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Algo de Él por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

He estado un poquito ausente por aquí... ya saben, las resposabilidades >.<

Pero pude hacerme de tiempo para terminar el capítulo. No tengo mucho que decir, sólo que disfruten de la lectura y agradecer nuevamente a todos los que comentan... no saben cuán feliz me hacen :)

 

Uno… Dos… Tres…

 

Un golpe de realidad.

 

Milo despegó sus labios con lentitud. Lo habría hecho de un golpe brusco, pero él mismo se sentía horrorizado de lo que acababa de hacer. Con el rostro desencajado observó al galo mientras un pesado silencio se instalaba entre ellos. Involuntariamente repasó la comisura de sus labios con la lengua, sintiendo la humedad que había dejado Dégel en él.

Asco. Le dio asco el hecho de no haber sentido asco con el beso, de haberlo aceptado a pesar de los escasos segundos que mantuvieron el contacto. La mirada del francés era impasible, como si no le hubiera importado besarlo, como si no se arrepentía de haberlo hecho.

 

Entonces sintió rabia ciega ¿Cuánto de poco le había importado a ese hombre su antecesor?

 

—¿Así es cómo te ganas la confianza de tus pares? ¿A cuántos más has convencido entregándote?—la mordacidad en sus palabras parecieron no surtir efecto alguno en el ahora inexpresivo rostro de Dégel.

 

—No era mi intención incomodarte, me fue imposible evitarlo… digamos que ésta vez, la fantasía supero a la realidad.

 

Los puños se le crisparon. Se dijo internamente que no valía la pena golpearlo, pero ganas no le faltaron.

 

—Ten en mente una cosa Dégel de Acuario, yo no soy una fantasía. No confundas tu papel aquí, lo único por lo que debes preocuparte, es por salvarme el trasero de esta mugrosa enfermedad… nada más—el rostro del peli verde se mantuvo sereno, pero Milo comprobó que se sentía molesto pues apretaba con rabia sus puños—En todo caso, no he vuelto a sufrirla desde que estás aquí, desde que insuflaste tu cosmos en mí… es raro, ¿no lo crees?

 

—No lo es, debido a que el cosmos fluye en tu interior por más tiempo, te es posible mantener a raya la temperatura con mayor facilidad, eso no quiere decir en cambio, que ya no la sufras.

 

—Peor para ti…enfermero—Milo se cruzó de brazos regodeándose por haber provocado al fin que el rostro del francés se conmoviera—.Aunque muy bien no has de haber hecho tu trabajo, ya que Kardia se te murió igual.

 

Bien. Eso había sido demasiado.

 

La temperatura de la habitación descendió de golpe, característica inequívoca de los Acuarianos cuando algo le molestaba o preocupaba. La mirada de Dégel destelló con frialdad, tanta que se oscureció un poco, dando paso a una mirada más azulina… tal y como la de Camus. Su rostro se mantenía impávido, pero los labios fuertemente apretados le conferían un aspecto amenazador.

Y Milo no dudó en reconocer que también le daban aires de príncipe. Uno de belleza sin par.

 

—No hables de Kardia… no hables de algo en lo que tú no tienes conocimiento—su voz calma y monocorde no auguraba nada bueno—.Te lo advierto…

 

Milo, prepotente como su naturaleza le dictaba, no se cohibió por la amenaza, es más volvió a recorrer los pasos que había distanciado del peli verde, ubicándose frente a frente. Cerca. La respiración de Dégel era fría, eso llamó su atención, era como si el aguador respirara su propio cosmos, que en esos momentos comenzaba a elevarse. Sonrió. Al parecer había descubierto un punto frágil en la cordura del correctísimo  letrista.

 

—¿O sino qué?—entalló sus ojos—¿Dejarás que me muera también? Que negligencia la tuya…

 

Dégel tragó grueso. Ese hombre era un maldito, jugaba con su mente a voluntad sin necesidad de atacar con alguna técnica psíquica. Su tenacidad flaqueó. Su mirada se tornó triste efímeramente, pero lo suficiente para que Milo la observara y algo dentro suyo se removiera con ferocidad. Cerró sus ojos para calmar la ansiedad que comenzaba a latirle.

Había una parte suya que quería fundirse en el cuerpo de Dégel… pero allí aparecía su conciencia y también una parte de su corazón que lo empujaban a la cordura nuevamente, trayendo consigo la bella estampa de la sonrisa de Camus. Esa que sólo él – y que bien se sentía admitirlo – había admirado en esplendor.

 

¡Ah! Pero que tarde había llegado al rescate su consciencia. Pues allí estaban otra vez, enredados en un beso turbio. Ese que ya no era tan inocente y contaba con lenguas y saliva entremezcladas, ese que obligaba a aferrarse al cuerpo contrario y abandonarse al goce de las emociones.

 

—¡No!—lo empujó y pasó el dorso de su brazo por los labios—Esto no está bien.

 

Se dio vuelta y salió de la biblioteca. Confuso. Dégel no lo detuvo, sabía que tenía razón… No estaba bien. Y lo irónico era, que se sentía realmente bien.

 

«Eres prisionero de tus sentimientos»

 

—Lo soy maestro,  lo soy…

 

Su mente viajó no muy lejos del Santuario. A las ruinas del viejo Coliseo… Un cabello azul… unos ojos azules, y a lo irrefutable de su debilidad.

 

••

 

¿En qué estaba pensando? Bajar la guardia había sido una falla imperdonable. Llegó hecho una furia a su Templo, tanta que tuvo que descargarla con una columna. Y hubiera seguido, si no fuera porque un puño le sujetó el brazo con firmeza. Aioria lo observaba con seriedad, pero sus bellos ojos verdes eran una ventana abierta y allí se dilucidaban las preocupaciones que no se atrevía a decir abiertamente y en voz alta.

Milo se zafó de un manotazo, no estaba de ánimos para escucharlo. Pero bien conocida era la obstinación del León.

 

—¿Qué te ha sucedido? Estás hecho un desastre—le reprendió.

 

—Pues no sé… digamos que tengo una puta enfermedad que me mata a cada paso que doy, que por mi estupidez dejé que Athena arriesgara su vida y que incluso Chronos nos amenace con asesinarla… y para rematarla tengo al francés equivocado en el Templo de Acuario—dijo con todo el ácido y sarcasmo que pudo—.En verdad Aioria ¿Eres estúpido o qué?

 

El ateniense apretó sus labios, contando internamente hasta diez para no dejarse llevar por las ganas de golpearlo. Era cierto que la situación por la que estaba atravesando su amigo no era agradable precisamente, pero Milo estaba actuando infantilmente a su ver. Claro que no sabía de las emociones irrisorias que fluctuaban en el pecho del peli azul. Milo lo que odiaba no era todo lo anterior, sino la embriaguez que sintió en los labios de Dégel, el placer… el sabor de que todo volvía a estar bien.

 

—Ya, deja de ser tan cabrón que sólo me preocupo por ti.

 

—¿Te preocupas por mí? ¿Quieres ayudarme? Bien toma—le entregó unos libros a un confundido castaño—, ve y llévale estos libros a Dégel, le prometí que le daría unas enciclopedias para que pueda estudiar y comprender un poco mejor este siglo.

 

—¿Y por qué no vas tú? Además la Biblioteca de Acuario está repleta de libros, ¿para qué más?—dijo algo ofendido Aioria.

 

—¡Porque no tengo la puta gana! No quiero cruzármelo, es mejor mantener distancia. Y antes de que se ponga a leer libros avanzados de química, física y matemáticas, es mejor que entienda como funciona la electricidad…

 

—¿Qué no todo es parte de lo mismo?—Milo entrecerró sus ojos visiblemente hastiado—de acuerdo ¡qué carácter! ¿Necesitas un beso de serenidad?

 

Aioria sonrió de manera picara dejando como consecuencia un furioso sonrojo en Milo ¡Ah cómo le gustaba fastidiarlo!

 

—¡Ni se te ocurra gato degenerado! Que de besos estoy hasta arriba.

 

Aioria arqueó una ceja confundido, pero prefirió no seguir molestando a su amigo o terminaría con picaduras nada agradables. Optó por la paz y se fue escaleras arriba a entregarle los benditos libros al Acuariano.

 

Dégel se hallaba en el mismo sitio donde Milo lo había dejado. Se había sumido tanto en sus pensamientos que no notó la presencia de Aioria, sino hasta que el castaño lo sacudió un poco. Parpadeó viendo al ateniense sonreírle. No importaba que él no sea Camus, no había razón para ser descortés con el pobre, que se notaba lo consternado que se encontraba.

 

—Milo me ha enviado para entregarte estos libros, sé que no nos conocemos, pero si necesitas ayuda con algo, no dudes en pedirme—sonrió. Dégel también lo hizo.

 

—Muchas gracias—Aioria asintió y se dispuso a marcharse—Espera, ¿cómo…? ¿Cómo está Milo? Ha salido de aquí enfadado y me temo, es mi culpa.

 

Aioria suspiró.

 

—No es tu culpa. Es que aún no maneja muy bien todo lo que ha ocurrido en este tiempo, fueron demasiadas cosas en un corto periodo… la muerte de Camus, su enfermedad, los ataques de Poseidón… y tú.

 

—Milo no me ha hablado mucho de Camus—intentó indagar, tenía curiosidad por él.

 

—Debe ser porque le cuesta, nunca pensó… nunca pensamos que Camus fallecería en su combate—Aioria esbozó una sonrisa melancólica—.Pero a fin de cuentas, saber los pensamientos de Camus era imposible, fue muy hermético y sólo Milo lo conocía bien, pero al parecer la decisión de entregar su vida a cambio de la de su alumno era uno de sus secretos mejor guardados.

 

Dégel elevó sus cejas asombrado de lo que escuchaba.

 

—Eso es bastante asombroso, no me imaginaba que así había sido su deceso.

 

—Era un tipo más bien solitario y reservado, cuando llegó al Santuario no hablaba, no sonreía, y se limitaba a entrenar y cumplir las órdenes del Patriarca—dio otro suspiro ante la atenta mirada del peli verde—.Siempre pensé que sus ojos transmitían mucha tristeza, pero que la resguardaba bajo una coraza impenetrable de frialdad, la misma la mantuvo hasta su muerte, pero Milo increíblemente pudo llegar a su corazón, con él era abierto, incluso reía y le confesó cosas de su pasado que justificaban su mirada triste…

 

—¿Cuáles?—la pregunta se escapó antes de pensarla—disculpa, no quise ser tan entrometido.

 

—Descuida, en realidad no lo sé muy bien, pero tenía que ver con una promesa y un amigo de la infancia, algo que no le hacía mucha gracia a Milo.

 

Dégel tuvo que tragar la amargura que sintió en ese momento. ¿Hasta dónde un alma puede compartir los destinos? Los tiempos, los siglos avanzan y al parecer ellos se mantienen en una espiral sin salida. Cayendo una y otra vez en los mismos parajes… no serás los mismos rostros, o las mismas promesas, pero la historia transcribe los hechos en ciclos continuos de eternidad.

Es probable que si una promesa no se cumple, sea el mismo destino quien la vuelva a colocar en el camino de un alma inconclusa.

 

Una promesa… Un amigo… Unity…

 

Los celos de Kardia.

 

—Creo que… comenzaré a leer esto ahora—dijo sujetando con fuerza los libro y con un ligero temblor en su voz. Aioria no dijo más nada, sólo asintió y se marchó.

 

Camus era todo lo que él, nunca llegó a ser. Su vista se posó nuevamente en las fotografías… en la inexpresiva mirada del francés.

 

••

 

Traición. Era lo único que su mente había estado pensando en todos esos meses en el fondo del mar.

Se sentía tan traicionado que la sola evocación de quienes alguna vez lo fueron todo para él, le daba nauseas. No había descansado desde entonces, entrenando día y noche, sacando desde el interior de su cosmos la furia y el dolor que emanaba su corazón. Con esos sentimientos no podía hacerse todavía de la Escama, no sería digno, pues una vez que cumpliera con su verdadero destino, todo lo que vivió alguna vez desaparecería para siempre.

 

Siberia, Camus y Hyoga. Todo.

 

Cumpliría con su promesa, claro. Sobrevivió para eso, para salvar al mundo de los malvados. Pero ahora tenía bien en claro que primero el mundo debía ser limpiado de la corrupción en la que se había sumergido y nadie podía hacerlo, salvo su Dios, Poseidón.

 

«Lo haré Hyoga…cumpliré con la promesa que nos hicimos, pero ya no por ti ni por Athena… seres tan sentimentales no lo merecen»

 

Saltó para destruir con su pie un cumulo de rocas que previamente había congelado. Su flexibilidad volvía a ser la de antes, pero sentía que su frío no era el suficiente, aún no.

 

—Veo que te tomas muy en serio la Guerra que se está por librar—escuchó de repente.

 

Detuvo sus puños y todo movimiento, para girarse a ver la figura que desde lo alto de un coral lo observaba con los brazos cruzados. El casco le ocultaba casi en su totalidad el rostro, pero sabía quién era.

 

—Señor—se irguió apagando su cosmos por completo—, es mi deber.

 

—Claro—dio un salto para descender y caminar cerca del joven—.Me han comentado que aún no quieres vestir la Escama que te pertenece, ¿Por qué?

 

—Porque todavía no me he purificado lo suficiente—Kanon arqueó una ceja confundido—.Siempre pensé que mi destino era proteger al mundo de las personas ambiciosas que pudrían sus bellas tierras… y fue por ello que llevé por años un entrenamiento duro en Siberia…

 

Kanon tembló imperceptiblemente. Su pecho se contrajo y la angustia que antes estuvo molestándolo volvió con la mención de las heladas tierras.

 

Dégel…

 

El nombre pasó susurrando por su cabeza, como un beso lejano en el tiempo, un recuerdo empolvado y olvidado… enterrado en la consciencia de quien había sido. Sacudió su cabeza para despertar.

 

Volvió su atención al jovencito que lo estudiaba con el ojo que le quedaba sano. Claro, ahora entendía por qué su cosmos se sentía tan similar a todos los protegidos por Athena. Ese niño había sido entrenado para Santo.

 

—¿Eras entrenado por el Santo de hielo, no es así?—el joven se mantuvo en silencio—Ya veo, es por eso que crees que no mereces aún tu Escama, por el hecho de haber competido por una Armadura—que ironía encontrarse un igual—Déjame decirte una cosa mocoso, la voluntad del Emperador te ha escogido, por sobre millones de hombres en la Tierra… tu destino siempre fue servir al mar, como el de todos nosotros, no importa el pasado, la voluntad divina siempre te traerá al mar, a tu hogar y a tu destino.

 

El joven de cabellos verdes lo observó fijamente, mientras una imperceptible sonrisa se dibujaba en sus delgados labios. Él tenía razón, no importaba que alguna vez hubiera entrenado para otro Dios, su destino siempre fue el mar, Poseidón... el Kraken.

Extendió su mano, Kanon no dudó en estrecharla.

 

—Isaac—sonrió—.Isaac de Kraken, General Marina del Océano Ártico.

 

Kanon también sonrió… el destino nunca estuvo tan a su favor, como ahora.

 

••

 

Irónico que se hallara a las puertas de Escorpio para pedir ayuda. Recordando con su compañera sonrisa nostálgica, como siempre había sido Kardia quien iba por ayuda. Suspiró, debía reconocer que se sentía por demás perdido con todo lo que había leído, era fantástico y abrumador.

Caminó a paso lento y firme por los pasillos del Templo, el calor era alto, Milo debía estar ahí. Elevó un poco su cosmos, pero no recibió respuesta, había previsto que sucedería… las rabietas de niñato malcriado eran un defecto que nunca desaparecería de los arcontes de Escorpio.

Pero él también podía ser “maleducado” cuando quería, por ello se dirigió decidido hacia la habitación, abriendo la puerta sin siquiera golpear.

 

No esperaba encontrarse con el griego, convulsionado en la cama, mientras estrujaba las sabanas y apretaba los dientes con un terrible gesto de dolor. El calor que allí había casi desestabiliza todo su cuerpo, por lo que rápidamente descendió la temperatura y corrió hacia Milo.

 

—Milo… pronto estarás bien, descuida.

 

Apartó unos cabellos del rostro heleno, mientras llevaba su mano al moreno pecho desnudo y comenzaba con el ritual que por años hizo con Kardia. Su cosmos debía descender más allá del grado cero para bajar las pulsaciones del corazón y así evitar que la temperatura del cuerpo siga en aumento. Frotó la mano con descaro por el pecho, pero lejos de tener alguna connotación sexual, lo hacía para enfriar todos los órganos del cuerpo de un semi consciente Milo.

 

El griego lo observaba tras la película de sudor que se escurría por el rostro, misma que le dificultaba la visión. El frío se sentía tan bien que inconscientemente comenzó a gemir. Dégel se mordió el labio tratando de concentrar toda su atención en el corazón y no escuchar los cantos tan deliciosos de Milo. Pero vaya que se lo ponía difícil.

Milo estiró su mano para apoyarla en la de Dégel, acarició todo el brazo, llegando a su rostro. Sus dedos dibujaron los contornos de su pómulo y barbilla y con una sensualidad tremenda se pasearon por todo el labio del peli verde que con la cercanía cerró sus ojos casi al instante. Milo deslizó su mano hacia su nuca para atraerlo hacia él. Se besaron.

 

El aliento del francés seguía siendo frío, dejando que sus pulmones se oxigenaran y que la temperatura volviera a bajar. Todo estaba controlado… menos ellos.

 

Dégel se había tendido sobre Milo, mientras continuaban con los besos cada vez más desenfrenados, posesivos. Las manos tampoco se quedaban quietas, Milo recorría con maestría toda la espalda del francés, mientras que Dégel se dedicaba a seguir con las caricias frías sobre su pecho. De seguir así ambos terminarían por perder cualquier vestigio de cordura… y como si de un aluvión se tratase, la realidad cayó sobre ellos aplastándolos en un amargo sinsabor.

 

—Camus…—El susurró se escapó de los labios apresados de Milo. Dégel se detuvo y se incorporó asustado.—Cam… gracias.

 

Dijo antes de caer en un sueño. Todo había sucedido tan rápido. Dégel se asustó de la facilidad que tenía Milo para hacerlo perder la cabeza… acarició su rostro, mientras se aseguraba de que su temperatura no volviera a subir por al menos esa noche. Dejó parte de su cosmos en el interior del griego y se marchó escaleras abajo. Tal vez por la mañana Milo ni siquiera recuerde lo que hicieron… era mejor así.

 

Caminó con destino a Leo, todavía debía aprender cómo usar la maldita lámpara y la cocina de su Templo.

Notas finales:

¡Ah estos dos! No pasa ni un día y ya estan a los besos XD

Se preguntarán que le sucede al bonito de Kanon... bueno, ya lo sabrán :D

Sin más espero lo hayan disfrutado, nos leemos en el próximo capítulo.

Muchas gracias por leer.


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