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La historia no contada por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen, sino a su autora J. K. Rowling, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: SiriusxOC, Harryx¿? (por el momento)

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, semi AU, Lemon, fantasía, gore, tortura y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

 

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La historia no contada

 

 

 

Capítulo 03.- A la escuela

 

 

 

Quetzalcóatl había prohibido los sacrificios humanos, tanto en el mundo muggle como en el mágico; sin embargo, en el actual México, se siguieron haciendo después de la partida del dios, no así en Tollan, pero aún en este reino, los dioses tenían derecho a un sacrificio humano al año, o en fechas especiales.

 

Tonalli y sus hijos se encontraban en el templo situado en la cima de la montaña Huixachtécatl*; acompañados de tres hombres, vestían de negro y sus tilmatli* estaban adornados con calaveras y vísceras. Usaban el pelo largo y trenzado, y de estas trenzas colgaban coágulos de sangre. Las ropas ceremoniales de los sacerdotes eran repulsivos; especialmente para una civilización extremadamente limpia (1); pero era un sacrificio que aquellos hombres estaban dispuestos a hacer para agradar a sus dioses.

 

—¿Ya están listos para la ceremonia? —dijo Tonalli, como el tlatoani, era su deber y responsabilidad asegurarse que los rituales fuesen con todo el boato que los dioses merecían.

—Sí, tlatoani —respondió el sumo sacerdote.

 

Ese día era la fecha más importante del calendario; se daba cada 52 años, lapso en que se cumplía un ciclo de vida del mundo. Para esto, los sacerdotes debían asegurar la continuidad de la vida preparando un nuevo ciclo de 52 años. En la cumbre de la montaña Huixachtécatl  se realizaban varios sacrificios humanos, en los cuales los sacerdotes encendían el fuego del nuevo período sobre los cuerpos de las víctimas.

 

Afuera, se encontraban un grupo de personas arrodilladas; sus cuerpos estaban pintados de un tono azul y usaban ropas y joyas destinadas a la realeza. Los sacrificios que ese día se les ofrecerían a los dioses.

 

Harry observó a los tributos; jóvenes que apenas eran unos cuantos años mayores a él y a su hermano. Por el rabillo del ojo examinó a los sacerdotes e hizo una leve mueca de asco; no comprendía como unos seres tan repugnantes pudieran ser tan importantes para Tollan; tan respetados por su padre.

 

La ceremonia dio inicio; Harry vio como uno a uno de los jóvenes eran sacrificados. Uno de los sacerdotes se acercó a Tonalli, sostenía un corazón aún palpitante. El tlatoani tomó el órgano, manchándose con la sangre fresca y tibia; lentamente fue acercándolo hasta sus labios y le dio una mordida, saboreándolo. El resto se lo dio a su hijo mayor, quien hizo lo mismo que su padre para luego ser él quien lo pasara a Harry.

 

Los sacerdotes apilaron los cuerpos de los sacrificados y procedieron a encender una fogata con ellos.

 

Los sacrificios dieron paso a la fiesta; en todo Tollan. Harry se encontraba en su habitación descansando; el sabor a sangre y tejido humano, aún estaba en su boca; no es que fuera la primera vez que lo degustaba, pero sí la primera que lo hacía con algo tan… fresco.

 

—Yoltic —lo llamó Iktan desde la entrada. —¿Ya te sientes mejor? —Harry asintió con la cabeza, las nauseas aún persistían pero no tanto como en un principio.

—¿Y tú? —su hermano se encogió de hombros.

—Igual, supongo —Harry miró a su hermano, estaba preocupado de que su padre estuviese enojado con ellos por mostrar debilidad frente a los sacerdotes.

 

Los dos permanecieron en silencio; Harry se levantó para acercarse a su hermano, era momento en que los dos se reunieran con su padre, si es que no querían hacerlo enojar más de lo que seguramente ya estaba.

 

Ambos hermanos se dirigieron al gran salón, donde Tonalli, los nobles y sacerdotes (ya aseados y usando ostentosos tocados y joyas), pero lo que llamó la atención de los dos príncipes fue un hombre alto (tanto que los presentes lucían como niños a su lado) y barbudo. Harry e Iktan se miraron entre sí, ¿Qué podría estar haciendo un extranjero en palacio? Lo que más les resultaba extraño, es que el hombre estuviera sentado junto al Tlatoani, ambos hablando en un idioma que Tonalli se había empeñado en que aprendieran.

 

Tonalli, al percatarse de la presencia de sus hijos; se levanto, indicándole a sus hijos que se acercaran. Los nobles y sacerdotes imitaron a su tlatoani, mostrando sus respetos a los príncipes.

 

—Permítanme presentarles a un viejo amigo: Rubeus Hagrid —dijo Tonalli y el aludido extendió la mano a los dos jóvenes.

 

Ni Harry, ni Iktan respondieron el saludo; como príncipes, se les había inculcado que ninguna persona tenía derecho a tocarlos.

 

Hagrid se sintió algo incomodo; aunque no podía ocultar lo feliz que estaba de ver a Harry, lo contemplo con cuidado. El joven Potter estaba desnudo de la cintura para arriba, aunque cubierta parcialmente con una capa de manta color azul, símbolo de la realeza. Sus antebrazos estaban adornados con gruesos brazaletes de jade y oro.

 

—Rubeus es un viejo amigo; él será quien los lleve a Hogwarts el próximo año —dijo Tonalli.

—Bienvenido a Tolla. Soy Iktan, primer príncipe.

—Yoltic —dijo Harry escueto, la mirada del enorme hombre, le incomodaba; por lo que se alejó para sentarse junto a una mujer vestida con ropajes en tonos azules.

 

Hagrid contemplo a Harry; Tollani había hecho un estupendo trabajo criándolo. Muy a pesar de lo que Dumbledore creía, el joven Potter creció para convertirse en un joven fuerte y orgulloso; era obvio no había podido tener un mejor padre.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

El tiempo pasó volando y en menos de lo que pensaban. Hagrid solía visitarlos seguido y pasaba días, semanas o hasta meses con ellos. Tanto que Iktan comenzaba a sospechar que ese hombre era su otro padre.

 

Hagrid llegó el día del cumpleaños número once de Harry; traía regalos  para ambos hermanos, pero también, una sorpresa especial.

 

Las celebraciones, estaban en su máximo; los magos y brujas, bailaban en la gran plazuela al compas de la música. Los alebrijes* realizaban trucos a la orden de sus entrenadores; la comida y la bebida era abundante. Hagrid estaba impresionado, no había visto una celebración así (ni siquiera cuando Voldemort fue derrotado). Tollan si que sabía “tirar la casa por la ventana”.

 

—Aquí tienen —les dijo Hagrid a Harry e Iktan, entregándoles un sobre a cada uno. Los tres se encontraban en la habitación del príncipe menor. Ambos hermanos tomaron lo que se les ofrecía. Fue Iktan el que sacó su carta y leyó en voz alta:

 

 

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA

Director: Albus Dumbledore

(Orden de Merlín, Primera Clase,

Gran Hechicero, Jefe de Magos,

Jefe Supremo, Confederación Internacional de Magos).

 

Querido señor Quetzalcóatl:

 

Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.

Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.

 

Muy cordialmente, Minerva McGonagall

Directora adjunta

 

Iktan miró a su hermano y ambos a Hagrid.

 

—¿Es de esto de lo que nos habló? —preguntó el mayor señalando la carta. No se le veía muy emocionado (aunque lo estaba).

Hagrid carraspeo, asintiendo con la cabeza. Aún se sentía incomodo cuando esos dos actuaban de manera tan fría.

 

—Veo que ya les has dado sus cartas —dijo Tonalli, quien entró a la habitación (para alivio de Hagrid) —, que bien; partiremos mañana —dio la vuelta para irse por donde llegó, pero se detuvo y miró de reojo al gigante. —Rubeus, si fueras tan amable de enviar una lechuza, confirmando la asistencia de mis hijos —agregó y se fue.

 

 

Como era de esperarse, los nobles y sacerdotes se negaron a que la familia real fuera a Inglaterra; sin embargo, a Tonalli poco le importó lo que ellos pensaran y al día siguiente del cumpleaños de Harry; salieron fuera del país.

 

Harry e Iktan se sentían incómodos con las ropas extranjeras; acostumbrados a los la escasa ropa, como estaban; sentían que los pantalones, las camisas, los calcetines y los zapatos los asfixiaban.

 

Se quedarían en el Caldero Chorrean. Harry e Iktan estaban emocionados; su padre les había contado muchas historias de su época de Hogwarts y muchas de ellas comenzaban en ese lugar.

 

Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado; Harry e Iktan hicieron una mueca de desagrado.

Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron. Todos parecían conocer a Hagrid. Lo saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:

 

—¿Lo de siempre, Hagrid?

—No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Hagrid, poniendo la mano en el hombro de Harry e Iktan y obligándoles a doblar las rodillas.

—Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry—. ¿Es éste... puede ser...?

El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.

—Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter... todo un honor.

Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.

—Bienvenido, Harry, bienvenido.

 

Harry estuvo a punto de responder que su nombre ya no era Harry y que no lo volviera a llamar así, pero de un momento a otro se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Harry se encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.

 

—Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya conocido.

—Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.

—Siempre quise estrechar tu mano... estoy muy complacido.

—Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.

—Suficiente de eso —dijo Iktan interponiéndose entre su hermano y sus acosadores. —Su nombre es Yoltic Quetzalcóatl, príncipe de Tollan.

 

Los presentes observaron confundidos a ambos niños. Tonalli sonrió al ver como Iktan protegía a su hermano.

 

—Caballero, damas… les pido de la manera más atenta que dejen en paz a mis hijos. No querrán que les arranquen el corazón —comentó en un tono que los presentes no sabían si bromeaba o lo decía enserio.

 

Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo. Tonalli lo contempló un momento, desconfiado.

 

—¡Profesor Quirrell! —dijo Hagrid—. Chicos, el profesor Quirrell les dará clases en Hogwarts.

—P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano de Harry. Los dos hermanos rodaron los ojos—. Nno pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.

—¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?

—D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el profesor Quirrell, como si no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, P-Potter? —Soltó una risa nerviosa—. Están reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que buscar otro l-libro de va-vampiros. —Pareció aterrorizado ante la simple mención. Pero los demás, no permitieron que el profesor Quirrell acaparara a Harry. Éste por fin pudo despedirse de ellos cuando su hermano les dio su más fiera mirada, asustándolos. Al fin, Hagrid se hizo oír.

 

—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, chicos.

 

El gigante se los llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura, contó los ladrillos de la pared, para después hacerlos retroceder y tocar el muro con su sombrilla.

 

El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

 

—Bienvenidos —dijo Hagrid— al callejón Diagon.

—Este lugar no ha cambiado nada desde la última vez que vine —dijo Tonalli cruzándose de brazos. Sin darse cuenta, recordó sus días en Hogwarts, junto a los merodeadores, junto a…

—Padre —Harry se había sorprendido al notar una sonrisa en el serio Tonalli. El tlatoani lo miró, recuperando su estoico semblante.

—Hagrid. Yo me encargaré de ellos. Tú tienes una misión que realizar —el gigante quiso protestar, pero Tonalli no se lo permitió. —Yo me encargaré de mis hijos. La bóveda de los Potter no será abierta hasta que Yoltic lo desee.

 

Hagrid terminó por aceptar, no por nada, Tonalli había ido a Slytherin y era un experto manipulador. Ya solos, llevó a sus hijos ha “Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones.”

 

Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva. Al ver a Tonalli, se acercó inmediatamente a él.

 

—Tonalli, cariño, no te había visto desde tu boda con….

—Eh, si —la cortó. —Mis hijos entraran a Hogwarts y necesitan túnicas, las mejores que tenga.

—Por supuesto, lo mejor para chicos tan guapos.

 

Tonalli dejó a sus hijos con la mujer mientras él daba una vuelta por la tienda. En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin puso a Harry e Iktan en un escabel a cada lado del joven.

 

—Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?

—Sí —respondió Harry.

—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico. Tenía voz de aburrido y arrastraba las palabras—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi padre hasta que me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.

 

—¿Ustedes tienen escoba propia? —continuó el muchacho.

—No —dijo Iktan comenzando a molestarse con el niño.

—¿Juegas al menos al quidditch?

—No —respondieron los hermanos al mismo tiempo, preguntándose qué diablos sería el quidditch.

—Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya saben en qué casa vas a estar?

—No—dijo Harry, sintiéndose cada vez más tonto. Iktan rodó los ojos, comenzando a sentir un terrible dolor de cabeza.

—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo sé que seré de Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en Hufflepuff? Yo creo que me iría, ¿no les parece?

—Mmm —en realidad, ninguno de los dos le estaba poniendo mucha atención; estaban más concentrados en observar a las brujas que trabajaban en sus túnicas.

—¿Dónde están sus padres?

—Nuestro padre está viendo la tienda —respondió Harry, señalando a Tonalli quien se probaba algunas túnicas de alta costura.

—¿Y su madre?

—No tenemos madre —respondió Iktan de mala gana.

—Lo siento, pero, ¿era de nuestra clase?

—Nuestro otro padre era mago, si a eso te refieres —el niño se sorprendió, no era común escuchar de hijos de dos varones. Los miró admirado.

—Increíble —dijo. —A propósito, ¿Cuál es su apellido?

 

Pero antes de que cualquiera de los dos hermanos pudiera contestar, Madame Malkin dijo:

 

—Ya está listos los tuyos, guapos.

 

Ambos hermanos agradecieron a los dioses por eso y se alejaron con paso altivo y orgulloso.

 

Tonalli los llevó a comer un helado, pues era uno de los postres favoritos de los niños cada vez que iban al México muggle.

 

—¿Qué sucede? —preguntó Tonalli al darse cuenta que sus dos hijos estaban distraídos.

—Nada —mintió Harry. Tonalli entrecerró los ojos pero no preguntó más, esperaría que a que ellos se sintieran listos.

Después de comer los helados, fuero a comprar pergaminos y plumas.  Cuando salieron de la tienda, Harry preguntó:

 

—Padre, ¿qué es el quidditch? —Tonalli lo miró de reojo antes de responder.

—Es un deporte. Como nuestro juego de pelota, todos aquí lo siguen. Se juega en el aire, con escobas. Es difícil explicarle las reglas sin enseñarles algún partido.

—¿Te importaría si quedamos en otra casa que no sea Slytherin? —fue el turno de Iktan de preguntar.

—No importa a que casa vayan. Estaré orgulloso de los dos.

—¿Aún si quedamos en Gryffindor? —Tonalli miró a sus hijos, les acarició las cabezas; recordaba las innumerables noches que los dormía contándole historias de sus días en Hogwarts.

—El idiota de su padre era un Gryffindor; un tonto, pero valiente. Así que no importa en qué casa queden, siempre estaré orgulloso de los dos.

 

Los dos sonrieron antes de abrazar a su padre, no estaban en Tollan, por lo que no les importaba ocultar sus sentimientos. Compraron los libros en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de volúmenes hasta el techo. Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas.

 

Al final, sólo faltaba comprar las varitas. Hagrid los había dejado solos con la condición de que le permitieran regalarles una lechuza a cada uno, como obsequio de cumpleaños, por lo que no se preocuparon por comprarlas.

 

Llegaron a Ollivander’s. Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha. Harry e Iktan no deseaban tener varitas, a ellos les hubiese gustado tener los objetos que los magos y brujas usaban en Tollan, no un “palito” que se podía romper fácilmente.

 

—Buenas tardes —dijo una voz amable. Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.

—Hola —dijo Harry.

—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Harry Potter. —No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu madre. Parece que fue ayer el día en que ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.

 

El señor Ollivander se acercó a Harry, Iktan hizo el intento por interponerse pero su padre se lo impidió.

 

—Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones. Bueno, he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.

Harry miró a Tonalli pensando que era de él dé quien hablaba el hombre. El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo dedo blanco.

 

—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las  manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo...

 

Negó con la cabeza y entonces, fijo la mirada en Tonalli.

 

—¡Tonalli! ¡Tonalli Quetzalcóatl, príncipe del místico Tollan! Me alegro de verlo otra vez... Endrino, treinta y seis centímetros y medio, flexible... ¿Era así?

—Así era, sí, señor —dijo Tonalli cruzándose de brazos y sonriendo.

—Buena varita. Poderosa y leal —dijo el señor Ollivander. Tonalli asintió con la cabeza.

—Ahora mis hijos han venido por la suya.

—Mmm —dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada inquisidora a los dos niños—. Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo sostienen la varita?

—Eh... bien, soy diestro e Iktan zurdo —respondió Harry.

—Extiendan su brazo. Eso es. —Midió a los dos del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de la cabeza. Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago.

—No es necesario que les explique todo eso. Ya lo saben —dijo Tonalli en tono cansado. Ollivander miró de reojo al tlatoani, mientras comenzaba a rebuscar entre los estantes. La cinta seguía midiendo sola.

—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Harry, ti primero. Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Tómala y agítala.

 

Harry tomó la varita y  la agitó a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.

—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba...

 

Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor Ollivander se la quitó.

—No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.

 

Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.

—Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.

 

Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estalló en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes. Hagrid lo vitoreó y aplaudió y el señor Ollivander dijo:

 

—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso...

Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar, todavía murmurando.

—Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?

 

El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.

 

—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.

 

Harry tragó, sin poder hablar.

 

—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas.

—Yoltic, mi nombre es Yoltic —dijo sin inmutarse por lo que el hombre acababa de decir.

—Ahora, me toca a mí —el señor Ollivander se sorprendió por la frialdad en que ambos niños.

 

Con Iktan, también demoró un poco, pero al final, encontró su varita: Tejo, flexible, nervio de dragón, treinta y seis centímetros.

 

Pagaron por su varita y el señor Ollivander los acompañó hasta la puerta de su tienda.

 

Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Hagrid se les unió cargando dos jaulas con una lechuza blanca y otra marrón y emprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío. Los niños no hablaron  mientras salían a la calle y ni siquiera notaron la cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el metro, cargados con paquetes de formas raras y con las lechuzas dormidas.

 

 

 

 

 

Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington

 

—Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren —dijo Hagrid. —Vayamos por algo para comer, ¿les parece? —la familia real asintió con la cabeza.

 

Hagrid les compró hamburguesas y se sentaron a comer en unas sillas de plástico. Los príncipes miraron su comida con cara de asco, Yoltic, incluso, picó la suya como esterando que ésta se escapara de su plato.

—¿Están bien, Harry? Te veo muy silencioso —dijo Hagrid.

—Todos me llaman Harry, pero ese ya no es mi nombre. Soy Yoltic, segundo príncipe de Tollan —dijo finalmente—. Toda mi vida he sido Yoltic; no me siento ése Harry Potter.

—Yoltic. Un nombre te dice qué eres, más no quién eres —dijo Tonalli antes de darle un sorbo a su refresco. —Nuestros ancestros fueron grandes, no por el nombre que ostentaban, si no por su valía. Eso, hijos míos, es lo que realmente debe importarles, no un simple nombre.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: “Expreso de Hogwarts, 11 h”. Los dos príncipes miraron hacia atrás y vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras “Andén Nueve y Tres Cuartos”.

El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud, mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles.

Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar.

 

—Padre, sé que tú y papá fueron a Hogwarts y que desde pequeños, Yoltic y yo, soñábamos, pero… —Iktan miró a Tonalli con una mezcla de molestia y aburrimiento. —¿En verdad debemos ir? Hogwarts es como cualquier otro colegio de magia; dudo que pueda compararse a Tezcatlipoca*.

—Es verdad, padre. Preferiríamos estar en casa que aquí.

 

Tonalli miró a sus hijos con el ceño fruncido, ocasionando un estremecimiento en ambos niños que agradecieron encontrarse en un lugar tan concurrido (de otra manera, su padre les habría lanzado un crucio).

 

—¿Me están diciendo, que ustedes, príncipes de Tollan, tienen miedo? —preguntó mientras se recargaba en el carrito de Harry. Los dos niños se miraron entre sí; un escalofrió les recorrió la columna. Tonalli los observaba con tal frialdad, que parecía que en cualquier momento los mataría. —Me decepcionan. Creí haberlos educado como guerreros, pero resulta que son simples basuras, ¿quieren regresar a Tollan con la cola entre las patas? Bien, pero olvídense que tienen padre. Yo de ninguna manera, tendría hijos inútiles que…

—No es por eso, padre —le cortó Harry haciendo acopio de lo que todo el valor que tenía. Estaba consciente de lo peligroso que podía ser Tonalli; ya en una ocasión los había castigado por haberlo decepcionado al no haber podido matar a un enemigo. Harry aún recordaba el terrible sufrimiento que experimentaron por más de una semana, hasta que fueron capaces cumplir con las órdenes de su padre. —La culpa es mía, padre; yo no deseo ir a Hogwarts porque no quiero que sigan llamándome Harry.

 

Tonalli dio un largo suspiro; trataba de contenerse lo mejor que podía para no castigar a sus hijos.

 

—Ya te he dicho que un nombre no es importante —el tono de voz era tan frío que los dos jóvenes pensaban que en cualquier momento los atacaría. —Si esa es la razón por la que no quieren ir a Hogwarts, entonces…

—Padre, con todo respeto, Yoltic tiene derecho a decidir no ir, si no quiere —Tonalli suspiró pesadamente.

—Les propongo algo, van a Hogwarts sin chistas y yo no los desheredo ni los envió a los calabozos, ser esclavos o para ser sacrificados –dependiendo de mi estado de humor –, ¿les parece?

 

Ambos retrocedieron un paso.

 

—¿Y si nos dices quien es nuestro otro padre? Por una información como esa, estoy dispuesto a ir —dijo Iktan cruzándose de brazos, ocultando bien el terror que sentía en ese momento.

—Estoy con mi hermano.

 

Tonalli lo medito un momento antes de contestar:

 

—Este es el trato, van a Hogwarts y no los mato; se vuelven estudiantes modelo, no hacen que reciba ninguna lechuza informándome de su mal comportamiento y al final del año, les confesaré quien es su otro padre, ¿de acuerdo?

 

Harry e Iktan sabían que era la mejor oferta que podrían recibir de Tonalli, así que sin más, terminaron aceptando.

Subieron al tren, anduvieron por los pasillos hasta que encontraron una cabida desocupada; acomodaron sus cosas y se sentaron. El tren comenzó a moverse y vieron su padre despedirlos con un movimiento de mano antes de dar la media vuelta y perderse entre la multitud.

 

—Bueno, al menos lo intentamos —dijo Iktan encogiéndose de hombros, Harry asintió con la cabeza. Se acomodó mejor en el asiento.

—Al menos conseguimos algo bueno. —Iktan asintió con la cabeza.

 

La puerta del compartimiento se abrió y un pelirrojo entró.

 

—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a los hermanos—. Todos los demás vagones están llenos.

Harry negó con la cabeza y el muchacho se sentó. Lanzó una mirada a los hermanos.

 

—¿Es que tenemos algo en el rostro? —preguntó Iktan de mala gana. El pelirrojo se encogió en su lugar.

—Disculpa, ¿Eres Harry Potter? —preguntó el niño mirando a Yoltic quien bufó molesto.

—No. Me llamó Yoltic.

—Pero, tienes la cicatriz en la frente…

—Deje de ser Potter desde que era un bebé y te pediré que no me llames así, ¿bien? —el pelirrojo asintió con la cabeza, poniéndose nervioso por la mirada fría que Harry le dedicaba.

—Me llamó Ron, ¿y ustedes? —preguntó para tratar de cambiar el tema.

—Soy Iktan y él es mi hermano Yoltic —respondió el mayor con cierto aburrimiento. Ron parpadeó un par de veces, esos nombres le resultaban muy extraños. El pelirrojo contempló a los dos hermanos; Iktan, era de piel morena, pero de un tono que no había visto antes, cabellos negros y ojos grises, mientras que Harry era de tez clara y ojos verdes, además de que usaba lentes.

—¿Son extranjeros?

—Somos de Tollan —respondió Harry. Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba dormida. Ambos hermanos observaron al roedor.

—Se llama Scabbers y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Percy, papá le regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían comp... quiero decir, por eso me dieron a Scabbers.

 

Las orejas de Ron enrojecieron. Parecía pensar que había hablado demasiado, porque otra vez miró por la ventanilla. Ninguno de los hermanos creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza. Después de todo, había personas que no tenían la fortuna de tener el dinero necesario ni para comer decentemente.

 

—Tu rata es interesante. Padre nunca nos dejaría tener algo así —dijo Iktan para hacer sentir mejor al pelirrojo. Harry miró a su hermano sorprendido, el mayor no era de los que le importaran los extraños.

 

Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.

A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer sonriente, se asomó y les dijo:

—¿Quieren  algo del carrito, guapos?

 

Iktan se levantó con la elegancia de un príncipe; ni él, ni Harry habían desayunado, pero las orejas de Ron se pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos. Amos hermanos salieron al pasillo.

Los dos tenían antojo de pan dulce. Pero la mujer no tenía. En cambio, tenía Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores, chicle, ranas de chocolate, empanada de calabaza, pasteles de caldero, varitas de regaliz y otra cantidad de cosas extrañas que ninguno de los dos no había visto en su vida. Como ambos tenían curiosidad, decidieron comprar de todo. Ron lo miraba asombrado, mientras los dos hermanos depositaban sus compras entre los dos y lo que no cabían, lo dejaron en el suelo, en una esquina, sobre una manta que Iktan había traído por si les daba frío, pues no estaban acostumbrados al clima del país.

—Tenían hambre, ¿verdad?

—Muchísima —dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de calabaza.

 

Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó uno y dijo:

 

—Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.

—Te la cambio por uno de éstos —dijo Iktan, alcanzándole un pastel.

—No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo —añadió rápidamente—... Ya sabes, con nosotros cinco.

—¿Carne seca? A mí me gusta, especialmente la tlakanakatl* —dijo Harry, Iktan asintió con la cabeza dándole la razón a su hermano. Ron los miró confundido pero no preguntó.

 

Después de un rato, los tres se encontraron comiendo lo que los hermanos habían comprado.

 

—¿Qué son éstos? —preguntó Harry a Ron, cogiendo un envase de ranas de chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?—Comenzaba a sentir que nada podía sorprenderlo.

—No —dijo Ron—. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta Agripa.

—¿Qué?

—Oh, supongo que en su país no hay de estas. Las ranas de chocolate llevan cromos, ya saben, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.

—Entonces es como los alebrijes de dulce —comentó Iktan mirando la rana, aun envuelta

 

Harry desenvolvió su rana de chocolate y sacó el cromo. En él estaba impreso el rostro de un hombre. Llevaba gafas de media luna, tenía una nariz larga y encorvada, cabello plateado suelto, barba y bigotes. Debajo de la foto estaba el nombre: Albus Dumbledore.

 

—Es el hombre que visito a padre hace un par de años —dijo Harry. Iktan le quitó el cromo y asintió con la cabeza.

—Es cierto. No pensé que fuera famoso —comentó el mayor con desinteres.

—¡No me digan que nunca habían oído hablar de Dumbledore! —dijo Ron—. ¿Puedo servirme una rana? Podría encontrar a Agripa... Gracias...

—A Tollan no le interesa mucho los magos o brujas famosos de otros países —dijo Iktan mientras le daba vuelta a la tarjeta y leyó:

 

Albus Dumbledore, actualmente director de Hogwarts. Considerado por casi todo el mundo Como el más grande mago del tiempo presente, Dumbledore es particularmente famoso por derrotar al mago tenebroso Grindelwald en 1945, por el descubrimiento de las doce aplicaciones de la sangre de dragón, y por su trabajo en alquimia con su compañero Nicolás Flamel. El profesor Dumbledore es aficionado a la música de cámara y a los bolos.

 

Terminaron las ranas y siguieron con una bolsa de grageas de todos los sabores.

 

—Tienen que tener cuidado con ésas —les previno Ron—. Cuando dice “todos los sabores”, es eso lo que quiere decir. Ya sabes, tienes todos los comunes, como chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas, hígado y callos. George dice que una vez encontró una con sabor a duende.

 

Ron eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito.

—Puaj... ¿Ven? Coles.

 

Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Harry encontró tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café, sardinas y fue lo bastante valiente para morder la punta de una gris, que Ron no quiso tocar y resultó ser pimienta. Mientras que a Iktan le tocó fresa, chocolate, vainilla, pescado crudo, pulque y jamaica.

 

En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro.

Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho de cara redonda. Parecía muy afligido.

 

—Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no habréis visto un sapo?

Cuando los tres negaron con la cabeza, gimió.

—¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!

—Ya aparecerá —dijo Harry.

—Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la ven...

Se fue.

 

—No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera traído un sapo lo habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he traído a Scabbers, así que no puedo hablar.

 

La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.

 

—Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Ron con disgusto—. Ayer traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Se los voy a enseñar, miren...

 

Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba astillada y, en la punta, brillaba algo blanco. Acababa de tomar la varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado el chico del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la túnica de Hogwarts.

 

—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona, mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.

—Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo escuchaba. Estaba mirando la varita que tenía en la mano.

—Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.

Se sentó. Ron pareció desconcertado. Iktan y Harry la miraron con mala cara por lo maleducada que les parecía la chica.

—Eh... de acuerdo. —dijo Ron. Se aclaró la garganta—.Rayo de sol, margaritas, vuelve amarilla a esta tonta ratita.

 

Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers siguió durmiendo, tan gris como siempre.

 

—¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —preguntó la niña—. Bueno, no es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para practicar, y funcionaron. Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, espero que eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger. ¿Y ustedes quiénes son?

 

Dijo todo aquello muy rápidamente.

 

Harry miró a Iktan y éste dijo unas palabras en náhuatl  que sólo su hermano, por su cercanía escuchó.

 

—Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.

—Yoltic Quetzalcóatl, el es mi hermano Iktan —dijo Harry.

—Tú nombre no es Yoltic, es Harry Potter, ¿no es así? ¿Has venido de encubierto?  —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX.

—Te agradecería que no vuelvas a llamarme por ese nombre. Me llamo Yoltic y se acabó —dijo Harry, enojado. Hermione se sintió un poco intimidada y decidió cambiar un poco el tema.

—¿Saben a qué casa van a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo de Neville. Y ustedes tres deberían cambiarse ya, vamos a llegar pronto.

 

Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.

 

—Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté —dijo Ron. Los dos hermanos asintieron con la cabeza —. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo George. Seguro que era falso.

—¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry.

—Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y papá también estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan mala, pero imaginen si me ponen en Slytherin.

—No veo qué hay de malo. Padre fue a Slythrerin  —dijo Iktan encogiéndose de hombros y Ron hizo mala cara.

—¿Enserio? —dijo Ron sorprendido. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado.

—¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Scabbers están un poco más

claras —dijo Harry, tratando de apartar la mente de Ron del tema de las casas—. Y, a propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?

—Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose de asuntos para Gringotts —explicó Ron—. ¿Se enteraron de lo que pasó en Gringotts? Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo reciban: trataron de robar en una cámara de alta seguridad.

Harry se sorprendió e Iktan levantó una ceja.

—¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?

—Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi padre dice que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts, pero lo que es raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-ustedes-saben esté detrás de ello.

 

Iktan miró a su hermano quien en esos momentos se acariciaba la cicatriz en forma de rayo que tenía en la frente; suspiró.

 

—¿Cuál es su equipo de quidditch? —preguntó Ron.

—Eh... no conocemos ninguno —confesó Harry.

—¿Cómo? —Ron pareció atónito

—En nuestro país no se juega —explicó Iktan.

—Oh, ya verán, es el mejor juego del mundo... —Y se dedicó a explicarles todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando los mejores puntos del juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.

 

Entraron tres muchachos, y los hermanos reconocieron de inmediato al del medio: era el chico pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.

 

—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está en este compartimento. Así que eres tú, ¿no? —ambos hermanos comenzaban a sentir un fuerte dolor de cabeza.

—¿Cuántas veces debo decirles que ese ya no es mi nombre? —respondió Harry molesto —Me llamó Yoltic Quetzalcóatl.

Iktan observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido, parecían guardaespaldas.

 

—Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con despreocupación, al darse cuenta de que Iktan los miraba—. Y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy.

 

Ron dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una risita. Draco lo miró.

 

—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres. Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los que pueden mantener.

 

Se volvió hacia Harry.

 

—Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte en eso.

 

Extendió la mano, para estrechar la de Harry; pero Harry no la aceptó.

 

—¿Y cuál es esa clase… indebida, según usted, Sr. Malfoy? —preguntó Iktan interponiéndose entre su hermano y el rubio.

—Aquellas que no están a nuestra altura —respondió Draco frunciendo el ceño.

—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los que están a mi altura, gracias —dijo con frialdad.

 

Draco Malfoy no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas.

 

—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter —dijo con calma—. A menos que seas un poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos tampoco sabían lo que era bueno para ellos. Tú sigue con gentuza como los Weasley y terminarás como ellos.

 

Harry y Ron se levantaron al mismo tiempo. El rostro de Ron estaba tan rojo como su pelo.

—Repite eso —dijo.

—Oh, van a pelear con nosotros, ¿eh? —se burló Malfoy.

—Si no se van ahora mismo... —dijo Harry, con la adrenalina al tope, porque Crabbe y Goyle eran mucho más fuertes que ellos y eso le hacía recordar las veces que su padre lo hacía pelear contra un jaguar con sólo una daga de pedernal.

—Pero nosotros no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, muchachos? Nos hemos comido todo lo que llevábamos y ustedes  parece que todavía tienen algo. Goyle se inclinó para tomar una rana de chocolate del lado de Ron. El pelirrojo saltó hacia él, pero antes de que pudiera tocar a Goyle, el muchacho dejó escapar un aullido terrible. Scabbers, la rata, colgaba del dedo de Goyle, con los agudos dientes clavados profundamente en sus nudillos. Crabbe y Malfoy retrocedieron mientras Goyle agitaba la mano para desprenderse de la rata, gritando de dolor, hasta que, finalmente, Scabbers salió volando, chocó contra la ventanilla y los tres muchachos desaparecieron. Tal vez pensaron que había más ratas entre las golosinas, o quizás oyeron los pasos porque, un segundo más tarde, Hermione Granger volvió a entrar.

 

—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando las golosinas tiradas por el suelo y a Ron que cogía a Scabbers por la cola.

—Creo que se ha desmayado —dijo Ron a los hermanos. Miró más de cerca a la rata—. No, no puedo creerlo, ya se ha vuelto a dormir.

 

Y era así.

 

—¿Conocían ya a Malfoy?

 

Iktan le explicó el encuentro en el callejón Diagon.

 

—Oí hablar sobre su familia —dijo Ron en tono lúgubre—. Son algunos de los primeros que volvieron a nuestro lado después de que Quien-ustedes-sabes desapareció. Dijeron que los habían hechizado. Mi padre no se lo cree. Dice que el padre de Malfoy no necesita una excusa para pasarse al Lado Oscuro. —Se volvió hacia Hermione—. ¿Podemos ayudarte en algo?

—Mejor que se apresuren y se cambien de ropa. Acabo de ir a la locomotora, le pregunté al conductor y me dijo que ya casi estamos llegando. No se estaban peleando,

¿verdad? ¡Se van a meter en líos antes de que lleguemos!

—Es asunto nuestro si lo hicimos, así que no estés molestando —dijo Harry, mirándola con rostro severo.

—¿Te importaría salir para que nos cambiemos? —le pidió Ron.

—Muy bien... Vine aquí porque fuera están haciendo tonterías y corriendo por los pasillos —dijo Hermione en tono despectivo mirando a Ron—. A propósito, ¿te has dado cuenta de que tienes sucia la nariz?

 

Ron le lanzó una mirada de furia mientras ella salía. Harry miró por la ventanilla. Estaba oscureciendo. Podía ver montañas y bosques, bajo un cielo de un profundo color púrpura. El tren parecía aminorar la marcha.

Los tres se quitaron las camisas y se pusieron las largas túnicas negras. La de Ron era un poco corta para él, y se le podían ver los pantalones de gimnasia. Una voz retumbó en el tren:

 

Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.

 

Harry e Iktan se miraron a los ojos y asintieron con la cabeza de manera sincronizada. No importaba si los dos quedaban en casas separadas, su lazo no desaparecería jamás….

 

 

Continuará…

 

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Huixachtécatl: Hoy cerro de la estrella, es donde se realizaban algunos sacrificios, uno de ellos era el de la renovación del  sol que se daba casa 52 años.

Tilmatli: Es una especie de capa con diferentes diseños bordados.

(1): Las culturas mesoamericanas (principalmente las aztecas), eran extremadamente limpias. Se bañaban tres veces al día en promedio, a diferencia de los europeos.

Alebrijes: El alebrije o, menos correctamente alebrige, es una artesanía mexicana de reciente reconocimiento inventada por Pedro Linares López en 1936 en México D.F., hecha de diferentes tipos de papel o de madera tallada y pintada con colores alegres y vibrantes. Generalmente representan a un animal imaginario, conformado por elementos fisionómicos de varios animales diferentes. Pero también, para algunos pueblos mexicanos, son como hadas, espíritus de la naturaleza. Dicen que empezaron siendo vistos en sueños, y en los bosques, y pedían que se hicieran sus figuras en madera o papel mache, una hermosa leyenda mexicana.

Tezcatlipoca: Tezcatlipoca era el Dios azteca de la noche y las cosas materiales. Su principal atributo era un espejo que despedía humo el cual mataba a sus enemigos, por ello se le llamaba "El Dios del espejo humeante". Su punto cardinal era el norte y al ser el Dios del mundo material y las fuerzas naturales era la antítesis espiritual de Quetzalcoatl.

En una de las leyendas aztecas de la creación, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl crearon al mundo. Existía solo un océano primigenio, donde únicamente vivía el monstruo de la tierra, Cipactli, Tezcatlipoca ofreció su pie como señuelo y el monstruo de la tierra emergió y se lo comió. Entonces, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl se apoderaron de él, y lo extendieron para convertirlo en la tierra. Sus múltiples ojos se convirtieron en estanques y lagunas, y sus fosas nasales son las cuevas. Para resarcir el daño que le hicieron al monstruo de la tierra, Tezcatlipoca exige sacrificios humanos.

Tezcatlipoca se representa con una franja negra en el rostro y en una pierna muestra un hueso expuesto donde debería estar el pie. Se le representa como un jaguar.

Una de las ceremonias más importantes de la religión azteca, consistía en el sacrificio de un joven que representaba a Tezcatlipoca. Un voluntario se ofrecía para ser sacrificado y durante un año era tratado como un dios en la tierra, recorría las calles tocando la flauta y siendo adorado. Al final del año, debía subir al templo, rompiendo cuatro flautas que representaban los puntos cardinales. Finalmente se recostaba sobre la piedra del sacrificio y se le extraía el corazón.

 A veces Tezcatlipoca aparecía como tentador, alentado a los hombres al mal, aunque hacía eso más para probar la naturaleza humana y la pureza del corazón que por fines obscuros.

Otra de la facetas de Tezcatlipoca era la del Dios de la belleza y la guerra(los guerreros eran una de las castas más respetadas entre los antiguos aztecas), así como patrono de los héroes. En alguna ocasión sedujo a la Diosa de le belleza, el amor y las flores, Xochiquetzal, por considerarla una pareja perfecta para él mismo.

 

A Tezcatlipoca también se le considera un alto mago, con el poder de cambiar de forma a voluntad.

 

Ahora dentro de mi historia Tezcatlipoca: Es la principal escuela de magia en el Tollan, a ella asisten los que poseen un gran poder mágico y guerrero.

 

Tlakanakatl: Carne humana. Se dice que los aztecas consumían la carne de los sacrificados.


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