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Neverland por Jahee

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II

 

Terrible

 

Los Falcons, así eran conocidos los jugadores del equipo más ganador de hockey de Ucrania: el Sokil Kiev. No jugaban el último partido de la temporada, o el definitorio para el título, se trataba de uno más de la liga y sin embargo para Stepán cada partido era ponderado como el máximo. Sudar la camiseta, amar los colores de su equipo y respetar a los aficionados. Esos eran sus principios básicos como jugador. Ellos cantaban, aplaudían, y animaban durante todo el encuentro, él mismo había sido así, cuando era niño y arrastraba a Andrei a los partidos.

 

Los años de dedicación y sacrificio habían dado sus jugosos frutos, pues su vida entregada al deporte le había compensado con una plaza en el equipo de sus sueños. No bebía alcohol, ni fumaba, las invitaciones a fiestas habían reducido con el paso del tiempo, tampoco iba a la universidad, y por si fuera poco, no tenía novia. No obstante, todo aquello parecían nimiedades comparado a un momento como aquel: su nombre siendo coreado por centenares de personas; el abrazo de sus compañeros, y los rostros de derrota en el rival. Habían ganado gracias a sus cinco anotaciones, fulminantes y trianguladas en equipo. No podía pedir más.

 

Giró el rostro a las gradas que solía reservar para Andrei, por pura costumbre, pero él no estaba allí. En su lugar, estaba Fesenko. Ninguno parpadeó; y ambos se sumergieron en una especie de lucha incomprensible para ojos extraños. Stepán sabía que ese día llegaría, aunque ignoraba que fuese a ocurrir tan rápido. Fesenko sonrió y aplaudió en dos ocasiones, disfrutando el haberle arruinado la alegría del triunfo.

 

Los jugadores salieron de la pista de hielo, y Stepán también, rompiendo contacto con los fríos ojos verdes del mayor. En los vestidores festejaron mientras se duchaban, Stepán lavaba su cuerpo delgado y alto con lentitud, enjabonó su cabello corto, pensando en Andrei, en Fesenko, y en cómo salir limpio del callejón sin retorno al que había entrado despreocupadamente.

 

Fue el último en salir del estadio, bien abrigado y con la maleta deportiva en mano. El estacionamiento exclusivo para jugadores y personal del club se encontraba escueto: habían pasado dos horas desde que terminara el encuentro. Su camioneta no estaba lejos y aun así, no sentía que pudiese huir.

 

Quitó la alarma y levantó la puertezuela de la cajuela; dejó su maleta y luego cerró con fuerza. El reflejo del vidrio polarizado le mostró la figura de un hombre conocido y repudiado especialmente por él. Volvió el rostro y se encontraron al fin, a una distancia corta y peligrosa. —Fesenko —le saludó con voz grave y cargada de antipatía

 

—¿Dónde está?— Exigió, directo, entrelazando las manos en la espalda baja. Stepán temió que pudiese esconder un arma.  

 

—Me alegra que no esté contigo…

 

Un feroz puñetazo en la boca del estómago le robó el hálito, obligándole a torcerse de dolor. Vladimir le sujetó por la cabeza, su gran mano abarcó el cráneo de Stepán y lo presionó, como si quisiera reventarlo al igual que a una fruta blanda. Prensó las sienes con la fuerza extra que da el odio y la desesperación. El joven jugador gritó y manoteó ciegamente, pero Fesenko no desistió en la tortura hasta complacerse.

 

—Mide tus palabras, Stepán. Y piensa bien tu respuesta: ¿dónde está Andrei?   

 

—No eres el único que lo está buscando. —Rebatió el jovencito, respirando agitado. —Su celular está fuera de servicio y su familia no tiene noticias. Pero eso ya debes saberlo. —Le miró con ojos vidriosos. Vladimir torció una sonrisa.

 

—Yo sé que tú conoces su paradero.

 

—¡No lo sé, mierda! Anda a registrar mi casa, la de mis padres. No lo encontrarás porque ni yo sé dónde está metido. Quizá es otra más de sus locuras y pronto volverá. Es lo que yo quiero creer. Hoy esperaba verlo en el partido, nunca se los perdía; pero en su lugar, estabas tú.

 

Vladimir rió, y su risa ausente de calidez erizó los vellos en la nuca de Stepán.

 

 —Siempre te lo quisiste coger, ¿no es cierto? No me gustaba la manera en que lo veías cuando pensabas que nadie te observaba; yo le decía, se lo dije tantas veces, —se aproximó hasta compartir el aliento—: un día le sacaré esos descarados ojos y me los tragaré mientras aúlla de dolor. —Stepán apretó los párpados como si de esa manera pudiera evitar que cumpliera la amenaza. —Andrei solía molestarse y yo tenía que mentirle, decirle que estaba bromeando. Pero iba en serio, incluso ahora, me sigue apeteciendo. Él me detenía antes, pero ya no está. Se fue de Ucrania. Huyó de mí.

 

Stepán gimió, sorprendido por la revelación. Fesenko palmeó la mejilla para obligarle a descubrir la mirada.  

 

—¿Te impresiona? Sí, se fue de Ucrania. Ese siempre fue uno de sus deseos. La gente que lo conoce dirá que estoy en un error, apuesto que tú también lo piensas. Piensas: su sueño era bailar en Bolshoi. Irse a Moscú. Pero la danza siempre fue un bonito pretexto, él solo deseaba salir de la cloaca, mi perverso Andrei. Lo conozco como nadie. Se quejaba tanto que Ucrania no perteneciera a la Unión Europea, apuesto que marchó a un país de aquellos. ¿Estoy en lo correcto?— Sonrió, un demonio pavoroso debía lucir igual a él. Stepán tembló, advirtiéndose como un chiquillo descubierto en una peligrosa mentira.

 

—Andrei no abandonaría a su familia a menos que no tuviera opción —musitó, tratando de discernirse envalentonado.

 

Vladimir dio un par de pasos hacia atrás. Le evaluó, escéptico a la aseveración.

 

—No tiene familia y tú lo sabes bien. Iryna vive en el limbo, Millo en las cantinas y Katrina…

 

—Lo odia— aseguró Stepán —, por tu culpa. Convertiste a su hermano en tu amante. —Escupió, más confiado por la distancia —Pero es estúpida. Debería apoyar a Andrei y a ti… —pasó saliva, entrecerrando los ojos —mandarte a los nueve infiernos.

 

El hombre cruzó los brazos sobre el pecho, divertido.

 

—Parece que estás muy bien informado sobre nuestras vidas.

 

—Es así. Sé que violaste a Andrei y después lo seguiste usando a tu antojo. Y lo de sus piernas… Fesenko, ¡tú deberías estar tras las rejas! —Se arrepintió. Apenas terminó de hablar, lamentó sus palabras, pero no lo demostró, seguía erguido, con el rostro encarado, aparentando bravura. Vladimir sólo le escudriñaba en la misma postura.  

 

—Yo sé lo que sucede con él. Está asustado. Sólo eso. Dile que le daré un mes de plazo para que aclare sus pensamientos. Dile que lo quiero de vuelta o iré por él, no importa el lugar donde se esconda, tarde o temprano lo encontraré y le daré razones para que me odie de verdad. ¿Entiendes, Stepán? Tú eres una de esas razones. —Extrajo una cuchilla de combate ante la mirada horrorizada de Stepán. —A mis hombres les gusta tu juego, algunos hasta tienen la camiseta con tu número. No quisiera arrebatarles a su ídolo deportivo; no tengo esa clase de corazón.  Yo también simpatizo con el Sokil Kiev, pero si me pones a escoger… —Sujetó la mano derecha del joven con fuerza salvaje, extendiéndola sobre la lámina de la camioneta —prefiero el fútbol. —Sonrió abyecto antes de girar el arma para empuñarla en una maniobra habilidosa y enterrar el acero en el dorso, atravesando carne y músculos. Stepán chilló, mordió sus labios y gritó hasta quedarse afónico. Nadie respondió a sus quejas escandalosas.

 

—Presiona a Andrei. Tiene que volver a donde pertenece: a su tierra, a mí. Tu amada carrera depende de ello.

 

Vladimir se fue, después de dejar el mensaje grabado a base de sangre y dolor en la mente del muchacho. A lo lejos, las anchas espaldas desaparecieron, pero el terror que infundió se quedó allí, estrujando de lleno el corazón de Stepán. No podía imaginarse renunciando al hockey cuando su carrera todavía ni empezaba a despegar. Se dio cuenta del amor profundo hacia su profesión y por primera vez comprendió del todo la desgracia de Andrei.    

 

 2

 

No era fácil complacer a una persona cuando ni siquiera se llegaban a entender. Andrei agradeció que el hombre se encontrase más borracho que sobrio, y que le bastara con acariciarle las piernas y el rostro mientras soltaba un soliloquio donde la palabra hermoso descollaba fastidiosamente repetitiva. Andrei aceptaba los cumplidos con una sonrisa y se dejaba hacer, de vez en vez trayendo su propia bebida desde la barra para parecer solícito, aunque el objetivo era distinto: buscaba deshacerse aunque fuera por unos minutos del pegajoso hombre inglés. Uno de los bartender le había entendido, no era el único que solía abordar aquella estrategia cuando el cliente se volvía intolerable, por ello hacía de su martini una preparación más exhaustiva.

 

— ¿Huyendo, cielo? —Pavel respiró en su oído. —Si Sergey te ve… —Le recorrió con la mirada. Andrei estaba recargado sugestivamente sobre la barra de bebidas.

 

—¿Se lo dirás tú? —Inquirió sin modificar la postura de su cuerpo, mirándole de soslayo.

 

—Yo no. ¿Pero qué tal Robbie? ¿O James? Mira, el creído no despega la vista de aquí —apuntó discretamente hacia el extremo de una sala, a pesar de la distancia, los ojos de James le taladraban con fiereza. Andrei sonrió burlón.

 

—Eso es porque tú estás aquí. —Pavel enarcó una ceja, embrollado. Era tan obvio el interés de James hacia Pavel como incuestionable el desconocimiento del ruso sobre los sentimientos que provocaba en James —Olvídalo. —Bufó Andrei. —Y mejor dime qué hace Karol en la mesa de aquellos hombres. —Señaló con la afilada barbilla.

 

Pavel sonrió picante.

 

—¿Curiosito, no? —Yuriy encogió los hombros, desinteresado. —¿Los viste de cerca? ¿Viste bien los hombres que acompaña? —Andrei negó con la roja cabeza. —Hiciste bien en no acercarte. Quizá te habrías asustado. No son hombres comunes.

 

Andrei le miró incrédulo.

 

—¿Entonces qué son? ¿Extraterrestres?—Jugueteó.

 

—Es en serio, Yuriy. Aquí pasan desapercibidos, pero he visto los tatuajes. ¿Sabes a qué tipo de tatuajes me refiero, no? Del tipo que reconocerías con facilidad sólo por ser de Ucrania.

 

Andrei le observó, debatiéndose entre el impacto y la incredulidad. Balbuceó una respuesta afirmativa.

 

—¿Estás seguro?

 

—Con mis propios ojos vi las estrellas en los hombros de León.

 

— ¡¿Estrellas?! —Andrei se alteró. —¡¿Un Vor, en Neverland?!

 

— ¿Quieres bajar la voz, cielo? — Siseó, apretando el delgado antebrazo. Andrei le miró con reproche.

 

— ¿Es verdad lo que dices o sólo juegas conmigo?

 

—Que me parta un rayo si miento.

 

Entre la marea de gente se abrió un generoso espacio y a través de la abertura Andrei pudo apreciar plenamente a los invitados de Karol. El hombre más próximo a ella lucía concentrado, observando el humo de su cigarrillo desaparecer; tenía el cabello oscuro y engominado, sin rastro de barba. Cogió el cigarro y Andrei distinguió los tatuajes en sus nudillos. No era un experto en el tema pero sí sabía que los cráneos simbolizaban muertes y que el Vor debía ser un asesino.

 

—Es cierto, es el que está junto a Karol… — murmuró, abstraído.

 

—Se llama León. Es un Vor y la pareja sentimental de Karol.

 

Volteó el cuello a velocidad, con los ojos desorbitados.

 

—Y obviamente ella lo sabe. Nunca se te ocurra preguntarle. —Advirtió seriamente.

 

Yuriy cambió de objetivo, enfocando con mayor fascinación al hombre que se situaba frente a la pareja.

 

—El otro, ¿quién es el otro? Me observó mientras bailaba. Sentí escalofríos.   

 

—No sé mucho, Yuriy. No es la primera vez que se reúnen. Una vez Karol terminó enferma después de una junta como esta. Puedo jurarte que la escuché llorando en su despacho. Karol lo llama Grozny.

 

—Entonces no son amigos. ¿Qué clase de amigo te amarga con su visita? ¿Qué clase de hombre hace llorar a la pareja de un Vor V Zakone? — Meditó, con un mal sabor de boca — ¿Y qué clase de nombre es Grozny? —Gruñó.

 

—Sergey le ha escuchado hablar, dice que tiene acento checheno. Tiene lógica, Grozni es su capital. Sin embargo yo soy de los que piensan que un apodo así no se gana sólo por nacer en el lugar.

 

—Sí, creo que es más racional que le llamen Grozny porque se lo ha ganado. No imagino las cosas que debió haber hecho para lograr un apodo así.  

 

Un estremecimiento recorrió la espina dorsal de Andrei.

 

—Y los chechenos tienen fama de terroristas —Recordó lo que todos sabían. Pavel palmeó suavemente su espalda.  

 

—Karol seguro lo sabe y León la cuida. No lo dudes. Regresa con tu cliente y olvida esta conversación, será lo mejor.

 

Andrei tomó su bebida y volvió a la mesa, pero no olvidó la charla con Pavel. Por el contrario, le intrigó sobremanera. Desde su sala encontró la manera de observar al trío a la distancia, tratando de encontrar una explicación razonable para sus inquietudes. ¿Por qué una mujer como Karol, hermosa y lista, pareja además de un Vor, tendría bajo su poder un club de strippers gay? Los vory rechazaban la homosexualidad, la repudiaban; pero el mentado León ni parecía afectado por el entorno de Neverland. Por otro lado, Andrei notó, cuando Grozny se dirigía a la mujer, ella sufría calladamente y León acariciaba su mano por debajo de la mesa. ¿De qué valía tener a un poderoso señor de la mafia si éste parecía un pelele cuando se le faltaba el respeto a su mujer? ¿O quién diablos era Grozny para que un Vor bajara la mirada mientras aquél hablaba? No comprendía nada y quizá sería lo ideal seguir la recomendación de Pavel.

 

El cliente a su lado seguía hablando, Andrei toqueteaba su cabello moteado de canas para distraerle mientras se enajenaba con el hombre misterioso. Reparó que se ponía de pie, al tiempo que un vacío inexplicable se apoderaba de su estómago, imaginando que partiría de Neverland. Pero Karol permaneció, y León también. Grozny se dirigía al baño.

 

Era la oportunidad que estaba buscando. Sentía la necesidad de verle de cerca.

 

Se levantó del asiento disculpándose con una sonrisa falsa y cogió su bebida sin terminar, para darse a entender. El cliente accedió, propinándole una traviesa nalgada. Andrei se atragantó de furia, deseando arrojarle el martini en la cara aburrida. Lo ignoró y siguió a Grozny. Le vio introducirse en los baños mientras pensaba qué maldita fuerza inhumana le había impulsado a cometer aquella locura. Cogió aire y avanzó. No mucho, un tipo alcoholizado le aprisionó por la cintura y apretó con ganas.

 

—¿Por qué tan solo, pelirrojo?

 

El agarre no cedió. Andrei sonrió como si en verdad tuviera el control de la situación, deslizó sus manos hasta sujetar las del otro; palpó los dedos largos y se entrelazó. Entonces, Andrei apuntó al baño con la mirada y el hombre le regresó el gesto libidinoso.

 

Los baños amplios estaban ocupados por muchas personas; desde los cubículos brotaban gemidos. Andrei sintió la presencia del tipo alcoholizado por detrás: trató de aparentar normalidad. Abrió el grifo del agua y enjuagó sus manos. El hombre, más alto y musculoso, le alcanzó, esperando lo que una mirada le había prometido. Andrei sintió el miembro despierto punzando contra su espalda baja, y las manos osadas, restregándose sobre su vientre. Se apartó, volviéndose con violencia.

 

—¡No me toques!—Advirtió con voz fuerte, lo suficiente para que todos ahí escucharan.

 

Pero sólo un hombre entendió su protesta. Grozny era el único que además de Andrei hablaba ruso. Y se dirigía al tocador, después de haber vaciado su vejiga. Andrei advirtió la mirada rigurosa y supo que ya se encontraba en su campo de visión. Incentivado por esto se dirigió a la salida, sospechando lo que su acto de desprecio conllevaría: el pobre acarreado pasó de confusión a rabia, e insultado por el desdén del chico frente a muchos ojos, no le permitió marchar. Lo regresó por los pelos, inmovilizándole con el brazo libre.

 

Nadie intervendría. El tipo era más alto que el promedio y su cuerpo fuerte era insoslayable. ¿Quién arriesgaría su pellejo por salvar a un putito extranjero? Andrei sabía que su mera opción era Grozny. Sólo él.

 

—¡¿Quién te crees, basura foránea?! —Reprochó, mostrando su puño amenazante. El aliento alcoholizado le quemó la piel. —Puta rusa. Muerto de hambre tercermundista.

 

Los ojos ebrios se abrieron con sorpresa y la cabeza retrocedió antinaturalmente. Andrei siguió la escena, estupefacto. La pared vibró, cuando Grozny le estrelló de lleno el rostro. El hombre cayó inconsciente al piso, con una sangrante contusión en la frente. 

 

—Mi madre era rusa —espetó Grozny con voz penetrante, como penetrantes eran sus ojos azules. —, ¿te encuentras bien?

 

Andrei se perdió en la apreciación hacia el extraño que le obnubilaba el pensamiento. Alto como alguien que había bloqueado en sus memorias y de hechura titánica. Sus ojos, tan próximos a las cejas, formaban pozos misteriosos en los que Andrei se sentía ahogar. Era bastante atractivo a pesar de las facciones severas, incluso con aquella grieta atravesándole toda la mejilla izquierda.

 

—Estoy bien… gracias —musitó, rompiendo el contacto visual para enfocar al caído. Angustiado, se llevó el puño a la boca, evitando una maldición. —Se supone que en todo momento debo ser amable. —Se burló de sí mismo. —¿Cómo lo explicaré?

 

—Lo he hecho yo. No tienes por qué explicar nada.

 

—Pero…

 

—Haré que lo saquen de inmediato. Puedes irte.

 

Fue una orden fría, demandante. Grozny volvió al tocador a terminar de asearse y Andrei le observó por el espejo, apenas percatándose que la mayoría de personas ya habían desaparecido. Su intriga por el hombre acrecentó.

 

—¿Cómo debo llamar a mi salvador? —preguntó inusitado.

 

Grozny sonrió, pero fue tan breve que Andrei no pudo estar seguro.

 

—Puedes decirme Grozny.

 

El pelirrojo asintió y con amargura aceptó que esperaba, estúpidamente, un nombre más real, más humano.

 

—¿Cuál es el tuyo? —Reviró, logrando sorprenderlo.

 

Andrei le observó serio, antes de responder con un gesto arrogante.

 

—Puedes llamarme Yuriy.

 

—Yuriy, entonces. Sé más cuidadoso la próxima vez.  

 

A través del espejo ambos fusionaron sus miradas. Andrei no deseaba moverse.

 

—Quizá mañana puedas regresar… —Sugirió, y se juzgó insulso. Sus mejillas enrojecieron. Pavel le había dado a entender que Grozny no visitaba muy a menudo Neverland. ¿Qué rayos esperaba de su invitación desabrida?

 

Pero Grozny reaccionó neutral, desprovisto de cualquier emoción.

 

—Quizá —dijo. Y para Andrei aquella respuesta escueta bastó por el momento.

 

 


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