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D. D. O. por Ucenitiend

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Ese día, al mediodía, tres extraños elfos habían arribado a Mirkwood. Thranduil recordó que se habían visto por última vez siendo los cuatro aún muy jovencitos, y no habían vuelto a tener contacto a raíz de serias rencillas entre su padre Oropher y Rheibel, primo tercero del anterior y padre de los tres, originadas por una mala distribución de territorios.

Siglos atrás, Rheibel se había ido muy resentido con Oropher, pues había salido ampliamente desfavorecido en el reparto. Aunque era un importante Señor, le habían tocado tierras lejanas y áridas en donde solo podrían cultivarse y criarse especies resistentes a prolongados períodos de sequías y bajas temperaturas. Al frente de un grupo de resignada gente, entre la que viajaban su esposa e hijos, el elfo había llegado a un valle perdido en las Montañas Grises, ya sabiendo que todos los intentos que haría por fundar una próspera comarca serían en vano, y tendría que sentirse afortunado si lograba levantar un humilde caserío. Después de siglos, y sin previo aviso, sus tres hijos se presentaban con intenciones de limar viejas asperezas familiares.

Si bien estaban ligados por un parentesco muy lejano, rayano en lo inexistente, Legolas, en cuanto los conoció, no tuvo mejor ocurrencia que llamarlos "tíos".  

Después de que los dos jóvenes salieran temprano por la mañana, el rey recién volvió a ver a su hijo cuando este saludó a las visitas al regresar al palacio. Ahora lo esperaba sentado a la cabecera de la larga mesa del Salón Comedor, preguntándose por dónde andaría con el otro huésped, que después de más de mes y medio de permanencia en su reino ya le olía como pescado muerto al sol.

-Majestad, ¿ahora sí desea que sirvamos la comida? -preguntó por tercera vez el resignado Jefe de Cocina.  

-Sí. No los esperaremos más -contestó secamente Thranduil.

Varios sirvientes, que recargados sobre sus espaldas en las paredes de un pasillo aledaño al comedor se turnaban para bostezar, en cuanto recibieron las órdenes de su encargado se apresuraron a ir a la cocina para cargar las bandejas con toda clase de alimentos y llevarlas ante los comensales.

Al ver tantas exquisiteces juntas, los hermanos no tardaron en lanzarse sobre las fuentes. Más inteligentes que hambrientos, entre cucharadas de distintas ensaladas y rodajas de diferentes carnes que emparvaban en sus platos, observaban intrigados la mala cara de Thranduil. 

Entre tanto, Estel y Legolas, muy enamorados, seguían en la cama tratando de saciar otra clase de apetito. Para cuando quedaron satisfechos, Legolas se dio cuenta de lo tarde que se les había hecho para ir a comer con su familia, y a pesar de que Estel trató de retenerlo junto a él en la cama y convencerlo de ya no ir, prefirió llegar retrasados a faltar. 

-Buenas noches, adar. Buenas noches, tíos. ¿Cómo han pasado el día? -dijo Legolas, con cierto resquemor, y con las manos tomadas sobre el vientre para que no se notara que temblaban ligeramente.

-Buenas noches, Majestad. Señores -saludó Estel, muy educadamente.

Los tres elfos se pusieron de pie e hicieron las reverencias del caso, pero solo uno contestó verbalmente sus saludos.

-Buenas noches, Príncipe Legolas. Joven...

-Les pedimos disculpas por el retraso, per... -intentó excusarse Legolas.

-Ustedes tres tomen asiento, por favor, y continúen comiendo -dijo el rey a los hermanos-. Y ustedes dos… -dijo luego de lanzarles una gélida mirada y mover la cabeza de costado para indicarles que se sentaran.

Legolas, para no aumentar el evidente enojo de su padre, enseguida se ubicó a su derecha, pero poco pudo disimular su incomodidad al apoyar el trasero en la silla. 

Al notarlo, Thranduil abrió grandes los ojos y la boca como para decirle algo, pero se contuvo y en cambio respiró profundo, apretó los puños por debajo de la mesa y le clavó una mirada matadora a Estel que continuaba parado sin saber el sitio que le correspondía y miraba a su reciente novio con una sonrisita de feliz cumpleaños.  

Las visitas, entre bocado y bocado, no perdían detalle de lo que pasaba a su alrededor. Además, el joven humano aún no les había sido presentado.

-¿Y, usted, joven…? Perdón..., he olvidado su nombre –dijo el mayor de los tres elfos, remarcando sus últimas palabras para evidenciar la falta cometida por los tensos anfitriones-. ¿De dónde es que viene?

-Me llamo Estel. El Señor Elrond es mi padre adoptivo y vivo en Rivendell,  señor... Perdón, también tengo mala memoria y olvidé su nombre y el de los otros dos señores -contestó devolviendo la ironía después de sentarse a la derecha de Legolas y frente a los hermanos. 

-No se preocupe, joven Estel, yo le recordaré quienes somos. Él, es Aremides. Él, es Atheles, y yo soy Lesgahel -dijo a la vez que señalaba a sus hermanos y por último a sí mismo.

Las ironías del elfo y de Estel molestaron al rey e incomodaron a Legolas.

-Ah, sí, Rivendell, hermoso lugar. Bueno, en realidad nunca estuvimos allí, pero sabemos por comentarios que es un lugar encantador. Nosotros…, es decir, nuestra Comarca, está muy lejos de ahí. ¿Y…, se quedará por mucho tiempo? -intervino Aremides, y luego miró disimuladamente de costado a Thranduil.

-Partiré en uno o dos días, a más tardar. Mi padre y mis hermanos deben estar preocupados, y supongo que extrañándome -comentó Estel, algo desanimado.

Al oírlo, Legolas no pudo evitar que se le resbalara de la mano el tenedor con que nervioso jugaba.

Estel recogió el cubierto que había quedado junto a sus pies y lo dejó en la mesa, luego tomó el suyo que aún estaba sin usar y cuando se lo dio a Legolas aprovechó a rozarle la mano y sonreírle con discreción.

Legolas lo miró tristemente sorprendido y dijo:

-No me dijiste que te...

-Sí, seguramente su familia lo estará esperando -interrumpió Thranduil-. Ya está completamente recuperado de sus heridas, así que ya es hora de que vuelva a Imladris..., para quedarse.

A los hermanos, ya no les quedaron dudas del porqué del mal humor del rey.   

-¡Ada! -exclamó Legolas ante la innecesaria agresión verbal de su padre hacia Estel.

Thranduil, con una mirada autoritaria lo obligó a callar y a bajar los ojos. 

Estel sintió el impulso de contestarle al rey, pero se contuvo porque le habían enseñado a ser respetuoso con otras personas, sobre todo si eran mayores que él y estaba en casa ajena, y por no mortificar más a su querido Legolas. 

Terminada la cena, en la que el aire se cortaba con un cuchillo, y durante la que Legolas y Estel apenas habían comido, el joven adan sorpresivamente anunció a los presentes que deseaba retirarse para ir a preparar sus cosas y adelantar su viaje de regreso, y se puso de pie. En realidad no tenía ningún apuro, menos, después de lo vivido con su amado Legolas, pero sintió que era mejor irse para evitarle más problemas con su padre.

-Con el permiso de todos... -dijo Legolas, y se levantó de la silla con la intención de seguir a Estel. 

-¿Adónde crees que vas? El que se va es él. Tú, te quedas con nosotros. Tenemos visitas que han venido de muy lejos para vernos, así que, vuelve a tu sitio.

Legolas, que no estaba acostumbrado a que su padre lo tratara mal, sino todo lo contrario, miró a Estel y vio que le hacía un suave gesto con las manos para que se calmara y luego salía del salón.

-Legolas, siéntate, por favor.

Resignado, obedeció la orden de su padre, pero a poco sintió que se le revolvía el estómago y nuevamente se incorporó. 

-Discúlpenme... Necesito salir... 

Y salió del salón tapándose la boca, antes de que Thranduil pudiera pronunciar una palabra para detenerlo. Corrió y llegó al baño de su recámara a tiempo para vomitar. Se refrescó la cara y se enjuagó la boca, y, mientras se secaba, trató de recordar cuánto tiempo hacía que no le pasaba, y enseguida recordó que había sido de niño, después de darse un atracón con brevas calientes. Dejó de pensar en su lejana infancia y volvió al presente, de inmediato salió de su recámara y se metió a la de Estel.  

-¡No puede haberse ido tan rápido y sin despedirse! ¿Dónde estará?

Enseguida se tranquilizó un poco al ver que sus pertenencias aún estaban en el cuarto. Se le ocurrió que tal vez estuviera en el jardín tratando de olvidarse del mal momento pasado, y fue hasta ahí, pero no lo halló.

El mismo soldado que continuaba de guardia en el jardín, dijo:  

-Buenas noches, Príncipe Legolas. Con su permiso...   

-Sí, dime, qué pasa.

-La persona que busca, fue a las caballerizas. 

-¡Ah, claro! Gracias.

Legolas avanzó unos pasos y se detuvo.  

Cuando el soldado vio que el príncipe daba vuelta la cabeza, dejó de sonreír y se paró bien firme. 

Legolas volvió sobre sus pasos y:

-¿Cómo supiste a quién buscaba? -preguntó y luego miró por sobre el hombro del guardia en dirección a su balcón-. Sí, bueno, era fácil de adivinar porque... casi siempre estamos juntos, ¿no? -agregó un poco avergonzado, seguro de que el guardia algo habría escuchado.

-Sí, Príncipe, fue por eso que lo supe -dijo el guardia, y se atrevió a hacerle una suave sonrisa cómplice.

Legolas entró a las caballerizas y halló a Estel parado junto a su caballo hablándole a la oreja y acariciándole el hocico.

-Siento celos de ese animal. Lo quieres más que a mí -dijo con tristeza.

-Ven, acércate, te acariciaré el hociquito, y, si quieres, también te sobaré el lomo –dijo Estel con una sonrisa. 

-No estoy para bromas. ¿Por qué no me dijiste que ya querías irte? ¿Acaso, pájaro que comió...? 

-¡Ey! Ese no es lenguaje para un Príncipe. Legolas, no me quiero ir, si por mí fuera no nos separaríamos nunca más; pero es cierto que ya debo regresar a casa, además, me muero por contarles a todos que nos queremos. Te prometo que volveré en poco tiempo, y, si lo deseas, vendrás conmigo a Rivendell para conocer a Elrond y a los gemelos. Tendrás más suerte que yo, serás bien recibido por ellos. Lo que es a mí, tu padre me aborrece.

-No voy a negarte que no le gustan los humanos, pero creo que se debe más a que te tiene celos porque siente que le arrebatas mi cariño y mi atención. Y claro que quiere que me enlace con una elfina y tenga descendencia, pero tendrá que comprender que sobre mis sentimientos no tiene jurisdicción. 

-¿Y tú saliste celoso a él? Acércate, mi potro -dijo extendiéndole los brazos.

-Quédate unos días más, por favor, así tendré tiempo para acostumbrarme a la idea de que te vas -dijo Legolas, abrazándolo por la cintura.

-En algún momento tenía que ser, pero cuanto antes me vaya, antes volveré, y si todo continúa bien entre nosotros, le pediré a Elrond que venga a hablar con tu padre. Quizá él logre convencerlo de mis buenas intenciones. Aunque..., ahora que estamos solitos..., y que te tengo tan cerca..., y que hay poca luz... ¿Sabes de qué me dieron ganas? 

-No -dijo Legolas, sonriendo.  

-De dejar a un lado mis buenas intenciones junto a mi ropa y la tuya. ¿Mmm, qué te parece?

Legolas, como respuesta, se abrojó a su boca.

Y por fin quedaron a un lado sus buenas intenciones y sus ropas, y ellos dos, desnudos y a los besos, cayeron sobre una parva de paja seca que estuvo, ahí, de prenderse fuego. 


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