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Rival Consanguíneo por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

los personajes de Katekyo Hitman Reborn son de Akira Amano.
La idea es de Sadaharu09, mi mujer <3
El fanfic se irá muy rápido. -.-

Rival consanguíneo.

Se sentía el aire húmedo. El olor de sexo. La soledad inmediatamente olvidada desde que llegaron a la habitación del motel barato. Incluso el saber que les cobraba una cuota tan mísera por una cama regular y películas porno en casete. La verdad sabía ser cruel con ellos. Pero es que a estas alturas se amaban tanto que no necesitaban un lecho nupcial como que el que llegó a tener Cleopatra.

Él era un mocoso que apenas sí sabía trabajar de medio tiempo en la biblioteca central.

Él era un asesino de inocencias, de treinta años que trabajaba en una escuela de nombre terrenal.

Seguiría amándolo contra toda la tortura moral, soportaría guardar el secreto. Porque ambos se pertenecían el uno al otro. Desde hace un mes. Y el amor no hacía más que crecer con absurda velocidad de guepardo. Forjándose en la oscuridad de un voto decadente. Besando con verdadero ahínco cada rincón de la piel y alabando cada milímetro del alma ajena. Rasgándose con uñas traicioneras las espaldas de vez en cuando, sólo para recordar que el dolor añade otro sabor.

Se lamieron las puntas de las lenguas. Rodaron por la cama incontables veces. Los corazones estaban llenos de éxtasis. Los dos sabían los componentes que los habían llevado a ser quienes eran. Uno era el rey de la juventud misma; el otro el marqués de la madurez y experiencia.

Serían amados uno al otro hasta el final de la hora pagada. Él le diría adiós. Él otro le suplicaría un beso más. El primero le diría que ya era suficiente por hoy, que se calmara y soportara hasta mañana.

De cualquier manera. Estudiante y maestro, no hay día en que no se crucen en el salón de clases.

Aunque el maestro lleve quince años casado con una mujer bella. Sin importar que el joven dé el consentimiento.  Aunque el catedrático tenga un buen hijo. Sin importar que el estudiante era el amante. Aunque le lleve el doble de edad a ese pequeño amante en forma de puercoespín. Sin importar que si son descubiertos serán devorados por la polis…

Siguieron en la cama hasta olvidar qué era la moral.

+ : : El Telón I : : +

Lo seguía de cerca. Tan estúpidamente cerca que no leyó con claridad el letrero que gritaba con letras rojas «es casado». De verdad que cuando una idea se le metía en la cabeza a Hibari Kyōya era imposible hacerle desistir. Además no había a quién culpar del orgullo que tenía. Hibari prácticamente se crió solo. En la abadía de un pueblo sin nombre y sin gloria, junto con un pederasta condecorado como el sacerdote local. Pero regresando al punto de partida. Algo en serio debía ser bueno como para llamarle la atención. Más para haberle llamado la atención desde la primaria.

El profesor tropezó quince veces.

Éste ya doblaba en la esquina, lo miró con inexpresividad. Lo vio entrar por la reja baja y saludar a Gabo el perro que recién había comprado la familia. Hibari se inclinó en la misma esquina, queriendo averiguar algo más. Sabía que la mascota tenía cercano mes de arribada, que era un regalo por el cumpleaños del hijo del profesor Dino Cavallone. Éste nombre le hizo vibrar de cabo a rabo y terminó por sostener ligeramente la barbilla. Se quedó pensando para tranquilizarse. Cuando levantó los ojos de acosador ya no estaba el profesor.

Era insoportable, ¿cómo es que ese torpe no se daba cuenta de que un estudiante lo perseguía todos los días desde hace meses? En parte era redituable, así Hibari carecía de explayarse en todas las explicaciones que armó entre clases desde que empezó la labor de seguirlo.

Kyōya suspiró y se dio media vuelta, al darla, se topó con una desagradable e impredecible molestia.

—¡Lo-Lo siento! –se disculpó una persona que para Hibari no valía la pena remarcar.

—Hazte a un lado, herbívoro –de paso echó una mirada a todo el grupo de parlanchines que rodeaba a esa pequeña rata de laboratorio torpe.

Tan torpe como su padre.

—¿Hi-Hibari-san venía en busca de…?

—No te interesa –lanzó un par de miradas ad-hoc y partió sin decir nada a los sujetos que también conocía porque iban a la misma escuela que él. Sólo que año atrás. Como a Hibari no le interesaba saber con exactitud sus edades los ubicó por grado –. Más les vale no meterse en mi camino.

Cuando se marchó, dejando al club de amigos en medio de la calle, experimentó el enojo de todos los días. Era frustrante  ver a la persona que desea a un palmo y luego tener que huir para no parecer lo que realmente es. Se debía alejar a la hora de la cena. Ya que no era bien para su bilis escuchar la diversión desprendida del momento familiar.

Repasó en su mente un par de datos.

Dino Cavallone no debía pasar de los treinta y cinco años. Sus cabellos eran dorados y el mirar pardo causaba en Hibari espasmos de dolor. Se detuvo cerca del parque de juegos y miró por el rabillo del ojo a un niño y un padre lanzando una pelota de beisbol. Cierto, información vital. Le doblaba la edad, fácilmente podrían pasar por lo mismo. Era su profesor de inglés. Sabía que su profesor amaba los dulces, sobre todo el chocolate caliente. Tenía perfectamente memorizado el color de todas las corbatas que Dino usaba. Incluso por puro cálculo cayó en la cuenta de que el profesor debía tener bajo la ropa un cuerpo perfecto. Sí. Ya olvidó el asunto de la edad, desear a una persona no hace daño a nadie. Estaba casado desde hace varios años con una mujerzuela, no pueden culpar por denominarla así, de nombre Kyoko que no hacía nada más que los labores del hogar. En lo que respecta al patoso hijo en común, bueno ese se dio gracias a que estaban casados y nada más. Eso se decía Kyōya todas las noches. En ocasiones a cada segundo. Conforme pasaban las vivencias el estudiante se sumergía en una esperanza precaria. «Algún día se aburrirá» Soñar no hacía daño a nadie.

Salvo a él. Porque el deseo a veces era tan estoico que le impedía pensar.  Tan imponente que le orillaba a masturbarse incluso en la escuela, justo después de esa clase. En un cuarto que gracias a su influencia mete-miedo había ganado. Un lugar rodeado de privacidad. Lo necesario para no preocuparse por gemir sin control imaginándose ser poseído incoherentemente por un sujeto que tenía la vida resuelta.

Y hoy regresaba a casa después de la faena diaria. Botó la mochila en el suelo de madera. No esperaba que alguien saliera a recibirle o a echarle en cara «Llegas tarde, idiota». Xanxus tenía años que no vivía con él. Así que alabada sea la emancipación.

Mañana tendría que faltar a la escuela. No tenía sentido asistir porque todos los martes de cada mes el profesor de inglés pedía permiso para sumar treinta días a su vida conyugal. El divague le costó una revoltura de estómago. Su imaginación era tan fuerte que pensó en el restaurant al que debía llevar a la familia para pasar la velada. Y después, cuando el mocoso se fuese a dormir, ellos dos, marido y mujer, quedarían solos en la comodidad de la alcoba nupcial para…

Amaneció. Hibari tenía un dolor en el estómago. Definitivamente era martes.

Y como cada mañana solía hacer, rezó porque todo el mal existente en el mundo cayera sobre Cavallone para así poder ir a decirle «Idiota, tómame y olvídate de lo demás»

+ : : : : +

El profesor estornudó con fuerza por tercera vez en la hora.

—Papá, por favor, abrígate que te…

—Sí, sí, Tsuna –estaban ya en la puerta, irán a las plazas para vagabundear todo el santo día. Puso la paternal mano sobre los cabellos castaños de su vástago, su orgullo, el primogénito de la familia Cavallone para sonreírle y así calmarle –. Kyoko, apresúrate~

La mujer era guapa, Cabellos largos entre naranja y rubio. Tal vez un tono manzana. De buena fisonomía y gesto amable.

—Esperen –les dijo antes de bajar por las escaleras, pues sonó su celular y contestó al segundo timbrazo. Con el paso de la corta charla la mujer se debatió entre la preocupación y no querer aparentar eso mismo, pues su familia compartió la enigmática problemática –. Lo lamento –dijo en un murmuro –. Mamá enfermó, debo…

—No es necesario que lo digas –intervino el sol de la casa, el guapo hombre de treinta años que no hacía más que brillar con intensidad y belleza –. Siempre podremos ir a pasear todos juntos otro día.

Tsuna que vestía pantalón de mezclilla y sudadera verde con amarillo ya se empezaba a quitar los zapatos.

—No iré –soltó con eco dubitativo. Ambos padres se extrañaron al escucharle así, a su hijo de quince años –. Recordé que tengo tarea.

—Ninguno de los dos te cree –dijo Dino, mirándolo con ligero reproche –. Pero vale, yo iré con mamá –dictaminó sin problemas. El profesor de secundaria estaba, siempre, hecho un dios en la mundana tierra. Cualquier ropa hacía resaltar su infinita perfección.

Salieron y dejaron todo atrás. Kyoko sostenía la mano de su esposo y caminaba rápido. Por suerte la suegra no vivía lejos, pensó Dino. Y ahora fue el celular del mencionado el que sonó.

—¿Aló?

Profesor Cavallone, lamentamos interrumpirle en su día de descanso, pero debemos pedirle un favor.

Miró a Kyoko, ésta asintió sin palabras, comprendiéndolo.

—El que usted desee, director –dijo en medio de un suspiro.

Necesitamos que vaya a visitar a uno de sus alumnos. Hibari Kyōya de último año.

—¿Qué sucede con él?

En cuanto lo sepa, probablemente, se extrañará igual ¿le encomienda alguna tarea extenuante al alumno Hibari todos los martes?

+ : : : : +

Petrificado. Cual piedra fosilizada. ¿Por qué hoy precisamente que moría en cama por el dolor de estómago de todos los martes tenía que recibir visitas? Y ¿Por qué esas visitas tienen que ser de tu profesor? ¿Del que tanto estabas deseando saber? ¿Por el que golpeabas las paredes y lloras en las noches?

Pues bien, aquí está tu oportunidad, Hibari Kyōya. No la desperdicies.


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