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Retratos de Vida por Lua

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Notas del capitulo:

¡En el futuro! Milo y Camus cumplen una orden del Patriarca, sin saber que se van a encontrar en el camino...

Estornudó por millonésima vez esa mañana, maldiciendo por lo bajo. Restregó con el dorso de la mano la ya enrojecida nariz, lamentando su suerte.  Había sido entrenado para matar enemigos, salvar diosas en apuros, elevar sus puños al cielo y partir la tierra de una patada, y demás panfernalia que dicha de esa manera sonaba hasta ridícula e idílica… pero ciertamente su entrenamiento no incluía limpiar polvo e inmundicia.

Otro estornudo. ¡Maldita la hora en la que había aceptado la petición de Camus para ordenar la añeja biblioteca de Acuario! Pateó una caja, lleno de frustración, logrando con semejante berrinche levantar más polvo y haciendo que un par de arañas desorientadas treparan por su pie. Las aniquiló de un pisotón.

-Esto es horrible – resopló Milo, con la nariz rojísima goteando y el cabello, de por si enmarañado, lleno de una pelusilla blanca. Se sentó sobre una pila de cajas, y se dedicó a despegar una cintilla de papel que estaba pegada en una de ellas, con gesto cansado y dando un largo suspiro. Camus  le miró desde las alturas,  afianzada una de sus manos a la parte superior de las escaleras movibles un tanto gastadas que había hallado en el interior de la biblioteca, a la par que sacudía con la otra con un trapo uno de los estantes más altos, escudriñando con atención los volúmenes ahí expuestos como buscando algo que le diera pistas sobre lo que quería encontrar. Enarcó una ceja, y dejó ver una media sonrisa, gesto que pocas veces hacia acto de presencia en su normalmente estoico rostro a la luz pública pero que era un tanto común estando él y Milo en soledad. Por desgracia, éste lo interpretó como un mohín de burla por parte del francés y frunció los labios, ofendido.

-Tú quisiste ayudarme, no me vengas a mí con caprichos Milo. Toma – sacó con parsimonia dos gruesos libros empolvados del estante que estaba tratando y se los lanzó al griego, quien a pesar de su enfado los tomó al vuelo con habilidad – esos títulos parecen tener información contable sobre lo que el Patriarca busca. Límpialos y revísalos, si no te molesta – ¡Pues claro que le molestaba! ¡Su nariz, la estúpida risa de un ‘simpático’ Camus, y su maldita biblioteca que no dejaba de soltar polvo! Asió sus mechones azulados, y los lanzó tras sus hombros para que no estorbaran con su lectura. Al menos ya había frutos de lo que sentía era una empresa sin sentido.

-Bonita la hora en la que al Patriarca le dio por conocer la localización de las armaduras en la anterior guerra santa y cuales fueron usadas -  atajo el escorpión, sacudiendo sin mucho éxito la portada de uno de los gruesos volúmenes, ganándose que la pelusilla hiciera de las suyas de nuevo y su nariz se estremeciera otra vez con un nuevo estornudo - ¡JODER! ¡Voy a morirme! Pereceré aquí, solo, entre la inmundicia de tu biblioteca…

-Eres un dramático, Milo. Y deja de maldecir en mi templo, ¿Quieres?

-Me quieres – el francés lo miró de reojo, ligeramente sorprendido por la tranquilidad con la que el aludido le había contestado, y sonrió para sus adentros. Observó las cejas pobladas de su amante fruncirse con concentración tras recuperarse de la nueva estocada que sus pulmones le habían dado, enfocado a estudiar el libro que le había encomendado revisar. Labios gruesos, entreabiertos, emulando las palabras que en griego antiguo eran descifradas por el hombre. Si algo debía reconocerle a Milo era que era muy bueno con las traducciones de ese dialecto.

Y si, no podía negarlo. Le quería. Se atrevería incluso a decir que le amaba, pero no le gustaba dejarle las cosas tan fáciles a ese hombre. No cuando podía saciar su curiosidad experimental de verle luchar por sacarle esas verdades que le decía a medias, expectante de que métodos usaría el escorpión para hacerle romper aquella barrera ya casi imperceptible en su persona, que cuando hacía acto de presencia era a propósito para tentar a Milo en una lucha eterna del gato y el ratón. Una en la que corría, pero gustaba de ser alcanzado a veces.

-Sólo cuando te comportas – puntualizó.

Y Milo hizo caso omiso a la condicionante del francés, muy cansado para replicar. Ya le haría saber qué opinaba al respecto bajo sábanas, seguro de que Camus le disfrutaba tanto cuando se ‘comportaba’, como cuando no. Sobre todo cuando no.

Siguieron así hasta el medio día. Camus haciendo gala de una paciencia envidiable al limpiar, ordenar, acomodar y analizar uno a uno los volúmenes que jamás antes se había animado a tocar de esa lúgubre biblioteca perteneciente a su templo. No era que no gustara de la lectura, muy por el contrario era una de sus actividades favoritas. Pero esa habitación oscura, helada incluso para sí, le clamaba apartarse; como si su dueño anterior le hubiese puesto su marca personal, y Camus no era de los que invadían lo que no era suyo.
Así la sentía. Ese lugar tenía un cosmos antiguo arraigado tan poderoso que no le atañía muy a pesar de ser parte de su templo. Sin embargo, algo le llamaba… algo lejano, perdido en el tiempo clamaba por él, calando muy hondo en su pecho. ¿Melancolía, quizá?

-¿Sabes?, este lugar me causa escalofrío – comentó Milo tras varias horas de silencio, haciendo que el acuariano diera un respingo. Había ya revisado diversos documentos que Camus le iba pasando y analizando otros más que él mismo se encargó de encontrar, haciendo anotaciones, muy a pesar de que su nariz inclemente le instaba a dejarlo por la paz. Se sacudió las manos y le miró - es como si hubiera una energía fuerte, no sabría explicarte… siento como si ya hubiese estado aquí. – Camus sintió un leve estremecimiento al oir esas palabras de boca del hombre.

Sí, el también lo sentía. Como si el lugar le llamara, le hechizara con sus viejas memorias, pero sin saber el motivo y eso le causaba cierto rechazo. Era suya, pero a la vez no. Una parte profunda de su propia esencia, una muy escondida, sentía como propio cada volumen, cada rincón de la habitación que poco a poco iba recuperando su pulcritud original, pero su parte más tangible la desconocía. Le asustaba.

-Lo sé… siento algo parecido – bajó de la escalerilla sin soltarle la mirada, pero al pisar uno de los escalones ya carcomidos por el tiempo se falseó el tobillo, cayendo y trayendo consigo medio estante de libros viejos al querer asirse de la repisa.

-¡Camus!

Milo atinó a reaccionar, colocando su cuerpo bajo el francés, recibiendo el impacto de su cuerpo sobre sus brazos. Pero la avalancha de libros le hizo perder el equilibrio, cayendo ambos al suelo entre un mar de páginas, pergaminos y láminas desordenadas, rancias. Tardaron un par de segundos en reparar en su situación, aturdidos por el fuerte impacto. Y al mirarse a los ojos, comprendieron.

Milo se hallaba extendido en el piso cuan largo era su cuerpo, con Camus sobre él en una posición nada cómoda ni decorosa. Sus antebrazos se hallaban cada uno a los lados de la cabeza de un escorpión turbado por la repentina cercanía, y sus muslos chocaban a cada mínimo movimiento que hicieran. Al querer incorporarse Milo en sus antebrazos, algo adolorido, un roce imprevisto en sus hombrías le hizo desistir, jadeando ambos con sorpresa.

Brilló fuego jade. Era hora de hacer pagar a Camus por su pobre nariz.

-¿Estás bien? – murmuró, chocando a propósito su aliento cálido en la oreja de un Camus que se estremeció al sonido del ronco susurro, bajo, varonil. Le estaba provocando a propósito, y él lo sabía. No era momento para esas cosas, se dijo, pero no pudo evitar sentir una descarga recorrerle el vientre.

-Si… pero no debiste hacer eso Milo, yo solo pude haber… ¡Ngh! – Milo le calló con una mordida en su lóbulo, lanzándole corrientes por todo el cuerpo. Continuó con lametadas cortas sobre uno de los puntos más débiles de su amante - ¡Basta! Debemos terminar el trabajo…

-Tan orgulloso y responsable como siempre, francés ingrato – mustió con picardía el escorpión, alzando un poco sus caderas y rozando la entrepierna de su amante, gimiendo ambos al contacto. Las aguamarinas, antes divididas entre el placer y el deber, eran ya fuego helado ante los soles de jade – vamos, déjate envenenar por el escorpión al menos una vez… mon chéri. – provocó.

Y Camus entendió el juego de Milo. Sonriendo con malicia, y algo desorientado por el repentino giro de la situación, logró tomar las muñecas de un Milo que se contrarió por el cambio de ánimos de Camus, quien rozó con su lengua el arco de la oreja del griego, acorralándolo contra el piso de improvisto. Éste sonrió, extasiado con su hazaña. Lograr encender tan pronto a Camus era ya muy meritorio, e iba a cobrarse con creces su recompensa.

-Mi templo, mis reglas – colocó ambas rodillas a los costados de un expectante escorpión, y acercó amenazadoramente sus labios, intercambiando sus alientos y rozando sus narices. Milo se relamió, excitado.

-Entonces enséñame a jugar tu juego.

Camus mordió el labio superior, sin besarlo, provocándole. Se dedicó a esculpir con su lengua el cuello griego, descubriendo nuevas cavidades que se iban erizando conforme su músculo húmedo hacía mella de esa piel que ardía bajo sí. Contoneó cada milímetro de epidermis deseosa, subiendo suavemente, sin prisas, de una manera que sabía enloquecer al escorpión, para terminar dándole una suave mordida en el arco de la oreja. Milo se extasió.

-¡Ah…! Y yo soy el que debe… comportarse… - masculló al tener la lengua cándida dentro de su cavidad auditiva, a la par que, negándose a ser simple víctima muy a pesar de estarlo disfrutando endemoniadamente, alzó sus caderas una vez más para hacerle notar a su verdugo que tan dispuesto estaba, y las ganas que tenía de demostrárselo. Éste se limitó a soltar su aliento en la oreja del otro, seductor, haciéndolo temblar. No le gustaba dejarle las cosas tan fáciles a Milo, pero definitivamente le estaba costando.

Siguió explorando esas carnes, rozando los labios aventureros por todos los relieves de su faz, escalando sus mejillas que eran volcanes ardientes, probando aquella meseta que era su barbilla, ahogándose hasta el valle de su clavícula, evitando juguetonamente el lago fresco que significaba su boca, dejándolo cada vez más encendido. 
Las pieles chocaban, con telas como moderadoras. Milo disfrutaba de la curiosa exploración de Camus que, al parecer, no tenía prisa por concluir, pero alterándole más a cada momento al verlo descubrirle nuevos puntos erógenos que hasta el mismo ignoraba. Lo estaba tentando, le torturaba, y el griego lo sabía.

Sabía como el francés detestaba dejarle las cosas fáciles, y fingiría seguirle el astuto juego hasta tomarlo desprevenido. Sabía que a él le gustaba así.

Ya los labios de un Camus un tanto confuso por la aparente serenidad del otro, iniciaron una nueva danza al desabotonar la camisa que el guardián del escorpión celeste  portaba para la sucia faena. Éste abrió los ojos con sorpresa, y soltó una carcajada ahogada por lo ronco de su excitada voz. Esa treta la conocía. Él mismo la había aplicado incontables veces.

-¿Y ahora te robas mis trucos, Camus? – acusó con sensualidad, y el aludido se limitó a mirarle por encima del pecho que subía y bajaba acompasadamente, con un botón entre sus dientes y sonrisa de autosuficiencia.

-Algo tenía que aprender de ti – terminó por desabrochar el último botón, dejando el torso labrado totalmente al descubierto. Milo se oyó jadear al tener los labios del acuariano susurrar sobre su ombligo – quien diría que fuese posible… - y le propinó un lametón.

Suficiente. Milo sintió que ya era mucha la altanería por parte de su amante, y haciendo acopio de las fuerzas que su estado le permitían, y usando las piernas como punto de apoyo, se incorporó de improvisto descolocando a un Camus que aún no terminaba su faena, invirtiendo los papeles en cuestión de segundos dejándolo contra el duro suelo. Tan brusco fue el movimiento, que a su derredor volaron varios de los documentos, papeles y demás  que habían caído junto al santo de Acuario elevando polvo a su paso, haciendo que Milo, por qué no, estornudara una vez más. 

Echando demonios por la boca nuevamente, no se percató de la lámina de papel viejo que había caído sobre el rostro de un Camus muy contrariado, hasta que no quiso tomar posesión de sus labios y seguir con la sesión de ese interesante juego que habían pactado en silencio. Ante curioso cuadro, no pudo evitar soltar una suave risa, retirando el papel del rostro del acuariano para descubrir su ceño fruncido por el improvisado intruso. Pero la risa de Milo se paralizó en instantes, cambiando su expresión divertida a una totalmente desconcertada. Se puso pálido, mirando la lámina entre sus manos como si quisiera perforarla con sus orbes jade, incrédulo.

Camus se percató de la expresión de Milo, y se tensó. No era normal que el griego tuviera esa clase de reacción, mucho menos en semejante situación, y sin querer su aura helada se activó, expectante.

-¿Milo?

Viendo que el escorpión no reaccionaba, se incorporó del suelo sentándolo en el piso y colocándose junto a él de rodillas, ya preocupado. El aludido despegó al fin los ojos opacos del papel en cuestión, aparente culpable de su muda histeria, y le miró con terror impregnado en los orbes. Camus le apremió con la mirada.

-Esto… esto es macabro… - masculló, pasándole el objeto del delito con dedos temblorosos – ya hasta las ganas se me quitaron…

Totalmente intrigado, tomó la lámina en sus manos, y posó sus aguamarinas con ansiedad sobre aquello que tanto había alterado al otro hombre.

Sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal.

Era él, con Milo. Pero no solo eso, sino que estaban uno sobre el otro como momentos antes habían estado en la realidad, fuera de ese mundo de líneas de grafito que se entretejían para formar la escena que había protagonizado momentos antes junto a su amante. Las mismas expresiones de placer y picardía, los mismos cuerpos que se tocaban con ansias… solo con una variable. No estaban en el piso, sino sobre el escritorio de la biblioteca.
El dibujo se veía ya envejecido por los años, pero conservaba cierta vida en los trazos que mostraba.

Pasado el impacto inicial, Camus estudió con más detalle la escena plasmada. A pesar de ser los mismos rostros, los mismos cuerpos, las ropas también eran distintas…

Por curiosidad viró el papel desgastado, y halló una inscripción en griego. La leyó en voz alta, con algo de descompostura, ante los ojos aun turbados de Milo.

-‘Kardia y Dégel’... firma… – frunció el ceño, esforzándose por entender mejor el tosco garabato – Defteros.

Algo se revolvió en el interior de ambos santos con aquellas palabras. Profundo, en el mismo sitio donde sentían conocida pero a la vez ajena esa habitación lóbrega que los envolvía con su aura llena de misterios. Milo entonces le arrebató el papel, y escudriño los garabatos. Le miró a los ojos.

-No se tu, pero esto me está dando mucho repelús, Camus  - sentenció, metiendo finalmente la hoja tras varios volúmenes en un estante bajo, como escondiendo el dibujo cual objeto maldito. A Camus se le había secado la garganta. Esos nombres, le sonaban…

-Milo… Kardia y Dégel… - tragó grueso. Tanta casualidad junta le conmocionaba. Ofuscado, se aclaró la garganta – Kardia de Escorpio y Dégel de… de Acuario, eran los antiguos guardianes de nuestras respectivas casas. – Milo abrió mucho los ojos – Yo… lo leí en los archivos.

Un silencio pesado, incómodo, se hizo presente en el lugar. Pasaron así varios minutos, hasta que Milo atinó a susurrar.

-¿Podemos acabar esto de las armaduras otro día? – Camus le miró, y vio súplica en sus ojos – ¿Por favor?

A pesar de su turbación por tan bizarra revelación, el guardián de Acuario no pudo evitar esbozar una media sonrisa. Hasta Milo podía ser adorable a veces.

-Sólo por esta vez – aceptó.

Y salieron del lugar, con un palpitar pesado en sus pechos, pero muy dentro de si con la certeza latente de pertenecer a ese lugar  desde tiempos muy lejanos e inmemorables.

FIN

Notas finales:

Me gusto mucho escribir esta historia, sobre todo a los respectivos Milo y Kardia :) siempre me he identificado un poco con el escorpión por su manera tan elocuente de ser, y es que es adorable xD

¡Espero les haya gustado el final! parecería el último cap de terror, pero si leiste el primero seguro te vas a reir como yo xD jojojo!

¡Agradezco sus reviews! me alimentan y me motivan a escribir mas :)


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