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El Secreto Real por Elfa Lilit

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El Secreto Real.

Los personajes, lugares, el idioma élfico y demás elementos son propiedad del profesor J. R. R. Tolkien y solo los utilizo para escribir historias que tal vez él no se atrevió (jeje, o que solo yo puedo imaginar)

Advertencias:
Posible lemmon (creo que más que posible) más adelante. Los lugares y personajes existen igual que en el libro (con algunos cambios de personalidad), pero no hay Sauron (a menos que cambie de opinión) ni Anillo (más que el de compromiso, jeje) De antemano les agradezco si piensan leerlo. Bien, una vez advertidos, comenzamos
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Capítulo 2.
Perdiendo el temor.

-¿sabes guardar un secreto?
-Por supuesto, ¿no confías en mi?- inquirió de inmediato Legolas, con un tono acusador. Ante esta reacción, Trancos solo acentuó su sonrisa.
- Si confío en ti, Elfo, solo bromeaba.
-No me digas “Elfo”, me llamo Legolas y ya te lo había dicho.
-De acuerdo, Legolas, no seas tan explosivo. Bueno, te diré que estaba paseándome por este bosque para ver si me encontraba a algún hermoso Elfo que gustara de esconderse y así pudiéramos pasar una amena tarde charlando.
- Si no quieres contarme, está bien, pero no trates de burlarte de mi, mortal.
- Yo también te he dicho mi nombre.
-¿te llamas “Trancos” de verdad?
- Por supuesto ¿no confías en mi?- respondió el humano imitando la voz del Elfo.
- Ja-ja, eres de veras gracioso- contestó sarcástico Legolas. Se dio media vuelta y se disponía a alejarse, olvidando que era cautivo de Trancos. Sin embargo, este último recordaba a la perfección su situación, y simplemente sujetó al Elfo de un brazo, sin lastimarlo y dijo entre dientes y con una sonrisa fingida:
-¿Te vas tan pronto?- Legolas se giró y al ver su rostro recordó que había pensado que el hombre iba a matarlo. Su preocupación regresó, al notar que estaba frente a un desconocido en un sitio secreto y que probablemente no notarían su desaparición en bastante tiempo. Tratando de averiguar algo, se resignó a una conversación con aquel ser extraño.
-No, no me iba. Solo quería ofrecerte una manta -contestó con naturalidad, alcanzándole la prenda.
-Gracias. No imaginaba que de ser tan grosero pasarías a la cortesía.
- Soy una contradicción- dijo simplemente- ahora, ¿podrías contarme que haces en mi bosque?
- No sabía que el bosque era tuyo – Legolas frunció los labios, pero no dijo nada- pero en cualquier caso, solo estoy perdido. Me hallaba solitario y confundido, hasta que te encontré.
-¿Perdido? ¿No será que huyes de la gente de Imladris?- preguntó el príncipe con suspicacia.
- No, claro que no.- respondió Trancos, aunque algo incómodo.- ¿Por qué lo dices?
- Porque ellos buscan a alguien mortal. Si no fuera así, no hablarían en la lengua común. Además, me atacaste en lugar de pedir que te ayudara, por no mencionar que comentaste que ya que te había visto no podría hablar con nadie… ¿No eres tú ese Aragorn que buscan?
Trancos se sorprendió de la perspicacia de aquel ser hermoso. Sin embargo, logró permanecer tranquilo. Quizás lograra convencer al Elfo de que lo ayudara a escapar.
- No, ya te dije que soy Trancos. No sé porque andarán buscando a Aragorn esos tipos, pero te aseguro que si me ven, me capturarán y querrán llevarme.
-¿porqué?
-Porque soy un Montaraz, y ellos andan en busca de un montaraz. Van a interrogarme, a pesar de que no sé nada.
- Vaya. ¿y tú conoces a Aragorn?
- Si, claro que lo conozco- dijo el montaraz, sin poder reprimir una fugaz sonrisa. En verdad conocía muy bien a ese Aragorn.
-¿Y como es él?
- Un maldito cobarde, sinvergüenza, grosero, egoísta…
-¿ah, si? Y supongo que sabrás porqué lo buscan.
- No, la verdad no. Tiene tiempo que no lo veo.- aquello era un tanto cierto. Hacía años que Aragorn había desaparecido para dar lugar a Trancos.
- Mmm- Legolas analizó el rostro del hombre. No parecía mentir, aunque no entendía porqué se escondía de los Elfos si no lo buscaban. Aunque después de todo, no entendía mucho acerca de la vida fuera de Mirkwood, quizás los Elfos de Imladris fueran diferentes de su gente.
- De acuerdo. Entiendo todo eso, pero ¿Por qué me atacaste?- preguntó al fin Legolas.
- Estoy perdido, no puedo confiar en nadie si me siento en peligro. Lo siento mucho. De haber sabido que sería un Elfo tan hermoso, astuto, amable y encantador, jamás me habría atrevido a acercarme, ni siquiera para contemplar su belleza.
Con aquella disculpa fue suficiente para el príncipe. Tratando de disimular su sonrojo, se cubrió el rostro con el cabello, en la medida de lo posible, pero se inclinó de modo que la escasa luz le dio a la cara. Trancos se distrajo de su situación de fugitivo interrogador, para observar el encantador efecto que tenía la pálida luz de la Luna en el rostro de su acompañante. A pesar de que tratara de ocultarse, su intento no daba resultados y solo conseguía darle un efecto misterioso y fascinante. Se preguntó porque no descubrió la hermosura de su interlocutor antes. Había notado que era un Elfo, por lo tanto hermoso, pero no imaginaba que de verdad hubiera algo tan bello. Se quedó callado el resto de la noche. Legolas permanecía ajeno a todo, perdido en sus pensamientos, analizando su situación. Trancos lo miraba embelesado, sin saber si era un sueño o no. Los hermosos y largos cabellos rubios brillaban en su sedosidad con la poca luz que se filtraba, los ojos azules de mar miraban al infinito, y la blanca, tersa y lechosa piel se veía suave bajo los vestidos azules del Elfo Cuando el silencio empezó a romperse con los ruidos naturales del bosque, ambos parecieron darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor.
Legolas, recordando que era el anfitrión, le ofreció alimentos y bebidas al hombre. Éste, dando un leve respingo, tomó lo que le ofrecían y comió, como solo podía comer alguien que llevaba días de hambre. El Elfo sonrió al notar la desesperación con la que su compañero ingería sus alimentos. Luego de que hubo terminado, le ofreció también cambiar sus raídas ropas por alguno de los cambios que tenía, si le quedaban. Trancos aceptó, de modo que acabó vestido con una túnica verde oscuro. Luego, Legolas le invitó a dormir, ya que había pasado la noche en vela, pero Trancos se rehusó.
- Ya me acostumbré a las vigilias, no estoy cansado.
-Como desees. Podría ofrecerte una cama mullida y cómoda, pero tendrás que esperar hasta pasado mañana.
-¿Porqué?
-Porque es el día que regresaré a mi casa.
-¿te escondes con horarios?-preguntó el montaraz burlonamente.
-Algo así. Lo que pasa es que habrá una fiesta de Fin de Primavera y Bienvenida al Verano. Francamente no quiero estar allí. Seguramente me obligarán a fingir que me interesa hablar con los miembros del Consejo Real y a llevar ropas ridículas.
-¿el Consejo Real?
-Si, por mi padre.
-Ah, ya veo. Tu padre es un Elfo influyente en este reino.
-¿influyente? ¿a que te refieres?
-Sí, quiero decir que es miembro del Consejo Real, y apuesto a que muchos le tiene respeto y a ti te tratan de manera especial por este hecho.
- Vaya, es un bien análisis.
-Mmm. Te entiendo, supongo que no te gusta que te mimen y te protejan, porque después de todo no te entienden. Además de que las fiestas de la nobleza no son muy divertidas ¿no es así?
-Claro que no. En todo caso, esperaré a que la fiesta termine para reaparecer. Mientras tanto, eres mi único consuelo para no morir de aburrimiento.
-¡que amable!
-Lo siento. Quiero decir que me salvaste.
-Oh, era eso. Comenzaba a creer que no te quedaba más que soportarme en tu ya de por si profunda agonía.
-No, por supuesto que no. ¿Tienes alguna idea para no quedarnos aquí arriba?
-No lo sé. Los Elfos de Rivendel andan por allí, podrían verme y tratar de llevarme- dijo Trancos inquieto.
-No, seguramente fueron al Palacio a buscar informes de Aragorn. Y allí serán invitados a la fiesta de mañana, que por supuesto no rehusarán.
-¿Cómo lo sabes?
-Conozco mi reino.
-Otra vez egocéntrico. ¿acaso el reino es tuyo?
-Bueno, no, pero me refería a que conozco bien el lugar donde nací y en el que he vivido toda mi vida.
-¿No has vivido en ningún otro lugar?
-No. ¿tu si?
-Por supuesto, he viajado de Norte a Sur y de Este a Oeste de esta tierra.
-Me gustaría que me hablaras de tus viajes. ¿Dónde naciste?
-En el Norte de Arnor, donde viven los Dunedain. Pero crecí en Rivendel, o Imladris, como la llamas.
- ¿Y dónde más has viajado?
- Cuando era niño me llevaron mucho a Bree, un pueblecillo al Noroeste de Rivendel. Luego empecé a ir más lejos…
Así pasaron el resto del día, hablando de sus experiencias. Legolas no sabía mucho de viajes, más que lo que conocía del bosque y un único y breve viaje a Imladris con su padre. Se limitó a escuchar las aventuras de Trancos, mientras le enseñaba algunos caminos secretos del Bosque Negro. Al caer la noche, llegaron a otro de los escondites del Elfo. Trancos se sorprendió de la gran planeación de su nuevo amigo. Este refugio era incluso mayor que el anterior. Había más luz, pues cerca había un claro. Sin embargo, era tan imperceptible entre la maleza que no lo vio sino hasta que iba subiendo más de la mitad en uno de los árboles. Una vez instalados, siguieron hablando por el resto de la noche. Solo se interrumpieron para comer un poco, pero continuaron inmersos en la conversación hasta el amanecer, y un poco más. Ambos habían ganado confianza mutua y reían y bromeaban continuamente.
Por no mencionar que Trancos observaba cada expresión de Legolas con admiración. No importando lo que dijera o hiciese, se veía hermoso. Pasó todo el día y la mitad de la noche y mirando y escuchando al Elfo, no le daba sueño. De pronto dio un prolongado bostezo y antes de que pudiera decir nada, el príncipe se levantó y acomodó unas mantas a modo de cama. Sin permitirle reprochar, lo hizo acostarse y a los pocos minutos se quedó dormido, soñando con una sonrisa que se le había grabado en la memoria y un poco más. Legolas también durmió un poco, como solo los Eldar pueden, con los ojos abiertos y el alma perdida en un mundo de paz y descanso.

Amaneció y ambos se desperezaron, comieron un ligero desayuno y siguieron hablando. Entonces Legolas recordó que podían regresar. Para que su amigo se tranquilizara, le aseguró que llegarían escondidos y que se ocultarían en su habitación hasta que pudiera irse seguro. Caminaron un par de horas, hasta llegar a la puerta mágica. Allí fueron especialmente sigilosos, hasta que, sin ser vistos, se adentraron en unas cuevas hermosas pero laberínticas. El Elfo conocía demasiado bien el lugar, pero el dunedain, a pesar de su magnífico sentido de la orientación, se sintió confundido muy pronto.
Salieron a un jardín amplio, que asombrosamente nacía y crecía en medio de las luminosas profundidades. El jardín se subdividía, de modo que otros jardincitos lo rodeaban. Al fondo había dos especialmente bellos, que mediante dos grandes arcos grabados en la piedra, comunicaban a amplias estancias. Trancos contemplaba atónito. Sin salir completamente de su asombro, notó que Legolas pasaba por un lujoso ventanal. Estaba cerrado con llave, pero el Elfo buscó entre sus ropas y sacó una llavecita dorada. Abrió y le indicó que pasara. Una vez dentro ambos, el ventanal quedó cerrado nuevamente. Trancos contempló el asombroso interior de la estancia.
-Es mi habitación.
- Es un lugar magnífico- sentenció el montaraz.
- Pues, si, de eso no hay duda. Aunque francamente casi nadie está aquí. Yo me escapo con frecuencia, y solo mi padre tiene llave, aparte de mí. Así que no tienes que preocuparte por nada.
Instándole a que se instalara y descansara un poco, Legolas se dirigió a una puerta contigua. Volvió pronto, con ropa limpia. Luego, le indicó vagamente donde estaba cada cosa.
- Esa puerta es del vestidor, la de junto es el baño, ambas piezas están unidas también por dentro. Allá está mi estudio, hay una pequeña biblioteca dentro. La puerta grande de aquí da al recibidor. De allí se sale al pasillo principal. Junto a estas habitaciones está la de mi padre. Será mejor que no salgas para que no te vea él ni ninguno de sus guardias. – El hombre lo escuchó un tanto asombrado. Cuando Legolas dijo que su padre pertenecía al Consejo Real él asumió que eran ricos, pero no imaginaba tanto. Fue a vestirse con la ropa que le había traído, observando complacido el confortable lugar. Cuando salió, cambiado y peinado, vio que el Elfo se había cambiado también. Vestía una larga y lujosa túnica de color beige. Se había soltado el cabello que había portado trenzado hasta el momento y se veía elegante. Más hermoso aún, si eso es posible, pensó el montaraz.
Legolas le indicó que saldría un momento, dejándole la habitación a su disposición. Mientras regresaba, se paseó por las lujosas piezas. Luego de recorrer todo, se entretuvo leyendo algunos libros. Escuchó volver a su amigo, pero había otra voz. Preocupado, se escondió detrás de la puerta del estudio. Al parecer era un sirviente, porque solo entró hasta el recibidor, y tras despedirse ceremoniosamente salió. Legolas lo llamó. Cuando salió encontró que la mesa del recibidor estaba adornada con algunos suculentos manjares. Sin más indicaciones se sentó a la mesa, donde ambos comieron hasta saciarse.
-Vaya, que magníficas atenciones. Hasta se diría que eres un príncipe.
Legolas se quedó callado, pues había reparado en una cosa: no le había dicho todo sobre si mismo. Había un pequeño detalle que se le había olvidado comentar.

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Esto es todo por ahora.

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