de saliva antes de continuar. Sentía que su cuerpo resbalaba otro poco. —Sé que no lo merezco pero… Espero que algún día puedas perdonarme…— Fue lo último que dijo antes de soltarse del cuerpo de Hayato y dejarse caer al vacío.

Por primera vez en su vida, Stefan había pensado en alguien que no fuera el mismo.

Se había dejado caer para que Hayato tuviera más posibilidades de salvarse.

— ¡Stefan! —Hayato gritó al ver como el castaño se soltaba.

Instintivamente, intentó estirarse para poder atraparlo, pero fue inútil.

El cuerpo de Stefan golpeo las rocas un par de veces antes de caer al río con fuerza, produciendo un gran sonido que retumbo en un eco.

Hayato esperaba ver a Stefan salir a la superficie y nadar contra corriente hasta la orilla, pero Stefan nunca salió. Quizás la pesada armadura que usaba lo había hundido hasta el fondo y su cuerpo fue arrastrado desde esa profundidad por la fuerte corriente.

— ¡Stefan! —Volvió a gritar con la esperanza de que su grito ayudara al castaño a subir a la superficie.

 

Cuando el eco de su grito se desvaneció, todo quedó en silencio y no hubo señal del Rey Consorte.

 


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