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Neverland por Jahee

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Notas del capitulo:

Sé que me he tardado horrores. Pero la escuela no me dejaba respirar, ahora ya entré a una etapa más relajada y actualizaré más regular. Un beso y disculpen la demora! :) 

 

 V

Plaga roja

 

Entre las ramas del sauce llorón

Canta la tangara rojinegra

Y observa entre los pastos crecidos

Al león de melena abundante

Que siempre deseó ser.

Su canto, maravilloso y triste

Susurra deseos que solo en sueños

Puede llegar a hacer.

El león siempre la escucha

A la sombra del sauce,

La escucha tanto

Que se ha vuelto esclavo

De su melodía.

Entonces, el ave sabe que esas cosas

 Que solo en sueños alcanzaba

Ya tienen el poder

De volverse reales.

 

¿Deseas que te cuente un cuento? Le había dicho Andrei. Su pequeño sobrino, que apenas conocía los balbuceos, agachó la cabecita, y optó por un largo silencio. Andrei lo cogió con ternura y le estrechó contra su pecho. El niño se puso inquieto, y pataleó con insistencia. ¿No quieres que te abrace? Andrei sonrió, y le colocó sobre la barra de cocina. Eres muy parecido a tu padre. Las mismas facciones de Vladimir. ¿Serás igual de hijo de puta cuando seas mayor? Acarició la pelusita de cabello negro. Era suave, como la corteza de un durazno. Si hubieses sacado algo de mí, o hasta de Katrina… quizá te tendría un poquito de afecto. El niño se atrevió a mirarle, con sus enormes ojos verdes, idénticos a los de Vladimir, pero brillando en inocencia. Andrei agrió su expresión, como quien se quita la máscara y muestra su verdadera identidad. Voy a contarte la historia de cómo la puta de tu madre, conoció al puto de tu padre…

Pero no hubo oportunidad de iniciar con el relato. Katrina entró a la cocina con el rostro enervado y le arrebató al pequeño, que comenzó a llorar histéricamente — ¡Mantente alejado de mi hijo, bestia asquerosa! —Escupió al suelo, con el desprecio que se le escupe a un odiado enemigo.

— ¿Bestia asquerosa? — Andrei rió, recorriendo la tembleque figura con mofa. — ¿Por qué no se lo preguntas a tu marido? O mejor, ¿por qué no pones una maldita campana a tu puerta? Así te darás cuenta en qué momento deja tu habitación, para colarse a la mía.

Le respondió con silencio, con la mirada amarga a la que Andrei estaba tan acostumbrado y que ya le parecía habitual. Se marchó con los ojos líquidos y apretando al niñito contra sí. Tantos años y aún lloraba, refugiándose del dolor en los pequeños, sacando fuerza de ellos.

Así la encontró Vladimir, recordando uno de los muchísimos encontronazos con su hermano menor. Y sin embargo, feliz. Andrei había desaparecido sin dejar rastro, su deseo más profundo, hecho realidad.

— ¿Está lista la cena? — Katrina asintió. Olvidando su amargura al escuchar el ronco sonido de la voz que más adoraba. Poco a poco las cosas iban para bien; ya tenían su propio hogar, hermosamente decorado. Los viajes de Vladimir habían cesado, y los nocturnos también; además, su embarazo de cinco meses progresaba sin problemas. La huida de Andrei era solo la cereza en el pastel.

—Está en el horno, te sirvo ya —Se puso de pie con dificultad. Su enorme estómago le imposibilitaba andar libremente. Tarareó una cancioncilla en el trayecto a la cocina, y sirvió dos platos rebosantes de lasaña. Cogió una botella de vino blanco y dos copas.

— ¿Qué es lo que haces? — Inquirió Vladimir, cuando ya servida la cena, Katrina encendía los candelabros de la mesa.

Ella le sonrió, dulce. Apagó la luz eléctrica del comedor. —Es una cena romántica. Los niños duermen… y hace mucho tiempo no tenemos espacio para nosotros dos.

La luz cándida iluminaba las suaves facciones de Katrina. Más bella y alegre desde la partida de Andrei. Los ojos esmeraldas de Vladimir, en cambio, irradiaron con energía, dispuestos a arder en un fuego hechicero, verde y maldito. Se enfureció, cuando él enfurecía, rompía cosas, y cuando no había algo a su alcance para hacer trizas. Los huesos de Katrina parecían buena opción.

La cena cayó al piso y unos metros más allá, en un estridente ruido. El vino blanco bañó en ráfaga el vestido nuevo de Katrina, y la copa se estrelló a su espalda, sobre un mural. — ¡¿Se te ocurre una cena romántica justo cuando tu hermano está perdido?!

Ella permaneció ecuánime, sujetando el respaldo de una silla con la fuerza que siempre deseó imprimir en el cuello delgado de Andrei.

—Él no volverá. Con cena o sin ella. — Suspiró, tratando de limpiar vanamente su vestido arruinado —Te serviré otro plato.

— ¡No quiero tu porquería! —Se levantó, bufando. —No volverá. ¡Que no volverá! Ya veremos. — Le pasó por un costado, empujándole con su hombro.

Katrina peinó su cortina de cabello ébano, en un absurdo intento por tranquilizarse. Rabió por dentro y maldijo por enésima vez a Andrei. Miró a su alrededor, como buscando algo, o alguien, pero solo encontró sombras y recuerdos. Imaginó a Andrei parado en el umbral de la puerta, con su sonrisa blanca y perfecta, disfrutando del desprecio que Vladimir mostraba cada vez con más frecuencia hacia ella y sus hijos.   

Aunque su hermano menor no volviera nunca, su fantasma no menguaría en el perverso afán de alejar a Vladimir de su verdadera y única familia. De terminar de hundirla en el excremento. Ya lo había intentado todo, hasta cayó en la humillación de teñirse el cabello rojo escarlata para parecerse más a Andrei. Vladimir rió a sus anchas cuando la vio así, y su hermano apenas mostró una sonrisilla sibilina que odió más, aún si su risa hubiese sido igual de estruendosa a la de su marido.

No siempre había sido de ese triste modo. Antes, Vova la callaba con besos, no con el puño. Le miraba con amor, no con desdén. Fue su error, el dejarle conocer a Andrei. Todo cambió gradualmente desde aquel día de abril. Como si el chiquillo de tan solo 13 años de edad, dueño de un poder malsano, los arrastrara a su propio infierno. No había nada normal en Andrei… ¿Cuántas veces no intentó decirlo? Le llamó bestia, demonio, brujo, escoria… Pero no era exactamente lo que deseaba externar, la desesperación y el enojo le bloqueaba y soltaba los primeros improperios que le pasaban por la mente. Katrina siempre intentó referirse a algo más. Hay algo malvado en Andrei, formuló correctamente un día, a Vladimir. Él bebía una cerveza  y pensó que la música del bar había tergiversado el comentario de Katrina.

Pero no fue así, Katrina habló por primera vez de la noche de invierno. Cuando el pequeño Sasha murió. Hacía tantos años. Se ganó el primer puñetazo en pleno ojo izquierdo, delante de todas las personas del bar. Nadie se entrometió. La reputación de Vova ya era bastante conocida. No vuelvas a hablar así de él… es Andrei, maldita sea. Es tu hermano.  

Y el amante de Vladimir. Ahora, Katrina ya podía asegurarlo. Ya no estaba tan ciega como antaño. Desde entonces, Andrei cogía con su Vova. Todavía le ardían las entrañas, recordando cómo se percató de la perfidia. Vladimir se había arrastrado en el lecho, apestando a alcohol, y susurró en su oído, mientras acariciaba su melena con ojos obnubilados: Andrei. Andrei. Dijo dos veces, claras y desgarradoras.

El asco que casi le ahogó fue tan fuerte que pensó, ilusamente, que el amor por Vladimir había huido como huye un demonio intruso al ser exorcizado. Qué equivocada. Pues pasada la impresión, se aferró con fuerza y desesperación a él, como el náufrago a un pedazo de madera. Y lo necesitó más, como las mareas a la luna. Su amor creció, como la criatura en su vientre. Lo amó por ser el padre de sus hijos, por el hombre que solía ser en sus desgastados recuerdos. Porque el dolor que le provocaba también la hacía sentir viva, le quemaba por dentro. Le volvía un mártir.    

Katrina pensaba en Andrei como una plaga mortal. No podía darle lucha, o erradicarla. Sólo quedaba esperar pacientemente, sobrevivir. Y que ésta plaga roja, se diluyera con el tiempo hasta desaparecer.

 

1

 

Andrei cogió el dinero ahorrado que escondía en el forro del sillón viejo donde dormía y observó su maleta desgastada, con duda. Solo había allí ropa vieja, recuerdos tristes de Kiev. La dejó, como había dejado en su antiguo hogar la ropa de marca que Vladimir le regalara a través de los años.

Los amigos de Boris llegaron fumando hierba, acompañados de jovencitas con tiernas facciones. Todos hablaban un inglés fluido y Andrei entendió poco. Suspiró, y pensó si despedirse era lo más correcto; aunque él no se caracterizara exactamente por ser el más correcto. Decidió irse sin decir hasta nunca, afuera, en el coche, le esperaba Grozny. Boris le alcanzó en la puerta, con su clásica sonrisa estúpida en el rostro — ¿Puedes ir por unas cervezas?

—Sí puedo, Boris. ¿Pero lo quiero? No creo. —Boris gruñó y empujó la puerta, con la intención de machacarle la mano que se encontraba en el marco. Pero Andrei reaccionó rápido y la retiró. El azote se escuchó limpio. — ¡Eres un imbécil! —Indignado, se sobó la mano con dolor psicológico y los ojos entrecerrados, ahogados en el rencor acostumbrado. 

Boris amplió una sonrisa perversa, asomando su cabello grasiento por la puerta —Y tú un puto amargado. ¿Ves a mi amigo? El rubio que está con la de cuadros. —Abrió más la puerta, fresco, como si el intento de lastimarlo contara como una simple palmada en la espalda — se llama Leonard. Le gustas, ¿por qué no lo haces feliz y de paso te haces feliz a ti mismo?

Andrei lo miró sin ganas, el rubio también le observaba. Era guapo. Intentó sonreírle sin resultados favorables. Estaba furioso. —Iré por tus cervezas — dijo, entre dientes. Casi sin pensarlo, como si los opacos ojos de Boris, de repente le brindaran un consuelo inusual — ¿Algo más? — Boris recargó la mejilla contra la madera del marco, y estudió el semblante de Andrei, buscando algún gesto que delatara su inhabitual accesibilidad.

—Cigarros, ya abusando de tu confianza — Susurró, derrotado. Quizá después de algunos intentos, Andrei al fin se estaba domesticando.

—Lo pago yo — antes de darle oportunidad de replicar, marchó fuera de allí. Esperando jamás volver. —Disfruta lo que queda de tu fiesta, Boris —dijo, con sabor a despedida, mientras bajaba con gracia la escalera del complejo. Sonrió. Nadie le vio. Las sonrisas de Andrei, a veces, escondían algo siniestro.

Grozny le esperaba en su auto modificado. Coche de mafioso que gritaba la peligrosidad de su dueño. Sintió un cálido calorcillo en el vientre, calor que después detestó. Se recargó en la ventanilla y tocó el cristal. Grozny le miró con la frialdad de una ventisca invernal, pero bajó el vidrio sin dejar de fumar. —Ya está hecho. — Dijo, en un murmullo. Unos chicos pasaron por la acera y le miraron con burla. Lo entendía, debía lucir como un puto. 

— ¿Y qué esperas? Sube y vayámonos.

—No. — Sabía lo que tenía que hacer —Boris tiene drogas, y trajo unas chicas. No pasan de los catorce años —Dina tenía esa edad, se recalcó en la mente. Por supuesto que iba a funcionar. —Son unas niñas que no saben lo que hacen… No puedo quedarme con los brazos cruzados.

Grozny desapareció. Se volvió el extraño policía que actuaba bajo extrañas circunstancias. Alguien tan desconocido e imposible, que a Andrei le ardía el vientre de tan solo pensarlo. Grozny habló por teléfono con lenguaje de policía, con la vena justiciera saltando en su frente pálida. Supo que Boris y sus simpáticos amiguitos tendrían unas largas vacaciones detrás de unos barrotes; lo imaginaba ¡y cómo lo deseaba! Trató de ocultar su sonrisa de triunfo, de calmar los latidos acelerados de su corazón por la enorme satisfacción que lo arrollaba con exageración. ¿Era normal que se sintiera tan feliz por la desdicha de un pobre individuo? Después de analizarlo fríamente, la cárcel para un tipo como Boris era semejante a tomarse unas vacaciones. El placer disminuyó y su sonrisa se apagó. Enciérralo de por vida, Grozny, habría querido decirle, en una celda de dos por dos, sin compañero, sin ventana para que nunca vuelva a sentir el sol en su piel. Que muera de aburrimiento y abstinencia, sumergido en un colchón viejo, con el techo gris como único paisaje y mareado en el olor de sus excrementos.

—Andrei…

Que no se le permita leer ni usar ropa, siempre desnudo ante las inclemencias del clima; ¡En invierno, ni una frazada hasta que la piel se le parta a sangrar; que sus lágrimas se congelen en sus mejillas en la desesperación de anhelar la muerte y no tener ni una miserable astilla para abrirse la garganta! 

— ¡Andrei!  

Volvió en sí. Grozny le observaba ceñudo. Avergonzado, Andrei agachó la cabeza percatándose que ambas manos estaban calientes, sobre sus piernas palpitantes. —Lo odio — dijo de pronto —A Boris. Aunque no me ha dado razones suficientes para despreciarlo, lo hago. ¿Sabes por qué?

Grozny permaneció en silencio, pero viéndole con intensidad.

>>Porque él tomó la forma de todos los asuntos pendientes que dejé en Kiev. Asuntos desagradables.

No esperaba una mirada de ternura o palabras de consuelo. Él no era así y Grozny menos aún. Escuchó cómo echaba a andar el coche y su voz gruesa, predominante sobre cualquier otro sonido: —Ahora trabajas para mí y yo te protegeré. Sobre cualquier cosa. No hay nada que puedas temer.

Andrei suspiró, con una media sonrisa en el rostro, y el corazón desbocado.

 

El departamento de Grozny resultó ser todo un agasajo comparado con el cuchitril de Boris. Localizado en Russell Square, entre las construcciones antiguas y más vanguardistas. Ni en sueños se hubiese planteado la posibilidad de vivir en aquella zona; se estableció en una de las habitaciones, grande y cómoda, contaba con los artefactos tecnológicos indispensables y que sin embargo, él nunca había tenido. En Kiev, el mando de la única televisión vieja lo tenía su padre, y siempre en los canales de deportes; cuando se dejaba caer en la sala, demasiado cansado para protestar o largarse lejos de allí, su padre miraba el hockey mientras bebía su cerveza y lo veía a él, de soslayo o fijamente cuando buscaba con quién desquitarse, decía, primero entre dientes, luego con escándalo, cómo era Dios de injusto con él. Se quejaba que su único hijo hubiese optado por el Ballet y no por un deporte de machos.

Andrei acarició la pantalla de su nueva recámara casi con melancolía. Nadie le molestaría allí. La libertad comenzaba a sentarle bien.

— ¿Te gusta? —Inquirió Grozny, cruzado de brazos desde el umbral de la puerta. Andrei asintió con la cabeza, temiendo hablar con la emoción que lo desbordaba. — Entonces, ¿cómo has venido desde Ucrania sin maletas?

Rió, aunque el mayor frunciera el ceño y lo mirara con un brillo en los ojos que sólo produce la lástima.

—Tenía prisa — respondió orgulloso. Grozny enarcó una ceja con una expresión desdeñosa; era obvio que no le creía, pero tampoco le interesaba tanto para obligarle a decir la verdad.

E inevitablemente, Andrei se entristeció por ello.

—Hoy bailarás, ¿cierto?

— ¿Irás a verme?

Grozny torció la boca, y le advirtió en silencio. No te confundas, Andrei.

—Tengo cosas por hacer, y tú necesitas comenzar a trabajar en Karol.

El pelirrojo se aproximó en tímidos pasos a la cama; se sentó en ella, recargándose en los grandes almohadones que hasta ése momento, pensaba eran mitos del cine.

—Sé bien lo que tengo que hacer, sólo dame un poco de tiempo, ¿quieres? — Resopló, masajeando sus sienes con dramatismo. —Tengo que pensar, ¡me estresa saber que no debo cometer ni un error o estaré perdido! No todos estamos acostumbrados a esto, señor policía…

Ni hubo terminado la frase, sintió como si un punzón le atravesara el brazo. Miró a Grozny, impresionado, recorriendo la línea de su hombro, el brazo, hasta llegar a la fuerte mano que le oprimía con rudeza, que le cortaba la circulación y que estaba seguro, dejaría un gran hematoma después. Se revolvió ofuscado, sintiendo el tirón de músculos dentro de la carne machucada. Era como la mano de un gigante apretando una débil ramilla.

—Grozny. Mi nombre es Grozny. Nunca lo olvides.

Los ojos aguamarina cambiaron de tremenda molestia, a un desconcierto total cuando su mejilla fue impactada con el puño de la mano libre de Andrei. Fue un golpe duro, con la fuerza de la aversión, que primero le entumió y luego le despertó entre escozores y punzadas.

—Nadie me pone una mano encima. Nunca lo olvides.

Grozny le soltó. La sonrisa torcida sobre su rostro. — ¿Esa es tu nueva consigna? Me golpeaste como si te recordara a alguien de tu pasado. Alguien a quien prometiste que jamás te tocaría.

Andrei se levantó furioso.

— ¡¿Y qué si así fuera?! No es de tu incumbencia. Y tampoco es como si en verdad te importara.

—Tienes razón —Grozny encogió los hombros en una actitud displicente. —Buena suerte en Neverland.

Se marchó sin mirar atrás. Andrei realmente lo agradeció, pues sus ojos oscuros se llenaron de lágrimas casi al momento. Grozny era más frío que Vladimir y toda su familia junta, que aquellos que le molestaron en la escuela por ser diferente. Y de alguna manera, le afectaba como nunca hubiese creído que era posible.      

 

3

 

Hizo caso a Grozny, la tarde comenzaba a morir y las sombras de la noche comenzaban a llamarlo. Partió hacia Neverland con el peso de un trabajo extra sobre los hombros. Decidido, rompió su camisa del cuello y la desgarró hacia una de las mangas, dejando al descubierto todo su hombro y brazo izquierdo. Talló sus ojos rojos e hinchados por el llanto con fuerza y evitó limpiarse la humedad de sus espesas pestañas. Y como pieza final, alborotó sus cabellos rojos como un loco lo haría en la desesperación de un alucine. Así entró a Neverland, buscando con frenesí los baños, tratando de no ser visto.

Pero Karol le alcanzó a mitad del camino, y con signos visibles de preocupación, le giró casi con temor, pues si de espaldas el chico era un desastre, no lo imaginaba de frente. Andrei se reusó al principio, con la espina dorsal doblada, la cabeza gacha y sus brazos tirados para delante.

—Mírame, Yuriy — Su voz se dejó escuchar dulce, tristemente dulce.

Obedeció, tímido y estrujado en su propio cuerpo. Karol intentó confortarlo acariciando sus pálidas extremidades, pero Andrei se quejó soltando un traicionero gemido de dolor. La mujer lo examinó con ojo crítico, y entonces discernió el moretón extendido por una gran parte del brazo. Entendió su ropa arruinada, y los ojos ahogados en dolor. No pudo evitar rodearlo entre sus brazos, consolarlo con su calor. >> Fue Grozny, ¿no es así?

Andrei no respondió.

>> ¡Qué estúpida! Por supuesto que fue él. ¿Quién si no?

Alzó la cabeza que se empeñaba en permanecer agachada, y besó su frente blanca. Sonrieron apenas, y los ojos de Karol también se empañaron. Le haló suavemente por el pasillo hasta su oficina, y allí aseguró la puerta. — ¿Qué ha pasado, Andrei?

—Nada, señorita. No se preocupe, es sólo que soy nuevo en esto, pronto me acostumbraré.

—Karol. Soy Karol, recuerda.

Andrei asintió, nervioso. Intentó subir la manga de su camisa pero recordó que estaba estropeada.

—Grozny es peligroso, lo sé. Más que León me atrevería a asegurar. Nunca debí dejarte con él. ¿Abusó de ti? ¡Porque es obvio que te golpeó! ¿Estás herido en otras partes de tu cuerpo?

Se mareó ante tanta pregunta. Hubiese preferido seguir en silencio, pero la mirada de Karol no menguaría hasta saber la verdad. La verdad que Andrei le permitiría conocer.

—Estoy bien, gracias. Grozny ha sido generoso conmigo, hasta me ha pagado más de lo acordado. — murmuró atropelladoramente.

Karol respiró y exhaló calmosa, giró una silla y le invitó a sentarse.

—Puedes confiar en mí, Andrei.

—De verdad lo hago. Pero tengo miedo. Por favor, no me preguntes más. — Se enjuagó las lágrimas, y abrazó sus piernas como un chiquillo temeroso.

—Hablaré con el maldito. No volverá a tocarte, te lo prometo.

— ¡No! — Se exaltó, brincando del asiento — ¡No puedes decirle nada! Pensará que me he quejado y se vengará de mí. ¡Por favor Karol! ¡No puedes!

—Andrei… se lo diré de manera profesional. Tú trabajas aquí, los clientes te ven, te tocan. No puedes andar con moretones, me respaldaré en eso.

— ¡Yo le dije lo mismo! Pero él… —Tragó saliva con dificultad — dijo que podía hacer de mí lo que más le apeteciera. Dijo que incluso podía matarme y tú no tendrías que reclamar nada. Ella hace lo que yo ordeno, no está en posición de negarme nada, eso dijo, y había tanta maldad en su voz… 

Como si sus palabras fueran la aguja que rompió con la burbuja, Karol parpadeó atontada, recibiendo de lleno un baño de triste realidad. Un largo silencio los sumergió en la peor opresión. Karol le observó como quien observa a la víctima en un estrado, a punto de ser decapitado: impotente y angustiada; se sintió como antaño, siendo conducida a un callejón sin salida, maniatada. Sin poder hacer algo.

Andrei aprovechó su turbación para retirarse, y no obstante, dejar huella. —Gracias, Karol. Pero no hay nada que puedas hacer por mí — se despidió. La enmudecida mujer sólo le miró con sus titilantes ojos y se disculpó con la mirada. Era cierto, si no podía ayudarse a sí misma, ¿cómo esperaba auxiliar a los demás? Andrei era un pálido reflejo suyo bajo la sombra de su mismo verdugo.

Y un fantasma, no puede frenar la cuchilla que inexorable, pende de la voluntad de un férreo y descorazonado hombre.        

 

Andrei se dirigió a los vestuarios y aclaró su mente escuchando las risas de sus compañeros, la música, e inhalando el humo del tabaco. Pavel no estaba, y no tenía el humor para esforzarse en mantener una plática sencilla y estúpida en inglés. Hoy haré todo lo que no he hecho, decidió platicar consigo mismo. Hoy me desnudaré y haré los malditos especiales. Sí, eso haré. Pensarlo fue reconfortante, como el prisionero que sueña con la libertad. Desnudarse frente a la multitud y bailar para ellos tenía más significado para él, que para cualquier otro bailarín de Neverland. Era halar las cadenas y romperlas, gatear por un túnel diminuto y alcanzar la luz que se vislumbraba al final. Era dejar atrás a Vladimir.

Limpió su rostro con un algodón y loción astringente, sin despegar la vista de la imagen agotada que le lanzaba el impecable espejo. Recordó a Stepán y el mal rato que seguramente Vladimir le haría pasar. ¿El amor de Stepán sería resistente, o terminaría por sucumbir ante las amenazas de Vladimir? ¿Y cuando las amenazas dejaran de ser simples palabras, Stepán mantendría la boca cerrada tal como prometió?

Lo dudaba. Y lo supo desde un principio. El principio donde sólo buscaba huir.

Nada permanece igual. Todo cambia, todos cambian. Andrei ya no deseaba seguir escapando como una presa que está condenada, desde su nacimiento, a ocultarse y huir. De una manera u otra, arreglaría su situación. Situación en la que él tenía mucho más que una simple y vaga idea, sobre qué hacer para darle rotunda solución.

Aquella noche, Andrei bailó. Bailó para olvidar.

La música suave al principio, y más salvaje después. Yuriy canturreó todo el tiempo, aunque su voz jamás habría podido discernirse. Buscó ansiosamente el rostro de Grozny en su mesa acostumbrada, pero ésta estuvo desierta desde la primera hasta la última canción.

Su ausencia no lo desanimó. Su baile fue tan exótico como siempre. Y por primera vez, su ropa estorbó; Yuriy se desnudó sin prisas, al ritmo de la melodía, con los ojos cerrados y sus pensamientos lejos de Neverland, y del propio Londres. Su mente, en Kiev, expresamente en el recuerdo insano de Vladimir.

 

Tenía trece años cuando lo conoció. Era verano y un día especialmente caluroso. ¿Cómo olvidar aquel día? Katrina cumplía veinte años; más hermosa que nunca, soñaba en voz alta con salir del mugriento vecindario;  casarse, tener hijos, y no volver a ver a Andrei jamás. Trajo a su nuevo novio consigo y aseguró al momento lo serio que ambos iban en su relación. Andrei percibió el brillo de un precioso anillo en su dedo corazón.

A pesar de sus infructuosos intentos por hacer olvidar la presencia de Andrei, Vladimir lo notó. En las escaleras que daban al patio enterregado, Andrei ablandaba sus zapatillas de ballet. Sumamente concentrado, doblaba por la mitad cada una, hacia adelante y hacia atrás. La curiosidad, atrajo al hombre. Andrei advirtió su poderosa presencia y le miró, alzando la cabeza hasta que su nuca topó con los pliegues del cuello.

Tenía unos ojos verdes brillantes, del color del musgo, y el cabello más negro que la obsidiana. Una sonrisa generosa, y la altura que cualquier bailarín desearía. Era la clase de hombre que sin tener una belleza perfecta, atraía a las mujeres como polillas a la luz. Su hermana, más común que corriente, no había sido la excepción.

Vladimir era apenas unos años mayor a Katrina; sin estudios universitarios, de orígenes modestos y sin embargo, con un Lamborghini a la puerta. Katrina lo arrastró lejos antes que pudiera, siquiera, saludar. Y por un tiempo, no volvió a verle.

Su hermana abandonó sus estudios y al fin, como tanto añoraba,  se casó. Una lujosa boda que sólo las más valientes podrían imaginar igualar, y menos aún superar. Una boda de tal magnitud, que incluso meses después, seguía siendo recordada, y comentada. Andrei no podría nunca olvidarla, pues mientras Katrina bailaba feliz con su vestido blanco y magnífico, él recibía su primer beso en los baños del casino, con el inminente riesgo de que en cualquier segundo, pudieran ser descubiertos. A Vladimir no le importaba, había bebido demasiado y era un rebelde por naturaleza.

Pero Andrei tenía catorce, y la sensación le agradaba. Los labios de Vladimir presionando contra los suyos, la caliente lengua abriéndose paso dentro de su boca, y lo más apabullante: el gozo que iniciaba en la planta de sus pies en forma de cosquillas y se extendía por todo su cuerpo, electrizante, le agitaba el pecho hasta casi robarle el aliento y lo hacía sonreír como un desquiciado. Aquello, era la intensa sensación de revancha que ennegrecía cualquier otro sentimiento. Sólo la venganza predominaba, penetrante y terrible, ahogaba la voz de su conciencia más rápido que la duración de una centella en el cielo.     

Resultó divertido jugar con fuego por tantos años. Saber que mientras ella envejecía, él se volvía más bello. Fue vivificante hacerle pagar cada uno de sus desprecios con lo que más amaba. Y admitía, sin problema alguno, que aunque al principio había sido por puro desquite, luego se volvió algo más sincero… y puro. Admitía, que había llegado a amar a Vladimir.

Desnudarse por primera vez frente a tantas personas, solía ser una experiencia difícil. Le habían dicho a Andrei desde el inicio. Pero ya había decidido salir así, sin tomarse la metanfetamina que le ofrecieron para desinhibirse. Y no es que estuviera en contra de las drogas; pues Vladimir le había enseñado desde mocoso, la delicia del sexo con drogas. Simplemente, quería salir avante sin ayuda. Sentirse orgulloso de sí mismo.

Siguió bailando. Con el cuerpo blanco y expuesto, perlado de sudor. Se deslizó en el tubo brillante lentamente, su tristeza se podía palpar. Mantenía los ojos cerrados y el ceño fruncido, como si se encontrara concentrado en llegar al orgasmo; y bailó los dedos sobre los bordes del elástico de su bóxer escandalosamente ajustado, la única prenda que quedaba sobre su cuerpo.

 

Lo amó, supo que lo amaba después que Vladimir lo tomara a la fuerza, en los baños de su billar- bar favorito. Él lo había querido así, los besos, las caricias clandestinas por debajo de la ropa, ya no eran suficientes, pero fingió, se engañó así mismo cuando el hombre de ojos verdes no pudo contenerse y lo encerró en uno de los cubículos, con la música sugestiva de fondo, el sonido de las bolas de billar chocando, las risas de triunfo, y los lamentos. Aparentó tan bien que lo sufría, que hasta él mismo lo creyó, tanto, que aún se debatía internamente si aquella noche, Vladimir en verdad lo había violado.

Había tenido miedo. Tenía 15 años y era virgen. Tenía tanto miedo, y sin embargo, su piel ardía en deseos de ser acariciada. Cuando supo que Vladimir quería más, intentó escapar, pero secretamente añoró que lo capturara y no lo dejara ir; intentó detenerlo, pero gozó cuando le torció los brazos con violencia y le inmovilizó. Lloró cuando lo penetró sin preparación, y sin embargo, respondió a su beso culposo, dejó que lamiera sus lágrimas a manera de disculpa, y aceptó su semilla con anuencia. Andrei alcanzó el orgasmo sin eyacular. Y después de tres días de huir de todo contacto, inclusive el visual, terminó por volver a los brazos de Vladimir, con desesperación.

 

Los ojos negros se empañaron de lágrimas. Era imposible detenerlas. Andrei parpadeó y corrieron como cascadas, abundantes y sin final; su canción estaba por finalizar y el bóxer seguía ahí, sin aparentes deseos de ser removido. Miró la mesa de Grozny por enésima vez, y por enésima vez, siguió vacía. Fue entonces, que escuchó un nuevo alboroto, con un escándalo que no se había escuchado en toda la noche. Se descolocó por un momento, su canción era lenta y delicada, no daba para aquel griterío; luego lo sintió, alguien caminaba hacia él, sintió sus fuertes y seguras pisadas. Giró el cuello en un movimiento coqueto, y vislumbró a Pavel, caminando entre la oscuridad, con unos bóxers blancos apenas cubriendo una evidente y bien marcada erección.

Iba hacia él, con una sonrisa soberbia. Parecía que disfrutaba de su desconcierto. La música cambió también. Snowblind, de STYX, un clásico ochentero; le guiñó un ojo divertido mientras su expresión simulaba decir: Es para ti. Toda tuya es ésta canción.

Sus músculos se agarrotaron por un instante, inseguro sobre sus mismos pies, no atinó a hacer nada y sólo se limitó a observarle venir.

—No llores, Yuriy — Le susurró una vez cortada la distancia. Le limpió la humedad en sus mejillas en una simple caricia. La canción apenas comenzaba a despegar. —Baila conmigo.

Lo acercó violentamente de las caderas, su miembro despierto chocó contra su vientre, y lo advirtió caliente, casi palpitante.

Los silbidos de éxtasis se unieron a la canción.

—Estás loco — masculló Andrei, incómodo. Ignorando si aquello estaba permitido.

—Estoy drogado — le corrigió, muy cerca de sus labios. Sus manos se escurrieron por la espalda nívea hasta anclar en el mejor portento de Andrei: sus glúteos firmes y redondos. —Baila, o harás el ridículo.

Estuvo de acuerdo con Pavel. Ya era muy tarde para arrepentirse, así que dejó de pensar y se sumergió en la sensual melodía. Arriba, en aquella tarima, en Neverland, era Yuriy. Andrei no existía.

Giró el cuerpo con gracia, contra el barandal que rodeaba su plataforma y se sujetó como si la vida se le fuera en ello. Pavel estaba detrás, bailando con un viril movimiento de caderas, rozándose contra sus nalgas. No se trataba de un simple baile, era, un ritual epicúreo previo al apareamiento, así se dejaba ver. Y la audiencia lo disfrutaba.

Pavel cogió fieramente un mechón de cabello y haló hacia un extremo, dejando al descubierto el largo cuello de Yuriy. Lamió, besó y mordió, sin olvidar de restregar su pelvis en el generoso trasero. — ¿Y si te la meto aquí? — Andrei sonrió —Hay que darles un espectáculo digno de recordar. ¿Qué dices, cielo?

—Creo… — Yuriy volvió de frente, y cara a cara, extendió sus brazos entorno al borde de la protección, apoyándose de ella para suspenderse y enredar sus piernas en el talle de Pavel — que te metiste algo muy, muy fuerte.

Pavel lo cogió de la cintura, y le empujó con pasión. La espalda de Andrei chocó contra los barrotes justo en el coro de la canción. La cara de dolor de éste, motivó a la muchedumbre a soltar más que algunos improperios.

—También puedo meterte algo, muy, muy fuerte. — Reforzó su comentario con la ayuda de una de sus manos, deslizando por la espalda baja hasta donde ésta cambia de nombre, y no satisfecho, fue más al sur, apretando contra la hendidura entre las redondeces.

¡Dale duro! ¡Pavel! ¡Yuriy! ¡Putita! ¡Cógelo! Eran unas de las tantas exclamaciones del público. ¡¿Andrei?! Fue el alarido interno de uno.

Era Grozny.

Pero Andrei le daba la espalda y no sentía su terrible mirada. Siguió con el juego de Pavel, alimentado por el aura de fruición en Neverland.

Lo besó, besó los gruesos labios de Pavel, y él le respondió con la misma enjundia. Ya había dejado de ser un baile sensual.

Alertada por Sergey, Karol se aproximó hasta la figura tensa de Grozny, él la miró con los ojos entrecerrados, habiendo en ellos, cierta molestia imposible de ocultar. —No te esperaba… de nuevo — se disculpó. Con un solo movimiento de mano, el mesero que acostumbraba atender al checheno se aproximó y limpió el privado exclusivo.  

— ¿Qué clase de exhibición es ésta, Karol? — Apuntó con su felina mirada hacia la plataforma donde ahora, Andrei bailaba alrededor de Pavel, frotándose como animales en celo.       

Karol alzó la barbilla, tratando de no lucir intimidada.

— ¿Desde cuándo te preocupas por los bailes de los chicos? — Le retó. Grave error. Grozny le cogió por el brazo y la arrastró hasta su privado. Se aproximó peligrosamente a su rostro y escupió, irritado:

— ¡¿Baile?! — Farfulló, obligándole a mirar — Ese par no baila. Les falta poco para tener sexo frente a todos.

Escuchó su propio reclamo y se avergonzó de sí, aunque no lo demostró. Todo era parte del plan, se consoló mentalmente, pero no quedó tan convencido. Su voz interna carecía de la seguridad y de la pasión, con la que había externado su queja.

— ¿Y qué importa? Ve, a la multitud le gusta.

Grozny respiró hondo, recuperando la compostura.

—Importa desde que es Yuriy el que está arriba. Es la última vez, Karol, que él baila desnudo, con ése o cualquier otro imbécil. ¿Estamos?

Ella asintió con la cabeza gacha, mordiendo su lengua para evitar reproches.

>>Puede bailar, lo sabe hacer bien. Pero siempre con ropa, solo, y en ésa tarima. Nada de especiales, y menos acompañantes. ¿Está claro, Karol?

Le observó anonadada, no dijo ni una sola palabra.

— ¡¿Está claro?! —Preguntó de nuevo, con aquella voz que intimidaba hasta al más bravo.

—Muy claro, Grozny — contestó. El odio a flor de piel, ya no se pudo contener —Eres igual a León. Me compadezco de Andrei, apenas tuvo su primera noche contigo y ya le marcaste la piel. Tan poco tiempo de conocerlo y ya lo encerraste en una asfixiante campana. Ojalá te mueras, Grozny, tú y León. Ojalá desaparecieran los dos.

Se marchó a prisa, dejando una estela de sufrimiento atrás que debía empatizar con Grozny, en cambio, él sonrió satisfecho, y siguió contemplado la parte final de la cínica y atrevida actuación de Andrei. Había cosas que ambos tenían que aclarar.  

    

      

        

  

                                                                                            

Notas finales:

Gracias por leer! Espero les guste ñ.ñ sus comentarios están siendo respondidos, los amo!


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