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Algo de Él por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

¡Buenas, buenas! ^^

Paso rapidito por aquí a dejar el siguiente capítulo. Aprovecho para agradecer enormemente la aceptación de este fic.

Espero realmente que disfruten de la lectura.

Salió hecho una furia. Sus compañeros lo observaron tribulados, pero comprendían lo que seguramente estaba sintiendo y por eso lo dejaron ir sin más.

¡Qué iban a comprender! No podían siquiera dimensionar lo que en su interior se revolvía como una tempestad en medio del mar.

Aquello fue la chispa para incendiarlo todo. Para que el fuego devorara hambriento todo…

Dégel había salido detrás de él. Nadie dijo ni hizo nada.

 

—¡Espera!—Le gritó al alcanzarlo en su Templo.

 

¡No! El templo de Camus. Que oportuno, emboscarlo en su territorio, el único lugar sobre la faz de la Tierra donde era débil. Se detuvo, sí, pero su orgullo le dio la espalda.

No quería verle el rostro y temblar al imaginarse a Camus frente suyo, pues en esos tortuosos momentos, sería exactamente lo mismo, fue su negligencia la que condenó a su Diosa. Y si realmente Camus estuviera ahí de pie detrás de él ya le hubiera propinado un golpe por obrar impulsado por los sentimientos, por nublar el juicio de todo Santo, aquel primordial y sacrosanto: el deber de proteger a Athena sobre sus vidas. Y él había quebrantado esa ley suprema e incorruptible al desearlo vivo, al seguir amando su recuerdo.

 

Y la presencia de Dégel sólo contribuía a alimentar el fuego de su desidia.

 

—Le diré a Athena que pida enviarte nuevamente a tu época… no permitiré que ella esté en peligro, los soldados de Poseidón han comenzado a moverse por el Santuario, no sabemos cuándo atacarán o porqué se presentan ahora, pero si una Guerra contra el Dios de los Mares está a punto de comenzar… lo que menos necesitamos en estos momentos es tener a Chronos de enemigo…

 

—No lo permitiré.

 

Milo giró bruscamente, Dégel había hecho lo mismo. Athena ingresaba al Templo de la Vasija, todos los Santos iban detrás suyo, con un movimiento de su cabeza les indicó que se marcharan y así lo hicieron tanto los Santos Dorados como los de Bronce, a excepción de Aioria.

 

—Athena, no puedes pedirme que acepte arriesgar tu vida por la mía—habló el griego apretando sus puños—, es mi deber, protegerte…

 

—Y el mío protegerlos, es cierto que las cosas no han salido como las planeamos, pero aún hay tiempo para averiguar las razones por la que ésta enfermedad se ha presentado, los tiempos han cambiado… hoy disponemos de más tecnología y sabiduría para ello, Milo.

 

El silencio se propagó por el recinto, mientras trataban de asimilar lo que ocurría, de vez en cuando los ojos del griego y el francés se encontraban.

 

—Dégel de Acuario, quiero disculparme en nombre de los Dioses por la situación en la que te hemos colocado—el acuariano abrió sus ojos, inclinándose ante Saori.

 

—Por más que este en una época distinta y que mi presencia aquí no debía suceder, yo sigo siendo un Santo Dorado, por lo que obedeceré a lo que tenga destinado para mí—la joven Diosa sonrió amablemente mientas se acercaba a él y se ubicaba a su altura.

 

—Recuerdo a Kardia—dijo con una sonrisa triste, todo el cuerpo del galo se tensó, Milo también lo hizo al escuchar ese nombre—, todos los recuerdos pasados que viví con él han vuelto a mi memoria… ese día, cuando él nos dejó juré remediar su perdida, pues estaba segura, y lo sigo estando, no era su destino. Morir de esa manera nunca podría ser el destino de un hombre como Kardia—sin pensarlo Saori posó sus ojos en Milo contemplando al antiguo guardián dentro de él. Palpitaba con fuerza.

 

Ese ímpetu que cargaba Kardia consigo quería escapar como fuego fatuo del cuerpo de Milo, esa esencia avasallante, tan arrogante como cariñosa, el único – aparte de Pegaso – que siempre la trató como una igual, una persona como él, como cualquiera…

 

—Mi señora Athena…

 

Saori salió de golpe en la ensoñación que se había sumido, incorporándose, indicándole a Dégel que también lo hiciera.

 

—Te sentirás un tanto aturdido por el cambio… doscientos años no pasan sin nada, estamos a tu disposición.

 

—Athena, disculpe la interrupción, pero debemos tomar medidas con respecto a los Generales de Poseidón—habló el León después de mantenerse al margen de lo que acontecía.

 

—Por el momento no haremos nada, reforzaremos la seguridad del Santuario y aguardaremos, el Dios de los Mares todavía no ha despertado, puedo sentir como gran parte de su cosmos aún sigue dormido.

 

Saori se despidió dirigiéndose nuevamente hacia sus aposentos, Aioria hizo lo mismo, no sin antes dirigirle una mirada a su compañero, pero Milo se había sumido nuevamente en un silencio amargo, suspiró, se disculpó con Dégel y los dejó nuevamente solos en el salón de Acuario.

 

—¿Te encuentras bien?—preguntó el peli verde algo temeroso. Por más igual que sea físicamente a Kardia, no sabía si contaba con el mismo temperamento. Aunque ya había tenido muestras de ello.

 

Nada. Silencio sepulcro.

 

Dégel suspiró, encaminándose al interior del Templo, era increíble que no cambiara mucho después de dos siglos, el salón tenía sillones y algunos artefactos extraños que ya averiguaría para qué servían.

Milo sin decir una palabra, lo siguió por detrás.

El galo se internó definitivamente en la habitación, pulcramente cuidada, un pequeño placard, la cama grande y una mesa de noche donde descansaba un velador y un libro. También había un sillón y una alfombra de un rojo intenso, era lo único que contrastaba con el blanco y gris de las paredes y la decoración.

 

Dégel pasó su mano por el edredón que cubría la cama, tan blanco como los suelos de Bluegard.

 

—Ésta es la habitación de Camus—escuchó desde la puerta, la voz del griego era desafiante, pero temblorosa a la vez. Estaba seguro que le costaba horrores encontrarse allí.

 

¿Qué clase de relación había mantenido con su sucesor? Por su comportamiento podía asegurar que la misma que mantuvieron Kardia y él… el ciclo nuevamente se repetía.

 

—También habité este lugar—dijo sereno, sumido en sus propios pensamientos—¿Cómo era él?—lo observó, Milo estaba justo en la entrada, con los brazos cruzados, con la mirada cargada de fuego, idéntico a su flameante Kardia—.Puedo intuir que lo conociste bien.

 

Recién ahí, reparó en un cuadro que estaba en la mesa de noche, justo al lado de la cama, donde había un grabado del Santo de Escorpio y otro hombre… asombrosamente parecido a él, era Camus, no tuvo dudas de ello.

Tomó el portarretrato en sus manos, el hecho de que no tuviera sus gafas dificultaba observar a detalle el grabado, se valía de su cosmos para recuperar la visión. Pasó sus delgados dedos por el vidrio que resguardaba la fotografía y un dolor intenso se apoderó de su pecho.

 

—Camus fue… es—se corrigió—, alguien especial, maravillosamente especial—Dégel sintió una cálida sensación recorrerle el cuerpo, Milo hablaba con tanta bondad del fallecido aguador, que se conmovió.

 

—Fueron amantes…como Kardia y yo—hablaba más para sí, absorto en la imagen de Camus, de ese francés que parecía una estatua de hielo, sin expresión alguna, pero que en sus ojos azules se podía ver la felicidad que irradiaba, a diferencia del sonriente muchacho a su lado, tan distinto del que estaba ahora ahí.

 

—Decir que Camus fue mi amante es insultar su memoria y su persona—Dégel lo observó—, no éramos simples amante, compartíamos más que una cama—levantó su mano, quitándose la protección de la misma para dejar al descubierto su dedo anular donde descansaba el anillo—teníamos un compromiso… un compromiso de lealtad entre los dos.

 

Dégel observó el fulgor triste del cintillo, una pieza fina de claroscuros relieves…

 

Un compromiso de lealtad…

 

—¿Cómo sucedió?—Milo enarcó una ceja—Su muerte…

 

—En combate, como cualquier guerrero que se vanaglorie de serlo—dijo con una convicción tambaleante, imposible de pasar desapercibida para el intuitivo francés. Como tampoco pasó desapercibido el sórdido comentario en alusión a la muerte de Kardia.

 

No dudaba de su palabra, si de la verdadera moral en el orgullo del guerrero… no parecía estar de acuerdo con dicha muerte. Pero a fin de cuentas ¿Quién lo está? ¿Quién acepta sin más que el ser preciado desaparezca físicamente? Como guerreros deberían aceptar la muerte, como gloria… como guerreros. No como hombres hechos de amor.

 

El amor nunca aceptará la muerte…

 

—Este grabado es increíble…

 

—Es una fotografía… las cámaras oscuras han evolucionado un poco desde entonces—curvó los labios.

 

—Estoy seguro de ello…

 

—Te dejaré unas enciclopedias que podrás estudiar y repasar un poco de historia, no creo que sea muy conveniente que te adelantes a tu época, pero qué más da… ya estás aquí, lo mínimo que debes saber es la evolución que el hombre ha logrado.

 

Dégel sonrió y de manera franca. No podía negar que le emocionaba leer sobre todo lo que la humanidad ha hecho en dos siglos de historia, los pensamientos, las invenciones… era fascinante poder aprender de todo ello.

 

—Merci Miló.

 

Merci Miló…

 

Por un momento pudo escuchar la voz de Camus pronunciando esas mismas palabras, acentuando la última letra, produciendo un chistoso chasquido. Los años habían hecho que Camus perdiera parte de ese acento y que su nombre sonara más suave y armonioso, pero siempre que quería molestarlo, lograba sacar a luz aquella herencia gala. Le parecía increíble que unas simples palabras lo transportaran tan hondo en su interior, recordando nimiedades que compartía con el francés, trivialidades que hacía de su vida emocionante, distinta… y feliz.

 

—Como sea, me retiro.

 

—Espera, necesito unas gafas—Milo lo observó extrañado, no se esperaba eso—.Mi vista fue dañada en una batalla, no veo muy bien sin gafas, a menos que utilice mi cosmos para hacerlo.

 

El heleno resopló, no sabía cómo haría, pero le conseguiría un par de anteojos, era lo menos que podía hacer por su niñero.

 

«Con un carajo» Se maldijo.

 

••

 

¿Qué había sido esa sensación? Esa desasosegada angustia que se instaló en su pecho. No recordaba haber sentido ese cosmos antes. No entendía qué había sucedido, además, había malogrado su misión.

Se sentía fastidioso, por un momento llego a experimentar una calidez aterradora… una calidez que sólo se puede sentir al amar a otra persona.

 

¡Bah! ¡Patrañas! ¿Él? ¿Amar? Eso sí que era ridículo.

 

—Creí que habías dicho que no fallarías en tu misión, pero al parecer no lograste traer a Athena.

 

—No molestes, Athena no estaba en su Santuario—apretó los puños con rabia—.Esa maldita…

 

Sorrento se encontraba sobre una roca de coral, con sus piernas elegantemente cruzadas. Su Escama era delicada y le cubría todo el cuerpo, en su mano derecha sostenía su instrumento de lucha, su inseparable flauta. Dio un salto para ubicarse delante del General a cargo de las tropas del Emperador. Le causaba furia que ese misterioso hombre se tomara el atrevimiento de auto proclamarse líder y peor aún, que sus compañeros lo siguieran como si de Poseidón mismo se tratase.

 

¿Quién era en realidad, el General de Dragón del Mar?

 

—Me pregunto… cuándo nos dirás tu verdadera identidad Dragón del Mar

 

—Lo único que a ti te tiene que importar es obedecer lo que yo diga, ¿te quedó claro?

 

El ambiente se tensó mientras ambos aliados se sostenían la mirada entrecerrada y suspicaz. Sorrento levantó su flauta poniendo en alerta a Kanon, pero su duelo personal fue interrumpido por unos copos de nieve que comenzaron a caer sobre ellos. Los generales buscaron el origen del fenómeno, encontrándose con un joven a escasos metros de ellos, al parecer estaba entrenando, pues largaba continuas ráfagas heladas que congelaban rocas, para luego pulverizarlas con sus puños.

 

—¿Quién es él?—cuestionó el griego.

 

—Es el último General… es un joven extraño, desde que llegó no ha pronunciado palabra y hasta este momento se ha rehusado a usar las Escamas que le pertenecen. El emperador le dio libre albedrío para que elija su  destino… al parecer aquello que le frenaba de unirse a nosotros ha quedado atrás.

 

Kanon observó cautivado los cristales danzantes que salían del puño del joven. Un hermoso espectáculo de hielo convertido en diamantes… una lluvia que con la fuerza del cosmos se convertía en polvo…

 

En polvo de diamantes…

 

Y una vez más la angustia apretó las vísceras de su interior, produciéndole escalofríos al ser absorbido por la sensación de conexión con aquella técnica hermosa… de añoranza y agradables recuerdos.

Sacudió rápido esos pensamientos ridículos, para volver a posar sus ojos en Sorrento. Debía tener cuidado con él, y no dudaría en desaparecerlo de este plano si llegaba a entrometerse en sus planes… no iba a dar marcha atrás, ya no podía.

 

••

 

No tenía más remedio que comenzar a re-adaptarse a su Templo, si bien no había cambiado en casi ningún aspecto, estaba lleno de artefactos que lo hacían sentir un ignorante entre todos sus compañeros. Él, que una vez fue el más sabio e inteligente, no podía competir con doscientos años de evolución.

Ansiaba que Milo le entregara los libros para poder aprender a vivir en el siglo XX. Pero mientras tanto iría al único lugar que siempre sintió como suyo y estaba seguro que su sucesor había respetado eso. Su biblioteca, el orgullo de los Acuarianos.

Flanqueó las puertas de roble y mármol, adentrándose a una oscura a habitación. Las paredes eran cubiertas en su totalidad por estantes con libros tan milenarios como el tiempo, sólo había una ventana que dejaba entrar la luz del día. El suelo estaba recubierto por una fina alfombra de color del roble, un amplio escritorio junto a dos sillones y una pequeña mesa terminaban de decorar el lugar. Dégel sonrió, después de todo y al parecer, Camus también había hecho de ese lugar, su espacio personal.

Se acercó al escritorio, donde había una pequeña lámpara, unos cuantos papeles y algunos más de esos cuadros con grabados; fotografías le había dicho Milo. Debía recordarlo. Tomó uno.

Se apreciaban dos jovencitos que seguramente no superaban los doce años, uno era rubio, el otro llevaba el cabello verde, como él. Estaban abrazados y sonrientes, se preguntó quiénes eran, en otro cuadro volvían a parecer los jóvenes junto al Santo de Escorpio, la última estaban los cuatro.

Al parecer Camus tenía real aprecio por esos niños.

 

Un pequeño libro se hallaba en el centro del escritorio, cerrado con un cordel. Su tapa era simple y oscura, no llevaba nada escrito, sintió curiosidad al comprobar que era un diario personal, seguramente sabría cómo había sido Camus si lo leía, pero eso era violar la intimidad de un difunto, algo demasiado bajo. Lo sostuvo entre sus manos, debatiéndose entre abrirlo o no, decidiéndose al final, por lo primero. Abrió el diario hallando una caligrafía tan elegante como distinguida, comprobó que no era un diario personal sino más bien una agenda donde detallaba ubicaciones de estrellas y significados de movimientos, al parecer el francés había comenzado a estudiar la lectura de los astros.

 

—¿Qué haces?—se sobresaltó al sentir que el cuaderno era arrancado de sus manos.

 

—Lo siento, sólo quería…—No sabía cómo explicar su insipiente curiosidad. Milo mantenía una mirada enfadada, que lo avergonzó.

 

—Toma—el griego extendió su mano entregándole un estuche. Dégel lo abrió para comprobar que se trataban de unas gafas, se alivió de ya no tener que forzar su vista.

 

Se las colocó pestañando un poco, realmente había estado viviendo entre sombras que ahora cobraban forma. Tragó grueso al observar al peli azul, era realmente bello… tan hermoso como Kardia y tal vez más.

 

—Gracias—Dégel tomó la fotografía donde aparecían ellos dos más los niños—¿Quiénes son?—preguntó.

 

—Eran los aprendices de Camus, entrenaron en Siberia por seis años por la Armadura de Cisne.

 

—¿Eran?

 

—Sí, ambos están muertos, en realidad de esa foto, el único vivo soy yo—dijo con frialdad, sin tacto, produciéndole un eléctrico escalofríos al francés, por el aparente desinterés—Hyoga—dijo señalando al rubio—murió junto con Camus, Isaac, unos meses antes, en un extraño accidente.

 

—Lo siento—dijo de repente. Milo lo observó ufano, viendo como esos ojos amatistas se conmovían a cada momento, ese hombre no ocultaba sus emociones.

 

—¿Por qué?

 

—Por no ser quien esperabas… por tu dolor, lo lamento, pero me gustaría que confiaras en mí—tocó su brazo, la piel de Milo hervía—me gustaría que pudieras confiar en mí…

 

Dégel no ocultaba sus emociones. Nunca había sido bueno para lidiar con los sentimientos más profundos de su corazón, nunca había aprendido a congelar su radiante corazón. Las enseñanzas de Krest en él, no funcionaron. Era un guerrero poderoso, de una frialdad mortal en combate, pero sólo en combate… luego se convertía en la antítesis de la frialdad, dejando que sean sus sentimientos quienes gobiernen su voluntad. Como en ese momento, en el que Kardia palpitaba dentro del cuerpo de Milo, donde podía sentir el calor del griego que amó expandirse por todas las extremidades del hombre que tenía enfrente, que lo observaba atónito y al cual… había besado.

Notas finales:

¡Ay, ay , ay! Este Dégel XD

¿Qué les pareció? Espero les haya agradado. Sé que va lento, pero vamos que no se meterán a la cama de una...

Apareció mi lindo Isaac. Un personaje que quiero mucho. Siempre dije que él, hubiera sido digno de la Armadura de Cisne, y Acuario. Después de todo, fue el unico que siguió las enseñanzas de Camus.

Ni siquiera Camus las sigue ¬¬ (Surt i'm watching you)

Bueno, será hasta el próximo. Muchas gracias por leer.


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