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Neverland por Jahee

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32

 

Justicia de Vor

 

 

La URSS había caído.

Y la fiesta era por ello. Además claro, por el cumpleaños número sesenta y cinco de su padre. El comedor montado para veinte comensales estaba repleto de platillos vibrantes, multiculturales como los mismos invitados de aquella noche. El vino brotaba desde fuentes opulentas, ámbar y dorado, de bourbon y champán; les había enrojecido las mejillas y acalorado los temas de conversación. Léon era parte del batiburrillo: con Mikheil a su derecha el tema era un oligarca recién apoderado de una petrolera, mientras Karatch, a su izquierda, deslizaba discretamente una taza de té a la que Léon se encargaba de ponerle whisky. Al quinto relleno Karatch ya se balanceaba sobre su silla: la mirada obnubilada se detenía con descaro en las conversaciones más cercanas, manoteando al aire y lanzando comentarios mordaces. Mikheil y Léon se obligaron a interrumpir su plática para observarle, divertidos por las opiniones agrias que el jerarca vertía a diestra y siniestra sin importarle herir susceptibilidades siquiera.

—Gorbachov es un cobarde malnacido. —Señaló de repente, interfiriendo entre Gurenko y su novia de entonces.  —Tenía un imperio, ¡un imperio como el romano u otomano! Pero puso de modo su culo gordo a los occidentales; ahora le han dado un premio de mierda, ese… la estatuilla de la paz. ¡Já! Y el cabrón se cree bendito, como un santo: “He evitado un desastre, una guerra catastrófica”. ¿Saben lo que yo hubiera hecho? ¡Una bandada de cohetes! ¡Bombas nucleares! ¡Pum! ¡Pum! ¡A reinar sobre las cenizas, hijos de puta!

Mikheil fingió un ataque de tos para sofocar su recia carcajada, y Léon, súbitamente burbujeante por el alcohol en su sangre, apoyó la postura de su padrino con escándalo, elevando su copa e incitando a un brindis grupal.

—Salud por lo que pudo haber sido y no fue: ¡una República Soviética de Cadáveres Radiactivos!

—¡El comunismo ha muerto! ¡Viva el globalismo! —Lo secundó Mikheil desde su asiento, con una sonrisa campechana que no compartía la mayoría de los invitados. Sólo ellos y los más jóvenes chocaron las cucharillas contra el cristal de sus copas.

Romanov se acercó por detrás de Karatch, cogió la taza y la olisqueó. Su mirada amenazante cayendo sobre el Korsakov menor.

—Hay una razón por la cual los relajantes musculares no se combinan con alcohol, Léon.

Léon fingió arrepentimiento de forma espantosa, provocando un gruñido inconforme de Romanov. Su padre, a la cabeza del larguísimo comedor le escudriñó con la copa en los labios, hablándole en silencio; Léon conocía demasiado bien aquel semblante para pasarlo por alto: no deseó agravarlo.

—Me haré responsable. —Dijo a Romanov, estirando una sonrisa deforme. —Vamos, padrino, lo acompañaré a su habitación, necesito hablarle en privado. —Susurró al oído del hombre, ofreciendo su antebrazo. Karatch lo palmeó antes de asirlo, confiado.

—Léon, mi joven Leyenda… tienes los modales de un Zar. Ayúdame, se me ha pasado el trago y me he puesto pesado, de barriga y ánimo. ¡Já!

No admitiría públicamente que había perdido el control de su cuerpo, pues su vanidad no se había consumido a pesar del evidente paso del tiempo. A solas y antes de encamarse, Karatch le pidió ayuda para mear. Léon desatoró su cinturón y el viejo hizo el resto.  —He escuchado que tienen problemas con el nuevo negocio. —dijo luego de vaciar la vejiga; intentó halar la palanquilla del retrate pero Léon adivinó su intención y se adelantó. —Gracias, hijo.

—Sí, cada uno tiene sus planes y todos ellos válidos. Mi padre quiere blanquear aquí mismo, Gurenko en su país y yo… yo deseo arriesgarme en Londres.

De vuelta a la habitación, Léon iluminó la estancia. El paso hacia la cama fue pausado, tambaleante cuando el ruso se confiaba y la gravedad tiraba con más fuerza del costado libre de Karatch.

—Así que están como los animales de la carretilla. 

—¿Lo estamos? —Léon ahogó una risilla al imaginarse la fábula—¿Cómo es eso?

—La carretilla está atorada; un bagre, un cisne y un cangrejo se ponen de acuerdo para tirarla pero no la mueven ni un centímetro. ¿Por qué? El bagre tira hacia el agua, el cangrejo hacia atrás y el cisne… hacia el cielo. 

Léon hizo un gesto, pensativo.  

—Supongo que es verdad, nunca se moverá y yo sólo pierdo mi tiempo.

Le quitó los zapatos y Karatch se recostó profiriendo un corto suspiro de placer.

—¿Por qué Londres, Léon?

Le cubrió con la frazada a media cintura; al incorporarse, el espejo empotrado sobre la cabecera le regresó el reflejo de su rostro sereno. Así descubrió que el recuerdo de Karol no lo revolucionaba como era frecuente al advertirse enamorado, sino que lo llenaba de profundo sosiego.

—Conocí a alguien. —Susurró, admitiendo por vez primera la verdad tras sus decisiones. Solía ser así, antes que su padre, antes que nadie, Karatch era el primero en escuchar las inquietudes que guardaba su corazón y no por mera casualidad: Korsakov era taciturno y parcamente obtenía dirección en tiempos difíciles; sin embargo, Karatch se moldeaba y trataba de tener una perspectiva menos egoísta. Léon fantaseó muchas veces tener a él como padre hasta que un día el anhelo escapó de sus labios. Karatch, lejos de sentirse halagado, respondió con dureza y le prohibió repetir aquellas palabras.

>Y sin embargo siempre será tu padre, Léon. —Le había dicho en esa época, severo de semblante. —Es una tarea difícil, lo entenderás cuando llegue tu momento: nos llevamos la peor parte, triste pero inexorablemente solemos cargar con el rencor de nuestros propios hijos. Si yo fuese tu padre… te estarías quejando de mí con alguien más, tal vez con Korsakov. Por eso, si me das a elegir, prefiero ser padrino o… abuelo.

Entendió mejor la referencia cuando se vio proyectado en Mikheil: odiando a su padre en todo momento pero alabando a el Intocable. No sólo era una tarea difícil además de injusta, pues al final del día a ellos tampoco les enseñaron a ser buenos padres, y los errores, a veces horrores, los habían cometido con las mejores intenciones. ¿Tenía él derecho a juzgar el contexto de su padre?

No. Claro que no. Pero tampoco tenía porqué sufrirlo. Lo amaba, lo aceptaba así: parco, poco afectivo, intransigente. Decidía también que la distancia entre ambos era lo ideal cuando ninguno estaba dispuesto a ceder y mucho menos a modificar conductas. Y lo decidía sin sentirse culpable.   

—Un hombre enamorado es predecible. Si viajas tanto al mismo lugar… normalmente es porque algo te ha enganchado. Debe ser hermosa, no lo dudo, pero mujeres hermosas las hay en cualquier parte. ¿Qué tiene ella de especial, Léon?

A pesar del vínculo tan estrecho Léon no pudo corregirle. <<Él. Se trata de un él.>> pues en cuestión de sexualidad el contexto vory tampoco se cuestionaba; Léon no se atrevía a romper el molde porque muy dentro de sí (o quizá no tanto) se sentía defectuoso y avergonzado de ser lo que era. Todo lo contrario a Karol. ¿Qué tiene de especial? Repitió la pregunta para sí, encontrando momentos, esbozos de sonrisas, frases que sacudían su realidad y paseos fugaces fuera de la burbuja pestilente que había sido su vida. Encontró empatía y paciencia.   

—Es valiente. Tan segura de sí.

Lo cogía de la mano a media avenida e ignoraba las miradas como si en verdad no diera cuenta de la intención burlona. Si le venía en gana, lo besaba sin cerciorarse de su alrededor, antes o después. Y cuando se citaban en el cine y la película finalizaba y las luces eran encendidas, Karol se quedaba recargando la cabeza sobre su hombro, como una pareja ordinaria. No vivía en alerta y sus caricias nunca estaban condicionadas. Era libre como Léon no podía serlo.

—¿Qué harías tú, padrino?

La respuesta de Karatch silbó entre sus labios, adormilada pero sincera.

—Me desengancharía de la carreta y volaría lejos. Deja el nido, Léon. Eres tan joven para ser ya leyenda y eso sólo significa que es así por lo mucho que has perdido. Vuela, ama, echa tus propias raíces. ¡Y dame la oportunidad de conocer un hijito tuyo! Te lo dije antes: me gusta ser padrino pero mucho más el ser abuelo.

        

2

 

Leyenda.

Léon se burló de sí mismo, de su mote ridículo. Podría ser leyenda, sí, pero en el mal sentido por todo lo ruin que había cometido. Las decisiones estaban tomadas y la luz al final del túnel no resultó clara sino carmesí; el inicio de una pesadilla interminable y maldita. Los cuerpos de la gente que amó se apilaban en un montículo de carne putrefacta y sobre ellos él se alzaba, perdedor y sometido por su propia negación. No merecía un entierro con honor, mucho menos un pedazo de tierra en Ekaterimburgo.

Danzaría en el aire. En una columna de humo negro ascendería al cielo vuelto cenizas, siendo nadie, siendo nada. Un final pagano para un alma destinada al noveno círculo, a un infierno congelado como su propio corazón.

Lo aceptaba. Lo abrazaba.

—Padre.

—Léon. —Respondió Korsakov desde el altavoz.

En la lúgubre oficina de Karol todavía flotaba su fragancia característica; Léon mordió su puño, evitando un gemido pesaroso. Su recuerdo lo atormentaba y su muerte aún le parecía increíble. Liberó las lágrimas contenidas luego de un parpadeo y sin embargo su tono de voz emergiendo firme: —Me siento terrible, padre, como aquel día, como no pensé volver a sentirme nunca.

—¿Aquél día?

—No al momento de su muerte. No, después, cuando vengué la muerte de mi madre.

>>Bebían y reían en aquella fiesta, tú incluido. ¿Recuerdas? Me llamaron Leyenda, vitorearon mi nombre; pero lo único que yo deseaba era llorar como un chiquillo en tu regazo. Lo era, realmente un mocoso que pensaba en la venganza como un camino hacia la serenidad. No, padre. Te lo digo ahora: su helada oscuridad no me confortó, pues nada me habría hecho tanto bien como tu sola cercanía. Pero nunca viniste a mí, ni esa noche o después.

El reproche brotó ácido, entrecortado por el dolor de aquel recuerdo. La claridad mental se vaciaba lentamente como un chorro de agua en una llave abierta, despersonalizándolo hasta el grado de percibirse irreal, flotante como en sueños y moviéndose sólo por inercia.

—La venganza es de humanos, pero el perdón… nos vuelve divinos. Eso solía decir ella. Sin embargo nosotros no buscamos la divinidad, ¿no es cierto? Las estrellas nos dejan pocas opciones pero al menos bastante claras. Tu dolor es válido, Léon, la manera en que decidas expresarlo no siempre lo será. Si quieres llorar y quejarte de lo injusta que puede ser la vida hazlo en un lugar donde nadie pueda verte; derrama lágrimas estériles y pierde tu tiempo. O acepta lo inevitable, lo que ya no puede ser y actúa como Vor.

Léon crujió los nudillos: sabía lidiar con la muerte, sabía cómo invocarla y luego olvidarle sin remordimientos. Conocía la pérdida y el sufrimiento atroz que traía consigo, pero fue educado a trabajar sus emociones mediante la violencia. A sosegar al corazón tras un ojo por ojo. ¿Cómo, entonces, aliviaría sus penas si él era mayor responsable de aquellas pérdidas? ¿Cómo era posible la revancha contra sí mismo?

—A eso se redujo buena parte de mi vida… a responder los embates como un Vor de honor haría. Bien podría tragar tierra árida y el sabor sería dulce en comparación a esto. —Hizo una pausa, desencarnando el nudo en su garganta. —Karol ha muerto, uno de mis escoltas le disparó por error. Tú conoces este tipo de angustia, padre. Dime, ¡¿cómo la manejo?! No encuentro consuelo y mi mente se nubla. ¡¿Qué es de un hombre que lo ha perdido todo?! ¡¿Qué fuerza lo empuja hacia otro lugar que no sea el abismo?!

Korsakov respondió con ligera pesadumbre después de un prolongado silencio, quizá afectado por la abierta exclusión de Léon.

—Bienaventurados los que han perdido todo, ya no le temen a nada.

Léon torció una mueca inconforme. —¿Es todo lo que dirás? —Suspiró.

—No pierdas el control, Léon. Sangra tu rabia: que el dolor físico sea tu ancla; termina lo que empezaste, con o sin Karol tienes un propósito y el abismo no es opción para hombres como nosotros. 

Desgarbado, Léon se dejó caer sobre la silla alta que solía balancear la figura espigada de Karol. Un trazo de luz escapaba entre las cortinas pasando justo sobre su hombro; Léon atravesó la mano, sintiendo la calidez como una caricia estimulante para sus huesos entumecidos. Un hoyo en aquel dorso no lo pacificaría, pues la ira no se diluía en sangre así como el dolor no se apaciguaba tras la venganza. Sólo había una forma de liberarse: ser como esa luz y despejar las sombras que velaron desde siempre su mente y lo mantuvieron cautivo.

Entonces, lo dijo.

—Madrid, Romanov, Karatch y Mikheil tienen algo común: que yo estuve detrás. Nunca fue Mikheil, padre. Grozny y yo planeamos todo. Tu hijo único, aliado con el FSB. Esa es la verdad, y tan cierta como el que soy maricón. Un maricón que además es capaz de vender a quien sea necesario para mantener el secreto y así evitar la humillación de verme expuesto ante los demás y especialmente… ante ti.

>No espero que algún día puedas perdonarme, sólo me arrepiento de no haber sido honesto sabiendo incluso que el desprecio era tu precio; habría preferido el destierro a ésta vergüenza que me quema por dentro; habría preferido el escarnio y también las burlas de los que me fueron queridos. Y si el tiempo me permitiera volver decidiría no perderme a mí mismo. Pero lo entregué todo por un secreto que no vale nada y ya no queda honor en mí, padre. No soy digno de promesas o juramentos, así que sólo puedo asegurar esto: te daré justicia sin el afán de absolución, pues vivo o muerto bien sé que estoy más allá de todo resarcimiento. Espera y observa mi justicia, padre; la clase de justicia por la que gané mi nombre.    

Colgó tan abrupto como fue su confesión y la ligereza que era propia en el desahogo no le invadió enseguida ni después. No había nada. No quedaba ninguna emoción en él. Léon se levantó determinado, con las lágrimas olvidadas en las mejillas terminó por desfajar su camisa encaminándose hacia el baño; evitó su reflejo en el espejo y se refrescó el rostro. El viento entraba por los postigos silbando una triste canción, pareció arrastrar una presencia incisiva a su costado; de soslayo advirtió la silueta bajo el marco de la puerta tendiéndole una toalla. Léon la cogió sin girarse, presionó su cara contra la tela hasta retirar la humedad y cuando volvió hacia el umbral el hombre ya había desaparecido.

Sobre el escritorio una reluciente arma sobresalía junto a un dispositivo que Léon acarició con la mirada. Timur solía trabajar así: silencioso pero eficiente. Deseó un final, y deseó verlo en los ojos de Grozny.

 

—Pronto, Karol. —Musitó.

 

3

 

La presencia de Filip en el cuartel desmoralizó el corazón de Grozny pero fue su revelación la encargada de apagarle la consciencia en un soplo. Se encontró luchando en el estacionamiento, empotrado contra el acero de su auto y sometido por Filip con la ayuda de Alexandre; la fuerza de ambos hombres apenas siendo suficiente para anularlo hasta que la llamada de Nina terminó por devolverle la razón con los ojos arrasados. —Lo solucionarás. Sé que lo harás. Ella es valiente, donde quiera que esté peleará porque lleva tu sangre. Piensa fríamente, la tienen porque saben que es tu hija. No hagas lo que esperan; piensa en ella como un rehén más y tráela de vuelta. Confío en ti, Roman. Trae a nuestra bebé de vuelta a casa.  

Nadie se atrevió a relevarlo o pedirle margen de acción, ni siquiera Roberts, pues su semblante era amenazante pero por motivo incuestionable.

Rodeado de agentes antisecuestros esperó la negociación en el cuartel de Scotland Yard. Y tardó en llegar. La espera fue deliberada, logrando de sobra el acometido de torturarlo. En dos ocasiones se retiró al baño a vomitar su comida incipiente; luego regresaba pálido y sudoroso y le costaba quedarse quieto en un solo lugar. Filip lo analizaba con Alexandre, dudando en voz baja si el checheno debía ser el negociador. Pero la llamada vino antes de llegar a un acuerdo y sólo se observaron entre sí cuando Grozny contestó al primer tono.

—Supongo que ya estás enterado, Roman.

La voz del Vor se anunció como un viento frío en la sala. Era obvio que ya lo conocía a detalle pero escucharle decir su nombre tuvo su breve impacto entre los presentes y especialmente en Grozny.

—Ella es tu boleto dorado siempre y cuando permanezca ilesa, ¿lo entiendes, Léon?

El silencio del Vor lo exasperó. —¡¿Léon?!

Y Léon chistó. —No, el que parece no entenderlo eres tú. No necesito un boleto, de hecho me importa una mierda tu boleto. Esto no es una negociación sino un sencillo intercambio y eres tú por ella. Ven a donde todo comenzó y ella vuelve con mami como si hubiese sido un mal sueño. Decide bien, Roman Denísov, y hazlo rápido, tienes treinta minutos.

El mismo Grozny cortó comunicación y desde su pose cabizbaja observó a Filip.

—No lo digas, ni siquiera lo pienses. Lo sé. La cueva de oro colapsó conmigo dentro. —Sonrió, y fue la sonrisa más triste que Filip le recordara.    

—Acordonaremos el perímetro y no irás solo.

—Iré solo—contradijo Grozny. —Pero ustedes estarán conmigo: llevaré micrófono. La prioridad es el rescate de mi hija, que sus esfuerzos estén enfocados en ella. Léon hablará sí o sí, esa es mi misión y así sea mi última, será exitosa.  

—Te diriges al matadero sin poner resistencia. —Lo abordó Roberts cuando interpretó el nuevo escenario. —¿Quién asegura que no te matará apenas pongas un pie dentro de sus dominios?

—Nadie—aceptó el moreno, camino a la salida. —Pero él tiene a mi hija y con ella la batuta. Y si es el caso y atenta contra mí antes de recuperarla entonces que el Servicio haga su trabajo. Prepara a tus hombres, Roberts, Léon tampoco estará solo, ¿puedo contar contigo?

Roberts asintió de inmediato. —Hemos tenido diferencias pero admiro tu determinación; por supuesto que no estás solo, Grozny.

El moreno agradeció sus palabras con una marcada cabezada. Se adentró al armerillo a solas, cogiendo un chaleco interior y despojándose de su camisa empapada en sudor. Vistió una de manga corta, ceñida, de tela transpirable, y sobre ella ajustó el chaleco por los hombros y los costados; la doble bolsilla permitía la inserción de las placas de blindaje duro que Grozny decidió en un segundo, pero no logró insertarlas en dos intentos. Así se percató que las manos le temblaban, que todo su cuerpo se estremecía involuntariamente. No hubo tercer intento. Filip le arrebató las placas de forma cálida, con toque consolador, y deslizó una después de otra sin problema.   

—Este blindaje es para amenazas más avanzadas, rifles de asalto o subametralladoras. ¿Qué esperas encontrar en ese lugar, mmh?

—A un hombre sin miedo.  

—¿Y qué busca él, Roman?

Encumbró la mirada hacia Filip y sus labios se entreabrieron vacilantes.

—Es un pescador; lanza la carnada y espera. No sólo quiere mi vida, también desea arrebatarme lo que más amo. Su intercambio es una trampa, lo tengo bien entendido, Filip. Tengo un plan, el más simple y temerario. Pero lo iré develando sobre la marcha; la vida de mi hija corre peligro y no confío en nadie además de nosotros.

—Roman… no te subestimo pero debo recordarte que tomar decisiones cuando la vida de un familiar está de por medio tiene riesgos irreversibles. Allá afuera pueden ver tu respuesta como un acto heroico aunque francamente a mí me parece estúpido. No eres un negociador, lo sabes, y está bien hacerse a un lado y dejar trabajar a las personas pertinentes.

—Tienes razón. —Admitió Roman, escondiendo el chaleco bajo una camisa oscura y holgada. —No soy un negociador. Y como te pudiste dar cuenta me estoy cagando de miedo. Pero conozco a Léon mejor que cualquier agente y sé bien que si no obtiene lo que quiere se vengará con Lena y lo gozará igual: conoce mi nombre, mi historia. Sabe que no soportaría otra pérdida semejante a la de Dina. —enfundó su pistola predilecta justo en el área del abdomen: una Five Seven con supresor. Y en cada bolsa del pantalón guardó un cartucho. —No he sido buen agente pero hay algo que se me da como a ninguno: ser soldado. Así que escucha, por favor, te necesito.

—¿Para qué exactamente?

Entonces Roman lo observó a detalle y no pudo deberle menos que franqueza.

—Para cazar a Léon. A él y a cada uno de sus hombres.      

 

4

 

Pavel escudriñó el desfile de hombres apostados entre los escenarios de Neverland, uno de ellos haciendo toscas indicaciones a Chris a la distancia. La música del ensayo se apagó abruptamente y Léon apareció a su costado, fumándose la colilla de un cigarro. Los ojos hundidos repasaron el lugar con cierto sentimiento, uno que Pavel no pudo descifrar; enseguida lo observó de soslayo, musitando: —¿Aprecias tu vida, Tarasov? —Preguntó, apagando la colilla con la suela de su zapato reluciente.

Pavel fue más consciente de su corazón acelerado que del ceño fruncido, mal encarado, —¿es una amenaza? —Reviró.

—Es una advertencia. —Corrigió franco. —Las cosas aquí se pondrán intensas; mi recomendación es que tomes tu distancia ahora que puedes.

—¿Dónde está Karol?

Léon advirtió su genuina preocupación. Suspiró pausado, —en casa.—Dijo, suave y tajante.

Luego, se alejó sin rumor.

Chris salió junto a Pavel y los chicos de la compañía, la sentencia de Léon garantizaba caos y la ausencia de Karol tampoco inspiraba confianza. Caminaron hacia el estacionamiento, dispersándose los más jóvenes entre murmullos y miradas recelosas. Chris se contagió pronto de la preocupación en Pavel, notando el auto oscuro de Grozny aparcado en un extremo, con el hombre dentro.   

—Esto no se siente bien.  

—Vete a casa, Chris. Y no se te ocurra volver.

Por supuesto que se marchó. Caminó a prisa, girando la cabeza de vez en vez, temeroso de lo que pudiere pasar detrás. La mañana transcurría anormalmente cálida, nada malo podía ocurrir en aquel día, ¿cierto? Los días caóticos se anunciaban entre tormentas y los más tristes eran reservados por el destino para las noches frías. Chris, condicionado por su dramatismo intrínseco lo pensaba así; lo quería creer así.  

—He visto a Grozny en el parqueadero de Neverland. —La respiración compasada de Andrei silbó contra la bocina del celular de Chris. —Te he llamado porque lo acordamos, pero Andrei… hay algo raro en él. En Neverland y Léon. Karol ni sus luces, y el club… está lleno de matones. Casi nos sacan a rastras, parece que se preparan para algo gordo. ¿Qué sabes tú al respecto?

El silencio se prolongó mientras Chris se resguardaba en la cafetería habitual. La respuesta nunca llegó porque Andrei cortó sin satisfacer su curiosidad. Suspiró y ordenó lo de siempre; el día brillando como pocos sobre la explanada lucía tan optimista que pronto calmó su tempestad. No. De verdad, nada malo tenía porqué suceder. Observó la pantalla de su teléfono con duda, Andrei ni siquiera le daba tono, había apagado su celular.

—No puede ser tan bobo. —Se dijo, sintiéndose responsable. Recordó su corta edad, su sonrisa cínica y su recurrente ansiedad ante lo incierto. —Pero está enamorado.

A pesar de la advertencia era posible que el mocoso se blindara contra el sentido común porque lo llevaba en la sangre, como Pavel: el peligro les seducía. Y qué fastidio reconocerse como el disparador de una locura semejante. Así, el café se templó dentro de sus palmas cuando al fin apeló a las buenas decisiones de Andrei. Aunque para ser honesto tampoco tuvo mucha esperanza.   

—¿Pavel? —Lo llamó con nerviosismo. —Creo que la cagué y alerté a Andrei. Dime tú que lo conoces mejor: ¿es tan estúpido como para aparecerse en el club?

 

 

5

 

Controló su respiración.

Inspiró profundamente durante segundos. Uno, tres, cinco. Exhaló por la boca con suavidad. Seis, ocho, diez. Los ojos en alerta, petrificados, expectantes. No estaba preparado y nunca lo estaría; salió del auto sintiendo las extremidades rígidas, las palmas sudorosas; un ardor intenso recorría su carne e iba a la alza. El miedo más puro pulsaba en su corazón y sin embargo sus piernas andaban, un paso tras otro, con firmeza, hacia la entrada principal de Neverland.

Para su sorpresa y mayor sospecha, estaba desierta. Las puertas abiertas a la par le invitaban y en su interior la oscuridad se cernía perturbadora. Entró deslizándose como una sombra más a la trampa celosamente construida por su enemigo. —Ahora, Filip. —Musitó. Casi al momento percibió el bajón en la energía eléctrica y un silencio profundo se apoderó del lugar.

No había vuelta atrás en aquella emboscada y sin embargo debía sobrevivir. Por Lena. Por… la nueva vida que se debía a sí mismo.  

Empuñó su arma en la oscuridad, adentrándose con familiaridad a la garganta caprichosa de Neverland. Pasillo tras pasillo, giro o quiebre, sus precauciones fueron en vano. —No hay movimiento. —Informó a base, esforzándose de verdad en no sucumbir a la desesperación. La encrucijada en la galería le apuró a decidir si exploraba el piso superior (concretamente el despacho de Karol), o si prefería irse de lleno a la pista. Como fuese, ya nada pintaba bien. Los hombres muertos que calculó para esa instancia no cuadraban ni en su peor escenario.

Lena. Resiste. Voy a encontrarte, voy a salvarte.

Un chasquido metálico golpeó a la distancia, desde el salón de las pistas elevadas. Grozny se encaminó con el arma por delante, sujetándola por la derecha y reforzando con la izquierda. El chasquido se repitió: clic, ¡clic! Luego hubo silencio y una vez más tronó con eco envolvente: Grozny le encontró ritmo y pronto reconoció aquel tic de ansiedad habitual en Léon Korsakov.

Entró y vio el rostro del Vor iluminado en escarlata. Su mano jugueteaba con su encendedor de mecha y la flama era lo único resplandeciente a la redonda; entre la oscuridad logró verle ensanchando una sonrisa retorcida. Una que presumía de ventaja. Entonces Léon extinguió la flama con la tapa,  —Bienvenido, Roman. —Lo saludó la oscuridad.

La tensión apenas subía por sus hombros cuando el fuego volvió encendiendo un cigarrillo atrapado entre los labios torvos; las piernas le colgaban desde la pista que una vez perteneció a Andrei y se balancearon antes de impulsarse a tocar tierra. Léon aterrizó con gracia felina, exudando peligrosidad no debido al gesto, sino a las veladas intenciones que barajeaba entre penumbras. Lo estudió como Vor y como hombre. Como un simple hombre. Y reconoció que lo había quebrado en ambas. Las palabras de Andrei le vinieron a la mente como un sórdido epitafio: ¿cómo manipulas a quien simplemente todo le importa un carajo?

Se desesperó por su inacción. Porque Léon tejió su telaraña en un abismo ondulante, decidido a arrastrarse hacia la profundidad con él como trofeo. Y se sintió estúpido de seguir apuntando con el arma que no dispararía.

Bajó los brazos y asumió su derrota.

—Sí, así está mejor. —Susurró el Vor antes de pasarle de largo; le dio la espalda con el desparpajo de quien se sabe triunfante; seguro de ser necesitado. —No sé qué pretendas cortando el suministro eléctrico pero mis hombres ya están en ello: hay un generador, evidentemente.

Roman siguió el sonido de los pasos, la estela del tabaco se anidaba en sus fosas nasales y no ayudaba a mitigar su migraña.

—Dime, Roman. ¿Cuál era tu plan?

—Matar a todos hasta encontrarte y obligarte a hablar por los medios que fuesen necesarios. Este último sigue vigente; ¿dónde está mi hija, Léon? —Exigió, acabando con todo misticismo. Su nombre siendo pronunciado por la boca de Léon seguía irritándole sobremanera: sentía al abismo llamándole mientras Léon, complacido, se balanceaba sobre la red trémula.

—Ya viste que no fue necesaria la sangre. No me escondo tras mis hombres y yo mismo soy uno de palabra. —Le escuchó decir tras una ligera pausa. Pronto localizó el punto rojo del rescoldo en su cigarro y se aproximó hacia él. La luz vino después. Léon se servía una copa de whisky con la camisa blanca salpicada de sangre, probablemente de Karol, adujo Roman, cabizbajo.

—Es una niña. Tiene once años y debe estar muy asustada.

—Sí, muy asustada. —Convino irónico, arrastrando la copa y la botella sobre la superficie de la barra. Bebió el contenido y la rebosó de nuevo. Roman se acercó, del lado opuesto atenazó la mandíbula; los puños de pálidos nudillos resaltaron sobre el contorno del mármol oscurecido. Léon sonrió al notar su rabia y paladeó el licor amaderado al alargar innecesariamente la tormenta de miradas. Estrujó los antebrazos de Grozny y acercó su rostro, sondeando la vieja cicatriz. —Está con Missy, quien francamente es excepcional con los niños pues ella misma cría a los suyos sin ayuda del padre. Tu hija, Roman, ni siquiera sabe que fue abducida y de hecho está teniendo un día genial.

Extrajo su celular con cautela, bajo la recelosa mirada de Grozny.

—Si desbloqueas la señal puedo comunicarte con ella.

O bien podía dar una orden desafortunada. Grozny negó, firme.

—Vas a decirme dónde está, The Yard verificará su ubicación y la recuperará, luego tendremos un trato, tú y yo. Un buen trato, Léon. Nos necesitarás cuando tu hermandad venga por ti. A estas alturas nos hemos asegurado que se sepa de tu cooperación con el FSB. Ellos ya saben, Léon, y empiezan a susurrar la palabra que más aborreces.

El Vor dio un sorbo corto, sin perder contacto visual. Incluso pareció intrigado y por un segundo Roman creyó que lo había hecho dudar.

—Dime algo, Grozny. ¿En qué clase de universo paralelo haría tal cosa? —Se mofó con los ojos brillantes, divertidísimos. —Estás olvidando lo importante: ésta es mi canción y tú bailas para mí.

Grozny se removió sobre sus talones, como si se cerciorarse de la tierra compacta bajo sus pies; pero su estrés quedó suspendido momentáneamente como una nube ceniza en el cielo. Desenfocó el rostro petulante y escuchó lo que Alexandre tenía para decirle a través del auricular minúsculo. Quizá, aquel día, el abismo no lo tragaría entero.

—Entonces…—Volvió la atención, apoyando el peso de su torso sobre el filo de la larga barra —, no te importará saber que tus hombres te han abandonado a tu suerte.

Pensó que disfrutaría su desconcierto y la pérdida del control. Pero Léon lo digirió rápido y sus párpados decayeron, expresando mudo aburrimiento.

Casi como si lo hubiese previsto…    

—Así que sólo quedamos tú y yo. Aquí, donde todo comenzó. Construí este lugar por ti, Grozny, aunque la idea llegó de Karol. Ahora es tiempo de recoger el fruto de nuestra larga colaboración. Anda, dime, ¿estás complacido? Sin skhodka, sin vory, sin hija…¿es fruto maduro o uno podrido?

Más que podrido, sanguinolento. Roman barrió con su maldita botella y la copa que recién se había zampado, limpiando la superficie en un impulso de rabia y desespero; lo cogió de las solapas tinturadas de carmesí y lo arrastró por encima de la estructura, abatiéndolo contra el piso y su propia fuerza cernida en el cuello palpitante. —No me importa lo demás, ¡no me importa nada! ¡Sólo ella! ¡¿Dónde está?! ¡Mi hija! ¡Mi hijita! ¡¿Tenías que involucrarla, hijo de puta?!

Léon lo dejó ser, como quien consiente la pataleta de un niño ofuscado. Susurró quedo, aterciopelado: —¿Era diferente con Karol?

Y lo paralizó.

Karol

Le recordó torcido sobre una charca de sangre oscura; la mitad de su rostro intacto y el otro destrozado por la salida de una bala a través de su ojo desmembrado. No pudo disculparse; tampoco tuvo tiempo de sentirse culpable.

—He visto lo que le hiciste. Lo ejecutaste por la espalda porque de frente eras incapaz.

—No pretendas un dolor inexistente, no después de prometerle un trato al asesino de quien juraste proteger. Sí. Yo lo maté: su ímpetu y hasta los deseos más simples de su corazón; atosigué su alma y mi egoísmo apagó el brillo en su mirada. No disparé el arma pero él ya estaba frío tiempo atrás; tú y yo nos encargamos de eso.

Grozny soltó una risotada burlona, arrastrándose en el piso encalló cristales rotos y la humedad de su propia sangre se batió entre el alcohol vertido; impuso distancia y dijo: —Filosofas con su muerte cuando la verdad es menos compleja: lo mataste porque se fugó con su amante, porque se atrevió a abandonarte; los mataste a ambos porque es lo único que tienes para ofrecer: muerte y violencia. 

—No sólo muerte y violencia, también justicia.

Se levantó arreglándose las arrugas invisibles del saco y se aproximó hacia Grozny, tendiéndole la mano. Él la aceptó, en suspenso, rebatió: —¿Es justicia para ti secuestrar a una niña que apenas sabe de la vida?

Y Léon negó.

—He cometido crímenes atroces pero no soy Giorgi o Gurenko; y aunque ciertamente solía ser un hombre oscuro, tenía límites congruentes dados a la naturaleza de mi crianza y hermandad, y estaba en paz. Tú me quitaste eso, me quitaste todo, Roman. No me obligaste pero supiste ver bien mi debilidad: maricón. Un Vor maricón. Advertiste mi vergüenza porque conocías bien la tuya: también maricón. Un agente del FSB maricón. En mi bando o en el tuyo no es tan diferente, pues nuestros logros deslucen si existe aquello de por medio. Todo se opaca, se anula, y te reduces a un estereotipo que nuestro mundo castiga y frecuentemente también mata.

Grozny afianzó el contacto y se alzó. Sus rostros tan cercanos podían percibir la transpiración del otro: el miedo ácido de Grozny contra el dulzor picante en la ira de Léon. Y en aquella atmósfera de enemistad enquistada Roman encontró la verdad de sí mismo: cazó a un hombre, no al Vor. Y lo hizo como castigo, uno encarnizado e irracional, escudándose en su propia venganza insatisfecha.   

¿Ves? Esto es lo que le ocurre a gente como tú.

Le había dicho a Kenzo luego de encontrarlo ensangrentado tras una paliza. Pero también se lo dijo a sí mismo con la voz de su padre en la cabeza. Antes que la locura lo reclamara se las arreglaba para amedrentarlo y lo hacía con tanta frecuencia que Roman temió que pudiese hurgar dentro de su corazón y descubrir los sentimientos que albergaba por otro hombre. Por Kenzo. Solía acercarse a la medianoche, como si fuera a contarle una anécdota de su juventud perdida, pero en cambio le hincaba los colmillos envenenados: “A un hombre de familia le aterrorizan dos ideas; la primera es terminar casado con una puta sin saberlo y la otra es que su hijo se vuelva maricón”.

 

Padre, me hablabas tanto de tus miedos, ¿pero alguna vez preguntaste por los míos?

 

—Lo acepto. Vi la tumba que tú mismo cavaste y me aseguré que llevara ataúd. No me culpes por finalizar lo que tú mismo iniciaste; la vergüenza ya te carcomía antes que nuestros caminos se cruzaran.

Lo sabía porque a él le pasaba igual. Porque la vergüenza lo comandaba y condicionaba toda decisión. Por ello había dejado a Andrei y se replanteó romper con su matrimonio. Porque en aquella dinámica de pensamiento y actuar nocivo los castigos más severos eran para sí mismo. 

—Ah, está hecho entonces, ya lo dijiste: no me culpes por ponerle punto final.

Su sonrisa amplia pareció anunciar una novedad amarga para Grozny. La marcha coordinada de decenas de pisadas prorrumpiendo en el salón y rodeándolos con rifles largos no desdeñó aquel gesto, a pesar que no eran sus hombres los que regresaban sino la misma policía de Scotland Yard.

—Quiero saber algo que también me carcome por dentro,—susurró Léon cerca de su oído, lo suficiente para que sólo Grozny pudiere escucharle. —¿eres de los que ruegan?, ¿de los que lloran y se arrepienten?, ¿eres de los que mojan el pantalón?, ¿o eres de los que aceptan y ven el final a la cara con fría calma?

—Léon, por favor,  Lena…

Roberts rompió la formación adelantándose con su placa dorada reluciendo sobre el pecho, —Tu hija fue asegurada, Grozny. Está con tu esposa en perfectas condiciones. —Informó con el rostro pálido, todavía tenso.

Léon lo reconoció como uno de los agentes del jet privado; lo había encuadrado en su mente y lo había marcado. Se pasó la lengua por el labio inferior: saboreó el momento y lo encontró dulce. Muy dulce.  

—Escucha al hombre muerto, Grozny. Te lo dije. No busco venganza, sólo justicia. Esto es un asunto entre nosotros, tu hija fue un intercambio y cumplí mi parte cabalmente desde el momento en que entraste aquí. No contabas con ello, ¿cierto? Asumiste que mi venganza sería cruel y despiadada contra lo más importante para ti. Bueno, las leyendas no se ganan su nombre haciendo lo que se espera.  

Grozny torció el cuello, retrocediendo dos pasos, su mente despabilando del desconcierto. ¿Qué quieres entonces, Léon?

—Suficiente de su basura. Agentes, arresten a Léon Korsakov. —Decidió Roberts.

Dos policías descansaron sus armas y se aproximaron, uno de ellos leyendo sus derechos como un rezo ininteligible. Léon danzó las manos al aire, con una expresión particular que latigueó dolorosamente el instinto de Grozny.

Él conocía esa mirada. La había visto antes, en los ojos aguamarina de Kenzo.

—Te concedo esto, Roman: pertenecemos a quien le dedicamos nuestro último pensamiento. —Y al forzar sus brazos contra la espalda baja el dispositivo de Timur resbaló y cayó al piso.

Y los estremeció.

Grozny desgarró su garganta al gritar una orden a medias, de pronto sofocado por un rugido espantoso. La tierra vibró bajo sus pies y se cuarteó: la gran boca negra y desdentada del vacío abriéndose para engullirlo; y el techo. El techo. No hubo tal, sólo un cielo ardiente, iluminando como la mañana que se prepara a ser la última.

Su última.

La bruma incendiaria se extendió apocalíptica, tronando los relámpagos de fuego sobre sus cabezas, pero Roman encontró en aquel caos el recuerdo y la sensación de unas manos gentiles sobre su pecho, eso le trajo medio segundo de paz, suficiente para coger una bocanada de aire y también, coraje. Observó el final a la cara, con fría calma.

 

Andrei

   Yo…

 

 

 

6

 

El impacto de ver a Neverland rodeado de patrullas y policías detuvo su andar en abrupto. El paso estaba clausurado con cintas de seguridad y la poca afluencia de personas que se habían reunido a curiosear fue disgregada sin mayor problema. Andrei sintió la imperiosa necesidad de abrirse paso en secreto, entrar a hurtadillas y buscar a Grozny, aunque no sabía en qué demonios podía ayudarle ahí dentro. Probablemente sólo se ganaría reproches u otra herida molesta para lidiar en sus días solitarios. Pero sonrió distraídamente al recordar la promesa de Roman; los días aciagos de Londres quedarían en el olvido. 

Desobedeció la orden de retirada y rodeó a los policías de la acera fingiendo cruzar la avenida. A media calle se volvió en silencio, sus largas zancadas cortando camino hacia el refugio trasero de un auto aparcado. Desde ahí observó el movimiento policial y se decidió a maquinar un plan de acceso. No tuvo oportunidad de reprocharse por su escasa imaginación: Pavel apareció detrás y robó su concentración.  

—Estás loco si crees que puedes infiltrarte, además, ¿cómo podrías? —Pavel señaló lo obvio, acentuando la sensación de frustración en Andrei.

Giró la cabeza y analizó fríamente sus posibilidades, las cuales eran… nulas.

—Vaya, no pensé que Grozny resultara un personaje tan interesante. No sólo es la policía de Scotland Yard, he visto un desfile de hombres del Servicio de Inteligencia; ¿sabías que tu novio es policía?

Andrei chasqueó su mejilla interna en respuesta, —¿Grozny está ahí dentro con Léon? ¿De verdad? 

—Escucha. —Pavel apuntó con su índice al cielo. Demasiado brillante para ver nada, sin embargo distinguió el sonido de las hélices de un helicóptero. —También desviaron la circulación de éste y dos bloques más. Mira, revisa tu celular, recién fue bloqueada la señal.

Titubeó, incapaz de llevar a cabo una tarea tan sencilla. Regresó su atención hacia las cintas amarillas y a los hombres uniformados que custodiaban el perímetro. Grozny estaba siendo respaldado por su corporación, estaba en más y mejores manos. ¿Qué podía hacer él en comparación a semejante tropa? Sólo entorpecer y ponerse en riesgo innecesario. Suspiró entrecortado. —Pero hay algo extraño en esto. —Se respiraba en el ambiente y también lo sentía en el pecho, en los huesos. Se hizo más notorio cuando los policías se desorganizaron en la entrada del estacionamiento, atraídos aparentemente por algún movimiento inusual de Neverland.

Aprovechó aquella oportunidad para acercarse; encorvó el cuerpo al pasar bajo la banda, ignorando el murmullo de quejas de Pavel. Su visión era de túnel y el desenfoque se comía todo lo que no era su objetivo: personas, sentido común, y su propia seguridad. Su meta era Grozny.

Roman 

Se corrigió en un suave rumor, sintiendo su nombre como una caricia sobre sus labios. Un agente le cerró el paso aunque presenció sobre su hombro el arresto dócil a los hombres que solían ser la guardia personal de Léon. Buscó la salida triunfal de Roman, quizá llevando bajo su brazo al propio Vor; deseó cruzar miradas a la distancia y asegurarse que todo había acabado para bien.

Pavel discutía con el oficial cuando el aire se vició y sus anhelos fueron arrojados con su persona por una onda expansiva que no dejó a nadie de pie. Andrei no lo entendió; arrastrado entre la suciedad, sumergido en una nube de pólvora y ceniza, medio sordo, el espectáculo de Neverland arrasó sus ojos sin que pudiera comprender lo que observaba. Pavel lo abrazó por la espalda, su respiración silbando descontrolada por un llanto natural ante semejante escena de horror. Andrei se hizo ovillo contra su pecho, protegiéndose del sonido estridente de sirenas y gritos desesperados; del fragor del fuego voraz, incontrolable, y de su visión infernal, tan terrible en su despliegue de poder que le provocó sentirse diminuto e incapaz.

Y la pérdida lo azotó de lleno, doblando su voluntad.

—Por favor. Por favor… llévame lejos de aquí.

Entre lágrimas, Pavel asintió.

 

 

 

 

 

Notas finales:

No me maten porfi :3


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