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Needing me (Hannibal/Will) por lovesg

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Capítulo 6: ¿Qué eres tú?

 

 

Ana terminó de colocar los cuadernos en el escaparate de su copistería. Dio un par de pasos atrás y lo miró con los brazos apoyados en las caderas. Ana sonrió. Le gustaba como había quedado la decoración con todos esos cuadernos de colores fosforescentes. Incluso a esas horas de la noche los rosas, amarillos y naranjas se veían brillar. Estaba ansiosa por ver la cara de los chavales que pasaban frente al escaparate cada mañana camino del colegio.

 

Al escuchar un ruido, desde la trastienda donde guardaban las maquinas, Ana se detuvo un instante.

 

—Qué raro —murmuró—Su marido no vendría a recogerla hasta dentro de una hora y con lo tarde que se había hecho más le valdría llegar puntual.

 

Cogió una caja de detrás del mostrador y deslizó el cúter sobre la cinta  abriendo la caja. La máquina de impresión de la trastienda empezó a hacer ruido como cuando se calentaba al encenderla por las mañanas y esta vez estaba muy segura de no habérselo imaginado. Dejó la caja en el suelo y buscó el móvil en el bolsillo de sus vaqueros.

 

—Mierda… lo dejé en el bolso… Muy bien Ana —se dijo en un susurro—A ver. Piensa… «Si fuera un ladrón no se pondría a hacer fotocopias» —Ana sonrió pensando en gastarle una broma a su marido. Dejó el cúter sobre la mesa para no cortarle si se sobresaltaba y caminó despacio hasta la puerta tratando de asustarle.

 

Ana se asomó a la habitación. La luz estaba apagada, pero la enorme fotocopiadora iluminaba lo suficiente para ver la silueta de un hombre frente a la máquina. Ana dio un paso hacia él. Caminaba casi de puntillas camuflando sus pasos con la ruidosa máquina. Dos pasos más y estaría lo suficiente cerca para saltar sobre su espada o pincharle con un dedo en el  costado. Se moría por ver su cara de susto.

 

Un paso más.

 

Se fijó en que llevaba un jersey de cuello vuelto y guantes. «¿Por qué se había cambiado de ropa?» Ana se detuvo con un pie levantado a punto de acercarse más. ¿Por qué le parecía más alto? Tragó saliva. El pechó de Ana se movía con cada respiración. ¿Por qué imprimía aquellas fotos? Ana retrocedió tropezando contra algo y él se volvió soltando una maldición.

 

 

Ella salió corriendo de la trastienda.  Saltó esquivando unas cajas. Solo tenía que llegar a la calle y pedir ayuda.   Le sentía detrás. Ana agarró el pomo de la puerta y sintió como esta se abría. Escuchó las cajas detrás de ella cuando el hombre tropezó. Ana tiró de la puerta y sintió el aire de la noche sobre su cara cuando el hombre la sujetaba por el brazo con tanta fuerza que lo oyó crujir.

 

 

Ana gritó mientras la arrastraba adentro de nuevo y la llevaba a la oscura trastienda. Trató de agarrarse al mostrador donde estaba el cúter y lo rozó con los dedos antes de verlo caer al suelo. Él continuó tirando de ella. Se sujetó con ambas manos al marco de la puerta, pero era demasiado fuerte.

 

La empujó contra la máquina de las fotocopias haciendo que todas las hojas se desparramaran sobre el suelo. Ana forcejeó. Movió las piernas tratando de patearle. Liberó una de sus manos soltándole un bofetón y clavándole las uñas en el rostro enfureciendo le aún más. Corrió de nuevo hacia la puerta tirando lo que tenía delante para que no pudiera seguirla, pero la agarró con mucha más fuerza.

 

—¡Déjame ir! ¡Llévate lo que quieras! ¡Déjame!

 

Él no dijo nada solo respiraba con fuerza mientras la arrastraba. El hombre abrió la tapa de la fotocopiadora y la golpeó la cara contra el cristal de la máquina. Ana se sintió aturdida y entonces él cerró la tapa con todas sus fuerzas contra ella una y otra vez. Y entonces Ana ya no sintió nada, ya no sintió su sangre caliente resbalar de su cabeza hacia su boca ni como la luz de la fotocopiadora se movía sin parar de izquierda a derecha repitiendo sus últimos momentos ni a él sujetándola. Nada más. Nunca jamás.

 

 

*******

 

 

Graham se despertó a la mañana siguiente al escuchar ruidos desde la cocina. Tardó un poco en recordar que Hannibal se había quedado a dormir la noche anterior. Estirándose bostezó  y comenzó a buscar sus zapatillas. Sacó la ropa para ponerse después de la ducha dejándola sobre la cama y se detuvo cuando le llegó el olor de café recién hecho y huevos. De pronto el estómago comenzó a rugir. Una parte de él se sentía culpable por no haberse despertado antes para preparar el desayuno, la otra culpable por pensar que podría acostumbrarse a que alguien le cuidara así, aunque sabía que esas cosas no le pasaban a gente como él.

 

 Se puso la bata azul sobre el pijama descolorido y se miró en el espejo mientras se pasaba los dedos por el pelo. Al ver que no conseguía gran cosa intentando domar sus cabellos desistió. Tenía que darse prisa si quería dejar a tiempo a Hannibal y llegar a sus propias clases.

 

Cuando entró en la cocina encontró a Hannibal frente al fogón. Graham no pudo evitar sonreír. Ver a Hannibal servir los huevos revueltos en cada plato era como asistir en directo a un programa de cocina, incluso si lo hacía en su modesta casa. Le vio añadir pan tostado y un par de trozos de beicon y se preguntó dónde estarían los perros. Era muy raro que no estuvieran a su alrededor moviendo la cola y pidiéndole algo de comer.

 

—Buenos días, Hannibal.

 

—Buenos días —saludó el hombre mirando por encima de su hombro—. Llegas justo a tiempo. Siéntate y desayuna.

 

Graham se dio cuenta de que Hannibal ya se había vestido y llevaba el pelo húmedo—: Ya te has duchado.

 

—Sí, espero que no te moleste, Will. Me dejaste las toallas en la sala y pensé que no te importaría si iba primero. Aún quedaba agua caliente.

 

—No. Está bien. No… no me molesta. Siento ser un anfitrión tan penoso. No estoy acostumbrado. Tenía que haberte dejado el secador a la vista… haber hecho el desayuno, aunque no me hubiera quedado así. Y tenía que haber insistido más en que durmieras en la cama—Graham se trabó al ver como Hannibal trataba de disimular una sonrisa—y… Me refería a que…

 

—Siéntate, Graham —habló señalándole la silla. Hannibal sonrió mientras le veía disculparse por todo. ¿Cómo podían ser tan distintos y a la vez tan parecidos? Porque sabía que allí dentro, encerrado en la cabeza de Graham había mucho más. Acercándose hacia él le retiró la silla—Siéntate —repitió.

 

Graham se sentó tratando de cubrir el pijama con la bata. Miraba a Hannibal ya vestido y se veía a sí mismo con su bata vieja y en zapatillas—Tal vez debería ir a ducharme primero—murmuró. Graham se mordió los labios —Si me das cinco minutos puedo ducharme. Podrías ir desayunando. No necesitas esperar por mi…—Habló Graham, pero con Hannibal detrás de él no podía apartar la silla para ponerse en pie. —Sabes que contigo detrás no puedo levantarme, ¿verdad?

 

—Lo sé —Contestó Hannibal. Cuando le colocó sus manos sobre los hombros de Graham el doctor notó como se estremecía ante el contactó como si hiciera un esfuerzo por no apartarse. Lecter se inclinó para hablarle casi al oído mientras su dedo pulgar le acariciaba distraídamente—. Esta es tu casa, Will. Puedes ir como quieras. Nunca debes sentirte mal ni disculparte sin necesidad y conmigo no tienes por qué hacerlo. Pero si realmente te sientes tan mal solo tienes que hacer dos cosas por mí.

 

Graham sentía el aliento de Hannibal contra la piel cada vez que respiraba, su nariz casi rozaba su oreja.

 

—¿Qué? —preguntó apretando los puños bajo la mesa.

 

—Desayunar y llevarme a tiempo —Antes de apartarse Hannibal volvió a apretar su hombro.

 

Graham sentía la cara arder al mismo tiempo que sentía como si el calor en el resto de su cuerpo se desvaneciera cuando él se apartó.

 

Cuando terminaron el desayuno Hannibal se puso a fregar los platos con la excusa de que Graham todavía tenía que ir a ducharse, pero cuando Graham salió de la cocina Hannibal fue directo a su habitación. Sabía que quien había entrado había dejado otra cámara justo encima del armario, pero se aseguró en todo momento de no mostrar su rostro directamente. El audio ahora solo funcionaba en las cámaras del salón así que lo único que tenía que hacer era recordar dónde podía hablar y en qué lugar debía colocarse. Por un momento se detuvo al recordar la cámara que había encontrado en el baño. Con suerte el vaho con el que había llenado la habitación seguiría empañando la lente.

 

Sacó del armario una de las camisas que mejor le quedaban y la dejó sobre la cama guardando la que había sacado Will. La escogida era blanca con pequeñas rayas azules, blancas y rosas. Personalmente, prendería fuego a ese armario y le compraría ropa mejor, pero eso no estaba en su mano por el momento. Quería que se la pusiera, pero no iba pedírselo y por eso mismo esta vez solo sería una prenda. La dejaría allí y esperaría que la viera. Graham dudaría de si la había dejado allí el mismo y la utilizaría. Uno de los perros entró en la habitación. Hannibal le miró fijamente y observó como el animal iba bajando la cola hasta ponerla entre las patas y agachaba las orejas. Hannibal señaló la puerta y el animal salió en el acto.

 

 

No pasó mucho tiempo antes de que Will volviera de nuevo a la cocina. Hannibal no pude contener una sonrisa al ver que llevaba la camisa. El cuello lo tenía mal abotonado y se había quedado algo doblado por detrás. Sonrió al verle, sí, pero aquella sonrisa no le duró mucho al recordar la última sesión que había tenido con Bedelia du Maurier; su psiquiatra. Habían hablado de Will, ¿cómo no? Él siempre salía de un modo u otro en todas sus charlas. Aquel día…

 

 

****

 

—¿Te gusta Graham? —Le preguntó Bedelia du Maurier.

 

Hannibal se encogió ligeramente de hombros y se echó hacia atrás en el sofá cruzando las piernas—: Define gustar.

 

—Sabes perfectamente lo que significa, Hannibal.

 

—Me... —Hannibal hizo una pausa escogiendo la palabra exacta para Will.—fascina. Sí.

 

—¿Como un experimento científico o como hombre?—preguntó ella ladeando la cabeza.

 

Hannibal se rió con suavidad—: ¿Como hombre? Quieres decir como espécimen humano.

 

Ella negó con la cabeza—No. Más bien como otro ser afín con el que compartir tu tiempo. Tal vez tu vida.

 

—¿De amistad? —Continuó él— Podría ser.

 

—No, Hannibal—el hombre iba a interrumpirla cuando ella continuó—Se nos acaba el tiempo por hoy. ¿Por qué no pruebas a escribir en tu cuaderno qué crees que es para ti?

 

—¿No cree que esa clase de ejercicios son para los pacientes que llegan a las consultas por primera vez no para alguien que trabaja como psicoanalista?

 

—No—La mujer se puso en pie y caminó hacia la puerta de salida. La abrió con elegancia y le despidió no sin antes añadir—.Yo creo que esa es la excusa que usan los que no quieren hacer estos ejercicios. Hasta la semana que viene Hannibal.

 

****

 

 De vuelta al presente Hannibal no escuchó lo que estaba diciendo Williams.

 

—¿Pasa algo, Hannibal? —Le preguntol9; Graham al verle con la mirada fija sobre él.

 

—Tienes mal puesto el cuello de la camisa. Deja que te ayude.

 

Graham intentol9; ponerlo bien, pero no terminaba de arreglarlo. Tal vez lo había abotonado mal. Hannibal sabía que no había cámaras en la cocina asíl9; que se acercol9; hasta él y pasol9; sus dedos por detrás de la nuca de Will. Las yemas le rozaron el cuello de su camisa desde atrás hasta llegar a los botones sueltos del frente y juro que le escuchol9; soltar el aire lentamente a Williams, casi un jadeo contenido, mientras le desabotonaba los primeros botones hasta el pecho. Graham no temblaba al tenerle tan cerca ni evitaba mirarle a los ojos. Despacio Hannibal doblol9; bien la prenda y la abotonol9;. ¿Quel9; era para él? Se preguntó Hannibal. Solo lo hacía porque quería ponerle nervioso. Solo eso. Hannibal se apartól9; y ambos salieron de casa dejando a los perros dentro sin decir ni una palabra.

 

 

 

 

De camino al juzgado el tráfico era tan lento que Hannibal le pidió a Graham que le dejara en los juzgados directamente.

 

Graham escuchó la sirena de la policía y vio las luces del otro coche patrulla acercándose. Se apartó a un lado de la carretera para dejarle sitió y continuó.

 

—Habrá pasado algo —dijo Graham.

 

—No creo que haya un día en el que no pase nada, Will.

 

—Sí. A veces me extraña que todavía quedemos tantos.

 

Hannibal no podía dejar de mirarle. Necesitaba tanto que Graham pensara como él, tanto que empezaba a notar una pequeña molestia en el pecho. ¿Qué era lo que sentía?

 

—Ya hemos llegado —hablol9; Graham mientras estacionaba el coche frente a los juzgados.

 

—Después vendrél9; a buscarte para llevarte hasta tu coche. Siento que no nos diera tiempo para que lo recogieras.

 

 

Hannibal le mirol9; serio—: No te disculpes, Will.

 

Graham tuvo que morderse los labios para no volver a decir que lo sentía—¿Estos van a ser mis deberes para la terapia? —Preguntol9; con cierto humor.

 

—No, para la terapia vamos a probar otras cosas —Hannibal sujetol9; la manilla de la puerta, pero no llegol9; a abrirla—¿Quel9; te parece si comemos juntos luego? ¿Tienes planes?

 

—¿Yo? —Preguntó Graham sorprendido. Tal vez recoger a Winstone a la noche, recordar cerrar la puerta de su casa con llave, sus perros y dormir, pensól9; Graham. Más allál9; de eso no tenía nada que hacer—No, nunca tengo planes.

 

—Hablaremos de eso en nuestra...

 

El móvil de Graham comenzól9; a sonar sobresaltándole. Sacándolo del bolsillo mirol9; la pantalla perdiendo todo su buen humor—: Es un mensaje de Crawford. Tengo… tengo que irme Hannibal. ¿Tendrás que esperar mucho?

 

—No. Llegarán en unos minutos, David suele ser puntual. No te preocupes —Hannibal bajol9; del coche cerrando la puerta con suavidad. Graham arrancó incorporándose de nuevo al tráfico y se alejól9; hasta perderse de vista.

 

—Crawford otra vez—murmurol9; Lecter.

 

Hannibal esperol9; junto a la puerta de entrada de los juzgados. Mientras estaba allíl9; parado veía entrar y salir gente de todas las condiciones sociales y morales. Gente con trajes caros regodeándose de la resolución, personas que aflojaban sus corbatas al salir como si necesitaran tomar aire, victoriosos, arruinados, hundidos... Hormigas que entraban y salían del mismo hormiguero. Pero todos tenían algo en común y es que ninguno le importaba. Algunos podrían servir para algún propósito, pero ni uno solo de ellos le hacía sentir nada.

 

Un carraspeol9; a su lado le hizo volverse. David Torres el abogado al que había conocido en los tiempos de la universidad se hallaba junto a él acompañado por una mujer. Ella llevaba el pelo corto y rizado de color castaño y un vestido marrón. Evitaba mirarle a la cara mientras hablaban y sujetaba un bolso pequeño contra su cuerpo. La iba a derivar porque a él este tipo de pacientes no le interesaban. Había tenido alguno al principio de su carrera, pero no le reportaban nada nuevo. ¿Maleable? Sil9;, pero a esas alturas él buscaba algo más.

 

—Esta es mi clienta, la señora Amanda Simons —hablol9; David.

 

—Encantado señora Simons.

 

Ella asintiól9; y dijo algo en voz tan baja que no consiguiól9; entenderla.

 

—¿Y bien? —Preguntó el abogado— Te lo has pensado mejor, Hannibal. ¿Realizaras la evaluación psicológica de mi clienta para presentársela al juez? No es lo común, pero el abogado de la parte contraria la ha pedido solo para que podamos hablar de la custodia de su hijo.

 

—Sabes que no suelo llevar este tipo de casos. —Hannibal metió la mano en el bolsillo de la chaqueta para darles el nombre de otro compañero cuando se fijó otra vez en ella. La mujer alzó la vista y miró hacia la puerta, unas escaleras más arriba de donde se encontraban, justo cuando salía un grupo de gente y dio un paso atrás.

 

Había más personas que él saliendo del edificio, sí, pero Hannibal intuía bien a qué hombre estaba mirando ella de aquella manera. No le conocía, pero había visto muchas veces esa actitud, ese gesto mal disimulado de prepotencia. Era un hombre de metro noventa, corpulento forjado en los gimnasios. Tenía un golpe reciente en la mejilla, tal vez un arañazo y un par de cicatrices, en la mandíbula y la frente, más antiguas, cabellos negros, ojos grises y piel bronceada. Vestía un traje caro y un reloj de oro tan ostentoso como su anillo. Los zapatos brillaban lustrosos como recién sacados de la caja. Pero no fue su aspecto lo que más llamó su atención sino su forma de caminar al acercarse hacia ellos y como ella empezó a temblar cuando le vio. El hombre no dijo nada, pero se aseguró de que ella le viera y la sonrió. El rostro de la mujer perdió todo el color volviéndoselo blanco casi transparente. Hasta después de verle entrar en el taxi Hannibal le siguió con la vista. Guardó la tarjeta que iba a darle a la señora Simons con la dirección de un compañero cambiándola por la suya.

 

—Menudo imbécil—protestó David delante de la mujer.

 

Hannibal frunció el ceño. Ese no era el tipo de lenguaje que debía usarse —: ¿Era su marido? —preguntó.

 

—No. Ese era el señor Sáez, el abogado de su marido—explicó el hombre—Perdón, de su futuro ex marido.

 

 

—Me imagino que es lo que quiere el abogado. No es necesario discutirlo ahora. Venga a mi consulta el…

 

—¿Podría ser el lunes?—se apresuró a preguntar la mujer. Su voz sonó esta vez alta y clara.

 

Hannibal recordó que el lunes tenía consulta con Graham a última hora. El resto solía distribuirlo a lo largo de la semana así que supuso que no le desajustaría la agenda demasiado.

 

—Me resulta un poco precipitado, pero pase el lunes y hablaremos. Siempre que le venga bien, Señora Simons.

 

—Hablaré con el juez. Le diremos que estamos en ello —habló David y ella asintió.

 

—Esta es mi dirección —Respondió Hannibal dándole una de sus tarjetas— Venga a las tres. Necesitaré que antes me pasen las trascripciones de los juicios. Prefiero trabajar con un contexto más amplio. —Quería saber donde se estaba metiendo.

 

 

****

 

De camino para recogerle Graham aprovechó a secarse el sudor de las manos en el pantalón cuando paró, en el que le pareció ya el decimonoveno semáforo en rojo.  Hacía ya tres horas que había dejado a Hannibal en los juzgados y había dado un par de clases así que para entonces estaba más que seguro de que la reunión había terminado.  Por fin el semáforo cambió de color y consiguió acercarse hasta donde Hannibal le esperaba.

 

—¿Terminaste pronto? Siento el retraso. Yo...

 

—¿Sabes lo que va a pasar cada vez que te disculpes a partir de ahora, Will? —Le preguntó serio  mientras entraba en el coche y se ponía el cinturón.

 

Graham pensó que tal vez se había enfadado, pero aun así no pudo evitar bromear—: ¿Voy a meter unos centavos en un bote? —respondió sin apartar la vista de la carretera. Parecía estar de buen humor otra vez.

 

—No, tener que salir conmigo, Will.

 

Graham le miró de repente y casi tuvo que dar un frenazo de golpe al ponerse en rojo el semáforo frente a ellos. Hannibal se reajustó el cinturón de seguridad y evitó sonreír al ver como Graham abría la boca y la cerraba de nuevo mordiéndose los labios. Una parte de él quería oírle disculparse de nuevo solo para poder ponerle a prueba.

 

—¿Tratas de ponerme nervioso, Hannibal? —preguntó volviéndose hacia él mientras el semáforo seguía en rojo para ellos.

 

—¿Te pongo nervioso? —preguntó con fingida sorpresa—Verde.

 

—¿Qué?

 

El coche tras ellos hizo sonar el claxon y Graham pegó un bote en su asiento.

 

—El semáforo, Will. Se ha puesto verde.

 

El rostro de Graham fue el que se puso rojo ahora—: Tengo… ten… Tengo que pasar a por unos archivos antes de volver a clase.

 

—Si quieres ve a cogerlos ahora. Te acompaño. ¿Has pensado donde quiere ir a comer? ¿A la cafetería que hay en vuestro edificio? —Hannibal casi podía sentir como se le erizaba el pelo a Graham solo de pensar en comer en un sitio tan lleno de gente. Mientras conducía se fijó en cómo le sudaban las manos. Por hoy ya lo había empujado suficiente. Tal vez.

 

—¿Es ahora cuando vas a alentarme para que empiece a comer rodeado de gente? ¿Vas a obligarme a coger una bandeja y respirar profundamente mientras pido el primer plato?

 

—No, este es el momento en el que te digo que la comida de cafetería no es saludable así como tampoco lo es el sándwich de una máquina.

 

Graham se rio—: ¿Estas probando un nuevo tipo de terapia conmigo?

 

Ahora fue el turno de Hannibal para esbozar una sonrisa—: Sí, se llama vámonos a un restaurante a comer.

 

—¿Y si llego tarde a mi clase?

 

—Lo único que puedo hacer entonces es darte una nota para tu profesor diciendo que estuviste con un médico —Hannibal le vio reírse y no pudo evitar hacer lo mismo. —Prometo que llegaras a tiempo y prometo que solo seremos tú y yo. Nadie más te distraerá. No tendrás que sentir nada que te incomode.

 

Graham asintió.

 

Hannibal le dio indicaciones para que le llevara hasta el restaurante. Graham estacionó. Apoyado en el volante miró a través del cristal hacia el enorme edificio.

 

—¿Es aquí? Tiene pinta de ser… muy caro.

 

El edificio estaba completamente renovado; fachada reluciente, una alfombra roja que subía unas escaleras hacia una doble puerta de cristal que se abría cuando la gente se acercaba, y un par de hombres junto a ellas que se turnaban para acompañar a unos clientes con traje o vestidos elegantes hasta sus mesas. Graham sintió como se le secaba la boca. No le gustaba estar en sitios tan llenos de gente. Les veía y no podía evitar leer sus gestos, sus maneras de mirarle, la inflexión en la voz. Ni siquiera iba bien vestido para aquel lugar. Quería marcharse… Necesitaba marcharse.

 

Hannibal abrió la puerta del coche y bajó sin esperarle—: Hablar de dinero siempre me ha parecido algo rudo, Will —le amonestó.

 

—Lo siento, pero…—respondió Graham mientras se bajaba y se ponía a su altura. Ambos frente a las puertas de entrada.

Hannibal se paró en seco y se volvió señalándole—: ¿Lo sientes? —Graham abrió la boca, pero no le dejó hablar—¿Sabes lo que le pasa a la gente que lo siente? —Preguntó serió.

 

—No…

 

—Que se pasan tanto tiempo disculpándose o pidiendo permiso que nunca llegan a ningún sitio.

 

—Yo he llegado hasta aquí —. Dijo señalando el restaurante.

 

—Lo sé, Will, pero eso es porque tú eres especial —el rostro de Hannibal se suavizó sin dar la menor muestra de que lo dijera con algún doble sentido, sin burlas —Tu puedes ser quien quieras.

 

Graham iba a responder algo cuando las puertas se abrieron. Al entrar el metre le preguntó a qué nombre tenían la reserva y les pidió que le siguieran.

 

—Creí que dijiste que solo seriamos dos como mucho—habló Graham mirando hacia las mesas del restaurante donde parecía que no quedaba ni una mesa libre.

 

—Y así será—insistió Hannibal.

 

El metre les guió hasta un ascensor en la parte de atrás y les dio una tarjeta como las que se usan para abrir habitaciones en un hotel.

 

—Si necesitan cualquier cosa no duden en llamar. Las puertas del ascensor se cerraron.

 

—¿Dónde vamos?

 

Hannibal le miró serio—: A comer. Te lo he dicho hace unos minutos. ¿Pérdida de memoria? —dijo mientras jugaba con la tarjeta entre los dedos. Graham cruzó los brazos sobre el pecho—Solo bromeaba, Will. Supongo que tendré que practicar más con mi sentido del humor. En la última planta disponen de unas salas exclusivas. Conocí al dueño de este restaurante hará unos años en un viaje a Francia y siempre está pidiéndome que venga. 

 

El ascensor se detuvo en su destino y ambos hombres salieron fuera. Los suelos estaban cubiertos por una alfombra roja con dibujos dorados y las paredes parecían de mármol negro con betas blancas. A lo largo del pasillo había varias puertas. Caminaron hasta una y Hannibal pasó la tarjeta.

 

Al entrar lo primero que Graham vio fue una cocina blanca rodeada por una barra de mármol negro. Tenía horno, fogones, una chapa como la que había visto en los restaurantes japoneses y una nevera. Había un par de sillas altas a un lado de la encimera, pero también había al otro extremo de la habitación un sofá blanco con una mesa baja y una mesa de  comedor en el centro con el mantel, platos y cubiertos dispuestos.

 

—Es un apartamento—habló Will.

 

—Algo así. El concepto, según me explicó el dueño, es el poder tener una comida de negocio o cena en un ambiente relajado y familiar. El cliente puede elegir si quiere que el chef suba personalmente a preparar lo que quieras o puedes decirles que lo harás tú mismo.

 

 

Graham no podía dejar de mirar por todas partes; las lámparas de cristal del techo, las paredes, las enormes ventanas de cristal con unas vistas impresionantes de la gran ciudad, el sofá, el televisor....

 

 

Hannibal no solía encender la televisión, pero le vio tan abrumado que pensó que eso le distraería un poco. El canal estaba en el de las noticias.

 

 

—Había pensado en preparar un Coq au vin. ¿Qué te parece? 

 

 

—¿Qué suena muy bien aunque no sepa lo que es?

 

 

—Supongo que es solo un nombre un poco adornado para decir pollo al vino. —Hannibal sonrió.

 

 

—No era necesario que me invitaras. Yo...

 

 

—Tú piensas que no era necesario. Y puede que tengas razón, pero no se me ocurre nadie mejor con el que compartir mi tiempo.

 

 

Ambos se volvieron hacia la gran pantalla cuando escucharon a la presentadora de las noticias: «Hoy hablaremos con las autoridades sobre los últimos asesinos en serie que aun anda suelto y en activo.»

 

—Lo dice como si fuera la noticia más fascinante del año—se quejó Graham.

 

Hannibal evitó contestar. Volviéndose abrió la nevera para sacar el pollo troceado, el vino y el resto de ingredientes para preparar la comida.

 

Graham se acercó hasta él—: ¿Puedo ayudarte con algo?

 

—Claro. ¿Por qué no vas cortando las verduras? —Hannibal puso un cuchillo largo y afilado frente a él—La tabla esta debajo de fregadero.

 

 

Colocó la tabla sobre la encimera y comenzó a cortar mientras seguía escuchando las noticias.

 

«Cada año cientos de personas son asesinadas en este país. Algunas son actos fortuitos en el calor de una discusión otros son planes calculados durante días sino años, pero que es lo que provoca... »

 

—Odio que hagan eso—habló Graham señalando la pantalla con el cuchillo antes de volver a trocear unas zanahorias—deberían de dar las noticias no buscar este tipo de sensacionalismo. Lo hacen parecer algo fascinante cuando no lo es. Ayer a la noche murió una chica en una tienda de fotocopias y gente con la que trabajo hacia chistes sobre la forma en la que había muerto. Y luego soy yo el esquizofrénico que no debería estar en la calle.

 

Hannibal dejó a un lado lo que estaba haciendo para mirar a Graham usar el cuchillo. Lo usaba de tal manera que con cada corte golpeaba la tabla con más fuerza de la necesaria. Veía tanta rabia dentro de él, tanto poder.

 

 

*******

 

 

Él esperó en su furgoneta gris fuera de la zona residencial. Le había llevado varias horas llegar hasta allí e iba a hacer que cada minuto de ese viaje mereciera la pena. Miró la hora en el reloj de oro de su muñeca y esperó mientras revisaba la pantalla de su móvil. Gracias a las cámaras que había colocado por la casa de aquella podía observar a cada miembro de la perfecta familia a la que iba a salvar de sí misma, pero ante todo se vengaría de Graham. Sabía lo que una familia a punto de romperse podía hacerte sentir y sabía quien tenía la culpa de todo. Pulsando una tecla en el teléfono cambio la imagen de la cámara del salón por la del cuarto del hijo.

 

 

Abrió la puerta de la furgoneta y cogió su bolsa apretando la mano con tanta fuerza que notaba como el asa dejaba marcas contra su piel. Recargó la bolsa contra un costado y cogió un rollo de papel de al menos medio metro antes de cerrar la puerta. Caminó un par de manzanas hasta la casa al principio del barrio residencial. Unas vallas blancas rodeaban el jardín. Qué perfectos parecían por fuera.

 

Junto a la puerta de garaje el chaval de la familia había dejado tirada su bicicleta. Disfuncionales, erráticos, montones de hormonas desagradecidas, sacos de carne y hueso pensó mientras se acercaba. Siempre era culpa de ellos. Tenían las típicas luces en el porche qué se encienden cuando alguien se acerca, pero el sabía que esa noche no iban a encenderse. El hombre pulsó un botón de su móvil quitando la función de encendido automático, la alarma y bloqueó la comunicación con el exterior.

 

Hoy iba a dedicárselo a Graham y si era cierto lo que decían sobre su empatía disfrutaría de cada momento de rabia que tenía guardada para él.

 

 

 

********

 

 

Sentado tras su escritorio Hannibal no podía evitar tener la sensación de que algo estaba fuera de lugar como si echara en falta algo. Después de comer con Graham había vuelta a su despacho para dar un par de sesiones y Graham había regresado a sus clases.  Recordó a Will apareciendo el otro día en su puerta sin saber muy bien cómo había llegado hasta allí y le recordó disculpándose por marcharse hacia unas noches y tuvo que reprimir una sonrisa. ¿Tanto te puedes acostumbrar a una persona que la echas de menos? Cogió la estilográfica y la destapó con idea de hacer lo que la psiquiatra le había pedido.  ¿Qué era Graham para él?

 

Hannibal quería que fuera lunes ya para poder tener otra sesión con Graham. Miró hacia el teléfono que tenía sobre la mesa y lo primero en lo que pensó fue en marcar el número de Will. Quería saber que había dentro de aquel hombre que lo hacía ser como era. Aun no tenía claro que quería sacar de él. Tal vez quería ver hasta dónde podía llegar esa empatía febril o que se convirtiera en su igual, un compañero de cacerías con un don. Pensar en ello, en cierto modo, le excitaba. Hannibal escribió compañero en el bloc que tenía delante.

 

—¿Compañero?—susurró sin dejar de pensar en cuantas acepciones tenía aquella palabra. Sonriendo negó con la cabeza antes de coger el teléfono para llamarle.

 

Para su sorpresa Graham le cogió al primer tono.

 

—¿Hannibal?

 

—Sí, ¿te llamo en mal momento?

 

Hannibal escuchó la voz de alguien hablando a Graham desde el otro lado del teléfono: —«Cuando termines baja al garaje. Tenemos varias horas de camino»

 

—Tengo… tengo que marchar con Crawford. Tengo que ir a una escena y llamar a Alana para que vaya a buscar a Winstone y luego yo...

 

Le notó intranquilo, un poco más de lo normal.

 

—Respira, Will. Toma aire despacio y respira. No es bueno estar tan tenso. Solo puedes hacer una cosa al tiempo y yo estoy aquí para ayudarte. «Estoy aquí para que me necesites»

 

—Estoy bien. Solo quiero que Winstone vuelva a casa y terminar este día.

 

—Yo podría ayudarte.

 

—Pero Alana…

 

—Quiero ayudarte—insistió— Es lo que hacen los amigos, ¿no? Puedo cuidar de él.

 

—No quiero causarte problemas ni siquiera sé si… ¿Y si te estropea el coche? Ni siquiera sé si te gustan.

 

—¿Los perros? No más que lo hacían cuando estudia medicina— Dijo mientras le venía una imagen de él tirando los restos de un cuerpo a una jauría de perros en sus tiempos de universidad. Hannibal se rio con suavidad para que pasara su comentario por alto — Solo bromeaba. Esta mañana se portaron muy bien. Ya me conocen. No me darán problemas.

 

—Bien. Te lo agradezco mucho no sé qué haría sin…

 

Hannibal estaba esperando a que terminara aquella frase con un “ti” pero al otro lado de la línea alguien le robó su momento.

 

« Llama por el camino nos vamos ahora.»

 

 

Graham se despidió y Hannibal quedó un rato mirando el bloc. Pasó la estilográfica sin tocar el bloc pensando si tachar o no compañero.  Lo pensó un poco más y añadió debajo “amigo”.   Por ahora lo dejaría así.

 

 

****************

 

 

El coche de Crawford se acercó a un barrio de casas grandes de dos pisos y jardines rodeados por vayas bajas. Las luces de los tres coches de policía que estaban aparcados fuera arrojaban luces azules contra la blanca fachada.

 

Graham bajó del coche y comenzó a caminar hacia la cerca.

 

Un grupo de la científica revisaba cada centímetro de césped, la bicicleta tirada junto al garaje, la barbacoa…

 

Abrió la valla y vio como los policías le miraban de arriba abajo.

 

—¿Qué hace aquí? —Preguntó uno de los oficiales de policía a su compañero.

 

—No debería estar aquí—comentó otro.

 

Graham se llevó la mano al cuello tocando su acreditación de ayudante del FBI asegurándose de que la llevaba puesta antes de mirar atrás en busca de Crawford. Este le señaló hacia la casa indicándole que continuara.

 

—¿Sera cierto? —preguntó alguien a sus espaldas.

 

A cada paso Graham notaba como le observaban, como le juzgaban y condenaban sin saber nada sobre él. No es que no lo hicieran de normal, pero esta vez ni siquiera se molestaban en disimular.

 

Graham miró hacia adelante en el mismo momento un hombre uniformado salía corriendo de la casa tan a prisa que se lo llevó por delante tirándole. Graham cayó sentado.

 

—Tranquilo muchacho—escuchó hablar a Crawford al policía que acababa de tirarle.

 

Aun en el suelo Graham vio que el oficial no tendría más de veinte años. Estaba blanco como un fantasma y se sujetaba el estomago con una mano.

 

—Lo siento…—comenzó a disculparse cuando le vino una arcada. El oficial consiguió apartarse antes de vomitar entre unas flores.

 

Graham aceptó la mano que Crawford le ofrecía para levantarse—Se acostumbrar—.habló Crawford negando con la cabeza.

 

Había algo en la forma en la que Crawford le miraba que le hacía pensar que había algo más que no le estaba diciendo. Entró en la casa y notó un olor a muerte de sangre y carne empezando a descomponerse. ¿Dónde estaba metiéndose?

 

Crawford mandó salir a todos los policías y forenses de la casa para dejarle a solas.

 

La alfombra de piel blanca del Hall tenía un rastro de sangre, dos manchas paralelas que llevaba hasta el salón. Era como si hubieran intentado agarrarse con las dos manos para no ser movido. Graham pensó que encontraría los cuerpos allí, pero el rastro llegaba hasta el centro de la sala donde había una mancha enorme. Con esa cantidad de sangre la victima debió morir allí. ¿Dónde estaba el cuerpo? Agachándose toco la alfombra manchada con el guate y le pareció que aun seguía humedad. Era un poco extraño. Graham se puso de pie y notó algo húmedo caer sobre su hombro y al mirar su camisa se dio cuenta de que era una gota de sangre. Graham apretó los puños sin atreverse a mirar.

 

Otra gota cayó cerca de él y entonces alzó la vista al techo y le vio. Un hombre clavado al techo por varios clavos anchos con los ojos en blanco y la mandíbula desencajada en una mueca de dolor. Graham saltó hacia un lado de la habitación golpeándose el brazo contra el sofá y tragó saliva. No podía ser el asesino que buscaban, Él nunca mataba a los adultos con sus propias manos, menos aun con tanta saña. Podía sentir la ira del asesino, una ira tan grande que solo quería destruir y mostrar al alguien lo que dejaba atrás. Lo que le habían forzado a hacer. Vio caer otra gota sobre la alfombra de piel blanca preguntándose ¿Cómo podía seguir cayendo si habían certificado la muerte de todos? ¿Qué había hecho?

 

—No —murmuró Graham— No sabía lo que había pasado en aquella casa, pero no quería seguir allí. Ese no era su caso. No más de un caso a la vez.  Iba a salir para hablar con Crawford cuando vio una puerta entre abierta moverse. Quiso creer que era la corriente, pero sacó su arma. Despacio se acercó abriéndola un poco con la punta de la pistola Muy, muy despacio giró hacia la derecha apoyándose contra la pared del exterior por si veía alguien dentro. La ventana estaba abierta y volvió a pensar que solo se había movido por la corriente. Se acercó más a la apertura de la puerta viendo entre las rendijas el otro lado de la habitación y lo que vio hizo que se le callera el arma de las manos. El seguro de la pistola estaba puesto y el arma no se disparó, pero aunque lo hubiera hecho ni se hubiera inmutado. No, mientras veía aquella pared cubierta de carteles con fotos suyas en su propia casa. Fotos de él durmiendo con sus perros el día que volvió de dejar a Winston en el veterinario, de él comiendo solo, de él en la ducha… Y sobre todas sus fotos escrito en sangre se podía leer una nota solo para él.

 

 

«Si tuve una infancia difícil y sufrí “posibles abusos” eso me convierte en un asesino. Si tu única familia son tus perros ¿Qué eres tú?»

Notas finales:

Siento el retraso. Estos meses he salido a las mil del trabajo y apenas he podido escribir ni pensar en ello. Ire subiendo el resto de capis. Si quereis comentar algo soy toda oidos. Muchas gracias por  seguir leyendo. 

 

Un super abrazoo


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