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Sin colores por blendpekoe

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No quedé hecho un desastre después de lo ocurrido, en realidad, al día siguiente, no se notaba que lloré, no tenía la mirada triste, no parecía que hubiera pasado un mal momento. En el trabajo nadie notó nada como solía ocurrir, ni mi comportamiento estaba alterado. Me sentía tranquilo y hasta mi mente estaba en calma. Y esa misma calma me incomodaba porque no parecía natural.

Ese día encontré a Santiago fumando en el estacionamiento, lo saludé de lejos mientras él fumaba apurado.

—¿Estás bien? —pregunté acercándome.

—Sí, bien. —Volvió a fumar con prisa—. Es que no fumo dentro del auto y tengo mucha hambre.

—Apágalo.

—¡No! Ya lo termino.

Me volví hacia mi auto.

—¿Vas a almorzar? —escuché a Santiago levantar la voz.

Asentí para no andar a los gritos como él y enseguida me hizo señas para que vaya donde estaba.

—¿Quieres comer comida árabe?

Otra cosa que me tenía impresionado es que mi apetito no se veía afectado por los hechos del día anterior, siendo que mis nervios y mi estómago se llevaban muy mal.

Fuimos a almorzar, una comida muy condimentada que disfruté sin inconvenientes. Para mi sorpresa, Santiago hablaba poco, era extraño para una persona que parecía tan sociable.

—Te hiciste popular —comentó mientras nos servían un pequeño postre con café—. Hasta los que no te conocían en mi piso ya saben quién eres.

—No era lo que quería —respondí sin darle mucha importancia al  hecho.

Probé el baklava que me sirvieron y quedé impresionado.

—Está rico, ¿no? Pero nunca comas más de uno o te dará asco.

Lo miré, de pronto hablaba y manejaba la conversación. Volví al postre pero tuve que tomarme el café para cortar un poco lo dulce.

—Nada mejor que un postre para alegrar el corazón —agregó al verme tomar el café.

Enseguida recordé su comentario sobre la decepción.

—Mi corazón está bien —afirmé seguro, o mentí seguro.

Pero su mirada curiosa parecía ver la verdad en mí y sonrió de forma compasiva. Un escalofrío horrible recorrió mi espalda, la compasión era como sal en una herida. Volví a concentrarme en mi postre.

***

Esa noche llamé a Gabriel para convencerlo de ir al cine y así no quedarme solo en casa. No pude concentrarme en la película y cuando volvíamos no pude contenerme más, tuve que contarle sobre lo que daba vueltas en mi mente, aunque él no me lo había preguntado. Así que le conté de mi extraño intercambio con Julián, de como me puse a llorar y lo mucho que me llamaba la atención la sensación de tranquilidad que tenía. Que en cierta forma, me sentía extraño conmigo mismo. Y mi hermano tuvo que responder con una de esas cosas crueles que solía decir.

—Te estás acostumbrando a que te haga daño.

Lo miré estupefacto.

—¡Esa idea es ridícula!

—No lo es. Te estás... ¿Cómo decirlo? —Pensó por un momento—. Endureciendo.

Suspiró.

—A mí me pasó con Ana. Al principio sufrí mucho por... —me miró— ya sabes, por lo mala que era contigo. Hasta pensé en dejarla porque discutíamos mucho, odiaba escucharla quejarse de ti, pero con el tiempo dejó de importarme. Y si intentaba decir algo sobre ti, le decía que se calle o la dejaba hablando sola.

Hablar de Ana no era algo que me gustaba hacer.

—Entonces no la quieres.

Gabriel lo pensó.

—Sí la quiero.

—Ni tú te lo crees. ¿Por qué no la dejas de una vez?

Me miró con una sonrisa desafiante.

—Tú me lo preguntaste —advirtió y se acercó para hablarme en voz baja—. Porque es muy buena en la cama.

Me aparté de él. Estábamos fuera del cine y comencé a caminar hacia el auto, arrepentido de haber tenido esa conversación con mi hermano. Él me alcanzó y empezó a reírse, era difícil saber si hablaba en serio o si solo quería molestarme.

—A veces pienso —dijo poniéndose un poco serio—, que me acostumbré a ella.

Subimos a su camioneta.

—Seguro te preguntas, como mamá y papá, por qué no la dejo.

Asentí con exageración intentando demostrar mi desagrado hacia Ana. Él me miró preparándose para decir algo que podría aclarar todo el misterio.

—Y yo me pregunto por qué no dejas a ese novio de mentira tuyo.

Encendió el auto para salir del estacionamiento del cine con una expresión triunfante en su rostro.

***

Cuando el fin de semana llegó, solamente pensaba en que ni siquiera podría mandarle un mensaje a Julián para saludarlo por su cumpleaños ya que tendría el celular apagado. Y recordando todo lo sucedido, comencé a creer que tal vez yo debería actuar si quería ver cambios en nuestra relación. Tenía que hacer algo para quitarme esa sensación de alejamiento. Entonces se me ocurrió una idea increíble para poder saludarlo. Los sábados se quedaba todo el día en el hospital hasta la medianoche, así que fui al hospital por la noche y lo esperé cerca de su auto. No era un acto tan riesgoso pero me hacía sentir que estaba haciendo algo por nosotros. Esperé mucho y él no salió, su auto se encontraba en el estacionamiento así que imaginé que debía seguir trabajando en esas horas extras a las que siempre se prestaba. Poniéndome ansioso entré al hospital. Solo la guardia funcionaba y di vueltas sin saber dónde buscarlo. Una enfermera intentó acercarse a mí para ayudarme a encontrar mi camino pero pude evitarla sacando mi celular para parecer ocupado y no correr el riesgo de que me hicieran preguntas. Seguí caminando evitando los pasillos oscuros y, justo cuando comenzaba a desanimarme, lo vi a lo lejos en un desordenado comedor. Me decepcioné al darme cuenta que estaba en compañía de otras personas, que por la ropa deduje que eran compañeros. En la mesa donde se reunían había comida dispersa y botellas de gaseosas. Miré por un rato sin acercarme, le hacían bromas aunque yo no llegaba a escucharlas, en el piso había dos guantes inflados cuales globos, estaban improvisando un festejo de cumpleaños. Mi idea increíble estaba lejos de ser original. Me sentí mal, avergonzado, y no podía acercarme porque a Julián le daría un ataque si lo hacía, solo podía irme sin decir nada. Me quedé ahí un poco resentido, él parecía cooperar de muy buena gana con el festejo para ser un evento al que no le daba importancia como me había dicho. Algo que de seguro usó como excusa para evitar que quisiera celebrar su cumpleaños. Pero mi idea de ir al hospital pasó de ser increíblemente poco original a un terrible error.

No necesité ayuda para entender lo que vi, ni que nadie me lo confirmara. Entre ellos apareció una chica con ropa de civil que fue festejada con aplausos al poner una torta en la mesa. Era pelirroja con pecas, de esas que parecen muñecas, muy bonita. Y cuando Julián se quejó de no querer que le canten el feliz cumpleaños, ella lo besó y él devolvió su beso, abrazándola, mientras los demás cantaban. Ambos apagaron las velas y rieron mucho.

El nudo que se me hizo en la garganta casi no me dejaba respirar pero corrí del lugar antes de ser descubierto o de ver más. Las manos me temblaban tanto que me costó poner la llave del auto. Al principio manejé como loco pero tuve que frenar en plena calle porque me costaba respirar. Él no cumpliría su promesa, no la dejaría. De repente, entre bocinas y gritos, porque yo no avanzaba, un par de personas se acercaron al auto, luego vi brillar las luces de una patrulla. Golpearon la ventana de mi auto pero no pude hablar, los miré con desesperación, con lágrimas cayendo de mis ojos, sintiendo que me ahogaba. Me aferré al volante con fuerza tratando de respirar, parecía que hubiera olvidado cómo se hacía. Me gritaron que abra la puerta pero tampoco podía hacer eso. Una ambulancia apareció de inmediato y más personas se reunieron alrededor de mi auto. Me empezaba a sentir mareado y el aire no parecía llegar a mis pulmones, creí que me iba a morir ahí mismo. Abrir la puerta me costó muchísimo, de los nervios mis manos fallaban constantemente para destrabarla, desesperándome cada vez más. De golpe se abrió, o la abrieron, y un médico me habló sin que yo pudiera entender las palabras que salían de su boca. Me desmayé.

Notas finales:

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