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Neverland por Jahee

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Notas del capitulo:

Ahora todo va tomando forma... 

Disculpen la demora, no pude actualizar antes porque andaba fuera de mi ciudad y no tenía el documento a la mano. .__. espero hayan pasado unas fiestas divinas, buen inicio de año para todos, les mando un gran abrazo!! :D 

Disfruten...

XI

 

Perverso

 

 

Borracho, así lo encontró. Tirado en la alfombra de la sala de Tv, con el pijama arrugado, pegado a una botella sin etiqueta. Cantaba Polyubyla Petrusya con melancólico anhelo, y su voz brotaba más triste que los compases del acordeón. No le había escuchado, apenas si podía mantener su espalda enderezada. León le miró desde el umbral de la puerta, decidiendo si interrumpía o mejor se alejaba; se quedó mirando el cuerpo que sería irreconocible si no hubiese vivido con él aquellos cambios, y pensó, si realmente había valido la pena arriesgarse a tanto. Ya no podría saberlo, estaba sumergido en un agujero negro, la luz lejana y el final todavía inexplorado. Se encontraba en un punto muerto, en un sendero espinado en el que sólo restaba avanzar hasta las últimas consecuencias. Al término de éste, sabría si sus decisiones habían sido las correctas. Tu egoísmo será nuestra destrucción, le advirtió Karol tantas veces. León esperaba que no. Quería creer en un destino agradable que cada vez parecía más difícil y quimérico.

Karol sintió su presencia, le encontró entre las sombras. Sus miradas se toparon, ella se levantó tambaleante, lo encaró envestida con el arrojo que el alcohol recién le había brindado. —Por fin se aparece… el hombre de la casa — siseó, arrastrando las palabras.

León le atrapó a tiempo, evitando una humillante caída. —Estás borracho — dijo lo obvio, en un gesto de desaprobación. Ella respondió con una risilla chusca.

Lo vio diferente, el alcohol también se había llevado la máscara de perfecta dama que ya tenía como sello. Sus movimientos eran desordenados, y la expresión en su rostro recia, entonces se percató: Karol usaba uno de sus pijamas, azul con rayas grises, le iba grande, parecía nadar en él; no llevaba ni una gota de maquillaje y su cabello estaba atado en una tensa coleta. La cólera lo abofeteó, zarandeó a Karol con violencia. — ¡¿Quién te ha visto vestido así?! —Chistó. El nervio debajo de su ojo izquierdo palpitó. Aquel tic siempre terminaba por evidenciarlo. Karol le retó con la mirada. —Pareces una maldita lesbiana. ¡¿Cuántas veces tengo que repetirte que no uses mi ropa?! Si alguien te ve… mierda, Karol, podría sospechar.

Lo escupió en pleno rostro, con el desprecio que le inundaba el alma. León quedó estupefacto por un momento, la furia estalló en su torrente sanguíneo y lo contaminó súbitamente. Su rostro se transfiguró y con la fuerza de su puño, le robó la respiración y lo sumergió en dolor; le cogió por la cola de cabello y lo arrastró fuera de la habitación. Karol lo maldijo entre gritos y escándalos mientras era literalmente revolcada en el trayecto; le encajó las uñas en el brazo, esperando que lo soltara, pero todo intento fue inútil. Se raspó el cuerpo por la fricción contra el duro piso, se golpeó contra bordes, muebles y muros, pero nada más lacerante que la humillación. Lloró de rabia e impotencia.

La recámara estaba insonorizada. Cuando las puertas se cerraron de golpe, ambos pudieron descargar su frustración con libertad. Allí, Karol era un hombre, y el título de Vor de León deslucía ante la desesperación de su amor unilateral. Ambos, simples mortales, entretejiendo su historia con hilos de sangre, dolor, y de amargura.

— ¡Voy a irme, León! ¡Voy a largarme muy lejos de aquí! — desprovisto de gracia, Karol entró al vestidor arrastrando los pies desnudos, cogió una maleta de mano, dispuesta a echar su ropa, pero quedó paralizado frente a la visión de estantes y barrotes atiborrados de vestidos y faldas. Le recordaron su posición, y la situación que enfrentaba. Dejó caer la maleta y volvió cabizbajo, con las manos en puño. León le miraba, altanero, aflojó su corbata en un brusco tirón, y se sacó los zapatos con rabia.

—Recuerda tu lugar, sé inteligente y piensa hasta dónde llegarías allá afuera, sin mi protección. ¿Volverías a las calles como cuando te conocí? ¿Cuánto tiempo te prostituirías antes que Grozny te encontrara?

—No voy a operarme, León. — Precisó. Y se escuchó firme, convencido, como si la decisión dependiera de él.  —Todo este tiempo he obedecido, permití que me convirtieras en algo que no soy. ¿Sabes tú los sentimientos que me asfixian cuando no reconozco ni mi propio reflejo? Ya no tolero los espejos, me odio a mí mismo, y todo es por tu culpa, por tu maldito egoísmo, por no dejarme ir cuando debí partir. No vas a terminar por arrebatarme la poca dignidad que me queda. ¿Crees que voy a aferrarme a la vida sin importar las condiciones que haya de por medio? Todavía tengo algo que tú no conoces: honor, León. Así tenga que morir, moriré con gusto, después de tanto martirio, creo que la muerte es lo más dulce que hay para mí.

León enmudeció, y en su semblante pesó el cansancio que estuvo a punto de derrumbarlo.

— ¿Me estás chantajeando? — Inquirió, fue casi un susurro inaudible, como el murmullo de un moribundo. Se aproximó en firmes pasos hacia Karol. — ¿Olvidas con quién estás tratando? Veamos cómo intentas matarte cuando disponga de guardias que te vigilen a cada segundo, que te sigan hasta el baño, que velen tu sueño; te encerraré en ésta habitación hasta que aceptes tu destino.

Karol rió, entre el nervio que precede a la histeria. Sabía que era capaz, ya le había atado una vez a la cama por largos días al no aceptar el cambio en sus pechos. Una verdadera aberración imaginar una vida reducida a aquello; no era dueño ni de su propia existencia, era una extremidad más de León, sujeta a sus caprichos y deseos. Cuando una persona queda sin opciones, y sabe, ha perdido la batalla, tiende a la ira. Karol anuló el poco espacio que les separaba y lo golpeó con todas sus fuerzas, en el pecho, en el rostro, en los brazos. León no se defendió, ni puso resistencia, sabía, eran golpes de pura desesperación, permitió que Karol se desahogara en su cuerpo.

No obstante, los golpes pronto cedieron, y un violento llanto la sacudió por completo. León la abrazó y le llevó a la cama. La arropó, y se acostó a su lado; besó su sien, el cuello y su hombro. —Yo te he metido en todo esto, tienes razón —le dijo, cerca del oído, —pero voy a sacarte, lo prometo Karol.

Ella giró el cuerpo, sus rostros quedaron de frente; tenía los ojos hinchados y rojos, y las mejillas empapadas. Una expresión desconsolada que todavía tenía el efecto de oprimirle las entrañas a León. —Vi a Mikheil ésta tarde contigo, ha vuelto para quedarse, ¿no es así? — Él asintió en silencio — las cosas no andan bien, lo sé. Por ello quieres que me someta a la cirugía que juraste jamás me obligarías.

León percibió el tono resentido que le restregaba la falta a su promesa.

—Sabes bien que no lo consideraría sino fuese absolutamente necesario.

Karol cerró un segundo los párpados, resistiéndose a armar una nueva discusión. Sopló con fastidio.  

— ¿Por qué? ¿Qué es lo que está pasando que aún no me has dicho? Dime por qué te urge tanto si lo que más te encanta es chupármela.  

León le miró con advertencia, a pesar que el tono de Karol había sido limpio, sin burla o cinismo. Decidió soslayar su insolencia.

—No debes darle tantas vueltas, lo resolveré yo. —Cortó con aquella voz autoritaria y segura de sí.  

—También me incumbe, León. ¡Es a mí al que intentan quitarle la hombría! ¡Necesito saber, al menos, las verdaderas razones!

Y tenía todo el derecho. Estuvo de acuerdo León, aunque le tomó un minuto asimilarlo. Asintió, pues compartir la carga de la angustia podía darle el necesitado respiro.    

—Mi padre envió a Mikheil para investigar sus suspicacias acerca del traidor. Mikheil está bien informado y ya no sospecha, él asevera a tal grado que está seguro que el soplón es un Vor.

Observó su mirada de terror. León deseó tener la facultad de evitar su angustia. Decirle que no había nada a lo que temer, que nada estaba en riesgo, oh, pero la verdad era que nunca había estado todo tan cerca de irse a la mierda.

— ¿Crees que sospeche de nosotros? — Los labios le temblaron, León pasó un brazo por su cintura y le acercó al calor de su propio cuerpo. Karol estaba tan asustado que se dejó hacer.

—No, Karol. Aún no, pero siempre existe el riesgo que esto se salga de control. Antes temía de la amenaza de Grozny, pero ahora que Mikheil está aquí… haciendo acusaciones, poniéndose quisquilloso —agrió sus facciones — Olvídate de Grozny y su maldita cárcel en Siberia, si Mikheil se entera que yo estoy detrás de todo, actuará primero… el muy cabrón es homofóbico, Karol, un sanguinario que no conoce límites. —Pensó decirle cómo había utilizado a una persona herida para alimentar al gigantesco reptil que presumía como mascota, pero prefirió ahorrarle pesadillas.  —Es él quien me preocupa.   

— ¿Y qué diferencia habría si me opero? León, si tratas de decir que Mikheil sería el primero en enterarse y actuaría, igual ambos moriríamos. Mi operación no tiene sentido.

—Oh, Karol, tiene sentido. Tiene todo el sentido del mundo. Tu operación cobra incluso, más relevancia que antes.

—No entiendo en absoluto — la aprensión en su fino rostro era palpable, y las arrugas tenues en el contorno de sus ojos, más producto del estrés que de la edad, se acentuaron hasta formar líneas oscuras.   

—Es natural —concedió — Karol, lo que voy a decirte no te va a agradar, pero sólo así comprenderás. —Acarició el largo cabello tan negro como la obsidiana. Karol lo interpretó como una caricia de lástima. Como la última muestra de cariño que se le brinda a un perro que se está muriendo. —Sólo Grozny conoce tu pasado, sólo él sabe que en realidad eres un hombre, me juró que no diría nada si yo cumplía con mi parte. Es un hombre honorable, sé que ha guardado completo silencio. No entiendes, lo sé. Pero si a mí me pasara algo, creo que Grozny te ayudaría a deshacerte de Mikheil.

— ¿Deshacerme de Mikheil? —Karol se incorporó, con el ceño fruncido — ¿qué pretendes decir, León? — Los golpes ya le habían bajado la borrachera, sin embargo, fueron sus últimas palabras las que terminaron por matar cualquier efecto secundario que pudiese haber sobrevivido.

—La operación salvaría tu vida, Karol. A Mikheil le gustas, le has gustado desde la primera vez que te conoció. Si yo muriera, él no te haría daño, por el contrario, te tomaría para él. Pero si cierta parte de tu anatomía no coincidiera con lo que siempre pregonaste, entonces estoy seguro que también te mataría. ¿Entiendes ahora?  

Oh sí. Comprendió mejor de lo que le hubiese gustado.

 

2

 

Preparó un desayuno exquisito, poniendo particular cuidado en cada paso. Debió levantarse temprano, más de lo que acostumbraba, para realizar el perfecto almuerzo. No le importaba si parecía que se había esforzado demasiado con tal de complacerlo, de hecho, esa era la intención. Demostrarle sus sentimientos, y su infinito agradecimiento. Esa mañana, Andrei también cuidó su aspecto. Luego, arregló la mesa con el ramo de flores que compró en el supermercado, y sirvió gustosamente los platos. El desayuno consistía en una torre de panqueques integrales con amaranto, una jarra de leche fresca y otra más de jugo de naranja natural, además de la cafetera lista, pues Andrei sabía que el café matutino era habitual en Grozny. Terminó por vaciar la miel y las mermeladas en los recipientes de cristal, y esperó que Grozny hiciera acto de presencia.

No demoró. Salió de su recamara vestido casual, con un aire de frescura arrebatador, impregnando el olor de su colonia en todo el espacio. Saludó al menor con un insípido movimiento de cabeza y observó la mesa puesta con más detenimiento del que dedicó a Andrei.  —No debiste hacerlo, estoy acostumbrado al cereal.

Y a las demás porquerías que abundaban en el refrigerador. Grozny se sentó y Andrei le imitó. —Es parte de nuestro acuerdo — respondió suave. —Además, yo no acostumbro a la comida congelada ni al Froot Loops. —miró con repugnancia la caja roja con el famoso tucán que reposaba sobre la barra de cocina. Grozny sonrió por un instante.   

—Siempre ando a las prisas. — Se justificó, cogiendo la mitad de los panqueques. 

— Aunado a que eres del tipo que se le va el huevo con todo y cáscara… sí, ya entiendo — Ambos compartieron una sonrisa. Aunque Grozny concentrado en repartir proporcionadamente la miel a sus panqués.

Ingirieron los alimentos en calma. Andrei todavía impresionado porque Grozny no parecía llenarse, por un momento se lamentó el no haber preparado más. Bebió de su jugo, mirándole a través del vaso. De repente, Grozny pareció satisfecho.

— ¿Quieres que te sirva el café? — inquirió inocentemente. Pudo ver que Grozny se tensaba, levantó la barbilla y le dirigió una mirada poco amistosa. Tenía una incipiente sombra oscura debajo de los ojos. Andrei lo notó hasta ese momento porque hizo juego, y hasta pareció darle profundidad a aquel vistazo antipático del que fue objeto.

—Puedo hacerlo yo solo, Andrei. — Su timbre de voz cambió al igual que su expresión. Andrei repasó a su alrededor, tratando de encontrar algo que hubiese originado el cambio de actitud, mas no halló nada. Confundido y ya sin apetito, contempló su tercer panqué bien húmedo de miel y mermelada.

Grozny volvió con una taza humeante de café, bebiéndola de pie y a prisa. Casi dando la espalda al pelirrojo.

—Debe ser la falta de sueño… — rumió éste, deseando que se quemara los labios como castigo a su conducta ridícula. El checheno entornó la mirada, pero Andrei no se amedrentó. —lo que te provoca que cambies de humor tan de repente. Lo digo por las tremendas ojeras que te cargas — exageró a propósito — ¿En qué tanto pensabas, Grozny? O mejor estructurado, ¿en quién pensaste tanto que no te permitió conciliar un buen sueño?

Azotó la taza en la mesa, derramando buena parte del líquido. Andrei se avergonzó un poco del salto con el que reparó por la sorpresa, pero no lo demostró. — ¿A qué crees que juegas, Andrei?

—Yo a nada, ¿y tú? Un rato estás bien, y al otro me destrozas con la mirada. ¿Qué clase de mierda es esa? —Se levantó enfadado, apresando con toda su rabia el filo de la mesa.

—Sabes bien la mierda que es. Tú mierda. ¿Juegas a la bonita y perfecta ama de casa que atiende a su marido? ¿Crees que actuando de esa manera olvidaré que tengo esposa y una hija? — Le apuntó acusador con el dedo índice bien firme — lo de ayer no se repetirá, ¿me oíste? Fue un error, una confusión del momento.

Los ojos negros le brillaron coléricos, y en su mente, una decena de insultos se le antojó escupirle. Apenas pudo controlarse. 

—Para haber sido una confusión, respondiste bastante bien. —Fue el veneno más eficaz que empleó. La rotunda verdad que descolocó a Grozny al grado de hacerle palidecer. Observó que veloz, recuperó el color gracias a la furia que lo azotó.

—No te equivoques, Andrei. Tú no significas nada para mí. Sólo eres el puto que me trae información. Y una información muy pobre, por cierto.

No lo pensó. Fue lo primero que alcanzó su temblorosa mano. Cogió el panqueque de su plato y lo lanzó directamente al rostro de Grozny. Éste no lo esquivó, ni siquiera lo intentó, todo pasó en un parpadeo. El checheno recibió el impacto en pleno rostro, demasiado aturdido. Seguramente, nada habituado a choques de masa empapados de miel y mermelada de fresa. El panqueque cayó al suelo una vez finalizada su misión, dejando el rostro de Grozny con el empalagoso almíbar.

Parecería una escena graciosa, una en la que ambos romperían a carcajadas, liberando la tensión. Pero la mirada de Grozny reflejaba todo menos diversión; se limpió con la manga de la camisa mientras eliminaba distancia en fuertes pisadas. Andrei lo vio venir, se mostró arrepentido, pero aquello no lo salvó de su furia, fue despegado del piso con suma facilidad. Grozny lo alzó por el cuello y lo arrastró hacia el muro del comedor. Lo cimbró contra él, y Andrei sólo pudo sostenerse de sus hombros, con la mirada atemorizada, conteniendo un gemido más de sorpresa que de dolor. —Lo… siento… — Balbuceó, amilanado por la postura dominante de Grozny.

— ¡¿Lo sientes?! ¿Quién carajos te crees que eres, chiquillo atorrante?! — Estaban tan cerca, el aliento tórrido de Grozny colisionando con los labios entreabiertos de Andrei que halaban aire con desesperación. Ambos compartieron el hálito, y se miraron a su manera. Uno rencoroso, el otro con turbación. Andrei sujetó el brazo fibroso, le clavó las uñas e intentó alejarlo, no le gustaba la presión que con la mano, ejercía sobre su cuello. Grozny lo soltó sin delicadeza, examinando su rostro a detalle.

Andrei se asombró cuando le asió por la cadera y se pegó a su pecho, sus labios se rozaron. Pudo sentir el corazón del checheno saltando sin tregua, desbocado como el propio. Andrei cerró los ojos. Ésta vez, Grozny fue el que lo besó. La fricción fue imperiosa, tan ardiente como desconcertante, aun así, Andrei respondió lleno de furor; se aferró a la camisa manchada y bebió de la boca déspota que le sumergía en deliciosa tortura. Invadieron el húmedo contacto con el roce de sus lenguas, descubriendo cada recoveco, probando nuevos sabores. Grozny no huyó del hirviente sentimiento; viajó hasta el largo cuello de Andrei y lo recorrió con sus labios, vio cómo el joven pelirrojo inclinaba la cabeza para facilitarle el acceso mientras él se perdía en la suavidad de la dermis, en su blancura inmaculada. Lo acercó a su pubis cogiéndole por las nalgas, ambos sintieron la erección del otro, sometida bajo la gruesa tela del pantalón. Andrei gimió ante el refregón.

El celular de Grozny latigueó con la melodía aburrida y automática propia de la marca. Vibró en la bolsilla del pantalón, fracturando la atmósfera caliente que se había formado entre ambos. Se separaron apenas, observándose en total mutismo, con la respiración agitada. —No contestes… — Fue una orden disfrazada de ruego; todavía enajenado, el mayor no se dio cuenta. Recargó su frente contra la de Andrei y respiró de su fragancia cítrica y juvenil.

El móvil siguió sonando, y justo cuando Andrei pensó que había ganado la contienda, Grozny se separó y extrajo el maldito aparato. Pensó armar un escándalo, arrebatarle el celular y lanzarlo lejos, pero distinguió el nombre en la pantalla antes que Grozny contestara. Nina. Decía, y él conocía bien ese nombre. Era obvio hacia quién se había inclinado la balanza.

 

Se marchó y no volvió a verle en todo el día. Andrei no deseó salir del departamento. Temía que Vladimir, así como había dado con él en Neverland, se las hubiese ingeniado para conocer su nueva dirección. Lo imaginó esperando afuera desde su auto, o más cínico, en la acera, pendiente a sus movimientos. No se había detenido a pensar cómo le encontró, aunque supuso que Stepán fue su principal delator. No le sorprendió, no hay sorpresa cuando previamente se conoce el desenlace de la historia; sólo había esperado que Stepán resultara una vara no tan fácil de fracturar.

Se equivocó, como siempre. Era complicado en aquellos tiempos fiarse de una persona que no fuera sí mismo.

Cuando llegó la hora de partir a su trabajo, Andrei pidió un taxi y esperó en el lobby, sondeando la calle en busca de cualquier comportamiento sospechoso. Salió corriendo para subirse al taxi una vez aparcado. Por extraño que pareciera, la música hip hop del radio relajó sus temores y frenó sus paranoicos modos de encontrar a Vladimir en todos los conductores que les rebasaban. Decidió entrar por la puerta principal, -que ya estaba abarrotada de gente-, para así evitar un violento encontronazo con su ex amante, si es que rondaba por allí… él no se atrevería a enfrentarlo en público, o al menos eso esperaba, el cabrón era un sinvergüenza.

Le silbaron y le llamaron por su nombre artístico, Andrei entró a Neverland con prisas, ignorando a los chulos inglesitos. Ya les daría su atención cuando le llenaran de billetes el cuerpo. Fue directo a los vestidores.

Entonces se estrelló con una situación que había olvidado. Allí dentro, el escenario era deprimente: Moisés se comía las uñas, con la mirada perdida, y un aspecto poco saludable; Chris hablaba con Robbie en voz baja, éste último con ojos vidriosos. Y Pavel, alejado de todos, era claramente, el más afectado. Cerró la puerta, ganándose la atención al momento. James era el responsable de sus caras largas, podía Andrei firmarlo con certeza, aunque sus reacciones le parecieron excedidas. 

Demandó, con increíble naturalidad, una explicación con su sola mirada, repasando a cada uno. Pavel se levantó de un tirón del sillón, sus ojos se encendieron, pero no de la apasionante manera que le demostró la noche anterior.

—Dile lo que pasó, Pavel… — Dijo Chris. La voz más chillona que de costumbre.

—Ya lo haré — respondió en una mueca retorcida que no auguraba nada bueno. Apresó a Andrei del antebrazo y lo haló hacia afuera.

El pasillo estaba solitario. La música lejana, pero presente.

— ¿Y bien? — Lo apuró Andrei, pensando en el atuendo que portaría, con seguridad, Vladimir acecharía de nuevo.

— ¡¿Qué fue lo que hiciste, Andrei?!

Apartó su brazo con fastidio, y le retó, exhibiendo una sonrisa aviesa.

—Lo que hicimos, Pavel. Lo que hicimos — le recordó.

— ¡No se supone que acabaría así, mierda! ¡Me engañaste, hiciste tu propio trato, hijo de puta!

Andrei entrecerró los ojos, retrocedió un paso. ¿Por qué tanto drama por unos huesos rotos? Sí. Ese había sido su acuerdo con los rusos de Yakutsk: romperle los huesos hasta que desfalleciera de dolor.

—Estás exagerando. Todos ustedes.

Pavel le observó como solía hacerlo Katrina. De la misma manera en que el puto escuincle que lo travistió le miró, cuando Andrei lo obligó a tragar mierda. Con horror y alarma.

— ¿Exagerando? James está en coma, no saben cuándo despertará. ¿Te parece poca cosa, cabrón?     

Andrei sacudió la cabeza, negó con la boca seca, estupefacto. No, no tenía que haber sido así.

—Pavel… no, yo no sabía… no — sus palabras fueron incoherentes, su mente era una bruma incomprensible. Sin embargo, no se sintió culpable.

—Vas a hacerte responsable. Lo juro.

Andrei lo detuvo, apretando de su mano, arrimó su cuerpo y acarició la morena y barbuda mejilla. —Tienes que creerme, Pavel. Yo no planeé esto.

El ruso le vio colmado de recelo, lo apartó de un brusco empujón.

—No. Eso no funciona conmigo, puta. No vuelvas a tocarme, basura ucraniana.  

Se mordió los labios hasta hacerlos sangrar, y su mirada oscura relampagueó de advertencia — ¿Vas a delatarme? —Inquirió. Su voz ya no broto suave, ni suplicante, sino fría y resuelta.   

—Oh. Lo haré, Andrei —aseveró, girando para marcharse.

—Él está enamorado de ti, ¿lo sabías? — Interrumpió su partida, lleno de burla, con un gesto que destilaba desdén. Pavel se volvió enrevesado. —James me advirtió que me alejara de ti, y me golpeó cuando compartimos la pista. Estaba tan celoso… ¿Cómo reaccionaría al saber que fue precisamente su amor el que colaboró conmigo para reducirlo a su actual estado?

Caminó hasta la tensa figura de Pavel.

>>Si abres la boca, voy a hundirte conmigo. No eres ningún inocente, estás consciente de ello, ¿verdad? Eres mi cómplice. Y esos rusos con los que me llevaste, no parecen tenerte en gran estima, ¿qué harán cuando se enteren que planeas delatarlos? Cuida tu lengua, cariño, no vaya a ser que por cobarde, la andes perdiendo.

   

               

         

Notas finales:

http://www.isabeletrairi.blogspot.mx/

 

Mi nuevo blog, que va agarrando forma también ñ.ñ 

Gracias por leer! :3


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