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Rival Consanguíneo por Vampire White Du Schiffer

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+ : : Telón IV : : +

El hecho de que una persona viva, es probable, que esté lastimando la existencia de otra. De todo fonema articulado, la verdad así era. El espejo era sincero en cuanto a eso. El reflejo rendía ridículas oraciones. Y no había nada de lógico en la blasfemia que gritaba. Nadie más que uno mismo puede percatarse de este hecho tan mundano.

Molesto trozo de vidrio, tan ligero y filoso que le cortaría las venas con el roce adecuado. Los faroles no eran suficientes. La soledad y la melancolía recaía en saberse tan desdichado y pútrido en la esquina de su alcoba.

Qué triste se puede escuchar el torrencial de mayo. Qué feliz puede llegar a vivir una mascota frente a la hoguera. Y qué delicado es el cuello cuando se le aprieta con ambas manos.

No había día en que dejara de lado esas absurdas ideas. Se sentía insuficiente para laborar fuera. Tan débil para buscarse una vida lejos de la escuela. Aunque a sus dieciséis primaveras valía igual que los demás homólogos, bueno, aún era pronto para declararlo pragmáticamente.

—¿Cómo te sientes? –más sí la estrella en el cielo, que es un hueco por donde la luz celestial se hace saber, te sonríe de esa manera tan impactante a pesar de que la luna reine la mitad de las horas, es un lujo que pocos humanos llegar a conocer y a saborear de la manera en que Hibari Kyōya lo estaba haciendo en este momento.

—Si –fue un murmuro; estaba enroscado en el fornido plato hecho de piel candente. La lluvia no caía, y eso era excepcional porque ya era el mes correcto, o tal vez el moreno estaba mareado y ya perdía la concepción del tiempo.

Por dentro deseaba que nadie los viera.

—Faltaste a clases –comentó sin regaño impreso, una voz sin querer ser indiferente pero que para el estudiante lo era, y por ende, cortaba el aire de una tajada sádica.

—No me sentí con ganas –fue la pronta respuesta; no se veían almas humanas en las calles. Sólo un perro negro con ojos de colores que olfateaba un bote de basura con comida podrida.

—Debería poder hablar con tus padres –en eso doblaron por la esquina para encontrarse con el conjunto de apartamentos.

—Bájeme –dijo en tono de casi orden, cosa que causó gracia en el mayor que encogiéndose de hombros obedeció lentamente.

Kyōya jamás se había sentido tan acongojado. Soltó un suspiro inentendible y caminó delante del profesor.

—Ya no debe inmiscuirse conmigo –comentó el estudiante, dándole la espalda –. Sólo…

—¿Puedo pasar? –preguntó inclinándose, porque, Zeus, era demoniacamente alto –. Necesito hablar contigo esta misma noche.

—No.

—En el callejón…

—Pare sus cavilaciones –Hibari estaba en problemas, le faltaba el mismo aire cortado y no se iba a recuperar nunca. Memorizó con ahínco el olor de Dino Cavallone para siempre en su nariz –. Lo que dije allí, no tiene porqué causarle revuelo.

—No me lo causa –dijo y el frío caló los huesos del moreno.

—¿Entonces? –le miró de soslayo. Era tan ambiguo lo que sentía en esos momentos y por lo mismo hiriente.

«Vete. Y no vuelvas a querer ayudarme.

«No te atrevas a quejarte, te quiero y ya. Quédate para que te lo demuestre.

¿Cuál debería decir?

¿Le ampara la razón?

+ : : : : +

—Seré breve –comenzó el maestro, sentado en el sillón individual mientras Hibari era renuente respecto a seguir de pie.

—Acabe ya.

—Sabía que me seguías, o que alguien lo hacía –ah, con era eso, pensó el estudiante y en seguida apretó los dientes contra el labio inferior –, desde hace varias semanas pero –se acomodó el cabello al rascarse la cabeza – no creí que sería buena idea interrumpirte la andanza.

Incluso esa amabilidad torpe lastima. Las llamas quemaban el borde del corazón, encogiéndolo. Incluso sí esto era algo prohibido, Hibari estuvo a punto de repetir lo mismo que hizo en el callejón. Pero sabía que eso causaría sólo más problemas, así que junto los puños hasta hacerlos temblar.

—Y lo que pasó después.

—Ya le dije que debe olvidarlo –estaba enojado. El momento tan encantado y tan corto no sería suficiente para Hibari, pero no sabía sí moverse sería algo sabio. Sus fuertes sentimientos alteraban sus acciones.

—¿Y qué es lo que tú quieres?

—Es lo que menos importancia tiene.

—Apenas ayer me confesaste querer cambiar tu suerte en la escuela. Es más –se levantó casi dispuesto a irse –, prometiste intentar templar tu carácter –se sentía pésimo pareciendo el padre de un chico desubicado. Y decidió contarle su manera de ver las cosas.

Así de descarnado fue. Pero no quedaba de otra. Además, en su temprana juventud, recordó, había besado chicos sin problema. Y esta  no era la primera vez que un estudiante se le declaraba. Sabía cómo solucionar esto, muy a su patoso modo, ya saldría bien del problema. Otra vez. No cambiaría a Hibari de escuela, eso siempre le parecía cruel expulsar a un pupilo por ese simple hecho. Lo que el maestro no sabía, o no quería entender, era que Kyōya no era cualquier estudiante, y que no existía otra cosa más cruel que verlo de la manera en que él lo veía: un muchachito inmaduro.

—¿Eso represento para usted? –dio un paso al frente –¿cree que yo hago esto por causas superfluas? ¿Acaso piensa que yo no he intentado disolver lo que siento aquí? –se tocó el pecho. Era ya el momento de desahogarse –. Pues lamento decepcionarlo –gritó –, pero estoy harto de vigilarlo todos los días, de saber que en las noches se escurre en la cama con su esposa, de imaginar lo que le hace –fiero animal disfrazado de pudorosas lágrimas – de tener la certeza de que para usted no soy nada, más que un estudiante simple; simplemente ya no lo soporto –retrocedió moviendo la cabeza de derecha a izquierda –. Usted jamás entenderá lo que significa para mí verlo, tenerlo en mi casa y pensar con tonta esperanza que se preocupa por mí. Pero no es más que una ilusión, porque en cuanto abra esa puerta volverá a desaparecer de mi vida, se convertirá en aquel objeto inalcanzable que nunca volveré a tocar, ni a besar. Regresará a ser la imagen que uso en las noches para conciliar un sueño que es roto al sonar el despertador, recordándome que es un nuevo día en el que deberé enfrentar al Foro, enfrentar a un maestro que no presta atención a nada más que al reloj que anuncia el término de la jornada.

—¡Hibari, por favor, ya basta! –no fue lo suficientemente alto como para sofocar la voz del estudiante. Éste terminó por ir a la cocina, Dino, por primera vez siguió sus instintos y le siguió.

—Déjeme exterminar con la boca que lo mancilló, entonces –dijo agarrando un  vaso de vidrio, azotándolo contra la tarja para tomar un trozó del espejo burlón y encajarlo en los labios de carne lozana.

—¡Detente!

—¡Debo sangrar para demostrarle que también soy humano! –todo un torbellino.

+ : : : : +

Había deseado morir esta mañana, tal y como las demás, pero ahora anhelaba continuar en el piso, con el profesor abrazándolo y diciéndole que todo estaría bien. Que ya no estaba solo porque se quedaría con él toda la noche.

—Jamás quise ofenderte –Cavallone tenía un solo defecto, que no había verdadera maldad en él.

Kyōya sentía dolor corriendo por las mejillas.  Vergüenza. Y el trozo de su otro yo le cortó la mano. El profesor se apresuró a curarle, y ponerle las vendas que encontró gracias a las instrucciones del alumno.

—No es bueno en esto –comentó el moreno ajustándose las vendas de modo correcto.

—No soy bueno en muchas cosas –dijo ligeramente ofendido, pero seguro de que era verdad –. Eres realmente… un idiota –Hibari le lanzó una mirada fiera –, no me retractaré, eres tan incoherente que…

—Absténgase –se terminaba de limpiar las lágrimas con la manga de la camisa blanca.

—¿De verdad te gusto tanto? –la pregunta causó obvio sobresalto.

—Deme un beso.

—¿Qué dijiste?

—No, nada –se apartó del banco de cocina –. Será mejor que vuelva, su familia debe estarlo esperando.

—Hibari, sí hubiera algo que pudiera hacer por ti, cualquier cosa, sólo dilo.

Ya en la puerta, Hibari detuvo por el antebrazo al profesor.

—Llámeme por mi nombre, de nuevo –dijo bajito y con la mirada directa al piso.

—Kyōya, lamento no ser lo que esperabas.

—Es más de lo que merezco –desprendió una ligera sonrisa, una no de felicidad, sino de sarcasmo, pero sea como fuere, era un signo ajeno a la naturaleza normal de Hibari, uno que por lo menos era divisado por el profesor hasta el día de hoy y que removió algo.

Una serie de tuercas se ajustó y los engranes se echaron a caminar.

—Sí pudiera cambiar algo para verte feliz… -no se fijó calculadoramente hasta dónde podría terminar dicha oferta. Y el que ofrece, está obligado a responder.

—No todo puede ser como uno desea –alegó el moreno ya despidiéndole.

—Pero puedo hacer algo –dijo con una perplejidad que sufren los iluminados.

+ : : : : +

Escucha, Kyoko, hoy no podré llegar a dormir, se hizo tarde y no quiero aventurarme en las calles.

Fue la mentira pionera. El parteaguas de lo que se avecinaba.


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