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Liberty por RLangdon

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Armin Arlert revolvió con la cuchara el contenido de su plato. El mejunje del día era crema de espárragos y trozos de pan de molde. Una comida mucho menos sustanciosa que las pasadas, aunque la razón de su falta de apetito no tenía nada que ver con lo que constituía su platillo, sino con la turbia visión futura que empañaba sus días.
 
Era el segundo día consecutivo que Mikasa no bajaba a tomar el desayuno. Su amiga seguía empeñandose en entrenar a solas como medio de distracción para evitar pensar en Eren, mientras que este último continuaba oculto en alguno de los distritos aledaños, acatando toda suerte de órdenes enunciadas por El Rey a cambio de conservar su vida.
 
¿Qué clase de amigo era él si no podía ver por las dos personas más importantes en su vida?
 
Infinidad de veces había sido rescatado por Eren cuando los chicos de su vecindario lo intimidaban debido a su alto coeficiente intelectual.
 
Puede que al final fuera Mikasa quien lograba atemorizar a los abusivos para ponerlos a ellos dos a salvo, pero aunque Eren llevará todas las de perder, jamás dejaba de intervenir en riñas para ayudarlo.
 
Siempre siendo salvado por ellos.
 
Y ahora, cuando más lo necesitaban, no hacía nada.
 
Tenía que cambiar las cosas. Debía empezar a dejar de depender de ellos y demostrarles que también era útil de alguna manera.
 
Sus ojos azules viajaron del plato hasta la servilleta en el extremo opuesto de la mesa.
 
Sus ideas volvían a nivelarse, ahora que finalmente veía la gravedad del asunto a solas. Lo que debía hacer era reunirse con Eren. Lograr, de algún modo, que El Rey les permitiera a Mikasa y a él verlo de nuevo, darles la seguridad de que seguía con vida. Había que hacer una protesta en caso de que su petición fuera rechazada. Y sobre todas las cosas, había que reunir firmas, muchas de ellas. Si conseguían redactar su petición acompañada de las firmas de todos los miembros del escuadrón, quizá la corte real flaqueara un poco. Ya se habían mostrado más accesibles cuando todos juntos solicitaron ver a Eren tras el juicio.
 
Lentamente se levantó de la mesa y tomó la servilleta antes de mirar en derredor. Al ver a Jean rezagado en otra de las mesas, se le ocurrió empezar solicitando su ayuda. Ya después podría reunirse con Mikasa en su dormitorio y comentarle su nueva estrategia.
 
—Buenos días, Jean—saludó esbozando una sonrisa que, esperaba, no se viera forzada.
 
El aludido cruzó los brazos tras su nuca y lo miró con cierta sospecha.
 
—Buenos días, cerebrito—tomó una cucharada de crema y volvió su atención al rubio—. ¿Ha habido suerte en obtener noticias sobre Eren?
 
—No. Pero creo saber cómo nos dejarán verlo.
 
Jean apuró el resto de la crema para limpiarse con el antebrazo y mirar en dirección a las escaleras. No era sorpresa para nadie lo retraída que estaba Mikasa desde que Eren había sido apresado, pero le fastidiaba ser testigo del exceso de atención que una chica tan fuerte y talentosa como Mikasa le prodigaba a aquel idiota.
 
—Siempre y cuando no deba hacer de conejillo de indias— se jactó, recordando la misión fallida de hace días—. Cuenta conmigo.
 
Más aliviado, Armin sonrió.
*
 
 
Apenas oyó el crujido del muelle de la cama de junto, Krista abrió los ojos y aguardó en absoluto silencio a que la conocida figura abandonara la sección de los dormitorios. Esperó por largos segundos antes de decidirse a levantarse de la cama  para seguirla a una distancia razonable.
 
Desde su regreso Ymir no dejaba de comportarse de manera cada vez más extraña. Se mantenía aún más apartada que antes de la cuadrilla y todo el tiempo parecía taciturna y cansada. Claro que su explicación para tal conducta era bastante simple, pero muy poco convincente. Hasta hacía dos noches, Reiner y Bertolt habían vuelto a agruparse en el escuadrón y, al igual que Ymir, llevaban la mitad de su entrenamiento en privado. Solo Annie se había retirado a la muralla más segura para establecerse como miembro activo de la policía militar. Un medio eficaz y egoísta para salvaguardarse. Sin embargo la preocupación actual de Krista se cernía en las desapariciones nocturnas de su compañera, quien, sin dilación, aguardaba hasta horas tardías para emprender la retirada del sector destinado al escuadrón 104. La noche anterior Krista le había visto deslizarse fuera de su cama para no volver hasta casi la hora del entrenamiento matutino, perdiéndose el desayuno. Era por esa razón que Ymir comía más de la cuenta al anochecer.
 
Tanto ella como Reiner y Bertolt, ocultaban algo. A Krista no le sorprendió notar las dos camas de sus compañeros vacías.
 
Al llegar a la puerta, se llevó una mano al pecho y dudó en abrirla. Ymir acababa de salir por ella, y a juzgar por lo rápido que iba, ya debían estarla esperando desde hacía varios minutos.
 
¿Se habría dado cuenta de que la estaba siguiendo?
 
¿Acaso trataba de despistarla?
 
Pero ellas no tenían secretos. Habían permanecido unidas tres años. Eran íntimas amigas, e Ymir jamás haría nada que la hiriera.
 
¿O sería ella quien se equivocaba?
 
Exhalando un suspiro miró a sus espaldas. Si atravesaba esa puerta, significaba que no confiaba más en Ymir, aún cuando esta le había prometido contarle todo lo acontecido cuando fuera el momento. En cambio, si se quedaba, debía esperar por días o incluso semanas para llegar a averiguar algo.
 
"¿Qué escondes, Ymir?"
 
Resuelta, abrió la puerta y se aventuró hacia la noche.
*
 
Un par de gotas de sudor salpicaron el suelo cuando Eren cesó de apilar el último costal de arena sobre la desvencijada tarima al fondo del patio destinado a los entrenamientos. Cuando terminó de acatar la encomienda, se volvió hacia el centro del patio y el alivio se desbordó por su adolorido cuerpo cuando Levi empezó a andar hacia su Dosanko, sin intención alguna de avisarle sobre su partida. 
 
Llevaban cinco días asistiendo puntualmente al sector abandonado para realizar toda suerte de ejercicios, y examenes cuando se sumaba Hanji cada tercer día para evaluar su progreso. 
 
Se acercaba el invierno y ni siquiera los gruesos rayos de sol matinal eran suficientes para contrarrestar la helada brisa que soplaba desde tempranas horas. 
 
Al oír el firme galope, Eren se irguió por completo para vislumbrar como jinete y caballo se perdían en la vereda rumbo al poblado del distrito Rose. La misma rutina venía sucediendose durante casi toda la semana en que Levi se encargaba de dirigirle al campo para supervisar que cumpliera con el programa de ejercicios, y dos horas después se marchaba sin pronunciar palabra. 
 
Si El Capitan estaba molesto o de mal humor, Eren no lo sabía con certeza, pues no recordaba haber cometido mayor agravio hasta entonces. Preguntarselo a Levi directamente también estaba fuera de discusión. 
 
—¡Eren!
 
El fuerte llamado fue acompañado de un efusivo saludo de un brazo agitandose a la distancia. Eren correspondió con un desganado movimiento de brazo y, una pesadez tirante, lo obligó a sentarse junto al grueso roble a su costado. A pesar de gozar de una energía desbordante gracias a los medicamentos experimentales, su cuerpo seguía requiriendo reposo cada cierto tiempo. Y cada vez que Eren excedía sus límites de resistencia, el agotamiento se manifestaba como si llevara un montón de peso a cuestas. Sus articulaciones se volvían, al poco rato, inservibles, lo mismo que sus piernas. Claro que, hasta ese momento, no se lo había comunicado a nadie. Especialmente no deseaba que Levi se enterara del desgaste al que se sentía sometido diariamente o terminaría juzgandole nuevamente de débil. 
 
—¿Cómo te sientes, Eren? 
 
Los cristales de las gafas resplandecieron cuando Hanji llegó a su lado, tan sonriente y fresco su semblante que Eren no pudo evitar pensar en lo opuesta que era a su superior. 
 
—Hanji san— suspiró y se puso de pie para evitar levantar sospechas. —Me encuentro algo cansado. ¿Toca medición de velocidad?
 
Indudablemente era una de las pruebas que más odiaba. Suficiente tenía ya con correr dos horas alrededor del patio todos los días, pero tampoco estaba en posición de negarse. 
 
Radiante de dicha, Hanji se acomodó mejor el abrigo que llevaba y le hizo una seña a Eren para que la siguiera de vuelta a la estructura derruida destinada como su celda. 
 
En poco tiempo atravesaron el prado y se hallaron frente a la infraestructura que, día con día, Eren se esmeraba en mantener en condiciones, sino óptimas, al menos si habitables. Era imposible dejar una sola hoja sin rastrillar o una mota de polvo a la vista con El Capitan supervisandolo todo.
 
Pese a que la médico no dejaba de parlotear sobre uno y otro tema, sin llegar a ahondar en ninguno, Eren ponía escasa atención a sus palabras. Fatigado como estaba, solo quería recostarse y tomar una larga siesta antes de que fuera tarde y Levi regresara para repetir los mismos ejercicios en diferentes grados de dificultad e intervalos de tiempo mayores.  
 
—Bien, Eren. ¿Qué cosas viste en el libro? 
 
Eren bostezó cuando entraron y se sentaron a la mesa. Venía la parte tediosa de los exámenes verbales, cuyas respuestas nunca tenía del todo claras.
 
—Paisajes— contestó, poco menos que adormilado—. Había lagos y montañas de hielo. También estaba el mar— de no sentirse tan cansado, se habría reservado lo que su lengua soltaba tan comedidamente. Eren vio, sin embargo, que Hanji no parecía del todo satisfecha con su respuesta. 
 
—Infiero que sabes la historia de la humanidad desde sus inicios. ¿Tengo razón? 
 
Eren se encogió de hombros. Empezó a jugar con los cubiertos de la mesa y luego se le iluminó la cara con una idea. Dejó la cucharilla de plata y retrocedió un poco en su silla para ver mejor a la joven médico. 
 
—Hanji san. Usted debe saber por qué El Capitan es tan...— se interrumpió, sonrojandose levemente al no saber cómo continuar, hasta que Hanji se mostró un tanto interesada, lo suficiente para alentarlo a proseguir.
 
—¿Irritable, intratable, frío, malhumorado? 
 
—Si. Todo eso— afirmó un poco más nervioso de que la sonrisa de la fémina se ensanchara lo doble que antes. 
 
Hanji tomó aire.
 
—Es sin duda una historia más interesante que la de la humanidad, pero no forma parte de mi labor al venir aquí, y además Levi jamás me perdonaría si me voy de la lengua...pero— agregó cuando Eren bajó la mirada decepcionado. —Podríamos hacer un intercambio de información. Si me dejas explicarte a detalle lo que debes saber sobre las murallas y el exterior, y después permites que te inyecte, bueno, entonces si te contaré un poco sobre el desabrido líder de los soldados. 
 
Eren se mostró más conforme, aunque odiaba lo que acontecía después de que le aplicaban el suero de no pensar, pero así al menos sabría un poco más sobre Levi. 
 
 
 
Pasaba de la medianoche cuando Eren sintió una nueva punzada de sueño bajo sus párpados. Asi y todo no perdía detalle del relato de Hanji. Llegando a preguntarse cómo no se cansaba de perorar sin pausa sobre uno y otro tema. Primero se había explayado sobre las murallas de los países vecinos, alegando que los dibujos exhibidos en los libros y más especificamente en el que le habían confiscado a él, no eran más que patrañas inventadas por las naciones enemigas, quienes profesaban a viva voz la misma falacia que convertía a Paradis en un enemigo implacable que desde años remotos había combatido y oprimido al resto de la población, siendo los iniciadores de una sangrienta guerra que perduraba hasta la actualidad.
 
Afortunadamente cuando Eren había comenzado a pestañear a consecuencia del cansancio, Hanji había empezado a soltar de carrerilla cómo fue que conoció a Levi Ackerman cuando ella récien se unía a la milicia. Había sido Erwin Smith el encargado de reclutarle, y aunque las circunstancias habían permanecido por años bajo un impenetrable velo de misterio, Hanji había echado un vistazo al expediente. 
 
Lo que había revelado después, causó en Eren un efecto adverso de tristeza y empatía tinturadas de desánimo al descubrir el crecimiento en tinieblas de un niño que fue traído al mundo en soledad para seguir un camino plagado de espinas, privado de todo afecto y entregado a su suerte en la más absoluta miseria. 
 
Conforme transcurría el relato, Eren había llegado a odiar a Kenny Ackerman mucho más de lo que le había aborrecido durante el juicio en su contra. 
 
Y fue tan corrosivo su enojo que, al mirar por la ventana del salón de junto, tuvo la absoluta certeza de estar viendo una aparición que, poco a poco, se volvió tangible. 
 
La antipatía acudió de pronto al semblante de la médico, pero Eren conservó la calma al verle entrar y dirigirse resueltamente hacia ellos. 
 
Con una sonrisa tirante y falsa, Kenny Ackerman se quitó el sombrero para hacer una presentación a todas luces soberbia.
 
Sintiéndose intimidado bajo la atenta mirada del intruso, Eren agachó la mirada. El corazón le dio un vuelco
cuando, sin templanza alguna, Kenny puso sobre la mesa un rollo de papel con el sello real impreso en la orilla. 
 
Intuyendo una nueva amenaza, Eren le miró con toda la furia posible, pero Kenny no pareció darse cuenta, pues su mirada burlona oscilaba entre el papel y la fémina, cuyo rostro perdió todo color al leer el edicto del pergamino.
*
 
La nueva reunión había tenido lugar en el distrito Stohess de la muralla céntrica. De nueva cuenta El Rey había solicitado la presencia de los comandantes y capitanes de cada tropa en los distritos circundantes. Se había acordado mediante una misiva previa la discusión sobre la posible restauración del muro derribado, así como la participación de los líderes para un futuro reconocimiento de cada zona afectada en el perímetro en pos de reparar y reforzar el daño a la redonda. Ello con el objeto de frenar una nueva emboscada enemiga.
 
A lo largo de la junta, se había discutido sobre las posibles rutas seguras para la exploración y evaluación de daños. De pie ante la inmensa mesa cuadrada de roble, Levi había estado atento a la planificación anunciada por uno de los mensajeros reales. Constantemente tenía que beber de su taza de café para evitar sucumbir al sueño. Había dejado a Eren solo en el sector de entrenamiento hacía ya varias horas. Daba por hecho que el mocoso ya estaría durmiendo y, por tanto, no habría necesidad de reportarse a su acondicionada celda. Al menos no por esa noche.
 
Sabía que Eren se estaba esforzando por acatar todas las encomiendas, e igualmente divagaba sobre el tiempo que soportaría llevando la misma estricta rutina.
 
Desde que había intercedido a favor del chiquillo, su vida se había vuelto más liosa, cansada y complicada. Lo mismo que pasar mucho tiempo con Eren, afectaba su balanceado y neutro estado de ánimo. Últimamente se estaba volviendo casi una necesidad el simple hecho de observarle. Levi casi contaba las horas para su próximo encuentro, y no obstante, no había razón para ello.
 
—La ruta más segura es por el poniente—expresó Erwin Smith, apuntando con el índice uno de los múltiples trazos hechos en el mapa.
 
Levi se inclinó para verificar en la topografía que el camino fuera seguro y les mantuviera a resguardo de cualquier posible ataque enemigo. Hasta ahora estaba de acuerdo en la resolución de Erwin. Podían explorar una parte de la zona para señalizar los daños más graves y elaborar el listado con los materiales más indispensables para la reconstrucción del muro que, pese a haber sido derribado, no había sido reclamado todavía.
*
 
Conforme la carreta avanzaba en línea recta, Eren se dio cuenta de dos cosas. La primera, estaban dirigiendose hacia la muralla central, puesto que el poblado de Rose ya había quedado demasiado atrás. La segunda...no le auguraba nada bueno. 
 
Angustiado, se miró el brazo donde minutos antes Kenny había introducido la misma sustancia dañina que Hanji le suministrara anteriormente. No tardaría en caer bajo el letargo del adormecimiento y entonces...entonces no sería capaz de saber nada más. 
 
¿Lo ejecutarían? ¿El Rey Fritz se había retractado y ahora pretendía darle muerte? 
 
¿Y Levi? ¿Y sus amigos? ¿No volvería a ver a ninguno? 
 
La apretada mordaza le impedía articular nada, también quería quejarse de lo apretadas que estaban las sogas atadas a sus pies, asi como de lo ajustadas que tenía las esposas. 
 
Sin siquiera volver la vista hacia él, Kenny se abría camino como un poseso, acentuando cada vez más los molestos chasquidos del latigo para acelerar el trote de sus caballos, guiandose con ayuda de las lamparas  ajustadas a los costados del carromato. 
 
A toda velocidad, la carreta se aproximó hacia el portón de la entrada. El cuerpo de Eren se agitó cuando traspasaron la abertura. En pocos minutos su mente se fue vaciando, hasta dejarlo en un mar de tinieblas. 
*
 
—¡Eren!—la atronadora voz le hizo dar un sobresalto en la silla.
 
Retorciéndose las manos con ansias, Hanji abandonó la mesa cuando Levi cruzó el pasillo con paso firme, mirando en derredor en busca del interpelado.
 
—Eren no está— se arriesgó a contestar. Alcanzó a tomar la carta de la mesa antes de que El Capitán la tomara del cuello de la bata para inspeccionarla de cerca, como si hubiera dicho una barbarie.
 
—¿Se fue a entrenar sólo?— preguntó, sin aflojar el agarre, consciente de que tal cosa no era posible dada la hora. Eren debería estar durmiendo, y él tendría que estar en su respectivo sector haciendo lo mismo. No obstante había sentido el repentino impulso de verlo. Quizá se trataba de una corazonada, pero el rumbo de la futura expedición afuera de los muros le había comunicado que algo no andaba bien.
 
Se suponía que él estaría exento de misiones hasta que los experimentos hechos a Eren arrojaran resultados favorables para El Rey. Y hasta la fecha eso no sucedía. Hasta el día actual la corte real seguía realizando las mismas pruebas y obteniendo las mismos respuestas mediocres.
 
Hanji negó con la cabeza.
 
—Tu tío vino a hacernos una visita—le aclaró, cabizbaja, tendiendole el pergamino. Cada vez que Levi se molestaba, sus ojos plomizos parecían emitir un tenue centelleo, delatando su humanidad que tan bien escondía en todo momento.
 
Contrariado, Levi deshizo el agarre y desdobló la orden. Sus ojos repasaron renglón por renglón, hasta llegar al final de la misiva. Se quedó observando el último párrafo y sus manos arrugaron el papel antes de que lo hiciera trizas y botara los trozos a un lado.
 
—Debes conservar la calma— le aconsejó Hanji, poniendo una mano sobre su hombro para frenar su avance—. Iré contigo— se ofreció, pero Levi ya no la escuchaba, había salido a toda prisa para montar su Dosanko.
 
No había tiempo que perder.
*
 
 
Dejó atado al caballo en el establo más próximo a la entrada de la ciudad subterranea, llevandose una lámpara de queroseno consigo. Apenas terminó de salir del establo, los pensamientos de Levi se vieron afectados por los terribles recuerdos del pasado. 
 
Trató de apartarlos con todas sus fuerzas, pero era inútil. Ni bien llegó a la portezuela que simulaba un sótano, una presión invisible estrujó su pecho. 
 
A pesar de hallarse en una zona aparentemente segura por ser la más apartada del exterior, Chikagai no gozaba del prestigio y las comodidades reinantes en Sina. La vida subterranea estaba llena de peligros al por mayor. Inmundicia, delincuencia, pobreza extrema, enfermedades, muertes. 
 
Antes de que Levi pudiera tomar las aldabas, un miedo más hondo lo hizo desistir de su empresa. Había logrado sobrevivir a ese estilo de vida gracias a las enseñanzas de Kenny. Sin embargo, habría perecido en soledad de no haber conocido a dos amistades valiosas que le enseñaron el verdadero significado de la confianza antes de enlistarse junto a él en el ejercito y encontrar su propia muerte intentando alcanzar una utopía tan estúpida como lo era la libertad. 
 
Tanto Furlan como Isabel se habían convertido en respetados soldados, solo para entregar su vida a un ideal que jamás pudieron ver. La muerte de ambos no había servido para nada. Él mismo no había podido cambiar en nada el mundo tras todos esos años de arduo entrenamiento y combate. 
 
Si bajaba a la ciudad subterranea, todos los recuerdos que se había esmerado en mantener encerrados, saldrían nuevamente a la luz. 
 
Sus rostros...
 
Sus voces...
 
Levi no estaba preparado para enfrentarse al pasado. 
 
Sin ser apenas consciente de lo que hacía, retrocedió dos pasos, hasta que la médico se interpuso en su vacilación para espetarle el motivo de su tardanza. 
 
—Si no bajas, Eren morirá allá abajo— le recriminó con el rostro congestionado—. Lo hiciste tu responsabilidad desde que decidiste responder por él en la corte. 
 
Inexpresivo, Levi tensó la mandíbula y apretó firmemente los puños, pero ello solo alentó a Hanji a proseguir.
 
—Si Eren muere, será culpa tuya. 
 
Levi dejó de tensar los puños, chasqueó la lengua y ladeó el rostro para deshacerse de esa emoción tan fastidiosa.
 
Su culpa. 
 
Por su culpa habían muerto sus amigos. Por no haber estado presente para ayudarles. 
 
¿Iba a dejar morir a Eren también? Todo por temores fantasmas y un miedo absurdo de reencontrarse con su pasado.
 
—Me estoy tomando demasiadas molestias con ese mocoso— replicó antes de armarse de valor para bajar las aldabas y abrir la puerta, todo ante la mirada esperanzada de Hanji Zoé. 
 

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