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Neverland por Jahee

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Cara a cara

 

 

Arrojó el porro por la ventanilla, conteniendo el humo en sus pulmones. Se acercó al rostro del moreno y unieron sus labios, Andrei expulsó el humo y el otro lo tragó ávido, lamió su labio inferior y lo sintió frío y amargo, le gustó. Despegó sus manos del volante para cogerle por los hombros, acercarlo y profundizar el contacto; la música ensordecedora vibraba dentro del coche, y la carretera recta, casi ausente de tráfico, los envolvía en oscuridad y paisajes boscosos. La luz intensa de un auto les pegó de lleno y el sonido estridente de una bocina menguó el de la música, Andrei se separó y vio los faros de una camioneta aproximándose. Iban en el carril equivocado, pero demasiado drogados para percatarse.

— ¡Ese hijo de puta me está encandilando! ¡No te muevas! ¡No te muevas! ¡Que se vaya a la mierda!  

Vladimir le miró de soslayo, torciendo su típica sonrisa maliciosa pareció estar de acuerdo. Aceleró de inmediato. Y un carro como ése, aceleraba de verdad. Andrei gritó, entusiasmado, alzó sus brazos, como si se encontrara en la cima de una montaña rusa. Se encontró pensando en las diferentes maneras que podía morir si aquella camioneta no se hacía a un lado. Su cabeza, quizá, quedaría embarrada en el parabrisas, o probablemente, su carne sería prensada por fierros y metales torcidos a capricho. Tal vez, el coche explotaría en mil pedazos, sin tiempo de pensar, o de sentir dolor. Ahogó una risita, las ráfagas de viento lo despeinaban y le producían suaves cosquilleos por todo el rostro. No le importaba, hallar camino al final de la existencia de aquella forma… mientras Vladimir estuviese allí, no importaba. Hasta la muerte se antojaba correcta.

La luz, blanca y deslumbrante, se aproximaba, devorando la oscuridad alrededor; la música tronó con mayor fuerza en el coro, y con ella, una ola de adrenalina se apoderó del cuerpo de Andrei, se retorció en el asiento y su respiración se volvió irregular, miró a Vladimir, perdido en el momento también, con la sonrisa acentuada, y los ojos abiertos, secos, fijados con determinación. Iban a impactarse contra la maldita camioneta, por un instante, se volvió certidumbre. Quizá los que abordaban el otro vehículo eran jovencitos, envalentonados por alcohol y demás sustancias, quizá, llegarían hasta el final, creyéndose intocables. Recordó el ballet, y a Bolshoi, pero a esas alturas, todo se tornaba difuso, lejano. Cerró los ojos con fuerza cuando la intensidad de la luz se hizo intolerable, y esperó, a punto de volver el estómago, una tremenda colisión. Pero nunca llegó. En cambio, discernió un chirrido de llantas, y el grito de victoria de Vladimir. 

El corazón latió más despacio, y sus pulmones se llenaron de un fétido olor a neumático quemado. —Para, para… — musitó, tapando su boca con el dorso de la mano —me he mareado, quiero vomitar…

La celebración de Vova se agrió, giró en la intersección, y aceleró hasta dar con una desviación, se estacionó en un solitario descanso. Andrei abrió la puerta a prisa y volvió el contenido de su estómago en feroces arcadas. — ¡Apaga la puta música! — Exigió entre náuseas. Vladimir contuvo la carcajada, pero consintió su orden desesperada.

—No te quejes, tú fuiste el de la idea… — Andrei rumió, era algo que no tenía derecho a reprochar. Tosió y limpió su boca con la manga de su camisa.

—Sí, sí. Fue una mezcla de todo. La marihuana, la velocidad, el asqueroso olor… ¿Tengo la culpa que tú estés acostumbrado a ver y oler cosas peores? No te rías de mí. 

Vladimir acarició cariñosamente los mechones bermejos de cabello. Le tendió una botella con agua.

— ¿Pensaste que íbamos a chocar? — Inquirió suave, Andrei le observó con recelo.

— La camioneta también aceleró. Entró al juego, yo sólo quería que nosotros jugáramos con ellos. — Enjuagó su boca y después bebió.

—Andrei… — le cogió por el mentón y le obligó a mirarlo. Sus ojos verdes, del color de la hierba fresca, tuvieron su habitual efecto en él: se perdió en su contemplación, en la tranquilidad que le brindaban cuando la sombra de la ira no estaba presente. —Dos segundos más y hubiese sido yo el que terminara el juego. ¿No creerías que iba a arriesgarte, a arriesgarnos? — El pelirrojo negó, no del todo convencido. Conocía el orgullo de Vladimir, y así se tratara de un juego estúpido, no le gustaba perder. —Bien, porque quiero verte en ese jodido ballet del que tanto hablas. Quiero que bailes para mí.

Intentó besarlo, Andrei apartó el rostro —Vomité… —se excusó. La presión en su barbilla se hizo más fuerte.

—No me importa. —Lo besó; le comió la boca y lo aproximó a su cuerpo caliente, el espacio era pequeño, incómodo, pero ello no les desalentó. Andrei lo abrazó por el cuello y se dejó acariciar.

—Tuve en sueño extraño, uno de mis sueños. Mientras tú estabas lejos… —No lo acusó. No, él no era como Katrina, que se deprimía con su ausencia y cuando volvía le gritaba y reprochaba. Él no exigía explicaciones, sólo le sonreía con gusto y en su semblante se dibujaba la cálida expresión de bienvenido de vuelta…  —Soñé que me abrías el vientre con un cuchillo y me la metías por ahí, la sangre nos inundaba pero a mí no me dolía. Me gustaba.

La revelación detuvo las caricias de Vladimir, le enfocó en la oscuridad y largó una fuerte risotada —Tus sueños se vuelven más enfermos con el pasar de los años, ¿no es así? No querrás que intentemos eso…

Andrei sonrió, inclinó el asiento en un descuido y trepó sobre Vladimir, con una pierna en cada cadera. >>Pensé que Katrina era la persona más loca, hasta que te conocí. También la más bella, pero luego… te vi. —Eran los halagos intrínsecos de Vladimir, no muy asiduos, pero Andrei los valoraba, y atesoraba. Nunca le diría que lo amaba, o tan siquiera, que lo quería, sabía que Vladimir no estaba cómodo hablando de sus sentimientos, pero aquello no significaba que no lo sintiera. Andrei sabía que Vladimir realmente le quería. Mucho, mucho más que a Katrina, que a sus propios hijos. Y eso era suficiente para él.

>>Deberíamos largarnos, lejos de aquí, sin responder a nada, a nadie. — Rozó su pecho, la cintura y las breves caderas mientras habló. Murmullos para sí mismo, como si hablara frente al espejo.

—Sabes que es imposible. Ambos tenemos responsabilidades. — Razonó Andrei, mirándole seriamente desde la altura de su posición.

—Antes era lo que deseabas. Tú y yo, decías. Sólo tú y yo. ¿Qué te hizo cambiar de parecer?

Andrei rodó los ojos, encogió los hombros y miró por un segundo cualquier cosa que no fueran los ojos circunspectos de Vladimir. >> ¿Te gusta Moscú? Allí está Bolshoi… No voy a suprimir tus anhelos, Andrei.

Negó con la cabeza, y soltó un triste suspiro.

—Hace años, tuve otro de mis sueños jodidos. Cuando tenía ese absurdo sentimiento de pertenencia sobre ti, cuando me rehusaba a compartirte con Katrina. Soñé que la casa se quemaba, yo estaba afuera, viendo las murallas de fuego arrasar con todo, sabía que adentro estaban mis padres, Katrina y los niños. Pero estaba tan feliz… mi familia moría en aquel infierno y yo era feliz porque seríamos tú y yo. Sólo tú y yo. Luego desperté, la cara me ardía, como si realmente hubiese estado frente a las llamas por mucho tiempo, entonces,  me di cuenta: no sólo somos amantes, Vladimir. Somos familia. Y no quiero cambiar eso. No quiero.

—La familia no tiene nada de especial, Andrei. Tú lo sabes bien.

—Lo sé, pero ellos no me importan. Tú sí, y si nos vamos, si renegamos de nuestro pasado. ¿Qué somos? Sólo dos maricones más haciendo pareja. En cambio, así, somos amantes y familia. Familia y amantes.  

Vladimir entrecerró los ojos y sondeó la cara de Andrei, como si buscara en las facciones, la respuesta a todos sus enigmas.

—Eres extraño, tus ideas son extrañas, pero me gusta, me gusta mucho.  

Satisfecho, Andrei desabotonó la camisa de Fesenko con delicadeza, buscando provocarle. —Te he echado de menos — confesó, —quiero verte, quiero acariciar y besarte las cicatrices.

Y no se refería a las del alma, que tal vez eran más de las que se podían contar. El pecho lampiño de Vladimir estaba cubierto de gruesos verdugos que atravesaban todo el tórax en diferentes tamaños y grosores. Como si un niño se hubiese divertido con un bisturí sobre su piel. Andrei mimó con sus labios cada centímetro de piel, lamió con pasión, como si su saliva fuera el ungüento que borrara aquellas marcas profundas. Respiró el aroma que desprendía su piel y sintió el suave hormigueo en la palma de sus manos cuando éstas se posaban sobre el corazón que latía con vehemencia. —Te quiero — le susurró. No esperó respuesta, no la habría, y tampoco la necesitaba.    

 

1

 

¿Te gusta, León?

El aludido observó de un rápido escrutinio la terraza en la que estaban. Asintió por puro compromiso, no tenía nada de especial. Demasiado grande, y falta de encanto, hasta en cierto grado, se dejaba ver tétrica.

>> ¡Pero ni siquiera has visto a mi mascota! ¡Éste lugar fue acondicionado para él! Mira, acércate.

Obedeció. El Príncipe, de pie junto al cercado de madera, apuntaba con fervor la ladera que comenzaba allí. León se aproximó y vio un pequeño pantano artificial al final de la cuesta. Ya se imaginaba la clase de mascota que podría vivir allí. Se alejó, sin camuflar su disgusto.

— Sabes que nunca estuve de acuerdo con éste tipo de cosas. No me las restriegues en la cara, Mikheil —Protestó con su voz más dura.   

—Lo sé, era necesario. Lo entenderás después. —Pareció realmente compungido.  Sonrió un poco incómodo e hizo una señal a uno de los guardias que rondaban el perímetro. —Como en los viejos tiempos, León.

La puerta principal se abrió y por ella entró un hombre de avanzada edad, con expresión severa, caminó altivo, observó a los guardias sobre el hombro y apretó su anciana boca llena de desprecio. El hombre saludó en georgiano y se adelantó, sin siquiera ser invitado previamente, a sentarse sobre una de las sillas del comedor de jardín. El Príncipe miró a León con una sonrisa cínica, como si en realidad disfrutara del desplante del desconocido. Ambos hombres se acercaron y tomaron asiento también. — Tengiz Izoria, le presento a León Korsakov, seguro en algún momento llegó a escuchar de él.

El anciano le miró, León no parpadeó. Asintió cortando el contacto visual.

>>Izoria es uno de los candidatos más fuertes a la Presidencia de Georgia. Líder del Movimiento Nacional Demócrata, y un muy querido amigo, ¿no es cierto, Tengiz?

El líder tragó saliva en seco, a pesar de la presentación distinguida y con matiz amigable, Tengiz se veía pétreo, tirante y rígido como un busto griego. Se adelantó a hablar, y cuando lo hizo, expuso toda la desesperación que su físico no denotaba. Mikheil rió entre dientes, y compartió una miradita cómplice con León. — ¿Habías presenciado antes a un político que no dominara su lengua? — Preguntó, burlón. El aludido enrojeció con violencia. >>Izoria, en presencia de Korsakov, hablamos ruso. ¿No querrás faltarle el respeto, verdad?

Negó a la nada, ya sin coraje para sostenerle la mirada. Parecía que con cada segundo consumido, la bravura inicial del hombre mayor desaparecía sin dejar rescoldos para avivar después. >>Verás, León, éste hombre presente, que debería ser mi aliado, mi amigo, se ha empeñado en ser una condenada molestia. No corresponde a mi amistad, se ha burlado de mí, me ha desobedecido y me ha despreciado. No sé, de repente he sentido que es un estorbo más vivo que muerto. ¿Qué me detiene, Tengiz? Dame una buena razón para no matarte, pedazo de mierda.

Tembló y sus ojos grises debido a la senectud, brillaron con ímpetu, León pensó que iba a echarse a llorar, pero soportó medianamente la presión. No era cualquier cosa mantener la compostura frente a hombres como Mikheil, que de Príncipe, sólo su fortuna y apariencia. Mikheil asemejaba más a sus terribles mascotas.

—Tenemos… un… un acuerdo, las encuestas me favorecen, Mikheil, cuando yo gane… tú serás el único, serás intocable.

Enarcó una de sus cejas castañas, y sus ojos, que eran de un azul antártico, e igual de gélidos, se apreciaron incrédulos. —Las encuestan te favorecen porque yo pago para que así sea, imbécil. Yo financio tu campaña política y desaparezco a ratas que intentan ensuciar el camino, pero tampoco puedo hacer todo. No cuando tú te empeñas en joderme.

Cogió un maletín de mano que reposaba sobre la mesa y lo abrió. Las manos le temblaban de rabia, y su mandíbula estaba trabada. León recordaba pocas veces haberle visto en tales condiciones. Extrajo un manojo de hojas y lanzó una por una a la cara pálida del líder demócrata. Eran capturas de pantalla de un video, uno, que desde la perspectiva de León, era sexual, y no con una mujer, sino con un hombre. — ¿Creíste que no iba a enterarme? Este maricón de mierda te chantajea con algo así ¡y tú te quedas con el hocico cerrado! ¿Sabes que vendió el video a un periodista? ¡¿Lo sabías, cerdo estúpido?!

—No… no… —Estaba pasmado, observando alternamente las imágenes y el rostro furibundo de Mikheil. — ¿Qué… qué vas a hacer?...

Esperó escuchar su sentencia de muerte. Lágrimas bajaron por sus agrietadas mejillas a la par que fuertes sacudidas en su cuerpo lo atacaban sin piedad. Mikheil bufó, lo colorado en su rostro bajó de intensidad pero su mirada seguía fiera, como aguas turbulentas, buscaban engullirlo, tragarse hasta su alma.

—Kaladze arrasará si ese video sale a la luz pública. Tu carrera política se irá a la mierda y todo el dinero que he invertido en ti, también. No te mataré, Tengiz. Porque todavía me sirves, pero te advierto: un error más. Una equivocación más. Ya sabes lo que ocurrirá. —Giró el rostro en dirección al centinela —Tráiganlos —ordenó.

La puerta volvió a abrirse por segunda vez en la noche, dos guardias fornidos entraron, cada uno cargando a un hombre a rastras. Ambos prisioneros estaban atados y vendados de los ojos, gimoteaban como puercos al matadero. Mikheil se acercó, les arrebató las vendas; la luz los cegó y les tomó un minuto acostumbrarse. Tengiz reconoció a uno. El más joven, un moreno de ojos turcos, con el cuerpo firme. —Es… él — sollozó. El joven también lo miró, le llamó a gritos: Tengiz, Tengiz. Exclamó entre frases cortadas que León no pudo comprender. Mikheil lo calló de una bofetada, —maricón asqueroso, voy a cortarte la lengua si vuelves a hablar, o llorar.

Enterró la cabeza entre sus piernas, como si de esa manera pudiera protegerse. El otro prisionero mantenía los ojos cerrados, rehusado a ver a sus captores y así albergar la efímera esperanza de salir vivo de aquella situación. Cuánta ingenuidad, pensó León, irónico y amargo. Esa noche fría, sería la última de sus vidas. En estos escenarios, un Vor es Dios, porque a pesar de los ruegos, del llanto y la humillación, el Vor ya ha decidido si la víctima vivirá. Regularmente no, regularmente la ira de un Vor es implacable,  y por ello, la semejanza es mayor.

La hoja de una navaja corta brilló bajo el cielo nocturno, Tengiz la observó desconcertado, pero Mikheil le apresuró a que la cogiera. El líder la tomó con sus manos temblorosas, y la contempló con detalle, como si fuera la primera vez que mirara una. —Mátalo, Tengiz.  — Fue la orden de El Príncipe.

Lució enfermo, con apariencia cetrina. Levantó el cuerpo de un salto, negó y negó, se refugió tras la mesa, miró a León en busca de ayuda, pero la indiferencia en sus facciones le afectó más. Mikheil se carcajeó. >>Es curioso, León. Míralo, es un gusano cobarde. Apuesto que se ha cargado a más que tú y yo juntos escondido detrás de su escritorio, con las manos bien limpiecitas frente a su familia. Hoy no será de esa forma, Tengiz. Matarás al sodomita con tus propias manos, te mancharás de sangre y verás lo difícil que es lavarla. —Sonrió, y Tengiz experimentó el verdadero significado de una sonrisa vacía e insensible. —Es una vieja cuchilla corta, con poco filo. Dale duro, como cuando lo montabas. Y apuñala más de una vez o no lo matarás rápido.

—Mikheil… por favor… no puedo, no…

El Príncipe tronó los huesos de su cuello y hombros. Lanzó un largo soplo. —Está bien, —Se escuchó anormalmente relajado —supongo que necesitas un tiempo para asimilarlo. El maricón fue tu amante por un buen tiempo después de todo. Me da repulsión, pero lo reconozco. Quizá desarrollaste algún tipo de sentimiento.   

Tengiz no se atrevió a refutar o aceptar. Su cuerpo estaba demasiado ocupado bañándose en sudor, y los ojos, parecían querer huir de sus cuencas.    

>>Quizá necesitas de ambientarte.

León enderezó la columna, pendiente de los movimientos elegantes de Mikheil. Éste sujetó al otro hombre -que todavía se negaba a abrir los ojos-, por los cabellos, y lo levantó de un tirón. >>Es el maldito periodista. El muy cabrón y metiche que iba a arruinarte, y de paso a mí. —Lo introdujo. El hombre lloró, se orinó en el pantalón e hizo promesas fervientes. Desapareceré, no diré nada, tengo familia… Todas un cliché, todas daban pereza. Había pensado matarlo más rápido, si tan sólo se hubiese quedado callado, o sus ruegos hubiesen sido más originales. Su llanto se congeló y las súplicas quedaron atoradas en su garganta. El prisionero miró por primera vez los ojos azules, sintió el invierno en su interior, agachó la cabeza y miró un punto rojo en su vientre. El punto se volvió una mancha, que se extendió sobre su camisa blanca, cubrió todo el estómago; gimió, entrecortado, cayó al suelo pero no duró mucho tiempo allí. Mikheil lo alzó con impresionante ligereza, lo levantó y lo arrojó por la cuesta.

León lo observó con gravedad, los guardias rieron, y Tengiz no comprendió en absoluto. Se escucharon los gritos del periodista rodando por la pendiente de tierra, y luego, un impacto contra agua. Un silencio sobrevino, un arrastre mortal y un alarido de puro terror. Los sonidos del agua fueron los más horrendos, y los chillidos del hombre pronto se apagaron tras una breve lucha. El amante de Tengiz intentó huir, corrió espantado, uno de los guardias lo capturó ipso facto. León vio su expresión, no hubo manera de describirla, nunca había visto tal semblante de pavor. Pensó en Karol, en un final similar para ella, apenas pudo controlarse. Mikheil, tú serás el primero que le entregue a Grozny…  

No era el Vor más peligroso, pero sí el más enfermo. Y sus métodos de tortura no eran del todo bien vistos por la hermandad, como tampoco, sus reniegos para pagar la obshchak. La coronación de Mikheil había sido por el cuantioso dinero que ofreció de por medio. Había comprado su título de Vor, y a veces lo olvidaba.

—Ahora no lo repetiré, Izoria. Mátalo, mátalo o serás tú el próximo en visitar la morada de mi insaciable mascota.

Actuó con el valor que había estado careciendo, se abalanzó contra su amante y lo apuñaló una, tres, seis y diez veces. Ya había muerto pero él seguía acribillando, la sangre le salpicó las ropas, la cara, y bañó sus manos de escarlata. Lloró sobre el cadáver, lo maldijo y volvió a apuñalarle. Mikheil encendió un cigarrillo, satisfecho. —Bajo presión, los hombres trabajan mejor. — León bufó.

— ¿Desapareciste la evidencia? — Mikheil asintió, con una sonrisa arrogante — ¿Y qué harás con los rumores?

La sonrisa desapareció. >>Los rumores no son inofensivos, y para personas como él — Apunto a Tengiz con el índice — pueden ser su destrucción. Tú destrucción.

—Lo sé — aceptó a regañadientes — El periodista es inglés, se hará un revuelo con su desaparición, especialmente si comentó o mostró el video a algún colega. He pensado en todo, León. No se me ocurre nada.

—Mi ayuda te costará — advirtió. Mikheil entornó los ojos. —Aléjate de mí, lárgate de Londres. Deja que yo me encargue del traidor a la hermandad.

El castaño chasqueó la lengua, descansó las manos en sus caderas, el saco se movió y descubrió un arma enfundada.

—Si quieres ser el puto héroe, adelante. Me mantendré al margen, pero no me iré, León. Se lo prometí a tu padre.

Era mejor que nada. Mikheil era testarudo y nada iba a hacerlo cambiar de parecer. Además, aunque enfermo y desalmado, también era su amigo. No podría negarle la ayuda. Vislumbró a Tengiz, tumbado en un rincón, con la mirada perdida y desorbitada. —Cuando los rumores inicien, vuélvelo un mártir. —Aconsejó.  

Dudó por un momento.

— ¡¿Pretendes que lo mate?! — Exclamó, atónito. León esbozó una media sonrisa.

—Matarlo no lo volverá un mártir, sólo un perdedor. Organiza una cena, que estén presentes altos funcionarios, simpatizantes de su principal rival. Una cena amistosa, de beneficencia. Y allí, envenénalo. Un veneno poderoso, que tenga secuelas, que la gente note que sufrió. Amarán su desgracia, se volcarán con él. Habrás ganado, Mikheil. 

Sonrió. La primera sonrisa sincera que presenció en aquel lugar que apestaba a sangre y orín.

 

2

 

—Interesante cicatriz — Grozny observó por el reflejo de la ventanilla al tipo que le hablaba a sus espaldas. Giró sobre sus talones, y le miró concienzudamente.

—Interesante acento — respondió en ruso, a la defensiva. Estaba acostumbrado a que hombres le abordaran al salir de Neverland, a que le coquetearan y se acercaran más de lo necesario, pero los ojos de éste hombre eran abrasivos, lo puso en alerta el matiz de odio que mostró su lenguaje corporal. 

El desconocido ladeó la cabeza y forzó una sonrisa que más figuró a amenaza.

—A Yuriy se le cayó esto… — Mostró una daga pequeña y fina, con incrustaciones de piedras rojas en el mango de acero, semejaban rubíes, pero Grozny se negó a creer que lo fueran. —Seguro la utiliza para defenderse — agregó con los labios torcidos, en una mueca sarcástica. Le molestó su expresión, pero cogió la daga con sobriedad.

—Se la daré yo, gracias — la guardó dentro de su abrigo y esperó verlo marchar.

—Claro — caminó hacia atrás, y recorrió su figura con desprecio, desfachatadamente retador — Nos estaremos viendo, hombre. — Sonó a advertencia.

Y se marchó, Grozny le vio alejarse con resquemor. No entendió su actitud, una palabra más, un segundo más frente aquellos ojos resentidos y el resultado hubiese sido distinto. Entró al coche y azotó la puerta. Andrei le esperaba en la puerta alterna de empleados, dio vuelta a la manzana y le recogió ya vestido decente. El pelirrojo le sonrió y prendió la calefacción, también el estéreo. Comenzó a sonar una canción que no conocía, electrónica y pegajosa. Se sintió joven de nuevo y la irritación que le provocó el desconocido, se evaporó.

— ¿No olvidaste nada allá dentro? — Cuestionó, mirándole de perfil. Andrei dejó de sacudir la cabeza y viró el cuerpo; bajó el sonido de la música. Sus ojos oscuros como un abismo le estudiaron con mesura. Grozny se perturbó en una manera que no debía ser.

—No. Nada, pero vi algo que podría interesarte… — el checheno le evitó aunque en el rabillo de su ojo el cabello fuego chillaba, como si exigiera su atención. —Karol estaba llorando, —una risilla pícara escapó de su garganta —bueno, ya sabes, ella siempre llora, eso no es lo interesante. Pero lo hacía con Sergey, estaban bien abrazados y ella repetía algo sobre una operación… quirúrgica.

Grozny arrugó el entrecejo, francamente confundido. >> ¿No sabes nada? — Indagó, sutil e inocente, como las preguntas de un infante. Grozny comprendió que tendría que cuidarse de aquel estilo ingenuo, pues tenía el poder de llegar a convencerlo, de arrastrarlo a una sinceridad sin beneficio. A cosas que no debían ser.

Le ignoró, supo que Andrei se molestó, no le importó. — Investiga más. No me gustan las migajas, Andrei.

El pelirrojo refunfuñó, no volvió a subir el volumen de la música, y prefirió observar las construcciones de Londres por la ventana del auto. Grozny vio por el retrovisor un coche oscuro, muy cerca para su gusto. Lo ignoró de momento.

— No sabía que guardabas una daga para protegerte — Intentó retomar la conversación en modos más agradables; estaba claro que su crudeza para hablar siempre había sido un problema.

Andrei volvió el rostro a una celeridad impresionante, sus labios se abrieron inconscientemente, y su rostro en general se desdibujó, desconcertado. — ¿De qué hablas?

Grozny descubrió la daga, los rubíes centellaron, hermosos a la vista de cualquiera. El checheno ya no dudó de su originalidad. Miró a Andrei, cargado de sospecha, pero éstas se esfumaron de su mente después de ver el más puro terror gobernando la existencia de Andrei. >> ¿Por qué?... ¿Por qué la tienes tú? —Tartamudeó. Nunca le vio más vulnerable,  tan escaso de bríos.

— Me la dio un hombre, Andrei. Dijo que se te cayó… ¿Por qué estás tan asustado? — Observó de nuevo el retrovisor, el mismo coche, pero a una distancia prudente — Mierda, alguien nos viene siguiendo — pensó en voz alta.

Alarmó a Andrei. Su cabeza se perdió en una vorágine de emociones — Es él — aseguró para sí. — ¡Es él! ¡Me encontró, está aquí, Grozny! ¡Estuvo en Neverland! ¡Va a matarme, va a matarme! — Gritó, alterado, mirando con ojos saltones al carro de atrás. Lagrimeó en silencio, Grozny le escuchó sorbiendo la nariz, inconsolable.

— ¿Quieres tranquilizarte y decirme qué está pasando?

— El hombre que te entregó la daga era Vladimir, el marido de mi hermana. ¡El cabrón que me dejó sin la posibilidad de volver a bailar ballet! —  Limpió sus lágrimas a manotazos, a pesar que brotaban nuevas, más gruesas y calientes. — Alto, pálido, de ojos verdes y con la maldita actitud de voy a romperte el culo. ¿Era él? 

Grozny silbó, reiría si Andrei no estuviese tan sobresaltado. — Seguro que era él —  la última descripción le iba a la perfección.

— Es su daga. ¿Por qué hace esto? ¿Qué está intentando decirme? ¡¿Va a matarme?! ¡Estuvo en Neverland, me vio… bailando, y luego nos vio juntos! ¡Por eso te la entregó! Es una advertencia… Grozny. El carro sigue tras nosotros… es él, estoy seguro. Piérdelo, por favor, ¡piérdelo!

Terrible. Así fue su aspecto al mirarlo. Los ojos temerarios, y el surco de su cicatriz reluciendo en la tenue luz de luna. Esa noche Andrei aprendió que el carácter de Grozny frente a Karol, y León en especial, era verdaderamente más aceptable de lo que parecía. No podría existir comparación alguna con la ruda expresión que poseía en ese preciso instante. Lucía impío, sediento de acción. Frenó el coche en una solitaria calle de dos carriles y bajó el cristal de su ventanilla. — Yo no huyo, Andrei. — Aclaró. La voz le cambió también: peligrosa, dominante… terrible. El coche se emparejó del lado de Grozny, tenía los vidrios polarizados; lentamente descendieron, y develaron el rostro del conductor.

Más lágrimas se acumularon en sus ojos, pero se quedaron estancadas, respetando el momento. Vladimir vislumbró primero a Andrei, no dijo nada, aunque ardía en deseos de hacerlo, nunca fue bueno con las palabras. Siempre se quedaba corto, y era la sensación más desesperante. A Vladimir se le daban los puños, los insultos, y tener sexo con Andrei.

Al final, irremediable, las miradas de Grozny y Fesenko colisionaron. Se midieron en la lejanía y chispeó en ellos, una animadversión nunca antes experimentada. Olvidaron el pestañeo, ignoraron el frío que penetraba los huesos. Vova sonrió, colmado de cinismo, amenazante. Pisó el acelerador y dejó una estela de humo mientras el ruido escandaloso del motor se perdía a la distancia

— ¿Por qué tiemblas, Andrei? —Inquirió, sin apartar la vista del frente. —Ya no estás solo.

Se ahogó en un mar de calidez, Andrei se arrojó a sus brazos por instinto y lo besó en los labios. No chocó con la muralla inasequible a la que tan familiarizado estaba; Grozny respondió  al roce, comandando el fervor del contacto. No fue un beso fingido, actuado; mucho menos un beso de lástima, para apaciguar su  nerviosismo. Fue real. Le alocó la frecuencia cardiaca, le hirvió la sangre. Sintió la mano de Grozny presionando con dureza su nuca, impidiéndole interrumpir la caricia. Era sincero y se dejaba llevar. Los largos dedos recorrieron su espina dorsal, desde el cuello hasta el borde de su pantalón; dejó una corriente eléctrica allí, erizando sus vellos, enardeciendo la dermis.

Entonces, abrupto, se separó. Condujo al departamento sin pronunciar palabra, y no volvió a dedicarle una mirada. A Andrei no le afectó, internamente, se encontraba encantado. Tanto, que el encuentro con Vladimir no le perturbó en sueños.

            

 

Notas finales:

La obshchak es una tipo caja de seguridad a la que todos los Vory tienen que aportar dinero periódicamente. 

Gracias por leer, bellezas. Sus comentarios ya están respondidos! Un beso y nos vemos antes de Navidad ;) 


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