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Liberty por RLangdon

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Ya era hora de alistarse para los entrenamientos. Krista lo supo al abrir los ojos y notar la ausencia de sus compañeros. Poco después oyó el ajetreo proveniente del patio. Se sentó rápidamente para tallarse los párpados en un intento por espabilar. Estaba a punto de salir del cuarto cuando sintió la intensa mirada sobre ella. 
 
—Ymir.
 
La joven de nariz respingona y pecas le dedicó una sonrisa exenta de hilaridad, era un gesto genuino, casi simpático. A diferencia de ella, Ymir ya vestía el uniforme de la milicia, parecía más descansada y fresca que en días pasados. 
 
Krista bajó las piernas de la cama. La sección de los dormitorios estaba vacía a excepción de ellas. 
 
Se había quedado dormida, pero ¿Ymir?, ¿Acaso la estaba esperando?
 
Con pasos vacilantes, Krista se acercó a la otra cama. Ymir clavó su mirada en ella, invitandola a sentarse con un ligero golpe de su palma sobre el colchón. Krista acató el pedido mientras trataba de aplacar su revuelto cabello dorado con los dedos.
 
—¿Nunca te has preguntado cómo es el mundo fuera de aquí?
 
Krista parpadeó confusa. Había pasado gran parte de su vida omitiendo varias cosas, siempre queriendo alcanzar un idealismo rayano en la perfección, reprimiendo innumerables veces lo que sentía, pensaba y quería. Los únicos recuerdos de su familia estaban ligados a borrosos encuentros esporádicos con una mujer que, pese a ser su madre, no la quería. Un padre siempre ausente y una hermana bondadosa y cariñosa que se había enlistado en el ejército a corta edad para satisfacer los deseos de su padre. 
 
Desde el inicio ella había estado destinada a correr la misma suerte. 
 
—Antes me daba curiosidad saber que había detrás de los muros— reconoció en voz baja. Sus labios se curvaron en una tenue sonrisa al saberse tomada de la mano. 
 
Quería abrir su corazón a Ymir para que ésta hiciera lo mismo. 
 
—Vine aquí sin saber realmente lo que buscaba. Solo pretendía hacerme más fuerte para poder ser reconocida, para no sentirme inferior al resto del mundo.
 
Ymir la escuchaba atentamente, a pesar de que el tiempo apremiaba a que se apresuraran, ya que, las primeras ordenes acababan de atronar en el centro del campo. 
 
—Quería ayudar a las demás personas y tener una muerte digna, pero desde que nos conocimos he podido ver las cosas desde otra perspectiva. Yo...— bajó la mirada y movió sus pies de arriba a abajo, nerviosa. —Quiero vivir para mi, aunque suene egoísta. Me gustaría salir y recorrer el mundo a tu lado. Olvidarme de todo. No quiero ser recordada como la chica buena que se sacrificó por otros. 
 
Lentamente la sonrisa de Ymir se ensanchó. Soltó su agarre de la mano de Krista y se cruzó de brazos.
 
—Deberíamos largarnos de aquí. 
 
Los ojos de Krista se abrieron al máximo ante semejante propuesta. 
 
—Pero Ymir, es peligroso. No sabemos que peligros nos esperan afuera. 
 
—¿Aún confías en mi, Krista?
 
Krista la examinó atentamente con la mirada. Había algo en la expresión de Ymir que no sabía interpretar. 
 
¿Sería miedo?
 
—Claro que confío en ti. 
 
—Entonces promete ser paciente, deja de meterte en problemas y no cuestiones nada hasta que yo decida que es el momento.
 
A Krista no le quedó más remedio que asentir. Por extraño que pudiera resultar, junto a Ymir no sentía miedo de nada. Podía ir contra el mundo entero si sólo podía estar a su lado.
*
 
Armin bajó por el pasadizo con pasos moderados, alumbrando en todo momento el camino con la antorcha para guiar a su compañero. 
 
El interior del túnel seguía despidiendo una atmósfera de humedad y silencio atemorizantes. Armin casi se había grabado mentalmente el recorrido hasta la celda, pero por si acaso seguía apoyándose cada cierto tiempo en la pared del costado. 
 
—Mikasa— pronunció al detenerse frente a los barrotes. Detrás de él, Jean lo empujó hacia un lado, arrebatandole la antorcha de las manos para poder apreciar mejor a la muchacha que yacía sentada sobre el colchón, con las piernas replegadas contra su pecho y una expresión de perenne vacío. 
 
—Mikasa, hoy te liberaran— sin embargo, el comentario de Jean surtió el mismo efecto que el de Armin. Mikasa se veía completamente ensimismada. Llevaba toda la semana así. La habían encerrado por atentar contra la vida de un superior. Tanto Jean como Armin estaban conscientes de qué superior se trataba. Afortunadamente no se había llevado a cabo ningún juicio y su encierro tampoco se hizo de conocimiento público. 
 
Había sido gracias a las pesquisas de Armin en una de las oficinas junto al campo de entrenamiento que lograron dar con su paradero. 
 
—Eren se encuentra bien, Mikasa. 
 
Jean frunció las cejas ante el desatinado comentario de Armin, le pareció tan fuera de lugar que iba a replicarle por ello. No obstante, vio, a través de los barrotes, como el semblante demacrado de la joven se reanimaba. En sus ojos negros bailoteaba ahora un brillo que auguraba llanto. 
 
Armin aferró los barrotes con las manos y esbozó una sonrisa conciliadora, satisfecho de que su amiga por fin lo mirara. No estaba seguro de sí lo que acababa de decir era del todo cierto pero necesitaba que Mikasa reaccionara de una buena vez, de otro modo no podrían buscar a Eren.
 
—He estado elaborando un plan, y cuando salgas, iremos a verlo. 
 
Poco a poco Mikasa abandonó el colchón para acercarse a los barrotes. Su mirada vidriosa se aclaró rápidamente. 
 
—Todo va a ir bien, Mikasa— la tranquilizó Jean. —Ese idiota es mas fuerte de lo que aparenta— le siguió la corriente a Armin. Era increíble que Mikasa fuera capaz de llegar a esos extremos por ayudar a su hermano adoptivo. 
 
¿Sería posible que un sentimiento tan bello como lo era el amor fuera responsable de conducir a semejante ruindad en las personas?
 
Silente, Jean retrocedió un paso y se llevó el puño al corazón mientras veía las sonrisas esperanzadas del par de amigos. Tenía tantas cosas por preguntar, pero no era el momento. Debía reservarse su inherente pesimismo hasta no ver con sus propios ojos a Eren. 
 
"Más vale que aún estés con vida, Eren"
*
 
 
 
Nada más llegar de la exploración al exterior de los muros, procuró mantenerse ocupado durante el resto de la mañana, llenando los estúpidos informes para no pensar en los posibles futuros problemas que se le venían encima. 
 
En primera instancia, el país enemigo no tardaría en echar en falta el arribo de los buques y el par de flotas navías que habían interceptado a orillas de la isla. Con toda probabilidad los Marleyanos redoblarían esfuerzos para apropiarse del territorio de Paradis. Duplicarían o triplicarían su armamento, enviarían soldados más fuertes y mejor preparados puesto que el ataque sorpresa formaba parte de una estrategia seccionada que incluía el reconocimiento del terreno. Ya habían esperado tres años para reclamar las tierras, pero tanto capitanes como comandantes de las tropas Eldianas estaban al tanto de la guerra que libraba Marley con países vecinos. La prioridad del enemigo era tomar posesión de los países más próximos para expandir su territorio debido a la presión demográfica y la escasez de recursos que padecía a raíz del inicio del enfrentamiento. A esas alturas y, según la información recabada de la tropa enemiga capturada, en Liberio poseían ya aliados suficientes para invadir Paradis y concluir con la invasión dejada a medias de hace tres años. 
 
Terminando de redactar el último párrafo del escrito que desglosaba los daños de la muralla Maria, Levi ladeó el rostro hacia la ventana. 
 
Le había visto varias veces la última semana al mediodía, tomando el sol en uno de los claros a orillas del prado luego de que Hanji terminará de hacer el pertinente evaluo de la condición física de Eren.
 
El chico estaba tan radiante y sonriente siempre que se sacaba la remera y se tumbaba en una de las rocas para aprovechar hasta el último halo del sol antes de regresar a su encierro. 
 
Sus músculos abdominales se habían pronunciado gracias a los ejercicios matutinos. Parecía incluso rejuvenecido,  tan lleno de vitalidad y energía. Con sus expresivos ojos verdes brillando y el pelo castaño y suave que le caía ya cerca de los hombros. 
 
Sin pretenderlo, Levi abandonó el improvisado escritorio para ir hacia la majestuosa visión una vez que la médico se retiró en su caballo. 
 
Al acercarse más pudo notar que Eren tenía las mejillas sonrosadas por los ejercicios. El muchacho abrió los ojos cuando la silueta de la sombra le privó de la sensación cálida y tibia del sol. 
 
—Capitán Levi— sonrió, su gesto indomable y coqueto hizo a Levi olvidar el motivo que lo había conducido allí en primer lugar. 
 
Aquella explosión de exuberancia y luminosidad que manaba de Eren, lo aplastó. Permaneció de pie, contemplandolo, deseándolo y odiandose por ello. Desde que Eren se había repuesto de la fiebre, se le veía mucho más enérgico y atractivo, ya no lloraba ni despertaba gritando por las noches, parecía más tranquilo, pero no feliz, en sus pupilas esmeraldas se había extinguido para siempre aquel brillo deslumbrante e ingenuo que Levi le viera por primera vez hace tres años, cuando retornaba de la misión para detener la emboscada que había tenido lugar en uno de los distritos antes de expandirse por todo el perímetro. 
 
—¿Ocurre algo? 
 
Librando una lucha interna consigo mismo, Levi tensó los puños, se dio vuelta y emprendió el recorrido hacia el castillo. Había trasladado parte de su material de trabajo allí desde el incidente con Yelena. Puede que la fiebre de Eren fuera producto de los intensos entrenamientos a los que era diariamente sometido, o tal vez a los medicamentos experimentales que pretendían exprimir todo su potencial. No importaba. Tras emitir su terminante amenaza a Kenny, Yelena no había vuelto a aparecer. Levi, sin embargo, no deducía su ausencia como un hecho positivo. Arduos años en la milicia le habían hecho comprender que no debía fiarse aún cuando el sol brillara a raudales sobre su cabeza. 
 
—Capitán. 
 
Una vez terminó de ponerse la remera, Eren corrió tras el susodicho, extrañado por su conducta de antaño y temiendo haber roto alguna norma que pudiera ponerle en aprietos. Al traspasar el umbral del herrumbroso castillo, siguió a Levi hasta la cocina. Se quedó allí plantado, mirando como Levi se servía un vaso de agua para beberlo casi todo de un trago. 
 
Eren quiso ofrecerse enseguida a lavarlo como compensación por el exabrupto del prado, sabía que Levi odiaba el haraganeo casi tanto como la suciedad. Lo que no previno fue que Levi volviera a tomar el vaso con la clara intención de servirse de nuevo. 
 
En un instante, los dedos de ambos de tocaron. Eren retrocedió al sentir el violento temblor proveniente de la mano de Levi. Él mismo sintió su desbocado ritmo cardíaco, producto del accidental roce.  
 
—Lo siento— atinó a disculparse, agachando la cabeza en evidente estado de pena, malinterpretando el chispeante anhelo que relucía en los ojos grises de su superior. 
 
Que Levi lo tomara de la barbilla para obligarle a mirarlo, propulsó aun mas sus latidos al grado de dejarle la mente en blanco. Seguro iba a golpearlo por su atrevimiento.
 
Una tonta risilla nerviosa se hizo presente, reverberando en el reducido espacio cuando Levi deslizó el pulgar por su pómulo derecho, descendiendo luego a su boca. La voz de Eren se dejó escuchar a un tiempo entrecortada, temerosa y titubeante. 
 
—¿Ho...hollín? 
 
Apenas tuvo tiempo de cerrar los ojos antes de que los labios de Levi se estamparan para reclamar los suyos. 
 
*

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