Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Neverland por Jahee

[Reviews - 323]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

VII

 

L. Korsakov

 

 

El paisaje era espectacular: la nieve blanca rodeaba la mansión que más asemejaba a un castillo, como el océano envuelve una isla. Los altos árboles de ramas secas y torcidas formaban un camino extenso directo a ella, que lucía imponente, roja, e impecable a pesar de su antigüedad.

En algún tiempo, había pertenecido a mandatarios de Estado, y más atrás, la historia le relacionaba con un Zar. De sus postes, estandartes ondearon emblemas orgullosos, y en sus caminos de tierra transitaron caballeros montados en fieras bestias. La Mansión Roja, llamada coloquialmente por el color de su fachada, y por la masacre ocurrida dentro de sus muros contra una familia aristocrática en los 80’s, era ahora, propiedad de Korsakov, “El Intocable”.

La noche estaba resultando más gélida de lo previsto, y las altas paredes de piedra no brindaban el calor necesario. León tuvo ganas de atizar la leña de la chimenea con sus propias manos, pero pensó lo imprudente que sería levantarse en medio de la conversación para atender una necesidad. Las necesidades frente a Korsakov, por más básicas que fuesen, eran vistas como faltas de respeto si cortabas su monólogo, ingenioso o absurdo; era Korsakov el que hablaba, y León debía permanecer en silencio, escuchando atento.

Pero su mente vagaba, mientras fingía a la perfección atender a cada una de sus palabras. Veía sus minúsculos ojos grises que décadas atrás habían sido azules, y la boca agrietada por la edad, que acostumbraba estar siempre apretada, en una mueca enfadada. Observaba a su padre, al hombre que había traicionado, pero en su cabeza, sólo estaba Karol.

Pronto todo terminará. Nos iremos a un país tropical donde no sintamos jamás el frío. Cambiaremos de nombre, y estaremos siempre, tú y yo.

Le prometió, y Karol se había echado a llorar por horas. León pensó que eran lágrimas de anhelo, de felicidad.

 

—Hay un soplón, León. — Afirmó el hombre mayor, la voz resonó entre las piedras oscuras del recinto, pero retumbaron con mayor fuerza en el corazón de León, que parpadeó confuso, y cruzó sus piernas, de pronto interesado. —Y es de Moscú, tiene que ser de aquí.

— ¿Tienes alguna prueba? — Vaciló, preguntando sólo porque sabía que algo tenía que decir. 

— ¡No las necesito! — Se enrabietó, e intentó levantarse del asiento. Pero sus rodillas crujieron por el inesperado movimiento, y el hombre se sulfuró sin medida ante las restricciones crueles de su propio organismo.    — Sé que hay un soplón, un hijo de puta que anda por ahí, lamiendo las botas de la KGB… — Desencadenó su rabia imaginando al traidor, aún oculto entre las sombras del anonimato. 

—La KGB ya no existe, padre — le recordó en un suspiro.

—Sí. Otro nombre, la misma mierda. —Encaró el pecho, con las manos en puño, sus venas se marcaron furiosamente dentro de la delgada piel. ¿Cómo aquella débil carne podía seguir soportando el espíritu férreo y excitable de su padre? —Romanov está deprimido, realmente quería estar presente en el nacimiento de su nieta. Se lo prometí, y le fallé.

—No tienes culpa de que el traslado cambiara la ruta a última hora, a veces lo hacen.

—No, León. Ivan nunca se equivoca, me extraña que  lo asegures con tal vehemencia. Él nos trazó la ruta del convoy un día antes, pero esperamos en vano…

— ¡Se trataba de Romanov, padre! — Saltó del sillón con violencia, y por un corto lapso, su padre le envidió la juventud. — No es cualquier delincuente. ¿Tengo que recordarte que es un Vor acusado de blanqueo, extorsión, tráfico de drogas, evasión de impuestos, robo, y asesinato? ¡Es completamente lógico que la escolta cambie la ruta sobre la marcha! No tiene que haber un delator. — Su padre le miró ceñudo, León, que no acostumbraba perder el temple ante nada, se había ofuscado ante una acusación que ni siquiera le correspondía. —Me niego a creer que hay un traidor entre nosotros. Hace mucho tiempo que ningún Vor se alía con la policía, nos hemos cuidado tanto de ello… — La voz de León se tranquilizó, y retomó su asiento con la perfecta máscara de insensibilidad.

—No tiene por qué ser un Vor. Aunque no descarto la posibilidad.

León esperaba que su padre no notara su transpiración, o que percibiera el latir desbocado de su corazón. Mentirles a terceras personas era fácil y llevadero, y hasta resultaba habitual y nada forzado para alguien como él; pero era muy diferente permanecer ecuánime con su propio padre. Alguien que le conocía desde los pañales.    

>>Quizá, lo más conveniente, sea aplazar el cónclave.

Como si unas manos invisibles le rodearan de los tobillos y le halaran hacia el abismo, el color de la piel en León se volvió más pálido, casi enfermizo. Permaneció en la misma postura rígida, con los ojos exentos del parpadeo, como un maniquí. Aplazar el cónclave, dicho con la frescura de su padre, era el fin de todo trabajo realizado con Grozny. Era darle muerte a sus expectativas con posible final feliz. Carraspeó, y trató de escucharse desinteresado.

—La fecha ya está acordada, aplazarlo sólo traerá más dolores de cabeza. ¿Sabes lo que nos cuesta a los Vory ponernos de acuerdo, no? — Mostró una sonrisilla soberbia. Y era cierto, la mafia roja era única, por ello causaba tanta molestia en las agencias de inteligencia.

Desarticular una red de corrupción Vory, era más complicado que hacerlo con otras mafias. No tenían el conocido sistema italiano, que a través de años de infiltraciones la policía logró conocer. Infiltrarse a la mafia rusa, era una misión casi imposible; la policía ignoraba el orden jerárquico, y su proceder, por tanto, andaban en un sendero de espinas, completamente a ciegas.

El Cónclave, tenía el objetivo de congregar un número importante de Vory V Zakone, como hacía tantos años que no se reunían, para solucionar problemas que se venían suscitando con regularidad. Problemas graves que necesitaban de estratégicas mentes para arreglarse.

—No lo entiendes, León. Sé que la reunión es importante, pero lo es más nuestra seguridad. Le he estado dando mil vueltas a mis sospechas, y he llegado a pensar que alguien más está interesado en ésta reunión.

León entrecerró los ojos — ¿Alguien como quién? — Inquirió. Korsakov encogió los hombros. —No puedes cancelar una reunión de tal magnitud sólo por sospechas infundadas, padre.

— ¡¿Sospechas infundadas?! — Su voz se disparó, como un relámpago en una noche apacible — ¿Y la muerte de Karatch? ¿Y la redada contra Lasha, Aznar, y Viktor? ¿No es por éstas razones, que una reunión urge? Todo pasó en un tiempo relativamente corto, ¿y si alguien lo planeó para orillarnos al cónclave, León? ¿Y si es una trampa?

—Si lo pones así, también me harías dudar — la chimenea chisporroteó, y León se perdió entre las llamas altas, por un momento —Pero Karatch tenía 83 años, y murió de un infarto, mientras dormía. Y la redada fue en España, por una estupidez de Viktor. Aquí, estamos en casa, nadie puede tocarnos —Sonrió con los labios —Ni la KGB.

No obstante, el semblante de su padre seguía en dilema.

>>Me haré cargo de la seguridad, si es lo que tanto te preocupa. E investigaré a fondo el traslado de Romanov. Si hay mano negra, arrastraré al traidor hasta ti, para que puedas matarlo.

Sólo entonces, los ojos grises de su padre resplandecieron, y León supo que su promesa había logrado dejarle complacido.

 

 

1

 

La llamada de Grozny no le mejoró el humor. ¿Es que acaso debía avisarle hasta cuando salía del país para visitar a su padre? Karol se había quedado en Londres, ¿no era esto, una garantía suficiente? Grozny sabía que él jamás le abandonaría a su suerte. La llamada había sido para reprenderle, pero León le sorprendió: Tenemos que vernos. Sentenció, con una voz bastante distanciada de la tranquilidad.

Estuvo pronto en suelo británico, pero su mente se había estancado en Moscú. En la conversación trabada con su padre. Arrastraré al traidor hasta ti. Le había dicho, y su padre le creyó. Se sintió peor al ver su anciano rostro más relajado, como si le quitara un gran peso de encima; Soy yo, padre. Tus sospechas son de lo más atinadas, pero el traidor soy yo. Pensó con amargura, abriendo la residencia que habitaba con Karol. La buscó con la mirada, caminando a grandes zancadas, le llamó entre gritos y maldiciones, pero ella no respondió.

Entró al salón y subió las grandes escaleras imperiales. El silencio era sepulcral, ¿dónde se encontraban sus hombres? ¿Y Karol? Estaba bañado en sudor, y siendo presa de un ataque de nervios. ¡Él, León Korsakov, atacado por los nervios! Rió entre dientes. Escuchó un parloteo en la terraza, y la voz grave de un hombre conocido. Eran sus soldados. ¿Pero y Karol? Limpió la fina película de humedad en su frente y caminó más a prisa hacia la recámara. ¡Me ha abandonado! ¡Se marchó! ¡Te he dado todo, maldito, he traicionado a mi padre, a mi hermandad! ¡Por ti fui capaz de quedarme sin nada, Karol! ¡¿Te has largado?!

Empujó la puerta entreabierta con rabia, y ahí estaba él: saliendo del baño con un albornoz sobre su figura delgada. Su largo cabello ébano caía en sus hombros destilando pequeñas gotas de agua. Se quedó mirando, con el alma de vuelta a su sitio. Respiró sosegado.

Por Karol, aceptó el chantaje de Grozny. Mató al viejo Karatch, que había sido su padrino y le llamaba Leyenda; también tendió una trampa al trío de Vor V Zakone que pensaban apoderarse de Madrid, y había dado el chivatazo para frustrar el intento de escape de Romanov. Por Karol, era capaz de reunir al mayor número de Vory posibles en el cónclave, donde la policía ya estaría esperando, y participar así, en el golpe más fuerte jamás dado a la mafia roja.

Azotó la puerta después de su ingreso. Karol giró el rostro, lleno de tensión, y sopló, con la mirada alicaída, cuando observó a su compañero de vida. —Ah, eres tú — musitó, también le pesaban las palabras.

—Ven aquí — exigió. La voz ronca que Karol tan bien conocía, supo lo que en verdad deseaba. Dudó por un segundo. — ¡Ven aquí, maldita sea!

Obedeció.

Los ojos le brillaban, y León pensó que iba a echarse a llorar de nuevo, como ya era su costumbre. Pensaba que se debía al chantaje de Grozny, pero antes de conocerlo y caer en aquella situación, Karol también lloraba en silencio, cuando creía que nadie le observaba.

No me quiere, no como yo le quiero.

Y era una verdad que dolía. Y que tampoco sabía cómo manejar.

Desbotonó su pantalón de vestir, bajó la cremallera, y Karol hizo el resto. —Mírame, quiero que me veas mientras me la chupas. ¿Entendiste? — Ella asintió. Cogió el miembro que ya estaba endurecido en su mano femenina, y comenzó a degustarlo. Como un robot programado, ya ni siquiera fingía que le agradaba. León le tomó por la abundante cabellera y marcó un ritmo vertiginoso. Lo lastimaba, y tenía conocimiento sobre ello; pero era su forma de castigarle, de reclamarle el por qué no le amaba como él lo hacía.

Karol le raspó con los dientes de forma intencional, y encajó sus uñas sobre los muslos cubiertos de León. Éste la miró con rencor, antes de asestarle una dura bofetada que le tumbó de lado.

— ¡Ingrato, eso es lo que eres! — Le gritó desde la altura, con el rostro deformado por la ira — te arrastras hasta mí con esa maldita expresión, ¡Como si me hicieras un favor! ¡¿Qué quieres de mí, Karol?! ¡¿Qué más quieres?! Ya te lo he dado todo… 

— ¡Si, me has dado todo! ¡Todo lo que yo nunca deseé! — Gimió desde el suelo, temblando como una hoja movida por un gran ventarrón. Se levantó ignominiosamente, con las mejillas empapadas de lágrimas. — ¡Mírame, León! — Deshizo el lazo de su bata blanca y se mostró desnudo —No soy ni hombre, ni mujer. ¡Soy tu maldita creación, tu monstruo!

¿Por qué le torturaba así? Para León también era difícil. Pero era la única manera en que podían estar juntos. Karol ya no era el jovencito que conoció bajo la luz amarillenta de una lámpara de araña, con ropa barata y sin dinero en los bolsillos. Sus ojos dorados, como una fogata a punto de extinguirse, le habían cautivado de forma especial. Alguna vez aquellos ojos le miraron diferente, aunque fue sólo al principio. Tan fugaz que ya no estaba seguro de haberlo visto en realidad.

 

Salió de la habitación con el pantalón a medio abrochar y las sienes punzando por la cólera contenida. Se refugió en su despacho personal, con la única compañía de estantes repletos de libros y animales disecados que le veían desde diferentes puntos. Cogió una botella de vodka y bebió desde la boquilla, deseando apagar el fuego que sentía hervir por su torrente sanguíneo. Pensó en regresar a la habitación y partirle la cara a Karol, con un par de golpes lograba encender la chispa en los ojos dorados. Simulaba, aquel brillo, un amor que en realidad no existía, y León amaba cuando sus ojos brillaban así, tan salvajes e insolentes. Pero recientemente, ya ni los golpes funcionaban. Los orbes se habían vuelto del color de la paja, estaban muertos. Y nada parecía volver a hacerlos refulgir.

Un escalofrío le recorrió cuando se encontró con la mirada de un tigre de bengala blanco. Despampanante en su porte orgulloso; su pelaje aún brillaba, y su expresión peligrosa, tan hermosa que tenía el poder de paralizarte de arrobamiento, seguía intacta a pesar de los años. El taxidermista había capturado sus rasgos más distintivos y los congeló para siempre. El tigre había sido un regalo de Karatch en su cumpleaños número diez. León era un niño, y el tigre un cachorro que respiraba y se movía. “No le pongas un nombre” Le había advertido su padre. “Así no te encariñarás con él y cuando tenga que marcharse, no llorarás su partida” 

Pero no sólo se encariñó, también se enamoró totalmente del tigre blanco como la nieve. Un tigre no necesita de nombres, se convenció con los meses. Los humanos y las mascotas portaban un nombre, pero el tigre no era ni uno ni otro. Fue al primer ser que en realidad amó, más que a su padre, y mucho más que al recuerdo desgastado de su madre fallecida. Pero el tiempo pasó, y el animal creció. Se lo arrebatarían pronto, y el rumor que le soltarían en el bosque cercado para cazarlo en Jeep’s comenzó a circular fuerte. Karatch lo negó y le prometió que lo llevarían a un safari, donde habitaría con otros tigres. Su padre aceptó a regañadientes, pero León lloró de igual forma. Era cierto que el tigre estaba creciendo aprisa y que su humor era particularmente inestable; en más de una ocasión le había clavado los colmillos e incontables veces rasgó su piel con las filosas garras, aun jugando. Lo quería así, sabiendo que con cada encuentro, su vida peligraba, y en la desesperación, sugirió que lo encerraran en una jaula, encadenado de ser preciso, pero que se quedara con él. Era cruel y lo sabía, demasiado egoísta, y hasta a su padre le pareció una barbaridad. “Detrás de los barrotes, hasta el más salvaje languidece, León. Es demasiado orgulloso para brindarle una vida de esclavo. Se irá, y punto”.

Un día antes de la partida, León mató al tigre con el rifle de cacería. Puso el cañón en la cabeza hermosa, entre los ojos que le miraron imperturbables, con fría calma. Y disparó.

El temor que vivió durante aquellos meses sabiendo que un día lo alejarían de él, desapareció en el instante que el cuerpo pesado del tigre cayó sin vida. ¿Lo ves, padre? Muerto, pero conmigo. El recuerdo de aquel pensamiento insano lo hizo sonreír. No podía hacer lo mismo con Karol, matarle y disecarlo para tenerle siempre cerca y sin reproches. Lo amaba demasiado y lo necesitaba... Su risa melancólica, su aroma fresco, y sus ojos áureos, semejantes a la flama de una vela moribunda.   

 

2

 

Grozny desapareció días enteros, con todo y sus noches. Andrei supuso dónde se encontraba, pero tranquilamente aceptó la situación. Se vio recluido en el departamento, esperando que la hinchazón en su rostro bajara, y que los hematomas en su cuerpo se desvanecieran. Al cuarto día, hastiado de ver televisión y tragar cuanta porquería se le pusiera en frente, decidió visitar a Karol. El vestigio de la golpiza aún era visible, pero había dejado de ser traumática. Entró a Neverland por la puerta de servicio, se había ausentado a los ensayos durante aquellos días. Sin embargo, sus faltas, estaba seguro, serían justificadas con tan sólo mirarle por un par de segundos. Llevaba la ropa de Grozny, él mismo le había dado permiso de usarla antes de marcharse; le iba fatal, pero ya estaba preparado económicamente, -y también de ánimos- para visitar un centro comercial y hacerse de ropa decente.

El personal de limpieza le miró con mudo asombro, Andrei respondió saludando con un simple movimiento de cabeza. Se dirigió hasta la oficina de Karol. La puerta estaba abierta de par en par, y la morena se encontraba allí, con un sencillo vestido color turquesa y el maquillaje más ligero. ¿Quedaba algo de varón en ella? Era de las mujeres más bellas que había conocido, incluida Katrina. Resultaba irónico que una transformación involuntaria hubiese finalizado tan bien cuando existían bastantes transgénero o transexuales, cuyos procesos complicados culminaban en resultados poco favorecedores.

Porque aunque quedasen lagunas en la historia de Karol, era claro que su cambio había sido forzado. Y que León había sido el responsable.

Cuando le vio, no dijo nada. Se quedó un momento en silencio, pasando la mirada por cada golpe y raspadura. Andrei le sonrió con timidez y cerró la puerta tras su ingreso.

—No pude venir. Lo siento, no podía… moverme. — Y en parte, era verdad. Karol asintió, como autómata. —Aún me cuesta, pero voy a ensayar así, realmente quiero distraerme y disfrutar estos días que él está lejos.

Ella negó.

—Tienes una contusión en la frente. ¿Te ha visto un médico? Es peligroso que bailes así. Puedes desmayarte, Andrei.

—Estoy bien, de verdad.

Volvió la mirada a los papeles regados en el escritorio, como si la visión de Andrei también le provocara dolor. Estaba siendo fría, pero Andrei sabía que sólo era una máscara.

—Entonces ve a casa a descansar, mañana puedes regresar.

El joven se acercó un paso, y recargó el peso de su cuerpo en una pierna. Sonrió brevemente. —No quiero volver, Karol. Quizá él ya esté ahí. Ahora vivo con Grozny.

No era prudente decirlo tan rápido. El mismo Grozny se lo había advertido, pero Andrei tenía su propio plan. Los delgados dedos de Karol se congelaron entre los papeles, y sus ojos volvieron a enfrentarle, ésta vez, con incredulidad. >>Vivía con Boris, el amigo de Sergey. Pero ahora él está en la cárcel y su departamento ha sido confiscado por la policía británica. Grozny me llevó a su propio apartamento y me dijo que él fue responsable de la aprehensión de Boris. Aunque quisiera irme, Karol. ¿A dónde iría? Estoy solo.

—Te ha puesto una trampa, y tú has caído como una tonta e inocente rata — Dio un potente puñetazo contra la superficie del escritorio. Hasta el monitor de la computadora se tambaleó. —Poco a poco, te lleva a un callejón sin salida. Cuando menos lo esperes, estarás entre la pared y él, y entonces, te lamentarás de verdad.

Los ojos de Karol se habían encendido. Andrei se quedó sin palabras.

>>Sé lo que te digo, Andrei. Regresa a Kiev, alguien debe esperarte allá.

— ¡No! — Gimió, con un espanto real. Con un horror que Karol casi pudo sentir como propio. — ¡Tú no entiendes! ¡No sabes nada!

— ¿Por qué te aterra tanto la idea de regresar?

Andrei respiró con dificultad.

—No soy como los demás, Karol. No salí de Ucrania con la esperanza de alcanzar mis sueños. Mis deseos más profundos se quedaron allá, sepultados bajo toneladas de nieve. Y no hay manera de recuperarlos. — Limpió las gruesas lágrimas que brotaron silenciosas con sendos manotazos. —Yo lo quería. A Vladimir, lo quería mucho. A pesar de que era y sigue siendo el marido de mi hermana, a pesar de obligarme a estar con él la primera vez. Me golpeaba al tiempo que me llenaba de regalos. Él sabía que lo amaba, y yo sabía que él me amaba. Pero… yo también adoraba el ballet, Karol. Y desde pequeño soñé bailar en Bolshoi. Me sacrifiqué, practiqué, y superé lesiones difíciles para lograrlo. Cuando me aceptaron en Bolshoi, se lo dije a Vladimir, fue el primero en saberlo. Estaba tan contento que no me percaté de su rabia. Tenía que dejarlo, irme a Moscú. En aquel momento, no pensé en ello. Pero él sí. Me había subestimado, creyó que no podría hacerme de un campo en el prestigioso ballet. Y cuando lo vio tan real, entonces quiso atarme con una correa muy corta. No quería que le dejara, y me prohibió bailar de nuevo. Yo no lo obedecí, por supuesto. Entonces, él acabó con mi carrera. A la mala.

—Las cicatrices en tus tobillos… —Recordó Karol. Con mal presentimiento.

—Sí. Son cicatrices de bala. Una en cada tobillo. ¿Me entiendes cuando te digo, que no hay nada en Kiev para mí? Hace tiempo, mi anhelo por bailar en Bolshoi me fue arrebatado por la persona que más quería. Pero también desapareció mi amor por él. Y ahora, ya nada queda, sólo un profundo vacío que nunca se llenará.

Karol acarició los finos pliegues del vestido con incomodidad, habían entrado a una situación bastante íntima a la que no sabía cómo responder. ¿Qué palabras podían consolarlo? Por experiencia propia, sabía que a veces sólo se quería ser escuchado, sin consejos de por medio, sin consuelos inútiles.

Sergey interrumpió la tensa atmósfera. Abrió la puerta sin aviso, y les encontró mirándose envueltos en una sombría quietud. Observó curioso el rostro de Andrei, y sonrió, de forma casi incisiva al notar las sombras amoratadas. —Vaya. Vaya. Ahora entiendo por qué has estado desaparecido. ¿Grozny te molió a golpes?

Mordió su lengua para no soltar el primer comentario ofensivo que le pasó por la mente. En cambio, rumió en voz baja.

—Déjalo, Sergey. —Karol le miró enfadada. — ¿Qué quieres?

—Ya van a partir la tarta. Vine por ti — respondió con la cabeza gacha, como si temiera mirarlo y que el sentimiento que ambos compartían fuera tan evidente que todo Neverland pudiere enterarse.    

Karol suspiró, y sonrió apenas.

—Es cierto. Lo había olvidado por completo — Se aproximó a Andrei en gráciles pasos — Es cumpleaños de James. ¿Quieres acompañarnos?

Andrei sonrió despreocupado, pero negó con la cabeza. Tampoco había olvidado a James. De hecho, cada día le dedicó varias horas en su pensamiento. El guapo James, con su cuerpo perfecto… y los puños de hierro.

>>Por supuesto, ¿por qué no te quedas aquí, te limpias los ojos, te relajas, y si te sientes mejor, te nos unes? — Dijo despacio. Sólo para que Andrei escuchara.

Le pareció la mejor idea. —Gracias. — susurró. Karol salió primero, y Sergey le siguió, no sin antes mirar ceñudo al menor, con la expresión antipática a la que Andrei estaba tan acostumbrado. Quizá, el destino también le brindara la oportunidad de cobrarse las insolencias de Sergey.

Esperó unos minutos ahí dentro, sereno como una estatua, y los ojos chispeando de determinación. Había ocasiones, muy raras ocasiones, en los que la buena fortuna iluminaba su camino. Éste era uno de los momentos que se le presentaron sin plan, como si el mismo hado le animara a vengarse de James. Se levantó y aseguró la puerta. Entonces, se acercó a la computadora y buscó con presteza la información que deseaba. Al obtenerla sin mayores dificultades, anotó en un papelito una dirección, y la guardó en la bolsa de su pantalón.

 

3

                  

Solo, León arribó al departamento de Grozny en taxi. En los años que llevaban trabajando juntos, sólo una vez había pisado la morada del checheno por razones menos engorrosas, aunque igual de urgentes. Caminó con su gabardina oscura bien abotonada y la bufanda anudada como Karol le enseñó alguna vez. Sondeó los alrededores con su vista de águila y entró al lujoso complejo mientras se ajustaba los guantes de piel. El vigilante le miró pasar, si bien era regla de seguridad que visitantes debían ser autorizados y registrados, León era la clase de persona que intimidaba con su presencia, que atemorizaba con la seguridad de su afilada barbilla alzada, la mirada fría y su caminar firme. Cuando el guardia pudo reaccionar, las puertas del ascensor ya se habían cerrado con León dentro.

Grozny le esperaba, y sin saludos de por medio, le permitió pasar hasta la sala. León tomó asiento en el sillón individual, y Grozny prefirió seguir de pie, con el semblante impenetrable ambos, parecía una competencia por la personalidad de hielo. Una competencia que no acostumbraba durar mucho.

—Korsakov lo sabe. Sabe que hay un traidor y quiere cancelar el cónclave —le reveló León, con la mirada fija a la nada. Por un momento, permanecieron en silencio, escuchando en la lejanía, la gotera del baño más cercano.

— ¿Cómo se ha enterado? —Preguntó, con voz pausada. Su mirada ardía, como si contuviera apenas las ganas de culparle.

—Sólo tiene sospechas. Por lo de Karatch, por la redada, por Romanov. Es mi padre, Grozny. Korsakov no es ningún imbécil.

—Sospecha, bien. Todos somos desconfiados, tu trabajo es hacer que sus dudas no se vuelvan certidumbres.

Se observaron por primera vez. Grozny tenía los brazos cruzados a la altura del pecho, y el ceño fruncido, con el maldito aire de no ceder territorio jamás.  

—Necesito entregarle a alguien. De otra manera cancelará la reunión. Dame un soplón a quien culpar, y todo volverá a como estaba planeado.

Grozny negó con la cabeza, con la mirada, con todo su lenguaje corporal. —Los informantes están protegidos, León. No puedo darte a ninguno para que lo lleves directo al matadero.

Furioso, León se alzó y lo enfrentó a centímetros de distancia.  

— ¡Pues tienes que hacerlo, maldición! ¡Un sacrificio por la puta cónclave! ¡¿No vale la pena?! ¿Cuántos sacrificios no he hecho yo?

—Lo consultaré, y veremos — Susurró, masajeando el puente de la nariz.

—Te darán una patada en el culo. Necesito a uno de alto rango, si lo pides y sigue siendo de utilidad, te dirán que busques más opciones. No, Grozny, esto tiene que ser entre tú y yo. Dame un nombre, y yo me encargo del resto. 

Grozny agachó la mirada, hecho un lío por dentro. ¿Por qué era tan complicado deshacerse de una escoria? La mayoría de sus informantes lo eran porque no les había quedado más opción. Porque como León, estaban amenazados, o simplemente porque no deseaban volver a la cárcel. No obstante, Grozny les había jurado protección, una garantía que sería quebrantada si revelaba un solo nombre. No sólo faltaría al juramento hacia ellos, sino también a sí mismo. ¿Y qué era de un hombre sin palabra? ¿Sin honor?

—No te daré a nadie, León. Si quieres un chivo expiatorio, fabrícalo tú mismo.

Y esa fue su última palabra, León lo supo por la resolución en su voz. Sonrió lleno de mordacidad, y caminó hacia la salida. Pero antes de salir de su campo de visión, se detuvo para soltar su último comentario al respecto. Su despedida.   

—Si todo esto termina bien. Si te entrego a mis hermanos, a mi propio padre. Al menos tengo la certeza que cumplirás tu promesa: me dejarás ir con Karol lejos de aquí. Como dos nuevas personas. Eres un hombre bastante curioso, Grozny.    

 

   

 

 

Notas finales:

Gracias por leer! ñ.ñ 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).