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Paramo Malefico por Tsumuru

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CAPITULO XXIV -  EL AMOR ES LA MAGIA MÁS PODEROSA QUE EXISTE

<<DOS AÑOS DESPUÉS…>>

Desde lo alto de una colina, Haruki, ya de 18 años, observaba como el gran e imponente muro de espinas, aun rodeaba El Páramo. Quitar esa barrera de manera definitiva, seria todo un reto para Hayato, quien se encargaba más en eliminar poco a poco la oscuridad que aún existía en muchos lugares del territorio.

Había pasado tanto tiempo desde que viera aquel muro por primera vez, pero aun recordaba el cosquilleo que sintió cuando viera su tamaño y el grueso de cada rama que le impedía ver el maravilloso mundo que adentro había.

<<Aun con el muro de espinas, El Páramo es un lugar hermoso>>, el joven pensó.

En esos dos años, la apariencia de Haruki, había cambiado un poco.

Sus facciones ya no eran las del adolescente en crecimiento. Ahora poseía un rostro igual de bello, de eso no cabía duda, pero de facciones adultas y en pleno apogeo de la vida. Su largo cabello rubio, ahora lucia corto, dándole un aspecto fresco y relajado; y los centímetros que había crecido, ayudaban a su cuerpo a lucir mucho más apetecible a la vista de cualquiera. Aun con la ropa holgada que le gustaba usar para mayor comodidad a la hora de moverse de un lado a otro por todo El Páramo, se podía ver que el joven poseía unas largas piernas que acentuaban ese trasero, que en esos dos años, se había vuelto mucho más redondo y firme. Su delgada cintura, que resaltaba más con el obi que usaba para sujetar su pantalón, lo hacían ganador de incontables cumplidos que varones, coquetos y descarados, le decían cada vez que visitaba el pueblo en compañía de su padre.

Una pequeña risita salió de los labios del joven al sentir unos grandes brazos envolver su cuerpo en un cálido abrazo, sonriendo aún más cuando esos labios, que tanto le gustaban, se posaron en su mejilla a modo de saludo.

—Hola, Hayato. —Le dijo al hado que aun besaba con ternura su mejilla.

—Hola, <Bestia>.— Dijo dando un beso más al joven. — Creí que no te vería hasta mañana.

Finalmente, mañana seria el día en que Haruki sería presentado ante todo El Páramo como <<su reina>>.

Aquella presentación, solo era una mera formalidad, y porque no, una tradición que se seguía haciendo sin excepción cada vez que el protector de El Páramo encontraba a esa persona con la que compartiría su dicha.

No había habitante en El Páramo que no supiera de la existencia de Haruki y de la relación amorosa que este tenía con <su señor>.

—No verte un día es demasiado para mí. — Comentó al girarse un poco para quedar frente a Hayato. Aun con esos centímetros que había crecido, el hado seguía siendo mucho más alto que él.

Como era de esperarse,  la apariencia de Hayato también había cambiado, o simplemente, como muchos lo decían, había vuelto a ser la misma de antes. Su rostro estaba libre de esa barba de candado, y ya no vestía aquella capa y ropa negra tan ajustada, volviendo a usar su hakama y pantalón de antaño.

—Te extraño al minuto de no estar contigo.

—Pero a partir de mañana, estaremos todo el día juntos. Si te hartas de mí, no será mi culpa. — Hayato bromeó un poco, antes de inclinarse y tomar los labios de Haruki en un beso que sin demora fue correspondido.

Los brazos de Haruki se enredaron en el cuello del hado, permitiendo que este colocara sus manos en su cintura y lo elevara aquellos centímetros que diferenciaba su estatura.

Solo meses atrás, aquellos besos castos y superficiales que siempre se daban, fueron reemplazados por unos cada vez más fogosos, profundos y duraderos.

Los primeros besos de Haruki habían sido algo torpes.

En su vida había sentido la lengua de otro sobre sus labios, empujando con suavidad para poder meterse entre ellos, y cuando finalmente le permitiera el paso, la danza que su lengua y la del hado hacían al juntarse, fue una completa experiencia. 

Con el tiempo, fue acostumbrándose y aprendió como mover sus labios y su lengua a un ritmo que se acoplara al de Hayato, quien sin duda, tenía mucha más experiencia, pero que aun así, con paciencia le seguía el ritmo.

—Se que acordamos que hasta mañana tú y yo haríamos el amor pero…— Haruki se mordió un poco el labio inferior. Con cada día que pasaba, su cuerpo ansiaba más que un simple beso, y en sus sueños no había espacio más que para el momento en que se entregaría al hombre que amaba.

—No creo que un día afecte mucho, ¿no crees?— Hayato mentiría si dijera que podría esperar hasta mañana para hacer suyo al joven.

Hacerle el amor a Haruki, era algo venia deseando desde hace mucho y los últimos meses habían sido los más difíciles para controlarse. Pero ahora que <su bestia> volvía a proponérselo, ya no tenía la fuerza de voluntad para negarse.

Con una sonrisa cómplice, Hayato tomó la mano de Haruki, y caminaron lo más rápido que pudieron hasta la cueva, que a partir de ese momento, compartirían.

Haruki había estado ahí un par de veces aunque solo de manera rápida.

Conocía cada rincón de esa cueva que en realidad no tenía la gran cosa, más que una buena cama hecha con abrigadoras y abundantes pieles de búfalo.

El corazón del joven latió con fuerza al contemplar la cama.

Por fin había llegado el momento…

Por fin haría el amor con el <príncipe>, sin embargo, un ligero temblor lo invadió.

Esa también sería la primera vez que alguien lo vería completamente desnudo.

Él no poseía grandes músculos que presumir, al contrario, era algo delgado y sin gran chiste. Si al menos tuviera un poco de la complexión que su padre Allen tenía gracias al trabajo en el huerto, se sentiría un poco menos nervioso.

— ¿Haruki?— Escuchó que el hado pronunciaba su nombre. Al parecer se había perdido en la nebulosa por unos momentos.

—Yo… Estoy nervioso…—Admitió con una media sonrisa que lo evidenciaba.

—Yo también. — Dijo tomando las manos del joven que temblaban un poco y las llevo a su pecho para que sintiera el palpitar de su corazón. Hacía más de 18 años que no intimaba con nadie, y que fuera Haruki con quien lo hiciera después de ese tiempo, lograba ponerlo nervioso. — Si quieres esperar…

— ¡No! Es decir… Quiero hacerlo. — Dijo soltando un suspiro que lo ayudara a relajarse. — Estar nervioso es normal, ¿no?

—Si, supongo que si. — Por unos instantes, Haruki se preguntó quién había sido la primera persona con la que Hayato había tenido sexo.

Dudaba que esa persona fuera Stefan.

Haruki podía decir que Hayato era el tipo de hombre que se entregaba por completo a su pareja. Una vez enamorado, el hado no tenía ojos para nadie más.

Pero así como era un hombre entregado, también sabía que no era la clase de hombre que se enamoraba con facilidad.

Aun recordaba las caras de desagrado que este le ponía cada vez que lo veía. Realmente no le simpatizaba cuando lo conoció, y el mismo hado le había dicho que no se enamoró de él de la noche a la mañana.

Sin más tiempo para sus preguntas mentales, Haruki tuvo que concentrarse en los labios que lo besaban con ternura y con una lentitud, y que lo ayudaban a relajarse y a olvidarse de todas esas preguntas e inseguridades que momentos antes lo invadían.

Con calma, Hayato recostó al joven en las pieles de búfalo, tomándose el tiempo para besarlo un poco más antes de animarse a avanzar un poco.

Intuyendo que una de las preocupaciones de Haruki era que lo viera desnudo, fue él quien se quitó primero la hakama para que el muchacho fuera acostumbrándose.

Los ojos de Haruki recorrieron el amplio pecho del hado, bajando por su abdomen hasta el borde del pantalón que cubría para su fortuna lo demás. Hayato solo se había quitado una prenda, pero eso fue más que suficiente como para acelerar aún más su corazón y sentir un leve cosquilleo en el estómago.

Sonriendo un poco por la forma en que Haruki lo miraba, Hayato se colocó sobre el rubio con una mano a cada lado de su cabeza. Sus labios esta vez se dirigieron hasta aquel blanco cuello, repartiendo suaves besos por todo este.

Los jadeos de Haruki comenzaron a salir de su boca con cierta timidez.

Los besos en su cuello se sentían tan bien que ladeo un poco su cabeza para que el hado pudiera besarlo con mucha más libertad.

—Te amo…— Hayato le susurró al oído, mientras una de sus manos se dirigía a la ropa del rubio, aflojando un poco el obi y sacando la camisola que estaba bien fajada bajo este.

Deteniendo momentáneamente sus besos, Hayato se irguió un poco, lo suficiente como para sacar la camisola de Haruki y dejarlo igual de semidesnudo que él.

Al verse desprovisto de su camisola, Haruki de manera instantánea, intentó cubrirse el pecho al apoderarse la vergüenza de nuevo de él.

Sus mano no permanecieron mucho tiempo cubriendo su pecho, al Hayato apartarlas con delicadeza.

El rostro de Haruki estaba en un sonrojo total y su vergüenza se encontraba en los límites más altos que nunca creyó alcanzar.

Su mirada se mantenía fija en Hayato.

Temía verlo y encontrar un rostro lleno de decepción mientras veía su cuerpo semidesnudo, sin embargo, cuando finalmente se animara a dirigir su mirada hacia el hado, no pudo encontrar otra cosa más que deseo en esos ojos verdes que lo devoraban en cada parpadeo.

Hayato había quedado más que satisfecho con lo que veía.

La blanca piel de Haruki era una tentación y su lengua no perdería la oportunidad de saborearla con paciencia, sobretodo aquel par de pezones rozados que lo incitaban a lamerlos hasta dejarlos completamente erizados.

Las manos del hado no pudieron resistir más la tentación y tocaron un poco el vientre plano del joven, dando pequeñas vueltas con su índice alrededor del ombligo, bajando hasta donde el borde del pantalón le impedía seguir disfrutando de la vista y de la suave piel del joven.

Al igual que con la camisola, Hayato apartó con cuidado el pantalón del rubio, bajándolo de manera lenta, deslizando la tela por ambos piernas hasta que la prenda quedara completamente fuera.

Si se le había hecho la boca agua con solo ver el torso desnudo de Haruki, verlo completamente desnudo logró que su entrepierna reaccionara al instante.

El cuerpo del muchacho era tan hermoso que no podía describirlo sin sentir que sus palabras se quedaban demasiado cortas.

Un ligero temblor se apoderó del cuerpo de Haruki al encontrarse sin su ropa y con la potente mirada de Hayato sobre su cuerpo. 

Ya no sentía miedo de que su cuerpo no fuera del agrado del hado. La forma en que lo recorría con la mirada y la veces en que se relamía los labios, lo hacían sentir seguro y deseado, aumentando su confianza cuando el mayor pronunciara un: <<Eres hermoso>> mientras acariciaba una de sus piernas.

Quedar desnudo apenas era el inicio y el cosquilleo en el estómago del rubio, y este cosquilleo solo se incrementó cuando volviera a sentir la lengua del pelinegro sobre su cuello.

De nuevo aquella lengua recorría el largo de su cuello, bajando poco a poco hasta su hombro y depositando un pequeño beso sobre este antes de bajar por su pecho y repartir varios besos más.

—Aghmm…— Haruki gimió lo más bajo posible al sentir los labios y lengua de Hayato acariciar uno de  sus pezones.

La sensación era tan grata que su cuerpo comenzó a erizarse y su entrepierna reaccionó a aquellas atenciones que iban en aumento conforme la boca del hado bajaba.

Los ojos del joven se mantenían cerrados, disfrutando en su totalidad de las caricias que el hado le daba.

En un momento, Haruki se decidió a abrir los ojos.

El cabello de Hayato, tan negro como el cielo nocturno, se desparramaba sobre su piel, sin embargo, el cabello del varón no fue lo que llamó su atención. Si levantaba un poco la vista, podía ver con claridad las dos profundas y gruesas cicatrices que el hado tenía en los omoplatos y que se extendían varios centímetros tanto a lo ancho como a lo largo.

Sin meditarlo, llevó sus dos manos hasta esas marcas, acariciándolas con extremo cuidado, temiendo que el pelinegro aun sintiera dolor.

Las abruptas caricias en su espalda, hicieron que Hayato detuviera las caricias que él mismo le proporcionaba al joven y alzara la vista.

— ¿Te duelen…?—Haruki preguntó con tristeza.

Hayato se limitó a negar con la cabeza.

El dolor de esas heridas se había marchado hace mucho, pero aun así seguía recordando el horrible dolor de su piel y musculo expuesto al rojo vivo.

Haruki no había sido testigo de ese atroz momento pero podía imaginarse la angustia y dolor por la  que su <príncipe> había pasado al darse cuenta que sus alas ya no estaban.

El dolor físico podía haberse ido, pero las cicatrices eran un recordatorio del mal momento por el que había pasado Hayato.

Deseando que todo el dolor que aún había en el corazón de Hayato desapareciera, Haruki acaricio con amor y ternura aquellas cicatrices que en ningún momento le resultaron desagradables.

—Te amo, príncipe…—Le dijo con una sonrisa, siendo él quien iniciara un beso.

Sin dejar de acariciar la espalda de Hayato, este retomó las caricias en los muslos del joven.

En esos momentos, Haruki ya se encontraba mucho más relajado y su cuerpo reaccionaba ya sin ese pudor que lo invadiera en un principio.

Sus gemidos salían con más confianza, sobretodo cuando las manos de Hayato bajaran hasta su pene y lo acariciara con esa dulzura que caracterizaba cada uno de sus roces. La mano del hado subía y bajaba por toda la base de su miembro, embarrando aquellas gotitas de su semen infértil, por todo el tronco.

El propio ano del muchacho, reaccionaba a esas caricias, humedeciéndose de manera natural, preparándose para lo que seguía.

Como hombre fértil que era, su ano se humedecería cada vez más conforme las caricias de su pareja avanzaban. Aquella humedad Haruki la podía sentir, y aunque era la primera vez que sentía su ano tan empapado, la sensación era realmente agradable y placentera.

Consciente de lo húmedo que ya se encontraba Haruki, Hayato lo recostó y repartió un par de besos en sus labios antes de incorporarse y bajar de un jalón su pantalón.

Su gruesa hombría se bamboleo un poco al verse desprotegida de la tela que la sostenía y apretaba.

El pene grande y largo, con algunas venas marcando el tronco, no pasó desapercibido para Haruki, que sin dejar de ver aquella parte del cuerpo de Hayato, pasó saliva.

¿En verdad aquello tan grande entraría en su cuerpo?

Sabía que su cuerpo estaba preparado para recibir el pene de un varón, y que estos poseían hombrías mucho más grandes y largas para ayudar a la concepción, pero aun así no pensaba que la diferencia de tamaños fuera tan grande.

—Podemos esperar si tienes miedo. — Hayato dijo al percibir un ligero temblor en Haruki al colocarse entre sus piernas.

—N-No, está bien…  En verdad quiero que continúes. — Dijo con sinceridad. Su cuerpo temblaba pero no de temor, sino más bien de ansiedad y deseo por ser uno con Hayato.

Besando sus labios para tranquilizarlo, Hayato acaricio los muslos de Haruki y bajó poco a poco hasta las nalgas de este que ya se encontraban mojadas por aquellos fluidos que le ayudarían a penetrar al joven.

Dos de sus dedos separaron con cuidado los glúteos y acarició con sus dígitos el borde de la entrada del muchacho antes de meter su dedo índice. De inmediato su dedo fue apretado por el esfínter del rubio, quien ahogo un quejido en sus labios que aún se besaban.

Para Haruki era extraño sentir algo dentro de esa parte de su cuerpo, pero pronto la incomodidad se esfumó y el placer volvió a recorrer su cuerpo.

Aquel dedo se sentía bastante bien moviéndose en su ano de adentro hacia fuera de manera lenta, tocando lo mayor posible.

Sus propias manos apretaron las pieles de búfalo cuando un segundo digito acompañó al primero y la agradable sensación se multiplicó.

El muchacho estaba disfrutando de las caricias en su parte trasera, tanto que sus gemidos volvían a salir de sus labios como cuando Hayato tocara su virgen pene.

Cuando Hayato sacó sus dedos del interior de Haruki, estos se encontraban completamente mojados y sin señal de sangre que le indicara que había lastimado de alguna manera al rubio.

Acomodándose mejor entre las piernas del rubio, Hayato tomó su miembro y lo llevó entre las nalgas de Haruki, que con las mejillas sonrojadas y con su labio inferior siendo mordido por sus dientes, observó como <su príncipe> elevaba un poco sus caderas.

En su entrada caliente y punzante, podía sentir la punta del gran miembro de Hayato, quien pese a lo excitado y ansioso que estaba por penetrar a <su bestia> aún se tomaba el tiempo para que el joven se acostumbrara a las nuevas sensaciones.

Con lentitud, fue metiendo su pene, deteniéndose cuando notara un gesto de dolor en joven rubio. Era de esperarse que dos de sus dedos no se compararan con su miembro, y pese a lo húmedo que se encontraba Haruki, era complicado meterlo.

—H-Hayato…— Gimió el nombre del hado cuando sintiera como todo el miembro de este había finalmente entrado por completo.

Había sido doloroso en algunos momentos sentir como su ano se expandía poco a poco para darle espacio a aquel pene, pero ahora que estaban unidos de una manera tan especial, su cuerpo, en especial su ano, volvía a sentirse a gusto y con ganas de más.

Las caderas de Hayato comenzaron a moverse con lentitud, sacando y metiendo su hombría de una manera leve y sin llegar a ser demasiado brusco.

El interior de Haruki lo apretaba de una manera exquisita, llegando a sentir como las paredes anales del joven, rozaban con su duro y ansioso pene.

Conforme Hayato se movía, algunos fluidos escurrieron entre los glúteos de Haruki, mezclándose con el hilito de sangre que demostraba que la virginidad del joven había sido tomada por el hado de grande cuernos.

Las manos de Haruki se aferraban a la espalda de Hayato, gimiendo en su oído cada vez que una nueva estocada tocaba un punto en extremo sensible en su interior. Sus manos acariciaban aquellas cicatrices en la espalda de <su príncipe> mientras su cuerpo se movía al ritmo de las estocadas que el pelinegro imponía.

Su cuerpo se encontraba en el punto máximo de placer, y el dolor de un inicio era ya cosa del pasado.

Los gemidos y jadeos de ambos llenaban la cueva, resonando en cada pared e ignorando si el sonido de lo que pasaba adentro podía ser escuchado desde afuera. En esos momentos no había espacio para pensar en nadie más, solo eran ellos dos, entregándose con infinito amor por primera vez.

El roce constante de su miembro con el vientre de Hayato, mezclado con las delirantes penetraciones que su ano recibía, ayudó a que el orgasmo de Haruki llegara entre gemidos y espasmos de placer que a su vez, hicieron que su ano se contrajera, apretando el pene que aún se movía en su interior y que de manera inevitable también terminó por correrse.

Jadeante y con el cabello pegándosele en la frente, Hayato salió del interior de Haruki y se recostó a su lado, atrayendo al joven en un abrazo, y besando aquellos cabellos rubios.

Feliz por lo que había ocurrido, Haruki se dejó abrazar y acomodó su cabeza en el pecho del hado, y escuchando como su corazón latía con fuerza.

Tal vez debía asearse y limpiar esa humedad que sentía sobre todo entre sus glúteos y piernas, pero estaba tan a gusto en los brazos de Hayato, que no deseaba apartarse ni un solo segundo de él.

Acurrucándose más, y abrazando a <su príncipe>, comenzó a sentirse adormilado, diciendo un: <<Te amo>> antes de caer dormido.

 

*

Apenas amanecía en El Páramo cuando Hayato despertó de manera súbita por un fuerte dolor en la espalda.

Apartando con cuidado el cuerpo desnudo de Haruki, que aun dormía sobre su pecho, el hado se levantó de las pieles de búfalo y de manera rápida se colocó el pantalón a medio abrochar.

El dolor se hacía cada vez más intenso y podía sentir como si algo le quemara la piel, como si un pedazo de hierro estuviera sobre él.

Temeroso por no saber qué era lo que le estaba pasando, estiró sus brazos hacia su espalda en busca de aquello que le estaba causando ese dolor, pero sobre su piel no había nada y lo único que pudo sentir fueron aquellas gruesas cicatrices que, no sabía si era producto de su dolor,  percibía bastante calientes.

— ¿Hayato…?— Aun algo adormilado, y al ya no sentir la calidez del cuerpo de Hayato, Haruki buscó con su mano al hado, encontrando solo el vacío de la cama.

Tallándose los ojos, se incorporó un poco, despertando en su totalidad al escuchar los quejidos de dolor del que buscaba.

— Hayato, ¿qué sucede?—Preguntó alarmado al ver como el <príncipe> rascaba con insistencia su espalda.

—Q-Quítame… Lo que tengo… Me quema…

Sin importarle su desnudez, corrió de inmediato a auxiliar al hado, dispuesto a quitar eso que tanto incomodaba al otro. Sin embargo, además de las marcas de uñas que el mismo Hayato se había causado al intentar “quitar” eso que él creía tener, no había nada más en su espalda. Era cierto que las cicatrices de Hayato lucían bastante rojas pero no había nada ajeno a eso.

—No tienes nada. — Dijo sin apartar su vista de la espalda ajena, comenzando a preocuparse por como Hayato se quejaba.

—D-Debo tener algo… El dolor es... ¡Aghm, maldita sea…!— Lanzando un quejido más fuerte, salió de la cueva, entre tambaleos al no estar usando su largo bastón, en busca de algo que le calmara ese espantoso dolor y ardor.

Sus pasos vacilantes no lo llevaron muy lejos de la cueva, en donde cayó de rodillas entre quejidos de dolor.

Sentía que la espalda se le iba a partir en dos.

 

**

<<Con que el <solecito> no llegó a dormir>>, pensó Diaval mientras sobrevolaba los terrenos de El Páramo.

Si estuviera en su forma humana, tendría una sonrisa de oreja a oreja, porque sabía perfectamente la razón del porque Haruki no había llegado a su casa a dormir, y esa razón tenía marcado el nombre de Hayato de principio a fin.

Si se lo preguntaban, era cuestión de tiempo para que esos dos sucumbieran a la tentación y se dejaran llevar por el deseo, y aunque Allen no se lo había dicho cuando fuera a verlo, sabía que este intuía donde y que estaba haciendo su hijo fuera de casa.

El hombre-cuervo sabía en donde encontrar al pequeño rubio, y por eso volaba hacia la cueva en la que Hayato vivía.

Sus suposiciones fueron correctas y mucho antes de volver a su forma humana, pudo visualizar la figura de Haruki fuera de la cueva, con la ropa arrugada y mal puesta.

Pero aquello no fue lo único que vio.

La imagen de Hayato, en el suelo, quejándose de dolor y tratando de quitarse algo inexistente de la espalda, lo alarmó de inmediato.

— ¡Diaval, ayúdame! ¡Algo le sucede a Hayato!— Con solo ver al hombre-cuervo aterrizar a unos metros de él, Haruki corrió en su auxilio, esperando que él pudiera saber que le ocurría a Hayato que seguía quejándose de dolor.

—Tranquilo, <solecito>.— Intentó calmar al joven, acariciando de manera rápida su hombro antes de acercarse un poco a Hayato.

El dolor en su espalda era ya tan fuerte, que no prestaba atención a nada de lo que sucedía a su alrededor. Diaval podía estar a su lado, preguntándole que le sucedía, pero él solo tenía cabeza para ese dolor que le desgarraba la espalda.

Sin ser consciente, su magia comenzó a fluir de sus manos, derritiendo la poca nieve y hierva que había a su alrededor.

—Imposible…—Se escuchó decir a Diaval, que incrédulo, veía como de la espalda de Hayato, nacían un nuevo par de alas.

Las gruesas cicatrices en sus omoplatos, se abrían poco a poco, dejando a la vista las primeras plumas que salía. Algunos hilos de sangre bajaban por la espalda desnuda del hado conforme las cicatrices se iban abriendo para darle espacio a tremendas alas, y justificaba el dolor que Hayato sentía.

El emerger de las alas de un hada no era doloroso, o al menos eso era lo que Seigi y otras hadas más, le habían dicho a Diaval. Producía una extraña sensación que era acompañada por una gran comezón, pero nunca de dolor.

Pero lo que le estaba sucediendo a Hayato era algo fuera de lo normal.

Ningún hada, por más poderosa que esta fuera, recuperaba sus alas una vez que estas habían sido cortadas.

Aun con sus años de vida, Diaval no podía explicar cómo era que Hayato estaba recuperando las suyas.

—No, espera. — Dijo deteniendo a Haruki que tenía la intención de ayudar a Hayato de la forma que le fuera posible. — El dolor que siente no lo deja controlar debidamente su magia, podría lastimarte por accidente. — Si sus alas estaban emergiendo de nuevo, eso significaba que su magia también regresaría al mismo nivel de antes.

Con cada segundo que pasaba, Haruki podía ver la enorme envergadura que esas alas, muy similares a las de un ave, tenían.

Las dos gruesas cicatrices en los omoplatos de Hayato, ya se encontraban completamente abiertas de par en par y los quejidos que <su príncipe> dejaba escapar cada tanto, le partían el corazón, sintiéndose impotente por no poder hacer nada que lo aliviara.

Aquellas alas casi emergían por completo y cuando lo hicieron, las heridas alrededor de estas se cerraron de manera inmediata y sin dejar alguna evidencia de que alguna vez fueron cortadas.

La envergadura que podía igualar el tamaño de un hombre adulto, se extendió al verse libres del pequeño espacio que había dentro de la espalda de su dueño, y dando solo un par de aleteadas, se elevaron como antaño.

Hayato casi había olvidado como se sentía volar, ver todo desde las alturas mientras el viento golpeaba su rostro y las plumas de sus alas.

¿En verdad eso estaba pasando?

¿En verdad sus alas estaban de nuevo en su espalda, o solo se trataba de un cruel sueño que lo devolvería a la realidad en cuanto despertara?

No, no podía ser un sueño, era real.

El dolor que sintió cuando emergieron había sido demasiado real, y la magia que ahora sentía recorrer su cuerpo, como si una corriente eléctrica se desplazara por sus venas, también era real.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

Mientras surcaba los cielos, su magia emergía de su cuerpo, borrando a su paso todo rastro de oscuridad.

Todo árbol y flor florecían con nuevas hojas y ramas llenas de vida y los estanques, ríos o lagunas, ya fuera secos o congelados por el invierno, volvieron con aguas tan claras y limpias que se podía ver el fondo. Faltaba aun un poco para que el invierno se esfumara del todo de El Páramo, pero aquella magia amarilla también derretía la nieve, trayendo consigo la primavera y toda la belleza y vida de esta.

El Páramo volvía a ser lo que antes era, solo faltaba una cosa.

Parado frente aquel muro de espinas, Hayato alzó las manos en el aire y dejó que una gran cantidad de magia fuera hasta las gruesas ramas llenas de espinas.

Al instante, el muro comenzó a disminuir su tamaño hasta marchitarse.

Aquella magia se extendió con rapidez por todo el muro de kilómetros de largo, desapareciendo en cuestión de segundos.

Una agradable sensación invadió a Hayato cuando el muro desapareció.

Su alma finalmente estaba libre de cualquier dolor o rencor.

Con la destrucción del muro, había cerrado un capítulo en su vida y podía darle inicio a otro en donde el odio no sería parte de él.

Con ese pensamiento en la mente, volvió a extender sus alas y se elevó de nuevo, emprendiendo vuelo hasta la cueva en donde Haruki y Diaval lo esperaban.

Sin tocar el suelo, tomo a Haruki y se elevó junto con él para mostrarle como es que El Páramo se veía desde esa altura.

—Ahí está la aldea de las hadas de la nieve. — Hayato señaló el bosque nevado que se veía a lo lejos. — Y ahí la villa de los elfos del sur, del norte y del oeste. Por allá el valle de los hipogrifos, y pasando esas montañas, está la cascada de la vida. Es en donde le diré a todos que serás <mi reina>.— Dijo con una sonrisa al joven que miraba todos los lugares que le enseñaba, sin miedo a la altura o a caerse.

—Todo es muy hermoso…— No importaba cuantas veces Haruki viera los paisajes de El Páramo siempre volvía a quedar fascinado con ellos. — Y todos sabrán que tú eres <mi rey>.— Dijo con una sonrisa, besando al hado. Sus manos se enredaron en el cuello del pelinegro, hundiendo sus dedos en aquel oscuro cabello mientras sentía como las manos que lo sostenían de su cintura y caderas para que no cayera, lo estrechaban un poco.— Te amo…— Dijo con sus labios muy juntos.

—Y yo a ti, <bestia>

 

*

—Vaya, hasta que bajan. — Diaval comentó con una risita al ver que la pareja finalmente volvía a tierra. — Tu padre está algo preocupado porque no llegaste a dormir anoche. —Soltó de repente.

— ¡Se me olvido papá!—El pobre rubio dijo angustiado. Con la emoción del día anterior, había olvidado a su padre por completo. — Debe de estar muy preocupado por mí.

—Si, pero creo que intuye en donde y con quien estabas… O lo que estabas haciendo.— No pudo evitar decir un tanto pícaro, causando el sonrojo del joven.— Hoy, mañana o en tres días, era algo que terminarían por hacer, ¿no?— Sonriendo otro poco.—  Pero lo que realmente quiero saber es como es que tus alas crecieron.— Cuestionó viendo a Hayato.

—No lo sé. Creí que tú podrías darme una explicación. Lo único que puedo decirte es que sentí un fuerte dolor y ardor que no se quitó hasta que salieron.

–No tengo ni idea de cómo lo lograste.  En mi vida había visto a muchas hadas perder sus alas, pero nunca recuperarlas. Te confesare que tu padre intentó varias cosas para que su ala creciera, pero no importaba que tomara o que magia utilizara, nada funcionó.

—Entonces, ¿cómo es que yo…?

—No lo sé… Tal vez hiciste algo que… ¿Hayato?— Dijo al percibir como el hado se quedaba pensativo y con la mirada perdida en la nada.

—Haruki…— Pronunció casi en un susurro. — Fue Haruki…

— ¿Qué? ¿Yo? Pero si yo no hice nada…— Dijo sin entender a qué se refería el pelinegro.

—Tú tocaste las cicatrices que Stefan me dejó al cortarme las alas. Las tocaste varias veces mientras tú y yo…— Viendo de reojo a Diaval, dejó sus palabras inconclusas. No hacía falta decir más para entender a lo que Hayato se refería. — ¿No lo entienden?— Le dijo tanto a Diaval como a Haruki que lo veían sin llegar a entender. — Fue tu amor, Haruki. Si algo me has enseñado, es que el amor es la magia más poderosa que existe. Por años creí que el amor no existía, que era una simple mentira, pero ahora sé que eso no es verdad. El amor rompió el hechizo que te lancé y que ninguna otra magia habría podido deshacer, y ahora, ese mismo amor ha hecho que mis alas regresen.

Esa era la única explicación que podía encontrar al resurgimiento de sus alas.

Un viejo amor se había llevado sus alas, pero otro se las había devuelto.

El amor verdadero le había devuelto sus alas.

 

*

Alrededor de <La cascada de la Vida> se aglomeraban un sinfín de criaturas.

Elfos de diferentes aldeas, hadas de todas las especies, se encontraban ahí, riendo y charlando en espera de que su señor finalmente apareciera con aquel joven que había elegido como <su reina>.

Hasta Allen se encontraba entre la multitud en compañía de Diaval, quien no perdía oportunidad en describirle cada cosa que el humano encontraba interesante. Esa era la primera vez que Allen visitaba El Páramo, y debía admitir que era un lugar realmente bello.

Con sus alas de vuelta, la aparición de Hayato fue por los aires, aterrizando justo en medio de la pequeña islita que había en <La cascada de la Vida>, con Haruki en sus brazos.

Los murmullos de los asistentes, preguntándose cómo es que su señor volvía a tener sus alas, no se hicieron esperar, y más de uno concordó que tal vez el joven de sonrisa amigable y llena de luz que respondía al nombre de Haruki, tenía algo que ver.

Con tanto público reunido, Haruki llegó a sentirse un poco nervioso, pues todos los ojos estaban dirigidos hacia él.

Los pocos rostros conocidos que logró distinguir, como los de Diaval, su padre, Nacil y hasta el mismo Hinun, lograron tranquilizarlo y le dieron la confianza necesaria para mantenerse con las espalda erguida y una sonrisa en los labios.

—Pueblo del Paramo.—Hayato alzó la voz, callando los murmullos que aún se escuchaban y obteniendo la atención de todos los presentes.— Hoy inicia un nuevo ciclo en El Páramo, en donde la oscuridad no se apoderará de nuevo de mi alma, y se los puedo asegurar porque he encontrado a la luz que ilumina mis días.— Dijo viendo a <su bestia> y extendiendo su mano para que este la tomara y se acercara.— Gracias a Haruki, mis alas han vuelto y la oscuridad que envolvía nuestro mundo se esfumó para siempre, así como ese muro de espinas que dividía nuestro mundo y el de los humanos. Con gran satisfacción puedo decirles que el reino de las criaturas mágicas y humanas, distanciados por años por odio y avaricia, han vuelto a quedar en paz, y humanos y criaturas mágicas, vivirán en armonía. Humanos serán bienvenidos en mis tierras y ustedes. — Viendo a su pueblo. — Serán bienvenidos en el reino del Rey Philip.  

Los gritos de gusto y aprobación se escucharon con fuerza, y muchas de las criaturas ahí presentes, no podían esperar para visitar ese otro reino igual de maravilloso que el suyo.

Vocbok, que también se encontraba entre los presentes, voló hasta Hayato y extendió sus patitas para entregarle una corona de flores doradas.

Aquella corona, había sido hecha hacia siglos y había sido portada por la pareja de cada uno de los guardianes que El Páramo había tenido desde su creación.

Muchas décadas atrás, le perteneció a Aranor, el padre de Hayato, y ahora le pertenecería a Haruki.

Hayato recibió la corona y con una sonrisa en su rostro, la colocó suavemente sobre la cabeza de Haruki que al igual que él, sonreía.

— ¡Pueblo del Paramo!— Tomando la mano de Haruki entre la suya, volvió a dirigirse a su pueblo. — ¡He aquí a <su reina>!— Anuncio con felicidad y orgullo.

La multitud estalló en gritos y aplausos, festejando la unión que ese día se hacía y que perduraría eternamente.

Como veras, la historia puede ser muy diferente a como la has escuchado, y el villano no resultó ser quien te habías imaginado.

Si lo piensas detenidamente, nunca existió un héroe o un villano como tal y sería realmente injusto juzgar a alguien como “villano” por las acciones que en algún momento de su vida, ya sea impulsado por el amor o la avaricia, hiciera.

Estoy seguro que mucho de ustedes juzgaran a Stefan, pero yo le agradezco lo que hizo.

No, no estoy loco.

Gracias a él, mis padres se conocieron y me trajeron a este mundo.

¿Sorprendido por lo que he dicho?

Tal vez un poco, ¿cierto?

Así es, aquel que te ha narrado esta historia he sido yo, el hijo del guardián de El Páramo, Hayato; y Haruki, el humano que logró sanar su corazón de todo ese odio y maldad que, aunque no lo creas, siempre habita en cada uno de nosotros.

¿Qué cuál es mi nombre?

¿Cuál es mi historia?

Bueno, eso te lo contare otro día.

 

 

 


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