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Simples Apariencias por Altarf_27

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Notas del capitulo:

¡Hola otra vez!

   Aquí me tienen de regreso con el segundo capítulo. Quiero adelantar publicando algunos de los capítulos que tengo porque quizás después se me dificulte un poco mantener el ritmo n_nU

   De cualquier forma muchas gracias a aquellas personas que se animaron a dejar sus comentarios. Ojalá que este capítulo resulte de su agrado n_n

2. Primer Día de Clases

 

                Una semana había pasado desde que Alberich Zinnecker le hubiera hecho la singular propuesta a Camus y aquella mañana, pese a que aún era bastante temprano, un grupo de jóvenes se encontraban congregados en una amplia sala de estar de la mansión del Barón Amatista para despedir al francés en su primer día de “clases”.

 

                Kanon estaba despaturrado en un cómodo sillón, denotando con sus constantes bostezos que estaba perdiendo algo de su tiempo de sueño; Saga por su parte estaba de pie ante una ventana, con la mirada perdida en el firmamento y con una expresión no muy feliz en su rostro. Además de ellos, un bello chico de 18 años de cabellos color lila se encontraba sentado con los ojos cerrados en el descansabrazos de un amplio sofá tocando una bonita melodía en una flauta traversa; también estaban presentes otro chico rubio y de ojos rojizos de la misma edad del flautista y otro joven de 20 años de cabellos platinados y ojos violetas que conversaban entre ellos, sentados en el mismo sofá que ocupaba el músico.

 

-Sorrento, esto no es un funeral, toca algo más alegre- le pidió de pronto Kanon al flautista a la vez que se tallaba el rostro con las manos en un intento de espantarse el sueño.

 

-Cómo se nota que careces de oído para la buena música- le respondió el aludido deteniendo unos instantes su melodía pero sin abrir sus ojos y pronto volvió a concentrarse en su interpretación.

 

                El menor de los gemelos resopló molesto ante semejante respuesta y parándose de donde estaba fue a arrebatarle la flauta al chico de un rápido movimiento.

 

-¡Oye!- protestó el pelilila abriendo sus ojos, de un singular color rosa, para dirigirle una fea mirada al mayor.

 

-¡Me estás durmiendo con esa pieza tan lenta!- se quejó el gemelo.

 

-¡No es mi culpa que seas un holgazán que no sepa levantarse temprano!-

 

-¡¿Qué dijiste?!-

 

-¡Ya basta ustedes dos!- intervino Saga volteando a verlos con mala cara.

 

                Kanon estaba por responderle a su gemelo, sin embargo, al fijar su mirada en los ojos de su hermano notó que éste más que molesto lucía preocupado y eso lo hizo morderse ligeramente los labios, comprendiendo, al igual que el músico, que aquel no era el mejor momento para discutir, por mucho que a ellos dos se les facilitara hacerlo a todas horas.

 

                Así que el gemelo menor le devolvió su instrumento al flautista y aquél se limitó a aceptarlo sin decir ya nada, dejando que un pesado silencio se instaurara en la estancia, pues incluso los dos jóvenes que antes conversaban se habían quedado callados.

 

                Y todos seguían en silencio cuando Camus entró acompañado por Shion.

 

-¿Quién se murió para que estén así?- preguntó el francés notando el tenso mutismo que reinaba en la habitación.

 

                Pero nadie le contestó, puesto que en cuanto voltearon a verlo, todos se habían quedado admirando el uniforme que iba usando: pantalón de un tono gris bastante oscuro, zapatos negros, saco de color azul grisáceo también de tono oscuro, camisa blanca bajo éste y una corbata de la misma tonalidad del saco. Además, el joven había amarrado su cabellera en una sencilla coleta, aunque había dejado libres algunos cabellos aparte del flequillo y éstos caían sobre sus hombros delineando sutilmente su bello rostro.

 

-¡Te ves lindo!- exclamó el rubio levantándose de donde estaba para acercarse al francés, quien sólo atinó a sonreír apenado a la vez que un ligero rubor aparecía en sus mejillas.

 

-Mime tiene razón, te ves muy bien, Camus- comentó Sorrento dedicándole una amable sonrisa al galo desde donde estaba sentado.

 

-“Lindo” se queda corto para describirte- le aseguró Kanon parándose frente a él- ¿Nervioso?- le preguntó viéndolo con afecto.

 

-Un poco- reconoció el chico intentando mostrar una sonrisa despreocupada que no le salió muy convincente.

 

-Pues ojalá que los nervios no te hagan olvidar tu historia- murmuró el de cabellos platinados sin moverse de su sitio, consiguiendo que más de unos de los presentes lo viera con malos ojos.

 

                Era triste pero cierto que todos ellos eran verdaderos maestros en el arte de fingir ser quienes no eran cada vez que se veían con un cliente del Barón, así que el comentario estaba de más, por mucho que la farsa que Camus estaba por iniciar fuera mucho más compleja que otras que había desempeñado antes.

 

-No le hagas caso- intervino Mime sonriéndole amigablemente al francés- Lune sólo está celoso porque le hubiera gustado ocupar tu lugar para salir de la mansión- le aseguró dirigiéndole una burlona mirada de reojo al de iris violetas.

 

                Lune respingó la nariz desviando el rostro con expresión ofendida por el comentario, pero Mime no había estado tan equivocado en lo que había dicho, después de todo, era cierto que Camus iba a tener que representar una ridícula comedia para satisfacer el capricho de un grupo de depravados, pero, tal y como Shion le hubiera dicho al francés, al menos aquella era también una oportunidad para salir de la rutina y para poder convivir al menos por unas horas con gente de su edad en un ambiente tranquilo… algo que ninguno de ellos podía hacer con la vida que llevaban.

 

-Te irá muy bien- declaró Saga parándose frente a Camus y llevando sus manos a la corbata del francés para componerle el nudo- No permitas que esos niños ricos te asusten- le dijo sonriéndole con cariño fraternal y el menor le devolvió el gesto viéndolo agradecido.

 

                Era curioso, pensaba Camus, saliendo de clases tenía que hacerle una visita al amable señor Thalassinos para agradecerle por su recomendación para entrar al “Magno Colegio de San Cirilo y San Metodio” y sin embargo, en esos precisos momentos lo que de verdad le preocupaba era el tener que enfrentarse a un grupo de chicos de su edad, no porque no se considerara capaz de fingir con destreza frente a ellos ser alguien que no era, sino porque jamás en su corta vida había estado en un aula de clases como un estudiante cualquiera… y eso lo ponía nervioso.

 

-¿Listo, Camus?-

 

                La voz de Shion sacó al joven francés de sus pensamientos y él asintió con el rostro saliendo tras el peliverde entre palabras de aliento y deseos de buena suerte por parte de los demás chicos.

 

-¿Estás bien?- le preguntó Shion con voz amable mientras se dirigían hacia la puerta de la mansión, notando el nerviosismo que envolvía al galo, quien sólo atinó a asentir con el rostro sintiendo la boca seca- Camus, para la mayoría de los chicos de ese colegio las apariencias lo son todo, así que mientras te crean el sobrino extranjero de Alberich Zinnecker dudo que alguno se meta contigo-

 

-Pero… ¿qué… qué pasa si saben lo que soy en realidad?- preguntó Camus con voz un tanto temblorosa pero sin detenerse en su camino a la salida.

 

-Es poco probable. A quienes te metieron en esto no les conviene que se sepa tu oficio- lo tranquilizó Shion caminando a su lado- Y aún cuando algún chico estuviera enterado tiene que ser muy discreto con eso para mantener las apariencias. No te preocupes, ya verás que todo saldrá bien-

 

                Camus asintió a la vez que suspiraba profundamente, haciendo lo posible por convencerse de que Shion tenía razón en lo que decía. Y así ambos siguieron su camino hacia la puerta, justo frente a la cual estaba estacionado un hermoso Mercedes del año de color plateado junto al que se encontraba un joven de piel blanca, cortos y alborotados cabellos oscuros y ojos negros, ataviado como un elegante chofer.

 

-¡Shura!- exclamó el pequeño francés viendo con una sonrisa al ojinegro.

 

-Buen día, Camus, ¿listo para irnos?- lo saludó el aludido abriéndole la puerta trasera del vehículo para que subiera.

 

-¿Tú me llevas?-

 

-Mientras estés en el “Magno Colegio” necesitarás un chofer personal y me dieron ese puesto, ¿qué te parece?- le contestó el moreno viéndolo con cariño.

 

                El de cabellos aguamarina le dedicó una hermosa sonrisa por respuesta. Alberich tenía a muchas personas trabajando para él, algunos por las nada despreciables pagas que ofrecía y otros por motivos más crudos, como el francés bien sabía. Shura tenía sus propias razones para estar con el Barón Amatista desde hacía 2 años y se rumoraba que Zinnecker había tenido un especial interés en alistar al joven de origen español entre sus filas sobre todo por lo letal que podía resultar con una espada en las manos. Camus no sabía qué tan ciertos fueran dichos rumores, pero de lo que estaba seguro era de que al menos él le confiaría su vida al hispano, pues no había sido en una única ocasión en que lo había sacado de una cita en la que las cosas se habían tornado difíciles y aún se había tomado la molestia de consolarlo con fraternal afecto para evitar que llegara hecho un manojo de nervios ante el Barón.

 

                De cualquier forma, Camus terminó despidiéndose de Shion y finalmente se marchó con Shura con dirección al afamado colegio en el que estudiaría por las siguientes semanas. Sabía que la pantomima de “estudiante” podía terminar en cualquier momento, así que quizás lo mejor era disfrutar de la oportunidad que se le presentaba, tal y como los demás le habían dicho. No era que la idea de socializar con los hijos de sus habituales clientes le agradara mucho pero al menos ahora, durante algunas horas al día, podía fingir ser simplemente un chico cualquiera y no un objeto a la venta. No le importaba no encajar con sus compañeros, pese a saber que poseía el carisma y la adaptabilidad para lograrlo, lo único que deseaba era tener la oportunidad de ser él mismo, por lo menos en esencia pese a la situación, así terminara ahuyentando a los demás estudiantes de su lado.

 

                Aún llevaba aquellos pensamientos en mente cuando llegó al colegio. Se trataba de un espacioso edificio de dos niveles de alto ubicado en un amplio terreno en el que podían hallarse áreas verdes y deportivas muy bien cuidadas, así como las mejores instalaciones en sus laboratorios, su biblioteca, la sala de música y los espacios para desarrollar otros artes y talentos. Sólo lo mejor para la crema y nata de la sociedad de Atenas.

 

                Shura lo dejó en la entrada y le aseguró que estaría al pendiente de cualquier cosa que se le ofreciera, deseándole además un buen día y diciéndole que todo marcharía bien.

 

                Las palabras de aliento no le habían faltado aquella mañana al joven galo, pero bastó que bajara del vehículo que lo transportaba para que un desagradable nerviosismo se apoderara por completo de él, pues de inmediato fue el centro de las miradas de los estudiantes que se encontraban cerca, mismos que pronto se encontraron murmurando entre ellos, echándole vistazos de reojo al francés mientras él se abría paso hacia la dirección de la escuela manteniendo una expresión fría e imperturbable que para nada coincidían con todas las sensaciones que lo estaban embargando por dentro.

 

                El año escolar ya estaba un tanto avanzado, pero el ser un supuesto destacado estudiante extranjero con la recomendación del señor Thalassinos y su fingido nexo familiar con Alberich Zinnecker le ahorró mayores dificultades al entrevistarse con la directora de la institución, por mucho que aquella madura mujer pareciera bastante inflexible. Al menos la breve conversación que mantuvo con ella, hizo que Camus se sintiera un poco más tranquilo al constatar que los directivos del colegio no estaban vinculados directamente con los negocios del Barón Amatista.

 

                Y finalmente llegó la hora de la verdad.

 

                El subdirector de la escuela fue el encargado de acompañar al recién llegado para mostrarle el camino hacia su aula. Las lecciones del día ya habían iniciado mientras él se veía con la directora, así que para cuando llegó al salón supo que difícilmente pasaría desapercibido.

 

                Un incómodo silencio se hizo entre sus compañeros cuando el subdirector interrumpió la clase de una bella maestra de cabellos plateados y ojos grisáceos para poder presentarlo y Camus tardó más en entrar al aula que las miradas de todos los demás chicos en quedar fijas en él.

 

-Bonjour, mi nombre es Camus Blanc y será un placer estudiar con ustedes- se presentó al frente del salón, resaltando su delicioso acento francés, una de las pocas cosas que otros no le habían arrebatado en su joven vida.

 

                De inmediato se sintió estudiado por los ojos de chicos y chicas por igual y las crueles palabras de Alberich resonaron en sus oídos: “Quieren que todos admiren el suculento premio que pueden poseer cuando lo desean”. ¿Acaso así era como todos lo veían? La sola idea bastó para que la expresión fría de su rostro se mantuviera a pesar de su nerviosismo interior, sin que se diera cuenta de que en realidad esa mirada fría y distante le daba un aire aún más atrayente.

 

                No pasó mucho tiempo antes de que la señorita Hilda Polaris, la profesora de matemáticas, siguiera con su clase y las lecciones del día siguieron su curso como siempre en el magno colegio.

 

                Más de uno de los chicos intentó aprovechar cualquier oportunidad para acercarse a su nuevo compañero a iniciar una conversación, pero en cada ocasión Camus mostró una fría cortesía con la que dejaba bien claro que prefería mantener la distancia de ellos y nadie se atrevió a ir en contra de su deseo, después de todo la mayoría de ellos había escuchado algo de Zinnecker y si el francés era su familiar, quizás en realidad era mejor no molestarlo… y eso que los rumores sobre los múltiples negocios de Alberich quedaban aún muy lejos de la realidad que Camus bien conocía.

 

                El tiempo pasó volando sin que el joven francés se percatara de ello. Las clases le resultaron fascinantes. Las matemáticas no eran su fuerte pero aún así pudo resolver los ejercicios de álgebra que la profesora les planteó. Las clases de literatura e historia, que fueron las siguientes, se le hicieron aún más amenas, pues eran temáticas a las que estaba más acostumbrado, al igual que la filosofía.

 

                Y es que Camus era un experto fingiendo ser un niño dulce e inocente con los clientes que le presentaba el Barón, pero bien que estaba casi al mismo nivel que ellos en varias de las temáticas sobre las que acostumbraban hablarle en un intento por demostrar sus “amplios” conocimientos, sin sospechar que sus intentos por impresionarlo quedaban muy lejos de lograr su objetivo.

 

                Una ventaja de haber sido siempre frecuentado por personas mayores era que había aprendido a tomarle interés a muchos temas que para otros chicos de su edad resultaban tediosos o aburridos. Hacía mucho que esos hombres ricos y presumidos lo habían obligado a dejar atrás su infancia y lo menos que Camus había podido plantearse fue estar al nivel de ellos en los campos que se suponía dominaban, así, aunque a los ojos de ellos él no era más que un chiquillo ingenuo, al menos le quedaba el consuelo de saber que estaban muy equivocados al juzgarlo. Y no era el único que lo hacía, pues de no ser por los vastos conocimientos de los gemelos en ciencias políticas, de Sorrento y Mime en artes, de Lune en matemáticas y de Shion en ciencias, la semana que había tenido para intentar ponerse al corriente con algunas materias le habría resultado por completo insuficiente.

 

                Para cuando llegó la hora del descanso, Camus se apresuró a abandonar el aula, deseoso de encontrar un lugar en el que pudiera evitar esas incómodas miradas que lo seguían a todas partes y así terminó alejándose por las amplias áreas verdes del colegio.

 

                Caminó sin un rumbo fijo por algunos momentos, pero de pronto, una bellísima melodía llegó hasta sus oídos, atrayéndolo hacia un espacioso salón ubicado algo apartado del resto de las instalaciones.

 

                Debía tratarse del salón de música de la escuela y de allí emergían las notas de un piano al que un hábil músico le estaba dando un uso ejemplar.

 

                El joven francés se dejó llevar por el sonido hasta la entrada del salón y una vez allí se atrevió a asomarse por un resquicio de la puerta entreabierta, quedando fascinado por lo que sus ojos veían, pues allí adentro, un hermoso y menudo chico de larga cabellera lacia y rubia se encontraba sentado ante un piano de cola interpretando con verdadera maestría la melodía que lo había atraído.

 

                Camus había visto a ese chico en su salón de clases, había sido uno de los pocos, sino es que el único, que no hizo ningún intento por acercársele. Su piel era muy blanca y sus cabellos dorados delineaban a la perfección su rostro de rasgos finos y delicados. Mantenía los ojos cerrados mientras centraba toda su atención en la melodía que tocaba y debido a su belleza y a lo sublime de la música, el pequeño galo no pudo evitar pensar que lucía como un ángel regalándole una sinfonía divina a los humanos.

 

                La sola idea de llegar a interrumpir a ese bello pianista con su presencia bastó para que Camus optara por alejarse sin llamar la atención, así que comenzó a avanzar hacia atrás, sin tener verdaderos deseos de despegar su vista del rubio y el piano, por ello no se dio cuenta de que había alcanzado el borde de los escalones por los que se llegaba al salón y terminó perdiendo el equilibrio yéndose de espaldas hacia el suelo.

 

                Apenas eran 3 escalones los que accedían al salón de música, pero el joven francés no pudo sino cerrar sus ojos en espera del golpe que se daría por culpa de su descuido… más éste nunca llegó y en lugar de azotar contra el piso, Camus sintió cómo unos fuertes brazos lo sujetaban con cuidado, acercándolo a un tórax amplio y cálido.

 

-Y dicen que las cosas bellas no caen del cielo- dijo una voz varonil a su oído.

 

                Camus giró rápidamente el rostro con los ojos bien abiertos hacia quien lo sujetaba aún y su mirada se topó con unos hermosos ojos parecidos a un par de turquesas que lo veían con verdadera fascinación, consiguiendo que un suave sonrojo cubriera sus mejillas blancas.

 

-¿Estás bien?- le preguntó con amabilidad el dueño de las turquesas, un apuesto joven de piel ligeramente bronceada y largos cabellos azules.

 

-Ah… eh… oui- respondió el galo sin que el sonrojo se borrara de sus mejillas y sin poder despegar su mirada de su salvador, quien aún lo tenía preso entre sus brazos- Etto… ¿podrías soltarme por favor?- le pidió sintiéndose un tanto incómodo por la cercanía.

 

-¿Eh? ¡Ah, claro! Disculpa- el peliazul se apresuró a separarse de él en cuanto vio que los pies del francés ya estaban bien puestos en el piso.

 

-Merci beaucoup- le agradeció Camus en cuanto estuvo libre de su agarre y ya de frente a él- Me ahorraste un buen golpe-

 

-No tienes nada qué agradecer- le aseguró el peliazul viéndolo con una hermosa sonrisa- Eres el chico nuevo que viene de Francia, ¿verdad? Yo soy Milo Stathopoulos- se presentó tendiéndole una mano.

 

-Camus Blanc- le contestó el galo estrechándole la mano que le ofrecía.

 

                Milo le sostuvo la mano sin despegar sus ojos de los zafiros de Camus y aún sosteniéndole la mirada se inclinó para depositar un galante beso en los dedos galos, consiguiendo que el sonrojo del pequeño francés se acentuara aún más por la acción.

 

-Un placer conocerte, Camus- le dijo el peliazul regalándole otra de sus bellas sonrisas- ¿Te habían dicho alguna vez que luces lindo cuando te sonrojas?- le preguntó viendo entretenido cómo el galo hacía una mueca por el comentario, pero sin poder evitar que su sonrojo aumentara.

 

                Por fortuna para Camus, que ya comenzaba a sentirse un poco cohibido por la desenvoltura y galantería natural del griego, justo en ese momento la puerta del salón de música se abrió y por ella salió un apuesto chico de cortos y ondulados cabellos de un tono castaño claro y ojos de un color similar al jade.

 

-Eres increíble, Stathopoulos- dijo con la mirada puesta en su compatriota- ¿Tan rápido ya estás acosando al chico nuevo?-

 

-No te preocupes, Tsartsaris, es difícil que alguien supere tu tiempo record de acosar extranjeros- le contestó Milo viéndolo con una sonrisa socarrona.

 

-Jaja- exclamó el aludido con sarcasmo y viendo con malos ojos al peliazul- Cree el león que todos son de su condición, ¿verdad?-

 

-Dímelo tú, eres el león más cercano que conozco-

 

-¿Acaso piensan madurar algún día?- intervino una tercera voz antes de que el ojijade respondiera de nuevo y entonces las miradas de todos quedaron fijas en la esbelta figura que acababa de aparecer a espaldas del joven Tsartsaris y se trataba nada más y nada menos que del hermoso ángel que Camus había visto tocando el piano, mismo que ahora tenía sus bellísimos ojos abiertos, mostrando así dos pedazos de cielo que iban de un griego a otro observándolos con algo de cansancio.

 

-Perdona, Shaka, ¿te interrumpimos de nuevo?- se disculpó Milo sonriendo apenado.

 

-Igual que todos los días- suspiró el rubio con resignación para luego fijar sus ojos en el joven francés- Camus Blanc, ¿cierto? Soy Shaka Winfield, estamos en el mismo grupo- se presentó dedicándole una dulce sonrisa.

 

-Mucho gusto- contestó el de cabellos aguamarina devolviéndole el gesto, aunque en eso reparó en el nombre que el rubio acababa de darle- ¿Windfield?- preguntó intentando recordar de dónde le sonaba ese apellido foráneo.

 

-Este hermoso niño es el extranjero al que el gato súper desarrollado acosa casi desde que pisara tierras helénicas- explicó Milo señalando primero al rubio y luego con fingido desdén a su compatriota.

 

-¡Cierra la boca, bicho ponzoñoso!- refunfuñó el castaño fulminando al peliazul con la mirada para luego centrar su atención en el francés- No le hagas caso a los disparates de este tonto. ¡Ah! Y por cierto, soy Aioria Tsartsaris- se presentó ofreciéndole una sonrisa amigable.

 

                Camus correspondió la sonrisa de buena gana, pero en eso recordó por fin de dónde le sonaba el apellido del rubio.

 

-¡Ah! Windfield es el nombre del embajador inglés aquí en Atenas, ¿verdad? Un hombre muy reconocido por sus actos filantrópicos-

 

-Sí, mi padre será santo algún día- comentó Shaka esbozando una sonrisa impregnada de amargura, aunque no tardó en cambiar su expresión por otra algo más relajada- Estás bien informado para ser extranjero, Blanc, y por cierto, ¿no deberías estar disfrutando de toda la atención de los demás por ser la novedad del momento?-

 

-No me gusta ser el centro de atención- balbuceó Camus sonriendo apenado.

 

-Eso me recuerda a alguien- comentó Aioria viendo de reojo al rubio, quien se limitó a sonreírle con expresión serena.

 

-Al menos tu griego es bueno, cuando yo me mudé a Grecia apenas y tenía noción del leguaje- le dijo Shaka.

 

-¿Extrañas las tierras inglesas?- le preguntó Camus al notar cierto aire melancólico en el rubio.

 

-Apenas y he pisado el Reino Unido un par de veces. Nací en la India cuando mi padre era embajador allá y viví allí hasta que nos mudamos hace unos 3 años-

 

-Tres años y medio- lo corrigió Aioria sacando cuentas del tiempo.

 

-Y luego dice que no lo acosa- murmuró Milo viendo burlón a su compatriota.

 

-¡Somos vecinos, Stathopouolos! ¡Claro que lo conocí desde que llegó y por eso recuerdo la fecha! ¡Pero eso no quiere decir que acose a Shaka! ¿Cierto?- preguntó dirigiéndole una mirada interrogante al rubio que rió divertido por su reacción.

 

                Camus tampoco pudo evitar sonreír y mientras seguía su conversación con aquellos chicos apenas y fue consciente de que caminaban por la pequeña arboleda que rodeaba el salón de música hasta que llegaron a un área en el que se encontraba un par de mesas de campo desocupadas y sin nadie más a la vista.

 

-¿Nos acompañas con un bocadillo?- le preguntó Milo a Camus ofreciéndole asiento en una de las mesas a la vez que depositaba allí una mochila que había llevado al hombro hasta el momento- Nadie nos molestará aquí-

 

-Ah…- sólo entonces el galo se percató de lo aislados que parecían estar en esa parte de la escuela y fue entonces que captó que quizás su presencia estaba de más allí- ¿Invadí su espacio privado o algo así?- preguntó preocupado.

 

                Los 3 jóvenes rieron animadamente ante la pregunta y Aioria le aclaró que no había hecho nada malo, aquella parte de la escuela era poco frecuentada durante el descanso y por eso mismo ellos solían ir allí para alejarse del bullicio de sus compañeros, así que cualquiera que buscara algo de tranquilidad era bienvenido. ¡Y vaya que ellos necesitaban tranquilidad! Pues siendo Aioria el miembro estrella del equipo de atletismo y con Milo siendo reclamado por varios de los clubes deportivos del colegio, lo que más disfrutaban era de un momento de paz con sus amigos.

 

                Ambos griegos eran un año mayor que Camus y Shaka y se conocían desde que iban en la primaria por lo que ambos se llevaban muy bien a pesar de que se pasaban el tiempo discutiendo y molestándose mutuamente. Los 2 eran deportistas natos y pese a no ser alumnos ejemplares en todas las materias, ambos se esforzaban por tener un promedio que les permitiera mantener sus puestos en los equipos en los que participaban. Todo ello los hacía bastante populares, pero aunque los dos disfrutaban lucirse ante sus compañeros durante los eventos deportivos, era fácil notar que en privado preferían una vida más tranquila y relajada, sin necesidad de tantas atenciones… e hipocresías.

 

                Shaka, por su parte, no era del tipo deportista, aunque practicaba el yoga y el aikido desde pequeño, pero prefería centrarse en sus estudios y no se había integrado a ningún club de la escuela. Aún así era alguien que llamaba fácilmente la atención por su apariencia, su habilidad con el piano, su versatilidad al hablar con otros y por su carácter amable, aunque también podía ser terriblemente franco y era claro que prefería ser honesto a ir en contra de lo que era por quedar bien con los demás.

 

                Eran chicos agradables, de esos de los que Camus creyó que sería imposible conocer en un colegio como aquél. No se jactaban de los logros y propiedades de sus familias como otros de sus compañeros, actuaban como cualquier joven de su edad, ¡y cuánto hubiera dado el francés por tener una vida tranquila como la de ellos! Incluso sin todos los lujos y comodidades que tenían, simplemente poder ser un despreocupado chico de 16 años lleno de esperanzas e ilusiones y con toda una vida para cumplirlas por delante… pero así no eran las cosas.

 

-¿Qué ocurre, Camie? Te quedaste pensativo- le dijo Milo al notar la distracción del menor cuando ya terminaban el almuerzo.

 

-No seas tan confianzudo, bicho- lo reprendió Aioria.

 

-¡Oh! No fastidies, gato, si no dije nada malo- se quejó el peliazul haciendo una mueca- ¿O te molesta que te haya dicho Camie?- le preguntó al francés obsequiándole una bella sonrisa y el aludido negó con el rostro- ¿Estás bien?-

 

-Sí, sólo pensaba en… cosas sin sentido- contestó Camus con un suspiro.

 

-Será mejor que nosotros regresemos al aula, el profesor Vassilikos debe estar por llegar- comentó Shaka viendo su reloj y el galo asintió poniéndose de pie con el rubio- Mi agradecimiento a tu mamá por los alimentos- le dijo al peliazul.

 

-¿Tu mamá preparó todo?- le preguntó un sorprendido Camus a Milo.

 

-Sí, adora la cocina y alimentar gente, así que cuando gusten- le contestó el peliazul con una sonrisa- Se van con cuidado y derechito a su salón, ¿eh?-

 

-Un gusto conocerte, Camus, por aquí nos seguimos viendo- se despidió Aioria.

 

                El francés asintió con una sonrisa y se alejó con Shaka con rumbo a su siguiente clase mientras que los dos griegos los seguían con la mirada hasta que finalmente los perdieron de vista, momento en el que Aioria volteó a ver con cara seria a su amigo, que seguía con la mirada puesta por el punto en el que los menores hubieran desaparecido.

 

-No lo molestes- le dijo al peliazul en tono determinante.

 

-¿Perdón?- exclamó Milo volteando confundido hacia el castaño.

 

-Sabes de lo que hablo, Milo, no te metas con él, parece un chico tímido y dulce-

 

-¡Ja! Relájate, Aioria, Camus no encaja en el prototipo de mis… víctimas- comentó el de ojos turquesas con una sonrisa despreocupada.

 

                El castaño lo observó con detenimiento ante su respuesta. Sabía bien que a su amigo le gustaba lucirse con parejas hermosas de uno u otro sexo por un tiempo, pero a final de cuentas siempre terminaba alejándolos de su lado en cuanto lo aburrían, como si fueran meros objetos de ornamento. Por supuesto, en general tales parejas eran quienes buscaban al griego por interés, ya que su padre era un importante miembro del Parlamento Helénico, y el chico les seguía el juego fingiendo un falso interés hasta que se cansaba de ellos y entonces no les otorgaba otra cosa que su indiferencia. Él era seductor y orgulloso por naturaleza, así que disfrutaba fastidiar a aquellos que habían intentado ganar algo de él engatusándolos para tenerlos en la palma de su mano y luego, sin más, simplemente botarlos. Era cruel, lo sabía, ¿pero acaso no eran crueles también quienes se acercaban a él fingiendo un amor o una amistad que en realidad no existía?

 

                Sin embargo, el pequeño galo era a todas luces alguien diferente a la mayoría de las personas que había conocido hasta el momento. Tenía un porte elegante y procuraba mostrarse frío e indiferente, pero era obvio que en realidad era bastante tímido… inocente.

 

                Milo lo había visto desde que se acercaba al salón de música y de inmediato captó por completo su atención. Lucía temeroso de estar en ese ambiente al parecer nuevo para él, pero su miedo se esfumó cuando escuchó la música de Shaka. No cualquier joven de su edad disfrutaba de las composiciones de Chopin, pero desde donde estaba, sentado a los pies de un árbol cercano, el griego había podido ver una verdadera fascinación en el rostro del francés al acercarse a escuchar la melodía. Y luego estaba ese breve contacto que habían tenido cuando el galo casi cae por los escalones. El esbelto cuerpo le había parecido frágil al tenerlo entre sus brazos, algo digno de ser protegido con esmero, y la sensación se reafirmó cuando su mirada se posó en el par de zafiros franceses, unos ojos hermosos que por alguna razón le parecieron impregnados de dolor y tristeza.

 

-Será interesante conocerlo a fondo- comentó el peliazul levantándose de su asiento.

 

-¡Milo!- protestó Aioria viéndolo con malos ojos.

 

-Ya, Tsartsaris, no hagas drama- se rió el aludido sin inmutarse- No pienso jugar con él, de verdad sólo quiero conocerlo porque… me parece fascinante- declaró notando con algo de inquietud la extraña sensación que invadía su corazón al pensar en el francés.

Notas finales:

Bien, pue ahí el segundo capítulo. Espero poder subir pronto el terce capítulo, sólo le haré algunas correcciones. 

Espero sus reviews para conocer su opinión. Hasta la próxima n_n


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