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Trilogía por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡Hola! ¿No están felices? ^^

Aún estoy emocionada por el primer capítulo de SoG y es qué hacía tiempo que un nuevo proyecto de Saint Seiya no me emocionaba así. Creo que desde la animación de Hades y los mangas de Lost Canvas y Next Dimension.

Pasaron Tenkai-hen Overture, Omega y Legend of Sanctuary... Hasta por fin ver algo que me emcionara hasta las lágrimas... oh sí, saben lo sensible que soy, sobre todo si se refiere a SS.

No quiero hacer spoiler pero bueno XD verán que tuve un derrame de ideas al ver este capítulo... 

Entendería si Lifia se termina enamorando del bello (y flaquito) Aioria XD

Solo me da pena pensar que Kanon no fue revivido :( 

Bueno, espero que esten tan felices como yo, o que al menos, pueda contagiarles un poco de mi felicidad-fanatismo :D

Espero disfruten de la lectura.

 

El Santuario era diferente por aquellos tiempos, no estructuralmente, pero si emocional. Géminis y Sagitario habitaban sus Casas, Mu, Camus así como Aioria y Milo, eran unos pequeños y despreocupados aprendices que disfrutaban la compañía mutua. Saga y Aioros afianzaban su amistad cada día un poco más. Todo era plenitud y felicidad.

 

Todos menos él, todos disfrutaban menos él, que debía vivir relegado a las sombras de un Templo putrefacto. Al eclipse de su hermano y la maldición de los gemelos, lo peor era el brillo negado de la Armadura de Géminis ¿Por qué no buscaban la justificación de sus actos a los suyos propios? Nunca nadie vería su punto de vista, porque no les interesaba, no les convenía indagar en sus propios errores. El Santuario decidió, por una norma o miedo irrisorio, que él no debería, siquiera, existir.

 

—…Pero pese a todo, yo te protegeré, eres mi hermano…

 

Catorce años tenían cuando comprendió que necesitaba de Saga más allá de ese amor de hermanos. Catorce años tenía cuando lo besó y le hizo el amor por primera vez…

 

Saga, su hermano, se desvivía en disculpas de actos que ya no valían la pena. No le interesaba que le perdonasen por el pasado. Lo que le molestaba es que pudieran caer en el mismo error una vez más, no soportaría saber que el futuro guardián de Géminis, cuando decidiera aparecer, tuviera un gemelo al cual ocultar por estar maldito. Kanon necesitaba saber que él fue el último error del Santuario, que con él, se lavaron todos aquellos errores que guerreros antiguos tuvieron que padecer – como él – necesitaba escuchar de los labios de la mandamás, que los gemelos dentro del Santuario tendrían los mismos derechos y que sea la Armadura de Géminis quien decidiera mediante un duelo y juicio justo, a su portador. Y si estaba en su voluntad, como  ocurría en esos momentos, compartir tan dichosa responsabilidad.

 

—… Sólo por ti soporto todo esto, sólo por ti Saga…

 

Sus besos… sabían tan bien, eran tan perfectos, tan húmedos y ardientes, tan sinceros… sus besos, que suaves eran, que apasionados, que ricos.

Sus besos… ¿Cuándo fueron que se convirtieron en su adicción?

 

Con eso, Kanon estaba satisfecho, con eso podía descansar tranquilo  de que sus errores pudieron contribuir a un futuro mejor y más equitativo, sin mascaras ni sombras, sin maldiciones ni destierro.

 

Desde aquel acantilado tan suyo como el mar Egeo, observó la prisión de roca en la que alguna vez, planeó asesinar a su hermano y a su Diosa. Sonrió mediante regresaba en sus pasos y el Santuario se alzaba a su vista, había tomado una decisión que cambiaría su vida y la de su hermano, tal vez para bien, tal vez para mal si es que Saga así lo entendiera. Pero realmente y después de tanto tiempo, sentía que estaba en paz con sus pensamientos.

 

—¡No entiendes! ¡No me importa la Armadura, el Santuario ni Athena! ¡Me importas tú, sólo quiero que tú seas el que brille por encima de todos ellos!

 

Le dolía golpearlo como si él mismo recibiera tales golpes, como si fuera  su cuerpo el que magullaba, pero necesitaba despertar a Saga, que comprenda que él era  la persona indicada para comandar toda esa manada de inútiles y aunque fuera a la fuerza, le haría entender que ellos tenían el poder y el valor para gobernarlo todo…

 

Todo.

 

Caminó por las empinadas escaleras que le dirigían a su Templo, aquel que ahora lo recibía como un  guardián más y lo primero que vio al ingresar, fue la caja de Pandora de la Armadura de su hermano. Sí, Géminis era de Saga, siempre fue de él y así estaba bien, a su hermano se le veía mejor, resplandecía más magnánima cuando Saga la portaba, incluso resonaba feliz y eso le hacía bien, Géminis siempre supo que a pesar de las maldades que él infiltró en Saga, su gemelo poseía un corazón tan puro y lleno de justicia, tan bello y noble.

 

—Estoy seguro que también te extrañaré—dijo acariciando la caja, mientras sentía pequeñas descargas cósmicas, algo melancólicas de la Armadura, como si sabía que se estaba despidiendo de ella.

 

Los labios rotos eran algo así como una droga, certera y letal. Lo aprisionó contra las columnas de aquellas ruinas donde solía entrenar a la vista de nadie, lo aprisionó tan fuerte que sus dedos perdieron todo su color y las muñecas de Saga enrojecieron enormemente. Mordió una vez más el labio mientras succionaba su sangre y la mezclaba con la saliva de ambos, el beso era brutal, aflojó el agarre cuando sintió que Saga se rendía y correspondía con igual ferocidad a sus labios, lo tomó de la cadera pero su hermano, hábil como sólo el tiempo le había otorgado, lo volteó y cambio los roles del juego… Saga orbitaba entre la cordura y la demencia, sus ojos enrojecían, mientras despojaba de sus ropas a su hermano y lo penetraba como nunca lo hizo con nadie más, mientras sus cabellos se teñían grises como las nubes sobre ellos y gemía como poseso, dejándolo sin voz, por el dolor, por el placer… por su victoria…

 

Un brillo intenso salió de la Caja mientras ésta se abría y dejaba ver a la imponente Armadura, con sus gemelos entrelazados y sus dos mascaras algo tristes, resonaba… le despedía. Kanon entendió el mensaje, se agachó en chunchillas, mientras acariciaba el bello metal, sintiendo como su propia sangre resonaba junto a la Armadura, se inclinó  y depositó un beso sobre el centro del casco, evitando así el mensaje de poseerla una última vez, con el beso bastaba.

 

—Despídeme de Saga, y protégelo como hasta ahora… nunca dejes de hacerlo, nunca dejes de proteger al ser que más amamos en este mundo—sonrió—¿Es así no? Ambos amamos a Saga como a nadie—.La Armadura emitió un brillo intenso, asegurándole que así era, que lo protegería… y a Kanon también.

 

El casco comenzó a emitir un brillo constante, mientras de él salía una gema, que se ubicó alrededor del cuello de Kanon como un collar. El gemelo tomó el objeto entre sus dedos asombrado, para después sonreír.

 

—Eres terca… gracias.

 

Lo vio partir, la tristeza hondaba como las olas que le llegaban a la cintura ya… lo último que observó fue su capa…

 

Había conseguido envenenar con su odio a Saga pero, ¿a qué precio?

 

Después de ello la Armadura volvió a reposar dentro de la caja, cerrándose y dejando de emitir el brillo cálido que hasta ese momento envolvía a Kanon, ahora llevaría ese brillo, ese calor donde quiera vaya, junto a la gema en su pecho.

 

Kanon salió del Santuario como alguna vez había ingresado; en el más absoluto anonimato.

 

•○•○•○•

 

«¿Recuerdas que una vez te dije que siempre estaría contigo? ¿Qué a pesar de las distancias y de los miedos, ahí estaría para protegerte? Bueno, con esto estaré presente en ti, seré parte de ti, y nunca te sentirás solo ni triste, nunca sentirás miedo o desolación, porque ahí estaré, en tu pecho para ayudarte a levantar la cabeza y sonreír, para abrazarte y darte ánimo, recuérdalo siempre Aioria, aunque no haya luz, aunque hayas perdido tus sentidos… a mí nunca me perderás.»

 

De su cuerpo nunca se separó, hasta ese día, que molesto consigo mismo lo aventó lejos, lejos de su vista, de su cuerpo, de su vida.

 

En el Quinto Templo, solo, Aioria no olvida qué, quien lo hizo acabar, fue Kanon… que fueron los ojos verdes del gemelo clavados en su alma, mientras lo observaba sonreír con lasciva y victoria.

 

Ahora estaba desesperado porque no lo hallaba en ningún lado, porque la rabia lo había cegado a tal punto de deshacerse del único objeto que apreciaba como una vida más.

Y es que su vida entera era un desastre, incapaz de poder ser sincero con él mismo, con su hermano y con los cabrones de los gemelos. Tenía que entender qué, quien se estaba pudriendo, era él.

 

Todo sería más fácil si cada uno decía la verdad. Pero preferían ocultarlas entre mascaras de bajas pasiones y pecados anti natura.

 

Todo era un desastre y si no llegaba a hallarlo, estaba seguro perdería la cabeza. Porque estaba seguro que era lo único que mantenía a raya su cordura, su estabilidad. Y si no lo hallaba, todo se iría al carajo.

 

—¿Un mal día?—escuchó.

 

—¡No molestes!

 

Se sobresaltó y horrorizó al notar quién había hablado. Dio un brusco giro encontrándose con la siempre impávida mirada de Camus, quien no parecía molesto por el desaire que le había hecho.

 

—Camus… disculpa, no quise…

 

—Descuida—lo interrumpió—.Yo debería disculparme por ingresar a tu habitación sin tu permiso.

 

Quería decirle que él no necesitaba tal permiso y que sus puertas estaban abiertas, pero se calló. No quería seguir embarrándola y escarbar en su mente, buscando las razones por las cuales aquel bello francés, debilitaba todos sus sentidos.

 

No movieron ni un musculo estudiando el porqué de ese encuentro inesperado, Aioria hacía días que no pensaba en nada más que en su hermano y Kanon para variar, pero quería saber qué había llevado a Camus a ir a su Templo, a su habitación…

 

—¿A qué viniste Camus?—se decidió a preguntar.

 

El pelirrojo comenzó a avanzar, su semblante no había cambiado ni un poco, pero Aioria ya se había acostumbrado a su falta de expresión, adivinando lo pequeños cambios en ella. Camus se detuvo a escasos pasos, sus azules ojos lo inquietaron un poco. Cerró los suyos al verlo acercar su rostro y manos, previendo lo que vendría y aceptaba. Aunque el supuesto beso nunca llegó, al contrario, sintió como le devolvían el alma.

Los finos dedos franceses se deslizaron por su cuello enredando el collar que tanto había estado buscando.

 

—Tienes suerte que lo hallara… de ser otro, tal vez no hubieras corrido con tanta fortuna.

 

Las manos de Camus permanecieron un poco más al contacto con la piel del griego, antes de retirarlas y dar la vuelta para salir de aquella habitación.

 

—¿Cómo supiste qué…?

 

Vio como Camus se detenía en el umbral de la puerta, sin darse la vuelta lo escuchó hablar.

 

—Aioria, creo que ya es hora de detener todo esto que no nos lleva a ningún lado, me preocupa tu bienestar… a pesar de lo que puedan llegar a decir de mí, creo que me conoces lo suficiente para saber que me preocupo por ti, no soy quien para juzgar tus sentimientos, pero tampoco quiero ser quien los confunda… Sólo tú tienes derecho de elegir  a quien amar… hasta entonces.

 

La esbelta figura salió de la habitación dejando la estela de aire frío que siempre lo acompañaba. Aioria quedó de piedra, mientras procesaba las palabras de su compañero. Se tocó el pecho sintiendo entre sus dedos el medallón del collar que su hermano le había dado cuando niño.

 

Sólo tú tienes derecho de elegir  a quien amar…

 

Sonrió y apretó el medallón. Sólo él… había decidido a quien amar…

Notas finales:

¿Y qué les pareció? 

El medallón de Aioria XD ¡claro que sí! es que sus recuerdos ¡¡Y esa miradita que le lanzó Aioros en el Muro de los Lamentos!!

Chillé como loca! Espero sinceramente que hayan disfrutado de la lectura, y de SoG. 

Hasta el próximo capítulo. Gracias por leer.


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