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Querido amigo por Cris fanfics

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La práctica de aquella mañana se vio interrumpida por Wyles, que llamó a Xavier para que se reuniera con él en su despacho.


Isabelle observaba como ambos se marchaban, con mirada analítica.


— ¿Seguimos entrenando solos? —le preguntó Kim, su mejor amiga, ahora llamada Kiburn.


— Claro, que el señorito tenga temas que atender no quiere decir que el resto del mundo se paralice sin él.


— Está bien —concedió—. Aunque hay que admitir que desde que nos nombraron Génesis es más difícil que nunca entrenar: ya no tenemos al Tormenta de Géminis y al Épsilon, y Torch y Gazelle se niegan a practicar con nosotros.


Isabelle suspiró.


— Es normal, después de todo nos han concedido el mayor título de la Alius sin que hayamos hecho nada especial para merecérnoslo. Yo estando en el lugar de esos dos estaría tan enfadada como ellos si no más; no entiendo cómo no han reclamado esta injusticia a padre.


— Muy probablemente nos hayan elegido por ser los primeros en llegar al orfanato… y por Xene.


Isabelle rechistó entre dientes y se apartó de su amiga, dando por finalizada la conversación.


Odiaba que le recordaran que, muy casualmente, su padre había decidido poner a los once primeros niños del orfanato en un mismo equipo y que este, también sin que se notara nada la parcialidad, hubiera acabado siendo el elegido para convertirse en el más fuerte. Ella, que detestaba los favoritismos sin motivo por encima de todas la cosas, lo veía repugnante.


Por no hablar de Xene, que también era una perlita que demostraba la inexistente imparcialidad de Schiller en su estado más bruto. Aún seguía sin entender el porqué el pelirrojo era el capitán del equipo cuando estaba demostrado mediante muchísimas pruebas físicas que ella era la más fuerte y la más habilidosa del Génesis y que, además, tenía la confianza de todos sus compañeros por ello.


Pero, aún con todo, su padre no la veía… para él solo importaba Xavier.


Apretó los puños con rabia, clavándose las uñas en la palma.


— Bellatrix... —Kiburn le agarró el brazo, asustándola.


— ¿Qué ocurre?


— Siento mucho haber sacado el tema del porqué nos eligieron, sé que para ti más que ninguno es un tema delicado pero, por favor, no te comas mucho la cabeza ¿vale?


— No lo estaba haciendo.


Kiburn arqueó una ceja y observó las marcas que su amiga había dejado en las palmas de los guantes del uniforme de tanto apretar las manos.


— Nos conocemos desde hace años, Bellatrix, sé cómo funciona esa cabecita tuya.


— De acuerdo —sonrió—. No te puedo prometer que no pensaré sobre el tema, pero intentaré no darle más vueltas de las necesarias.


Tras aquella conversación cada una volvió a sus entrenamientos; todos los del equipo tenían mucho que hacer para merecer de verdad ser llamados el Génesis, no podían perder el tiempo.


**********


Xavier no había vuelto en toda la jornada, había tenido que ser Isabelle quien pusiera un poco de orden en el calendario de entrenamientos de aquel día, un trabajo que ocupaba un tiempo precioso en el que ella habría podido estar trabajando en su nueva supertécnica en solitario que, aunque no fuera nada especial ni la hubiera inventado ella, la ayudaría a ganar valor individual como jugadora.


Por eso, cuando a la noche, volviendo a su habitación a descansar tras un día especialmente duro, se encontró al hijo adoptivo de Schiller mirando el monte Fuji por una de las cristaleras como si no tuviera nada más importante que hacer no pudo evitar que la sangre le hirviese.


Fue a por él.


— ¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó con frialdad, situándose detrás de él.


— Pensar…


La parsimonia con la que contestó la enfureció aún más.


Respiró hondo, no quería provocar una pelea, solo que Xene se diera cuenta de la posición en la que estaba y que fuese responsable de lo que los demás querían de él, ¿era tanto pedir?


— ¿El señor Wyles te encargó algo?


— No, solo quería decirme que esperaba que tuviéramos la supertécnica definitiva preparada cuanto antes.


— ¿Y qué se supone que llevas haciendo todo el día?


— No quería volver al entrenamiento, así que decidí ir a dar una vuelta por nuestras antiguas instalaciones de entrenamiento en Osaka.


— Por favor, dime que estás bromeando.


Negó con la cabeza.


— Quería comprobar que el Raimon ya no estuviese rondando por allí y, como resultó ser así, acabé repitiendo los entrenamientos básicos yo solo —sonrió.


— ¿Te parece divertido? ¿Te gusta restregarme que eres el favorito de padre sin hacer absolutamente nada para merecértelo? —paladeó el odio a cada palabra que salía de su boca, incapaz de creerse que hubiera hecho aquello sabiendo todo lo que se estaban esforzando y que se lo estuviera contando como si no fuera nada grave—. ¡Deja de tomarme el pelo, bastardo!


— Isabelle…


— ¡Te he dicho miles de veces que no me llames así! —le agarró del cuello del uniforme.


— ¡Cálmate! ¿Qué te ocurre?


— ¡Tu maldita insensibilidad y despotismo es lo que me ocurre! Todos nos estamos esforzando por padre. ¿Y qué haces tú? Irte por tu cuenta, pasar de tu equipo y mirar por encima del hombro a todo el mundo por ser el capitán del Génesis —le echó en cara sin dejar de mirarle a los ojos en ningún momento, aprovechando que la cercanía de sus rostros no le permitiría desviar la mirada—. Eres un líder pésimo… No te mereces el título que tienes. ¡Y no me jodas con que lo sientes o que no has sido consciente del daño que provocas por sobreeexplotar las libertades que se te han dado!


Xavier, a quien toda aquella explosión de rabia acumulada le había tomado por sorpresa, le costó contestar.


— Si es cierto que he hecho tanto daño no entiendo porqué habéis esperado tanto para informarme sobre ello. Siempre he hecho lo mínimo que se me pedía por el simple motivo de que no creo que tenga que dar más de mí para cumplir las órdenes de padre —consiguió decir sin bajar la mirada, con decisión—. Confío en mis propias capacidades y sé que tengo tiempo de sobra para estar preparado para dar lo que se espera de mí… Pero si supone un problema para vosotros intentaré esforzarme más y pasar tiempo extra entrenando a vuestro lado. Lo que no planeo hacer, por mucho que os moleste, es renunciar a mis escapadas. —De la única persona de la que aceptaría con gusto esa petición sería de su padre, pero a él no le importaba, así que nadie tenía derecho a privarle de aquello.


La joven le soltó, enfadada pero aún capaz de controlar sus acciones, y siguió su camino olvidando que aquel encuentro había ocurrido y concentrándose solo en que tenía que conseguir como fuera el título de capitana; estaba claro que Xene ni se lo merecía ni era capaz de manejar bien el cargo.


— Isa… Bellatrix, espera. —Intentar detenerla fue en vano, así que gritó—: ¡Tal vez deberías ser tú la que se replantee cómo sobrellevar los entrenamientos, esforzarse de más tampoco es bueno!


Antes de que se diera cuenta se había vuelto a quedar solo, pero después de aquel arrebato —más que justificado— por parte de su compañera y amiga de la infancia no se vio capaz de volver a ponerse a mirar el paisaje.


— Así que eso es lo que piensan de mí —dijo con resignación, dejando caer la cabeza y fijándose en el bulto que tenía bajo el cuello de la camisa.


Dudó un momento antes de meter la mano y tirar de una cadena plateada que mantenía agarrado un pequeño colgante.


Abrió la tapita del colgante y observó lo que había dentro de él.


— Todos han cambiado demasiado… y tal vez yo también.


**********


Tenía que ser más fuerte para que su padre dejara de ignorarla, eso era lo que Isabelle repetía una y otra vez dentro de su cabeza mientras caminaba con energía por los pasillos.


Tenía los músculos tensos, y cualquier cosa que la sacara de sus pensamientos seguramente la asustaría y descolocaría. Pero lo que se encontró delante de la puerta de su habitación no solo consiguió estas dos cosas, sino que hizo que se le formara un nudo en la garganta.


Wyles la miraba fijamente con aquellos ojos de serpiente, de aquella forma que a ella le provocaban asco… y miedo.


Siempre que se encontraba con él parecía querer desnudarla con la mirada, sin ningún disimulo o respeto, como si fuera un pedazo de carne al cual destrozaría si tuviera la oportunidad. Como, por otra parte, ella haría con él en caso de que se atreviera a pasar la línea de las miradas e intentar ir a mayores.


Una vez, llevada por el miedo tras un encuentro con el ayudante de Schiller, había hablado con Kiburn del tema y le había pedido que no la dejara sola después de los entrenamientos. Aquel mismo día se habían encontrado con Wyles y este la había vuelto a mirar como siempre hacía.


Cuando sacó el tema con su amiga —para que le diera la razón en que aquel hombre era un pervertido que podría llegar a ser peligroso—, esta actuó como si en vez de pedir su apoyo le hubiera dicho que la luna es de color verde y le contestó algo que la dejó impactada, fría, sin saber qué opinar:


«No te observaba de ninguna manera en especial, Bellatrix».


Era imposible que no se hubiera dado cuenta, era muy obvio que aquel hombre la deseaba.


Y no solo él.


Los hombres adultos que venían a ver al Génesis entrenar la observaban fijamente con sus ojos de serpiente abiertos de par en par y sin apartar la mirada de ella.


Todos querían destrozarla.


Todos le provocaban arcadas.


Todos eran como aquel hombre que —aquella noche en la que Bryce, Jordan y ella misma fueron secuestrados— había estado a punto de violarla.


Y ella tenía que ser más fuerte que ellos física y psicológicamente. Debía ser capaz de defenderse el día que alguno de aquellos hombres intentara hacerle lo inevitable; debía de aguantar estoicamente sus miradas llenas de violento deseo mientras tanto.


Por eso, aunque Wyles se acercaba lentamente hacia ella, endureció su corazón para evitar salir huyendo antes de que aquel hombre la alcanzara.


— Un placer verte de nuevo, jovencita. —Su larguirucho cuerpo tapaba la única luz que había en aquel tramo de corredor, dándole un aspecto amenazante.


— Buenas, señor Wyles. ¿Necesita algo? —consiguió guardar la compostura a duras penas.


— Sí, quería hablarte en privado. ¿Me acompañas a mi despacho?


El mundo se le cayó sobre los hombros.


No podía ser. Aquel no podía ser el día, no justo cuando estaba cansada tras los entrenamientos y se sentía agotada mentalmente por su desahogo con Xavier.


Sus pies se negaban a moverse del sitio, se había quedado paralizada.


— Lo siento… Me gustaría irme a dormir ya —consiguió farfullar, con la boca súbitamente seca.


— Creo que tengo una oferta que te puede interesar, has un esfuerzo —intentó persuadirla.


Isabelle, incapaz de aguantar la presión un minuto más, intentó pasar de él y volver a su habitación.


Pero Wyles no se lo permitió. El hombre puso la mano en la pared, cortándole el camino.


— ¡Aparta! —ordenó la joven con una furia con la que pretendía enmascarar su cada vez más latente miedo.


— Hablemos aunque sea aquí. No te voy a entretener demasiado.


— Con cada palabra que sale de tu boca me estás haciendo perder valiosos segundos de mi tiempo. —Le bordeó por el lado que no le había bloqueado, luciendo una sonrisa maliciosa.


Wyles sabía que no podía detenerla —si la molestaba demasiado tal vez le agrediera— así que decidió decir algo que le llamara lo suficiente la atención como para que le diera la oportunidad de hablar:


— Tengo algo con lo que puedes superar a Xene. —Tan pronto como esas palabras salieron de sus labios, Isabelle se detuvo.


Unos segundos eternos precedieron a la respuesta de la chica.


— ¿Qué te hace pensar que quiero superarlo?


— Se nota que te repatea su actitud. Además, a efectos prácticos, tú eres más capitana que él. Pero, a pesar de todo, ese viejo estúpido no te reconoce los méritos.


— Ni se te ocurra volver a insultar a mi padre —le advirtió visiblemente molesta por sus palabras; no pensaba dejar que nadie mancillara su nombre.


— De acuerdo, lo siento, pero vayamos al tema que nos ocupa.


— No he dicho que quiera hablar contigo.


— ¿Entonces por qué no has seguido tu camino? No me engañas, sé que te interesa lo que te estoy ofreciendo.


— No lo digas de esa forma —sintió que un escalofrío le recorría la espalda.


Wyles frunció el ceño, extrañado, pero no quiso discutir por las extrañezas de una adolescente. Metió la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta de ejecutivo y sacó un colgante.


Isabelle no pudo evitar alabar internamente la belleza de la piedra que colgaba del cordón, más brillante que cualquier cosa que hubiera visto nunca.


— ¿Es… una esmeralda? —agarró el mineral verde entre sus dedos con infinita dulzura, sin darse cuenta que se había acercado al adulto más de lo que ella deseaba.


— Es mucho más que eso, créeme.


— ¿Eh? —Le observó a los ojos un momento para volver a bajar la cabeza casi de inmediato, desde luego la piedra preciosa era mucho más agradable de ver que aquella mirada que la taladraba de una forma que a ella le resultaba despectiva.


— Con esto puesto podrás ser tan fuerte que quedara fuera de toda duda que eres mejor que Xene, y a Schiller no le quedará otra que reconocerlo. —Soltó el colgante sobre las manos de la joven.


Isabelle lo aceptó, apretando la piedra contra su pecho con cuidado, sin saber qué decir.


— Yo…


— ¿Lo aceptas?


Ella dudó.


**********


A la mañana siguiente, Xavier llegó el primero a la sala de entrenamientos.


O al menos esa era su intención, porque Isabelle ya se encontraba allí.


La chica estaba dando la espalda a la entrada, con la cabeza alzada observando en silencio el trocito de cielo que la cúpula de vidrio que se alzaba sobre sus cabezas les permitía vislumbrar.


No pudo evitar sonreír al verla así de tranquila.


— ¿Te despiertas siempre tan temprano? —preguntó amistosamente, acercándose a ella con confianza.


— Eso debería preguntártelo yo a ti, y con ironía, casi siempre eres el último en llegar a los entrenamientos.


— Ya… Lo siento por eso.


— Deja de disculparte y corrige tu actitud. —Aunque sus palabras eran acres no las pronunció con enfado, sino con cansancio.


Xavier no pudo evitar que el corazón le latiera más deprisa al recordar que Jordan le había dicho unas palabras similares no hacía tanto tiempo.


Pero aquel no era el momento de pensar en él, así que se lo quitó de la cabeza y se centró en el presente.


— De eso precisamente quería hablarte. He estado razonando lo que me dijiste y no puedo negar que tienes gran parte de razón, soy vuestro líder pero no he actuado como tal y nunca lo haré. —Antes de que Isabelle pudiera decir nada, él la detuvo con un gesto—. Por eso voy a hablar con padre para que seas tú la capitana; eres la más indicada para el puesto.


— No.


Hubo unos segundos de incómodo silencio.


— ¿Qué? —se atrevió a preguntar él.


— Me niego a aceptar eso —afirmó con seguridad—. Si me convierto en la capitana no quiero que sea porque tú has intercedido por mí y padre te conceda el gusto.


— ¿Y qué quieres que haga?


Ella pareció ignorarle, porque fue directa hacia uno de los balones de fútbol que habían quedado tirados por el campo el día anterior.


— Acepta un reto contra mí —alzó la pelota—, y promete que quien gane será el nuevo capitán.


— Eres mejor que yo, no hace falta que demuestres nada.


— Sí que hace falta, ¿verdad, padre? —miró hacia donde Xavier había entrado pocos minutos antes.


Xavier se giró para comprobar que el anciano y Wyles estaban observándolos atentamente.


— ¿Para esto me has hecho venir, Bellatrix?


— Quería preguntarte primero qué te parecía todo esto. —Se encogió de hombros—. Pero teniendo en cuenta que él ya está aquí creo que podemos empezar directamente.


El anciano giró su cabeza hacia Xavier.


— ¿Tú estás de acuerdo? —le preguntó.


— Sí, es lo justo… Aunque tengamos que hacerlo más difícil de lo que debería ser.


El hombre mayor se limitó a asentir para después retroceder hasta el exterior del campo, seguido de su socio.


La chica soltó el balón.


— ¿Y qué quieres que hagamos? Comprendo que hayas decidido usar el fútbol para arreglar esto porque simplemente ponernos a pelear es una brutalidad innecesaria, pero ¿cómo pretendes resolver nuestras diferencias así?


— El primero en marcar gol gana, no es muy complicado.


— Y es lo mejor para poder enfrentarnos, entiendo. —Sería hipócrita decirle que no teniendo en cuenta que en los últimos tiempos, y por muy absurdo que pareciera, todo se solucionaba jugando a fútbol—. Acabemos rápido.


Ella lo taladró con la mirada antes de decirle con dureza:


— No quiero que me lo pongas fácil, mucho menos que te dejes ganar. Da lo mejor de ti mismo o no daré por válido el resultado.


— Está bien, no pensaba hacer lo contrario.


Patearon el esférico hasta dejarlo en mitad del campo y se colocaron uno en frente del otro, mirándose a los ojos.


Antes de empezar, Xavier empezó a reflexionar en el porqué había aceptado aquello si podría haberse negado a la propuesta de Isabelle y haber seguido siendo el capitán sin mayores problemas, sobre todo teniendo en cuenta que ella había rechazado su amable oferta de tomar el puesto sin percances. Pero entonces vio la decisión que brillaba en sus ojos azules y se dio cuenta de que no podía ignorar un sentimiento como ese como si no fuera nada. Lo mínimo que podía hacer era darle una oportunidad.


Schiller sabía lo que ambos jóvenes estaban pensando, los conocía lo suficiente como para ello.


— Señor, si ella es la ganadora no va a hacer nada para impedir que sea la capitana del Génesis ¿verdad?


— Está asumiendo muy pronto la derrota de Xene. No ignoro la fuerza de Bellatrix, nunca lo he hecho, pero hay algo que él tiene que le hace mejor que ella para lo que yo quiero. Además, tiene que ser él.


Wyles frunció el ceño, sin creerse que el joven tuviera alguna habilidad oculta que no hubiera sacado a relucir tras cientos de cesiones de entrenamiento y sin saber a qué venía aquel último comentario cargado de decisión.


Y el enfrentamiento empezó.


Xavier fue el primero en conseguir la posesión del balón, pero Isabelle no tardó en intentar robárselo, dando así comienzo a una elegante coreografía en la que ambos intentaban mantener el esférico y quitárselo al otro; haciendo gala de todas sus habilidades con la pelota y de la agilidad muy superior a la media que tenían.


En medio de todo esto, las voces de los chicos del Génesis se empezaron a escuchar en el exterior.


— ¡Qué sueño! ¿Por qué tenemos que despertarnos tan pronto? —se escuchó exclamar a una voz de niña, cuya dueña fue la primera en entrar— ¡Guah! ¡Xene y Bellatrix están peleándose! —se la notaba entusiasmada, pero tan pronto se dio cuenta de la presencia de Schiller y Wyles en la sala se moderó.


— Padre, ¿qué está ocurriendo? —preguntó el pacífico chico de mechas rubias—. ¡No debería dejarlos pelearse entre ellos!


— No interrumpáis —refunfuñó Wyles.


Los jóvenes, a sabiendas de que una orden suya debía ser acatada como si viniera de su propio padre, obedecieron y observaron el encuentro.


Isabelle tenía el balón, pero Xavier no la dejaba avanzar.


— Creo que ya hemos tenido suficiente de este jueguecito —sonrió ella.


Tras decir esto, retrocedió bruscamente con el balón aún a sus pies para empezar a correr en zigzag levantando chispas azuladas a cada sprint.


Antes de que Xavier pudiera hacer nada para esquivar o bloquear la supertécnica sintió como una corriente eléctrica lo recorría de pies a cabeza.


Se tiró de rodillas al suelo, entumecido por el dolor que —aunque fuese momentáneo— era bastante intenso.


— ¡Xene! ¿Estás bien? —Escuchó a uno de sus compañeros preguntar en la lejanía.


No vio la necesidad de responder; debía reponerse rápido si quería tener la menor oportunidad de alcanzar a Isabelle, que cada vez se acercaba más al área de penaltis.


Aún sufriendo algún pinchazo de dolor, se levantó y empezó a correr tan rápido como sus piernas se lo permitían.


No pensaba dejarse ganar sin esforzarse al máximo, eso era lo que ella le había pedido.


Sacando fuerzas de la flaqueza —y sin saber muy bien cómo— consiguió alcanzarla y hacer una brutal segada que, además de cumplir su propósito de arrebatar el esférico, hizo que la chica trastabillara y cayera al suelo.


Se detuvo un momento con la intención de comprobar si se había hecho daño, pero se sorprendió al ver que ella se incorporaba con una sonrisa satisfecha en el rostro.


Y así volvió el choque de habilidades.


Ambos estaban dando lo mejor que podían, no se cortaban en usar supertécnicas y en hacer jugadas arriesgadas e innovadoras con la intención de sorprender al contrario y superarle. Aunque, a pesar de todo, se lo estaban pasando como nunca jugando. Tanto que no se dieron cuenta del pasar de los minutos… hasta que estos se convirtieron en más de una hora y empezaron a sentir los músculos entumecidos por el ejercicio.


— ¡Ya está bien, deteneos!


A ambos les costó un rato seguir aquella orden de su padre, pero lo acabaron haciendo.


Jadeantes y sudorosos se acercaron al anciano, dejando el balón atrás.


— No hemos acabado —rechistó Xavier.


— Ni hace falta que lo hagáis. Ya he decidido quién será el capitán del Génesis .—Los chicos tragaron saliva, expectantes—. Xene, te nombré a ti para este cargo por el simple motivo de que tienes una buena capacidad de afrontar situaciones complicadas y retos, no te supone ningún esfuerzo salir triunfante de todo lo que te pido, y eso me gusta. No te pienso sustituir.


A Isabelle le temblaron las rodillas y cayó al suelo, ya sin fuerzas para seguir de pie.


— ¡Pero, padre…!


— No he terminado de hablar, no seas insolente, Xene.


— Entendido —bajó la cabeza con sumisión.


— Soy consciente del libertinaje que te he dado, y no tengo ningún interés en quitártelo porque has demostrado serme útil así. Pero debo reconocer que tu comportamiento no es el propio de un líder… a diferencia del de Bellatrix.


— ¿Entonces qué quiere hacer? —preguntó disgustada.


— A partir de ahora ambos seréis capitanes.


Hubo un silencio incrédulo hasta que los principales afectados por aquella decisión preguntaron a la vez:


— ¿Los dos?


— ¿Eso se puede hacer?


El anciano sonrió.


— Sí, los dos, aunque teóricamente no esté permitido esta es mi decisión. Xene, cuando estés en la base sigues siendo el capitán y quiero que actúes como tal; Bellatrix, siempre que Xene se ausente tú quedarás oficialmente al cargo, mientras tanto no serás más que la vicecapitana. Sin embargo, si consideras que hay que jalarle de las orejas tienes todo el derecho a hacerlo —los observó, esperando que aquellas palabras calaran en ellos—. Eso es todo. Mañana te haré llegar tu banda de capitán —le dijo a la chica.


— Sí, claro —respondió ella con rapidez.


— Que esta sea la última vez que me hacéis perder el tiempo, ¿entendido?


Los dos chicos se apresuraron a asentir.


— Pero, señor Schiller, ¿está bien que esto quede así?


— ¿Tiene algún problema, Wyles? —aunque le consultó amablemente lo cierto era que había cierto tono condescendiente en sus palabras, porque con aquella pregunta lo que pretendía era que su socio se diera cuenta de que no quería escuchar su opinión.


Y lo consiguió. Wyles conocía al anciano lo suficiente como para saber que, salvo que fuera necesario, no quería escucharle hablar.


— No… mi señor.


— Muy bien. Vamos a seguir dejando cosas preparadas para el viaje, tenemos mucho papeleo que rellenar y cosas que supervisar. —Se giró hacia el equipo del Génesis al completo—. Confío en que conseguiréis aprender a usar la Supernova y sigáis mejorando cada día, no me defraudéis.


— ¡No, padre! —contestaron al unísono, con los ánimos renovados tras sus palabras que, aunque no eran muy sentidas, eran justo lo que querían escuchar.


Mientras los dos adultos se marchaban, Wyles notó como alguien le taladraba la espalda con la mirada. Se dio la vuelta para comprobar que Isabelle —la única que no había ido a coger un balón con el que practicar— le sonreía con altanería y orgullo.


Tras un rato así, Kiburn llamó a Isabelle para que se uniera a ellos. La capitana asintió y le dirigió una última y radiante risa al hombre antes de ir con su amiga.


Wyles hizo un mohín de fastidio y siguió adelante, tratando de alcanzar a Schiller.


**********


El día anterior Wyles e Isabelle se encontraban en frente a la puerta de la habitación de esta última, tomando una decisión que podía cambiar radicalmente el destino de ella.


— ¿Lo aceptas? —El adulto observaba cómo la adolescente estrechaba la esmeralda contra su pecho, dudando sobre qué responderle.


— Con esto… ¿padre me querrá de verdad?


— Te lo aseguro —mintió, consciente de que a Schiller no le importaban mucho ninguno de los chicos si los ponía en semejante peligro sin un ápice de culpabilidad.


Isabelle cerró los ojos, pensativa.


Wyles no le metió prisa. Necesitaba que la joven aceptara la joya, no quería decir nada que la hiciera tomar la decisión que a él no le convenía.


La chica soltó un suspiro resignado antes de tenderle de nuevo el colgante.


— ¿Eh?


— Se nota el poder de esta piedra, transmite una sensación parecida a cuando estás cerca al meteorito Alius, así que supongo que tendrá unas cualidades similares.


— Así es.


— ¿Estás insinuando que necesito ayuda externa para superar a Xene? —se notaba que estaba molesta.


Aquella pregunta le tomó por sorpresa.


— Nunca está de más tener una pequeña ayuda. Con este colgante puedes ofrecer un buen espectáculo a Schiller derrotando a su predilecto con insultante facilidad…


— Me enfrentaré a Xene para quitarle la capitanía, no lo dudes, pero será un enfrentamiento justo. No necesito de trucos baratos para valerme por mí misma, soy demasiado buena para caer tan bajo —dijo con arrogancia, apartándole de un empujón.


— Tienes que estar de broma. No sabes lo que te estoy ofreciendo, niña.


— Apártate de mi vista si no quieres que le cuente a padre lo que ha ocurrido hoy —le tiró el colgante a la cara, haciéndole daño.


— ¡Serás…! —le levantó la mano con intención de abofetearla.


Pero ella le vio venir.


Con una velocidad antinatural le agarró el brazo antes de que terminara su movimiento y lo dobló hasta la espalda del hombre, que solo podía gemir de dolor por la extraña posición que estaba adoptando.


— No te atrevas a volver a dirigirme la palabra para cosas innecesarias a partir de hoy, serpiente. Y que te quede bien claro que no soy una niñata ingenua a la que puedes manipular para sabe dios qué. Las cosas que quiero las consigo yo solita, con mi propio esfuerzo. —Soltó a Wyles (que cayó al suelo loco de dolor), ya sin tener miedo de aquel hombre pusilánime que había sido incapaz de defenderse de ella—. Tarde o temprano seré la capitana del Génesis.


Lo único que pudo hacer el hombre fue ahogarse en el odio y la impotencia, maldiciendo a aquella niñata con aires de grandeza que, muy a su pesar, le había ridiculizado.


 


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