Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Estoy quemando mi corazón por nubelin4

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

El amor verdadero es la admiración. Por eso la pareja que escojas debería tener aquellas cualidades que a ti te falten. Por eso la persona correcta no es solo la que te acepta tal y como eres, sino la que te hace desarrollar tu máximo potencial en esta vida❞   —Platón.

 

 

 

Julio, 2010

 

 

 

Albus nunca pensó que su dichoso estado de ánimo iba a durar tan poco.

 

El pelirrojo acomodó su postura medio encorvada en la silla, mientras despegaba por primera vez la mirada de su plato sin terminar, y dirigió un fugaz vistazo al resto de los presentes en el comedor.

 

A un costado de Albus, y como cabeza de mesa, estaba Gellert con su habitual expresión de serenidad, pareciendo disfrutar de la cena y de vez en cuando bebiendo un sorbo de su copa de vino. A la derecha de Albus, su hermana Ariana llevaba delicadamente el tenedor a su boca, y cada vez que sus ojos se encontraban con los de él, ella le regalaba una forzada sonrisa de tranquilidad. Frente a ellos, la tía Honoria elogiaba alegremente la destreza de la señora Barebone en la cocina, siendo su voz, aparte del tintineo de los cubiertos, el único sonido en la habitación.

 

Y en el extremo opuesto de la mesa, varios puestos más alejados de ellos, se encontraba el hijo de su esposo, Gellert II.

 

Al igual que su padre y tocayo, el rubio parecía imperturbable, pero Albus podía advertir por la rigidez de sus hombros que él también deseaba estar en cualquier otra parte que no fuera allí.

 

El ambiente estaba cargado de tensión, y Albus nunca imaginó conociendo en tales circunstancias al único hijo de su esposo. El hijo que no había visto ni por asomo durante los dos años de relación, aquel que ni siquiera había asistido a su matrimonio y cuyo nombre solo se mencionó un par de veces en compañía de breves palabras como brillante y difícil.

 

— Oh, Gellert —comenzó diciendo la tía Honoria refiriéndose al más joven. El aludido levantó su mirada hacia ella— Es una pena que no hayamos podido conocerte antes. Recuerdo que tu padre alguna vez mencionó que estás estudiando Derecho.

 

El joven Gellert la miró durante algunos segundos, aclarándose la garganta antes de responder— Así es.

 

Tras la breve e incómoda presentación que intercambiaron hace un par de horas, Albus volvió a escuchar su voz. Era suave pero de un tono grave a la vez, muy similar a la de su padre. No pudo evitar preguntarse si fue así como sonó su esposo a esa misma edad.

 

Tomó un sorbo de vino mientras la tía Honoria, ansiosa por saber más del nuevo invitado, volvió a hablar.

 

— Es maravilloso que sigas los pasos de tu padre —dijo ella volviéndose a sonreírle al rubio mayor. El hijo abrió la boca para decir algo, pero finalmente apretó sus labios en una línea— También supimos que vivías en un municipio cercano al centro de Londres, bastante lejos de aquí. ¿Qué te hizo volver por estos suburbios?

 

Albus agradeció haberse tragado aquel poco de vino, porque de lo contrario lo hubiera escupido muy poco educadamente sobre la mesa. Esta era una de las muchas cosas que se temía, las desenfrenadas ganas de saberlo todo de la tía Honoria que muchas veces lo habían avergonzado frente a Gellert. Desde su lugar, Albus abrió mucho los ojos y apretó ligeramente los labios, implorando por una fuerza inexistente que condujera la atención de su tía hacia él.

 

— Diferencias con algunas personas con las que vivía —respondió el menor colocando sus cubiertos sobre su plato vacío.

 

Por un momento, el escrutinio del pelirrojo vaciló, pensando que aquella respuesta era una manera elegante de resumir algún problema de convivencia. O al menos eso era lo que le señalaba el llamativo moretón púrpura e irregular que se exhibía sobre el lado izquierdo de su barbilla.

 

A su lado, notó como su esposo se limpiaba con la servilleta de tela que descansaba sobre sus piernas y escuchaba con interés aquel intercambio.

 

La tía Honoria, indiscreta como siempre, no notó o de plano ignoró los ojos enormes y furiosos de su sobrino sobre ella y prefirió seguir interrogando.— ¡Oh! ¿Y por eso el...?

 

Albus se horrorizó cuando la mujer comenzó a señalar su barbilla.

 

— Tía Honoria, estoy cansada —interrumpió Ariana, finalmente atrayendo su atención— ¿Puedes llevarme a dormir, por favor?

 

La mujer pareció desconcertada durante un momento— Pero, cariño, ni siquiera has terminado tu comida —dijo ella señalando su plato.

 

— Creo que comí demasiadas rosquillas antes de la cena —respondió Ariana arrugando la nariz y colocando una mano sobre su barriga.

 

Honoria negó con la cabeza— Creo que deberías... —sus palabras fueron muriendo tras advertir la mirada molesta de Albus. Ella frunció el ceño, y luego de algunos segundos de confusión, soltó una risa demasiado puntiaguda y le sonrió a Ariana.

 

— Está bien, tesoro. Te llevaré.

 

Ariana murmuró un agradecimiento por la cena, y luego de que Albus depositara un beso sobre su frente, un pequeño buenas noches y una última mirada agradecida por llevarse a su tía chismosa de allí, ella y la tía Honoria se marcharon a su habitación. 

 

Los tres se quedaron a solas en el amplio comedor bajo un silencio abrumador. En tanto, Albus frotaba su pulgar contra el dorso de su dedo índice con nerviosismo, mientras pensaba desesperadamente en algún tema de conversación. 

 

Gellert se le adelantó— ¿Cuándo fue que llegaste?

 

— Ayer.

 

El hombre mayor asintió, pasando la punta de sus dedos por el borde su copa vacía— Hace mucho que no te veo. ¿Te ha ido bien en tus estudios?

 

— Me ha ido bien. Como siempre —respondió el otro rubio con frialdad—  Aunque alguna llamada no hubiera estado de más.

 

— No tenía idea de que estarías aquí —dijo Gellert ignorando el último reclamo— Siempre me dejaste en claro que no tenías intención de volver.

 

— De hecho lo mantengo —respondió inmediatamente el menor, recostado sobre el respaldo de la silla y con una mirada aburrida— Pero dadas las circunstancias, no tuve otra opción.

 

— Lamento no haber estado aquí para recibirte, pero estas últimas semanas han sido bastante ajetreadas.

 

— Sí, ya me di cuenta —respondió el rubio, dándole una afilada mirada de reojo a Albus y luego dirigiéndose nuevamente a su padre— Veo que no has querido seguir perdiendo el tiempo. Por cierto, gracias por la invitación a la boda. No debieron apresurarse tanto en hacérmela llegar —agregó con un tono venenoso y sarcástico.

 

Albus sintió como su postura se encogía cada vez más en la silla.

 

—¿La invitación hubiera cambiado algo?

 

El menor miró fijamente los ojos oscuros de su padre.

 

—No. No hubiera cambiado nada.

 

Tras esto, el Gellert menor se levantó de su silla con más fuerza de la necesaria y se retiró sin ninguna despedida.

 

Cuando estuvieron definitivamente a solas, Albus dejó escapar un montón de aire que sin querer había estado reteniendo, y la rigidez de sus hombros se alivió.

 

— ¿Eso fue demasiado para ti? —le preguntó Gellert mirándolo con una ceja levantada y una media sonrisa.

 

— ¡Oh, por favor! No te burles de mi —respondió el pelirrojo entre molesto y aliviado.

 

Se escucharon algunos pasos y la figura de la señora Barebone cargando una bandeja de postres emergió desde la cocina. Ella notó los asientos casi vacíos y parpadeó confundida hacia ambos.

 

Un par de horas más tarde, cuando toda la casa se hallaba sumida bajo la quietud de la noche, Albus y Gellert se encontraban acomodados en su dormitorio, las paredes eran iluminadas tenuemente por el brillo de la pantalla de televisión. Los dos compartían una conversación en voz baja.

 

— ¿De verdad no sabías que tu hijo estaría aquí cuando regresáramos?

 

— Créeme que estoy tan extrañado como tú —contestó Gellert. Albus se acurrucó más cerca de él, acomodando su cabeza en el hueco de su cuello y relajándose aún más con la sensación del palpitar de su corazón y el sonido de su respiración.

 

Era inevitable que Albus se sintiera preocupado ante tan inesperada llegada. Durante su noviazgo, Gellert le había dicho que él y su hijo no habían tenido casi ninguna comunicación por varios meses. También le había comentado que su relación no estaba en los mejores términos, lo cual quedó en absoluta evidencia durante la cena. 

 

Tampoco era que le molestara su presencia, después de todo aquel chico era parte de la familia de su esposo, y por ende, ahora de la suya también. Sin embargo, la incomodidad de sus gestos y la pesada tensión en el aire hacían que se preguntara si acaso su propia presencia podía causar efectos aún más negativos en la ya complicada relación entre padre e hijo. No había nada que Albus detestara más que sentir que estaba estorbando.

 

No hace más de setenta y dos horas había estado sobre una nube de alegría y plenitud al plasmar su firma en el acta de matrimonio que, después de semanas que parecieron eternizarse, finalmente lo uniría a Gellert, lo que de cierto modo le había servido para poner fin a la mayoría de los intrusivos pensamientos que le hicieron creer que todo saldría realmente mal el día de su boda, y que tal vez su historia con Gellert no había sido más que un triste pero romántico sueño.

 

Pero para su buena suerte, la boda con Gellert había sido muy real. Sus cálidos ojos marrones parecían mirarlo con más ternura que antes, el roce de sus manos siguió electrificando su corazón tal como el primer día, y el fuego de sus labios colmó cada momento de los tres días de luna de miel en un bonito hotel de Watergate Bay.

 

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se sintió tan feliz, que se permitió ignorar su parte pesimista, aquella que le anclaba los pies al suelo, y en cambio, se rodeó con la abrumadora esperanza de creer que la felicidad por su unión lo acompañaría durante un buen período de tiempo. Porque Gellert estaba allí, y él era todo lo que necesitaba y quería. Pero aquella nube de alegría se disipó más rápido de lo que le hubiera gustado, y tan solo bastó poner un pie en el que sería su nuevo hogar para chocar nuevamente contra la dura realidad.

 

Albus comenzó a sentir el desagradable hormigueo de la ansiedad en la punta de sus dedos y el incremento en los latidos dentro de su pecho.

 

Como si fuera consciente de su inquietud, Gellert empezó a acariciar las ondas del cabello de Albus. El suave toque y la calidez de su cuerpo logró apaciguar sus sentidos, haciendo que sus parpados se sintieran más pesados.

 

Aun así, Albus trató de persistir— Si comienzo a ser una molestia... —dijo el pelirrojo arrastrando levemente las palabras, mientras trataba de luchar contra el sueño.

 

Sintió a Gellert reír por lo bajo y luego girar un poco su rostro hacia él— Ninguna molestia, querido. Estamos casados y tienes tanto derecho de estar aquí como yo —el mayor posó sus labios sobre la frente de Albus, pero sin besarla— Si él no está de acuerdo, bueno, deberá marcharse de aquí.

 

Albus ya estaba familiarizado con ese tono de Gellert. Lo había escuchado demasiadas veces en el trabajo, aquel tono tranquilo pero tajante que no daba lugar a más réplicas.

 

Y aunque le confortara escuchar aquellas palabras de Gellert, tenía la sensación de que no sería la última vez que tendrían ese tipo de conversación.

 

A la mañana siguiente, Gellert estuvo tratando de convencer a Albus durante una hora para que aceptara tomarse el día libre y terminara de acomodarse en la que desde ahora sería su nueva casa.

 

— No eres mi jefe —le dijo Albus mirándolo juguetonamente. Gellert levantó una ceja y le dio su característica media sonrisa.

 

Si bien Gellert tenía una capacidad de persuasión envidiable, lo que verdaderamente convenció a Albus de faltar al trabajo fueron los ojos esperanzados de su hermana al saber que podría tener la compañía de Albus después de días sin verlo.

 

Fue así como los dos hermanos dedicaron la mañana a plantar un buen número de semillas en el amplio jardín de la casa. Mientras las blanquecinas manos de Ariana escarbaban en la tierra, Albus se mantuvo a su lado como un digno ayudante que sostenía cada utensilio que le era requerido. Albus no comprendía cómo Ariana disfrutaba de ensuciarse con un montón de tierra, ramas y humedad, a lo que ella argumentaba que nada podría reemplazar la bella sensación de saberse creando vida a partir de algo tan pequeño como una simple semilla, la cual con los cuidados y dedicación adecuados, crecería para dar lugar a hermosas flores.

 

Luego de la comida del mediodía, Albus acompaño a Ariana al salón principal mientras esperaban la llegada de Charlotte, la maestra que le daba clases en casa a la menor de los Dumbledore. 

 

— Espero que no se pierda —dijo Albus revisando su teléfono. Ya había releído el mensaje con la nueva dirección más de cinco veces por si había escrito algo mal— Aunque dijo que su trabajo no quedaba muy lejos de aquí.

 

Ariana apoyó las manos sobre la tapa de un grueso libro de ciencias— Tuvimos suerte de haberla encontrado —dijo sonriendo suavemente— Ella me agrada mucho, me gusta como enseña.

 

Albus asintió— Entonces es una buena maestra.

 

— Tú también hubieras sido un excelente maestro, ¿sabes?

 

Albus despegó la mirada de su teléfono, un poco sorprendido por el inesperado cumplido. 

 

— ¿De verdad lo crees? —preguntó Albus con una diminuta sonrisa.

 

Ella asintió enérgicamente— Serías el mejor maestro de todos. Te imagino consintiendo a tus estudiantes y regalando caramelos a todo el mundo.

 

Albus se rio— Es curioso, porque Aberforth tenía una idea completamente ruin y malvada de mi como maestro.

 

—Aberforth tiene esa idea de todos los maestros. Todavía siente remordimiento porque lo hayan reprobado en la secundaria.

 

Ambos rieron a la vez.

 

Durante la tarde, y mientras Albus tomaba un poco de aire fresco en las escalinatas que unían el jardín con el patio delantero, no pudo evitar recordar las palabras de Ariana. ¿En donde estaría ahora si todas las cosas hubieran salido como planeó? ¿Cómo hubiera sido su futuro si su madre no hubiera tenido aquel trágico final?

 

Si no hubiera tenido que dejar su carrera a medio camino, ¿realmente hubiese sido un buen maestro? La culminación de todos los planes que trazó durante su adolescencia y el resultado de los mismos le serían desconocidos para siempre. Albus seguiría viviendo con el corazón dividido, entre aquella parte que nunca dejó de instarle a retomar el camino que siempre soñó y la otra parte que le susurraba con tristeza que a veces debían sacrificarse ciertas cosas por el bien de otras.

 

A sus veintitantos años, Albus no se arrepentía de las decisiones que había tomado porque el bienestar de sus hermanos jamás le serían motivo de arrepentimiento. Pero en su corazón siempre se alojaría la espina que lo llevaba a preguntarse que hubiera pasado si en ese momento hubiese decidido ser egoísta.

 

A pesar de todo, desde que conoció a Gellert y se enamoró de él, por primera vez en muchísimo tiempo se sintió con la libertad de decidir y vivir por sí mismo. Tal vez por eso es que Albus estaba tan esperanzado con su matrimonio. Albus puso todas sus ilusiones en él, obviando todo tipo de opiniones, especialmente las de su familia.

 

Lo amaba, y pese a la nube gris que parecía seguir a Albus desde hace varios años, él pondría su mayor esfuerzo en que sus planes y deseos no fracasaran esta vez.

 

El ruido de un motor lo trajo de vuelta a la realidad y sus ojos se posaron sobre la alargada figura del hijo de Gellert bajando de su motocicleta. Mientras el rubio hacía algunas maniobras con las cadenas para asegurarla al pórtico y se quitaba el casco, Albus pudo notar la abultada mochila que cargaba tras su espalda. Como si aquello no fuera suficiente, el chico descolgó de la parte trasera de la moto un maletero de tamaño mediano.

 

Albus se apresuró a abrirle la puerta.

 

Como esta vez se encontraba más cerca de él, pudo notar el extraño color gris claro de sus ojos. No recordaba haber visto un tono de ojos similar antes, pensó con curiosidad. Además, la mirada de Albus se desvío brevemente al moretón en su barbilla, el cual se había tornado de un tono medio amarillento.

 

— Uhm... ¿Gellert? —dirigirse a él con ese nombre se sintió extraño— ¿Necesitas ayuda?

 

Él lo miró con un ligero ceño fruncido— Sólo abre la puerta.

 

El tono cortante de aquella petición hizo sentir a Albus un poco ofendido. Aunque la noche anterior la sorpresa y el nerviosismo no lo hicieron comportarse tan sociablemente como hubiese querido, ahora estaba tratando de ser amigable ya que, después de todo, ambos vivirían bajo el mismo techo. 

 

De todos modos hizo lo que le dijo.

 

 — Puedo ayudarte a cargar tu mochila —Una pequeña chispa de ansiedad recorrió el cuello de Albus al notar como el cierre de la mochila estaba abierto hasta la mitad y por entre medio se asomaban peligrosamente dos pliegos enrollados de papel.

 

Gellert puso el casco sobre el suelo y ajustó el agarre de la mochila sobre su hombro, haciendo que el cierre se abriera aún más— Si vas a ser tan fisgón como tu tía, preferiría que mantuvieras tus manos fuera de mis cosas.

 

Los ojos de Albus se abrieron de indignación, no tanto por la mención de Honoria sino por haber sido ofendido por querer ser cortés— Te pediría que fueras más respetuoso —contestó molesto— Apenas te conozco, así que no tienes derecho a tratarme de esa manera.

 

— Lo mismo de mi parte. Apenas te conozco, así que no te debo ningún respeto —dijo Gellert entrecerrando los ojos.

 

Antes de que Albus pudiera formular una respuesta inteligente, Gellert tomó nuevamente su casco y se marchó hacia el jardín trasero, desde donde probablemente entraría a la casa a través de la puerta de la cocina.

 

Albus apretó los labios con molestia, reproduciendo las palabras del rubio en su mente.

 

Su mano empujó suavemente el pórtico para cerrarlo, y una sonrisa burlona se formó en su rostro cuando escuchó venir desde el jardín el estrépito de cosas cayendo contra el suelo.

Notas finales:

Nota: Hola^^ Esta idea ha estado guardada en mis notas desde 2019, luego de ver CoG. Incluso ya tenía pensado su principio y final, sólo me faltaba desarrollar la historia a detalle, y en vista de la escasez de contenido de esta pareja, no me había animado a subirlo hasta ahora uwu.

 

Este fic es completamente autocomplaciente y está inspirado en una entrevista a Johnny Depp, en la cual hablaba acerca de la heterocromia de Grindelwald y cómo cada ojo, gris y marrón, representaban a dos Gellert distintos. Me he colgado de estas palabras y me pareció muy interesante separar a Gellert en dos hombres aparte, y al igual como sucede en el canon retratar la forma en que cada uno, con sus propias luces y sombras, trata de establecer un tipo de dominio sobre el otro y hacer las cosas según su propia perspectiva.

 

Muchas gracias por leer <3<3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).