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Carmesí (re-escrito y re-subido) por Cat_GameO

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos por acá!

Esta semana ha estado de locos...es el final previo a las vacaciones...pero he llegado después del gym con un poco de energía para pasarme por acá y subir un capítulo más de Carmesí.

Me falta la parte final y esta historia quedará lista, luego la pasaré en limpio y le haré una pequeña edición para seguir subiéndola acá y después de Wattpad!

 

¡Espero que se encuentren de maravila y que disfruten este capítulo!

¡Nos seguimos leyendo!

Capítulo dos


El siguiente


 


—Le sacaste la tripa al pobre imbécil —resonó la voz madura y sensual del hombre que estaba sentado en la silla elegante— y lo quemaste vivo… Pobre cabrón. —Hizo un sonido de burla y luego se puso de pie para acercarse a la orilla del escritorio. —Eres un maldito sádico.


—No he venido a que elogiaras mi trabajo —la voz distorsionada se hizo presente—, he venido a que me entregues un nombre.


—Por supuesto, no estés ansioso.


De pronto, el hombre se acercó a la posición del enmascarado. Era de edad media, quizás entre cuarenta y cinco años, de tez morena clara, de cabello negro y largo hasta los hombros, de ojos color marrón y de rostro en exceso guapo. Parecía un mafioso por la vestimenta costosa y la gabardina oscura que portaba. Su rostro lucía como un cuadro antinatural debido a la sonrisa que siempre portaba. En la otra mano, el misterioso utilizaba los ropajes clásicos para encubrir por completo su identidad.


—Acabaste con la vida de Valdez justo como te lo pedí —expuso el hombre de traje fino— y ahora ha llegado el turno de la puta que osó traicionarnos a la Patrona y a mí.


Con un paso lento, el hombre quedó detrás de la silla que ocupaba el enmascarado y colocó las manos sobre sus hombros.


—Carmesí —continuó el hombre—, fuiste un poco duro con Valdez, pero no lo suficiente. Además, toda la ciudad está vuelta un caos por tu pequeño acto rebelde. ¿Para qué carajos hackeaste el sistema televisivo y transmitiste la muerte de ese idiota?


—Has olvidado algo crucial, Vega —Carmesí reiteró con la voz distorsionada y carente de emoción alguna que lo caracterizaba—, tú aceptaste mis servicios a sabiendas del protocolo que sigo.


—Vamos, tampoco te pedí que todo el estado se enterara —Vega agachó el cuerpo y susurró al oído—. Ahora la Patrona me ha interrogado.


—Me darás un nombre, ¿sí o no?


Vega suspiró y se alejó unos pasos de Carmesí. Regresó hasta el escritorio y sacó una carpeta de color amarillo de los cajones, pero no se sentó.


—Emilia Brave —Vega pronunció con un tono serio para denotar que el caso no era un juego—, la reina de Gold. La Dulce Muñeca había sido la sublíder del viejo cártel de Gold y Woods y fue la favorita del comandante Brisón por mucho tiempo.


Carmesí extendió el brazo y tomó la carpeta para conocer el contenido. La fotografía de Emilia Brave mostraba a una mujer de edad media muy guapa, de cabellos rubios y ojos claros. En el expediente se mencionaba el cargo actual que ejercía en la política; era la diputada representante del Estado de Woods.


—Debido a su posición —Vega continuó la explicación—, la Dulce Muñeca tiene mucha protección. Aunque el comandante Brisón esté muerto, Emilia recibió apoyo de la Patrona y de otros cabrones de la alta esfera en su momento.


Carmesí cerró la carpeta y se puso de pie.


—Tendrás su cabeza en un par de días —aseguró el asesino.


—Mucho cuidado, niño —Vega reiteró severamente—, Emilia no sólo ejerce poder en la política. Al ser la Reina de las Muñecas, tiene suficientes recursos para protegerse el trasero. Es la que controla el mercado de trata de niñas y adolescentes para la pornografía infantil. Por eso la llaman así: La Reina de las Muñecas o la Dulce Muñeca.


—Te aseguro que te deleitarás con su muerte.


Ante el comentario, Vega soltó una carcajada profunda y se acercó de vuelta a Carmesí.


—Oye, muchacho, ¿sabes algo? —Vega encaró a Carmesí y tocó con cuidado la máscara blanca con tallados rojos. —El mundo se transforma en un lugar más místico, bello y lleno de emoción por gente como tú. He escuchado rumores acerca de ti, Carmesí. Dicen que eres un muchacho, un varón, muy joven y muy lindo. Dicen que, además de todo el sadismo que hay en tu interior, te gustan los hombres.


No hubo respuesta. Carmesí no se movió y contuvo la posición a pesar de los actos del hombre.


—No sé —Vega insistió e intentó retirar la máscara de forma cautelosa y lenta—, quizás pudiéramos divertirnos un poco. Si el chico es lindo, no me molestaría tirarme a un hombre —sonó su voz como si incitara al otro.


De una forma rápida, Carmesí apuntó con una pistola en el pecho de Vega y retiró el seguro de la misma.


—Si no prestas atención a tus actos —Carmesí habló sin mostrar ningún cambio en su voz neutral—, será tu cabeza la que rodará hoy.


—¿Te he ofendido?


—Si yo fuera tú, no haría una estupidez. —Carmesí señaló con la otra mano la máscara para indicar que Vega cruzaba una línea y que estaba a punto de violar el contrato que habían contraído.


—¿Qué cosa, querer follarte? —Vega pronunció con una sonrisa en el rostro. Había levantado la otra mano y la movía en torno a la cintura del otro sujeto.


—No, Vega. —Carmesí golpeó con suavidad la mano de Vega que tocaba la máscara. —Estoy hablando de la máscara, idiota. He respetado tu identidad, así que tú respetarás mi anonimato. Además, eres un depravado de mierda y no puedes esconderlo. Quieres experimentar conmigo sólo por los rumores. Ni siquiera sabes con exactitud si soy un hombre o una mujer.


—Si fueras una mujer —contrapuso Vega con una sonrisa cargada de morbo y erotismo. Luego tocó la cintura de Carmesí y lo acercó un poco hasta él—, me encantaría llevarte a la cama de una forma distinta.


—Tendrás la cabeza de Emilia Brave —Carmesí expuso y guardó la pistola. Se movió un paso atrás y consiguió que el otro retirara su mano—. Te lo aseguro.


Y, sin otra palabra más, Carmesí dio la media vuelta y anduvo en torno a la puerta.


—Te estaré esperando aquí, niño —Vega divulgó satisfecho—, una vez hayas matado a la puta de Brave.


 


*** 


 


La mirada de Matthew se movía de un lado a otro por el escritorio. Buscaba una pista contundente, una forma de descubrir el próximo movimiento del asesino que atormentaba a la capital de Cadenas.


Había leído los documentos que se habían encontrado en la última escena del crimen. La mayoría eran conversaciones entre Douglas Valdez y Manuel Martínez. Los temas que se trataban estaban relacionados a una red de poder, de personas corruptas que ocupaban puestos políticos importantes, de gente de la alta sociedad que mantenía un mercado de prostitución infantil y de un conflicto demasiado confuso que parecía más como una rebelión. Sin embargo, Matthew no encontraba nombres concretos, ni fechas exactas, ni, tampoco, algún motivo ante las acciones del asesino.


Con pesadez, se recargó en el escritorio y tocó su frente. No deseaba aceptar que algo de todo esto parecía más como un acto de justicia. Negó con la cabeza y se maldijo. ¿Cómo podía creer que los homicidios tan sádicos como el del Douglas Valdez, el de Manuel Martínez y el de Ahmad Hassan eran formas de justicia? La realidad era clara, después de sus muertes, la policía había descubierto un montón de porquería en la vida de las víctimas. Desde el tráfico de armas, drogas, menores de edad, hasta sucesos corruptos en relación a la política y la economía del país.


Sin previo aviso, la puerta de la oficina se abrió. Matthew alzó el rostro y encontró a su asistente. Rosa era una mujer de unos treinta y tantos, de tez morena, de ojos oscuros y cabello ondulado y largo. Era muy atractiva, inteligente y la mujer más competente que Matthew había conocido en todo el cuerpo policiaco de Gold.


—¿Interrumpo? —Rosa inquirió con una voz cautivadora.


Matthew negó con la cabeza y sólo cruzó los brazos.


Rosa cerró la puerta detrás de ella y se sentó en la silla frente al escritorio y Matthew.


—Matt, hay algo que encontramos con ayuda del equipo de los chicos de forense.


—¿Qué? —Matthew preguntó inquieto.


—El equipo de forense sacó muestras de todo el cuarto en el que Douglas Valdez fue asesinado. Hay muestras… de semen, de sangre y de… drogas. Identificamos el ADN de chicos que han sido reportados como desaparecidos por sus padres y también de niños que no están en nuestro sistema. Douglas Valdez usaba niños y adolescentes para la prostitución y debido a esto he solicitado el permiso para investigar al sujeto y los contactos que puedan aparecer en su computadora.


Matthew reconoció el rostro de decepción por parte de Rosa. Desistió de la postura cerrada y arrojó una mirada de seriedad.


—La petición fue negada por los altos mandos. El jefe Larson dice que nuestro trabajo es sólo atrapar a Carmesí.


—Cabrones —Matthew opinó molesto—. Descuida, yo hablaré con el jefe.


—Eh… —Rosa titubeó y colocó una carpeta sobre el escritorio. Después dijo con consternación—: P-Pero no quiero que te metas en problemas. Tengo la sospecha de que esto que está ocurriendo es lago más que homicidios al azar.


—No te mortifiques. Abordaré el tema con precaución.


Al término de la frase, Matthew se puso de pie y salió de la oficina. El pasillo estaba repleto de cubículos ocupados por el resto del equipo que trabajaba en el área de investigación. Casi todo el sitio mostraba colores grises y blancos uniformes, y el resto de los trabajadores usaba ropas formales.


Matthew dio unos pasos a la derecha y llegó hasta la puerta con la leyenda de ‘R. A. Larson’. Tocó y se adentró.


La oficina del jefe Larson era un poco más grande que la suya y estaba mucho más ordenada. El jefe Larson era un hombre fornido, de cabeza calva, ojos verdes, facciones duras y una imagen intimidante. Sin embargo, Matthew lo conocía de tiempo atrás y sabía que era una de las personas más amables y justas.


—Matthew —el jefe Larson habló con una voz cálida y sonrió—, pasa. Precisamente estaba por llamarte.


Matthew obedeció y cerró la puerta. Se sentó frente al escritorio y suspiró con fuerza al mostrar una pose a la expectativa.


—¿De qué querías hablar? —Matthew inquirió.


—Del caso que estás llevando. He leído los informes que tú y tu asistente han enviado y sé que la solicitud de investigación de las víctimas ha sido negada. De hecho… —el jefe cambió el tono de voz y colocó una carpeta sobre el escritorio que había estado dentro de un archivero—, me han pedido que hable contigo.


—¿Disculpa? —Matthew reconoció el tipo de mensaje que se aproximaba.


—Matthew, el caso es demasiado demandante y los de arriba no están muy satisfechos con el resultado. No tenemos ninguna pista respecto al lunático y tampoco nos han permitido indagar en las posibles conexiones entre los objetivos.


—Tenemos algunas pistas —Matthew contrapuso un poco molesto. Había acercado su cuerpo al escritorio y tocado la carpeta un poco—, como el hecho de que es una persona joven y que sus víctimas son todos de la esfera política y la gente millonaria.


—Exacto —confirmó el jefe—, de gente peligrosa.


—¿Y entonces? —recriminó Matthew sin perder los estribos—, ¿vamos a ignorar el caso?, ¿vamos a pasar por alto la violencia, el sadismo y la barbarie?, ¿vamos a hacernos de la vista gorda con lo que hemos descubierto de los asesinatos? ¿Dónde está la justicia si abandonamos el caso?


El jefe no replicó. Cruzó los brazos y desvió la mirada.


—Sólo hay dos opciones, Harper —pronunció el jefe. Cada que estaba frustrado o enojado solía emplear el apellido de los trabajadores—. La primera es enfocarse únicamente en el asesino; en Carmesí. Si tú y tu asistente quieren continuar, deberán encontrarlo y traerlo ante la justicia. La segunda, si es que vas a investigar a profundidad a las víctimas, es que dejes el caso.


—¡No puedo creerlo! —Matthew soltó con un bufido. Se puso de pie y acomodó la silla—. Si aceptamos cualquiera de las dos opciones, estamos admitiendo que nuestro sistema judicial es tan corrupto como la gente dice.


—Matt —ahora la voz del jefe Larson resonó condolida y preocupada—, nadie te juzgará por dejar un caso así de peligroso y horrendo. Tienes uno de los mejores récords como investigador y puedes darte el lujo de desertar sin dar explicaciones.


—¡No, Larson, las cosas no van por allí! No me dedico a investigar sólo para que me paguen. Si no te has dado cuenta, lo hago porque creo que nuestro sistema es noble y puede proteger a la gente…


—¡No seas ridículo! —replicó con fuerza el jefe. Su rostro se enrojeció un poco debido al enojo—. ¡Esas son chorradas de un niño de preescolar! Tú eres un hombre con carrera y que conoce el mundo. Las opciones son estas… Te daré un par de días para que decidas o tendré que tomar la decisión yo.


—Bien —Matthew expuso con sequedad al acercarse a la puerta—, si lo que quieren es a ese maniático, lo tendrán.


Con rapidez, Matthew abrió la puerta y abandonó la oficina del jefe Larson sin una palabra más. Por supuesto que estaba molesto, pero no iba a pelear con su jefe a sabiendas de que podía existir alguna amenaza de muerte por parte de los de arriba. Simplemente buscaría una forma de capturar a Carmesí e investigar por su cuenta las pistas de conexiones entre sus víctimas.


 


*** 


 


Al llegar a casa, Matthew encontró la sala desolada. El reloj de pared marcaba las nueve y cincuenta de la noche, así que no esperaba ver a sus hijos en la planta baja. Se acercó al sillón mayor de color gris y se sentó. Recargó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.


Sin importar que sintiera demasiada frustración, Matthew era consciente de que el sistema jurídico y policial estaban manchados por la corrupción. No era un niño pequeño para creer en la justicia pura. A pesar de esto, sí había iniciado su carrera por un sentimiento de desilusión proveniente del pasado. Matthew había experimentado de primera mano un incidente con la policía y el asesino de su padre. El homicida había sido capturado y extraditado, pero liberado por falta de pruebas. Desde aquél incidente, Matthew se había hecho una promesa. Buscaría la justicia e investigaría a los malhechores para que fueran encarcelados sin excusas. Era una ridiculez, ya que así lo veía ahora, pero la única ridiculez que tenía sentido en todos los casos que había trabajado.


Matthew Harper era reconocido por atrapar grandes homicidas y asesinos seriales y por demostrar con evidencias irrefutables la culpabilidad de estos individuos. Era un investigador implacable y que deseaba ayudar a las víctimas… y, tal vez, un poco a sí mismo.


De pronto, unos pasos se hicieron presentes. David bajaba las escaleras y se acercaba a la puerta. Matthew lo vio cruzar la sala, así que se incorporó y lo interceptó a toda prisa.


—¿Hijo, a dónde vas? —Matthew preguntó con un tono ameno.


David miró a su padre y, por unos instantes, denotó desilusión. Luego, sonrió con frialdad y dijo:


—No sabía que ya estabas en casa. Has estado llegando muy tarde últimamente, así que no te esperaba temprano hoy.


—Son casi las diez —objetó Matthew.


—Y sueles llegar a las doce… Como sea, voy a salir.


—¿A dónde vas? —insistió Matt levemente desesperado.


Hasta este momento, Matthew prestó interés en el atuendo del muchacho. David vestía con estilo, con una chaqueta de mezclilla, un pantalón a la moda y portaba unos aretes pequeños de color plata.


—Eh… ¿cuándo te perforaste las orejas? —Matthew preguntó con un rostro incrédulo.


—Hace un mes… —David replicó a la defensiva—. La tía Vicky me llevó a un lugar bueno y profesional.


—Ah… claro…


Matthew no prosiguió. No tenía una respuesta o comentario en realidad. Estaba levemente confundido.


—Y… ¿Por qué lo hiciste?


—Porque quise —David dijo con el mismo tono.


—S-Sí… supongo. ¿A dónde vas? —Matthew cambió el tema de conversación a toda prisa.


—A un bar.


—¿A un bar? David, eres un niño.


—Tengo diecinueve años. ¡Por supuesto que ya no soy un niño! Ya soy mayor de edad, ¿o no te habías dado cuenta?


—P-Pero todavía eres muy joven para salir a beber tú solo —Matthew expresó manteniendo un tono calmo.


—Por favor, ¿ahora vas a reclamar algo así de estúpido? No sé si lo habías notado, papá, pero tomo desde hace dos años.


—N-No es lo mismo.


—No voy a discutir contigo algo tan simple como esto. Me voy.


—¿En qué te irás? —Matthew inquirió a toda prisa y se colocó frente a la puerta.


—En un taxi. A menos de que me prestes el carro —David pronunció la última frase con triunfo.


—Si te presto el carro, prométeme que no vas a beber mucho.


—Obviamente no.


—Bien. Puedes llevarte el carro… E-En la semana podemos ir a las agencias juntos y comprar el nuevo coche, ¿te parece?


—Sí, está bien —David replicó con una sonrisa.


Matthew sacó las llaves del auto y se las entregó a su hijo.


—Una cosa más, no quiero que llegues tarde y que no vayas a hacer una tontería.


—¡Papá! ¡Por dios! Primero, son dos cosas. Y, segundo, ¿de qué tontería estás hablando?


—Mujeres.


De pronto, el rostro de David se tornó en exceso serio y su mirada se apartó del frente. Matthew contempló con curiosidad. De algún modo no era la reacción que había esperado.


—¿David?


—¿Puedo irme ya? —David dijo con un tono decaído.


—Sí —Matthew aceptó y se hizo a un lado—, puedes irte ya. Diviértete.


David se despidió de forma cortante y abandonó la casa. Matthew aguardó junto a la puerta y buscó una explicación racional ante la reacción de su hijo. Quizás David tenía algún problema con una chica de la escuela o tal vez había cortado con alguna exnovia.


—Le preguntaré cuando vayamos a la agencia… —susurró Matthew.


 


*** 


 


—¡Joder! ¡Qué este día fue horrendo! —la voz jovial del muchacho resonó desde la cocina del café—. ¿Por qué los fines de semana siempre son así?


—¿Será porque la gente tiene más tiempo durante los fines de semana? —replicó con ironía la muchacha que estaba en el contador.


—¡Pero es un martirio! —insistió el primero.


El café ya había cerrado y por fin los meseros organizaban las mesas, limpiaban los suelos, acomodaban los utensilios y hacían el corte de caja necesario. Fiona, la chica frente al contador, lucía joven. Ella tenía la tez muy blanca y el cabello negro y sujetado en una coleta y los ojos de un color azul. Era un poco gorda, así que el uniforme del mandil café era más extenso. En el fregadero, en la cocina, estaba Cole. Él era muy alto, de tez morena oscura y de cabello corto y chino. Su rostro parecía más joven que el de los otros dos y por su comportamiento también denotaba una corta edad. Frente a una de las mesas se hallaba Joshua limpiando y poniendo en orden los centros de mesa. A diferencia de los otros dos, Joshua era el menos expresivo, aunque siempre mostraba un rostro sonriente.


—Voy a pedir cambio de turno —Cole continuó con la queja— porque odio trabajar los fines.


—¡Cole! —Fiona replicó con fuerza para que su compañero escuchara—. Sabes bien que desde que Héctor renunció, el señor Montoya se quedó sin un mesero extra. Necesita a tres meseros como mínimo el fin de semana por la cantidad de clientes.


—No es mi culpa que el tipo desapareciera así como así.


—Pues, entonces, deja de quejarte y ayúdale al señor Montoya a conseguir a un nuevo mesero.


De forma repentina, Cole salió de la cocina y se acercó al contador. Todavía traía los guantes de plástico que se usaban para lavar los platos y no prestaba interés al agua que chorreaba de éstos.


—¿Y para qué lo contrató a él? —Cole señaló con el dedo índice a Joshua.


—¡Porque Rebeca no puede trabajar en estos momentos! —Fiona explicó con desesperación al mirar a Cole.


—¡Ay! ¡No es mi culpa que ella decidiera ser mamá!


—¡De verdad, Cole, eres un idiota!


Antes de que la conversación pudiera escalar más, de la puerta cercana a la barra de pedidos, el señor Montoya se adentró y contempló a los tres muchachos.


—Hola, señor Montoya —Fiona saludó con amabilidad y un tono más tranquilo—, ¿ya terminó el tostado?


—Sí, ya —dijo el hombre—, sólo falta el corte y los platos y podremos irnos.


—¡Ay, señor Montoya! —Cole expuso al dar unos pasos en dirección a la puerta de la cocina—. ¡Pero son muchos!


—Yo puedo lavarlos —la voz de Joshua se hizo presente— porque ya he terminado las mesas y el aseo en general.


—¿Entonces, yo puedo irme? —Cole preguntó como un chiquillo inquieto.


—Descarado —Fiona opinó.


—Está bien —aceptó el señor Montoya—, puedes irte, Cole. Joshua, termina los trastes.


Joshua levantó la puerta vertical de la barra y caminó rumbo a la cocina.


—Muchas gracias, viejo —Cole dijo al ceder el paso y entregar los guantes a Joshua.


—No hay de qué —Joshua expuso sonriente.


Cuando Joshua inició la actividad, Cole se fue hasta los casilleros y Fiona y el señor Montoya se encargaron del corte de caja.


—¿Señor Montoya? —la voz de Fiona se percibió lejana a través de la puerta de la cocina.


—¿Sí? —inquirió el anciano con un tono apenas distinguible.


—¿Todavía no recibe noticias de Héctor? Yo sé que usted dijo que él renunció, pero no fue así. Yo soy la que más tiempo tiene aquí con usted y sé que Héctor se desapareció.


—Sí, el muy sin vergüenza —renegó el hombre—. Ni siquiera fue capaz de enviarme un mensaje. Lo bueno es que encontramos a Joshua casi de inmediato.


—Y… ¿no le parece extraño?


—¿Qué? —el anciano dudó sin mostrar sospecha.


—Joshua es muy servicial, pero apenas sabemos muy poco de él —Fiona informó—. Además, todavía estábamos colocando el anuncio sobre que buscaba a un empleado, precisamente el mismo día en que Rebeca pidió su incapacidad… Y él se apareció y pidió el puesto.


—Lo sé, pero en la entrevista me dijo que estudia en la universidad. Como universitario este tipo de trabajos le van mejor.


—Y nunca le ha puesto peros cuando usted hace el cambio de turnos —Fiona siguió con las frases—. ¿No le parece extraño que él siempre esté disponible? ¿A caso no le afecta en sus estudios?


—Es un chico comprometido —agregó el señor Montoya como si prefiriera no indagar más.


—Ay, señor, usted de verdad que no desconfía de nadie.


—El muchacho no parece un malandro como Héctor —dijo el señor Montoya con una voz pacífica—. Y es muy amable.


—Sé que es amable, pero también es demasiado serio y reservado.


—Fiona, no iniciemos con esto de nuevo. Lo mismo pensabas de Cole y mira… ahora son inseparables.


—Primeramente —Fiona subió el tono de voz—, Cole y yo no somos inseparables. Cole era tímido… mejor dicho: se comportó con timidez los primeros días. Pero Joshua tiene aquí dos semanas y media, casi tres, y muy apenas nos dice hola. Es muy cortés con los clientes, pero no sabemos nada de él. Nunca ha compartido ni siquiera un comentario sobre sus estudios. Nada.


Joshua terminó los platos y dejó los guantes en el lugar correcto para secarlos. Luego sacó su teléfono y envió un mensaje con una palabra a un contacto sin registrar. Caminó de vuelta a la barra.


—He terminado, señor Montoya. ¿Me necesita para algo más? —Joshua preguntó con su voz servicial.


—Eh… No —dijo el anciano al mostrar una sonrisa—. Fiona y yo podemos con esto. Puedes irte. Nos vemos mañana en la mañana.


—Sí, por supuesto. Con permiso y buenas noches.


Sin esperar por una respuesta, Joshua se dirigió hasta los casilleros para cambiarse.


 


*** 


 


La noche era un poco fresca y el cielo de Gold estaba despejado. Las estrellas se veían tenuemente debido a las luces nocturnas de los edificios. Joshua iba por la acera de la calle Justino A. Mosel. Traía una chaqueta oscura y un pantalón de mezclilla negro. Su cabello estaba recogido en una media coleta y su rostro mostraba neutralidad excesiva. Sus pasos eran lentos y resonaban un poco por las botas estilizadas que portaba.


Cuando quedó frente a un bar de nombre Thunder, se formó en la cola de espera y revisó el teléfono celular. Sus ojos parecían enfocados en la hora.


Para entrar al bar Thunder, Joshua sólo mostró una identificación oficial y agradeció por el paso. El interior era grande y tenía una barra frente a un escenario. Había mucha gente, pero la mayoría eran hombres de mediana edad. Las luces estaban enfocadas en el escenario y unas jaulas colgadas que servían para mostrar a bailarines masculinos en rompa interior y con cuerpos esculturales. Con suma calma, Joshua llegó a la barra y pidió una cerveza. Bebía como si simulara despreocupación, a pesar de que sus ojos iban por todo el sitio y se detenían en algunas mesas para contemplar a los presentes.


De pronto, se movió un poco y quedó recargado en la barra para observar el escenario. Para cualquiera, él parecía como un cliente ordinario.


—Hola —la voz irrumpió en la cercanía. Era un tono muy vivaz y amigable—. ¿Cómo te llamas?


Joshua movió la cabeza y contempló al joven. El muchacho parecía un chico de universidad. Vestía con un estilo entre deportivo y casual e iba acompañado de otro jovencito.


—Joshua —respondió Joshua con sequedad.


—¡Oye! —ahora expuso el acompañante al acercarse al pelirrojo—. ¡Yo te he visto!


Joshua no reaccionó. Dio un trago largo a la cerveza y sostuvo la mirada del muchacho.


—Tú trabajas en el café… oh… Olvidé el nombre.


—¿Lo conoces, David? —inquirió el chico de moda deportiva.


—Sí, Aldo —aseguró David con una sonrisa coqueta—, lo vi en un café de la ciudad. Mi papá me llevó cuando ganamos el último partido de eliminatoria. ¡El Café Montoya! —David chasqueó los dedos al recordar el sitio.


Joshua prestó interés en el joven. David tenía un estilo más chic que su acompañante y en esta ocasión lucía aretes. Joshua recordó al oficial Harper y a su hijo. Habían asistido una de las tardes en las que el café había estado casi desértico y cuando había ocurrido un incidente inusual en las televisoras. De nuevo contempló con atención a David y guardó sus opiniones.


—Me llamo David Harper, ¿cómo dijiste que te llamabas? —David acortó la distancia al preguntar.


—Joshua —sonó muy tranquila la voz del pelirrojo.


—¿Te molesta si nos sentamos aquí? —David preguntó con amabilidad.


—No.


Ambos jóvenes acompañaron a Joshua en la barra.


—¿Cuántos años tienes? —indagó Aldo.


—Estoy en la universidad, segundo año.


—¿Dónde estudias? —David se interpuso con interés—. Nosotros somos de la universidad Golden College.


—Estoy en Silver Woods University.


—¡No puede ser! —David y su amigo reaccionaron como niños entusiasmados.


—Es una de las más difíciles para entrar —divulgó Aldo impresionado—. ¿Cómo rayos pasaste la entrevista? Escuché que tienes que presentar tres exámenes y una entrevista extra para que los decanos te seleccionen.


—También dicen que es de las mejores en las carreras de medicina y deportes. ¿No compites en algún deporte? —David preguntó con naturalidad.


Joshua negó con la cabeza.


—Nosotros jugamos en el equipo de baloncesto de la escuela.


Sin previo aviso, el amigo de David se puso de pie.


—David —dijo Aldo al sostener el móvil—, me está llamando mi mamá. Voy a contestarle afuera.


—Está bien, Aldo. Nosotros no nos moveremos de aquí.


Cuando Aldo se alejó, David se mostró un poco nervioso. Pidió una cerveza al barman y comenzó a beber. Luego miró a Joshua y sonrió como si sintiera pena pero también un leve sentimiento de alegría.


—¿Puedo decirte algo? —David se acercó unos centímetros más hacia Joshua.


—Adelante.


—Es la primera vez que vengo a un bar gay… y estoy sorprendido.


—¿Por qué? —Joshua indagó sin mostrar sorpresa alguna—. ¿Te incomoda ver a dos hombres tomados de la mano o actuando de forma cariñosa?


—No, para nada… Es sólo que… —De forma pronta, el rostro de David se sonrojó un poco. —Llevamos una hora aquí más o menos y ya me han coqueteado tres sujetos. No creí que fuera así de excitante venir aquí.


—¿Eres gay?


—S-Sí… —David titubeó levemente—. ¿Y tú?


—También.


—Y… ¿tienes novio?


—No.


El rostro de David se iluminó de forma como si expresara satisfacción.


—¿Y tienes algún tipo de preferencia en los chicos? —David se atrevió a preguntar.


Joshua se movió a la derecha y sostuvo la mirada del castaño.


—No… No tengo una preferencia específica en lo que respecta al físico.


David sonrió y se sonrojó otra vez.


—Pensé que dirías que te gustan los chicos muy fornidos y con pinta de galanes —David aceptó al dar un trago largo a la cerveza—. Eres muy guapo y sé que la mayoría de los hombres atractivos como tú buscan sujetos con un estándar.


—No todos somos así.


—Joshua… —David aguardó unos segundos, sacó el celular y encendió la pantalla. —¿Puedo pedirte tu número?


Joshua no dijo nada. Su mirada parecía mostrar una seriedad profunda y casi melancólica. David agachó el rostro, dejó el teléfono sobre la barra y esperó con un poco de nerviosismo notorio. Acto seguido, David suspiró con fuerza casi como si se llenara de valentía por lo que estaba por hacer, levantó el rostro, acortó la distancia, tocó el rostro de Joshua y lo besó con suavidad. Por su parte, Joshua replicó la caricia y tomó la mano de David.


—Es… —la voz de David se hizo presente como un susurro— porque me pareces muy atractivo… y me gustaría salir contigo —David agregó al moverse un poco. Volvió a besar al otro muchacho con atrevimiento e intensificó la acción. Nuevamente se detuvo y miró de frente a Joshua—. ¿P-Podemos intercambiar mensajes… y salir para conocernos más?


—Está bien —por fin aceptó Joshua.


Ambos jóvenes anotaron sus números y continuaron con la conversación típica para hablar de cosas como la moda, la cultura popular y los deportes. Ante los ojos de cualquiera, la interacción parecía como un acto de coincidencia y atracción entre dos personas desconocidas.


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