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El que no regresará 2.0 por The Dark Temptations

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Notas del capitulo:

Aprovechando que es domingo y no pudiendo asegurar que el siguiente capitulo pueda colgarlo igual de rapido, os dejo el segundo episodio.

Agradezco los comentarios que me habeis realizado.

Este mensaje va dirigido a una lectora que firma sus reviews como Yuliana Cordova, por favor si puedes ponerte en contacto con nosotros te lo agradeceriamos, ya que al parecer, tienes una copia de los capitulos que se perdieron la ocasión anterior y nos serian de gran ayuda.

Bueno, como siempre Saint Seiya no me pertenece, es de Kurumada.

La historia original es de Son of Hell, que participa activamente en esta nueva versión de la historia.

Saludos: The Dark Temptatioms o TDT.

 

 

Aunque habían regresado al destrozado Santuario y la diosa se había retirado a descansar, los cuatro caballeros de bronce supervivientes se habían dirigido casi inconscientemente al templo de Aries. Desde que acabase la guerra, ellos por voluntad propia habían decidido comenzar con la reconstrucción de los templos dañados en los combates, algunos simplemente tenían pequeños desperfectos, otros a lo único que les pasaba era la acumulación de suciedad debido al paso del tiempo, pero los había de lo que poco o nada quedaba, como lo eran el de Virgo y el de Cáncer.

Siendo como eran solamente cuatro hombres cansados física y psicológicamente, y teniendo en cuenta que se habían pasado los últimos días en el coliseo, junto a la diosa, lo cierto es que la reconstrucción estaba siendo muy lenta y pesada. Sin embargo, allí se encontraban a pesar de las circunstancias recién acontecidas, mirando sin ver los desperfectos del primer  templo, que consistían mayormente en los pilares de entrada.

-¿de verdad creéis que Zeus no permitirá que volvamos a ver a aquel que se quede a su lado?-preguntó Shun, suspirando por quinta o sexta vez desde que habían llegado.

-quiero creer que al menos permitirá que nos despidamos de él, pero todos sabemos lo egoístas que son en ocasiones los dioses. Me temo que poco o nada podremos hacer nosotros si Zeus ha tomado la decisión de coger a uno de los nuestros y transformarlo en su guerrero-comentó sereno Shiryu.

-también ha dicho que cuando regresen los catorce, se le aplicará un castigo a Atenea ¿cuál creéis que será?-preguntó Hyoga, que era el que se mostraba más escéptico del grupo. No creía en la promesa hecha por el padre de los dioses, no confiaba en que la cumpliese a rajatabla y, aunque evitaba el hacerlo, no podía evitar pensar que tras todo eso, había “gato encerrado”.

-no lo sabemos, y no lo sabremos hasta el final, así que dejémonos de tonterías, las reconstrucciones van muy lentas. A este paso, no vamos a poder ofrecerles un lugar decente a los que regresen a nuestro lado y de poco o nada nos va a servir hacer conjeturas-dijo Ikki en tono seco, ya cansado de escuchar unos lamentos que de poco o nada les servirían.

Los tres compañeros del caballero de Phoenix se quedaron en silencio, todos sabían que aquella situación era bastante difícil para el de cortos cabellos azules, su hermano pequeño había sido poseído por el dios de los muertos en la última guerra, su propio compañero había sido asesinado por ese dios, por motivos que nadie comprendía, había permanecido ausente cuando se enfrentaron nuevamente en las doce casas del zodiaco, Shaka de Virgo también había muerto en aquella batalla y había presenciado impotente la muerte de Pandora a manos de Thanatos.

Lo cierto era que a pesar de todo, el del Phoenix se sentía avergonzado del comportamiento que mantuvo en la última guerra, y ahora aquella noticia le había caído como un jarro de agua fría, intentaba olvidarlo todo concentrándose en la reparación de los templos, vigilando de cerca a sus compañeros y a la diosa.

Decidieron no seguir tocando el tema de aquel hombre que no regresaría a su lado, y comenzaron nuevamente a reparar los dañados pilares de la entrada del templo de Aries. Por decisión de la diosa a la que servían, Kiki, el joven aprendiz del lemuriano custodio de aquel templo, permanecía en el orfanato dirigido y fundado por Mitsumasa Kido, el abuelo de Saori. Para aquel pequeño pelirrojo, la pérdida de su querido maestro había sido muy dolorosa e impactante, pensaron que el ambiente que ahora se respiraba en el Santuario, no era óptimo para ese niño, aunque varias eran las ocasiones en las que había demostrado su valor. Así que le habían dejado en aquella institución, hasta que las cosas se calmasen, para que él pequeño aprendiz de Aries estuviese en compañía de otros niños, y un ambiente más feliz y relajado.

 A lo largo del día, solo hicieron una breve parada para comer, otra de las cosas que se les había puesto difícil tras la última guerra, los soldados rasos y sirvientes que antes se ocupaban de las tareas como aprovisionarles o servirles habían desaparecido, algunos habían abandonado la orden desertando, y otros muchos habían renunciado por propia voluntad a sus armaduras y rangos y habían continuado sus vidas en otros lugares y con ocupaciones distintas.

Al estar el Santuario oculto a los ojos de personas normales, eran ellos mismos los que en ocasiones tenían que bajar al pueblo para abastecerse de alimentos y útiles de primera necesidad, lo que conseguía retrasarlos más en las tareas de reconstrucción de los templos dañados.

También tenían un poco difícil el poder bañarse, ya que el suministro de agua estaba cortado en casi todos los templos debido a los grandes desperfectos, así que a aquellos cuatro chicos e incluso a la diosa, no les quedaba más remedio que asearse y lavar sus ropas en un cercano lago de aguas más bien congeladas. Estaban cansados, las heridas sufridas en la última guerra apenas si acababan de cicatrizarles, aún se resentían de los golpes recibidos, y la falta de sueño y la inmensa labor de levantar nuevamente los templos les dejaba más agotados de lo que ya estaban.

Al llegar el atardecer, aprovechando los pocos rayos solares que todavía iluminaban Grecia, pararon con las labores de reconstrucción del templo de Aries y emprendieron la subida por las miles de escaleras que separaban un templo de otro. Casi de mutuo acuerdo, ellos habían adoptado como hogar el séptimo templo, el de Libra, que era uno de los pocos cuyo estado se podía calificar de decente.

Una vez ingresaron en el templo de Dokho, con rapidez, cogieron ropa limpia y utensilios de limpieza junto con algunas toallas, estaban sudados y olían bastante mal, así que en silencio, volvieron a bajar nuevamente el camino que antes habían ascendido, para más o menos una hora después, llegar al lago donde se bañaban y aseaban la ropa sucia.

Tras unos tiritones de frio, provocados por el agua fría de aquel lago, que al único que no afectaban era a Hyoga, se bañaron con algo más de tranquilidad y aprovecharon para lavar las ropas que llevaban puestas aquel día, como siempre, un solicito Shun tuvo que ayudar a Shiryu en la tarea de desenredar su larga y negra cabellera, cosa que provocó que el ambiente se relajase notablemente y empezasen a bromear entre ellos.

Entre bromas alegres, los cuatro chicos terminaron de bañarse y lavar sus ropas, dirigiéndose poco después nuevamente hacia el Santuario donde todos vivían desde que acabase la última guerra, con algún que otro improperio dicho por el del Phoenix, volvieron a subir una vez más las incontables escaleras, adentrándose bastante después nuevamente en el templo de Libra, donde ya les esperaba una sonriente Saori, que ante la dificultad de sus hombres para realizar algo comestible, se encargaba de preparar las comidas.

La cena transcurrió en tranquilidad, con conversaciones vánales que evitaban tocar el tema que realmente les preocupaba, intentaban que los nervios no se les notaran demasiado, pero la idea de que uno de los que habían fallecido regresase a la vida aquella noche los mantenía inquietos, no sabían como afrontar aquella situación.

Alguien iba a resucitar y ellos se verían en la obligación de explicarle al recién llegado, que Zeus les había otorgado el perdón de sus pecados, la oportunidad de una nueva vida tranquila y pacífica, a cambio de resucitar solamente  a catorce de los quince hombres que murieron. Tendrían que avergonzarse al admitir que no sabían quien era el elegido para permanecer en el Olimpo al lado del padre de los dioses, y finalmente, si es que podían, contestar las preguntas que les hiciese un hombre que en esos mismos momentos estaría aprendiendo a respirar de nuevo, que tendría demasiadas preguntas en la cabeza al darle demasiada información de golpe.

Un hombre que con mucha suerte o un milagro, pasaría una semana preguntándose quién sería el segundo resucitado, rezando para que ese segundo hombre fuese su familiar, su amigo, o su ser querido. Para quizás, que al pasar aquellos siete días, solo volviese un compañero de batallas, que aunque querido, no sería el esperado. Y vuelta a empezar nuevamente con aquella rueda infinita que duraría hasta que el catorceavo de los hombres fallecidos fuese resucitado.

Y entonces llegaría la hora de las preguntas, uno habría regresado, pero la pena por la pérdida del otro empañaría de dolor la llegada del primero. Y era cierto que todos iban a perder a un compañero, a un hombre fuerte, valeroso y honorable, pero entre aquellos quince hombres había dos hermanos gemelos, otros dos hermanos que no lo eran, amigos y parejas, que uno de los dos miembros volviese a la vida, y el otro resultase ser el elegido de Zeus, sería un tormento para el resucitado, una pesadilla amarga de la que por desgracia, nunca podría despertar.

Y realmente, a ninguna de las cinco personas que aguardaban la primera llegada les hacia demasiada gracia profundizar en ese tema, era demasiado doloroso, y habían demasiadas posibilidades como para plantearse como correcta una sola de ellas, solo les quedaba esperar en silencio, y rezar para que nadie quedase separado de su persona especial.

Pasaba de la una de la madrugada, estaban los cinco intentando que el tiempo se pasase más rápido, ya no les era tan fácil ocultar los nervios por la inminente llegada del primero de los resucitados. Shiryu intentaba entretener a su diosa con una partida de ajedrez a la que él mismo no prestaba demasiada atención. Shun se concentraba en uno de los libros de la pequeña biblioteca de la que era dueño Dokho de Libra. Ikki y Hyoga, se entretenían con una partida de cartas en las que habían apostado unas cuantas monedas que habían encontrado entre los restos de algunos templos.

De repente, cuando parecía que habían alcanzado un poco de la tranquilidad perdida, sintieron una pequeña sacudida que hizo temblar el suelo, aunque levantaron la cabeza de aquello en lo que habían estado entretenidos hasta ese momento, al no percibir replica alguna de ese pequeño temblor, no le dieron mayor importancia.

Pero unos pocos minutos después, un segundo y más fuerte temblor, provocó que dejasen todo cuanto hacían y se pusiesen en pie, atentos a cada sonido, intercambiando miradas los unos con los otros. Por mero instinto, Shiryu se puso en postura defensiva delante de Atenea, mientras por mera precaución Ikki encendía su cosmos y se vestía con la armadura de bronce que le pertenecía, y que era la que en mejor estado se encontraba , gracias a su poder regenerativo.

Un tercer temblor más grande que los dos anteriores, les hizo tomar la decisión de salir del interior del séptimo templo, quedándose parados en las escaleras que ascendían hasta el templo de Escorpio, unos minutos después. Aunque los temblores persistían, y empezaron a escuchar un agudo sonido, parecido a un silbido, no lograban atisbar señal de peligro alguna, pero no por eso se confiaron.

-se siente un cosmos-dijo finalmente la diosa rompiendo el silencio, concentrando el suyo propio para contactar de alguna manera con el del recién llegado.

-¿Dónde?-preguntó con curiosidad y esperanza el joven de Andrómeda.

-en el templo de Sagitario-afirmó la diosa con una tierna sonrisa tatuada en los labios, y un brillo cálido y agradecido pintado es sus ojos violetas, a pesar de que los temblores persistían y el sonido extraño cada vez se hacía más agudo.

-Saori…¿el cosmos que se siente en el noveno templo……

-es el de Aioros-sentenció la diosa interrumpiendo la frase que segundos antes pronunció un entrecortado Shiryu.

Se sucedieron unos segundos de silencio entre los cuatro caballeros de bronce, que no sabían como tomarse aquella noticia. Por un lado entendían y respetaban que el primero en resucitar fuese el legítimo guardián del templo del arquero. Él había sido el primero en morir, trece años atrás salvando a la diosa a la que todos servían. Era un héroe que no había cometido crimen alguno contra los dioses y que a pesar de ello en ninguna de las ocasiones en las que otro dios había amenazado a la humanidad, había sido devuelto a la vida.

Le debían un respeto a ese caballero de oro, admiración e incluso devoción, además de agradecimiento, ya que incluso después de su muerte, muchas veces eran las que había ayudado en sus combates “ofreciendo” su armadura en beneficio del caballero de Pegaso.

Pero ese era el dilema, el otro hombre que compartía signo zodiacal con Aioros era Seiya, aquel a que los cuatro caballeros de bronce con más ahínco esperaban. Saber que no había sido el primero en ser resucitado, fue para ellos como echarles encima un jarrón de agua bien fría. Sin embargo, se consolaron con la idea de que al caballero de Pegaso, de estar con vida, le hubiese gustado bastante que el primero en volver a la vida fuese el caballero del noveno templo.

Su maestro al fin y al cabo si la suerte les sonreía y Seiya no era el seleccionado para permanecer al lado de Zeus en el Olimpo, su fuente de inspiración y en muchas ocasiones, aunque ninguno de ellos lo había conocido en persona, la figura y recuerdo de Aioros de Sagitario les había hecho recuperar fuerzas perdidas, levantarse a pesar del agotamiento y seguir peleando para defender sus ideales.

Todos sus pensamientos, al igual que los sentimientos encontrados que en aquel instante sentían, fueron relegados a un segundo puesto cuando en la lejanía, y para confirmar las palabras de la diosa, un aura de luz dorada rodeó por completo el noveno templo del Santuario. Aquellos que permanecían pendientes de los temblores y de aquel incesante sonido, alzaron sus vistas en dirección ascendente, observando como el cosmos intenso que acababa de aparecer en el noveno templo, iluminaba por breves instantes las escaleras que lo separaban del decimo y undécimo templo respectivamente.

Aioros de Sagitario había vuelto a la vida tras trece años de ausencia, y aunque la elección fuese respetada y comprensible, aquellos que habían sobrevivido a la última guerra santa, no pudieron evitar el maldecir su propia suerte.

 


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