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Rival Consanguíneo por Vampire White Du Schiffer

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+ : : Telón II : : +

Rodando, rodando en lo más profundo de una emoción tan súbita que le podría destrozar la seriedad que le caracterizaba sí no medía bien el paso siguiente en el plan precario. El agua en el fregadero seguía cayendo y él apreciaba la alterada imagen de su rostro yéndose por el desagüe. Cerró la llave aún con los hombros encogidos y tomó una gran cantidad de aire. Así es como se sienten las quinceañeras cuando invitan al novio a la casa donde no esté ningún adulto que interfiera, vomitó la idea; claro que su caso estaba muy por encima de esa simple estándar. En primera no era su novio, segunda… pensándolo bien con la primera tenía suficiente. Escuchó la tetera despedir un grito de auxilio y sirvió el café en la mejor taza que tenía. Sacudió la cabeza al imaginarse una pequeña artimaña ¿qué pasaría sí al profesor le…?

—Pensé que necesitarías ayuda –apareció el Sol en medio de la cocina, Kyōya pegó un enorme brinco que disimuló dándose la vuelta para dejar la taza en la repisa.

—No moleste –dijo de modo tajante, por dentro su corazón latía descocadamente, se oprimía su pecho con loca expectativa de deseos carnales. La cocina bien podría servir –. Hable pronto.

—Escucha –dijo tomando una de los bancos que daban al desayunador al que Kyōya le daba la espalda para sentarse –. No te diré quién me informó, pero quisiera saber por qué es que te ausentas los mismos días que yo –fue tan directo al grano que el moreno recibió el rayo en seco y siguió sin darle frente. Ahora el dolor regresaba –, yo ya he pensado en ello y creo que se debe a una coincidencia, ¿verdad? –dejó ir todo aquello con premura y simpatía, tal como siempre hacía ante toda situación, pero aquello enojó a Hibari.

—Tómelo –dijo llevando la taza llena con brebaje humeante y sacó así la voluntad para ponerse al costado del adulto que le miraba con curiosidad.

—Puedes responderme en confianza –le aseguró en medio de una sonrisa despampanante. Surgían problemas en la zona del corazón. Por primera vez, era la primera, que tenía a su profesor tan cerca. Podía incluso llenar las fosas nasales con el dulce perfume que desprendía la piel canela, por un momento las miradas se cruzaron. A Kyōya le pareció perder la cabeza, a Dino le preocupaba tener un alumno tan inexpresivo.

No me mires de esa manera, idiota, como si pudieras comprender lo que pienso.

Fue en ese momento en que la pócima cambiaba de manos. Hibari enarcó una ceja y sacó el juego bajo la manga.

—¡¡¡Ahh!!! ¡Quema! ¡Quema! –el café cayó en los pantalones del profesor. Pero en ningún momento iba a regañar al joven por el descuido, Dino no era esa clase de persona y Kyōya se aprovechó de ello. Por suerte y desgracia, variando el espectador, lo caliente cayó en los muslos.

Kyōya estaba pensando en dejar inválido al maestro con tal de que se quedara allí.

—No te disculpes –dijo Dino mirando el desastre pocos minutos después. Todo empapado. El moreno no despegaba la mirada de la entrepierna madura. Ahora que se percataba bien había algo enorme allí. Malos pensamientos dignos de la edad. El corazón de nuevo era lastimado.

Vino a su mente la burda frase tan cerca y a la vez tan lejos, de nuevo se sentía enfermar. Dino lo notó y fue a poner la mano sobre el hombro del pensador.

—No te ves bien –se reconsideró a sí mismo –. Bueno, yo estoy peor –se echó a reír –. Sí no te molesta iré a tu baño, ¿me podrías decir dónde…?

—Sígame –respondió fríamente saliendo de la humilde cocina para guiar al catedrático por un estrecho pasillo con pisos de madera limpia.

—¿Al fondo a la derecha? –bromeó, pero sólo recibió un gruñido ambiguo. Para el rubio obtener información de éste pequeño niño era difícil. Tanto que se estaba replanteando la táctica. Sería bueno sacarle de nuevo el tema de golpe, o tal vez el golpe se lo llevaría él, porque ¿qué tal sí Hibari sólo faltaba los martes de todos los meses porque tenía labores de otra índole? Visitar a un familiar, por ejemplo.

Cuando Hibari abrió la puerta, cosa que una visita no espera, se quedó quieto el profesor hasta que su mente salía de los pensamientos mencionados para inmiscuirse en unos nuevos.

—¿Qué hacemos en tu habitación? –dedujo rápido porque allí había una cama individual y un estante de libros, todo en impecable orden.

—Entre –respondió nada más, y se mofó por dentro al ver con la facilidad con la que era obedecido –. Aquí le diré todo.

—¿A qué te refieres con todo? –inquirió con algo de susto, ¿qué podría ser tan grave como para no poderlo charlar en la sala?

—Tengo un pequeño problema. –estaban de pie y frente a frente. Tal vez como nunca más estarían.

—Yo puedo ayudarte en lo que sea –ofreció en serio, la verdad es que miró de soslayo el reloj que había en la mesita de noche y se dio cuenta de que ya era muy tarda, de que su esposa ya estaría en casa y le esperaría en cama, así que debía terminar esto pronto –. Pero no podré sino me dices lo que sucede –el profesor se abrió camino con ligera pena, pero al sentarse en la cama se sintió cómodo.

No se dio cuenta de la sonrisa calmada de Hibari que tomó asiento a un lado de él.

+ : : : : +

Al final no sucedió lo que se esperaba. Pero el resultado no fue propiamente un desastre.

—Espero no haber importunado, Hibari –dijo el profesor terminándose de poner los zapatos, el cabello de trigal que llegaba hasta el fin del cuello era precioso –. Que no se te olvide cumplir con tu tarea –dijo burlón y bajó las escaleras para salir del ligero complejo de apartamentos.

El moreno no dijo nada. Sólo al cerrar la puerta tras su espalda se dejó deslizar por ella hasta quedar en el piso. Enganchó ambos brazos y hundió la cabeza entre las rodillas.

—Qué idiota soy –murmuró con extremo rencor –. Jamás podré llegar a algo con él –en sus ojos se vislumbraba una mueca de tristeza, levantó la mirada al techo y deseaba saber con fervor qué estaría pensando el profesor de él. ¿lo vería como un loco? ¿Cómo un estorbo? ¿Alguien sin importancia que sólo visitó porque lo enviaron? Todas las preguntas en caso afirmativo dolían hasta el fondo del alma.

Era débil por la misma razón que su amor era fuerte, al punto que quemaba con la intensidad del fuego solar. Porque se le antojó pensar que en lugar de llegar y hacer el amor con la esposa cariñosa, podría estar terminándoselo de hacer a él. Y sólo a él. No iba a llorar amargamente, hoy no. Pues aún era martes.

+ : : Al día siguiente : : +

Se levantó con el primer rayo de sol. Salió a correr con ganas menguadas por el desvelo y el ayuno. Era una pequeña forma para castigarse por el fatídico error de ayer. Teniendo la única oportunidad de su vida para declarar su amor la desperdició tan vulgarmente como el cobarde que era. Patético.

Recorrió múltiples calles. Doblando las esquinas y escapando del repartidor de periódicos. El viento le pegaba en la cara y el canto de un par de aves era su música instrumental. Tan sumido andaba en esa remembranza que chocó con una persona. El infortunio no podría ser peor para él.

—¡Hi-Hibari-san! –los dos estaban en el piso, uno sobre el otro –¡Lo lamento, en serio!

—Sólo quítate de encima, estúpido –masculló.

Tsuna se quedó realmente sorprendido al notar la flaqueza del moreno. En toda la experiencia que recibía de los relatos de grados posteriores sabía que Hibari era una temeridad. Y ahora que se topó con él se develó aquello de una manera fortuita. Hibari le pareció tan solitario, y de nuevo en Tsuna afloraba un sentimiento prohibido por él.

—Si –respondió el guapo castaño, no cabía duda de que Tsunayoshi era hijo de Dino, tenía algo de su encanto sobrenatural. Los ojos eran ambarinos y tan dulces como la miel. Ofreció la mano para levantar al moreno, pero éste se negó, incorporándose enérgicamente para querer marcharse –. Espere, se lo suplico –dijo con mucho valor reunido –. ¡De verdad lo siento! –inclinó la cabeza y torso.

—Sólo olvídalo, es mi culpa por tomar esta ruta –dijo despectivamente.

El castaño no pudo evitar recabar en cada detalle del cuerpo del moreno. Delgado y con sudor en el cuerpo pegando la ropa ligera de deporte. El sonrojo en Tsuna habría sido detectado en otras circunstancias más soleadas.

—Se-Seamos Amigos, Hibari-san.

—¿Para qué? –escondió el asombro que le causó y miró fijamente al castaño.

—¿Eh? Es que… -casi iba a tartamudear, pero tragó pesado y se levantó –¡Quiero que sea mi amigo! –el astro rey terminó por salir.

A veces es conveniente pensar, en pros y contras, más veloz que cualquiera. Tan cobarde era…

—De acuerdo –contestó cruzando los brazos,  mostrando un ego efectivo –. ¿Y luego qué se supone que haremos? ¿Jugar a la pelota? –se echó a reír ligeramente.

—¿Es en serio? –casi brinca de la felicidad, pero se contuvo para no parecer ridículo –. N-No, quisiera que fuéramos a…

—¿Dónde? –apremió el moreno.

—A mi casa –se encogió de hombros como quien espera ser golpeado, pero al levantar la cabeza descubrió a Hibari con gesto sorprendido –. Tengo un par de videojuegos y quisiera…

—No sé nada de esas chatarras.

—¡Puedo enseñarle! –usó una voz de súplica innecesaria –. Hibari-san, le aseguro que no se arrepentirá de nada.

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Así fue como en su mente de pecador supo que haría cualquier cosa con tal de estar una vez más cerca del profesor que ama y le duele recordar.


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