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Neverland por Jahee

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Notas del capitulo:

Holiii chic@s. Tengo la curiosidad, hay chicos que están leyendo Neverland? Tengo la impresión que sólo somos chicas, a ver si hay alguien que me saque de mi error. 

Ya he contestado sus bonitos comentarios. Y para la persona que me pidió la música, la presentación de Andrei es con esta canción: 

http://www.youtube.com/watch?v=cI1A405jBqg

Bounce de Iggy Azalea.

En lo demás me inspiré en The XX, especialmente con las canciones de Shelter, Together y Angels.

Disfruten! 

XII

 

Ladrón de sueños

 

 

Era increíble lo que una pequeña pastillita lograba en su cuerpo; podía llevarle toda la madrugada describir lo que estaba sintiendo, y vaya que tenía la locución en aquel momento, pero era innecesario, pues el cúmulo de sensaciones y pensamientos se resumía en una frase sencilla: a la mierda, todo. Sí, una condenada pastilla de MDMA, azul y con la palabra love tallada en una de sus caras, le había arrancado cada preocupación y miedo. Como un sol despuntando en el alba, se llevó la tormenta, y lo cobijó bajo sus dulces efectos. ¿James? ¿Pavel? ¿Grozny? ¿Vladimir? En ese orden de importancia, de menor a mayor. A la mierda. Todos y cada uno. Esa noche, bailaría según se le antojara. Que le vieran y pensaran lo que les viniera en gana, menos James, por supuesto, que seguía en una habitación de hospital, o quién sabe, se corrigió Andrei con una sonrisa estúpida que ya no pudo borrar, quizá su espíritu rondaba por allí, buscando su cuerpo.

Chris le metió una paleta de dulce a la boca y musitó algo sobre las drogas. Andrei le agradeció con un guiño mientras su mandíbula volvía a la normalidad. Esa noche, por la ausencia imprevista de James, haría dos presentaciones. Cuando Karol le dio la noticia, pudo palpar el odio de Robbie, y casi tuvo que morderse la lengua para no advertirle allí, delante de todos, que se anduviera con cuidado o podría pasarle lo mismo que a su amiguito. La pastilla también le había hinchado las ínfulas, se sentía como un puto Dios griego, como la vampirilla de una película yankee cuyo título no recordaba; esa que se dejaba caer de la azotea de un edificio y aterrizaba como si hubiese brincado desde un par de ladrillos. Así de supremo y perfecto. Malditas drogas, benditas sean. Se halló pensando, también lo lejos que debía mantenerse de las azoteas.

Ambas exhibiciones debían ser diferentes, por ello le encomendaron la tarea a él y no a otro. Su experiencia en el baile era la más vasta entre los demás, aunque Andrei no supo bien cómo podía ayudarle una rutina de ballet en aquel rubro para entretener putos. No lo haría, se contestó sencillamente después de un rato. Pero al menos le daba ideas. Las ideas surgían de la imaginación, y todos sabían muy bien lo excelente que congeniaban los estupefacientes y aquella. ¿Para qué preocuparse entonces sobre cosas tan nimias, como coreografías y vestuarios?

Cuando Andrei salió a la pista, una fina capa de sudor ya lo cubría. Una seguridad arrolladora le protegía como un potente escudo y la música tronaba desde su interior hacia afuera, con vibrante nitidez. Tenía los ojos más negros que nunca, y la expresión de completo deleite. Llevaba puestos unas botas tipo industrial, pantaloncillos cortos, muy cortos en realidad, de mezclilla deslavada y vieja, con las costuras deshilachadas. El torso al aire, y una gorra de visera plana que cargaba su reciente lema en letras doradas y metálicas: fuck it. Inclusive un principiante como él sabía el significado de esas palabras. En los suburbios de Kiev como en cualquier parte del mundo era regla aprender con mayor facilidad lo prohibido, lo que despertaba morbo. Las malas palabras en lenguas foráneas estaban incluidas en el papel.     

Las luces lo iluminaron en el recorrido a su pista habitual. Y la música, al instante, estalló impetuosa. Rap y electrónica, una mezcla soberbia bajo el comando de una potente voz femenina; contaminó el ambiente el sintetizador y la energía que Andrei dejó ver desde el principio. La música era sincera, sin pretensiones. Por un segundo de locura, Andrei se alegró de estar allí y no en el teatro que habría tragado y escupido sus sueños.

Se impulsó sobre el tubo brillante con tal empuje que hasta el mismo Andrei se sorprendió de su fuerza. Su cuerpo dio perfectos giros mientras las manos se resbalaban por el caño. Los pies regresaron a la superficie de acrílico y la bienvenida no se hizo esperar. Gritaron su nombre por encima de la férrea canción. Andrei aplaudió por encima de la cabeza, al ritmo de la melodía, quiso sonreír, pero recordó que todavía llevaba la paleta que impedía la trabadura en su mandíbula. 

Esa noche, el puto tubo también podía irse a la mierda. Bailó rabiosamente, con los ojos cerrados, ensimismado en su propia fiesta interior; como se baila en la soledad de una habitación, con los audífonos puestos y el volumen al máximo;  sin importar si complacía a terceros. Hubiera seguido bailando de aquella manera egoísta si el calor y la urgencia de tocar y ser acariciado no le hubiese atacado tan súbito. Ni pasarse las manos por el pecho, palpando sus tetillas, ni rozarse la evidente erección por arriba de la mezclilla, fue suficiente para controlar el incendio en su piel. Se arrancó el botón del pantaloncillo y se acercó a la barandilla de protección. Deseó sacársela y menearla allí, bañarlos a todos con su leche, pero lamentablemente la canción no daba para tanto. Así que, al borde de la plataforma, siendo esclavo de su abrasante libido, volvió a entrarle el complejo de la vampirilla de ropajes góticos y su afición saltarina.

No era una altura considerable si los clientes con los brazos alzados alcanzaban a tocarle desde abajo. Saltó la baranda con sobrada facilidad y dejó que la multitud de manos lo arrastraran hacia ellos.

Con seguridad, Yuriy no poseía el mejor cuerpo de Neverland, en el que los músculos eran indispensables para triunfar; quizá no fuera el mejor en el tubo, comparado con el arrogante de James, o el propio Robbie; también, las impresionantes actuaciones de Pavel y Moisés, llenas de acrobacias, era algo con lo que no podía ni soñar. Ni siquiera sabía si podía igualarse a Chris, con todo y sus contorsiones extrañas. Pero aun así, el público enloquecía con sus actuaciones y coreaban su nombre antes de que asomara su silueta, por sencillas razones como ésta: era un loco impredecible, que además, movía el culo como ninguno. Y un buen culo siempre vendía.

Le metieron mano en el recorrido. Lo chuparon y le arañaron la piel. Andrei se hizo de un espacio, cercado de hombres, y les bailó allí. Sin barreras de por medio. Nunca pudo vislumbrar la mirada impresionada de Karol, ni pudo leer los labios de Pavel llamándolo puta. Un tipo interesante le cogió por el palito de su paleta y lo acercó a su atractiva figura, le quitó el dulce y se lo llevó a la boca. Yuriy, subyugado a un ardor que cogía voluntad propia, renunció a toda coherencia. Cautivo de su cuerpo, siguió bailando con pasión. Acarició el pecho del desconocido, le pasó la lengua por el cuello, y deslizó su cabeza a corta distancia, con la respiración hirviendo, por todo el tórax. Su mirada se topó con la cremallera del hombre, pero lo ignoró, de pronto aburrido, le arrebató su paleta y siguió bailando en el centro.

Inmediato a él reposaba una mesa alta, ocupada por hombres jóvenes, tan jóvenes como él, que le sonreían pendientes de su baile. Andrei se aproximó, moviendo las caderas, se quitó la gorra y se la colocó al rubio, éste ensanchó su sonrisa, sonrojado por lo que tomó como un acto de halago el haber sido escogido entre tantos. Andrei cogió la botellita de agua de su mesa sin pedir autorización;  la abrió y la alzó sobre su cabeza. Se bañó en el precioso líquido; se sintió tan placentero y refrescante que gimió audiblemente. Como un perro remojado, sacudió la cabeza, empapando a los que lo rodeaban; y no conforme, les roció con el agua sobrante, entre brincos de altura alucinante.

El cerco se cerró en torno a él. Le tocaron por todo el cuerpo, caricias bruscas, casi desesperadas. Andrei percibió la candente iluminación sobre sí y la canción entrando al segundo coro. Parecía que horas habían transcurrido, y no minutos. Le besaron la espalda, el cuello, y los hombros. Estaba tan caliente, y tan drogado. Alguien lo haló de aquel delicioso tumulto, como si pretendiera rescatarlo, sólo que Andrei no deseaba ser salvado. Se enfurruñó y trató de zafarse en vano. El agarre se fortificó. Andrei sonrió cuando un par de ojos verdes brillaron en la oscuridad, tan próximos a su rostro. Debía temer, debía correr lejos y pedir ayuda. Él conocía al dueño de esa mirada. Vladimir estaba allí, lo tenía entre sus brazos, con el semblante que más terror debía infundirle. Y sin embargo, Andrei hizo lo impensable: se deshizo de su empuñe, y le bailó. ¿A dónde carajos se había ido su miedo? A donde su cordura, con certeza.

Vladimir se mostró desconcertado. Siendo ahora el centro de atención, se vio incapaz de simplemente meterle un par de guantadas y llevarlo lejos. Andrei frotó su espalda contra el pecho de Fesenko, agitando el trasero en la pelvis con movimientos escandalosos que ni en la intimidad había expuesto. Cuando el moreno lo imaginaba bailar, lo pensaba sobre un escenario majestuoso, jamás en situaciones lúbricas como ésta, ni siquiera en sus sueños más perversos; y aunque no lo quiso, no frente a tantos ojos indiscretos, Vladimir respondió al estímulo. —Estás drogado, Andrei — dijo detrás de la oreja, estremeciéndole con su aliento. Andrei se apretujó más, inmutable a pesar del tono cargado de odio — y te parece muy gracioso el numerito que estás montando. Pero no lo es, no al menos para mí. Cuando se pase el efecto, recuerda bien esto: voy a arrancarte la carne a tiras por todo lo que has hecho. Y por lo que no. Vas a arrepentirte de cada traición, y de cada mentira que ha salido de tu jodida mentecita. Ya has matado la tolerancia especial que tenía por ti.

Titubeó. Nadie lo advirtió, pero Vladimir sí. Sólo él le conocía tan bien para percibir el suave temblor en su cuerpo. Giró sobre sus talones.

Sus ojos eran negros, como pluma de cuervo. Arqueó una sonrisa torva. —Vete a la mierda, Vladimir. No estoy a tu alcance.

Y para dar verdadero valor a sus palabras, se escurrió de su lado. Vladimir lo observó abrirse paso con maestría entre la muchedumbre, finalizando la exhibición. Se quedó detenido por lazos invisibles que no intentó deshacer, pues le nació aquella impresión de la nada: Andrei era como agua derramada, que ya no podía recogerse.

 

2

 

Karol entró a los vestuarios, seguida de Pavel. Su rostro se mostraba severo, Pavel en cambio, le miró con burla y cinismo, recargó su espalda sobre la puerta, como si pretendiera evitar una huida, y cruzó sus marcados brazos sobre el pecho. Andrei, todavía inmerso en el insolente efecto de la droga, se sintió intocable. Esperó el sermón de Karol, y así vino. Fingió escucharla, pero sus pensamientos rondaban en la nada, y ni siquiera la mención del nombre de Grozny lo sacó del estupor. Grozny estaba con su esposa, lo presentía bien. Que se pudriera junto a ella y la mocosa que presumía como hija.

—Te quedarás aquí hasta que puedas hilar coherentemente una frase, Andrei — Finiquitó Karol con voz enronquecida. —Robbie, extiéndete en tu presentación. Andrei no bailará. No en éstas condiciones.

Sus palabras le obligaron a aterrizar de nuevo, aturdido; no le dio tiempo a replicar, Karol se fue dejando sólo su perfume femenino. Quiso gritarle que sabía que cargaba con un par de bolas y un pito; a ver si aquello contaba como una frase coherente, pero la lengua se le entumió para su propio bien. Tuvo que soportar la risilla mordaz del rubio, que terminaba de arreglarse ya con un aura triunfal. Pavel, en su reciente actitud desdeñosa, le pasó por un lado, desestabilizándole al chocar a propósito con su hombro. — ¿Cuánto ganaste ésta noche, Yuriy? — Preguntó, con enfático veneno.

Nada. Y apenas se percataba de ello. Ante su silencio, Pavel volvió a atacar —Eso pasa cuando actúas como una ramera. Si primero ofreces la mercancía tan… voluntarioso, ya nadie paga por ella.

Notó las miradas insistentes de Robbie y Chris sobre sí, aunque no pudieran entender los acalorados embates del ruso, sí advertían la tensión que predominaba en su voz. Supusieron que lo reñía como Karol, y volvieron a sus tareas.

—Métete en tus propios asuntos. Yo sabré lo que hago con mi culo, imbécil.

El semblante de Pavel se crispó, sin embargo Andrei permaneció estoico; le vio venir cortando en furiosas zancadas la distancia que los separaba, y le sonrió, cuando lo cogió por la improvisada camisa que recién se había puesto. Le sacaba una cabeza, y su cuerpo era una mole, pero Andrei, acostumbrado a amenazas de hombres peores, asumió el intento de intimidación como desplantes de un niño emberrinchado.

—Eso debí hacer. Nunca debí entrometerme en tus planes de porquería. Pero me engañaste con tu cara de víctima, y mira hasta dónde me has arrastrado. Tremenda mierda resultaste ser, Andrei —curvó los labios en un gesto réprobo, como si observando los ojos oscuros de tan cerca, descubriera el velo que escondía su verdadera naturaleza —No. Eres peor. Eres mierda envuelta en seda.

Andrei rió. Una risa francamente encantadora que consternó a Pavel. ¿Cómo alguien tan carismático era capaz de llevar a una persona a los límites de la muerte, sin asomo de remordimiento? Andrei le dijo que no había planeado un final semejante para James, y si bien Pavel hubiese decidido creerle, no podía soslayar el hecho de que a Andrei le interesara poco las consecuencias de sus actos. No había mostrado arrepentimiento, ni pena. Sólo le importó que el ruso pudiese delatarlo.

—Deja de hacerte el puritano, ¡es tan molesto! Eres tan culpable como yo. Quizá hasta más. Fuiste tú el que me condujo con tus compinches, después de todo, ¿no? — Apretó de los antebrazos que le sujetaban y los alejó de golpe —Ahora deja de comportarte como idiota. Nos están viendo, y no deben sospechar. No nos conviene. ¿Verdad?

Pavel lo odió, lo odió porque tenía razón en todo. Le fulminó con la mirada y se apartó. Chris y Robbie aprendieron a parpadear otra vez, y relajaron los hombros. Aun así, el entorno se sentía atirantado e incómodo. Supo que sobraba; terminó de cambiarse y salió del vestidor. Con la mente más despejada, bebió agua hasta saciarse y pensó en los recientes acontecimientos. Había visto a Vladimir, ¡le había bailado, como a otra decena de tipos! Fue una locura, un suicidio. Las drogas lo volvían temerario. Recordó la amenaza de Vladimir. Una verdadera advertencia, no como los insulsos intentos de Pavel por amedrentarlo. ¿Cuánto tiempo más podía aplazarlo? ¿Y qué había detrás de la amenaza de su ex amante?

Me golpeará, me ultrajará; hará que vuelva a Ucrania, donde el dolor me prohíbe respirar. El ladrón de sueños, también se robará mi alma. O lo que quedaba de ella. Se corrigió con tristeza. Imaginó volver a la rutina de los últimos años, volver a ser ese recipiente vacío, esperando que Vladimir lo sacara por ahí, de vez en cuando, como el perro de un dueño bastante ocupado. Podría resistirlo, lo aceptó. También encontrarse de nuevo con el rostro agrio de Katrina, que siempre se reinventaba en insultos para él; incluso ver a sus padres y enfrentar su marcada indiferencia; lo toleró antes, cuando sus anhelos se hicieron ceniza, aguantó por años. Pero ya no podía, sencillamente, volver a la jaula después de probar la libertad.

Había sido un proceso doloroso. Vladimir lo hirió de una manera que no podría perdonarle jamás, y él no huyó al momento, como quizás debería haber hecho. Todo requería un tiempo de maduración, y al principio, sólo sabía llorar y ponerse histérico. Renunciar al ballet fue un duelo casi imposible de soportar, tanto como intimar con Vladimir, cuando ya sólo le despertaba un profundo resentimiento. Era amargo, casi tormentoso, ver el rostro que tanto amó no inspirarle otro sentimiento que no fuera rabia e impotencia.

Y ahora, ese infeliz estaba allí, tratando de robarle lo poco que había conseguido, y su libertad, sobre todo. Necesitaba regresar a su refugio, para sentirse seguro. Necesitaba ver a Grozny, ¿dónde estaba realmente? Se armó de valor y cogió el celular. Llamó al checheno.

Apagado. Apagado para disfrutar de su familia sin molestias como él llamando a deshoras, por ejemplo. Se dijo, preso de la ira. Sabía que Vladimir le rondaba como un cazador nocturno, pero notablemente, le importaba lo mismo que a él James en coma. Lo maldijo con la palabra y lo anheló en el pensamiento, al mismo tiempo.

Resultaba molesto esconderse como una rata asustadiza, esperando huir para siempre. ¿Por qué no plantar cara de una buena vez? Dejar de atrasar lo inevitable. Dejar de ser un cobarde. Era simple pensarlo, también dar el primer paso, pero seguir el camino hasta donde sabía, se encontraba el moreno de ojos verdes… allí yacía lo complicado. Lo meditó cerca de una hora. Y desistió, al final. Se abrigó con una chamarra ancha y se colocó el gorro para esconder el rostro. Sin Grozny, no se atrevía a desafiarle. Su libertad, que por cierto era ya lo único que le restaba, estaba de por medio.

Salió de Neverland por la puerta principal, misma que se hallaba solitaria comparada con horas anteriores. El centinela discutía con alguien, Andrei no prestó atención, sólo quería alejarse lo más pronto posible. Llegar a su refugio. Le halaron de la chamarra. No. No otra vez. Se volvió con indudable temor.

Ciertamente jamás pasó por su cabeza que ella estuviese allí, aferrándose a su prenda con desespero. Había intentado entrar al establecimiento, por esa razón discutía con el guardia, pero la entrada a mujeres estaba prohibida y ella no entendía la regla. Ni nada de lo que el hombre le decía. Andrei entrecerró los ojos, creyendo que se trataba de una visión. Oh, pero era real, tan real que su saludo fue un insulto. Katrina, vestida en ropa de invierno, y con su panza inflada, le miró como antaño.  

—Está bien. Es mi hermana — le habló al vigilante, que ya se disponía a llamar a la policía, pensando que la mujer padecía de sus facultades mentales. El inglés de Katrina era… inexistente. Y habría sido una bonita forma de recibirla, haciéndola pasar por loca, si Andrei no se sintiera tan cansado.

Katrina lo zarandeó, las lágrimas ya poblaban sus ojos negros. Semejantes a los de él. Andrei la arrastró a un sitio apartado. — ¡¿Estás demente, verdad?! ¿Qué demonios haces aquí? Y lo que es más importante, ¡¿cómo diste conmigo?!

Pero Katrina le ignoró. Su estado era deplorable, reconoció Andrei tras un rápido escrutinio. — ¡¿Dónde está Vova?! ¡Sé muy bien que ya se han visto, no intentes ocultarlo, Andrei! — Exigió. Su voz era dulce, como un arrullo,  pero se distinguía atormentada.

El aludido enarcó una ceja. Era más alto, siempre utilizó su altura para acobardarla cuando se inclinaba sobre ella, haciéndole retroceder. Ésta ocasión no fue la excepción. —Antes me dabas risa, a veces lástima. Pero hoy, Katrina, me provocas tanta repulsión como tu marido.

Amagó con retirarse, mas Katrina, con una fuerza envidiable para su estado de gravidez, lo regresó y le estrelló contra una camioneta estacionada. — ¿Extrañas el ballet, miserable?

Se ganó una mirada colmada de desprecio. >>Así, para que me entiendas, le extraño yo a él. Era bueno conmigo hasta que te metiste en su cama, como la sucia prostituta que eres — apuntó en un errático movimiento de mano hacia el edificio antiguo de Neverland, brindando énfasis a su aseveración. —Y no voy a permitir que le hagas daño. Ésta vez, no. No a él. Voy a protegerlo, como no pude con Sasha.

Andrei se escandalizó. Empuñó las manos para no abofetearla allí. — ¿Qué insinúas, bruja? ¿Crees que porque tienes la barriga hinchada como pelota voy a detenerme? ¡Vuelve a insultarme y voy a patearte el vientre hasta sacarte al crío de las entrañas! ¡Lo juro!

Katrina ahogó una expresión de horror, retrocedió un par de pasos, con una  mano en el vientre como medida reflejo de protección. —Tienes el alma podrida, hermano. — soltó, en un tonito compasivo que Andrei detestó. —Lo supe desde aquella noche, y el tiempo no ha hecho mas que darme la razón.

— ¿Aquella noche? ¿Qué noche? ¡Estás desquiciada, déjame en paz! ¡Espera a tu marido aquí mismo, que no tardará en salir! Yo me largo…

Se plantó enfrente, con los ojos tan abiertos que a Andrei se le figuraron canicas. — ¿Vova está… ahí dentro? — Inquirió, con un asombro que rozaba el terror. No le impresionaba haberle encontrado al fin, vaya que no, sino que su queridísimo esposo se encontrara metido en un arrabal claramente para homosexuales.  

—Yo bailo ahí, medio desnudo. Vladimir vino a verme, tal como ayer. —Respondió a modo de cizaña. Todavía disfrutaba verla sufrir, pero ya no le placía tanto como antes. Supuso que las mismas diversiones terminaban por aburrir, tarde o temprano. —Pero no te preocupes, no me interesa en absoluto. Ya le conoces, cogió tu mal gusto por perseguir hombres, botando a quién sabe dónde, su poca dignidad.

Dibujó una mueca socarrona, con tal descaro que Katrina apenas pudo detener el impulso por golpear aquel rostro que le había arrebatado el amor de su esposo.

—Eres cruel porque no sabes lo que se siente vivir así. Nunca has estado enamorado mas que de tu propio reflejo.

Con toda su rabia, que era abundante y le llevaba ventaja a cualquier otra emoción, quiso refutar. Gritarle que había amado a Vladimir como a ningún otro, tal vez, como ya jamás lo haría. Se enorgulleció por haber dominado su lengua. ¿Qué diablos le importaba a ella?

—Me voy. Suerte en tu búsqueda.

—Espera, Andrei… — le interrumpió cálida, y fue ese retintín suave, tan impropio de ella, lo que congeló los movimientos del joven. —No piensas hacerle ningún mal, ¿verdad? A Vova, por supuesto.

Andrei no se tomó la molestia en observarle, contestó con la mirada fija en la avenida iluminada — ¿Qué harías tú, si Vladimir matara a uno de tus preciados hijitos?

Katrina arrugó la frente, enmudecida por la confusión. >>Compartimos la misma sangre. Apuesto que desearías vengarte, como yo lo he deseado todo éste tiempo. —Agregó, con un fulgor malicioso en los ojos.   

La alarma de un auto apenas a un par de metros de distancia retumbó con fuerza, encendiendo sus faros. Y una voz, perfectamente conocida para ambos hermanos, surgió detrás de Andrei. Potente y peligrosa.

—Así que, ¿planeas vengarte de mí?

— ¡Vova! — Chilló Katrina, con la expresión más linda que Andrei recordaba en mucho tiempo. Sí, el pelirrojo miraba a su hermana, renuente a cambiar de campo visual. No olvidaba su amenaza, aquella que empezaba con cierto desuelle.

—Métete al coche, Katrina —ordenó tajante. Habituado a que le obedecieran sin réplica.

— ¡No! — se ofuscó, caminando con pesadez hacia la atractiva figura de Vladimir — ¡He venido por ti, para regresar a casa! ¡No me trates con tanta displicencia, después de todo lo que atravesé para encontrarte! ¿No te das cuenta, de todo lo que hago por ti?

Era patética, tan patética que Andrei agradeció estar de espalda y así evitar ver su arrastre de zalamera. Su humillación le despertaba deseos de cachetearla; de sacudirle de su estupidez. Ya no gozaba con su angustia. Pero tampoco se compadecía. Si acaso, podía compararle a una asquerosa y obstinada cucaracha que insiste en trepar por la pierna de un hombre aunque a éste sólo le origine asco y ansias de pisotearla. Así encontró Andrei a su hermana, idéntica a una cucaracha.

—Necesito hablar con tu hermano, métete al puto coche y quizá olvide los riesgos que le hiciste pasar a mi hijo en tu travesía ridícula y sin sentido. ¿Dónde dejaste a los niños? ¿Con la loca de tu madre? ¡Voy a divorciarme de ti, Katrina! ¡Voy a quitarte a los niños y al bebé y no volverás a verlos nunca! ¡Obedéceme de una maldita vez!

Surtió efecto. Después de tantos años, la amenaza del divorcio y los niños seguía funcionando como la primera vez que la emitió. Andrei siempre sospechó que la parte que más resultados tenía era la del divorcio, y no tanto el chantaje con los pequeños.

Recordó, curiosamente, cuando a los 16 años, Andrei preguntó a Vladimir, después de escucharle quejarse del comportamiento posesivo y celoso de su mujer, porqué, simplemente, no la dejaba. Él había sonreído, con su natural carisma. —Porque es tu hermana, y gracias a ella, te conocí. Y yo seré un hombre de muchos defectos, Andrei. Pero soy agradecido.

Nunca olvidó su respuesta, tal vez porque no le agradó del todo. Ahora, lo memoró con gracia. Había sido un adolescente muy estúpido. No. Adolescente y estúpido iban en la misma línea, se pertenecían. Como las espinas a la flor. Su error radicaba en haberse enamorado a temprana edad, y encima, de un hombre traicionero.

— ¿Vas a darme la espalda el resto de la madrugada? ¿Así es como planeas vengarte? ¿Matándome de impaciencia? — Andrei observó a Katrina, ya en el auto, atenta a uno de los espejos retrovisores. Se serenó porque estaba allí, inconscientemente, ayudándole. Vladimir no se atrevería a nada con ella cerca.

Andrei se viró despacio. El gorro caído hacia atrás, entre tanto ajetreo con su hermana. —No voy a volver a Kiev — le avisó. No estuvo seguro si alcanzó a escucharle, pues su rostro permaneció impasible.    

—Ven, acércate.

Negó con la cabeza. El moreno se ocultaba en la sombra que proyectaba la camioneta, si se aproximaba hasta allí, Katrina los perdería de vista.

—Acércate, Andrei. No me hagas repetirlo.

Y se halló obedeciendo. Vladimir les tenía bien tomada la medida. Katrina acataba por miedo a ser abandonada, y Andrei, por mero temor a ser víctima de un nuevo infortunio. Frente a frente, tan próximos como en Neverland, Vladimir ya no se molestó en seguir ocultando su coraje: lo mostró en el chispeo intenso de sus ojos, en la quijada tiesa que constreñía sus labios, como si fueran de piedra, fríos y crueles.

—No veo a tu chulo cerca de aquí — contempló los alrededores, con falsa extrañeza — ¿Tan pronto se cansó de ti?

—No es mi chulo — musitó irritado, ignorando la punzada inoportuna que le flageló por dentro.

Le estrujó el hombro, con fuerza excesiva. Andrei se tragó el dolor y le sostuvo la mirada, bravucón.

— ¡¿Cómo te atreves a mentirme con tanto cinismo?! ¡Yo mismo los vi ahí dentro, te le pegabas como perra en celo! ¿A eso viniste? ¿A trabajar como un puto en éste antro de mala muerte? 

— ¿Y qué puede importarte a ti? Soy libre de hacer lo que quiera — refutó; el miedo le había vuelto valiente.

Vladimir retorció la boca, como si batallara para contener la carcajada.  

—Tu libertad está atada a mi cinturón, y el cordón no es muy largo, Andrei. Tú, con tu comportamiento, lo has ido acortando más y más. Volverás a Kiev, conmigo. No es algo que puedas decidir.

Pero se equivocaba; Vladimir tomó siempre las riendas de su vida, como si fuera tan estúpido, o un completo retrasado, que no sabría decidir lo mejor para él. Consintió ese trato porque era fácil y llevadero, porque tomar decisiones implicaba aceptar responsabilidades; afrontar consecuencias, y Andrei prefería ahorrarse sinsabores, dejarse arrastrar por la corriente. Pero hasta la corriente tiene sus riesgos, y Andrei lo había constatado chocando de lleno contra una férrea roca. Cuando la danza se evaporó de su vida, se obligó a resolver, a determinarse. Abandonar Kiev, y al mismo Vladimir, estaba implícito en ello.      

— ¿Y por qué no? ¡Ya me quitaste lo único que me importaba! ¿Por qué habría de obedecerte?, ¡egoísta, hijo de puta!

Los rasgos del moreno cambiaron en un soplo, pesó en su expresión, la frustración que pocas veces se veía en él. Puesto que la frustración nace de la incapacidad, y Vladimir era un hombre familiarizado con el triunfo, en todos los aspectos. 

— ¡Por eso, precisamente! ¡Tres años ya pasaron desde aquello! Te he dado todo a manos llenas, yo mismo me he colmado de paciencia. ¡Tres jodidos años! Aguantando tu mal humor, tus quejas, tus malditos lloriqueos. ¿No crees que yo también necesite algo de paz? Tres años, Andrei. Sin avances, estancados.

Andrei se revolvió, alterado, hasta que el agarre se debilitó. Los ojos titilaron, humedecidos por lágrimas de cólera.  

— ¡Cuánto descaro! ¡Después de lo que me hiciste, cabrón! ¡Te odio, te detesto tanto!

Lo abrazó. Le apretó entre sus brazos y olió la fragancia de su cabello. El pelirrojo pataleó, trató de liberarse sin éxito, como si su contacto le dañara. Y quizá así fuese, en su interior.

—Regresemos hoy mismo, Andrei. No volverás a la casa de tus padres, vivirás conmigo, sin Katrina. Sólo nosotros. Yo no insistiré en más terapias si tú prometes olvidar el ballet, y pones de tu parte.

Alzó la cabeza, el desconcierto lo abrumaba.

—Ya acepté eso. Ya olvidé el ballet y por eso bailo aquí. Lo que no puedo aceptar, Vladimir, es que tu vil acto quede impune. Y que intentes atarme a tu lado, cuando sólo con verte me enfermas.

—Ah, claro, mi vil acto —bufó, y le empujó. Su respiración viciada contaminó el aire que Andrei inhalaba; sintió su creciente furia —Te disparé y me robé tu sueño de bailar en Bolshoi y en cualquier otra parte. Te quise acaparar por completo. —dijo, con una risita tosca. Imitando la vocecilla intimidada y sufrida de Andrei — ¿Todavía recuerdas cómo fue? ¿Cuánto dolió? ¿Te disparé de lejos o me acerqué a que sintieras el cañón sobre la piel? ¿Te dejé desangrándote o te llevé a un hospital? Vamos, cuéntame. Yo no puedo recordarlo, refréscame la memoria.

La lluvia de lágrimas corrió por sus mejillas, se negaba a revivirlo.

— ¡Basta! ¡Déjame en paz! Lárgate con ella, vete y no vuelvas más. ¡No me fastidies más la vida!

— ¡No! No permitiré que sigas en éste trabajo de porquería, viéndote con el maldito ruso de ayer. Los rusos no son de fiar, Andrei. Son traicioneros y peligrosos.

Se refería a Grozny, pero la descripción le iba mejor a él. Andrei le dedicó una mirada cargada de incredulidad.

—Ni siquiera es ruso, se llama Grozny y no me veo con él. ¡Vivo con él, estúpido!

Saboreó su rabia, la desesperación que lo inundó por la falta de control. Por no poder manejarle más. Soportó el puñetazo que le metió en la boca del estómago, también el golpe en sus costillas, pero se dobló de dolor cuando recibió un impacto cerca del hígado. Vladimir lo cogió por los cabellos, evitando que el piso lo acogiera. Lloró a pesar que se empeñó en no darle ese gusto.

— ¡Detente, Vova! — Gimió Katrina, corriendo hacia él. Había perdido la paciencia y bajó del coche, no esperando encontrarse con semejante escena. — ¡No vale la pena!

Katrina jamás estaba de su lado. No le sorprendió, pero internamente, agradeció la intervención.

— ¡Te gusta! ¡Ese, cara rajada de mierda! ¡¿Por eso te gusta?! —Ignoró a Katrina, cogió las manos temblorosas de Andrei y las puso sobre su amplio pecho. Percibió su impetuoso latir, y algo más: los gruesos verdugones que le atravesaban el torso. —Acaso, ¿te recuerdan a esto? — Añadió, en un siseo espeluznante.

Andrei rechazó el contacto. Aterrorizado porque no se le pasó nunca por la mente aquella siniestra posibilidad. No podía ser que su cerebro le jugase tan mala pasada. ¿Su mente era en verdad retorcida como Katrina tanto pregonaba?

— ¡Déjalo, no lo toques! — Insistió la mujer, metiéndose entre ambos, rogó a Vladimir para que se marcharan.

Su llanto escandaloso comenzó a llamar la atención de los que pasaban, recién salidos de Neverland. Andrei aprovechó la riña para correr y escabullirse en las sombras de la noche. Vladimir quiso alcanzarlo, pero el crispado enganche de Katrina no se lo permitió. Podía apartarla a la fuerza, mas no se atrevió por su avanzado estado. Y ni siquiera él, era tan cabrón.

 

     

     

                    

     

 

      

             

     

 

 

 

 

  

    

                       

   

Notas finales:

Esperaban que Grozny lo salvaría? Pues no! En ésta historia no hay héroes, y Grozny anda con Nina y su niñata XD 

Gracias por leer!

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