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Vuelo 212 por Ultraviolet

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Notas del capitulo:

¡¡Buenas tardes chicxs!! Os dejo por aquí la continuación de ls historia!! Parece que la página de amoryaoi está algo inactiva desde la ultima vez que posteaba (hace un par de meses), espero que pronto levante el vuelo o muchas historias se perderán :(

 

¡IMPORTANTE! inicialmente, este capítulo estaba enumerado como el CAPITULO 5, por error mío, por lo que el capitulo anterior me lo comí (volved a leerlo)

-        Estás muchísimo mejor Etna. – Comprobé su temperatura de nuevo, y ésta volvía a marcar 38º. - Todavía tienes fiebre, pero te ha bajado bastante en comparación con la última vez. Parece que las medicinas están actuando bien. – Bajé sus párpados y observé que sus ojos tenían mejor color y su palidez se había reducido. Así como su tos y el sangrado. - ¿Duermes mejor por las noches?

-        No me cuesta tanto respirar… - Se incorporó levemente y sonrió un poco. – Y ya… no escupo sangre.

-        Sólo han pasado cuatro días y mira qué progreso has hecho. – Sonreí. – Eres muy fuerte, ¿eh? – Escondió su rostro entre las manos y soltó una risa. Aria, que estaba apoyada en la pared de al lado de la cama, se limitó a observar la escena. No habíamos intercambiado palabra alguna desde el incidente en la cabaña del sanador. La cual ahora habitaba yo. Estaba justo enfrente de mí, mirando sin decir nada.

-        Te he traído una cosa, ¿Quieres verla? – La niña asintió efusivamente y se acercó un poco a mí. Saqué la muñeca de trapo que Etna abrazaba con efusividad los primeros días y se la tendí. – Ella también está mejor. – Le enseñé la pierna totalmente cosida y algunas partes que antes estaban resquebrajadas, que ahora estaban perfectamente. Parecía una nueva muñeca. – La tomé prestada al ver que estaba en mal estado, lo siento.

-        ¡¡¡No se había perdido!!! – La abrazó con fuerza y sonrió. - ¡Y la has curado!

-        ¿Te gusta como ha quedado? – Asintió con ganas y se abrazó a mi cuello de un salto. Sentí mi cuello humedecerse levemente y la aparté con cariño.

-        ¿Estás llorando? – Volvió a aferrarse a mí con fuerza, sin emitir palabra.

-        Es la primera muñeca que le hizo nuestra madre. – Levanté la vista, y por fin, me topé con los ojos azules que me habían estado evitando desde hacía días. Ni si quiera la había visto, se había limitado a mandar a algunos de sus hombres para llevarme algo de comida a la cabaña. ¿Pero de ella? Ni rastro.

-        ¡¡Gracias, gracias, gracias!! – La abracé con cariño y besé su frente.

-        No hay de qué. – Sonreí. - ¿Por qué no descansas un poco? Todavía no estás recuperada. - Asintió y se metió en la cama, acurrucándose abrazando a su recién “curada” muñeca. Miré a Aria, la cual miraba a su hermana detenidamente y me levanté, dispuesta a dirigirme hacia la que era ahora “mi cabaña”.

-        Oye… - Escuché una voz tras de mí. Giré sobre mí y me topé con los ojos de Aria. - ¿De verdad… que mi hermana está bien? – Sonreí ligeramente y asentí.

-        Tu hermana se está recuperando más rápido de lo que pensaba. Está muy bien, de hecho. – Suspiré. – Parece que… se recuperará antes de lo esperado.

-        G-gracias por… - Bajó la vista, se mordió el labio.

-        ¿Por qué?

-        Por todo. – Dijo finalmente. – Por ayudarla, por…

-        Prácticamente me obligaste a ello. – Ataqué, encogiendo los hombros. – No tenía otra opción. – Volvió a desviar la mirada. – Aunque sinceramente, la hubiera ayudado igual. Quiero ser un buen médico. – Dije con sinceridad. – Un buen médico no deja a nadie, absolutamente a nadie, malherido. No si puede hacer algo para ayudar. – Me miró, por fin. – No me agradezcas nada.

-        ¿Cómo hiciste lo de la muñeca?

-        Había hilo de sutura en uno de los botiquines. – Le enseñé una pequeña herida que tenía en el dedo. – Me costó un poco, pero al final quedó bien. – Conectó su mirada con la mía y ladeé la sonrisa. Tomó algo de aire y se quedó estática, mirándome.

-        Puedes dejar de… ser tan…

-        No sé lo que es ser “tan” – Vacilé.

-        Buena. – Respondió. – Te hemos arrastrado hasta aquí, tenemos cautivos al resto de tu grupo, no te hemos tratado bien. Y sigues siendo, tan… adorable. – Y eso me tomó tan desprevenida que casi me desestabilicé. Esa no era Aria. Se debía de haber dado algún tipo de golpe en la cabeza. - Joder. – Pasó la mano por su cabello, peinándolo hacia atrás, nerviosa. – Deberías… volver a la cabaña.

-       ¿Quieres que me vaya? – Iba a responder, pero tocaron la puerta. Aria se acalló por completo y dio un respingo hacia un lado, alejándose de mí. Dio paso a Darren, el cual me miraba con cara de muy pocos amigos, para variar.

-        Líder, la caza es en diez minutos. Vengo a avisarla. – Me miró de soslayo y volvió a centrar su mirada en Aria.

-        Voy. Gracias Darren. – Éste se retiró, no sin antes dedicarme una mirada mortífera que me heló la sangre. Me gustaría saber qué le he hecho para que la tomase así conmigo. Era absurdo. – Puedes retirarte. – Se interpuso en su campo de visión, tapándome completamente, evitando así cualquier tipo de contacto visual entre Darren y yo. - ¿Darren? – Alzó el ceño, esperando su respuesta.

-        Sí, líder. – Se retiró cerrando la puerta tras de sí.

-        Quiere matarme. – Me crucé de brazos. – Quiere rebanarme el cuello. ¿Has visto cómo me mira? – Aria suspiró y me miró.

-        No te pondrá las manos encima. Te lo aseguro.

-        Ya… - Dije, nada convencida de ello. – Claro.

-        Te protegeré. – Tragué saliva fuertemente y ella se dio cuenta, ya que contuvo la respiración un microsegundo y me miró con sus ojos azules. Muy azules. Rompió el contacto entre nuestras miradas y atrapó el pomo de la puerta.

 

La agarré del brazo antes de que pudiera siquiera abrirla y me miró, con una expresión de duda en su rostro. Su ceño estaba alzado y sus ojos miraban cómo mi mano se aferraba a su brazo.

 

-        ¿En qué consiste eso de… la caza? – Dije lo primero que se me pasó por la cabeza. Había agarrado su brazo de forma instantánea, sin ni siquiera pensar. Me miró, sorprendida.

-           Como su propio nombre indica… cazar. ¿Animales? ¿Sabes qué es eso?

-           S-sí, claro, sí. Perdón. Ha sido estúpido. – Me enredé con mis propias palabras. – ¿Y tú tienes que ir a... ya sabes, la caza?

-        Sí. – Respondió con extrañeza. -  Es una de las principales actividades para sostener al pueblo.

-        ¿Es… peligroso? – Me miró y sonrió apenada.

-        Hemos perdido varios guerreros… - Suspiró. -  ¿Estás preocupada por mí o algo así?– Rio ligeramente, restándole importancia al asunto y atrapó la mano que cogía su brazo. Apartándola con delicadeza, pero manteniéndola en su mano.

-        No me preocupo por ti. – Dije rápidamente.

-        Volveré sana y salva. – Mantuvo una pequeña sonrisa.

-        Más te vale. – Alzó el ceño. – No quiero quedarme sola en medio de toda esta gente, que por cierto, te repito que me quieren matar.

-           Nadie te tocará un pelo. – Dijo algo más seria. – Ya todos saben que eres mi intocable.

-        ¿Y qué se supone que significa eso?

-           Que eres mi presa. – Zanjó la conversación, alejándose de mí y dirigiéndose a la puerta. – Nos vemos luego.

-        Como si me pudiera ir... – Dije irónicamente una vez que cerró la puerta.  Decidí volver a la cabaña a leer los libros que recubrían las estanterías. Seguro que podía aprender mucho sobre la isla, las medicinas que allí utilizaban y un largo etcétera que me podría servir de utilidad para ayudar tanto a los supervivientes como a la tribu de Aria. Los niños correteaban, los adultos araban el campo y cuidaban de los animales, otros entrenaban con sus armas… parecía mentira que esto estuviera situado en medio de una isla. Parecía sacado de una película de ficción.

-        H-hola, esto… - Giré sobre mis pies para ver a una mujer sosteniendo a su hijo entre sus brazos. – Eres… ¿La médico de los supervivientes?

-        Algo así… sí.  – Dije no muy segura de mí misma.

-        Podrías… ¿Ver a mi hijo? – Me acerqué un poco y vi que su hijo respiraba costosamente, seguramente producto de algún resfriado. – Lleva así días, por favor… - Sus ojos prácticamente me suplicaban. Me sorprendía que hablara conmigo sin ningún guardia custodiándome delante, y todavía más que me pidiese ayuda.

-        C-claro, sígame. – Dije sin dudar, no iba a negarle ayuda a nadie. La llevé hasta la habitación y le pedí que lo tumbara sobre la cama que había enfrente de las estanterías, seguramente prevista para los pacientes que fueran a visitar al antiguo sanador. – Túmbelo. – Cogí el espéculo que había en uno de los cajones y comprobé el pulso del niño.

-        Lleva días así, no tiene ganas de comer, se encuentra mal… - El niño tosió, una tos mucosa bastante profunda.

-        Tiene pinta de ser un resfriado. – Abrí la boca del niño y eché un vistazo a su garganta. – Con irritación de garganta, tiene faringitis. – Coloqué el termómetro y en apenas u nos minutos indicaba unos 38 de fiebre.

-        ¿Farin…?

-        Es una inflamación de la garganta, causada por una infección. – Le expliqué con la mayor simpleza. – No es grave, pero deberá tomar antibióticos. – La mujer me miró, seguro que dudaba en fiarse de mi palabra. Al fin y al cabo, toda aquella tribu parecía odiarme.

-        Lo que sea. – Dijo rápidamente. – Haremos lo que diga. – Alcé el ceño con sorpresa y ésta sonrió. – No todos nosotros desconfiamos de usted. Ni de los supervivientes…

-        No es lo que me parece a mí.

-        Lo sé. – Dijo, agarrándome el brazo. – Yo nunca olvidaré su gesto con mi hijo. A pesar de nuestro trato… no ha dudado en ayudarnos.

-        No dudaré en ayudar a nadie nunca. – Sonreí, tendiéndole un par de pastillas. – Con esto debe ser suficiente, dele una al día, ¿de acuerdo?

-        Como usted diga.

-        Llámame Eva, no me trates de usted. – Sonreí y la mujer me correspondió con una gran sonrisa.

-        Gracias por todo, Eva.

-        Si ocurre cualquier cosa, ya sabe dónde tiene que venir. – Hizo una leve reverencia y se marchó. Quizás no todos me tenían tanto asco como parecía.

Pasaron horas leyendo libros de medicina antigua: miel para curar las heridas y aliviar la irritación intestinal, aloe vera para tratar quemaduras, psoriasis… toda una enciclopedia de cómo tratar enfermedades, heridas y síntomas con plantas naturales. Había otro gran libro forrado en piel que me llamó la atención de sobremanera, parecía un libro de alquimia en el cual había instrucciones para fabricar medicinas.

-        Joder. Esto parece el siglo V… - Pasé las hojas, observando todo tipo de combinaciones: partes de animales, plantas, frutos… Era realmente interesante, para qué mentir. ¿Pero realmente funcionaba? Algo me decía que iba a descubrirlo porque mi estancia en esta isla iba a ser indefinida. Al menos por el momento. Quizás debía trazar un plan para rescatar a los supervivientes encerrados y luego huir junto a ellos. Pero eso no sería posible porque en cuestión de minutos nos hubieran atrapado. Son más rápidos y fuertes. Lo único que podía vencer es el intelecto. Pero tampoco podía dejar atrás a Etna sin estar completamente curada.

Si sólo pudiera ingeniármelas para ver a los supervivientes y poder tratarles las heridas… No habían recibido ningún tipo de tratamiento médico, y a saber si los habrían alimentado… definitivamente tenía que entrar allí.

Unos enormes golpes en la puerta me hicieron incorporarme rápidamente, dejé el libro y mis pensamientos a un lado y me acerqué a la puerta, la cual se abrió abruptamente y tuve que apartarme rápido. Entraron dos hombres y dos mujeres, entre ellas Aria, cargando sobre ellos a un malherido guerrero que no paraba de sangrar. Era Darren.

-        Eva, necesitamos tu ayuda. – Aria, con sus brazos, su abdomen y parte de su cara ensangrentadas me miraba con súplica. Me quedé en shock por la escena hasta que la morena me agarró de los hombros, haciéndome reaccionar. - ¡Eva!

-        Ponedlo encima de la cama, ¡Vamos! – Me acerqué con rapidez y no paraba de brotar sangre de su pecho, parecía una herida bastante profunda. - ¿Qué le ha pasado? – Le quité la prenda que lo cubría y observé la fuente de la herida.

-        Lo ha atacado un oso pardo. – Dijo Aria rápidamente. – No nos dimos cuenta de cuántos eran. Pero eran demasiados.

-        Necesito espacio para trabajar. – Supliqué a Aria, y no hizo falta decir más, ya que me entendió con el solo hecho de mirarme. Mandó a los demás afuera, para calmar al pueblo, el cual estaba alrededor de la cabaña expectante de lo que acababa de pasar. La muchedumbre se calmó, volviendo cada uno a sus labores.

-        Es bastante profundo. – Cogí rápidamente todo lo que necesitaba: gasas, desinfectante, crema antibiótica, hilo de sutura… - Primero, te voy a limpiar la herida, ¿vale? Va a doler. – Coloqué la gasa empapada de desinfectante y la coloqué sobre su pecho. Darren ahogó un grito y las venas de su cuello se marcaron debido al esfuerzo. Ahora me miraba con más odio que antes.

-        Tengo que coserte la herida. – Dije de un soplo, mirando su reacción. Me acerqué levemente y su mano atrapó mi muñeca con fuerza.

-        No te atrevas a poner un solo dedo encima de mí. – Aria, que había estado mirando la escena desde los pies de la cama se acercó y atrapó el brazo de éste, haciendo que me soltara rápidamente. - ¡Líder!

-        No te atrevas a tocarla tú a ella. – La mirada de Aria se oscureció por completo y sentí hasta una corriente eléctrica atravesar mi columna. – Te está ayudando, imbécil.

-        Darren. - El susodicho me miró. – Tú no me caes bien, ni yo a ti. Eso está más que claro. Pero si no te coso la herida… se podría infectar y créeme, quizás no podamos hacer nada más por ti. – No dijo nada, simplemente se calló y se dejó hacer. La aguja pasaba a través de su piel, Darren sudaba y se aferraba a las sábanas de la cama con fuerza. Aria no podía mirar.

-        Joder. – Se quejaba la morena y después desapareció hacia el baño, quizás para escapar de la situación. No todo el mundo podía ver este tipo de situaciones. Pasaron unos diez minutos hasta que la herida estaba totalmente cosida y volví a desinfectarla, para después cubrirla con unas vendas a través de todo su tórax. – Te has portado muy bien. – Vacilé. – Has aguantado sin arrancarme la cabeza.

-        La líder me hubiera matado. – Me miró mordazmente. – Pero… gracias. – Dijo sin mirarme. – Aunque yo no lo hubiera hecho por ti.

-        No hago las cosas esperando recibir lo mismo a cambio. – Dije con simpleza. – Me da igual lo que pienses, hagas o dejes de hacer… no iba a negarte la ayuda.

-        Ya veo por qué Aria te protege tanto… - Lo miré con interés y alcé el ceño.

-        ¿Qué quieres decir?

-        Nada. – Cerró los ojos, ignorándome. - ¿Puedo descansar un rato?

-        Sí, claro… Es lo que debes hacer. – Me levanté de la cama, todavía pensando en las palabras de Darren. Aria solo me protegía porque le era útil para salvar a su hermana, ¿Verdad? Me dirigí al baño para sacar de mis manos los rastros de sangre y observé que Aria estaba haciendo lo mismo. Tenía los brazos, cara y abdomen ensangrentados por cargar con Darren. O eso parecía.

-        Quítate la camiseta, o lo que sea que sea eso. – Me dirigí a ella de manera directa al observar que se cogía el abdomen con asiduidad.  Se giró con lentitud y alzó el ceño, analizando mis palabras.

-        No estoy herida. – Dijo mordaz. - ¿Qué tal está Darren?

-        Aria. – Me acerqué, haciendo que ella retrocediera. – Quítate la ropa. – La vi tragar saliva y dar un par de pasos hacia atrás, hasta topar con el “lavabo”.

-        Te digo que estoy bi… - Toqué su abdomen, haciendo que suelte un gemido de dolor.

-        ¿Estás bien? – Ironicé. – Tienes la cara arañada. – Observé fijamente que a través de sus pinturas había algo de sangre.

-        Hay personas que están en peor estado que yo… - Dijo en un suspiro casi imperceptible.

-        Pero yo estoy contigo aquí, y ahora. – Atrapé la parte de arriba de su ropa entre mis dedos. – Así que eres mi prioridad. – Me miró con el ceño alzado y levanté, sin oposición por parte de Aria, la tela que cubría su abdomen. - ¡Joder, Aria! – Tenía un gran zarpazo atravesando su abdomen, por suerte, no parecía muy profundo, pero sí muy doloroso. - ¿Te duele mucho?

-        Es soportable. – Dijo sin más, sosteniendo mi mirada con la suya. La miré y casi supliqué.

-        Deja que te cure. - Deslicé una mano desde la prenda hasta su abdomen, tocando la herida gentilmente. – Por favor. – Atrapó mi muñeca con su mano y la apartó antes de que mis dedos recorrieran más su abdomen. Sentí su mano temblar y sus ojos evitar los míos.

-        No vas a parar hasta convencerme, ¿Verdad? – Asentí con ganas. Había ganado la batalla contra la cabezonería de Aria.

-        ¿Podrías quitarte la pintura de la cara? Necesito tratar esos arañazos. – Asintió y me dio la espalda, encendió el lavabo y preparé las cosas para curarla mientras ella hacía lo que le había pedido. Coloqué todo encima de mi cama, la cual estaba al lado del baño y separada de la otra habitación, donde ahora Darren dormía. – Te dolerá un poco… - Me giré cuando la sentí detrás de mí y tragué saliva, enmudecida.

-        ¿Qué ocurre? ¿Es peor de lo que parece? – Se tocó la cara preocupada y me miró, no entendiendo qué pasaba. Ahí estaba Aria, sin ninguna pintura de guerra sobre su rostro. Tenía la piel fina, los rasgos marcados y los ojos parecían más grandes que antes, el azul más intenso y los labios más carnosos. Joder. – Eva, me estás asustando… - Se colocó más cerca. - ¿De verdad que es tan grave? – Su gesto se convirtió en uno de preocupación, sus labios se torcieron y su cara se convirtió en lo más asustadizo que había visto hasta ahora.

-        Eh… - Tragué saliva, intentando poner en orden las palabras que iban a salir de mi boca. – B-bueno… O sea… - Me giré de repente y  cogí las gasas que había mojado con desinfectante con anterioridad.

-        ¿Quieres que me ponga en la cama? – Las gasas resbalaron de mis manos y noté mi cara arder.

-        ¿Q-q-qué?

-        Que si quieres que me siente en la cama para… no sé, ¿Facilitarte el trabajo? Soy un poco más alta que tú así que… quizás es más cómodo si… - Se sentó en la cama, al lado de donde yo estaba de pie. – Me siento aquí.

-        S-sí claro, ahí está bien. Muy bien, sí. – No quise ni mirarla directamente, simplemente me concentré en mi tarea. Aria abrió un poco las piernas para así colocarme más cerca de ella y tener mejor acceso a su rostro, el cual estaba a la altura de mi pecho. Levantó el rostro ligeramente y con delicadeza limpié cada una de las heridas. Sobre todo, la que estaba cerca del labio, la cual parecía la más grave. Delineé la comisura con delicadeza, limpiando los rastros de sangre. Aria se quejó, cerró los labios que estaban entreabiertos y sentí su mandíbula endurecerse.

-        Perdona. – Dije rápidamente ante su reacción. La miré y ella hizo lo mismo.

-        Tranquila, estoy bien. – Tragué saliva fuertemente y recorrió mi garganta con su mirada. - ¿Cómo ves las heridas?

-        B-bien… - Susurré, y ella sonrió. Y a mí me pareció la cosa más jodidamente preciosa que había visto en mi vida aun con todos esos arañazos en el rostro. –Debería mirar… la herida de tu abdomen. Túmbate. – Abrió los ojos con sorpresa.

-           No creo que sea necesario que…

-        Túm-ba-te. – Ordené, con el rostro serio. – Así, muy bien. – Me senté a su lado. – ¿Puedes subirte la… - Antes de acabar, se levantó la prenda hasta la parte baja de su pecho y me miró.

-        ¿Así está bien? ¿O la levanto un poco… más? – Noté su voz temblar al final y la miré. ¿Quizás estaba nerviosa?

-        Así está bien. – Afirmé. – No parece tan profunda como la de Darren. – Suspiré, aliviada. – No tendré que coserte. – Ahora fue ella la que suspiró aliviada.

-        Creo que no podría haberlo soportado sin desmayarme.

-        Eso es más efectivo que una anestesia. – Solté una pequeña risa y coloqué un par de gasas empapadas de desinfectante sobre su abdomen.

-        Joder. – Gimió y aparté la mirada para no tener que verla así. Comenzaba a sentir que iba a perder el control sobre mis nervios. “Eva, céntrate, sólo le estás curando una herida” – Te pondré unas vendas alrededor de tu abdomen, tendré que curarte cada dos días, aproximadamente. - Asintió, entendiendo todo lo que le decía y se incorporó levemente, ayudándome a cubrir su abdomen.

-        ¿Todo bien, doctor?

-        No me vaciles. – Sonrió de vuelta y se levantó, volviendo a colocarse bien la ropa.

-        Gracias por ayudar a Darren. – Se acercó un poco, estando yo todavía sentada en la cama. Me levanté y ambas nos dimos cuenta de que estábamos más cerca de lo que pensábamos. Aria era ligeramente más alta que yo, solamente un par de centímetros, por lo que tuve que alzar levemente el rostro. – Sé que no ha sido nada fácil para ti.

-        Un herido más al que debía ayudar. – Dije simplificando la situación. – Darren dijo algo antes de quedarse dormido… - Aria alzó el ceño.

-        Me dijo que ahora entendía el por qué me protegías… - Aria cerró los labios, frunció el ceño y miró hacia el otro lado. - ¿Por qué me proteges?

-        Porque estás ayudando a mi hermana. – Dijo de manera simple, desviando la mirada.

-        ¿De verdad que es por eso?

-        ¿Qué otra razón habría? – Sonreí irónica y ella me miró sin decir nada más. Pasé por su lado y choqué aposta contra ella, apartándola hasta llegar a la puerta. – Has dicho que había más heridos, ¿no? Llévame hasta ellos. – Dije de manera seria, mirándola con el ceño fruncido.

-        Sí claro, te llevaré. - Dijo con gesto extrañado, parecía no esperarse mi reacción.

 

Pasaron un par de horas más hasta que vi a todos los que habían sido atacados. Apenas unos rasguños comparados con Darren y Aria. Casi todos estaban agradecidos conmigo, otros todavía tenían signos de molestia en sus caras cuando les tocaba, pero la mirada de Aria sobre ellos los hacía calmarse. Ya había anochecido, el cielo estaba cubierto de estrellas y una gran luna reinaba en el cielo. Solamente las luces de las casas iluminaban el pueblo.

-        Ya están todos. – Dijo Aria con alivio en su voz. – Menos mal que nadie ha resultado tan grave como Darren…

-        Se pondrá bien. – Dije sin mirarla. – Pero no, no están todos los heridos.

-        Sí que lo están. – Respondió con duda.

-        ¿Y los supervivientes? – Me giré de repente, mirando a Aria a los ojos. La luz de la luna se reflejaba en sus ojos azules. - ¿No crees que es hora de que me dejes verlos? He estado curando a todo tu pueblo, he estado ayudándolos y a cambio no he recibido nada. – Ataqué enfadada. – No estoy pidiendo otra cosa que ver a los supervivientes. Ni si quiera te pido mejor trato hacia mí, y eso es mucho, ya que parece que medio pueblo quiere verme muerta. Y lo mejor de todo es que no sé siquiera por qué. – Me acerqué a Aria. – Necesito que me dejes ver a los supervivientes, estarán heridos y necesitaran cuidados… Por favor, Aria. – Un nudo se formó en mi garganta, el hecho de que mis amigos pudieran estar entre la vida y la muerte me ponía enferma. Aria no fue capaz de sostenerme la mirada, dirigía su vista hacia el suelo.

-        Está bien. Te dejaré ver a los supervivientes.

 

                                                                                                           

 

Notas finales:

muchas gracias por las reviews y espero seguir leyendoos <3


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