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Algo de Él por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡Hola! ^^

Bueno, no tengo mucho que decir, sólo que este capítulo es digamos... el final del prólogo XD 

Antes, hubiera hecho todos los acontecimientos en un sólo capítulo, sin detallar mucho, pero creo que necesitaba escribrir todo el "escenario" primero. Presentar a los personajes y luego si dar rienda suelta a la trama principal, que es el encuentro entre Milo y Dégel y sus consecuencias.

He leido en una pagina de facebook, que algunos autores de Amor Yaoi hacen "huelga" por falta de reviews... la verdad no comparto en nada eso. y la desacertada forma en que lo dijo. Pero cada quien con su tema. Sólo quería dejar mi opinión, los comentarios se dejan porque así nos nació hacerlo, no porque nos obligan...

Sin más, espero disfruten de la lectura.

—¿Recuerdas aquella chica del pueblo?—sonrió. El otro frunció el ceño y no respondió—¡Oh, vamos! La pelirroja… creo que la invitaré a salir.

 

El viento de la tarde primaveral, mecía sus ya decididos largos cabellos, dándole un efecto lacio que no poseían, eran tan rebeles como él.

Camus dio un suspiro antes de decidirse voltear a verlo. Se encontraban en alguna ruina del Santuario, habían entrenado toda la tarde, para cuando el sol comenzó a abandonar ese día, decidieron dar por terminada la contienda. Nunca llegaban a sacarse diferencias, aunque muy en el fondo, Milo sabía que su amigo terminaba irremediablemente disminuyendo su cosmos para no hacerlo morder el polvo… Camus siempre estaría un paso por delante. Y no le importaba en lo absoluto.

 

—Sí, la recuerdo—dijo, volviendo la vista al anaranjado astro—.Pero creo que no deberías estar perdiendo tu tiempo en esos asuntos…

 

Calló. Su voz, de un tono neutro e invariable – aunque la ira fluyera por dentro – sonó serena. Pero Milo lo sabía, estaba molesto, su comentario le había molestado. Después de todo, era justamente ese su objetivo.

 

—¿Por qué?... no es perder el tiempo, ¿ya sabes?—allí aparecía ese tono arrogante y descarado, ese que tanto molestaba a Camus—.Puedo ganar mucho más que…

 

El francés se incorporó de repente, Milo mantenía su sonrisa en lo alto, sus ojos tenían un tono más oscuro que de costumbre gracias al color del atardecer que se despedía. Camus se dio vuelta observándolo inexpresivo, su mirada azul brillaba como fuego, Milo no podía – y nunca lo haría – dejar de maravillarse por su belleza.

Por un momento le dio la impresión de que diría algo, algo importante. Algo que Milo necesitaba para dar el siguiente paso. Pero no sucedió.

 

—Haz lo que quieras…

 

Decidido, comenzó a caminar rumbo a las Doce Casas. Escuchó el suspiro desganado y algo decepcionado de su amigo, pero no volteó. No lo había sentido seguirle el paso, fue por eso que se sorprendió al verse rodeado de improvisto por los brazos del heleno.

 

Se paralizó.

 

Milo apoyaba su frente en el nacimiento de su nuca, sentía el aliento erizarle la sensible zona, y los brazos ceñirse sobre su pecho. Era momento de dejar de jugar.

 

—Eres demasiado inteligente… eres demasiado perspicaz, intuitivo, astuto, y podría seguir enumerando tus cualidades, pero eres incapaz de ver lo que se posa en tus ojos con la claridad de un estanque…

 

Sí, era momento de dejar de jugar.

 

—No quiero que invites a la chica del pueblo a salir—confesó.

 

—¿Por qué?—No variaban la posición, aún lo sujetaba por la espalda, aún le hablaba sobre la piel de su cuello.

 

—Milo…

 

—¿Por qué Camus?

 

Lo giró, enfrentó su mirada huidiza, aterrada y desorientada. Lo había atrapado en su lado vulnerable, pero esta vez no permitiría que se le escape. Ya no.

 

Ya no podía permitir que se le escape.

 

Camus suspiró, su zafirina mirada se le clavó en el alma, lo atravesó con la fuerza de un alud, y luego…

 

Lo vio sonreír.

 

—Porque quiero ser yo… porque te quiero Milo, simplemente por eso… porque quiero ser yo el único al que invites, al que abraces…—sus mejillas se tornaron rojísimas, enterneciéndolo—…Quiero ser al único que beses…

 

...

 

—Siempre fuiste el único… ha pasado tiempo, tal vez no el demasiado, pero si demasiadas cosas en su transcurso… Nada ha cambiado entre nosotros ¿no es así? Por lo menos, no en mí, pero no sé en ti…

 

Silencio.

 

—Siempre tan callado, suerte que con los años aprendí a interpretar tus silencios, tus gestos, ahora ya no me demuestras nada, ya no veo nada en tu silencio, nada en tu rostro, ni tus ojos… y es que sólo puedo pensar que estás allí, envuelto en la túnica que yo mismo te ayudé a colocar, con tus cabellos…

 

Silencio.

 

—Es cierto, no vale la pena pensar en ello, ¿aún llevas el anillo? Yo sí, ¿ves? Brillante como siempre, es increíble que lograras que un pedazo de obsidiana brillara y se viera así, eres maravilloso, ¿te lo he dicho?

 

Contempló su dedo anular, donde el fino cintillo de oro y obsidiana brillaba en reflejo con el sol. Un compromiso, eso era lo que significaba, un compromiso con la persona que tenía enfrente, un compromiso con alguien, que ya no estaba…

 

Su persona había sido remplazada por un pedazo de terreno arado y una piedra de mármol tallada. Pero aun así conservaba el anillo, aun así era incapaz de deshacer el compromiso que había hecho con él, con Camus. Hace tantos años ya.

 

—Más que nunca necesito tus palabras, un consejo ¡algo! ¿Qué debo hacer…? Athena está por encaminarse al Olimpo, por mí… me siento un completo inútil, y sólo a ti podría confesártelo con tanta soltura… un inútil, Camus, con una enfermedad que no pedí, que no entiendo y que me está matando a pasos agigantados…

 

Prolongó el silencio por varios minutos, donde el sonido de  las hojas al viento era lo único que le respondía.

 

—No quiero verte regresar para condenarte a mi enfermedad… pero soy tan egoísta que la dejé ir sin más sólo para verte, para tenerte a mi lado una vez más.

 

Apretó sus puños, las lágrimas descendieron por sus pómulos mientras se debatía entre lo correcto y sus deseos.

 

—Soy tan egoísta que te quiero condenar a mi esclavitud, Camus…

 

••

 

El aire era denso y escaso, el viento soplaba vertiginoso, removiendo sus cabellos de manera salvaje. Apretó el báculo con fuerza, protegida sólo con él. De tener pleno conocimiento de su memoria, se hubiera revestido de la Armadura que le pertenecía y que descansaba a la vista de todos y oculta a la vez.

 

StarHill, el monte donde desde tiempos inmemoriales el Patriarca se ubicaba a leer las estrellas, también era el portal hacia el Monte Olimpo.

Athena suspiró, mientras el suelo y todo alrededor comenzaba a distorsionarse. Iría, sabiendo que por más Diosa que sea, su cuerpo era el de una mortal más… pero no le importaba, salvaría la vida de Milo. No iba a permitir que sucediera otra vez, no permitirá que Kardia no cumpla el destino que tenía impuesto; el de luchar, el de despertar su corazón y luchar, como un guerrero, como un Santo…como un hombre, luchar.

 

—Y yo debo luchar por ti…—susurró.

 

—No puedes ir sola…

 

Saori dio un respingo, girando con brusquedad a quien le hablaba, se sorprendió de verlo justamente a él.

 

—¡Shun!

 

—Saori, es demasiado arriesgado que tú sola te aventures, no podría permitir algo así, y estoy seguro que ni Seiya ni nadie lo permitiría, así que te ruego y me dejes acompañarte.

 

Vio la determinación en los inocentes ojos verdes del japonés, y sonrió. En verdad se sentía aliviada de que la acompañara, pues internamente sentía pánico de enfrentar a alguien como Chronos.

Asintió, estirando su mano la cual fue sujetada firmemente por Shun mientras el espacio desaparecía a su alrededor y se convertía en una inmensa capa de neblina y viento. Para cuando pudo abrir nuevamente sus ojos, lo hizo de forma desorbitada, pues a sus pies se alzaba una gran formación rocosa y un camino que parecía interminable, se respiraba con tanta pureza, como si el aire allí, limpiara sus pulmones con alguna esencia divina.

 

—Debemos tener mucho cuidado Shun, o nos adentraremos al terreno de los Dioses Olímpicos… y no seriamos muy bien recibidos.

 

••

 

Ese día, después de trece años, había despertado inquieto. Algo, algo que no podía descifrar estaba por suceder, algo que podía estropear los planes que estuvo delineando durante todo ese tiempo. Observó el cielo, el cual ondeaba más agitado que de costumbre.

 

—Tal vez sea un presagio…

 

—Es la voluntad del Emperador, los mares sólo están reaccionando a su llamado…

 

Giró bruscamente encontrándose con el joven General del Atlántico Sur. El niño lo observaba con sus grandes ojos de ese tono rosa que lo inquietaba tanto, claro que nunca dio muestras de tal. Sonrió, tan mordaz como lo conocían. No necesitaba decirle cuál era la voluntad de su Dios, pues él la controlaba a su antojo, desde el mismo día que se topó con el alma de Poseidón.

Aquella inquietud que comenzaba a dominar sus sentimientos, pertenecía a otra cosa, algo completamente ajeno a los mares y su Dios regente, algo importante estaba por suceder en la superficie… y más allá. Lo podía sentir, el choque de dos fuerzas divinas inconmensurables.

 

—Sorrento… regresa a tu Pilar—ordenó sin mucho ánimo.

 

—Tengo órdenes de ir al Santuario de Athena, al parecer los soldados no llegaron a dar el mensaje del Señor.

 

Entrecerró sus ojos. El Santuario de Athena, aquel de donde había sido echado como perro… ésta era su oportunidad.

 

—Ya veo, entonces deberé de ir en persona para asegurar que todo salga como así Poseidón lo desea—volvió a sonreír despectivamente cuando notó la mirada cargada de escepticismo del muchacho austriaco, sabía de su desconfianza, pero él no representa ninguna amenaza para su poder—.Déjalo en mis manos Sorrento de Sirena, yo no fallaré.

 

Era hora de emerger, y demostrar que las estrellas no se habían equivocado con él; Llevaría la desgracia a ese lugar, a sus habitantes, y a su Diosa.

 

«Saga… te demostraré que siempre fui el mejor…y que estaba en lo correcto»

 

••

 

Había tenido la suerte de no toparse con Aioria en su descenso al cementerio del Santuario. No corrió con dicha suerte esta vez. Ahí de pie, inmenso como siempre se mostraba, estaba el León Dorado, cruzado de brazos y con el ceño inusualmente ceñido.

No tenía las fuerzas o las ganas para soportar la perorata dignificante de su compañero y ahora amigo. Sabía porque estaba molesto, y lo entendía, en su lugar hubiera obrado de la misma forma, incluso no habría vacilado – como Aioria en ese momento lo hizo – en golpearlo.

 

Cayó de espaldas unos metros escaleras abajo, el impacto había tenido toda la intensión de lastimarlo, pues iba cargado de furia.

Escupió la sangre que se había acumulado en la boca. Milo se incorporó caminando despreocupadamente hasta ubicarse cara a cara con Aioria. Se sostuvieron las miradas, no le permitiría algo así otra vez.

 

—Athena se ha ido al Olimpo—dijo con los dientes apretados—.Si algo llegase a sucederle, juro por mi vida Milo, que no tendré piedad de ti.

 

El Santo de Escorpio desvió el rostro, y Aioria notó las ráfagas de humillación y pena que atravesaron su mirada.

 

—Si algo le sucede a Athena…—caminó, alejándose de Aioria y su Templo—.Si algo le sucede, yo mismo me entregaré al castigo de los Dioses, Aioria.

 

Desapareció de su vista, incluso cuando llegó al octavo Templo, no se detuvo allí, su destino estaba más arriba, allí donde el frío comenzaba a ser perpetuo, la undécima casa, Acuario.

 

Aioria se había quedado donde el peli azul lo había dejado, de pie en la entrada a su Templo. Con los puños fuertemente apretados y la ira subyugando su mirada. De un tiempo a esta parte, no podía entender los actos de su compañero, si podía llegar a dilucidar el dolor por la pérdida de Camus, él también había perdido a alguien importante en su vida, no, a la persona MÁS importante en su vida, su hermano. Podía entender el dolor que embargaba a Milo, pero no comprendía su accionar.

Algo le molestaba y eso era la idea de que Milo se estuviera rindiendo antes de tiempo, de que aceptara esa enfermedad como un castigo, y deseara que acabase rápido con su vida, y así poder reunirse una vez más con Camus.

 

¿Cuántas veces deseo él lo mismo? Que la muerte llegara rápido y se llevara su alma donde Aioros lo estuviera esperando. pero con el tiempo pudo darse cuenta que no debía ser así, que si él estaba vivo era por Aioros justamente y que su hermano le había dicho que aun debía de cumplir una misión en la Tierra, y así por fin poder estar juntos, para la eternidad.

 

Suspiró, no sabía cómo ayudarlo…

 

De repente, su cuerpo entero se tensó al sentir nuevamente, un cosmos enorme emerger, observó a lo lejos la entrada a los doce Templos. Al parecer, los enemigos aparecerían una vez más. Su rostro se enfocó esta vez hacia arriba, al solitario Templo de Acuario.

 

«Te necesitamos… no dejes que el dolor consuma lo que realmente eres Milo…»

 

••

 

Se habían quedado estáticos, pues una enorme cosmo-energía los rodeaba, entumeciendo cada musculo de su cuerpo.

Se encontraban en un paraje donde parecía que el espacio alrededor dejaba de existir y sólo se divisaba una nebulosa enorme, de donde provenía el magnánimo cosmos. Habían llegado, estaban frente al estanque donde descansaba el Dios del Tiempo.

 

—¿Quién eres y por qué interrumpes mi descanso?

 

La voz hizo erizar hasta el último de los vellos de su cuerpo, sonó tan omnipresente que tanto Diosa como Santo se estremecieron.

 

—Soy Athena, hija de Zeus, y vengo ante ti para pedirte un enorme favor.

 

Por segundos eternos el silencio y la tensión crecieron en el lugar, Shun a su lado mantenía una pose alerta, sujetando con fuerzas sus cadenas, dispuesto a proteger a Saori si el Dios decidía atacarla.

 

—Habla.

 

—Hace un tiempo se libró una batalla en mi Santuario, la cual se cobró la vida de muchos de mis Santos—Shun apretó con más fuerzas la cadena al tiempo que un profundo dolor se instalaba en su pecho. Ese pedacito egoísta que enterraba en lo profundo de su corazón, quería que fuera Hyoga y no Camus quien volviera, pero entendía las decisiones de Saori, por más que dolieran, las entendía—Vine hasta aquí para rogarte que regreses a Camus de Acuario a la vida, que lo traigas de regreso al Santuario, pues su presencia es fundamental ahora que una extraña enfermedad se ha apoderado del guardián de Escorpio… necesita de su cosmos helado ¡por favor Chronos, os ruego!

 

Athena cayó de rodillas ante la etérea nebulosa, Shun se sorprendió de aquel acto, pero más al escuchar la estruendosa y repugnante carcajada del Dios.

 

—Athena, tengo entendido que aún te encuentras asimilando tu condición de Diosa, por lo que no seré brusco contigo y tu estupidez—Saori se estremeció y Shun frunció el ceño visiblemente enfadado por tal falta de respeto—.Yo no puedo regresar la vida a aquellos mortales que la perdieron, es algo imposible, así que retírate y deja que el destino se cumpla como está estipulado desde el comienzo de los tiempos.

 

—¡No! No me iré, estoy consciente de que no eres capaz de revivir a los muertos, pero esa no era mi intención de todas formas, en este tiempo Camus ya ha fallecido, pero tú, con tu inmenso poder puedes traerlo de regreso, del pasado, donde vive, ese es el favor que vengo a pedirte Chronos, que me permitas traer a mi Santo de Acuario del pasado, a este presente donde es indispensable.

 

—¡Insensata! No puedes intervenir en el transcurso del tiempo Athena ¿Acaso piensas mover los hilos de la historia, por un sólo hombre? ¿Para salvar la vida de un hombre cuyo destino como mortal, es morir irremediablemente? ¿Tan importante es para ti?

 

—Cada vida en el mundo me es importante, cada vida es hermosa, pero estoy segura que su destino en esta Era no era padecer de la enfermedad que se cobró la vida de Kardia de Escorpio, es por esa razón, para salvar el destino de un hombre y que pueda cumplirlo como guerrero que es, por esa razón es que vine, que arriesgué mi vida ante ti Chornos, ¡cumple mi voluntad! Y tendrás mi vida a cambio.

 

—¡Saori no!—exclamó Andrómeda horrorizado, pero la suave sonrisa de su Diosa lo hizo callar al instante.

 

—¿Tu vida dices? De acuerdo, cumpliré con tu voluntad, por el momento no necesito tu vida, pero da por seguro, que tu promesa, jamás la olvidaré… Estás en mis manos Athena—la Diosa asintió solemne—.Que así sea entonces, ahora vete, aquel Santo regresará en su Templo, ya no tienes nada que hacer aquí ¡Vete y déjame descansar!

 

—Gracias, muchas gracias—dijo feliz Athena.

 

Lo había conseguido, había podido persuadir a Chronos y ahora Milo tenía una oportunidad de vivir y Camus de regresar, no sabía por cuanto tiempo, pero al menos le daría el suficiente para averiguar la forma de salvar a Milo y que Camus regrese a la época donde pertenece.

 

Al pasado…un pasado en donde Camus, ni siquiera había nacido…

 

—Eres perverso cuando te lo propones—dijo la pequeña bruja sentada en lo alto de un risco. Athena y Shun ya habían desaparecido.

 

—Hécate, no sé de qué hablas, cumplí la voluntad de aquella chiquilla.

 

—¡Oh vamos! Llevaste al Santuario al Santo de hace dos siglos, ¿Por qué?

 

—Eso me es irrelevante, necesitaba a un Santo de hielo, según entendí, qué más importa cuál.

 

—Athena bien en claro dijo Camus de Acuario—lo retó la anciana.

 

—Lo habré olvidado.

 

Su risa sonó fuerte, haciendo retumbar todo el lugar, la bruja tembló en un escalofrió siniestro.

 

••

 

Si necesitaba sentirlo, debía estar allí. En el cementerio no lo hallaba, por más que su cuerpo físico descansase en aquellos terrenos sagrados, su presencia, su esencia… su alma, se encontraban en el Templo de la Vasija.

Aún bailaban alrededor de las columnas, unas suaves brisas impregnadas en cosmos, aún destellaban en el ambiente pequeñas descargas eléctricas de la colisión gélida de las Ejecuciones de Aurora. Todavía manaba de la hermosa Armadura oculta dentro de la Caja, la fragancia de Camus.

 

Solo, como venía sintiéndose desde que el francés muriera, se arrodilló enfrente de la enorme Caja Dorada con grabados que brillaban con luz propia. Lloró una vez más al comprobar lo solitaria que se encontraba esa Armadura y todo el Templo en sí.

No hizo caso al calor que comenzaba a gestase nuevamente en su pecho, ya había aprendido a no darle importancia, y a controlar vagamente la temperatura, además de que estando allí, en la Casa  de Ganimedes, podía sentir como la temperatura de su cuerpo bajaba misteriosamente.

 

Se sentía horriblemente mal y no por la fiebre, sino por dejar que Athena – estando en puertas una inminente Guerra contra Poseidón – arriesgara su vida en el Olimpo, con el egoísta propósito de tener a Camus a su lado. ¿Y si no lo lograba? ¿Y si por su insensatez, Athena moría? Era una niña, que apenas controlaba el gran cosmos en su interior, nunca debió permitir semejante acto de inconciencia, pero su dolor pudo más. Uno que por mucho tiempo trató de ocultar, y que con la muerte de la persona que complementaba su vida, dejó explotar de maneras insospechadas, dejando a carne viva su vulnerabilidad... su dependencia hacia Camus.

 

—Athena…

 

El rezo se escapó con el cálido aliento de su corazón, temía. Temía por la locura que estaban por cometer, Milo sabía muy bien que no debían intervenir con el flujo de la vida y su destino, pero su dolor podía más, mucho más, su dolor ganaría siempre.

 

Una ráfaga de cosmos helado hizo que cayera de espalda al suelo, mientras un destello dorado se escapaba de la Caja de Pandora, cegándolo. Un cosmos inundó la habitación produciendo descargas gélidas en el ambiente. Milo presenció ante sus ojos, como la Armadura se desarmaba, para ensamblarse en su forma humana, mientras una figura se posaba frente a él.

Tragó saliva. Atónito, incrédulo.

 

¡Era Camus! los ruegos de Athena habían  servido, sus plegarias a los Dioses, su dolor acabado.

 

Camus estaba de vuelta.

 

Poco le importó sentir que aquel cosmos, no era el de su amado, si tremendamente parecido, pero no era el de Camus. Milo reconocería en cualquier parte del universo hasta el vestigio más efímero de su cosmos, y sabría que era él. Empero la felicidad que embargó a su corazón le nubló el juicio, ayudado también por las aceleraciones en su ritmo cardíaco, el cual traía consigo el aumento progresivo y destructivo de la fiebre. Su corazón se contrajo, su pecho tembló. Pero el dolor lo soportaría.

 

La luz dejó de cegarlo y todo volvía a la normalidad. Al menos eso pensaba, hasta que la figura se dejó ver en plenitud.

 

—¿Qué…?—No pudo terminar la frase, completamente desorientado.

 

—¿Kardia?

 

Su voz… el acento francés era tan marcado y elegante, tan extraño y fino… sus cabellos bailaban al son de la brisa cósmica, sus ojos se mantenían abiertos en una expresión total de confusión, mientras lo escrutaba de una manera que parecía, le quitaría cada capa de piel.

 

Él… ¿Quién diablos era él?

Notas finales:

¿Y, qué les pareció?

Se preguntarán (o no) Porqué describo a Saori de una manera más... bueno digamos que la hago ver como Diosa realmente. Y es que sinceramente, no es un personaje que me agrade mucho, pero al utilizarla, siempre tarto de dejarla bien parada. Trato de mostrarla más guerrera y decidida. Espero les agrade ese cambio.

La Guerra contra Poseidón está por comenzar, y Dégel ya apareció en el presente. Kanon se dirige al Santuario en medio de toda esa conmoción.

Y Milo... tendrá que adaptarse a su nuevo Acuariano XD

Espero realmente que hayan disfrutado de la lectura, agradezco a quienes lean. Será hasta la próxima.

P/d: A quienes lean Trilogía, estaré subiendo el próximo capítulo en estos días. Me entusiasmé tanto con este fic, que utilizaba mis pequeños tiempos para escribir de él. Disculpen.

 


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