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Trilogía por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡Hola! Pasó por aquí a dejarles otro capítulo, un poco más... ustedes juzgarán.

Disfruten de la lectura :)

Saga había salido de misión esa mañana. Había dejado el Santuario sin despedirse, aunque no le parecía raro debido a la discusión que habían llevado a cabo la noche anterior. A veces los celos ganaban a la cordura y  dejaban que toda la mierda acumulada se destapara, como siempre, era él, el de los reproches, las recriminaciones, las ridículas quejas de abandono…el pan de cada día; los amantes compartidos.

 

Subió dos Templos.

 

Digamos que encontró más de lo que había ido a buscar… y eso que no participaba directamente.

 

Pensaba pasar su tarde de ocio molestando – por así decirlo – al quinto guardián de Athena. Escurridizo, como sólo las mentadas sombras le habían enseñado, se deslizó por el Templo, dibujando su abstracta figura en las paredes reflejadas por las antorchas. Nada.

 

Un jadeo.

 

¡Bingo!

 

Aioria estaba ocupado ¿Con Milo? ¿Camus?… Ninguno, aquella desnuda figura era la de Aioros ¡menuda felación le estaba haciendo!

 

Se aferró a la columna que daba acceso a la sala principal de los privados del León y su corazón palpitó con fuerza, tratando de que su cosmos que había sido desestabilizado por tremenda imagen, se tranquilizara. Se ocultó bien, buscando el mejor ángulo para su nuevo fetiche… espiar la pecaminosa follada de los hermanos Sfakianakis.

 

Sus sentidos fueron envueltos por los sonoros gemidos que emitía la garganta del mayor de los castaños. A veces más ronco, a veces más suave…siempre fuerte y endiabladamente pornográfico… Conocía esa variación en sus jadeos; estaba por acabar.

 

La entrepierna le apretó al grado de comenzar a dolerle, se mordió los labios para evitar gemir mientras observaba como Aioria apretaba los muslos de su hermano y movía su cabeza, perdiendo el miembro al completo en su boca. Nunca se había puesto a observar con detenimiento – perdido siempre en su propio placer – el rostro de Aioros, las muecas y contracciones que ejercían los músculos de su rostro, mientras cerraba sus ojos, apretando con fuerza sus parpados, la boca ligeramente abierta, por donde se escapaban los últimos vestigios de pasión.

 

Liberó su miembro de la opresión de sus pantalones, estaba al límite de la locura y Aioros contraía sus extremidades arqueando ligeramente su cuerpo al acabar.

 

¡Dioses!

 

Le bañó el rostro literalmente y el muy sucio de Aioria lamía con gusto, pasando su lengua por la comisura de sus labios. Quiso gritar y correr para acabarle él también, pero se contuvo, después de todo, esto, recién comenzaba.

 

Sus pieles se rozaban, produciendo un vacío, como si sus poros eran ventilas que succionaban la piel del otro, el brillo de la luz que emitía la lámpara le daba un efecto aceitoso, producto del sudor que se les escurría por aquellas pieles bronceadas como Grecia bajo el sol. Él era un poco más tostado que Saga, pero aun así, eran demasiado pálidos a comparación de esos dos.

 

—Date la vuelta…

 

Arqueó una ceja, no pensaba que el gatito fuera tan sumiso, obedeciendo cual clérigo a su Dios. La figura imponente de Aioria, arremetía contra la pared de su Templo, mientras sus caderas golpeaban con fuerza y su trasero enrojecía ante las embestidas de Aioros.

Los jadeos a coro comenzaban a agobiarlo, su mirada había perdido todo brillo verde, ahora solo era una gran masa de deseo negruzca, sus pupilas comían a cada instante más y más, tatuaban en su mente, los golpes, los gestos, las manos que viajaban sin control… de arriba hacia abajo… de abajo hacia arriba. Sin control.

 

Arañaban. Gemían. Se llamaban Aioros… Aioria…

 

¡Era tan sucio! Así como él gemía – Saga, Saga – sin control alguno de sus pensamientos, pero esto era mejor, esto era realmente bueno, era lo peor de lo peor

 

¿Él y su hermano acaso no?

 

Aquí participaba Aioros. El buen Aioros, alabado y virtuoso. El Santo intachable, místico, mártir de los desposeídos, el Santo ejemplar y fiel… el mejor hermano.

Aquí estaba Aioros, hundiéndose en la enajenada perversión.

 

Sus sacudidas obligaban a Aioria a casi quebrarse de placer, mientras su cuerpo era bañado de besos salados y palabras obscenas… Aioros era el Santo ejemplar, héroe entre héroes…

 

Una vez más perpetuado a sangre y traición.

 

Se lamió los labios casi saboreando los besos que se daban, casi sintiendo la saliva caliente, su mano se movía con frenesí en su sexo, quería gemir sin control, quería agarrarlos por los cabellos y obligarlos a que acabasen con su tortura.

 

«Eres un demente Kanon, un jodido demente»

 

Gimió, sí, lo hizo. No pudo contener todo el aliento en sus pulmones, gimió, pero poseídos como estaban, los hermanos no parecieron percatarse, su corazón se disparaba y bombeaba feroz en su pecho, eran tal que pronto desfallecería, estaba seguro.

 

—Te amo Aioros… te amo…

 

Se heló. Detuvo todo lo que hacía, para observar como el gesto de Aioros cambiaba radicalmente ensombreciéndose, incapaz de poder responder. Él sabía que no lo haría, porque ese guarro amaba a Saga tanto como él.

 

¿Realmente lo amaba, o el placer lo obligaba a decirlo? Aioria era un pequeño confundido, adicto a su hermano, pero no le bastaba para saciar su vigorosidad, entonces allí aparecía él y todos los demás. No los iba a nombrar, ni pensar en qué era lo que llevaba a Aioria a decir que amaba a su hermano.

 

No estaba para pensar. Sino para disfrutar.

 

Un profundo gemido lo regresó de nuevo a la acción, Aioros daba las últimas embestidas, mientras levantaba su pierna derecha y la apoyaba sobre el sillón, tomaba el miembro de su hermano para acabar juntos.

 

Fue allí, que Aioria sonrió y clavó su esmeraldina mirada en él, pérfida y sobradora.

 

Siempre supo que estaba ahí, disfrutando como voyeur del espectáculo. Kanon mostró la sonrisa más soez que tenía, mientras sus pupilas se clavaban en Aioria, lamiendo sus labios.

 

«Ésta va por ti»

 

La frase entró vía cosmos, electrificando el cerebro del castaño, produciendo una descarga que bajó por la columna y estalló en todo su cuerpo. Aioros gemía sin control mientras de derramaba dentro y él, sin despegar sus ojos de Kanon, vio como el semen del gemelo se disparaba junto al suyo.

 

Una  sacudida casi lo hizo ir de buces al suelo, y el revoltijo en su estómago, le obligó a devolver todo lo que tenía en él.

 

 

«¿Por qué te hieres así Kanon? ¿Por qué te humillas así?»…

 

•○•○•○•

 

¿Dónde están sus alas?

 

Sin poder saciar un vuelo efímero a donde la pudrición de todo lo que los rodea no los alcance, que deje libre aquel deseo de amarlo y que contiene para no condenarlo a la inmundicia de su mezquina identidad y prejuicios de caballeros virtuosos e hipócritas, de aquellos que mueren por tener lo que tú tienes, amor, amor y nada más. Aquellos que venderían su alma al mejor postor, si con ella llenan el espacio vacío que el amor no les otorga, como sí a ellos, como sí a él, a quien ama con locura y pretende idolatrar, aquel cuyo ser pretende idealizar y magnificar a través de su pura y esmeralda mirada, aquel que también ha de amarlo como nadie pudo amarlo antes, aunque no pueda corresponder sus sentimientos, lo ama tal cual él es, lleno de sangre y muerte que pocos podrían cargar y él camina bajo la sombra de aquellas miradas que aún se entrecierran en suspicacia. Perdones superficiales.

 

Como es difícil perdonar… como es difícil cuando ellos no saben todo, ellos nunca saben todo… la misericordia de los pecadores.

 

Y el llanto de los hermanos.

 

Como es difícil comprender que el que se humilla tras la migaja de su hermano es él, el que se arrastra buscando la luz que genera su figura, la luz que pretende liberarlo de todo mal, es él. Como es difícil reconocer que la obsesión controla su vida y los bajos instintos lo arrastran a degradarse por algo de comprensión… comprensión.

 

Comprensión…

 

Algo de amor, algo de dolor, un castigo, dos, tres.

 

Un castigo, un amor, una venganza…

 

El llanto de la soledad…

 

Como es difícil entenderse, cuando se perdió a sí mismo, el camino y el destino.

 

Kanon corrió a su Templo, desorientado por aquella frase que Aioros le lanzó…

 

¿Por qué se hería así?

 

Humillación… él sólo quería amar a Saga, él sólo quería un poco de su amor…

 

—Hijo de puta… Llora, hazlo, llora hasta que el yugo del tiempo no nos alcance y nos permita al fin y sin dolor, ser simplemente, nosotros...

Notas finales:

Sé que la última parte quedó bastante confusa, pero es simple si le dan una leidita más: Kanon ama a Saga. Algo obsesivo, algo morboso, pero lo ama, y ante la imposibilidad de demostrar que sufre, se "humilla" ante su aparente perversión. No es más que una mascara para disfrazar su lado frágil.

Bueno, espero hayan disfrutado la lectura. Lo sé, cada vez lo enrriedo más u.u pero iré desenmarañando todo ¡lo prometo!

Gracias por leer.

 


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