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Koto blanco. por TheYoko

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Capítulo dos: Otro error.

 

"¡Pelea!... ¡No, no ahora: Tienes que esquivar el golpe en vez de enfrentarlo directamente!".

 

Su grave voz bramaba por todo el recinto, dando órdenes sin pausa, y al mismo tiempo alentando a su contrincante a mejorar sus movimientos.

 

Y cada día, notaba con evidente entusiasmo, debía dar menos indicaciones.

 

Un mechón de cabello plata cubrió sus cansados ojos. El sudor corría a mares por su rostro, lo apartó con un gesto inconsciente y continuó blandiendo su espada para evitar los ataques que llovían con furia mal contenida sobre él.

 

Aquel chico estaba soberbiamente enfadado.

 

"¡No me gusta esa mirada! ¡Estás ocupando tu mente con distracciones insignificantes!".

 

La katana de su oponente brilló unos segundos sobre su cabeza. La habría cortado limpiamente si no se hubiera inclinado a tiempo. Con un mandoble, dio un paso y la punta del filo de su espada rozó los ropajes del muchacho. Rió.

 

"¡Fallas, fallas, fallas!... ¡Lo único que puedes hacer es intentar matarme, pero créeme que aún saldrá la luna muchas veces antes que logres dar en el blanco y me derrotes!".

 

El muchacho no contestó. Sólo dio un triple salto hacia atrás y posicionó su cuerpo con la katana a un lado de su cintura, aguardando. Sus ojos ardían fríamente, furibundos. Los labios carmesí apretados en una sola línea acompañaban su semblante descompuesto por la ira. Sabía muy bien que estaba cometiendo estúpidos errores de principiante; mas cualquiera era el precio si se trataba de vengar lo único que quería.

 

Lo único que quería de veras.

 

"No pude hallarlo por ninguna parte, señor...", fue la respuesta colérica. "Este lugar es grande, pero no tiene secretos para mí. Conozco sus recovecos mejor que los sirvientes más antiguos. El Cuarto de Meditación; la Sala de Audiencias; El Solar de Juegos; la cocina, los jardines, los Cuartos de Servicio y hasta las habitaciones de cada uno de los que habitan este palacio... Lo he revisado todo y no lo he hallado." Dio un paso velozmente y pronto desenvainó. El otro hombre echó su cuerpo hacia la derecha, evitando el ataque, y con la mano libre golpeó la muñeca del muchacho, sin esfuerzo pero certeramente, obligándolo a soltar la katana.

 

"Quizás halla encontrado la manera de ir al otro lado...", susurró el hombre, bloqueando las sinuosas manos que serpeaban intentando atizar un blanco en su cuerpo. Vio ensancharse los ojos del chico y sonrió. "Quién sabe si no lo han destruido ya...".

 

"¡Tú...!", lo oyó gritar y vio su oportunidad: con una certera zancadilla, simple y básica, consiguió que Shirogane cayera al suelo completamente indefenso.

 

Se llevó una mano al rostro y limpió el sudor que le escocía los ojos. "Fuiste descuidado." Shirogane gruñó y se incorporó rápidamente. "¿Por qué esa estúpida preocupación? ¿Desde cuándo te has encariñado con ese--”    

 

"Es mi kokuchi. Se llama Hotohori."

 

El hombre alzó ambas cejas, sorprendido. "Hasta le has puesto un nombre..."

 

"¡Homurabi también adoptó a uno!", se defendió el chico, sin duda internamente herido por el tono despectivo que utilizara. El hombre movió la cabeza en negativa y caminó hasta la pared contraria, donde todas las armas aguardaban sus diferentes días de práctica y uso, y depositó la espada con cuidado en su sitio.

 

Bueno, así que el otro chiquillo también utilizaba su buen tiempo en actividades vacuas y excéntricas... "¿Y qué nombre le ha puesto?"

 

"Amachi...".

 

"Amachi... Amachi y Hotohori... Te darás perfecta cuenta que es el asunto más estúpido con el que has venido, ¿verdad? ¿Tanto te preocupa un simple kokuchi como para perder por completo la cabeza en un pelea seria de entrenamiento, Shirogane? " El rostro del chico se veía rojo de cólera mal contenida. Sin que lo viera, sonrió contra la pared. Jamás había visto a Shirogane tan apegado a algo desde su nacimiento. Muchas veces había pensado con tristeza que aquel niño forjado de la misma Sombra nunca amaría nada.

 

Bien, siendo Shirogane tan tercamente discreto con sus emociones, sería divertido hacerlo hablar al respecto...

 

¿Pero por qué un kokuchi...? 

 

Shirogane tragó saliva. Aquel hombre que se auto-proclamaba su padre estaba viéndolo con molesta fijeza y no le agradaba. Cuando hacia eso, siempre acababa por hablar de más, para desesperación suya y de sus secretos.

 

"Es especial. Y es mi amigo". Dijo, luego de bajar la vista al sentir que se sonrojaba por la confesión. Fingió examinarse la ropa, dañada en dos o tres partes por las estocadas. Las reparó con un pase de sus delgados dedos, observando cómo la oscuridad se tornaba en tela material. Sentía en su cabeza la seria mirada del Rey y eso logró que su lengua se soltara contra su voluntad aún más. "No actúa como un kokuchi, y de cierta manera parece más inteligente que el resto de su especie". Hizo una pausa tentativa y luego levantó los ojos para encontrarse con la expresión sorprendida del otro hombre. "¿Shiruku?..."

 

"Ya he oído algo sobre la extraña manera de comportarse de tu mascota", dijo al fin Shiruku, sonriendo. “Mejor dicho, oí a Yû decir algo sobre un kokuchi extraño que no enloqueció en el otro lado, y que supuestamente debió eliminar por disfuncional... Ese es Hotohori, ¿verdad?”. Shirogane asintió, los ojos fijos en los del Rey, desafiante ahora. “¿Tienes por amigo a un kokuchi, que además ni siquiera puede cumplir con la función para la que fue creado?. Shirogane, pensé que no te gustaban las tonterías humanas, y tener una mascota es propio de humanos...”

 

“Homurabi--”, intentó defenderse el chico, pero el hombre cortó su frase con un movimiento de su mano.

 

“No me interesa lo que Homurabi haga; al fin y al cabo sólo ha de estar imitándote, lo cual es un buen signo. Y hablando de ello...¿Por qué continúas reacio a ser su amigo?”.

 

“Él y yo no coincidimos en muchos temas. Además me aburre”.

 

Shiruku estuvo a punto de soltar una carcajada, pero la disimuló tosiendo brevemente y mirando hacia otro lado. Shirogane se cruzó de brazos, aguardando. El Rey lo estudió con el rabillo del ojo.

 

“Será tu Soporte y tu igual cuando sea el momento. ¿Acaso no somos un excelente ejemplo Yosei y yo? ¿Crees que este mundo, que se ido ampliando a través de las centurias, puede mantenerse sin varios pares de manos ayudando?”.

 

“Tú y Yosei-sama son aburridos también, por eso congenian. Si yo hubiera querido a alguien a mi lado para que me ayudara, ese chico que escogiste hubiera sido mi última opción...”, dijo el muchacho, fastidiado. “Ni siquiera sabe un cuarto de todo lo que yo sé y actúa siempre tan altanero... Además no lo necesito. Hotohori sabe mejores jueg...”. El rostro de Shirogane sufrió una metamorfosis súbita que varió desde la palidez más acentuada, hasta el rojo más granate que su piel podía soportar. No podía creer que lo hubiera dicho en voz alta. Shiruku iba a burlarse de él hasta el Fin de los Tiempos...

 

El Rey ladeó la cabeza, sonriendo mientras calibraba las diversas etapas emocionales que podía leer en el rostro de Shirogane: Sus pupilas estaban contraídas y su boca temblaba ligeramente, al igual que sus manos. Tenía todo el aspecto de un animal amenazado. Y detrás de todo ese terror que demostraba superficialmente, el hombre también pudo ver la furia y la frustración de verse incapaz de esconder nada a voluntad. Nuevamente quiso echarse a reír. Pero se cuidó de hacerlo.

 

“¿Tú... juegas con el kokuchi? ¿Tan solo te sientes, hijo?”.

 

La pregunta se oyó como una piedra golpeando un cristal, y el corazón de Shirogane se aceleró. Hubiera preferido la descarnada burla antes que la más dolorosa verdad de la que hacía gala su padre. Sin embargo, se compuso de inmediato y sepultó su espíritu tan hondo, que jamás pudiera Shiruku volver a verlo. “¡No me siento solo y no necesito a nadie! ¡Hotohori es como uno de esos perros humanos y siempre está llamándome la atención y queriendo jugar!”.

 

Bueno, pensó Shiruku, ¿podría ser peor, no? Realmente sus miedos más profundos hubieran podido tomar cuerpo en ese niño, y sin embargo, sólo era una fachada la que mantenía a su hijo tan incólume. ¿Shirogane jugando con un kokuchi? Qué más daba si se encariñaba con un bicho de esos, si ello le servía para abrirse un poco más al mundo y a sus distracciones, en vez de aferrarse sin descanso a los deberes y ocupaciones que día tras día desarrollaba con exagerada avocación.

 

Si bien Shiruku jamás había sido el paradigma de la diversión, solía reír hasta las lágrimas cuando la ocasión lo merecía, y gustaba de brindarse pequeños placeres cotidianos, siempre y cuando estos no quebraran la usual monotonía que lo rodeaba. Pero no sucedía lo mismo con su hijo, de quien ni siquiera obtenía un respetuoso 'padre' al dirigirse a él. Shirogane, tan inflexible, tan responsable y arrebatado al mismo tiempo tras esa máscara de autocontrol, siempre le había causado una inexplicable tristeza que lo obligaba a buscar la manera de romper esa frialdad tan innata. Y ahora había encontrado una segunda manera de doblegarlo inocentemente... Decidió ahondar más en el asunto, pero el muchacho lo interrumpió:

 

“¿Si ya terminamos con este interrogatorio, puedo irme?. ¡Tengo que seguir buscando!”.

 

“¿Tienes algún indicio de si ha podido ir al Mundo de la Luz?”, preguntó Shiruku, cruzando sus brazos.

 

“Ya te he dicho que no actúa como otros kokuchis. Es incapaz de sellar un agujero, mucho menos de pasar él solo. No tendría manera”. Sacudió la cabeza convencido, pues lo había visto intentarlo. Sin embargo, también muchas veces lo había visto afanado en una búsqueda a la que Shirogane no le encontraba sentido. Durante algún tiempo, luego que el chico lo adoptara, Hotohori había parecido confuso y desorientado, hurgando en todos los rincones del Palacio y olisqueando a cuanto kokuchi se le cruzara. Solía lamentarse sonoramente, y su comportamiento había comenzado asustarlo, hasta que un día simplemente dejó de buscar. Fijó sus ojos en su Amo, resignado, y jamás retomó su extraña manera de actuar.

 

Al menos hasta hacía una semana atrás... Cuando él había tenido... ese sueño.

 

En el, un kokuchi y un hakua giraban el uno tras el otro sin parar, en perfecta armonía y coordinación. Frecuentemente alguno de los dos cambiaba repentinamente la dirección del giro, y el otro lo imitaba sin error, ni duda. Y cuando se separaban, sus lamentos se oían con la misma modulación de tristeza, hasta que volvían a unirse en su danza coordinada.

 

Pero lo extraño de aquel sueño era que él, Shirogane, era el kokuchi... Aunque no sabía quién era el hakua.

 

Desde esa noche que Hotohori se había vuelto tan inquieto como antes. Y frecuentemente intentaba colarse por los hoyos que la oscuridad generaba al rasgarse en ciertos puntos; mas Shirogane no tenía poder para llevarlo al otro lado, ni se le permitía hacer tal cosa, así que se veía incapaz de detener los dolorosos embates del ser contra la barrera de la Luz.

 

No tuvo más remedio entonces que, a regañadientes, y sintiéndose desnudo por completo otra vez, relatarle los hechos a Shiruku. El Rey pensó unos momentos; luego habló, preocupado:

 

“Si este kokuchi anormal existe aquí, y si está sujeto a nuestras normas como debe ser... entonces supongo que también ha de tener su equivalente en el otro mundo... Se acerca el Solsticio de Junio. Será el día donde el sol prevalezca por más tiempo en el área septentrional, y creo que eso es lo que tu mascota presiente, pues en esa fecha somos atraídos naturalmente por la luz y por nuestras contrapartes. Hotohori está buscando a su compañero, para ratificar su hermandad”. De pronto el hombre frunció el ceño y permaneció mirando fijamente al muchacho. “¿Sólo has tenido ese sueño? ¿No has visto nada, ni a nadie más en el?”.

 

Shirogane tragó saliva, y para disimular su desconcierto, entrecerró los ojos con falso disgusto. “No”, contestó lacónicamente. “No he visto a mi contraparte, si estás pensando eso”, gruñó. “Igual no creo que vaya a gustarme; debe ser otro niño estúpido, o algo peor... ¡Y no me siento con ganas de ratificar ningún lazo con ningún compañero!”.

 

En realidad sentía la misma inquietud que su amigo. Solamente la dificultad radicaba en que no sabía con quién era que deseaba reunirse. Pero no iba a contarle eso a Shiruku.

 

“Ya es hora de que dejes de menospreciar a todos los que te rodeamos, hijo. Vas a acentuar tu soledad con esa actitud”. Se alejó del muchacho en dirección a las puertas. “Hablaré con Ryotaro para que no cometan un error irreparable si ven al kokuchi. Cuando acabe con los registros, yo mismo iré a buscarlo al otro lado, así que cambia esa cara de una vez... podrías convertir en vinagre al vino más delicado”, se mofó el Rey.

 

Shirogane bufó, y lejos estuvo de darse por vencido: Abrió la boca para decir algo, pero Shiruku lo hizo callar con un gesto.

 

"Shirogane... No puedes ir sin protección, y nadie irá contigo si yo no lo ordeno. Además, correrías un riesgo enorme al hacerlo y Ryotaro estaría aquí bramando por una semana entera si sucede algo fuera de las normas. No te arriesgues; no te metas en problemas, no me metas en problemas; respeta mi palabra, por favor". Con esa última recomendación, salió del cuarto.

 

Al cerrarse las puertas, Shirogane mantuvo su postura altiva por unos segundos, mas pronto relajó hombros, brazos y piernas, y se dejó caer al suelo como un muñeco de trapo: estaba agotado.

 

Abrió una de sus manos y la apoyó en el suelo de madera. Inmediatamente sintió fluir la energía de su entorno hacia ella, y tal cual haría un árbol con sus raíces, absorbió la oscuridad que necesitaba para regenerar su ser. En pocos minutos se encontraba nuevamente de pié.

 

Se sentía absolutamente frustrado, pero no podría hacer nada ni aunque se lo propusiera con toda su conocida determinación... No tenía libertad ni autorización para abandonar el Mundo de las Sombras, no podía enviar a nadie, ni pedir que alguno de los niños de Shiruku lo acompañara; y el simple acto de atravesar una rotura de un mundo a otro bastaría para quemarlo hasta su mismísimo centro, ya que su Inshi no era todavía lo suficientemente fuerte para soportar la Luz.

 

Pero sabía que su amigo corría verdadero peligro. Si era verdad lo que el Rey había dicho, entonces el solsticio atraería más que nunca a cualquier otro kokuchi hacia el otro lado. No era necesariamente un peligro mortal para nadie; solamente habría más problemas con los que lidiar -solía ocurrir algo parecido en el solsticio de invierno meridional y los hakuas-, y en ambos mundos las cosas irían un poco para peor por unas horas.

 

Si bien la primera vez el kokuchi había tenido la suerte de caer en las manos correctas, las mismas manos que se lo ofrecieron luego -pues lo había hallado Tomoko, uno de los niños del segundo rey de la Luz, Yayoi-sama; esta vez seguramente no tendría tanta suerte. No había manera de ponerse a clasificar a cuanto ser de las Sombras encontraran dando vueltas y extraviado. De la misma manera que ocurría con las hakuas cuando cruzaban la frontera, se los eliminaba sin miramientos.

 

Demonios... Sus ojos se movieron hacia la pared donde las armas descansaban hasta su próximo uso. El espacio que aguardaba a su katana parecía recriminarle que aún no la hubiese guardado. Bajó la vista y el filo centelleó en su mano derecha. Ahora o nunca, pensó.

 

La katana desapareció entre sus ropas.

 

Salió con prisa.

 

Los jardines al sol lo recibieron apenas abandonó la galería, pero no se detuvo a mirar los árboles que le gustaban, ni a supervisar los parterres de Azaleas rojas, cuyo color le había llamado la atención casi desde la creación de su ser. Pasó como un vendaval violento por entre todo y salió directamente al ala sur, donde se encontraban las dependencias de los Reyes Directos y de los Secundarios.

 

En su habitación se deshizo de sus ropas de entrenamiento y se colocó prendas más discretas. Hubo de guardar su arma nuevamente entre ellas. También rebuscó en un escondite oculto tras su cama, de donde sacó un cofre de madera de ciprés. Entre las numerosas chucherías que guardaba halló un trozo de tela negra, y de entre sus pliegos sacó un papel sellado por múltiples sitios. Era un pergamino conteniendo palabras de protección contra la Luz, y Shiruku guardaba una aceptable cantidad de ellos para que sus Niños, quienes no poseían el poder de los Reyes, pudieran internarse a sellar roturas peligrosas y extensas, demandantes de energía y tiempo. Sin embargo, Shirogane lo guardaba para visitar algún día el otro lado y saciar su curiosidad acerca de lo prohibido.

 

Desplegó el mismo, leyó lo que estaba escrito en voz alta, y luego lo acercó a su cabeza. Los sellos desaparecieron del papel: Ya estaba preparado para entrar al Otro Mundo sin correr peligro.

 

Resuelto, se escabulló hacia el único lugar que le permitiría pasar sin ser detectado: El Cuarto de la Luz. Y hacia allí fue, con sus cien años de vida resumidos en una inocente apariencia de niño de 11 años, listo a traer a su única razón de seguir sobreviviendo…

 

 Fin capítulo dos.


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